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Sancionan a un juez de Cartagena (Colombia) por negarse a celebrar una unión civil entre una pareja de mujeres

Martes, 23 de abril de 2024
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IMG_4214La Comisión Seccional de Disciplina Judicial de Bolívar sancionó al Juez Décimo Civil (Ramiro Flórez Torres) con inhabilidad de 15 años para el ejercicio de la función pública.

11 de abril de 2024. Después de cerca de cuatro años, la Comisión Seccional de Disciplina Judicial de Bolívar sancionó al Juez Décimo Civil (Ramiro Flórez Torres) con inhabilidad de 15 años para el ejercicio de la función pública. Esta sanción se debe a que este juez, en agosto de 2020, se negó a celebrar un matrimonio civil entre dos mujeres en Cartagena. Además, responde a la solicitud de la Presidencia del Consejo Seccional de la Judicatura de Bolívar de investigar el comportamiento del funcionario.

Días después de que la pareja acudiera al juzgado décimo civil municipal de Cartagena con la intención de llevar a cabo su unión civil, el mencionado juez respondió: “Ello contraría mi moral cristiana, va en contra de mis principios esenciales, y cuando exista conflicto entre lo que dice la ley humana y lo que dice la ley de Dios, yo prefiero la ley de Dios, porque prefiero agradar primero a mi Señor Dios todopoderoso, antes que al ser humano. (…) No es discriminación, es comprensión de las normas que nos rigen. Hay que conocer a Dios para saber la dimensión del juramento que se hace al momento de la posesión como servidor público, y esto se logra por el conocimiento de la Palabra de Dios, la biblia”.

Tras lo ocurrido, en su momento manifestamos nuestra indignación y completo rechazo hacia la situación, pues la respuesta del juez Flórez Torres sí estuvo fundamentada en prejuicios y estuvo totalmente alejada de fundamentos constitucionales, respetuosos y garantes de los derechos de las personas LGBTIQ+ en Colombia. Del mismo modo, brindamos acompañamiento jurídico a la pareja afectada, de la mano del Centro de Conciliación de la Fundación Universitaria Colombo Internacional (Unicolombo), en Cartagena, logrando su unión civil en 2021.

La reciente sanción está también apoyada por la respuesta de la Comisión Seccional de Disciplina Judicial de Bolívar, donde reconoce que el juez Flórez Torres se negó de forma arbitraria a realizar el procedimiento, a pesar de que la Corte Constitucional ha reiterado la protección sobre la autonomía y la unión marital de parejas del mismo sexo.”Los servidores de la Rama Judicial desempeñan funciones públicas, no pueden excusarse en razones de conciencia para abstenerse de cumplir con sus deberes constitucionales y legales”, detalló el magistrado Luis Guillermo Ramos en la decisión, hablando en nombre de la Comisión.

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Caribe afirmativo reconoce como favorable esta sanción, pues el mencionado juez no solo negó el derecho a la igualdad a una pareja del mismo sexo, sino que su decisión también puedo haber contribuido a prácticas prácticas de discriminación y alimento prejuicios sociales. Es pertinente que esta decisión deje lecciones aprendidas y no se siga poniendo en riesgo los derechos adquiridos y reconocidos en Colombia para las personas LGBTIQ+, tanto al matrimonio igualitario, como a gozar de una ciudadanía plena.

Fuente Caribe Afirmativo 

General, Homofobia/ Transfobia. , , , , , ,

¿Cómo callarnos…?

Jueves, 11 de mayo de 2023
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(Padre Carlos Mugica, a 49 años de su asesinato por la extrema derecha)

***

Cuando la causa es justa,
cuando lo que está en juego es la vida,
sea la propia o la ajena,
cuando los valores que anhelamos
son los de tu evangelio,
cuando se nos arrebata lo que nos diste gratis
desde el inicio de esta historia…
¿Cómo callarnos…?
Haznos osados hasta la impertinencia,
pero sin cambiar de bando.

Ante tantos desmanes de quienes elegimos
para ser nestros representantes
y para que nos defendieran en tiempos de crisis,
o de quienes llegaron junto a nosotros
como enviados para enseñarnos
a estar a tu lado y vivir como hermanos,
ante el buen vivir de quieres no nos dejan vivir…
¿Cómo callarnos…?
Haznos osados hasta la impertinencia,
pero sin cambiar de bando.

Hoy que parece estar todo atado y bien atado,
porque las leyes las hacen los de siempre;
hoy, que se impone el silencio y el rendimiento
y nos invitan a ser peones en el tablero;
hoy, que está mal visto alzar el vuelo
y mirar desde otro punto que no sea el de ellos;
hoy, que se nos sugiere que no merecemos lo que tenemos…
¿Cómo callarnos…?
Haznos osdos hasta la impertinencia,
pero sin cambiar de bando.

Porque queremos ser tus hijos
y no olvidarnos de que somos hermanos,;
porque queremos ejercer nuestros derechos,
los que tú nos diste al inicio;
porque nos susurras que no renunciemos
a tu soplo y Espíritu;
porque no queremos otros señores…
¿Cómo callarnos…?
Haznos osados hasta la impertinencia,
pero sin cambiar de bando.

*

Florentino Ulibarri
Fe Adulta

Dc8PU5dXUAEvihl

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , ,

¿Cómo callarnos…?

Lunes, 17 de octubre de 2022
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(Padre Carlos Mugica SJ, a 47 años de su asesinato por la extrema derecha)

***

Cuando la causa es justa,
cuando lo que está en juego es la vida,
sea la propia o la ajena,
cuando los valores que anhelamos
son los de tu evangelio,
cuando se nos arrebata lo que nos diste gratis
desde el inicio de esta historia…
¿Cómo callarnos…?
Haznos osados hasta la impertinencia,
pero sin cambiar de bando.

Ante tantos desmanes de quienes elegimos
para ser nestros representantes
y para que nos defendieran en tiempos de crisis,
o de quienes llegaron junto a nosotros
como enviados para enseñarnos
a estar a tu lado y vivir como hermanos,
ante el buen vivir de quieres no nos dejan vivir…
¿Cómo callarnos…?
Haznos osados hasta la impertinencia,
pero sin cambiar de bando.

Hoy que parece estar todo atado y bien atado,
porque las leyes las hacen los de siempre;
hoy, que se impone el silencio y el rendimiento
y nos invitan a ser peones en el tablero;
hoy, que está mal visto alzar el vuelo
y mirar desde otro punto que no sea el de ellos;
hoy, que se nos sugiere que no merecemos lo que tenemos…
¿Cómo callarnos…?
Haznos osdos hasta la impertinencia,
pero sin cambiar de bando.

Porque queremos ser tus hijos
y no olvidarnos de que somos hermanos,;
porque queremos ejercer nuestros derechos,
los que tú nos diste al inicio;
porque nos susurras que no renunciemos
a tu soplo y Espíritu;
porque no queremos otros señores…
¿Cómo callarnos…?
Haznos osados hasta la impertinencia,
pero sin cambiar de bando.

*

Florentino Ulibarri
Fe Adulta

Dc8PU5dXUAEvihl

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Persistiendo como la viuda: un viaje de un católico transgénero a la oración

Lunes, 17 de octubre de 2022
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F1176EAF-0758-4818-B46C-6F48B67BB2F2Michael Sennett

La reflexión de hoy es por el colaborador de Bondings 2.0 Michael Sennett, cuya breve biografía se puede encontrar haciendo clic aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el domingo 30 del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Advertencia de contenido: la publicación de hoy contiene menciones de suicidio.

Tengo una confesión que hacer. Durante un período de mi vida, temía la oración absolutamente.

A los 14 años, me di cuenta de que era transgénero. Desafortunadamente, había pocos recursos a mi disposición. Aunque recuerdo con cariño la Guía de recursos de Hudson, un sitio web dedicado al asesoramiento para la gente Trans Masculina, la mayoría de los medios se burlan y vilizaron a las personas transgénero. Debido a las opciones limitadas disponibles para mí, me aferré a lo que estaba familiarizado: la Iglesia Católica.

Los mensajes que encontré en la iglesia no afirmaban. El clero y los laicos describieron la rareza como una enfermedad que podría curarse. Cuando era adolescente, no sabía que había parroquias católicas y espacios en línea que me aceptarían con los brazos abiertos. Recé, rogándole a Dios que me arreglase, pero nada cambió. Cuando finalmente armé de valor a los 16 años para salir, mi familia estaba aceptando y mis amigos me apoyaron. Sin embargo, todavía pensaba que Dios me odiaba. Todas las noches, me acostaba en la cama y suplicaba a Dios en la oración para que reparase mi identidad.

Este primer acercamiento a la oración se basaba en suplicar a Dios por desesperación. No tenía intención de escuchar o tener en cuenta. Cuando no había evidencia de que mis oraciones fueran respondidas, es decir, que ya no sería trans, perdí el corazón y me cerré. Este estilo no cultivó una fructífera devoción. En cambio, me sumergió en oleadas de cansancio. Convencida de que estaba rota y no era querida, busqué una manera de escapar del dolor y el miedo que pesaba mucho en mi corazón. En mi desesperación, solo había una solución. Hoy hace diez años intenté suicidarse.

Afortunadamente, he recibido la gracia de la curación. Es cierto que la cura no era lo que esperaba. El capellán que me visitó en la unidad psiquiátrica compartió conmigo Escrituras esperanzadoras. Un sacerdote con el que hablé más tarde ese año me aseguró que ser trans no es un pecado. Las Hermanas de la Misericordia con las que tuve el privilegio de reunirme en la universidad pacientemente me enseñaron cómo rezar genuinamente. Un jesuita que conocí durante esos años enfatizó la importancia de la autenticidad en la relación con Dios. Mi identidad transgénero no era lo que necesitaba reparación, era mi forma de oración.

D4AB5D5D-EF29-492F-A759-B99E18A9CE07En el Evangelio de hoy (Lucas 18: 1-8), Jesús le dice a la parábola de una viuda persistente y un juez deshonesto. Admiro a la viuda por no cesar en su búsqueda de justicia. El juez, que ni teme a Dios ni respeta a ningún ser humano, no está inclinado a concederle una decisión justa. Solo para evitar sus apelaciones incesantes, el juez finalmente emite una decisión justa para la viuda.

