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“Llevar la muerte de un lado a otro”, por Carlos Osma

Viernes, 30 de abril de 2021
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jerusalem-1762467_1920De su blog Homoprotestantes:

En el Evangelio de Juan fueron José de Arimatea y Nicodemo quienes tras la crucifixión pidieron a Pilato el cuerpo de Jesús, lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas y lo pusieron dentro de un sepulcro vacío. No eran dos personas cualquiera, José de Arimatea era miembro del Sanedrín, una asamblea o consejo de ancianos que administraba justicia interpretando la Torá, y Nicodemo un fariseo y líder religioso respetable. Ambos habían creído en Jesús, pero no se atrevieron a seguirlo públicamente, la razón nos la explicita claramente el evangelio: tenían miedo de los judíos, por eso lo seguían en secreto. [1]

No me sorprende que el evangelista utilice a estos dos personajes para transportar el cuerpo sin vida de Jesús de la cruz al sepulcro, y que finalmente no sean testigos de su resurrección. Su papel se circunscribe a llevar la muerte de un lugar a otro, en tratar de dar dignidad a un cadáver para que no acabe en una fosa común, y en mostrar respeto por el cuerpo traspasado del maestro. El miedo se lleva muy bien con la muerte, es el espacio en el que se envuelve con más seguridad, los cobardes siempre saben lo que hay que hacer con quienes otros han crucificado, y se sienten interpelados para esconder a los ajusticiados en sepulcros donde nadie pueda recordar su humillación. No es fácil para los cobardes mirar a quienes han llevado la dignidad hasta sus últimas consecuencias.

Uno aprende con el tiempo a reconocer a los Josés de Arimatea y los Nicodemos que se va encontrando por el camino, a esos respetables cristianos que encuentras al final de todas las injusticias recogiendo amorosamente los cadáveres, pero que nunca los has visto denunciarlas antes. Esos que hablan con palabras tan bonitas, profundas y bíblicas, pero son incapaces de hablar con su propia vida, reconociendo quienes son, qué piensan, a quienes aman, o qué desean. Religiosos con responsabilidades, respetados, que creen en la vida, pero que tienen demasiado miedo como para escapar de la muerte en la que se han instalado. Josés de Arimatea y Nicodemos que no han entendido qué significa ser seguidores de Jesús, a los que solo les preocupa no ser expulsados de sus congregaciones, que predican el Reino de Dios, pero son incapaces de comprometerse para que se haga presente.

La primera vez que Nicodemo había ido a encontrarse con Jesús, era de noche, buscó el momento propicio para no ser descubierto por el resto de fariseos, y cuando estuvo con él le reconoció como maestro, como enviado de Dios. Pero Jesús le advirtió que si quería ver el Reino de Dios, debía nacer de nuevo. [2] Lo que Nicodemo tenía no era vida, era otra cosa, Jesús se lo dijo claramente, pero Nicodemo no pudo o no quiso entenderlo, para él tener que estar escondido era la única vida que conocía, y la única por la que estaba dispuesto a luchar, el Reino le quedaba demasiado lejos. ¿Cómo puede un hombre nacer cuando es viejo?, [3] le preguntó a Jesús, ¿cómo puede un cristiano hablar de vida cuándo solo conoce la muerte?, podríamos preguntar hoy nosotros a tantos respetables cristianos que viven escondidos por temor a lo que puedan pensar de ellos.

José de Arimatea y Nicodemo no denunciaron la cruz de Jesús, únicamente se limitaron a tratar con humanidad y respeto a un muerto al que habían creído, y al que consideraban venido de Dios. Se apiadaron de la víctima, pero después de haberla negado públicamente. Y la pusieron dentro de un sepulcro, porque allí es donde acaba el único reino que son capaces de construir los cobardes. Pero el Reino de Dios no es un sepulcro, y eso lo olvidan los religiosos que no han nacido de nuevo. El Dios de Jesús es un Dios de vida, de luz, de verdad, de compromiso y valentía, que se pone al lado de las víctimas desde el primer momento, y que al final no las deja en un sepulcro, sino que las llama de nuevo a la vida.

No pueden ser testigos de la resurrección quienes tienen como motor de sus vidas el miedo, y lo que los demás puedan pensar de ellos; su final es un sepulcro al lado de la cruz. No hay vida para quienes se aferran a la muerte con tanta determinación. La resurrección se fundamenta en la esperanza, y la esperanza en el seguimiento, no existe cristianismo sin seguimiento ni esperanza. Abandonar una vida de muerte no es fácil, pero es posible nacer de nuevo, es posible arriesgarlo todo, dejarlo todo, para seguir la vida que Jesús representa. El miedo nunca es el camino, el Evangelio de Juan lo afirma con rotundidad: el camino, la verdad y la vida es Jesús[4].

Carlos Osma

 Notas:

[1] Jn 19,38

[2] Jn 3,3

[3] Jn 3, 4.

[4] Jn 14,6

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Ella corre y ellos tras ella

Miércoles, 7 de abril de 2021
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pexels-photo-2480530“¡Que la Pascua sea un tiempo de movimiento y cada cual discierna hacia donde correr!”

A propósito de Jn 20, 1-9
Mari Paz López Santos
Madrid

ECLESALIA, 04/04/21.- Después de los acontecimientos, del profundo sufrimiento de los días anteriores, que se había quedado pegado a todo su ser, se puso en camino al amanecer; que no era tal porque todavía estaba oscuro.

Quizás eran sus ojos que seguía velados por las lágrimas y la tiniebla interior. Pero aún le esperaba una oscuridad más profunda: el hueco del sepulcro abierto… ¡Se lo han llevado!

De pronto el universo entero parece que empezó a correr.

María Magdalena corrió a toda prisa a donde estaban Pedro y el otro discípulo a quien Jesús amaba. Sabemos que era Juan, el más joven, el que nos cuenta la historia. Le debió faltar el aliento cuando les dijo precipitadamente: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Aunque en ese momento sólo ella sabía lo que había sucedido, les habla en plural. Eso es una comprensión comunitaria. Les implica desde el minuto cero.

Pedro y el joven discípulo salieron inmediatamente camino del sepulcro. “Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.

Me he preguntado porque el joven Juan, no dio el primer paso para entrar en el sepulcro habiendo llegado con ventaja sobre Pedro. ¿Miedo? ¿Prefería que el mayor arriesgara primero? ¿Intuía pero todavía no creía?

Seguramente, como Pedro había sido investido de un liderazgo en el grupo,el joven discípulo le dejó paso para que iniciara la misión de servicio que Jesús le había encargado. Pedro sería la cabeza de la institución eclesial, pero en aquel momento imagino que su estado de ánimo sería de total abatimiento recordando las tres veces que negó a Jesús.

Juan quedó contemplando lo que pasaba y el texto dice que “vio y creyó”. Los signos le hicieron creer a la segunda. Curioso, porque lo suyo es creer sin ver. Era joven y tenía que seguir abriéndose al misterio de Dios, haya signos o no los haya.

Imagino que los dos volverían corriendo a contar a todos los demás lo que pasaba.

Preguntas al aire a la Iglesia institución: ¿Cómo traducir este correr juntos? ¿Cómo escuchar a las nuevas generaciones, a los decepcionados de todas las edades, a los que se fueron y no quieren volver? ¿Cómo salir del sepulcro de la inmovilidad y el retroceso institucional? ¿Por qué no enterrar el miedo en la tumba donde ya no hay nada? ¿Por qué no comunicar Vida? ¿Por qué no ir corriendo por ahí contando, con obras, que esto no acabo en la oscuridad de una muerte producida por la injusticia y la manipulación?

