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Monseñor Aguirre: “El Cristo de Bangassou no tiene joyas ni deslumbra”

Miércoles, 25 de marzo de 2020
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El Cristo de Bangassou, en medio de la guerra

“Se cubre el rostro, símbolo africano de anonimato”

“Jesús se cubre el rostro, se pone una máscara que esconde sus ojos de dolor por la miseria que es una guerra y lo míseros que son los que la hacen y la pagan en moneda extranjera”

“En Centroáfrica ve una larga fila de agresiones en masa, de hambre reprimida, de violencias y abusos depravados, de gritos callados por la angustia y de lágrimas preñadas de esperanza”

Tengo el gusto de presentaros a nuestro Jesús crucificado de la catedral de Bangassou. Aquí llevamos 5 años de guerra civil a baja intensidad. Tantos y tan malos, que nuestro Jesús se cubre el rostro, se pone una máscara que esconde sus ojos de dolor por la miseria que es una guerra y lo míseros que son los que la hacen y la pagan en moneda extranjera. Es una máscara africana que deja ver sin mostrar el rostro. Un mirar oculto típico de la filosofía africana, que aun con los ojos cerrados, Cristo está bien cerca de su pueblo y lo compadece con su mirada.

El nuestro es una imagen muy sencilla, un tronco de madera pintada, sin manos ni pies. Por el título que lleva inscrito en lo alto de la cruz, “Jesús Nazareno Rey de los Judíos”, sabemos que es Él. Que los dos representan el mismo Cristo muerto por la humanidad, único asidero para los afligidos de este mundo. No es un Cristo artístico, ni con pedigrí, no tiene firma en su talla, ni colores humanos que lo idealicen. Es gris como todos los seres humanos, no busca el éxito, es hierático y estilizado, no tiene joyas ni deslumbra. Cierra los ojos para no ver las miserias ajenas con las que Él fue escarnecido, se cubre con una máscara, que es símbolo africano de ocultación y anonimato. Su rostro oscurecido rezuma luz.

Mira a su pueblo flagelado por 14 señores de la guerra que pisotean Centroáfrica y la Ley a su antojo y capricho. Mira a su rebaño crucificado, no a una cruz de basta madera, sino a una larga fila de agresiones en masa, de hambre reprimida, de violencias y abusos depravados, de gritos callados por la angustia y de lágrimas preñadas de esperanza. Mira la pobre gente de Centroáfrica que espera, como Él, la resurrección después del Calvario. Mira como todavía en el 2020 se boicotean derechos fundamentales de la pobre gente, como en tiempos de antaño, por mercenarios extranjeros que ocupan el suelo de nuestro país.

“Gente dormida en los bancos huyendo de la muerte, gente haciéndole compañía mientras temblaba de miedo, niños perdidos, niños huérfanos, niños heridos de vergüenza ajena, madres solteras, madres embarazadas violadas por chusma armada”

Nuestro crucificado está en una catedral, de San Pedro Claver de Bangassou, y es testigo de muchas desdichas. Desde su pedestal de tortura, ha visto gente rezar, gente llorar, gente dormida en los bancos huyendo de la muerte, gente haciéndole compañía mientras temblaba de miedo, niños perdidos, niños huérfanos, niños heridos de vergüenza ajena, madres solteras, madres embarazadas violadas por chusma armada hasta los dientes, madres pidiendo por sus hijos en el frente, padres dolidos de desamor, padres pobres, padres macilentos por haber perdido todo por la violencia del fuego, usado como arma de guerra, padres esperanzados y madres que ponían su confianza en Él, niñas de otras religiones que tenían todas las de perder, niñas henchidas de pobreza y debilidad, ancianos que no dirigen nada, a quien nadie les pide opinión, ancianas venidas a menos lastimadas por achaques y males crónicos…

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El obispo de Bangassou, Juan José Aguirre