A diferencia de la viuda persistente, una vez me rendí rápidamente cuando me enfrenté a la injusticia. Jesús nos asegura que Dios sin duda “asegurará los derechos de sus elegidos que le llaman día y noche”. Si nos mantenemos firmes en la oración, no debemos preocuparnos: Dios nos atenderá. Sin embargo, la fe no siempre es fácil de mantener. Personas LGBTQ+ católicos y aliados podrían luchar con la fe frente a la injusticia persistente. Ciertamente lo hice. ¿Cómo permanecemos siendo fieles, como Jesús espera de nosotros, incluso en medio de la decepción de las oraciones que parecen quedar  sin respuesta?

La persistencia es clave. La persistencia en la oración no significa que simplemente hagamos demandas para que Dios nos las conceda. Dios no es un genio que otorga deseos. Nuestro creador amoroso quiere estar en relación con nosotros. Tomar conciencia de la presencia de Dios, nos conecta mejor. Meditar sobre las Escrituras o imaginar una escena de los Evangelios, permitiendo que el Espíritu nos guíe, nos ayuda a reconocer lo que Dios está tratando de decirnos. La incomodidad y las distracciones pueden aparecer, pero considera a dónde te llevan. Dios no ignora nuestras oraciones, pero las respuestas no siempre son lo que pensamos. Como cualquier otra habilidad, la oración requiere práctica.

Nuestra persistencia es importante porque Dios es persistente con nosotros. En retrospectiva, sé que he sido testigo de la presencia de Dios muchas veces. En mi tía Carol que me visitaba en el hospital todos los días para jugar a las cartas y animarme. A través de los sacrificios de mis padres por mí y mis hermanas. En los magníficos colores de una puesta de sol sobre el océano. Dios está constantemente acercándose a nosotros. Cuando aceptamos la invitación y persistimos en nuestra comunicación con Dios, nuestra propia fe se fortalece. La persistencia me ha alentado a comenzar recientemente los Ejercicios Espirituales, a discernir verdaderamente dónde Dios está guiando mi futuro.

Jesús oró. Oró antes de las comidas, por la mañana y por la noche. Oró en momentos de alegría y tristeza. Jesús oró durante su bautismo y su pasión. Oraba diariamente sin desanimarse. Esta es una lección para nosotros. No deberíamos desanimarnos si creemos que nuestras oraciones no han sido respondidas, deberíamos pedir la gracia para ver la respuesta de Dios en nuestras vidas. ¿Encontrará Jesús fe en la tierra cuando regrese? Solo si devolvemos la energía persistente de Dios en nuestra propia oración para mantener la fe que Jesús anhela encontrar.

—Michael Sennett (he/him), Octubre 16, 2022

Fuente New Ways Ministry

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“Dios no es imparcial”. 29 Tiempo ordinario – C (Lucas 18,1-8)

Domingo, 16 de octubre de 2022
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La parábola de Jesús refleja una situación bastante habitual en la Galilea de su tiempo. Un juez corrupto desprecia arrogante a una pobre viuda que pide justicia. El caso de la mujer parece desesperado, pues no tiene a ningún varón que la defienda. Ella, sin embargo, lejos de resignarse, sigue gritando sus derechos. Solo al final, molesto por tanta insistencia, el juez termina por escucharla.

Lucas presenta el relato como una exhortación a orar sin «desanimarnos», pero la parábola encierra un mensaje previo, muy querido por Jesús. Este juez es la «antimetáfora» de Dios, cuya justicia consiste precisamente en escuchar a los pobres más vulnerables.

El símbolo de la justicia en el mundo grecorromano era una mujer que, con los ojos vendados, imparte un veredicto supuestamente «imparcial». Según Jesús, Dios no es este tipo de juez imparcial. No tiene los ojos vendados. Conoce muy bien las injusticias que se cometen con los débiles y su misericordia hace que se incline a favor de ellos.

Esta «parcialidad» de la justicia de Dios hacia los débiles es un escándalo para nuestros oídos burgueses, pero conviene recordarla, pues en la sociedad moderna funciona otra «parcialidad» de signo contrario: la justicia favorece más al poderoso que al débil. ¿Cómo no va a estar Dios de parte de los que no pueden defenderse?

Nos creemos progresistas defendiendo teóricamente que «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos», pero todos sabemos que es falso. Para disfrutar de derechos reales y efectivos es más importante nacer en un país poderoso y rico que ser persona en un país pobre.

Las democracias modernas se preocupan de los pobres, pero el centro de su atención no es el indefenso, sino el ciudadano en general. En la Iglesia se hacen esfuerzos por aliviar la suerte de los indigentes, pero el centro de nuestras preocupaciones no es el sufrimiento de los últimos, sino la vida moral y religiosa de los cristianos. Es bueno que Jesús nos recuerde que son los seres más desvalidos quienes ocupan el corazón de Dios.

Nunca viene su nombre en los periódicos. Nadie les cede el paso en lugar alguno. No tienen títulos ni cuentas corrientes envidiables, pero son grandes. No poseen muchas riquezas, pero tienen algo que no se puede comprar con dinero: bondad, capacidad de acogida, ternura y compasión hacia el necesitado.

José Antonio Pagola

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Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan. Domingo 16 de octubre de 2022. 29º Ordinario

Domingo, 16 de octubre de 2022
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54-ordinarioc29-cerezoDe Koinonia:

Éxodo 17,8-13: Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel.
Salmo responsorial: 120: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
2Timoteo 3, 14-4, 2: El hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.
Lucas 18, 1-8: Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan

Jesús propuso esta parábola para invitar a sus discípulos a no desanimarse en su intento de implantar el reinado de Dios en el mundo. Para ello, además de trabajar duro, deberán ser constantes en la oración, como la viuda lo fue en pedir justicia hasta ser oída por aquél juez que hacía oídos sordos a su súplica. Su constancia, rayana en la pesadez, llevó al juez a hacer justicia a la viuda, liberándose de este modo de ser importunado por ella.

Esta parábola del evangelio tiene un final feliz, como tantas otras, aunque no siempre suele suceder así en la vida. Porque, ¿cuánta gente muere sin que se le haga justicia, a pesar de haber estado de por vida suplicando al Dios del cielo? ¿Cuántos mártires esperaron en vano la intervención divina en el momento de su ajusticiamiento? ¿Cuántos pobres luchan por sobrevivir sin que nadie les haga justicia? ¿Cuántos creyentes se preguntan hasta cuándo va a durar el silencio de Dios, cuándo va a intervenir en este mundo de desorden e injusticia legalizada? ¿Cómo permite el Dios de la paz y el amor esas guerras tan sangrientas y crueles, el demencial armamento militar, el derroche de recursos que destruyen el medio ambiente, el hambre, la desigualdad creciente entre países y entre ciudadanos?

En medio de tanto sufrimiento, al creyente le resulta cada vez más difícil orar, entrar en diálogo con ese Dios a quien Jesús llama “padre”, para pedirle que “venga a nosotros tu reinado”. Desde la noche oscura de ese mundo, desde la injusticia estructural, resulta cada día más duro creer en ese Dios presentado como omnipresente y omnipotente, justiciero y vengador del opresor.

O tal vez haya que cancelar para siempre esa imagen de Dios a la que dan poca base las páginas evangélicas. Porque, leyéndolas, da la impresión de que Dios no es ni omnipotente ni impasible –al menos no ejerce como tal-, sino débil, sufriente, “padeciente”; el Dios cristiano se revela más dando la vida que imponiendo una determinada conducta a los humanos; marcha en la lucha reprimida y frustrada de sus pobres, y no a la cabeza de los poderosos.

El cristiano, consciente de la compañía de Dios en su camino hacia la justicia y la fraternidad, no debe desfallecer, sino insistir en la oración, pidiendo fuerza para perseverar hasta implantar su reinado en un mundo donde dominan otros señores. Sólo la oración lo mantendrá en esperanza.

No andamos dejados de la mano de Dios. Por la oración sabemos que Dios está con nosotros. Y esto nos debe bastar para seguir insistiendo sin desfallecer. Lo importante es la constancia, la tenacidad. Moisés tuvo esa experiencia. Mientras oraba, con las manos elevadas en lo alto del monte, Josué ganaba en la batalla; cuando las bajaba, esto es, cuando dejaba de orar, los amalecitas, sus adversarios, vencían. Los compañeros de Moisés, conscientes de la eficacia de la oración, le ayudaron a no desfallecer, sosteniéndole los brazos para que no dejase de orar. Y así estuvo –con los brazos alzados, esto es, orando insistentemente-, hasta que Josué venció a los amalecitas. De modo ingenuo se resalta en este texto la importancia de permanecer en oración, de insistir ante Dios.

En la segunda lectura Pablo también recomienda a Timoteo ser constante, permaneciendo en lo aprendido en las Sagradas Escrituras, de donde se obtiene la verdadera sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. El encuentro del cristiano con Dios debe realizarse a través de la Escritura, útil para enseñar, reprender, corregir y educar en la virtud. De este modo estaremos equipados para realizar toda obra buena. El cristiano debe proclamar esta palabra, insistiendo a tiempo y a destiempo, reprendiendo y reprochando a quien no la tenga en cuenta, exhortando a todos, con paciencia y con la finalidad de instruir en el verdadero camino que se nos muestra en ella. Leer más…

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16.10.22. Grito de asesinados; rebelión de viudas contras jueces (Lc 18, 1-8; Dom 29 TO

Domingo, 16 de octubre de 2022
Comentarios desactivados en 16.10.22. Grito de asesinados; rebelión de viudas contras jueces (Lc 18, 1-8; Dom 29 TO

juez250Del blog de Xabier Pikaza:

Henry Dumery escribió un famoso libro titulado “la fe no es un grito”; es conocimiento razonado, elevación  del “alma”, razón clara, justicia. Por su parte,  J. de Dios Martin Velasco comentó ese libro en una tesis doctoral fuerte sobre Dumery.

Pero, a pesar de las razones de Dumery y M. Velasco,  la fe es también (y sobre todo) grito ante la sangre de los asesinados.rebelión de viudas, protesta contra jueces de falsa justicia que desoyen por sistema a los pobres y excluídos de su des-orden social.