La muerte de Jesús fue un final que dio paso a un principio: Luz para siempre, para toda la humanidad.

¿Qué pasó con María Magdalena? Ella corrió y ellos tras ella, eso fue lo primero.

Y lo segundo, siguió corriendo, seguro: ¡Las mujeres tenían que saber lo que pasaba, ellas habían estado en primera línea siempre… hasta al pie de la cruz!

¡Que la Pascua sea un tiempo de movimiento y cada cual discierna hacia donde correr!

Si te confinas, siempre quedará Pentecostés, pero recuerda lo que llevamos aprendiendo hace ya más de un año: “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Señor, tú sabes que te quiero”, por Carlos Osma

Miércoles, 17 de marzo de 2021
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fotoplayaDe su blog Homoprotestantes:

Si tuviéramos que elegir el personaje más queer del Evangelio de Juan muchos se decantarían por Lázaro, un joven inseparable de sus hermanas María y Marta que hizo una salida del sepulcro por todo lo alto después de que su íntimo amigo Jesús llorara ante su tumba. Otros lo harían por el ya entrado en años Nicodemo, que se acercó a Jesús de noche por miedo a que alguien pudiera descubrirlo, y fue incapaz de entender qué era lo que le atraía de Jesús, ni la invitación que este le hizo para que naciera de nuevo y se desprendiera del legalismo y la religiosidad que lo paralizaban y le impedían ver el reino de dios.

Pero a mi hoy, y esto reconozco que va a días, al leer la última conversación entre Jesús y Simón Pedro que encontramos en el capítulo 21, creo que este discípulo merece ser reconocido como el más queer de todos. Y la razón no tiene nada que ver con su expresión de género, ni con su identidad sexual, sino más bien con su convicción de que no encajaba en el estereotipo, en el molde de lo que es un verdadero discípulo. Y percibo que esa identidad queer la vivía con culpa, al igual que muchas cristianas y cristianos LGTBIQ, impidiéndole sentirse amado por Jesús.

Después de haber comido en la playa con el resto de discípulos, Jesús y Simón Pedro se quedaron solos y el maestro le preguntó: «¿me amas más que estos?». La respuesta del discípulo tenía un matiz que lo delataba: «tú sabes que te quiero». Jesús volvió a preguntarle por segunda vez: «¿me amas?», y Simón Pedro le repitió: «tú sabes que te quiero». La diferencia entre amar, que es lo que Jesús le preguntó, y querer, que es lo que Simón Pedro respondió, puede parecer baladí, pero considero que no lo es tanto, y en ese pequeño matiz, es donde creo que el discípulo explicitó que después de haber negado a Jesús tres veces antes de que lo crucificaran, él no sentía que encajara en la imagen del discípulo que podía responder tranquilamente que amaba a Jesús sin sentirse un poco hipócrita. Es verdad que podría haber mentido, pero aquella vez el sentimiento de culpa que arrastraba le obligó a reconocer que la palabra amor le quedaba grande, que no era digno de utilizarla, y por eso (quizás) prefirió responder con otra más pequeña.

En la playa, cerca de donde Jesús y Simón Pedro dialogaban sobre sus amores y sus quereres, se encontraba un discípulo que hubiera confesado a Jesús con rotundidad: «pues claro que te amo». Era el discípulo amado, el perfecto, el discípulo por excelencia, el valiente que no huyó y acompañó hasta la cruz a su maestro, el discípulo al que Jesús encomendó su propia madre, el primero que creyó en la resurrección, el que no dudó en ningún momento, el que no falló, el que siempre estuvo en el lugar adecuado en el momento exacto, el discípulo con una fe inquebrantable, el único que descansó su cabeza sobre el pecho de Jesús. Frente al discípulo amado, Simón Pedro se debió sentir acomplejado, incómodo, porque cualquier comparación con él lo dejaba en mal lugar. Él era mucho más humano y contradictorio, más cobarde y mentiroso. Supongo que, por eso, no se atrevió a responder a Jesús: «tú sabes que te amo».

Por mucho que se diga que todos somos pecadores, que no hay nadie perfecto, la realidad es que existe una imagen idealizada, como la del discípulo amado en el evangelio de Juan, sobre cómo es el discípulo que puede responder tranquilamente que ama a Jesús más que el resto de los mortales. Evidentemente nosotras no estamos incluidas en ese imaginario, claro, nuestra identidad es terrenal, humana, contradictoria y efímera, como la de Simón Pedro, somos demasiado queer para poder ser integradas en idealizaciones sin nombre, en proyecciones como la de los discípulos perfectos. Y por eso, nos sentimos toleradas, aceptadas, respetadas, queridas, pero no amadas. Para poder serlo, deberíamos ser distintas, mucho más heterosexuales, jóvenes, fundamentalistas, cisgénero, rubias, fieles, masculinas, espirituales, delgadas, musculosas, ricas, perfectas, sumisas… Deberíamos ser algo totalmente inalcanzable para  nosotras, deberíamos ser de mentira, puro humo, un holograma en 3D como los discípulos amados que nos rodean.

La verdad es que siempre nos queda mentir, afirmar que le amamos como se supone que deberíamos hacerlo, parecer humildes y respetables, tener cara de no haber roto nunca un plato, incrustarnos dentro de su holograma en 3D y dejar que esa imagen nos destroce la vida. Podemos convertirnos en personas reconocidas como piedras sobre las que su comunidad se sostiene, mientras nuestra vida se tambalea. O podemos, como Simón Pedro, agachar la cabeza y responder únicamente que le queremos, que somos queer, que no somos como sus discípulos amados, esos a los que todo el mundo alaba y no necesitan justificar que son cristianos.  Y estoy convencido, por mi experiencia, que si hacemos eso, nos encontraremos con un Jesús más humano y más próximo que se pone a nuestro nivel y se dirige a nuestras contradicciones e incongruencias, porque así somos todas, para preguntarnos por tercera y última vez: «¿me quieres?». Y al escuchar que, a  pesar de todo, está a nuestro lado, que sabe que tenemos mucho que avanzar, pero que no va a abandonarnos, quizás nos atrevamos a levantar la cabeza y mirarle a los ojos para decirle como Simón Pedro: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero». Si eso ocurre, si nos armamos de valor para hacerlo, descubriremos que el discípulo amado no es nuestra meta, que nuestra meta es Jesús. Y es entonces cuando entenderemos de verdad de qué se trata eso de ser cristianas, que más que imitar una imagen idealizada, lo que se nos pide es responder a la llamada de quien nos dice: «Sígueme».

Carlos Osma

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Este es mi Hijo amado

Domingo, 28 de febrero de 2021
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 ¡Quiero verte, Señor!

Quiero cerrar los ojos
y mirar hacia dentro
para verte, Señor.

Quiero también abrirlos
y contemplar lo creado
para verte, Señor.

Quiero subir a l monte
siguiendo tus huellas y camino
para verte, Señor

Quiero permanecer acá
y salir de mí mismo
para verte, Señor.

Quiero silencio y paz
y entrar en el misterio
para verte; Señor.

Quiero oír esa voz
que hoy rasga el cielo
y me habla de ti, Señor.

Quiero vivir este momento
con los ojos fijos en ti
para verte, Señor.

Quiero bajar del monte
y hacer tu querer
para verte, Señor.