Desde su pedestal, el Cristo de Bangassou mira a todos los enfermos de coronavirus del mundo y los compadece. Les dice que pongan su confianza en Él, que Él lo puede todo, lo cura todo. Él no se puede comparar con el de Medinaceli, o el del Gran Poder o con el Cachorro pero se compadece igual de los más de 10.000 niños que siguen muriendo cada día de hambre en el mundo porque les falta no una vacuna, sino comida para vivir. Se compadece de tantas personas puestas en cuarentena, de barrios y ciudades en aislamiento. De campos de desplazados de 100.000 personas expulsados de sus ciudades a causa de la guerra, de la violencia de mercenarios armados de sus kalasnikoffs que crean el terror en el este de Centroáfrica, justo donde empieza la diócesis de Bangassou y desde donde los puede ver y conmoverse. Porque Dios se conmueve con todos los dolores de la humanidad. Dios no es indiferente. Justo enfrente tiene a 2.000 musulmanes que han sido expulsados de sus barrios y rozaron la muerte antes de refugiarse en el seminario menor de Bangassou. Refugiados en el agujero negro de un campo de desplazados. Desde su pedestal debe de ver a esos hijos del Islam con los ojos paternales de Dios. Porque Dios sabe mirar con otra mirada, con ojos de compasión y de amor, porque el amor abre barreras mientras que el rechazo y la indiferencia las amarra con cepos y concertinas.

“Se compadece de tantas personas puestas en cuarentena, de barrios y ciudades en aislamiento. De campos de desplazados de 100.000 personas expulsados de sus ciudades a causa de la guerra”

¡El Cristo velado de Bangassou! Mirando tu rostro oculto, Cristo mío, descubro tus ojos abiertos, y descubro la distancia que nos separa. Pero esos ojos están abiertos a todo sufrimiento humano. Es más, a veces me parece que cierras tus ojos para que yo abra los míos, que dejas de ver para que yo mire, que te cubres el rostro para que yo descubra el mío y me una a la vida de mi pueblo, que es el tuyo. Tu tapas tu misericordia para que yo descubra la mía. Cubres tu compasión para que yo la encuentre en los pobres de la Biblia, los anawin. Tú ocultas tu amor a los más pequeños para que yo manifieste el mío, lo multiplique y lo haga evangelio vivo. Tú escondes tu mirada para que, en la distancia, yo te preste la mía y me haga cómplice de tu misericordia infinita.

Fuente Religión Digital

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“El árbol de la palabra”, por Mari Paz López Santos.

Jueves, 28 de marzo de 2019
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zzbg1Tengo un amigo que cuando viene a estas tierras, deja sembrados mensajes para rumiar en el silencio.

Tengo un amigo al que no hay que oír, ese verbo se queda escaso cuando suenan sus palabras: le escucho con expectación para no perderme ni un punto ni una coma.

Cuando me acercaba a donde habíamos quedado llevaba preguntas que hacerle, quería que me contase sus impresiones del contraste entre el mundo en que vive y el que vivo , aquí en la gran ciudad, en el trastocado mundo de la Vieja Europa.

Como pasa cada vez que nos vemos, todo lo que proyecto se me olvida al instante. Porque, mi amigo, es palabra viva aún si está callado.

Inevitablemente en el rato que pudimos estar juntos compartiendo, me salió la preocupación del ambiente hostil, política y socialmente hablando, que inunda por todos lados. La palabra es utilizada arma arrojadiza, ni se oye al otro ni mucho menos se le escucha; el tono de voz sube en decibelios para solapar al contario más que por lo que haya que decir; el insulto forma parte del espectáculo y la falta de respeto, el mínimo, el que se debe a toda persona, brilla por su ausencia.

Mi amigo que viene de un país violento y casi partido en dos, aunque no interese en los medios informativos, me dijo:

“Dónde yo vivo hay un árbol que llaman “El Árbol de la Palabra”. Allí lo que se dice tiene peso. Se sientan bajo la sombra del árbol, unos frente a otros, para poder mirarse; hablan y escuchan, y la palabra no se la lleva el viento”.