Más allá de un tipo de razón judicial que quiere arreglarlo todo con justicia insuficiente y partidista (opresora), está el grito de Jesús en la Cruz (Mc 14, 34), el rugido apocalíptico de los asesinados (Ap 6, 9) la rebelión de la viuda de este evangelio de hoy, que quiere pegar en la cara al juez injusto.

Texto. Lc 18 1, 8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: Hazme justicia frente a mi adversario. Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.

Y el Señor añadió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? (Lucas 18, 1-8)

 Introducción

En el principio era la palabra, dice Jn 1,1. Pero esa palabra puede tener muchos tonos y matices: Puede ser palabra de amor, razonamiento filosófico, parlamente político, imposición dogmática… Pero, en un momento dado, la primera palabra puede y debe ser el grito de dolor y de protesta, en contra de las malas razones, de jueces y manipuladores de la razón (sin-razón) a su servicio. La fe es un grito en contra de todos los asesinatos de la historia. En esa línea, el  evangelio de hoy concede la palabra de una viuda que no tiene “juez” que la defienda (en su vida) fe y que protesta, pidiendo justicia, dispuesta a pegar en la cara al mismo juez.

Esta viuda está en la línea de otras que van aparecido en  el evangelio de Lucas:  (a) La del nacimiento de Jesús (Lc 2, 37). (b) La viuda y madre del niñomuerto de Naím (Lc 7, 12). (c) La viuda que da todo lo que tiene, la mejor cristiana (Lc 21, 2-3).

 Primer desarrollo

En contra de los que piensan que no merece la pena salir a la calle y gritar (en plano social y religioso, político o eclesial) nos pone este evangelio ante el ejemplo de la fe y del grito de protesta  (de rebelión) de la viuda, capaz de cambiar el orden injusto del sistema. Muchas veces queda más respuesta  y propuesta que el grito de protesta, en contra de las instituciones de injusticia de la tierra (incluso dentro de la Iglesia).

Ciertamente, es necesaria la justicia, con el buen pensamiento, con el compromiso de instituciones e iglesias, pero hay muchos jueces (políticos, poderosos, eclesiásticos) que ponen su pretendida justicia al servicio de su opresión. En contra de ellos no existe más solución que el grito, la protesta, incluyendo el gesto de la viuda que quiere pegar en la cara al juez del sistema opresor.

Por eso es importante la rebelión y el grito insistente de las viudas, que claman ante Dios y ante los hombres. Para que el mundo cambie sigue siendo también ese grito de las viudas, la voz de todos los oprimidos del mundo, a los que el mismo Jesús dice: Juntaos y gritad al Dios omnipotente…

            En esa línea  se sitúa la pregunta final de este evangelio: El Hijo del Hombre, cuando vuelva ¿encontrará esta fe en la tierra? ¿Qué fe?

La de la viuda que insiste pidiendo justicia.  Ésta sigue siendo la fe-oración que mueve, la fe-oración que cura, fe que se mantiene tensa, en búsqueda de justicia, hasta que llegue el Hijo del Hombre.

La viuda “cree” (tiene fe) en el valor de su insistencia:e stá convencida de que el juez le atenderá, si se mantiene firme y pide, una y otra vez, con actitud que puede llegar a ser “desagradable” para el mismo juez (¡puede acabar pegándole en la cara!). La súplica de la viuda (¡que no tiene más recurso que su insistencia!) puede transformar al mismo juez.

 Se trata, pues, de no resignarse, de no aceptar sin más el mundo tal como ahora como está, de protestar… Ésta viuda es el signo de las voces de todos los que gritan y  protestan… ¡Si todos los pobres gritaran, como esa viuda, el sistema de poder tendría que cambiar  (que destruirse). Un sistema que se dice “democrático” no puede gobernar en contra del grito de la mayoría.

Ésta parábola no es una palabra particular (circunstancial) de Jesús, sino que ella recoge la experiencia más honda de la Biblia, desde los hebreos de Egipto que gritan y Dios les escucha (Ex 2). En contra de lo que se dice, al final de todo no está el triunfo militar de los más fuertes, ni el poder del dinero, sino el poder más alto, la omnipotencia del grito, un grito incesante, de no-violencia activa.

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Los ejemplos de tres mujeres… y de tres varones. Domingo 29 Ciclo C”. Domingo 29 Ciclo C

Domingo, 16 de octubre de 2022
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imageDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

El ejemplo de una viuda (Lucas 18, 1-8)

            Los cristianos para los que Lucas escribió su evangelio no estaban muy acostumbrados a rezar, quizá porque la mayoría de ellos eran paganos recién convertidos. Lucas se esforzó en inculcarles la importancia de la oración: les presentó a Isabel, María, los ángeles, Zacarías, Simeón, pronunciando las más diversas formas de alabanza y acción de gracias; y, sobre todo, a Jesús retirándose a solas para rezar en todos los momentos importantes de su vida.

            El comienzo del evangelio de este domingo parece formar parte de la misma tendencia. Sin embargo, el final nos depara una gran sorpresa.

            En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:

            ‒ Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle:

            ‒ Hazme justicia frente a mi adversario.

            Por algún tiempo se negó, pero después se dijo:

            ‒ Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.

            Y el Señor añadió:

            ‒ Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios…

            Interrumpe la lectura y pregúntate cuál sería el final lógico. Probablemente éste: Pues Dios, ¿no escuchará a los quienes le suplican continuamente, sin desanimarse?

            Sin embargo, no es así como termina la parábola de Jesús, sino con estas palabras:

            Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar.

            El acento se ha desplazado al tema de la justicia, a una comunidad angustiada que pide a Dios que la salve. No se trata de pedir cualquier cosa, aunque sea buena, ni de alabar o agradecer. Es la oración que se realiza en medio de una crisis muy grave. Recordemos que Lucas escribe su evangelio entre los años 80-90 del siglo I. El año 81 sube al trono Domiciano, que persigue cruelmente a los cristianos y promulga la siguiente ley: “Que ningún cristiano, una vez traído ante un tribunal, quede exento de castigo si no renuncia a su religión”.

            En este contexto de angustia y persecución se explica muy bien que la comunidad grite a Dios día y noche, y que la parábola prometa que Dios le hará justicia frente a las injusticias de sus perseguidores.

            Sin embargo, Lucas termina con una frase desconcertante: «Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?». En medio de las dificultades y persecuciones, un desafío: que nuestra fe no se limite a cinco minutos o a un comentario, sino que nos impulse a clamar a Dios día y noche.

Los ejemplos de una abuela y de una madre (2 Timoteo 3,14-4,2)

            “Desde niño conoces la Sagrada Escritura”, dice Pablo a su querido discípulo y compañero Timoteo en la segunda lectura de hoy. ¿Quién se la dio a conocer? Lo dice el comienzo de la carta: su abuela, Loide, y su madre, Eunice (2 Tim 1,5). Timoteo es un caso curioso: su padre era pagano; su madre, judía, no circuncida a su hijo (como si hoy día no lo bautizase), pero tanto ella como la abuela instruyen al niño en la Sagrada Escritura. Al pasar los años, quizá por no estar circuncidado, se siente más cerca de los cristianos que de los judíos y tiene excelentes relaciones con las comunidades Iconio y Listra. Estas se lo recomiendan a Pablo y le servirá de compañero durante su segundo viaje misional.

            El texto litúrgico recuerda las ventajas de la Sagrada Escritura, útil para enseñar, reprender, corregir y educar en la virtud. Pero recordemos que su conocimiento no le vino a Timoteo de la sinagoga, sino de su abuela y de su madre. No le podrían proporcionar los conocimientos profundos de un escriba, pero le hicieron enorme bien y a nosotros nos dejan un ejemplo muy digno de imitar.

Querido hermano: Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado; sabiendo de quien lo aprendiste, y que de niño conoces la Sagrada Escritura; ella puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación. Toda escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.

Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda comprensión y pedagogía.

El ejemplo de Moisés, Aarón y Jur (Éxodo 17, 8-13)

            En comparación con los ejemplos de las mujeres, el de los varones tiene luces y sombras. Los amalecitas, un pueblo nómada, atacaban a menudo a los israelitas durante su peregrinación por el desierto hacia la Tierra Prometida. Pero Moisés no espera que Dios intervenga para salvarlos; ordena a Josué que los ataque. Lo interesante del relato es que mientras Moisés mantiene las manos en alto, en gesto de oración, los israelitas vencen; cuando las baja, son derrotados. ¿Y si se cansa? A los judíos nunca le faltan ideas prácticas para solucionar el problema.

            En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué:

            ‒ Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano.

            Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; mientras Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec. Y, como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada.

            Este texto se ha elegido porque va en la misma línea del evangelio: orar siempre sin desanimarse. Pero usar la oración para matar amalecitas no parece una idea muy evangélica.

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Domingo XXIX del Tiempo Ordinario. 16 octubre, 2022

Domingo, 16 de octubre de 2022
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“Para mostrar (a sus discípulos)  la necesidad de orar siempre, sin desanimarse, Jesús les contó esta parábola. Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había también en aquella ciudad una viuda que no cesaba de suplicarle: `hazme justicia frente a mi enemigo`. El juez se dijo: ´aunque no temo a Dios ni respeto a nadie, es tanto lo que esta viuda me importuna, que le haré justicia para que deje de molestarme de una vez´. Y el Señor añadió: ´cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará fe en la tierra?”.

(Lc 18,1-8)

¡Qué bella invitación nos hace Jesús! Nos llama a perseverar, a confiar en nuestro Dios.

La oración cristiana es una relación personal con Dios. Relación que nos descubre lo que en verdad somos: ¡Hijas e hijos de Dios! No hay mayor gozo para una persona buscadora de interioridad que saber que Dios Padre está esperando nuestra súplica insistente, como la de la viuda.

Súplica que es un balbuceo del corazón, una mirada confiada. Un dejarse descubrir por la ternura de Dios Padre-Madre, que no responde cansado y malhumorado como el juez, sino con amor tierno a nuestras miradas, a nuestras búsquedas, a nuestras añoranzas de interioridad.

Este es el fin de nuestra oración: llegar a las entrañas de Dios, dejarnos tocar, dejarnos atraer por su Amor. Y esta experiencia tiene retorno, no queda en las nubes perdida,  sino que nos enseña: “aprended a hacer el bien, buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended a la viuda” (Is 1,17) todo lo contrario del juez.