Quiero recorrer los caminos
y detenerme junto al que sufre
para verte, Señor.

Quiero escuchar y ver,
gozar de este instante,
y decirte quién eres para mí, Señor.

*

 Florentino Ulibarri

***

Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador… Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:

“Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.”

Estaban asustados, y no sabían lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:

“Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

– “No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.”

Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de “resucitar de entre los muertos”.

*

(Marcos 9,2-10)

***

La transfiguración no es la revelación impasible de la luz del Verbo a los ojos de los apóstoles, sino el momento intenso en el que Jesús aparece unificado en todo su ser con la compasión del Padre. En aquellos días decisivos, él es más que nunca transparente a la luz de amor de aquel que lo entrega a los hombres por su salvación. Por consiguiente, si Jesús se transfiguró, es porque el Padre hace resplandecer en él su gozo. El irradiar su luz en su cuerpo de compasión es como el estremecimiento del Padre por la total entrega de su Unigénito. De ahí la voz que atraviesa la nube: “Éste es mi Hijo amado; en él están todas mis complacencias… escuchadle”.

En cuanto a los tres discípulos, son inundados durante unos segundos por lo que se les concederá recibir, comprender y vivir a partir de Pentecostés: la luz deífica que emana del cuerpo de Cristo, las energías multiformes del Espíritu dador de Vida. Y entonces cayeron a tierra, porque “Aquel” no sólo es “Dios con los hombres” sino Dios-hombre: nada puede pasar de Dios al hombre ni del hombre a Dios si no es a través de su cuerpo. Ya no hay distancias entre la materia y la divinidad: en el cuerpo de Cristo nuestra carne está en comunión con el Príncipe de la Vida, sin confusión ni separación.

Lo que el Verbo inauguró en su encarnación y manifestó a partir de su bautismo con sus milagros nos lo deja entrever en plenitud la transfiguración: el cuerpo del Señor Jesús es el sacramento que concede la vida de Dios a los hombres. Cuando nuestra humanidad consienta unirse a la humanidad de Jesús, participará en la naturaleza divina, será deificada.

*

J. Corbon,
Liturgia alia sorgente, Roma 1982, 81s.

***

***

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Soy la voz del que grita en el desierto

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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Del blog Pays de Zabulon:

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Éste fue el testimonio de Juan,
cuando los judíos enviaron desde Jerusalén
sacerdotes y levitas a Juan,
a que le preguntaran:

– «¿Tú quién eres?»

Él confesó sin reservas:

– «Yo no soy el Mesías.»

Le preguntaron:

«¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»

El dijo:

– «No lo soy.»

– «¿Eres tú el Profeta?»

Respondió:

«No.»

Y le dijeron:

«¿Quién eres?
Para que podamos dar una respuesta
a los que nos han enviado,
¿qué dices de ti mismo?»

Él contestó:

«Yo soy la voz que grita en el desierto:
“Allanad el camino del Señor”,
como dijo el profeta Isaías.»

*

Juan 1, 19-23
***

Atribuyamos enseguida importancia a esta venida de Cristo al mundo; se trata de un hecho trascendental, colocado como clave normativa e interpretativa de todo el mundo religioso que de ahí se sigue.

La vocación cristiana es una vocación al gozo esencial para quien lo acepta. El cristianismo es fortuna, es plenitud, es felicidad. Podemos decir más: es una felicidad que no se contradice; el cristiano ha sido elegido para una felicidad que no tiene otra fuente más auténtica. El evangelio es una «buena nueva», es un reino en el que no puede faltar la alegría. Un cristiano irremediablemente triste no es auténticamente cristiano. Hemos sido llamados a vivir y a dar testimonio de este clima de vida nueva, alimentado por un gozo trascendente, que el dolor y los sufrimientos de todo orden de nuestra presente existencia no pueden sofocar y sí provocar a una expresión simultánea y victoriosa.

*

Pablo VI,
Discurso a la audiencia general del 4 de enero de 1978.

***.

*

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Domingo de Pascua

Domingo, 12 de abril de 2020
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8461470921_30a1ef6ec4_zJn 20, 1-9

Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Y él fue consciente de ello. Él era el agua viva, dice a la Samaritana, Él había nacido del Espíritu, como pidió a Nicodemo; Él vive por el Padre; Él es la resurrección y la Vida. Ya en ese momento, cuando habla con sus interlocutores, está en posesión de la verdadera Vida. Eso explica que le traiga sin cuidado lo que pueda pasar con su vida biológica. Lo que verdaderamente le interesa es esa VIDA (con mayúscula) que él alcanzó durante su vida (con minúscula). La experiencia pascual de sus seguidores consistió en darse cuenta de esta realidad en Jesús.

No debemos entender la resurrección como la reanimación de un cadáver. Un instante después de la muerte, el cuerpo no es más que estiércol. Los sentimientos que nos unen al ser querido muerto, por muy profundos y humanos que sean, no son más que una relación psicológica. Esos despojos no mantienen ninguna relación con el ser que estuvo vivo. La muerte devuelve al cuerpo al universo de la materia de una manera irreversible. La posibilidad de reanimación es la misma que existe de hacer un ser humano partiendo de un montón de basura. Eso no tiene sentido ni para los hombres ni para Dios.

Jesús sigue vivo, pero de otra manera. Debo descubrir que yo estoy llamado a esa misma Vida. A la Samaritana le dice Jesús: el agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la Vida eterna. A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo, el que me asimile vivirá por mí. Yo soy la resurrección y la Vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. Jesús no habla para un más allá, sino en presente. ¿Creemos esto?

Jesús había conseguido, como hombre, la plenitud de Vida del mismo Dios. Porque había muerto a todo lo terreno, a su egoísmo, y se había entregado por entero a los demás, llega a la más alta cota de ser posible como hombre mortal. Este admirable logro fue realizable, después de haber descubierto que esa era la meta de todo ser humano, que ese era el único camino para llegar a hacer presente lo divino. Esta toma de conciencia fue factible, porque había experimentado a Dios como Don. Una vez que se llega a la meta, es inútil seguir preocupándose del vehículo que hemos utilizado para alcanzarla.

La liturgia de Pascua nos está diciéndonos que, en cada uno de nosotros, hay zonas muertas que tenemos que resucitar. Nos está diciendo que debemos preocuparnos por la vida biológica, pero no hasta tal punto que olvidemos la verdadera Vida. Nos está diciendo que tenemos que estar muriendo todos los días y al mismo tiempo resucitando, es decir pasando de la muerte a la Vida. Si al celebrar la resurrección de Jesús no experimentamos nosotros una nueva Vida, es que nuestra celebración ha sido simple folclore. Aunque tengamos partes muertas, todos estamos ya en la Vida que no termina.

Nota: por motivos de salud pública, en medio de la pandemia por el virus Covid-19, están prohibidos los actos de culto en numerosos países. Por si alguien quiere vivir de esta forma virtual la celebración dominical, facilitamos el enlace con el audio de la Eucaristía correspondiente al Domingo de Resurrección (ciclo A), que se grabó hace tres años: Pincha aquí para escuchar la Eucaristía.

 

Meditación

Resurrección y Vida expresan la misma realidad.
En la medida que haga mía la Vida,
Estoy garantizando la resurrección.
No te preocupes de lo que va a ser de ti en el más allá.
Lo importante es vivir aquí y ahora esa VIDA.
Todo lo demás ni está en tus manos ni debe importarte.

Para profundizar

¿Puede resucitar el que está vivo?