“Hay que darse cuenta que “mi” palabra puede estar CONTAMINADA, por lo que estoy percibiendo, por lo que traigo de heridas y desconfianza, por la cantidad de prejuicios que me predisponen el juicio antes que a la escucha. De todo eso los que tengo enfrente no tienen culpa y puede que también vengan con su palabra CONTAMINADA. Así no se puede escuchar.

Así que habré de DESCONTAMINARME alejando todo eso de mi interior, para llegar a mirar a los demás con mirada limpia, con empatía, para tener lucidez al expresarme y escuchar con libertad”.

P1000285Callada y atónita seguí atenta.

“Bajo el Árbol de la Palabra hay un rato de DESCONTAMINACIÓN, se habla de cosas sencillas de la vida cotidiana; es un espacio de tiempo para preguntar cómo va la vida, la cosecha, las gallinas, la familia… y después se hace silencio, no más de unos segundos, que abre la puerta a la conversación: ‘Dime, te estoy escuchando’, dice el que preside la reunión, en la que todos tienen derecho a la palabra.

Aquí, le digo, la palabra está contaminada en las instituciones, en los medios de comunicación y en la calle. Todo es debate grosero y sobresaltado… ¡No pude callar! Y reconozco, con  humildad que me afecta, me contamina, y muchas veces mi palabra se convierte en arma arrojadiza o pegote de chapapote. Pero mi amigo siguió con esa calma interior que transmite en cualquier tema que se trate.

“Es necesario y muy bueno sacar las cosas los conflictos y ponernos a la vista para poder haya soluciones sino todo se enfanga”.

“Cuando la palabra está CONTAMINADA, no es posible la escucha y provoca ira; viene la agresividad y el stress. Es el momento para darse un rato de inmersión en el silencio de Dios, haciendo lo que hacen las ranas”.

Perpleja, creo que levanté las cejas en forma de interrogación sin decir palabra y permanecí curiosamente atenta a lo que me iba a explicar él y las ranas.

“Las ranas están siempre en la superficie del agua, saltando y chapoteando de un lado a otro, cazando. La superficie es ruidosa, muy activa, así que en determinado momento dan un salto y bajan al fondo a cargar las pilas. Tenemos que hacer como las ranas”.

9517f4c3-a8e7-4830-93e8-e81bfe6bf90fMi amigo es el vivo ejemplo de lo que dice el evangelio: La boca habla de lo que rebosa el corazón” (Mt 12, 34). Su corazón rebosa como aquella concha de la que hablaba Bernardo de Claraval, siempre recibiendo y compartiendo el agua fresca del Espíritu a quien se acerque y quiera beber.

A mí amigo le llamamos Juanjo, su familia y sus amigos, es misionero comboniano; pero a otros efectos se le llama Mons. Juan José Aguirre, obispo de la diócesis de Bangassou*, República Centroafricana, país en el corazón de África.  

Gracias, Juanjo, por acercarme al Árbol de la Palabra y a las técnicas de “descontaminación” tan necesarias hoy en día. Me zambulliré como las ranas en el silencio de la charca interior habitada por Quién nunca te deja solo.

Mari Paz López Santos

(*) www.fundacionbangassou.com

Fuente Fe Adulta

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“Desde hace 4 años los mismos violentos que te cosieron a latigazos, se ensañan sobre mi pueblo”

Martes, 21 de marzo de 2017
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cristo-dde-ruteMonseñor Aguirre, obispo de Bangassou, ante el Cristo de Rute

“Nos juntamos para revivir la pasión de Jesús, porque ya no nos queda más que eso: rezar”

(Juan José Aguirre, obispo de Bangassou).- I.-Me paro a mirar de frente el Cristo flagelado de la Veracruz de Rute, provincia de Córdoba. Navego en sus ojos. ¿Qué estarás pensando, Cristo mío, con esa mirada perdida, el cuerpo cosido a verdugones y una silenciosa súplica saliendo como una burbuja de tus labios? Me quedo callado e intento descifrar ese lamento mudo. Dejo en blanco mi mente. Como dice El santo cura de Ars: “cierra tu mente, cierra tu boca y abre tu corazón”.