Oración

Abre tu corazón, levanta la mirada más allá de lo tangible y con corazón suplicante pon en manos de Dios Padre-Madre el dolor de la humanidad y el tuyo propio. Ante Él todo se transforma.

*

Fuente: Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

 

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Dios nunca entrará en la dinámica de nuestra justicia.

Domingo, 16 de octubre de 2022
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DOMINGO 29 (C)

Lc 18,1-8

Comentar las lecturas de hoy es complicado porque, partiendo de ellas, tenemos que concluir literalmente lo contrario de lo que dicen. La 1ª: el mito de la elección. El Dios de Jesús no puede estar en contra de nadie. Amalec es para Dios tan querido como el pueblo israelita, aunque los judíos y nosotros sigamos pensando otra cosa. La 2ª: El mito de la inspiración. No toda la Escritura es útil para enseñar. Recordad las palabras de Jesús: habéis oído que se dijo… pero yo os digo… La 3ª: el mito de la justicia de Dios. Ni ahora ni después, ni al que se lo pida con insistencia ni al que no se lo pida, va a hacer justicia humana de ninguna manera.

Lo que llamamos palabra de Dios es fruto de una profunda experiencia religiosa personal, pero está expresada en conceptos que corresponden a una visión mítica del mundo. Al intentar entenderla y juzgarla desde nuestra mentalidad, que ya no es mítica, distorsionamos el mensaje. Debemos tener la valentía de separar el mensaje del envoltorio en que ha sido transmitido. Nuestra teología ha sido un intento desesperado de convertir el mito en logos. El mito nunca podrá ser racionalizado. Si lo entendemos racionalmente, lo destrozamos y nos impedirá descubrir su valor, llevándonos a una falsificación de la verdad que en él se contiene.

La modernidad racionalista cometió el error de lanzar por la borda la increíble riqueza de la experiencia religiosa, porque confundió el embalaje mítico, en que venía presentada, con la verdad que quería trasmitir. Con el agua del baño hemos tirado por la ventana al niño. Pero las religiones, sobre todo la nuestra, siguen manteniendo el error de no querer prescindir del envoltorio porque después de tanto tiempo insistiendo en que había que mantener a toda costa el mito, ahora no tiene posibilidad ni valentía para proponer la verdad separada del mismo mito.

Hoy es imprescindible atender al contexto para entender el texto. A continuación del relato de los diez leprosos que hemos leído el domingo pasado, le preguntan a Jesús los fariseos sobre cuándo llegará el Reino de Dios. Jesús responde con afirmaciones sobre el Reino de Dios y sobre la última venida del Hijo del hombre. Con la perspectiva de ese pequeño apocalipsis, el relato de hoy cobra su verdadero sentido. No trata de prevenir cualquier desánimo, sino del peligro de caer en el desaliento porque la parusía se retrasaba demasiado. Recordemos que la expectativa de un final inmediato era el ambiente en que se vivió el primer cristianismo.

La parábola del juez y la viuda no tiene aplicación posible desde nuestra religiosidad actual. No podemos poner como modelo para Dios a un juez injusto que actúa por aburrimiento. Pero es que ni siquiera podemos esperar que haga justicia. Hoy sabemos que Dios no puede tener ahora una postura y otra para dentro de una hora o para el final de los tiempos. Dios es siempre el mismo y no puede cambiar para amoldarse a una petición. No tenemos que esperar al final del tiempo para descubrir la bondad de Dios sino descubrir a Dios presente, incluso en todas las calamidades, injusticias y sufrimientos que los hombres nos causamos unos a otros.

El tema es de máxima importancia, porque la oración de petición, en cualquiera de sus formas, es una de las manifestaciones religiosas que más nos dice sobre nuestra manera de entender a Dios y al hombre. Lo que esperamos de la oración de petición nos puede servir de test para comprender el estadio en que se encuentra nuestra religiosidad. Agustín nos ha metido por un callejón sin salida cuando afirmó que si la oración no era eficaz, quia malum, quia mala, quia male. Que quiere decir: porque soy malo, porque pido cosas malas, porque las pido de mala manera. Este razonamiento es insostenible, porque, constatado que Dios no responde, nos las arreglamos para dejar a salvo a Dios, pues la culpa la tenemos siempre nosotros.

De manera menos lapidaria yo me atrevo a decir: Si rezamos, esperando que Dios cambie la realidad: malo. Si esperamos que cambien los demás, malo, malo. Si pedimos, esperando que el mismo Dios cambie: malo, malo, malo. Y si terminamos creyendo que Dios me ha hecho caso y me ha concedido lo que le pedía: rematadamente malo. Cualquier argucia es buena, con tal de no vernos obligados a hacer lo único que es posible: cambiar nosotros.

No es tarea de Dios impartir justicia humana, y la justicia divina se está realizando en todo momento. Para Él todo está en orden en cada instante. El que es objeto de injusticia no será afectado en su verdadero ser si él no se deja arrastrar por la misma injusticia. La justicia humana se impone por el poder judicial. Cuando pedimos a Dios que imponga “justicia” le estamos pidiendo que actúe para restablecer un desequilibrio. Para Dios todo está siempre en absoluto equilibrio, no necesita equilibrar nada. Dios no puede actuar contra nadie por malo que sea. Dios está siempre con los oprimidos, pero nunca contra los opresores.

En la Biblia “hacer justicia” es liberar al oprimido. Ésta era la acción más propia de Dios. El pueblo de Israel interpretó los acontecimientos favorables como acción de Dios a su favor. Pero cuando las cosas le iban mal tenían que concluir que se debía a que no habían sido fieles a la Alianza. La verdad es que ante las mayores injusticias de entonces y de ahora, Dios se calla. Es muy difícil armonizar este silencio de Dios con la insistencia en la eficacia de la oración. Dios nunca podrá hacer justicia, tal como la entendemos los humanos.

Aquí no se trata de la oración sino de la petición a Dios de justicia para los oprimidos. No debemos esperar la acción puntual de Dios, sino descubrir su presencia en todo acontecer y en toda situación. Es mucho más importante saber aguantar la injusticia que alcanzar nuestra justicia. Es mucho más importante ser siempre “justos” que conseguir justicia de otros. La justicia de Dios es una actitud que permite descubrir todo lo que puedo esperar en el momento actual, sin que Dios tenga que hacer nada, mucho menos teniendo que echar mano de su poder.

La oración no la hago para que la oiga Dios, sino para escucharla yo mismo y darme la ocasión de profundizar en el conocimiento de mi verdadero ser. Todo ello me llevará a dar sentido al sinsentido aparente de tanta injusticia humana como experimentamos en el mundo. El silencio de Dios, ante tanta injusticia, me obliga a profundizar en la realidad que me desborda y a buscar la verdadera salida, no la salida fácil de una solución externa del problema, sino la búsqueda del verdadero sentido de mi vida en esa circunstancia. Mi justicia la tengo que hacer yo en mí. La injusticia del otro no me debe hacer injusto a mí.

Pedir a Dios justicia, aquí o para el más allá, es mantener el ídolo que hemos creado a nuestra medida. La justicia en el más allá se inventó precisamente para armonizar la idea de un Dios justo al modo humano con la realidad de una injusticia presente. En tiempo de los macabeos se vio que los males que afligían a los seres humanos no se podían explicar como castigo de Dios, porque Antíoco estaba sacrificando precisamente a los más fieles a la Ley. Para superar esa contradicción se sacó de la manga un castigo y un premio para después de la muerte.

El mensaje de Jesús está sin estrenar. ¿A quién de nosotros se nos ha ocurrido alguna vez dar la túnica al que nos roba el manto? ¿Quién ha puesto una sola vez la otra mejilla cuando le han dado una bofetada? Ni siquiera admitimos la posibilidad de entrar en la dinámica del evangelio. Todo lo contrario, tratamos por todos los medios de que Dios se acomode a nuestra manera de pensar y actúe como actuamos nosotros. La única manera de ser justo es no practicar ninguna injusticia. Este es el sentido que tiene casi siempre “justicia” en la Biblia.

La injusticia no se puede arreglar desde las víctimas. Mirada desde el que la sufre, la injusticia no tiene arreglo. La mayoría de las veces lo que provoca es más injusticia o venganza. La injustica nunca podrá afectar a la esencia del injuriado, con tal de que no se deje arrastrar para caer él mismo en injusticia. La única manera de superar una injusticia es que, el que la cometió tome conciencia de que se ha hecho daño a sí mismo y salga de esa dinámica.

Meditación

La mayor injusticia, sufrida desde esta perspectiva,
es compatible con la plenitud humana más absoluta.
Nuestra justicia está siempre mezclada con la venganza.
Mi plenitud no está en la derrota del enemigo
sino en dejarme derrotar por mantenerme en el amor.
Esto es el evangelio. ¿Quién se lo cree?

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La esencia de Dios.

Domingo, 16 de octubre de 2022
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12190055_984102751651193_5912908670137319560_nLc 18, 1-8

«Y Dios ¿no hará justicia a sus elegidos…?

Jesús nos habla frecuentemente de Dios en el evangelio, pero siempre a través de un lenguaje parabólico, analógico, que no trata de definirlo ni abarcarlo, sino de desvelar su relación con nosotros. Por supuesto, Dios no es padre, ni pastor, ni médico, ni sembrador, pero estas imágenes al alcance de todos tienen la virtud de situar nuestra mente en la buena dirección cuando pensamos en Él.

Sabemos de Dios lo que hemos visto en Jesús, y no sabemos nada más. Sus hechos reflejan cómo es Dios para nosotros, y sus dichos nos muestran su concepción de Dios. Como dice Juan en su prólogo solemne: «A Dios nadie le ha visto jamás, el hijo Unigénito es quien nos lo ha dado a conocer». Y algo similar ocurre con el ser humano; sabemos de nosotros lo que hemos visto en Jesús, y nada más.

Pero los humanos somos gente curiosa y tratamos de obtener respuestas a través de la razón. A lo largo de la Edad Media, la posibilidad de acceder racionalmente a Dios era una idea generalmente aceptada, pero fue rechazada a partir del Renacimiento —si lo puedes entender, no es Dios.