Jesús no estuvo muerto ni un instante

Cambiemos el concepto de esa VIDA

y cambiará la idea de la Pascua

No hay sombra en un objeto si no le da la luz

Podemos vivir en la sombra sin descubrir la luz

Podemos vivir en la luz aun sabiendo que la sombra está a la vuelta

No podemos separar la muerte de la Vida

pero podemos olvidarnos de una de ellas

No hay que pasar la muerte para vivir la Vida

como nos han contado tantas veces

La Vida es ya mi ámbito, aunque no la descubra

La pascua no es un tiempo, es un estado

en el que todos permanecemos siempre

Muerte y resurrección caminan de la mano

Y nunca pueden separarse del todo

Jesús había resucitado antes de muerto

No lo pudieron sospechar sus seguidores

La experiencia pascual obró el milagro

y fue una bendición para nosotros

Gracias a ellos sabemos que está vivo

y que esa misma Vida está en nosotros

Si solo nos fijamos en él, seguimos muertos

La Pascua atañe a cada uno en lo más hondo

No hay nada que esperar cuando lo tienes todo

Busca dentro de ti lo que celebras

y todo cambiará radicalmente

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Aleluias desde el silencio.

Domingo, 12 de abril de 2020
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resurreccion-y-vide-eternaJn 20, 1-9

12 de abril de 2020

¿Cómo hablar de Resurrección en medio de esta situación que estamos viviendo? ¿Cómo entonar un Aleluya desde el drama del sufrimiento, del caos, de la muerte, de la noche de tantos duelos personales y colectivos, en un mundo paralizado y paralizante? Sobran palabras y quizá un silencio es la mejor respuesta. Pero la fe cristiana siempre ha sentido la responsabilidad de hacer una lectura creyente de los acontecimientos en un diálogo profundo con la realidad. Nuestra fe es exigente y radical porque nos pide ver más allá del drama humano. No hay más que ver la historia de Jesús y su desenlace. La fe cristiana es una posición ante la vida que no busca un consuelo narcótico, sino que sostiene la raíz de la existencia revelando que hay algo más que el drama humano y que puede ser traspasado y liberado.

El Evangelio de este Domingo inicia el penúltimo capítulo de Juan en el que se hace evidente la luz, la vida y la verdad que ha ido tejiendo todo el mensaje joánico.  Narra la experiencia de tres referentes en el origen de nuestra fe: María de Magdala, Pedro y Juan. Son tres personas, pero no se representan a sí mismas porque presuponen tres prototipos de formas diferentes de acceder al mensaje de la Resurrección.

El texto ya nos sitúa en una nueva era: “El primer día de la semana” Ya no es el Sabbat el día religioso, hay una superación de la visión judía de la revelación de Dios y que va apuntando hacia una nueva Alianza entre la humano y lo Divino. María va muy de mañana al sepulcro, casi antes del amanecer. Estamos ante un símbolo que nos revela que, en el punto más oscuro de la noche, cuando la noche ya no puede ser más noche, justo el instante siguiente es ya el amanecer; nace la luz y algo nuevo asoma a la consciencia humana. El sepulcro es el símbolo de la muerte, de lo que ha perdido sentido, es el llanto y el drama humano hecho realidad. Jesús no está en la tumba vacía, sin embrago, puede ser una prueba negativa de su nueva existencia. María es capaz de leer un signo lleno de misterio y al mismo tiempo de esperanza: la piedra está quitada e interpreta que se han llevado el cuerpo de Jesús. Su reacción no es paralizante, va corriendo a contarlo y a abrir una nueva perspectiva de los hechos.

Pedro, que representa la autoridad, y Juan que representa el vínculo de amor con el Maestro, van corriendo juntos para ver qué está pasando. Dice el Evangelio que llega antes Juan, quizá porque está liberado del peso de la institución y va centrado en lo esencial que va dirigiendo su vida. Se asoma al sepulcro y no entró. Seguramente no necesitaba ya más signos que lo que su inspiración profunda le iba revelando. Pedro sí entró y comienza una descripción exhaustiva de lo que allí había. Signos, signos y signos. La mente humana necesita evidencias, necesita medir, necesita espacio, tiempo, formas, contar, separar, controlar. Pero también la mente humana es capaz de procesar una novedad que conecta con otra realidad profunda que no entra en las categorías tangibles. El evangelio de hoy nos sitúa ante una realidad que trasciende la evidencia física y la apertura a mirar de una manera diferente; nos conduce a una nueva visión de la vida. Hasta entonces, narra el Evangelio de Juan, no habían entendido que Jesús resucitaría y vencería a la muerte.

Nos encontramos ante la savia que va regando los vasos conductores del cristianismo que no se detiene en los límites humanos, sino que los amplía y trasciende. Es muy fácil creer en la Resurrección como dogma (si lo dicen los elegidos con tanta contundencia será verdad) recitarlo en el Credo, ponerlo como bandera de nuestra religión, esperar al fin de nuestra vida biológica para vivir con esa ilusión. Puede, incluso, darnos seguridad y tener cierto control en la ruta a la que vamos caminando. Lo realmente difícil es vivir la resurrección en el aquí y ahora, no vivirla como un premio sino como un nuevo modo de existencia, encontrar pequeños signos en la vida ordinaria que nos hablan de esa conexión con otra consciencia de la que también está hecho el ser humano.  El Cielo y la Tierra en unidad, inseparables, la luz y la tiniebla, la muerte y la vida cohabitando en nuestro escenario vital. Un mensaje que nos habla de que la esencia humana es atemporal, no necesita signos, no tiene espacio, no tiene límites, sólo LUZ en un movimiento permanente hacia la plenitud.

¡¡¡FELIZ PASCUA!!!

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Más allá de la apariencia.

Domingo, 12 de abril de 2020
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Amanecer.4-300x300Domingo de Pascua

12 abril 2020

Jn 20, 1-9

El autor del evangelio parece ofrecer claves que muestran que se trata de un relato catequético que pretende un único objetivo, recogido en la última frase de todo el párrafo: afirmar que Jesús vive. Para ello utiliza el “mapa” judío que habla de “resurrección de entre los muertos”. A diferencia de la griega –que, separando “alma” y “cuerpo”, podrá hablar de “inmortalidad del alma”–, la antropología hebrea, radicalmente unitaria, solo puede mantener la afirmación de la vida después de la muerte apelando a una “resurrección” por parte de Dios.

       “El primer día de la semana”, el amanecer, la oscuridad, la losa quitada… aparecen como elementos cargados de simbolismo que hablan de novedad radical: la muerte no es el final de nada, sino el comienzo de todo; la oscuridad se transforma en luz y toda “losa” pesada –de miedo y de muerte– es quitada.

          La catequesis constituye una invitación a ver más allá de las apariencias o “vendas”, para lo cual se precisa una mirada nueva, que brota más fácilmente del corazón, del amor.

          Tal mirada requiere silenciar la mente. Porque, de otro modo, no lograremos ver sino lo que siempre hemos visto, es decir, lo que nuestra mente nos dicta a partir de todo lo que ella ha recibido, aprendido e interiorizado. Pero todo lo que la mente puede ofrecernos son únicamente creencias, constructos mentales de todo tipo, carentes de consistencia. Para ver en profundidad es preciso descorrer el velo mental a través del silencio y reconocer Aquello que aparece cuando el pensamiento se ha silenciado. Krishnamurti lo expresó con acierto: “Solo una mente en silencio puede ver la verdad, no una mente que se esfuerza por atraparla”.