Esa mirada profundamente triste tiene mucho de memoria: ¿Qué estas recordando? Acabas de pasar la agonía del Huerto, el beso contaminado de Judas, el juicio inicuo de Pilatos y te han llevado al horrible suplicio de la flagelación. Es como si tus ojos se volvieran al pasado. Porque antes de la noche oscura hubo la Cena, la pascua, la Eucaristía, el gozo y el misterio compartido, tu mejor regalo. Tal vez tus ojos miren hacia atrás, algunas horas antes, memoria viva de pan roto y compartido, el milagro asombroso del Dios hecho pan para ser comido. Ya era noche.

Noche de alegría en la cena pascual, de cantos enraizados en la historia, de contemplación del pan del cielo… hasta que algo se rompió. Algo fue mal y rompió el encanto. Y la angustia emponzoñó esa noche única en la historia. ¿Estabas pensando en esto, Cristo de la Veracruz, la mirada desencajada y una súplica callada en tus labios yertos?

Recuerdo el principio de la segunda oración eucarística que leemos solo los curas: “La noche en que fue librado, tomó pan… lo partió y lo dio a sus discípulos…” Quizás pensabas en cómo en una sola frase pueden caber dos extremos tan alejados. Noche y pan. Traición y Eucaristía. Gozo y violencia salvaje. ¿En eso pensabas, Jesús? Cuando Juan vio salir a Judas del Cenáculo, vio “que era de noche”. La noche en que fuiste traicionado fue una noche de apostasía y de venganza, de un entorno que se degrada a trozos, de lazos de amor que se rompen, de descomposición subterránea, de una comunidad que salta en pedazos, de palabras de perjurio, de disimulos y gestos clandestinos. La noche de las 30 monedas, de la negación errática de Pedro. Noche donde todos se esconden y te dejan solo, noche de la sangre derramada sobre la piedra del Getsemaní. Noche de derrota como colofón de un maravilloso regalo del cielo. Noche y pan del cielo, la noche de la Eucaristía.

Como tu, Cristo mío, hemos vivido noches parecidas en Centroáfrica, país olvidado que, dicen, no aparece ni en los GPS, noches de cuchillos rotos y de hachas de guerra, noches de agresiones y de pagar con sangre falsas facturas que otros gastaron. Desde hace 4 años los mismos violentos que te cosieron a latigazos, se ensañan sobre mi pueblo. Entonces mi mirada se encuentra con la tuya, Cristo de la Veracruz y te entiende. Miro como tu, mi pasado reciente y veo noches sin luna, noches de ráfagas de metralleta y violaciones en masa, noches de expolio y asesinatos, noches de miedo. Y no solo en Centroáfrica.

Nunca hemos conocido tanta violencia diseminada por cientos de lugares del planeta, como un nuevo holocausto que se está librando en el 2017 en que vivimos. Un holocausto que toca mujeres y niños, adultos y ancianos, culpables e inocentes, en Siria, en Afganistan, en Yemen, en Lesbos, en Libia o en Nigeria. Miles de Inmigrantes indocumentados, que no clandestinos, familias enteras huyendo de la guerra, atravesando el Sahara o el mediterráneo para escapar de la miseria, golpeados por los mismos latigazos que entonces cruzaron tu espalda y derramaron la sangre de tu cuerpo sobre las losas del Pretorio.