No obstante, persiste el viejo debate filosófico en torno a Dios, y por extensión en torno al ser humano. Y nos gusta polemizar sobre inmanencia y trascendencia, creacionismo y panteísmo, teísmo y deísmo, dualismo y monismo… Y esto puede estar muy bien como ejercicio intelectual, pero corremos el riesgo de elevar estas ideas al rango de verdades básicas para nuestra vida, olvidando que no pasan de ser proposiciones filosóficas sometidas a error.

Inmanuel Kant afirmaba —y justificaba— que cualquier proposición metafísica tiene las mismas probabilidades de ser cierta que su contraria, y esto es algo que nos conviene no olvidar cuando decidimos hacer metafísica. ¿Es Dios transcendente o inmanente? ¿Es el creador del universo? ¿Se preocupa por nuestra suerte?… ¿Es el ser humano parte de Dios? ¿Es una mera criatura compuesta de cuerpo caduco y alma inmortal?… No lo sabemos, pero si alguna de estas hipótesis le ayuda a alguien a vivir con más sentido, pues bendito sea Dios.

En su libro “La pregunta por Dios”, Juan Antonio Estrada, sacerdote jesuita, nos deja esta excelente reflexión con la que vamos a finalizar. Dice así: «Es característico de la naturaleza humana plantearse grandes cuestiones filosóficas que escapan a las limitaciones de su conocimiento, y acabar reconociendo que nuestra mente limitada no tiene respuesta para muchos enigmas existenciales que ella misma nos plantea».

Y añade: «Debemos acostumbrarnos a vivir sabiendo que hay cosas que no conocemos y que hay preguntas a las que no sabemos responder».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

 Fuente Fe Adulta

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¿Aún encontrará fe en este mundo?

Domingo, 16 de octubre de 2022
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images16 de octubre de 2022

Lc 18, 1-8

Continuamos nuestro camino litúrgico de la mano del Evangelio de Lucas que, este domingo, nos deja un texto complejo, ambiguo, pero muy significativo.

Jesús narra una parábola que forma parte de la pedagogía del camino tan propia de Lucas. Muy fiel a su narrativa, no se centra en contextualizar la parábola sino en meternos directamente en ella. En esta ocasión, incluso, ya la interpreta para que no nos molestemos en muchas elucubraciones. Ha introducido un tema que preocupaba mucho a las primeras comunidades cristianas: la llegada del reinado de Dios y la nueva humanidad que traía consigo. Sin embargo, Jesús parece estar más preocupado por su deseo de que ese Reino se haga realidad en el mundo que ya tenemos. El texto de hoy, claramente, pone sobre la mesa la necesidad de justicia y qué tiene qué ver Dios con ella.

La insistente petición de una viuda consigue que le haga justicia un juez que no tiene muchas ganas de ello. En cuatro momentos del breve texto se repite “Hacer justicia”. Sin duda, es el centro de la parábola y de su mensaje. Este “hacer justicia” pone en escena a dos personajes enfrentados: la viuda y su adversario. La viudedad femenina suponía una vida en soledad y desprotección, dolor y lágrimas, y solía estar asociada a la espantosa presencia de un juez corrompido. Esta figura era necesaria porque siempre existían conflictos de herencia que la ponían en pleito contra un adversario con más poder que ella. Como mujer y como oprimida no puede hacer nada con su contrario. Por eso, no tiene más opción que atosigar al juez hasta lograr recibir su justicia.

Estaremos de acuerdo en afirmar que esta parábola no desprende mucha lógica. Cabría esperar una reacción más dura del juez como castigarla o prohibirla acercarse para siempre al tribunal. Sin embargo, cede para dejar de ser molestado por las continuas quejas de la mujer. Desplacémonos ahora a la figura del juez ya que Jesús quiere que los oyentes nos paremos ante su reacción. Como este juez, muchas personas viven insensibles hacia las realidades más vulnerables, pero también pone de manifiesto que, de una manera contradictoria e inexplicable, resuelve la situación a favor de la viuda.

La intención de Jesús no parece ser blanquear la actitud del juez cuya motivación para hacer el bien no puede ser más egoísta. Tal vez pretende insistir a los  judeo-cristianos (de antes y de ahora) que vayan abandonando la imagen e interpretación de un Dios que no siempre favorece al más vulnerable sino al más cumplidor.

Si el juez humano resuelve a favor de la viuda, cuánto más el Dios que quiere revelar Jesús; un Dios que no actúa por cansancio sino por amor a sus hij@s y a los que insta a vivir en esa confianza profunda y radical. Es decir, una fe más identificada con vivir en una conexión permanente con nuestro origen, con nuestro espacio divino; la bondad, la justicia, no es una sentencia sino una consecuencia de lo que somos en nuestra existencia más esencial y profunda.

Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿aún encontrará fe en este mundo? No una fe a golpe de talón, a golpe de premio-castigo, de sentencias contra los malos, excluidos, diferentes, a golpe de ofrendas para conseguir algo, porque tiene una caducidad muy breve, porque cuando es saciada, ya no quiere más. Es lo que llamamos la tranquilidad de conciencia cuando “cumplimos” con lo que nos piden nuestros “superiores” humanos o ideológicos. Esta viuda pide justicia, es decir, no pide tranquilidad para su conciencia, pide ser reconocida en su dignidad. No pide nada material que, probablemente necesitaba, sino “existir” como ser humano con el valor intrínseco que tenemos como hij@s de Dios. No dice Jesús que cuando llegue la plenitud habrá sentencia, sólo se pregunta hasta dónde va a durar nuestra fe: si es una costumbre o un vínculo liberador que nos lleva hacia la plenitud.

Y no hay que dejar escapar la situación de la viuda que, simbólicamente, aglutina muchas realidades de nuestro planeta que necesitan ser restauradas en su dignidad y en sus derechos. Veo a las mujeres iraníes, a tantos hombres y mujeres que están siendo conducidos a perder su vida para que un dictador inhumano sacie sus delirios de poder, todas las víctimas de la violencia machista física y psicológica, cualquier violencia que mal-trata a otro ser humano. Os emplazo a seguir añadiendo situaciones personales, sociales, planetarias, que necesitan una respuesta, como esta viuda, de JUSTICIA, no desde el egoísmo sino desde la DIGNIDAD.

¡¡¡FELIZ DOMINGO!!!

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Dios juez.

Domingo, 16 de octubre de 2022
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0F039A2F-ED73-4D2F-ACDB-2A3F20DD0914Domingo XXIX del Tiempo Ordinario

16 octubre 2022

Lc 18, 1-8

Parece claro que estamos ante una “parábola de contraste” (probablemente no pronunciada por Jesús, sino construida por la comunidad posterior) que, mostrando la indignidad de un juez concreto, busca subrayar la magnanimidad de un Dios justo y solícito que cuida de los suyos.

Con todo, no deja de apreciarse un elemento sectario por parte de aquella comunidad de seguidores que se autocalifican como “sus elegidos”. Y algo que es más grave, visto siempre desde nuestra perspectiva: la imagen de Dios como juez. Tal imagen corresponde a un nivel mítico de consciencia, caracterizado -por lo que se refiere a esta cuestión- por la heteronomía, el mérito y la recompensa.

Pocas imágenes han pervertido tanto la conciencia religiosa como esta de “Dios Juez” que, tal como se enseñaba habitualmente en la predicación y en la catequesis, te estaba vigilando constantemente (“mira que te mira Dios…”), no se le escapaba nada y anotaba todo para darte el castigo merecido.

Tal imagen contaminó la conciencia religiosa inoculando en generaciones cristianas sentimientos angustiantes de miedo y de culpa. Como ha quedado dicho, se trata de una imagen mítica, pero extremadamente fácil de grabar en la conciencia y sumamente “eficaz” para sostener la institución religiosa, que poseía el poder de definir el comportamiento moral.

Resultaba fácil de inocular porque se asentaba en la experiencia vivida con las figuras parentales (percibidas como “jueces” que premian o castigan): se trata, sin duda, de un esquema infantil, seguramente ya olvidado, pero no por ello menos activo en la vida adulta. Es sabido que los esquemas o patrones vividos en la infancia quedan grabados a fuego en el cerebro, por lo que tienden a perpetuarse, condicionando nuestro modo de ver y de vivir, hasta que no se “ajustan cuentas” con ellos.

Y se convertía en un eficaz instrumento de sumisión porque la persona que se siente culpable (piénsese en el fenómeno frecuente de los “escrúpulos” en el ámbito religioso) está dispuesta a someterse con tal de liberarse de aquel sentimiento agobiante.

La espiritualidad acaba con la imagen de un “dios juez” y con todo sentimiento de culpa. Se comprende que “Dios” no es un Ente que dirige nuestra vida desde fuera y marca nuestro comportamiento en base a premios y castigos, sino la Realidad última que nos constituye. Por decirlo brevemente, “Dios” no es un Ser, sino un estado de ser. A su vez, esta comprensión muestra el engaño y la perversión de la culpabilidad; lo que emerge, en su lugar, es responsabilidad.

¿Mantengo imágenes míticas De Dios?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Orar es demorarse en Dios para que nos importen los hombres…

Domingo, 16 de octubre de 2022
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ORAR-GRANDEDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Orar en la vida.

El tema central de este domingo es la oración.

San Lucas es el evangelista que más presenta a Jesús orando.

Jesús les cuenta a los suyos esta parábola del juez injusto y la pobre viuda para mostrarles la necesidad de orar siempre y sin desanimarse.

Orar es la actitud en la vida de abiertos a Dios, en silencio (no digáis muchas palabras) y a la escucha del Señor. Orar es poner en Dios nuestra vida y todo lo que ella conlleva. Orar es ver la vida desde Dios, al menos intentarlo.

    JesuCristo vivió toda su existencia en oración, es decir vivió siempre en relación con Dios, en comunión con Dios.

Jesús vivió con la mirada puesta en Dios Padre. Frecuentemente pasaba la noche orando a Dios. Toda su vida fue una oración.

¡Cuántas vueltas no le daría Jesús a su situación ante el templo, el culto, los sacerdotes, zelotas, los fariseos – la ley, la justicia, el amor, los pobres! Tal y como iban  las cosas, Jesús pensó, oró en su final Jesús se preguntaría muchas veces: ¿Cómo terminaré? ¿Lo que estoy haciendo será lo que Dios Padre quiere?

02.- Orar no es pedir cosas.

ilíaOrar no es pedir cosas, sino confiar infinitamente en Dios.

