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Hacia una mística de ojos abiertos, corazón solidario y amor eficaz (I)

Jueves, 4 de junio de 2020
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Monsenor-Agrelo-junto-migrantes-africanos_2113598686_13528262_660x371Leído en su blog:

2020 es un año para recordar a teólogas y teólogos nonagenarios que brillan con luz propia y viven –o vivieron- la mística no como evasión y huida del mundo, sino en el corazón de la realidad con todas sus contradicciones

Ellas y ellos han hecho realidad la conocida afirmación de Karl Rahner: “El piadoso de mañana o bien será un ‘místico’, una persona que ha ‘experimentado’ algo, o no será nada”

Hace cerca de 40 años, Gustavo Gutiérrez se preguntaba en su libro La fuerza histórica de los pobres si tenía sentido seguir haciendo teología en un mundo de miseria y opresión

Yo me planteo y os planteo similares preguntas, en este caso en relación con la mística. ¿Tiene sentido hablar de mística en tiempos de secularización, de crisis de Dios y de fundamentalismos religiosos?

Las preguntas se tornan más urgentes y radicales todavía tras las dramáticas imágenes que vemos a diario en televisión

Estamos celebrando este año el décimo aniversario del fallecimiento de Raimon Panikkar, místico itinerante, que supo aunar en su vida y su pensamiento ambas dimensiones –mística e itinerancia- con una extraordinaria coherencia y fue capaz de conciliar en su persona experiencias místicas de diferentes religiones: judía, cristiana, hinduista, budista, y la mística secular.

2020 es también un año de para recordar a teólogas y teólogos nonagenarios que brillan con luz propia y viven –o vivieron- la mística no como evasión y huida del mundo, sino en el corazón de la realidad con todas sus contradicciones, al ritmo de la historia, en el horizonte de la liberación, en busca de nuevos valores humanistas y ecológicos y desde el compromiso por la transformación personal, comunitaria y estructural.

Me refiero a Gustavo Gutiérrez, para quien el método de la teología de la liberación es la espiritualidad; a Johan Baptist Metz, fallecido el año pasado, que propone una “mística de ojos abiertos”, que lleva a con-sufrir, a sufrir con el dolor de los demás; a Pedro Casaldàliga, que vive la mística en el bien decir estético de su poesía, en el compromiso con los pobres de la tierra y en defensa de los derechos de las comunidades indígenas y afrodescendientes; a Hans Küng, ejemplo de mística interreligiosa que conduce al diálogo simétrico de religiones, espiritualidades y saberes; a Dorothee Sölle, fallecida en 2003, que supo compaginar en su vida y su teología armónicamente mística y feminismo desde la resistencia.

Celebramos el ochenta y dos aniversario del nacimiento Leonardo Boff, que definió a los cristianos y cristianas como “contemplativos en la liberación” y de Jon Sobrino, testigo de la mística vivida en torno al martirio y de la “liberación con espíritu”, convencido como está de que “sin práctica, el espíritu permanece vago, indiferenciado, muchas veces alienante”; el ochenta y cinco aniversario de Juan Martín Velasco, fallecido en abril pasado, místico en tiempos de ausencia de Dios, y el ochenta aniversario del nacimiento de la carmelita Cristina Kauffmann, fallecida en 2006, cuya vida fue, en palabras suyas “un correr hacia Dios”.

Ellas y ellos han hecho realidad la conocida afirmación de Karl Rahner: “El piadoso de mañana o bien será un ‘místico’, una persona que ha ‘experimentado’ algo, o no será nada”.

Preguntas

Pero llegados aquí me surgen no pocas preguntas. Hace cerca de 40 años, Gustavo Gutiérrez se preguntaba en su libro La fuerza histórica de los pobres si tenía sentido seguir haciendo teología en un mundo de miseria y opresión, si la tarea más urgente no era más de orden social y político que teológica, si se justificaba dedicarle tiempo y energía a la teología en las condiciones de urgencia que vivía América Latina y si los teólogos no estarían dejándose llevar más por la inercia de una formación teológica que por las necesidades reales de un pueblo que lucha por su liberación.

Yo me planteo y os planteo similares preguntas, en este caso en relación con la mística. ¿Tiene sentido hablar de mística en tiempos de secularización, de crisis de Dios y de fundamentalismos religiosos? ¿Se trata de la búsqueda de una “nueva espiritualidad” o, más bien, de una especie de “tapa-agujeros” en una época post-religiosa y de una manera de evadirse de la realidad? ¿No puede parecer una distracción ociosa hablar de mística en medio de la pandemia provocada por el coronavirus con cerca de cuatro millones de personas contagiadas en el mundo y doscientas setenta mil fallecidas y con una postpandemia de incalculables consecuencias para el futuro de la humanidad?