II.- No te he quitado la vista de encima. Mis ojos siguen clavados en los tuyos. Y pienso entonces que tal vez, la zozobra que sigo viendo en ellos es porque también miras adelante, no solo para atrás, imaginando todo lo que aún te espera por vivir: amanecer teñido de rojo, Anas, Caifás y Herodes trío de infames vendidos al mejor postor, Ecce homo pantomima del payaso, y el terrible Via Crucis.

Como cada viernes de cuaresma, los fieles de la Catedral de Bangassou se reúnen a las 15’00h (más o menos, cuando el sol está a una cierta altura y declinando…) para empezar el viacrucis. De la 7ª a la 14ª estación, es subida continua, que algunos hacen de rodillas. Es un pueblo angustiado por la macabra presencia de la LRA (los asesinos de Joseph Kony) en toda la región, unos fieles asustados por la presencia de una rama Seleka muy radical y violenta (los Peuls Mbororos), extremistas islámicos que merodean por los pueblos y aldeas de toda la diócesis.

aguirreSe juntan para revivir la pasión de Jesús, porque ya no nos queda más que eso, rezar. Tus ojos ya imaginan el horror de la pasión, de la cruz a cuestas, el encuentro con tu madre, las tres caídas. La subida al Calvario ya se refleja en tu rostro después de la flagelación, antesala del viacrucis.

Un día conté como una comunidad cristiana, rezando el viacrucis, escapó de un atentado en el mercado, en un pueblo 40% cristiano al norte de Nigeria, Djakana. El Boko-Haram quiso destruirlos con una bomba atada al pecho de una niña kamikaze drogada, pero ellos estaban en la 7ª estación, “Jesús cae por segunda vez”, llegaron tarde al mercado y salvaron la vida.

A mí me gusta recitar el viacrucis todos los días del año (más o menos) porque me sintoniza al instante con el sufrimiento de tanta gente esparcida por todos los rincones de la tierra. Me decía mi padre Maestro hace 40 años: si estás contento piensa en Jesús multiplicando el pan y los peces; si estás triste piensa en el Jesús atado a la columna… No creo ser demasiado pesimista para pensar que hoy día, tal y cómo está el mundo, no hay mil razones para estar contentos. El mundo parece desgarrarse en cientos de pedazos y el volumen de sufrimiento del hombre de hoy, sobretodo en el África donde yo vivo y el Oriente Medio es para helar la sangre de las venas. Perlas de ternura fueron el Cirineo, la Verónica o las mujeres de Jerusalén. Gotas de cariño en un océano de acidez. Cristo atado a la columna, Cristo de la Veracruz: ¡lo que te queda aún por vivir!

Fuente Religión Digital

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No hay cruz sin Cristo (reflexión de Semana Santa)

Viernes, 25 de marzo de 2016
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cruz-vacia_560x280“El odio y la violencia llenan las cruces, abren llagas y rasgan corazones”

“Nosotros, los misioneros, estamos en primera línea todo el año”

(Juan José Aguirre, Obispo de Bangassou).- Una cruz vacía es una cruz imperfecta. Las prefiero con Cristo como la imagen del Cristo de los estudiantes el viernes de pasión por las calles de Córdoba. Creo que una cruz vacía es como un vaso de agua sin agua, es como un universo sin aire, una hoguera sin fuego. Los misioneros, sobre todo en zonas de alto riesgo, de tanto ver, acabamos siendo los especialistas de muchas de las cruces del mundo, de muchos crucificados del planeta, no solo de personas crucificadas por su fe o por la sinrazón de otros, sino también, especialistas del calvario de pueblos enteros crucificados.