Quien cree y confía en Dios, pone su vida, sus problemas en Él y vive toda la existencia desde Dios. Solamente ora quien cree y confía.

    A veces nos dirigimos a un Dios que desconociera nuestros problemas, y no es así.

Si pensamos que Dios ya ve los problemas humanos, pero no puede o no quiere intervenir, todavía sería peor.

No se trata, pues, de pedir que Dios acabe con el hambre en el mundo, que pare la guerra o que cure un cáncer. Como bien sabemos, Dios no hace, ni va a hacer esas cosas, si es que no las hacemos nosotros o, cuando menos, no comenzamos a trabajar. ¿Qué hace Dios por el problema del hambre en el mundo? Pues nos ha hecho a nosotros: dadles vosotros de comer…

Porque la oración no consiste en pedir que Dios se salte las leyes de la creación, que por otra parte Él mismo ha dispuesto. Oramos para que tal enfermo o nosotros mismos vivamos con dignidad y sobrellevemos humana y dignamente nuestra enfermedad, nuestras limitaciones, nuestra propia muerte.

Cuando oramos, ponemos nuestra vida y la de nuestros hermanos los hombres ante Dios. En la oración tomamos conciencia de nuestra indigencia, hacemos presente ante Dios nuestra situación; nuestra oración es expresión de la preocupación y compromiso que sentimos por los problemas y las situaciones.

Cuando Dios trabaja, el que suda es el ser humano.

Cuando de nada nos sirve rezar escribía Antonio Machado y cantaba JM Serrat. Cuando de nada nos sirve rezar, permanezcamos silenciosamente en oración en el Señor. Él escucha nuestra presencia. Él alivia la profundidad de nuestra vida.

03.- La oración es un encuentro y una experiencia.

Somos cristianos porque hemos experimentado el amor de Dios, por eso nos acercamos a él para presentarle y compartir nuestras necesidades, expresarle también nuestras quejas o manifestar nuestro agradecimiento.

No hay que hablar mucho: no digáis muchas palabras… (Mt 6,7). Dios ya conoce nuestra historia y nuestras historias. Basta con estar con el Señor.

En estos tiempos de prisas y de ansiedades, orar es encontrarse con el Señor en quietud, en calma, permanecer en Él.

    Cristo nos llama a orar, pero no tanto porque Dios no conozca nuestros problemas o no nos escuche, o para ver si nos cae la lotería o apruebo el examen de fin de curso, o nos cura de esta enfermedad sino porque nosotros mismos necesitamos vivir siempre desde Dios. Orar es vivir en el Señor.

    Orar es acoger el don de Dios. La oración no cambia a Dios, sino al que ora. El Señor Jesús vivió toda su existencia desde Dios, en oración.

    La oración es, pues, valiosa, realizadora y, por eso, los creyentes oramos, vivimos en una actitud de oración.

Orar es distinto de rezar. Orar es vivir en referencia a Dios. Orar es demorarse en Dios.

Rezar es expresar nuestra apertura a Dios. Muchas, las más de las veces de forma muy elemental. Hacer la señal de la cruz a un enfermo, un avemaría en momentos de abatimiento es más valioso y eficaz que todas las verborreas y moniciones litúrgicas. Una señal de la cruz es un “icono” que nos evoca -llama- a la ultimidad de Dios.

A veces la oración es aquello de Santa Teresa de Jesús:

Nada te turbe; nada te espante;

Todo se pasa; Dios no se muda;

la paciencia todo lo alcanza.

Quien a Dios tiene, nada le falta.

Sólo Dios basta.

 

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“¿Seguimos creyendo en la justicia?”. 29 Tiempo ordinario – C (Lucas 18,1-8)

Domingo, 20 de octubre de 2019
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29-TO-C-300x268Lucas narra una breve parábola indicándonos que Jesús la contó para explicar a sus discípulos «cómo tenían que orar siempre sin desanimarse». Este tema es muy querido al evangelista que, en varias ocasiones, repite la misma idea. Como es natural, la parábola ha sido leída casi siempre como una invitación a cuidar la perseverancia de nuestra oración a Dios.

Sin embargo, si observamos el contenido del relato y la conclusión del mismo Jesús, vemos que la clave de la parábola es la sed de justicia. Hasta cuatro veces se repite la expresión «hacer justicia». Más que modelo de oración, la viuda del relato es ejemplo admirable de lucha por la justicia en medio de una sociedad corrupta que abusa de los más débiles.

El primer personaje de la parábola es un juez que «ni teme a Dios ni le importan los hombres». Es la encarnación exacta de la corrupción que denuncian repetidamente los profetas: los poderosos no temen la justicia de Dios y no respetan la dignidad ni los derechos de los pobres. No son casos aislados. Los profetas denuncian la corrupción del sistema judicial en Israel y la estructura machista de aquella sociedad patriarcal.

El segundo personaje es una viuda indefensa en medio de una sociedad injusta. Por una parte, vive sufriendo los atropellos de un «adversario» más poderoso que ella. Por otra, es víctima de un juez al que no le importa en absoluto su persona ni su sufrimiento. Así viven millones de mujeres de todos los tiempos en la mayoría de los pueblos.

En la conclusión de la parábola, Jesús no habla de la oración. Antes que nada, pide confianza en la justicia de Dios: «¿No hará Dios justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?». Estos elegidos no son «los miembros de la Iglesia» sino los pobres de todos los pueblos que claman pidiendo justicia. De ellos es el reino de Dios.

Luego, Jesús hace una pregunta que es todo un desafío para sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?». No está pensando en la fe como adhesión doctrinal, sino en la fe que alienta la actuación de la viuda, modelo de indignación, resistencia activa y coraje para reclamar justicia a los corruptos.

¿Es esta la fe y la oración de los cristianos satisfechos de las sociedades del bienestar? Seguramente, tiene razón J. B. Metz cuando denuncia que en la espiritualidad cristiana hay demasiados cánticos y pocos gritos de indignación, demasiada complacencia y poca nostalgia de un mundo más humano, demasiado consuelo y poca hambre de justicia.

José Antonio Pagola

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Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan. Domingo 20 de octubre de 2019. 29º Ordinario

Domingo, 20 de octubre de 2019
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54-ordinarioc29-cerezoDe Koinonia:

Éxodo 17,8-13: Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel.
Salmo responsorial: 120: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
2Timoteo 3, 14-4, 2: El hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.
Lucas 18, 1-8: Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan

Jesús propuso esta parábola para invitar a sus discípulos a no desanimarse en su intento de implantar el reinado de Dios en el mundo. Para ello, además de trabajar duro, deberán ser constantes en la oración, como la viuda lo fue en pedir justicia hasta ser oída por aquél juez que hacía oídos sordos a su súplica. Su constancia, rayana en la pesadez, llevó al juez a hacer justicia a la viuda, liberándose de este modo de ser importunado por ella.

Esta parábola del evangelio tiene un final feliz, como tantas otras, aunque no siempre suele suceder así en la vida. Porque, ¿cuánta gente muere sin que se le haga justicia, a pesar de haber estado de por vida suplicando al Dios del cielo? ¿Cuántos mártires esperaron en vano la intervención divina en el momento de su ajusticiamiento? ¿Cuántos pobres luchan por sobrevivir sin que nadie les haga justicia? ¿Cuántos creyentes se preguntan hasta cuándo va a durar el silencio de Dios, cuándo va a intervenir en este mundo de desorden e injusticia legalizada? ¿Cómo permite el Dios de la paz y el amor esas guerras tan sangrientas y crueles, el demencial armamento militar, el derroche de recursos que destruyen el medio ambiente, el hambre, la desigualdad creciente entre países y entre ciudadanos?

En medio de tanto sufrimiento, al creyente le resulta cada vez más difícil orar, entrar en diálogo con ese Dios a quien Jesús llama “padre”, para pedirle que “venga a nosotros tu reinado”. Desde la noche oscura de ese mundo, desde la injusticia estructural, resulta cada día más duro creer en ese Dios presentado como omnipresente y omnipotente, justiciero y vengador del opresor.

O tal vez haya que cancelar para siempre esa imagen de Dios a la que dan poca base las páginas evangélicas. Porque, leyéndolas, da la impresión de que Dios no es ni omnipotente ni impasible –al menos no ejerce como tal-, sino débil, sufriente, “padeciente”; el Dios cristiano se revela más dando la vida que imponiendo una determinada conducta a los humanos; marcha en la lucha reprimida y frustrada de sus pobres, y no a la cabeza de los poderosos.

El cristiano, consciente de la compañía de Dios en su camino hacia la justicia y la fraternidad, no debe desfallecer, sino insistir en la oración, pidiendo fuerza para perseverar hasta implantar su reinado en un mundo donde dominan otros señores. Sólo la oración lo mantendrá en esperanza.

No andamos dejados de la mano de Dios. Por la oración sabemos que Dios está con nosotros. Y esto nos debe bastar para seguir insistiendo sin desfallecer. Lo importante es la constancia, la tenacidad. Moisés tuvo esa experiencia. Mientras oraba, con las manos elevadas en lo alto del monte, Josué ganaba en la batalla; cuando las bajaba, esto es, cuando dejaba de orar, los amalecitas, sus adversarios, vencían. Los compañeros de Moisés, conscientes de la eficacia de la oración, le ayudaron a no desfallecer, sosteniéndole los brazos para que no dejase de orar. Y así estuvo –con los brazos alzados, esto es, orando insistentemente-, hasta que Josué venció a los amalecitas. De modo ingenuo se resalta en este texto la importancia de permanecer en oración, de insistir ante Dios.

En la segunda lectura Pablo también recomienda a Timoteo ser constante, permaneciendo en lo aprendido en las Sagradas Escrituras, de donde se obtiene la verdadera sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. El encuentro del cristiano con Dios debe realizarse a través de la Escritura, útil para enseñar, reprender, corregir y educar en la virtud. De este modo estaremos equipados para realizar toda obra buena. El cristiano debe proclamar esta palabra, insistiendo a tiempo y a destiempo, reprendiendo y reprochando a quien no la tenga en cuenta, exhortando a todos, con paciencia y con la finalidad de instruir en el verdadero camino que se nos muestra en ella. Leer más…

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20.10.19. Dom 29 ciclo C. Lc 18, 1-8 Voz de la Viuda, el grito de los Pobres de la Tierra

Domingo, 20 de octubre de 2019
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juez250Del blog de Xabier Pikaza:

Si desoye a la viuda (Amazonia) la Iglesia se muere, se seca la tierra

Desde la experiencia del holocausto (shoa), E. Levinas, judío experto en opresiones, nos habló de la eficacia del “rostro suplicante”. El mayor poder del mundo no es la bomba, ni un Estado pretendidamente soberano, ni el gran Capital/Mamona, una Iglesia triunfara, sino un rostro impotente que mira y suplica, pues lleva en el fondo toda la energía de Dios.