A la vista de las grandes brechas abiertas en el mundo entre ricos y pobres, hombres y mujeres, personas “nativas” y “extranjeras”, pueblos colonizados y potencias colonizadoras, de tamañas situaciones de injusticia estructural, del crecimiento de la desigualdad, de las agresiones contra la tierra, contra los pueblos originarios, contra las mujeres, contra la memoria histórica y a favor del olvido: feminicidios, ecocidios, epistemicidios, genocidios, biocidios, memoricidios, ¿se puede seguir hablando de mística con un discurso que no sea alienante y unas prácticas religiosas que no sean estériles?

Las preguntas se tornan más urgentes y radicales todavía tras las dramáticas imágenes que vemos a diario en televisión de personas migrantes, refugiadas y desplazadas que quieren llegan a nuestras costas surcando el Mediterráneo o saltar las vallas con concertinas y mueren en el intento por la insolidaridad de la “bárbara” Europa llamada “cristiana” o que, procedentes de los países centroamericanos empobrecidos por el voraz y salvaje capitalismo, son detenidas en la frontera de Estados Unidos y separados los niños y niñas de sus padres y madres. O en los campos de refugiados donde viven hacinadas decenas de miles personas en condiciones infrzhumanas, las mujeres son abusadas, muchos niños y niñas deambulan solos y desnutridos y a todos se les ha robado la esperanza y el futuro, muy difíciles de recuperar.

Son preguntas que me golpearon durante la visita que hice hace un par de años a la Casa Museo de la Memoria de Medellín (Colombia), donde vi las estremecedoras imágenes que representaban a las 8.731.000 víctimas (oficiales, las reales son muchas más) del conflicto colombiano. Son víctimas de masacres, desapariciones forzosas, violencia sexual, amenazas múltiples, homicidios, reclutamientos forzosos, desplazamientos forzosos, torturas, despojo de bienes, separaciones familiares, etc.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto y el Mal Absoluto que fue el nazismo, el filósofo de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno, afirmó en su libro Notas sobre literatura: “No querría yo quitar fuerza a la frase de que es de bárbaros seguir escribiendo poesía lírica después de Auschwitz”. ¿Podemos hacer la misma afirmación hoy en relación con la mística?

Aquí dejo planteados los interrogantes. Mi respuesta, en el siguiente artículo. Dejo tiempo suficiente para que los lectores y lectoras puedan responder a partir de las preguntas que vayan plantándose.

[1] Tomo la cita de Johann Baptist Metz, Por una mística de ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad, Herder, Barcelona, 2013, p. 182.

[2] Gustavo Gutiérrez, La fuerza histórica de los pobres, CEP, Lima, 1979 (Sígueme, Salamanca, 1982).

[3] Theodor W, Adorno, Notas sobre literatura. Obra completa. Edición de Rolf Tiedemann, con la colaboración de Gretel Adorno, Susan Buck-Morss y Klaus Schultz, traducción de Alfredo Brotons Muñoz, t. 11, Akal, Madrid, 2003, p. 406.

Biblia, Espiritualidad , , , , , , , , , , , , , , , ,

“El fantasma del fundamentalismo”, por Carlos Osma.

Viernes, 11 de abril de 2014
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bancada-evangelica-e-a-cura-gayDel blog Homoprotestantes:

Cada vez es más preocupante la identificación que se hace entre religión y fundamentalismo. Un proceso que en algunos lugares como en nuestro país, o más aún en nuestras iglesias evangélicas, parece ya imparable. Tanto es así, que las personas que no comparten los principios fundamentalistas, son vistos como creyentes que se han dejado arrastrar por las ideas y las formas de vivir de su entorno, o directamente como falsos cristianos.

En el libro Cristianismo y Liberación [1], Juan Martín Velasco nos recuerda que el fundamentalismo es sólo una forma determinada de cristianismo, que aparece como resistencia a la modernidad y a las consecuencias que esta trae consigo. Y es que a finales del siglo XIX ocurren una serie de cambios, en el conocimiento humano y en la sociedad, que producen un fuerte impacto en la visión que tradicionalmente había tenido el cristianismo: aparece una nueva forma de ver la realidad, la historia y la moral gracias a los descubrimientos científicos, la primacía de la razón, el evolucionismo, la secularización de la sociedad…

Algunos cristianos ante esta nueva situación, apostaron por dialogar con la modernidad e inculturar su fe a las circunstancias que les tocó vivir. Pero otros, los fundamentalistas, cerraron filas ante lo que denominaron “recta doctrina”. Si los primeros creyeron necesario responder a las nuevas preguntas y los nuevos retos para que el cristianismo siguiese diciendo algo a la sociedad en la que vivían, los segundos tuvieron miedo de perder la identidad y actuaron a la defensiva. Se replegaron y se dedicaron a afirmar verdades absolutas que les permitiesen vivir más tranquilos.