Cuando no pongo pensamientos, ¿qué queda?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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La vida es un duelo a muerte, que gana la VIDA

Domingo, 12 de abril de 2020
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evangelio-21Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

Algunas consideraciones

  1. Pascua.

A pesar de los pesares y, aunque no lo parezca, es Pascua. La vida es más fuerte que la muerte. Cristo resucitó.

La resurrección del Señor es el fundamento de nuestra esperanza absoluta.

Esperamos y deseamos que la medicina y la ciencia  terminen por dominar y vencer este virus, esta pandemia que llena de muerte y angustia la humanidad, pero el fundamento de nuestra esperanza absoluta es Cristo resucitado.

  1. Magdalena, Pedro y el discípulo amado.

         Los cuatro evangelistas nos hablan de que las primeras en llegar al sepulcro fueron algunas mujeres. Mateo, Marcos y Juan sitúan entre estas mujeres a Magdalena.

         San Juan presenta a esta mujer Magdalena (de Magdala) al final de su evangelio, al pie de la cruz.

         Magdalena amó a Jesús en vida, lo amó en la muerte y lo sigue amando en la Resurrección.

         Pedro llegó “tardíamente” al sepulcro y solamente vio los signos de la muerte: el sepulcro, las vendas, el sudario.

         El Discípulo, que se siente amado por Jesús llega primero al sepulcro, vio y creyó en la vida, en la Resurrección.

La resurrección es una cuestión de fe, no de verificación histórica.

Quiera Dios que la ciencia, la medicina consigan dominar y erradicar este virus. Las medidas higiénicas y de protección son necesarias, pero a la fe en la Vida y en  resurrección se llega por el amor: Magdalena y el Discípulo Amado amaron al Señor y creyeron que vive por siempre.

También nosotros, como aquellas mujeres y discípulos hoy vemos los signos de muerte: sudarios, vendas, la losa del sepulcros… Nosotros vemos, estamos informados del número de muertos, cadáveres, morgue, etc. Pero quizás, no llegamos creer en la Vida, en el resucitado.

  1. El sepulcro, la losa, las vendas, sudarios.

         La pregunta que se hicieron aquellas mujeres es la misma que nos hacemos nosotros: ¿quién nos removerá la losa, el problema de la muerte, del sepulcro? La losa de la muerte de Jesús y de nuestra muerte.

         Magdalena, como los demás, buscaban a Jesús en la muerte, por eso les cuesta trabajo reconocerle vivo.

         JesuCristo resucitado no era un espíritu que anduviera errante por qué se yo qué espacios, mientras, de cuando en cuando, se aparecía hasta que finalmente subió al cielo en la Ascensión. El cielo no es un lugar físico, sino “la intimidad de Dios”, el amor, el abrazo del Padre al hijo pródigo y a su Hijo.

         El amor no muere.

         Quizás nos haría bien sembrar amor sencillo y discreto para, así, vivir en esperanza.

  1. La resurrección no es un espectáculo

         Habría sido un grandioso espectáculo, un golpe de fuerza del Deus ex machina. Pero la vida es más sencilla y humilde.

El místico antropólogo Teilhard de Chardin escribe.

La muerte nos entrega totalmente a Dios, nos traspasa a Él. En correspondencia, hemos de entregarnos a ella con gran amor y abandono, ya que no nos queda otra cosa que hacer, cuando se nos presenta, que dejarnos dominar y conducir enteramente por Dios.[1]

         La cruz elevó a Jesús al ámbito de Dios. La Ascensión de Cristo en la tradición de San Juan es la cruz.

  1. Feliz Pascua.

         Desde la mañana de Pascua se abre una nueva vida para el creyente, para el que corre, vey cree.

         Tenemos prisa –corrieron– por vivir y vivir en paz.

         Resucitamos en cada vida que nace, en cada momento que nos perdonan y perdonamos, en cada gesto de acogida, en la esperanza infinita…

Desde la Resurrección del Señor: Feliz Pascua y corramos hacia la vida.

[1] P. Teilhard de Chardin Himno del Universo, LVII, Madrid, Ed Trotta, 2004.

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“El otro discípulo, el que amaba Jesús”, por Carlos Osma.

Jueves, 2 de abril de 2020
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man-solDe su blog Homoprotestantes:

Según el Evangelio de Juan el primer testigo de la resurrección de Jesús fue María Magdalena. Ciertamente el evangelista conocía otros evangelios cuando puso por escrito su relato, sin embargo tiene cierta credibilidad histórica que María Magdalena, junto a otras mujeres, fuese la primera en anunciar que Jesús había resucitado. Eso es lo que dicen los testimonios de fe de las primeras comunidades cristianas, y eso es lo que recoge también el Evangelio de Juan. Aunque no hay que olvidar que el evangelista con una evidente intención teológica, modifica la tradición a la que tenía acceso para hacerla encajar en su teología, y nos dice, que María no fue la primera en entrar al sepulcro donde habían puesto el cuerpo de Jesús, tampoco la primera en creer en la resurrección, ya que al principio pensó que el cuerpo de Jesús había sido robado.

María Magdalena no tenía credibilidad al anunciar que Jesús había resucitado, el testimonio de una o varias mujeres en ese momento no tenía demasiado valor. Pero en testimonios poco creíbles como ella, es donde está basada la fe cristiana. Porque si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe. Y me imagino a muchos hombres religiosos respetables diciendo que no se podía hacer caso de lo que un puñado de mujeres pudieran decir, que la Biblia exigía dos o tres testigos, pero que fueran hombres. Sin embargo, desde una perspectiva de fe parece que a Dios le atrae eso de escoger lo que no puede ser, aunque lo diga la Biblia. Y que tiene preferencia por aquellas personas en las que la religiosidad encuentra poca credibilidad, y en este caso concreto, mucha feminidad.

El Evangelio de Juan muestra más sensibilidad por las mujeres que siguieron o tuvieron algún contacto con Jesús que otros evangelios. Pero nos dice, al contrario que los evangelios sinópticos, que Pedro fue el primero en entrar al sepulcro vacío. Este dato es relevante, porque no debemos perder de vista que aquí se nos está transmitiendo una teología y que los hechos históricos que se relatan están a su servicio. Pedro era una figura muy respetada en el cristianismo donde el Evangelio de Juan surgió, así que no solo María Magdalena, sino cualquier otra persona hubiera cedido el honor a Pedro de entrar el primero al sepulcro. Sin embargo hay que seguir leyendo entre líneas, porque Pedro, aun siendo el primero en entrar al sepulcro, tampoco creyó que Jesús había resucitado, y se volvió a su casa como si nada.

Si exceptuamos el último capítulo del Evangelio de Juan, Pedro por muy hombre y respetado que fuese, no era un discípulo ejemplar. Podemos repasar parte de su historial: en la cena de despedida no quería que Jesús le lavara los pies, en varias ocasiones fue incapaz de entender lo que había detrás de las palabras del maestro, por miedo negó ser un seguidor de Jesús… La verdad es que Pedro por un lado es el personaje en el que todos nos vemos reflejados alguna vez, porque nos cuesta entender el evangelio, y porque nuestras palabras no suelen estar a la altura de nuestras acciones. Pero por otro, si lo vemos como cristianos LGTBIQ, también descubrimos en su personaje a los representantes de ese cristianismo que entra en los sepulcros donde fuimos puestas las víctimas de la LGTBIQfóbia que ellos previamente crucificaron, y son absolutamente incapaces de darse cuenta de que Dios nos ha sacado de allí. Cristianismo que habla de lo que se tiene o no se tiene que hacer y olvida el servicio, que se queda en la letra que mata el alma de las palabras de Jesús, o que lo único que le mueve es el miedo, la cobardía.