Mirando el rostro de los Cristos de la Semana Santa española, con cientos de miles de cofrades y penitentes ¿quién si no, mejor que el pueblo español, debería entender el horror que vive el pueblo Yaziríe en Siria, o la catástrofe de un precioso mar Mediterráneo convertido en un inmenso cementerio de 4.000 marginalizados, o el clamor de ancianos y niños, de mujeres preñadas y de campesinos ardiendo vivos en iglesias del norte de Nigeria por la fiebre asesina de criminales del Boko-haram…?

juan-jose-aguirre-misionero-comboniano-y-obispo-de-banagassouJuan José Aguirre, Obispo de Bangassou

¿Quién podría comprender mejor el torrente de lágrimas de una madre del Kurdistán o la angustia de una travesía a ciegas hacia las costas de la isla de Lesbos o la incertidumbre de una familia que se juega la vida en el campo de refugiados llamado la “jungla” en la ciudad francesa de Calais, que alguien que contempla el cuerpo y el rostro del Cristo de las lágrimas del Parque Figueroa, del cachorro de Sevilla o de las imágenes de pasión de Valladolid?

Nosotros los misioneros estamos en primera línea todo el año. Viernes de pasión en directo, no desde la tele. Tocamos el dolor en caliente desde cuando empieza a desgarrar. A veces te das de bruces con él. A mediados de febrero 2016 fui a recoger un joven a 120 km de Bangassou. Un prófugo. Se escapaba de un infierno, de 4 años viviendo como esclavo con un grupo de rebeldes ugandeses de la LRA. Alain, así me ha dicho que se llama, me ha contado su historia con voz entrecortada, medio K.O., aturdido por haber perdido las referencias y sentirse desubicado, perdido después de 4 años de miseria, suciedad, selva sofocante, testigo de mil crímenes, incluso cómplice de cientos de otros. Me ha contado que lo secuestraron a él, a su mujer y a sus hijos, también a su madre, y la familia entera de su hermano con hijos incluidos del que se separó al poco tiempo. A su madre la perdió cuando fue incapaz de transportar todos los kilos que le habían puesto encima y su columna vertebral de quebró como el cristal. De un machetazo se libraron de ella.

la-ley-del-macheteSu mujer fue a parar al círculo de un comandante rebelde que la “protegía” abusando de ella en todo cuanto podía. La dejó embarazada y Alain me dijo que murió 6 meses después, en una de aquellas extenuantes caminatas transportando bienes robados, de una hemorragia en un mal sitio y en un mal momento. Me dijo que la sangre resbalaba por sus piernas como de un grifo abierto con restos de feto incluido. A sus hijos los perdió de vista hace años y él se escapó a mitad de febrero. Así me fue desgranando pedazos espeluznantes de su corta biografía. No me extraña que esté K.O. Lo dejé en un hospital de donde será evacuado a la capital.

Allí, gente sesuda lo interrogará y exprimirá como un limón hasta que un psicólogo le ayude a rebobinar los mejores momentos de su vida antes del secuestro y a pensar en positivo. Hasta que empiece por si solo a descubrir si queda alguien vivo de su familia… Pido a mi Dios que me dé el don de la empatía, de la compasión, de saber meterme en la piel de un clandestino de los que Mgr Agrelo denuncia sus estremecimientos en Tánger, de una familia que se echa a la mar con niños pequeños para llegar a las costas griegas o de quien quiera que esté sufriendo en esta tierra.

Alain es hoy para mí la cara de nuestro Cristo y en esta Semana Santa, es la imagen de nuestra cruz. Como decía antes, los misioneros, distribuidos por todas las geografías del planeta conocemos al dedillo muchos ejemplos de cruz con Cristo y de un Cristo con rostro, con manos, con pies, con corazón y con alma.

Recuerdo el rostro de una mujer refugiada en la misión, acusada de brujería y amenazada de muerte por una masa de gente histérica y ciega. Recuerdo su rostro apergaminado de arrugas. Un rostro surcado por cien ríos y mil afluentes, un rostro cargado con todas las amarguras de su pasado y las incertitudes del futuro. Un rostro con ojos afilados como un bisturí pero, al mismo tiempo, expertos en vida, testigos de mil muertes en un continente en donde la muerte está barata; cómplices de cien duelos aquí donde acompañar a los muertos en su tránsito final es un deber sagrado; cuajados de lágrimas, símbolo del desconsuelo en que hallaba. El rostro de aquella mujer surcado de arrugas era el rostro de Cristo crucificado, del Cristo atado a la columna y de tantas otras imágenes.