Esta es la eficacia del Dios/Viudo (Dios/Viuda), el impotente supremo que todo lo puede en amor, mirando y creando así todas las cosas, como decía Juan de la Cruz, al afirmar que Dios creaba estrellas y personas “con sola su mirada”, en amor.  El evangelio de hoy no habla del Dios-Viuda que mira impotente, que llama y que crea con su  grito, con la mirada hecha grito a favor de la vida.

Las viudas son para la Biblia judía y cristiana el prototipo de los necesitados, personas sin derechos familiares (no tienen ya padre, ni tienen marido ni hijos), sometidas a la arbitrariedad de los poderosos. Pues bien, las viudas aparecen de un modo especial en el evangelio de Lucas, que seguimos leyendo este domingo:

14718708_665266803650515_7437983696970535053_nEntre los que esperan y saludan a Jesús en su nacimiento hay una viuda (Lc 2, 37); Eetre los que piden la ayuda de Jesús está  la viuda de Naím (Lc 7, 12) con sus hijo muertos…

Hacia el final del evangelio está la  viuda que da todo lo que tiene, en gesto de suprema generosidad (Lc 21, 2-3). Pues bien, hoy aparece esta viuda suplicante (Lc 18, 1-8), una mujer que no tiene nada, y que sin embargo puede conseguirlo todo a través de su grito.

    Para los que piensan que no merece la pena salir a la calle y gritar (en plano social y religioso, político y eclesial) nos sale al encuentro este evangelio

Texto

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: Hazme justicia frente a mi adversario. Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.

Y el Señor añadió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? (Lucas 18, 1-8)

La viuda “cree” en el valor de su insistencia:

images está convencida de que el juez le atenderá, si se mantiene firme y pide, una y otra vez, con actitud que puede llegar a ser “desagradable” para el mismo juez (¡puede acabar pegándole en la cara!). La súplica de la viuda (¡que no tiene más recurso que su insistencia!) puede transformar al mismo juez.

En el contexto bíblico, esta viuda que “pide justicia”, de un modo insistente, es signo de todos los pobres del mundo que sólo cuentan con eso que la tradición católica ha llamado la “omnipotencia suplicante” (aplicada a la Virgen María, cuando intercede por los hombres). Pues bien, en nuestro caso, esta viuda es la Virgen María, que es omnipotente por su forma de pedir.

Traslademos el gesto de la viuda a nuestro mundo, a todos los pobres y excluidos de la sociedad.

 Ciertamente, el mal juez (los malos poderes del mundo, que no creen en Dios ni en la justicia) puede ignorar a los que piden, gritan, se manifiestan. ¿Qué le importa al sistema la vida o muerte de los pobres? ¿Qué le importa al capitalismo la suerte de los miles de hombres y mujeres que mueren cada día de hambre o abandono? No, en un primer momento, a los jueces del mundo no les importa nada. Ellos van a lo suyo: su justicia particular, si imperio, su dinero, los demás que mueren. Pero esa respuesta no está tan clara: ¡Si todos los pobres gritan, como esa viuda, el sistema tiembla!

 Ésta parábola no es una palabra particular (circunstancial) de Jesús, sino que ella recoge la experiencia más honda de la Biblia, desde los hebreos de Egipto que gritan y Dios les escucha (Ex 2). En contra de lo que se dice, al final de todo no está el triunfo militar de los más fuertes, ni el poder del dinero, sino el poder más alto, la omnipotencia del grito, un grito incesante, de no-violencia activa.

El problema está en que la mayoría callan o se doblegan ante el sistema,

 ante el orden de opresión del mundo, pidiendo pequeñas migajas, subsidios pequeños…, para que todo siga igual. Pues bien, en contra de eso, esta viuda grita, en gesto de manifestación radical. ¡Una y otra vez se eleva ante el juez!, que controla los grandes poderes del mundo (tiene a su servicio el ejército, la policía, la cárcel y el dinero). Pero la viuda tiene algo más fuerte: Su grito insistente, su protesta continua, su “huelga” sin fin (su no-violencia activa).

             Si todas las viudas del mundo gritaran, si todos los que están engañados por esta sociedad elevaran la voz y se plantaran, los grandes jueces tendrían que decir, pues no se pude vivir en este mundo enfrentándose a todos.

La omnipotencia de los que gritan, pidiendo justicia

 He visto el rostro de esta viuda por doquier,aquí en Castilla donde vivo, en la Iglesia de la que formo parte,y, de un modo especial, entre los hombres y mujeres que sufren y llaman, a lo largo y a lo ancho de la tierra. Leer más…

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“La oración de la Iglesia perseguida. Domingo 29 Ciclo C”. Domingo 29 Ciclo C

Domingo, 20 de octubre de 2019
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Iglesia persguidaDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Un enfoque distinto de la oración

            Los cristianos para los que Lucas escribió su evangelio no estaban muy acostumbrados a rezar, quizá porque la mayoría de ellos eran paganos recién convertidos. Igual que muchos cristianos actuales, sólo se acordaban de santa Bárbara cuando truena. Lucas se esforzó por inculcarles la importancia de la oración: les presentó a Isabel, María, los ángeles, Zacarías, Simeón, pronunciando las más diversas formas de alabanza y acción de gracias; y, sobre todo, a Jesús retirándose a solas para rezar en todos los momentos importantes de su vida.

El comienzo del evangelio de este domingo (Lucas 18, 1-8) parece formar parte de la misma tendencia: “En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola”. Sin embargo, el final nos depara una gran sorpresa.

            En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:

            ‒ Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle:

            ‒ Hazme justicia frente a mi adversario.

            Por algún tiempo se negó, pero después se dijo:

            ‒ Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.

            Y el Señor añadió:

            ‒ Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios…

Interrumpe la lectura y pregúntate cuál sería el final lógico. Probablemente éste: Pues Dios, ¿no escuchará a los quienes le suplican continuamente, sin desanimarse?

Sin embargo, no es así como termina la parábola de Jesús, sino con estas palabras:

Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar.

El acento se ha desplazado al tema de la justicia, a una comunidad angustiada que pide a Dios que la salve. No se trata de pedir cualquier cosa, aunque sea buena, ni de alabar o agradecer. Es la oración que se realiza en medio de una crisis muy grave.

Los elegidos que gritan día y noche

Recordemos que Lucas escribe su evangelio entre los años 80-90 del siglo I. Algunas fechas ayudan a comprender mejor el texto.

Año 62: Asesinato de Santiago, hermano del Señor.

Año 64: Nerón incendia Roma. Culpa a los cristianos y más tarde tiene una persecución en la que mueren, entre otros muchos, según la tradición, Pedro y Pablo.

Año 66: los judíos se rebelan contra Roma. La comunidad cristiana de Jerusalén, en desacuerdo con la rebelión y la guerra, huye a Pella.

Año 70: los romanos conquistan Jerusalén y destruyen el templo.

Año 81: sube al trono Domiciano, que persigue cruelmente a los cristianos y promulga la siguiente ley: “Que ningún cristiano, una vez traído ante un tribunal, quede exento de castigo sin que renuncie a su religión”.

En este contexto de angustia y persecución se explica muy bien que la comunidad grite a Dios día y noche, y que la parábola prometa que Dios le hará justicia frente a las injusticias de sus perseguidores.

Sin embargo, Lucas termina con una frase desconcertante: Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

La venida del Hijo del Hombre

¿A qué viene esta referencia al momento final de la historia, que parece fuera de sitio? Para comprenderla conviene leer el largo discurso de Jesús que sitúa Lucas inmediatamente antes de la parábola de la viuda y el juez (Lc 17,20-37). Algunos pasajes de ese discurso parecen escritos teniendo en cuenta lo ocurrido el año 79, cuando el Vesubio entró en erupción arrasando las ciudades de Pompeya y Herculano. Muchos cristianos debieron de ver este hecho como un signo precursor del fin del mundo y de la vuelta de Jesús. Ese mismo tema lo recoge Lucas al final de la parábola para relacionar la oración en medio de las persecuciones con la segunda venida de Jesús.

La fe de una oración perseverante

El tema de la vuelta del Señor es esencial para entender el evangelio de Lucas, aunque subraya que nadie sabe el día ni la hora, y que es absurdo perderse en cálculos inútiles. Lo importante es que el cristiano no pierda de vista el futuro, la meta final de la historia, que culminará con la vuelta de Jesús y el final de las persecuciones injustas.

Pero esa no era entonces la actitud habitual de los cristianos, ni tampoco ahora. Lo habitual es vivir el presente, sin pensar en el futuro, y mucho menos en el futuro definitivo, que nos resulta, hoy día, mucho más lejano que a los hombres del siglo I.

Eso es lo que quiere evitar el evangelio cuando termina desafiándonos: Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? Que nuestra fe no se limite a cinco minutos o a un comentario, sino que nos impulse a clamar a Dios día y noche.

La trampa de Lucas

Como en otras ocasiones, plantea un tema con el que el lector puede sentirse en desacuerdo: Jesús rezó sin desfallecer, hasta derramar sangre, y lo mataron; a los apóstoles los mataron; a los cristianos los persiguieron.

¿En qué consiste hacer justicia? La solución en Hechos: la comunidad perseguida no pide que le hagan justicia sino que le den fuerza para seguir proclamando el evangelio. Y eso lo consiguen por acción del Espíritu Santo.

La primera lectura (Éxodo 17,8-13)

Propone las mismas ideas del evangelio aunque de forma que a muchos puede resultar políticamente incorrecta. Los amalecitas, un pueblo nómada, atacaban a menudo a los israelitas durante su peregrinación por el desierto hacia la Tierra Prometida. Una persecución parecida a la que sufrieron los cristianos por parte de Roma. Pero Moisés no espera que Dios intervenga para salvarlos; ordena a Josué que los ataque. Lo interesante del relato es que mientras Moisés mantiene las manos en alto, en gesto de oración, los israelitas vencen; cuando las baja, son derrotados. Pero a los judíos nunca le faltan ideas prácticas para solucionar el problema. Lee el texto.