Es en estas circunstancias que en julio de 1920, el periódico neoyorkino The Watchman-Examiner, pone por primera vez nombre a este movimiento que cree vivir en un mundo hostil, que se siente amenazado y que necesita por tanto, definir su identidad con toda precisión: “Proponemos aquí y ahora que se adopte un nuevo nombre para designar a las personas que entre nosotros insisten en que no sean cambiados los puntos de referencia…que sean llamados Fundamentalistas…cuando utilice este término lo entenderé como un elogio y no como un insulto”.

Si nos aproximamos a este movimiento observaremos que no es monolítico, que en realidad deberíamos hablar de fundamentalismos, ya que en él encontramos desde grupos que han decidido alejarse de la sociedad, con el proselitismo como único medio de relación con el entorno, a las corrientes selectivamente tradicionales y selectivamente modernas. Estas últimas, en mi opinión son las que están más presentes en nuestro país. No rechazan todo lo producido por la modernidad, sino que escogen aquellos elementos que les pueden permitir alcanzar la influencia sociopolítica que desean.

Las características de los fundamentalismos son muchas, pero me gustaría resaltar tres de ellas por la significación y la relevancia que han adquirido en nuestro país.

La primera, apuntada anteriormente, es el intento de presentar a los creyentes que no comparten sus puntos de vista como cristianos no auténticos. Una división entre cristianos verdaderos, que son únicamente los que afirman sus principios, y aparentes, contaminados por el liberalismo, el modernismo o el relativismo. Para saber si un cristiano es verdadero debe, por un lado, afirmar lo que el fundamentalismo ha establecido como “recta doctrina”, y por otro, tener un nuevo nacimiento que lo separe completamente de los que no lo han hecho. La búsqueda de una experiencia en que basar su fe, que no deje lugar a la duda.

La segunda, la lectura literal de la Biblia, que es inerrable no sólo en cuestiones teológicas, sino también históricas y científicas. Absolutizarla hasta ponerla en lugar de Dios mismo, confundiéndola con él. Una especie de idolatría bíblica en la que el lector fundamentalista aparece como un adorador neutro sin ningún tipo de condicionante. Algo paradójico si tenemos en cuenta que los distintos grupos fundamentalistas hacen lecturas diferentes, e incluso contradictorias, de los mismos textos. Unas diferencias que se presentan como no esenciales: “En ciertas cosas podemos interpretar distinto, pero en las fundamentales tenemos que coincidir”. Evidentemente ellos nos explican cuales son estos puntos fundamentales y como deben ser creídos y afirmados. En el fondo, creo que no deja de ser una utilización de la Biblia para defender los propios puntos de vista, presentándolos como divinos.

Y por último, estos grupos se presentan como portadores y defensores de la verdad. Una verdad sin condicionante alguno, una verdad absoluta que se deriva de la revelación que ellos encuentran en la Biblia. Ya no hay fe, no hay confianza del creyente, no existe el riesgo de creer: ahora hay seguridades, verdades. Ya no es necesario buscar, no hay lugar para la duda. La verdad que ofrece el fundamentalismo es una anestesia para los que se sienten incapaces de dar respuesta al complejo mundo donde vivimos. El cristianismo entendido como un conjunto de personas, al que unos cuantos van guiando y controlando con la verdad que poseen.

Ante todos estos movimientos, que parecen tener claras todas las cosas, que nos muestran a un Dios tan humano, que nos hacen preguntarnos si no están hablando de ellos mismos, creo que deberíamos hacer hincapié en el Dios trascendente y en el ser humano real. Explicar que aunque son necesarias las imágenes que nos hacemos de Dios, es absurdo presentar cualquier imagen de Dios como definitiva y verdadera. Afirmar todas las veces que sea necesario que el Dios que nos reveló Jesús, respeta la vida y la realidad del ser humano. Una vida y una realidad que no quiere someter sino liberar. Y por último advertir que la consecuencia del fundamentalismo, es la opresión del ser humano por parte de un ídolo que el hombre mismo ha construido a su imagen y semejanza.

Carlos Osma

Publicado en Lupa Protestante en Marzo de 2007

[1] Tamayo J.J. Cristianismo y liberación. Homenaje a Casiano Floristán. (Madrid; Editorial Trotta, 1996), pp. 271-293.

Biblia, Budismo, Cristianismo (Iglesias), General, Homofobia/ Transfobia., Islam, Judaísmo , , , , , , , ,

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