La novedad que introduce el Evangelio de Juan, y con la que pretende transmitirnos un mensaje, es un personaje ausente por completo en el resto de evangelios. Me refiero al discípulo al que amaba Jesús, ese que en la última cena tenía su cabeza recostada sobre el pecho de Jesús. Ese que tenía una relación tan íntima con el maestro que incluso Pedro acudía a él para que le preguntará cosas. Y este discípulo que pone tan nerviosos a algunos traductores bíblicos, también fue al sepulcro junto a Pedro para ver qué había ocurrido. No entró primero, le cedió el lugar a Pedro, pero cuando entró tras él “vio y creyó”. Para el evangelista, el discípulo al que amaba Jesús fue el primero en creer en la resurrección, y lo hizo sin entender la Escritura. Interesante la manera en la que el evangelista encaja la tradición de María Magdalena como primera testigo, la autoridad de Pedro para las comunidades receptoras de su obra, y la relevancia del discípulo al que amaba Jesús.

Muchas veces nos puede costar entender la Escritura, sobre todo cuando las lecturas que se realizan de ella nos hacen daño a las personas LGTBIQ. Lecturas que no nacen de la experiencia del amor, sino del legalismo y el temor. Pero el discípulo al que amaba Jesús “vio y creyó” al instante, porque las personas que se sienten próximas a Jesús y se saben amadas por él, rápidamente se dan cuenta de que los sepulcros no son capaces de contener por mucho tiempo a Jesús. Y que, si quieren seguir su ejemplo, es mejor que salgan rápidamente de ellos. Quizás no puedan dar razón de esa convicción con la Escritura, el discípulo que amaba Jesús tampoco lo fue, pero no pareció importarle. Porque las personas que se saben amadas por Jesús, y que han vivido la experiencia de la cruz y el abandono de la persona que amaban, saben que a su amado lo encontrarán siempre fuera, donde está la vida. La fe del discípulo que amaba Jesús no nació de la Escritura, sino de la convicción profunda de sentirse amado. Escritura y amor deberían ir siempre de la mano, pero si tenemos que decantarnos por una de ellas, el amor es la prioridad. Quienes se guían por él, son los primeros en llegar a la fe, son capaces de percibir la vida que otros seguidores del maestro todavía no pueden ni imaginar.

Carlos Osma

Si todavía no lo has leído mi libro “Solo un Jesús marica puede salvarnos”, el libro está disponible en nuevos países, puedes ver el listado actualizado de donde está disponible AQUÍ.

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Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.

Domingo, 17 de marzo de 2019
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DEUS ABSCÓNDITUS

Eres un Dios escondido,
pero en la carne de un hombre.
Eres un Dios escondido
en cada rostro de pobre.
Más tu Amor se nos revela
cuanto más se nos esconde.

Siempre entre Tú y yo,
un puente.
Es imposible el vado.

Tanto me llamas Tú
como Te busco yo.
Los dos somos encuentro.
Haciéndome el que soy
-anhelo y búsqueda-
Tú eres el que eres
-don y abrazo-.

*

Pedro Casaldáliga
Todavía estas palabras
1994

*

Así dice el Señor:

“Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”

 (Lucas 3, 22)

***

 

En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.

De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:

“Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

No sabía lo que decía.

Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:

“Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.”

Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

*

Lucas 9, 28b-36

***

El Evangelio nos dice que su rostro apareció totalmente transfigurado. Sabes muy bien que el rostro revela el corazón, revela la interioridad de un ser. Con los ojos de tu corazón contempla ese rostro, pero a través del rostro encuentra el corazón de Cristo. El rostro de Cristo expresa y revela la ternura infinita de su corazón. Cuando sientes una gran alegría, tu rostro se ilumina y refleja tu felicidad.

Es un poco lo que le ha pasado a Jesús en la transfiguración. Si escrutas el corazón de Cristo en la oración, descubrirás que la vida divina, en fuego de la zarza ardiente, estaba escondido en el fondo del mismo ser de Jesús. Por su encarnación, ha “humanizado” la vida divina para comunicártela sin que te destruya, pues nadie puede ver a Dios sin morir. En la transfiguración, esta vida resplandece con plena claridad de una manera fugaz e irradia el rostro y los vestidos de Jesús. Sobre el rostro de Cristo contemplas la gloria de Dios.

En la transfiguración, todo el peso de la gloria del Señor -es decir, la intensidad de su vida- irradia de Jesús. Las figuras de Moisés y Elías convergen hacia él. No hay que engañarse en esto: el ser mismo de Cristo hace presente al Dios tres veces santo de la zarza ardiente y al Dios íntimo y cercano del Horeb. Sin embargo, hay que aprehender toda la dimensión de la gloria de Jesús, que brilla de una manera misteriosa en su éxodo a Jerusalén, es decir, en su Pasión. En el centro mismo de su muerte gloriosa es donde Jesús libera esta intensidad de vida divina escondida en él.

La contemplación de la transfiguración te hace penetrar en el corazón del misterio trinitario, del cual la nube es el símbolo más brillante. Si aceptas en Jesús el entregar tu vida al Padre por amor, participas del beso de amor que ef Padre da al Hijo.

*

Jean Lafrance,
Ora a tu Padre,
Editorial Narcea
Madrid 1.981, 104-105.

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Permaneced en mi amor

Domingo, 6 de mayo de 2018
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Permaneced en mi amor

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros; permaneced en mi amor. Pero sólo permaneceréis en mi amor si cumplís mis mandamientos,; lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo, y vuestro gozo sea completo.

Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor: Desde ahoras os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre.

No me elegísteis vosotros a m; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundate y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre. Lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros.

*

Juan 15,9-17

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El cristiano es una persona a la que Dios ha confiado a los otros; hemos sido confiados los unos a los otros y somos responsables los unos de los otros. La responsabilidad empieza en el momento en que nos mostramos capaces de responder a una necesidad con toda nuestra inteligencia, con todo nuestro ser: nuestra vida, nuestro corazón, nuestra voluntad, nuestro cuerpo, nuestro compromiso de cristianos debe ir mucho más allá de un piadoso propósito de oración y de intercesión: debe ser un compromiso en el que nuestro mismo cuerpo esté plenamente implicado, tanto en la vida –porque a veces es un problema arduo vivir en el nombre de Dios- como en la muerte. Y si no es posible hacer ninguna otra cosa por el que sufre, siempre podremos interponernos entre la víctima y el verdugo.

Conocí a un hombre que vivió durante treinta y seis años en un campo de concentración y que un día, con una profunda luz en los ojos, me contaba: «¿Te das cuenta de lo bueno que ha sido Dios conmigo? Me cogió cuando era sólo un ¡oven sacerdote y me puso primero en la cárcel y después en un campo de concentración durante más de la mitad de mi vida. Así pude ser ministro suyo allí donde era necesaria la presencia de uno de ellos». Poquísimos de nosotros somos capaces, no digo de obrar, sino ni siquiera de pensar en estos términos. Sin embargo, ésa es la actitud de una persona que es presencia divina allí donde se requiere esta presencia: y no se trata, ciertamente, de gestos de poder. La única cosa que este cristiano poseía era la convicción de una vida entregada por completo a Dios y ofrecida, a través de Dios, a los otros hombres. Eso es lo que nos enseña una inmensa nube de testigos a lo largo de toda la historia de la Iglesia.