Recuerdo otra foto y unas manos roídas por la vida. Manos de piel cuarteada y venas sinuosas. Las manos se abrían en cruz para agarrar un haz de leña. La leña pesaba sobre la espalda de un hombre y las manos la sostenían mientras el cuerpo se encorvaba y dolía. No eran unas manos bonitas, ni tenían uñas cuidadas, ni brillaban de cremas ni olían de aromas. Eran las manos de uno de los miles de empobrecidos, que por suerte o por desgracia, les toca vivir sólo con el sudor de su frente, sin más ayuda gubernamental que la de permitirles vivir. No se veían en ellas ni el boquete de los clavos ni los raspones de las caídas. Pero se intuían unas manos crucificadas sin clavos, traspasadas por dureza de la vida.

manos¿Qué decir de los pies de Cristo? Los pies de un Cristo clavado, la anatomía deformada por los nervios tetánicos, son una lección de vida. Los pies son el resumen de una biografía, el legado de un pasado, la herencia de un presente y un escrito codificado de lo que ha sido la vida de una persona. Pies contraídos, pies torcidos por el reuma, pies consumidos por el trajín, pies cansados, pies machacados por la carga, pies doloridos del mucho estar de pie. Recuerdo los pies de Madre Teresa en los últimos años de su vida y mas que pies eran un garabato. Aquellos pies resumían el calvario de su preciosa vida. Aunque también reflejaban el mucho bien acumulado, el amor ofrecido y el dolor compartido. Mirad los pies de cualquier Cristo, crucificado o no y leeréis en ellos su maravillosa vida y la fuerza inmensa de su personalidad única e irrepetible.

El corazón del crucificado se le imagina a través de la llaga del costado. Y pienso en las llagas abiertas de la humanidad, ahora más que nunca, cuando el odio del islamismo radical ha salpicado a enteros continentes. Criminales que matan en nombre de Dios son solamente criminales que ponen a la religión como una pantalla para justificar sus crímenes. Los romanos maltrataron a Jesús y lo mataron porque cumplían órdenes. Los radicales lo hacen porque supuran odio irracional, un odio que abre llagas y rasga corazones. La violencia impone la injusticia y la generaliza. Jesús triunfa de la violencia con su mansedumbre y su sentido común.

resurreccionLlagas abiertas en la fe de la vieja Europa en donde, como en un cascarón vacío la fe se desmorona a cachitos, a trozos, una generación tras otra. Llagas abiertas en el continente americano, en la selva de las tribus amazónicas, llagas abiertas por el consumismo a ultranza, por la adoración del dios dinero, llagas putrefactas en zonas del mundo donde se explotan niños, se secuestran niñas, se abusa de jóvenes perdidas o se machaca sin piedad a personas honradas: cada uno de esos momentos son una lanzada en el corazón de nuestro Cristo de la semana santa.

Pero queda el alma de nuestro Cristo que no es otra que la certeza de su resurrección. Un Cristo que no resucita es un pobre cristo, un cristo inacabado, un cristo fallido. Un Cristo resucitado es aquel que inunda de esperanza los rostros, las manos, los pies y las llagas de una humanidad a la deriva. Por eso el alma de la pasión se entrevé también durante las torturas porque la muerte es solamente la antesala de la vida. Cristo es vida porque resucita. Está resucitado cuando salen las cofradías. Resucita cuando la Iglesia vive el Evangelio y no se pliega ante el Dios dinero. Resucita cuando es misericordiosa, cuando los misioneros van por todo el mundo hablando de su muerte-vida y de que somos cristianos cuando hacemos cómo él hizo, vivimos como El vivió, hablamos cómo El habló y sabemos morir, más o menos, con la fe en la vida eterna con la que El murió.

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