Oración al desconocido
Del blog Pays de Zabulon:
He aquí que me sorprendo hablándote,
Dios mío, yo, que no sé todavía si existes
ni comprendo la lengua de tus iglesias susurrantes.
Miro los altares, la bóveda de tu casa
como quien dice simplemente: “Esto es madera, esto es piedra,
aquéllas son columnas rommanas,
le falta la nariz a ese santo,
y adentro como afuera hay un mismo desamparo entre los hombres.
Bajo los ojos sin poder arrodillarme durante la misa
como si dejara pasar una tormenta sobre mi cabeza
y no puedo evitar el pensar siempre en otra cosa.
Me pasaré la vida pensando en otra cosa,
y esa otra cosa soy yo,
tal vez mi yo verdadero:
es allí donde me refugio,
y tal vez sea allí donde tú estás,
Creo que nunca podré vivir sino en esas lejanías que me seducen.
El momento presente es un regalo que no he sabido aprovechar,
no sé bien cómo se usa,
lo volteo para un lado y para el otro
y no logro que funciones su difícil mecanismo.
*
[Stejpan Hauser (violioncelle) – “Prayer” (Prière)
Extracto de “Jewish life“ (Una vida judía) de Ernst Bloch]
***
No creo en ti, Dios mío, pero quisiera hablarte a pesar de todo;
he hablado con las estrellas aunque las sepa sin vida,
con los más humildes de los animales aunque los sepa sin respuesta,
con los árboles que, sin el viento, serían mudos como la tumba.
Y me he hablado a mí mismo aunque no estoy seguro del todo de que existo.
No se si oyes nuestras plegarias, las plegarias de los hombres,
no sé si tienes ganas de escucharlas,
no sé si tienes como nosotros un corazón que está siempre en estado de alerta
y oídos siempre abiertos a las noticias más diversas.
No sé si te gusta mirar por aquí.
Pero querría recordarte a tu planeta la Tierra,
con sus flores, sus guijarros, sus jardines y sus casas.
Con todos sus seres; con nosotros que sufrimos y lo sabemos.
Querría dirigirte cuanto antes estas humildes palabras humanas
porque cada cual debe intentar ahora lo imposible
aun si no eres más que un soplo de hace millares de años,
una gran velocidad adquirida,
una melancolía durable
que hace aún girar a las esferas en su melodía.
Querría, Dios sin rostro y tal vez sin esperanza,
que prestaras toda tu atención, entre tantos cielos vagabunda,
sobre los hombres que nunca pueden darse un respiro en el planeta.
(…)
¡Ah!, si existes, Dios mío, mira de nuestro lado,
ven y descansa un rato entre nosotros,
la Tierra es hermosa con sus árboles,sus ríos y sus estanques,
tan hermosa que uno diría que la añoras un poco.
No te vayas a hacer sordo una vez más
ni a sentirte molesto conmigo, Dios, si te tuteo,
si te hablo con tan abrupta simplicidad:
creería menos que en cualquier otro en un Dios que aterrorizara;
y tú, más que por el rayo, sabes expresarte por las briznas de hierba
y los juegos de los niños y por los ojos de los arrollos,
lo cual no impide que haya océanos y cadenas de montañas.
No puedes ofenderte porque te digo lo que pienso,
porque reflexiono como puedo sobre el hombre y su existencia
con la franqueza de la tierra y de las diversas estaciones
y tal vez con tu franqueza cuyas lecciones ignoro…
*
Jules Supervielle (« La fable du monde » – 1938)
*
Fuentee : Perles d’Orphée
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