*

A. Bloom,
Vivir en la Iglesia,
Magnano 1990, pp. 75s.

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El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante

Domingo, 29 de abril de 2018
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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento… que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí … se seca… Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.”

*

Juan 15,1-8

***

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El capítulo 15 de Juan nos aproximará a Cristo. El Padre, por ser el viñador, debe podar el sarmiento para que dé más fruto, y el fruto que debemos producir en el mundo es bellísimo: el amor del Padre y la alegría. Cada uno de nosotros es un sarmiento.

La última vez que fui a Roma, quise dar algunas pequeñas enseñanzas a mis novicias y pensé que este capítulo era el modo más bello de comprender lo que somos nosotros para Jesús y lo que es Jesús para nosotros. Pero no me había dado cuenta de algo de lo que sí se dieron cuenta las jóvenes hermanas cuando consideraron lo robusto que es el punto de conexión de los sarmientos con la vid: es como si la vid tuviera miedo de que algo o alguien les arrancara el sarmiento. Otra cosa sobre la que las hermanas llamaron mi atención fue que, si se mira la vid, no se ven frutos. Todos los frutos están en los sarmientos. Entonces me dijeron que la humildad de Jesús es tan grande que tiene necesidad de sarmientos para producir frutos. Ese es el motivo por el que ha prestado tanta atención al punto de conexión: para poder producir esos frutos ha hecho la conexión de tal modo que haga falta fuerza para romperla. El Padre, el viñador, poda los sarmientos para producir más fruto, y el sarmiento silencioso, lleno de amor, se deja podar sin condiciones.

Nosotros sabemos lo que es la poda, puesto que en nuestra vida debe estar la cruz, y cuanto más cerca estemos de él y tanto más nos toque la cruz, más íntima y delicada será la poda. Cada uno de nosotros es un colaborador de Cristo, el sarmiento de esa vid, pero ¿qué significa para vosotras y para mí ser una colaboradora de Cristo? Significa morar en su amor, tener su alegría, difundir su compasión, dar testimonio de su presencia en el mundo.

*

Madre Teresa de Calcuta,
Missione d’amore, Milán 1985, pp. 79s).

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Éste es mi Hijo amado

Domingo, 25 de febrero de 2018
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Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador… Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:

“Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.”

Estaban asustados, y no sabían lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:

“Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

– “No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.”

Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de “resucitar de entre los muertos”.

*

(Marcos 9,2-10)

***

La transfiguración no es la revelación impasible de la luz del Verbo a los ojos de los apóstoles, sino el momento intenso en el que Jesús aparece unificado en todo su ser con la compasión del Padre. En aquellos días decisivos, él es más que nunca transparente a la luz de amor de aquel que lo entrega a los hombres por su salvación. Por consiguiente, si Jesús se transfiguró, es porque el Padre hace resplandecer en él su gozo. El irradiar su luz en su cuerpo de compasión es como el estremecimiento del Padre por la total entrega de su Unigénito. De ahí la voz que atraviesa la nube: “Éste es mi Hijo amado; en él están todas mis complacencias… escuchadle”.

En cuanto a los tres discípulos, son inundados durante unos segundos por lo que se les concederá recibir, comprender y vivir a partir de Pentecostés: la luz deífica que emana del cuerpo de Cristo, las energías multiformes del Espíritu dador de Vida. Y entonces cayeron a tierra, porque “Aquel” no sólo es “Dios con los hombres” sino Dios-hombre: nada puede pasar de Dios al hombre ni del hombre a Dios si no es a través de su cuerpo. Ya no hay distancias entre la materia y la divinidad: en el cuerpo de Cristo nuestra carne está en comunión con el Príncipe de la Vida, sin confusión ni separación.

Lo que el Verbo inauguró en su encarnación y manifestó a partir de su bautismo con sus milagros nos lo deja entrever en plenitud la transfiguración: el cuerpo del Señor Jesús es el sacramento que concede la vida de Dios a los hombres. Cuando nuestra humanidad consienta unirse a la humanidad de Jesús, participará en la naturaleza divina, será deificada.

*

J. Corbon,
Liturgia alia sorgente, Roma 1982, 81s.

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Soy la voz del que grita en el desierto

Domingo, 17 de diciembre de 2017
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Del blog Pays de Zabulon:

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Éste fue el testimonio de Juan,
cuando los judíos enviaron desde Jerusalén
sacerdotes y levitas a Juan,
a que le preguntaran:

– «¿Tú quién eres?»

Él confesó sin reservas:

– «Yo no soy el Mesías.»

Le preguntaron:

«¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»

El dijo:

– «No lo soy.»

– «¿Eres tú el Profeta?»

Respondió:

«No.»

Y le dijeron:

«¿Quién eres?
Para que podamos dar una respuesta
a los que nos han enviado,
¿qué dices de ti mismo?»

Él contestó:

«Yo soy la voz que grita en el desierto:
“Allanad el camino del Señor”,
como dijo el profeta Isaías.»

*

Juan 1, 19-23
***

Atribuyamos enseguida importancia a esta venida de Cristo al mundo; se trata de un hecho trascendental, colocado como clave normativa e interpretativa de todo el mundo religioso que de ahí se sigue.

La vocación cristiana es una vocación al gozo esencial para quien lo acepta. El cristianismo es fortuna, es plenitud, es felicidad. Podemos decir más: es una felicidad que no se contradice; el cristiano ha sido elegido para una felicidad que no tiene otra fuente más auténtica. El evangelio es una «buena nueva», es un reino en el que no puede faltar la alegría. Un cristiano irremediablemente triste no es auténticamente cristiano. Hemos sido llamados a vivir y a dar testimonio de este clima de vida nueva, alimentado por un gozo trascendente, que el dolor y los sufrimientos de todo orden de nuestra presente existencia no pueden sofocar y sí provocar a una expresión simultánea y victoriosa.

*

Pablo VI,
Discurso a la audiencia general del 4 de enero de 1978.

***.

*

***

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Ni Dios, ni Cristo, ni resurrección

Domingo, 16 de abril de 2017
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Pedro Y Juan ante la resurrecciónDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Una elección extraña

Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema.

Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:

― Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.

Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.

El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado.

El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).

Los relatos de los próximos días de Pascua nos ayudarán a alcanzar la tercera postura.

¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?

Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.

Las otras dos lecturas: Beneficios y compromiso.

A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une: 

a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);

b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:

― Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados. 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4

Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. 

José Luís Sicre

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Domingo de Pascua

Domingo, 16 de abril de 2017
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Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Y él fue consciente de ello. Él era el agua viva, dice a la Samaritana, Él había nacido del Espíritu, como pidió a Nicodemo; él vive por el Padre; él es la resurrección y la Vida. Ya en ese momento, cuando habla con sus interlocutores, está en posesión de la verdadera Vida. Eso explica que le traiga sin cuidado lo que pueda pasar con su vida biológica. Lo que verdaderamente le interesa es esa VIDA (con mayúscula) que él alcanzó durante su vida (con minúscula).

No debemos entender la resurrección como la reanimación de un cadáver. Un instante después de la muerte, el cuerpo no es más que estiércol. Los sentimientos que nos unen al ser querido muerto, por muy profundos y humanos que sean, no son más que una relación psicológica. Esos despojos no mantienen ninguna relación con el ser que estuvo vivo. La muerte devuelve al cuerpo al universo de la materia de una manera irreversible. La posibilidad de reanimación es la misma que existe de hacer un ser humano partiendo de un montón de basura. Eso no tiene sentido ni para los hombres ni para Dios.