            En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué:

            ‒ Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano.

            Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; mientras Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec. Y, como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada.

Este texto ha sido elegido porque va en la línea de orar siempre sin desanimarse que intenta inculcar el evangelio. Pero la idea de usar la oración para matar amalecitas no parece la más evangélica.

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Domingo XXIX del Tiempo Ordinario. 20 octubre, 2016

Domingo, 20 de octubre de 2019
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“Para mostrar (a sus discípulos)  la necesidad de orar siempre, sin desanimarse, Jesús les contó esta parábola. Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había también en aquella ciudad una viuda que no cesaba de suplicarle: `hazme justicia frente a mi enemigo`. El juez se dijo: ´aunque no temo a Dios ni respeto a nadie, es tanto lo que esta viuda me importuna, que le haré justicia para que deje de molestarme de una vez´. Y el Señor añadió: ´cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará fe en la tierra?”.

(Lc 18,1-8)

¡Qué bella invitación nos hace Jesús! Nos llama a perseverar, a confiar en nuestro Dios.

La oración cristiana es una relación personal con Dios. Relación que nos descubre lo que en verdad somos: ¡Hijas e hijos de Dios! No hay mayor gozo para una persona buscadora de interioridad que saber que Dios Padre está esperando nuestra súplica insistente, como la de la viuda.

Súplica que es un balbuceo del corazón, una mirada confiada. Un dejarse descubrir por la ternura de Dios Padre-Madre, que no responde cansado y malhumorado como el juez, sino con amor tierno a nuestras miradas, a nuestras búsquedas, a nuestras añoranzas de interioridad.

Este es el fin de nuestra oración: llegar a las entrañas de Dios, dejarnos tocar, dejarnos atraer por su Amor. Y esta experiencia tiene retorno, no queda en las nubes perdida,  sino que nos enseña: “aprended a hacer el bien, buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended a la viuda” (Is 1,17) todo lo contrario del juez.

Oración

Abre tu corazón, levanta la mirada más allá de lo tangible y con corazón suplicante pon en manos de Dios Padre-Madre el dolor de la humanidad y el tuyo propio. Ante Él todo se transforma.

*

Fuente: Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios no tiene que hacer justicia

Domingo, 20 de octubre de 2019
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persistent_widow-60184351_stdLc 18,1-8

Comentar las lecturas de hoy es complicado porque, partiendo de ellas, tenemos que concluir literalmente lo contrario de lo que dicen. La 1ª: el mito de la elección. El Dios de Jesús no puede estar en contra de nadie. Amalec es para Dios tan querido como el pueblo israelita, aunque los judíos sigan pensando otra cosa. La 2ª: El mito de la inspiración. No toda la Escritura es útil para enseñar. Recordad las palabras de Jesús: habéis oído que se dijo… pero yo os digo… La 3ª: el mito de la justicia de Dios. Ni ahora ni después, ni al que se lo pida con insistencia ni al que no se lo pida, va a hacer justicia humana de ninguna manera.

La Escritura es fruto de una experiencia religiosa personal, pero está expresada en conceptos que corresponden a una visión mítica del mundo. Al intentar entenderla y juzgarla desde nuestra mentalidad, que ya no es mítica, distorsionamos el mensaje. Debemos tener la valentía de separar el mensaje del envoltorio en que ha sido transmitido. Nuestra teología ha sido un intento de convertir el mito en logos. La racionalización del mito nos impide descubrir su valor y nos lleva a una falsificación de la verdad que en él se contiene.

La modernidad cometió el error de lanzar por la borda la increíble riqueza de la experiencia religiosa, porque confundió el embalaje mítico en que venía presentada con la verdad que quería trasmitir. Con el agua del baño hemos tirado por la ventana al niño. Pero las religiones, sobre todo la nuestra, sigue manteniendo el error de no querer prescindir del envoltorio porque después de tanto tiempo insistiendo en que había que mantener a toda costa el mito, ahora no tienen la valentía de proponer la verdad separada del mismo mito.

Hoy es imprescindible atender al contexto para entender el texto. A continuación del relato de los diez leprosos, que hemos leído el domingo pasado, le preguntan a Jesús los fariseos sobre cuándo llegará el Reino de Dios. Jesús responde con afirmaciones sobre el Reino de Dios y sobre la última venida del Hijo del hombre. Con la perspectiva de ese pequeño apocalipsis, el relato de hoy cobra su verdadero sentido. No trata de prevenir cualquier desánimo, sino del peligro de caer en el desaliento porque la parusía se retrasaba demasiado. Recordemos que la expectativa de un final inmediato era el ambiente en que se vivió el primer cristianismo.

La parábola del juez y la viuda no tiene aplicación posible desde nuestra religiosidad actual. No podemos poner como modelo para Dios a un juez injusto que actúa por aburrimiento. Es que ni siquiera podemos esperar que haga justicia. Hoy sabemos que Dios no puede tener ahora una postura y otra para dentro de una hora o para el final de los tiempos. Dios es siempre el mismo y no puede cambiar para amoldarse a una petición. No tenemos que esperar al final del tiempo para descubrir la bondad de Dios sino descubrir a Dios presente, incluso en todas las calamidades, injusticias y sufrimientos que los hombres nos causamos unos a otros.

El tema es de máxima importancia, porque la oración, en cualquiera de sus formas, es una de las manifestaciones religiosas que más nos dice sobre nuestra manera de entender a Dios y al hombre. Lo que esperamos de la oración de petición nos puede servir de test para comprender el estadio en que se encuentra nuestra religiosidad. Agustín, con su genialidad, nos ha metido por un callejón sin salida cuando afirmó que la oración no era eficaz, quia malum, quia mala, quia male. Que quiere decir: porque soy malo, porque pido cosas malas, porque las pido de mala manera. Este razonamiento es insostenible porque, constatado que Dios no responde, nos las arreglamos para dejar a salvo a Dios, pues la culpa la tenemos siempre nosotros.

De manera menos lapidaria yo me atrevo a decir: Si rezamos, esperando que Dios cambie la realidad: malo. Si esperamos que cambien los demás, malo, malo. Si pedimos, esperando que el mismo Dios cambie: malo, malo, malo. Y si terminamos creyendo que Dios me ha hecho caso y me ha concedido lo que le pedía: rematadamente malo. Cualquier argucia es buena, con tal de no vernos obligados a hacer lo único que es posible: cambiar nosotros.

No es tarea de Dios impartir justicia humana, y la justicia divina se está realizando en todo momento. Para Él todo está en orden en cada instante. El que es objeto de injusticia no será afectado en su verdadero ser si él no se deja arrastrar por la misma injusticia. La justicia humana se impone por el poder judicial. Cuando pedimos a Dios que imponga “justicia” le estamos pidiendo que actúe para restablecer un desequilibrio. Para Dios todo está siempre en absoluto equilibrio, no necesita equilibrar nada. Dios no puede actuar contra nadie por malo que sea. Dios está siempre con los oprimidos, pero nunca contra los opresores.

En la Biblia “hacer justicia” es liberar al oprimido. Esta era la acción más propia de Dios. El pueblo de Israel interpretó los acontecimientos favorables como acción de Dios a su favor. Pero cuando las cosas le iban mal tenían que concluir que se debía a que no habían sido fieles a la Alianza. La verdad es que ante las mayores injusticias de entonces y de ahora, Dios se calla. Es muy difícil armonizar este silencio de Dios con la insistencia en la eficacia de la oración. Dios no puede hacer justicia, tal como la entendemos los humanos.

Aquí no se trata de la oración sino de la petición a Dios de justicia para los oprimidos. No debemos esperar la acción puntual de Dios, sino descubrir su presencia en todo acontecer y en toda situación. Es mucho más importante saber aguantar la injusticia que alcanzar nuestra justicia. Es mucho más importante ser siempre “justos” que conseguir justicia de otros. La justicia de Dios es una actitud que permite descubrir todo lo que puedo esperar en el momento actual, sin que Dios tenga que hacer nada, mucho menos teniendo que echar mano de su poder.

La oración no la hago para que la oiga Dios, sino para escucharla yo mismo y darme la ocasión de profundizar en el conocimiento de mi ser profundo. Todo ello me llevará a dar sentido al sinsentido aparente. El silencio de Dios me obliga a profundizar en la realidad que me desborda y a buscar la verdadera salida, no la salida fácil de una solución externa del problema, sino la búsqueda del verdadero sentido de mi vida en esa circunstancia. Mi justicia la tengo que hacer yo en mí. La injusticia del otro no me debe hacer injusto a mí.

Pedir a Dios justicia, aquí o para el más allá, es mantener el ídolo que hemos creado a nuestra medida. La justicia en el más allá se inventó precisamente para armonizar la idea de un Dios justo al modo humano con la realidad de una injusticia presente. En tiempo de los macabeos se vio que los males que afligían a los seres humanos no se podían explicar como castigo de Dios, porque Antíoco estaba sacrificando precisamente a los más fieles a la Ley. Para superar esa contradicción se sacó de la manga un castigo y un premio para después de la muerte.

El mensaje de Jesús está sin estrenar. ¿A quién de nosotros se nos ha ocurrido alguna vez dar la túnica al que nos roba el manto? ¿Quién ha puesto una sola vez la otra mejilla cuando le han dado una bofetada? Ni siquiera admitimos la posibilidad de entrar en la dinámica del evangelio. Todo lo contrario, tratamos por todos los medios de que Dios se acomode a nuestra manera de pensar y actúe como actuamos nosotros. La única manera de ser justo es no practicar ninguna injusticia. Este es el sentido que tiene casi siempre “justicia” en la Biblia.

Meditación

La mayor injusticia, sufrida desde esta perspectiva,
es compatible con la plenitud humana más absoluta.
Nuestra justicia está siempre mezclada con la venganza.
Mi plenitud no está en la derrota del enemigo
sino en dejarme derrotar por mantenerme en el amor.
Esto es el evangelio. ¿Quién se lo cree?

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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