Jesús sigue vivo, pero de otra manera. Debo descubrir que yo estoy llamado a esa misma Vida. A la Samaritana le dice Jesús: el agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la Vida eterna. A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo el que me asimile, vivirá por mí. Yo soy la resurrección y la Vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. Jesús no habla para un más allá, sino en presente. ¿Creemos esto?

Jesús había conseguido, como hombre, la plenitud de Vida del mismo Dios. Porque había muerto a todo lo terreno, a su egoísmo, y se había entregado por entero a los demás, llega a la más alta cota de ser posible como hombre mortal. Este admirable logro fue posible, después de haber descubierto que esa era la meta de todo ser humano, que ese era el único camino para llegar a hacer presente lo divino. Esta toma de conciencia fue posible, porque había experimentado a Dios como Don. Una vez que se llega a la meta, es inútil seguir preocupándose del vehículo que hemos utilizado para alcanzarla.

La liturgia de Pascua no está diciéndonos que en cada uno de nosotros, hay zonas muertas que tenemos que resucitar. Nos está diciendo que debemos preocuparnos por la vida biológica, pero no hasta tal punto que olvidemos la verdadera Vida. Nos está diciendo que tenemos que estar muriendo todos los días y al mismo tiempo resucitando, es decir pasando de la muerte a la Vida. Si al celebrar la resurrección de Jesús no experimentamos en nosotros una nueva Vida, es que nuestra celebración ha sido simple folclore.

Meditación

Yo soy la resurrección y la Vida.
Resurrección y Vida expresan la misma realidad, no son cosas distintas.
En la medida en que haga mía la Vida,
estoy garantizando la resurrección.
………………

No te preocupes de lo que va a ser de ti en el más allá.
Además de ser inútil, te llevará a una total desazón.
Lo importante es vivir aquí y ahora esa nueva VIDA.
Todo lo demás ni está en tus manos ni debe importarte.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La verdad no es un agujero en tierra.

Domingo, 16 de abril de 2017
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532_10_462003dd0683c“La verdad no es un agujero en tierra. La verdad es lo infinito del amor recibido a veces en esta vida cuando ya no nos quedaba nada más. Un segundo basta para conocerlo y comprender –incluso si “comprender” no es la palabra– que este infinito tiene necesariamente un lugar que a su vez tiene que ser también él necesariamente infinito. Un agujero en la tierra no es lo bastante grande para contener todo eso”.

Lo escribe Christian Bobin, lo escribieron con su gesto antes que él estas mujeres que fueron al sepulcro en la madrugada del primer día de la semana. Lo mismo que todos los que pasaron el sábado encerrados en el cenáculo, se sentían engullidas por la muerte, fracasadas en todas sus expectativas, envueltas en la tiniebla del sin sentido. Y, junto a ellas, quizá también nosotros, abrumados por la ausencia de Dios, el exceso de dolor y la desesperanza, como si siguiéramos aún en el anochecer del viernes, volviendo con ánimo abatido de enterrar en el sepulcro proyectos, ilusiones y promesas.

Aferrados a la reacción más fácil: “la verdad es un agujero en tierra” y reaccionando “llorando y hacer duelo” (Mc 16,10) “cerrando las puertas por miedo…” (Jn 20,19). La piedra es demasiado grande para nuestras fuerzas, el orden internacional demasiado injusto, la violencia demasiado arraigada, la presencia creyente irrelevante, la Iglesia demasiado temerosa…

Vamos a prolongar el sábado, vamos a refugiarnos en una espiritualidad evadida y permanecer en una parálisis inerte. Volvamos a Emaús, lejos de los sepulcros y de los crucificados, escapemos no sólo de su dolor sino también de su memoria.

Pero hay en la mañana del “primer día de la semana” un camino alternativo:

“En la madrugada del primer día de la semana, fueron María la  Magdalena y la otra María a ver el sepulcro (…) De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: —Alegraos. Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies”(Mt 28,1.8)

Lo mismo que ellas, sigue habiendo hoy gente que echa a andar todavía a oscuras y se acerca a los lugares de muerte para intentar arrebatarle a la muerte algo de su victoria. Como intentaban borrar algo de su rastro aquellas mujeres a fuerza de perfumes.

Saben que no pueden mover la piedra pero eso no les detiene. Son conscientes de la fragilidad y la desproporción de lo que llevan entre las manos, pero esa lucidez no apaga el incendio de su compasión ni hace su amor menos obstinado.

Quizá no viven todo eso desde la plenitud de la fe, ni le ponen el nombre de esperanza a sus pasos vacilantes en la noche. Pero hacen ese camino abiertos al asombro, apoyados en el recuerdo de palabras que prometen vida, dispuestos a dejarse sorprender por una presencia oscuramente presentida.

Los evangelios de Pascua “están de su parte”. Se lo dicen, nos lo dicen a todos, esas mujeres que irrumpen de nuevo en nuestros cenáculos anunciando: “¡Hemos visto al Señor!”.

De ellas recibimos la buena noticia: Un agujero en la tierra no era lo bastante grande para contener tanto amor. El Viviente sale siempre al encuentro de los que le buscan, los inunda con su alegría, los envía a consolar a su pueblo, los invita a una nueva relación de hermanos y de hijos.

Él va siempre delante de nosotros. Galilea es la encrucijada de todos nuestros caminos.

Dolores Aleixandre

Fuente Fe Adulta

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Apostar por la vida

Domingo, 16 de abril de 2017
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Resurrección2Hermanos, cuando uno es cogido por la fuerza de la Resurrección de Jesús, comienza a entender a Dios de una manera nueva, como un Padre que pone vida donde nosotros ponemos muerte; que genera vida donde nosotros la destruimos. Oremos.

Jesús, queremos apostar por la vida

• Que nuestra Iglesia sea la comunidad de hombres y mujeres comprometidos incondicionalmente y de manera radical en la defensa de la vida, y una vida digna, humana y justa para todos.

Jesús, queremos apostar por la vida

• Que nuestra alegría pascual nazca de ese deseo de una nueva creación, que siembre en nuestro corazón el gozo y la utopía de un futuro distinto y urgente.

Jesús, queremos apostar por la vida

• Que nuestra fe en el resucitado nos lleve a acoger a los pobres, el canto de los que aman la vida, la alegría de los que se entregan, el gozo de los que perdonan, la fe de los que no tienen miedo, la ternura de los que ofrecen misericordia, la utopía de los que trabajan por una sociedad más justa.

Jesús, queremos apostar por la vida

• Que todos nosotros nos pongamos tras las huellas del Resucitado, le reconozcamos en el que tenemos a nuestro lado y nos dejemos encontrar con El en los más desfavorecidos.

Jesús, queremos apostar por la vida

Padre, no permitas que pongamos nuestra fe, esperanza y amor en lo que sólo aparentemente es vida. Que tu Sí a la vida en tu hijo Jesús, nos haga sembradores de vida cada día. Gracias porque en la Resurrección de tu Hijo está la semilla de nuestra vida.

Vicky Irigaray

Fuente Fe Adulta

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Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.

Domingo, 21 de febrero de 2016
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En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.

De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:

“Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

No sabía lo que decía.

Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:

“Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.”

Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

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Lucas 9, 28b-36

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