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“Isabel, con firmeza, dijo, ¡NO!, por Magdalena Benassar

Sábado, 30 de noviembre de 2024

IMG_8802Isabel dijo no, pero antes, hacía unos meses, había creído y había dicho sí a lo imposible. Su vida cambió la historia, la suya y la nuestra, para siempre.

Llevo días dialogando con ese texto y sus personajes, y es tanta la fuerza que tienen, que me da temor empezar a escribir, porque no es fácil sacar a la luz interpretaciones que normalmente no se hacen. Puede ocurrir que, si las haces, te miren con sospecha en nuestra Iglesia tradicional.

Luego siento que por dentro me dicen: “Más sospecha que la que vivieron ellas, Isabel y María… imposible”. Qué fácil es y qué peligroso engrandecer y rezar a las personas que nos acompañan en nuestra travesía, pero menos fácil es desentrañar las verdades cronificadas que se interpretan desde un contexto histórico hoy ya anacrónico. Es urgente que a esas verdades las despojemos del polvo patriarcal para verlas a la luz de la Ruah y de los signos de hoy.

De construir para reconstruir. Esta es la historia de Isabel.

A Isabel, por aceptar el anuncio del ángel hecho a su esposo, el sacerdote Zacarías, se le considera bisagra entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Ella, aunque no nos lo cuenten así, es una de las mujeres bastante invisibilizadas que hace posible la encarnación de Jesús, porque su aceptación del plan de Dios es paralela a la de María de Nazaret.

Ambas mujeres, llenas de vida, contra todo pronóstico, encabezan el Evangelio. Ellas son mujeres judías practicantes, y por su apertura al Espíritu del Dios vivo, posibilitan con sus vidas que una tradición en aquella época, que se estaba quedando mortecina, pueda evolucionar hacia un nuevo paso, que tendrá que alejarse de lo de antes para poder surgir. Y así nos lo cuentan, con pasión, los evangelistas.

La esterilidad de Zacarías e Isabel significa la esterilidad de la institución judía, expresada en su incredulidad al no dar el paso de la lógica a la fe: Zacarías replicó al ángel: “¿Qué garantías me das de eso? Porque yo soy ya viejo y mi mujer de edad avanzada”.

El ángel le repuso: “Yo soy Gabriel (que significa la fuerza de Dios), que estoy a las órdenes inmediatas de Dios, y me ha enviado para darte de palabra esta buena noticia. Pues mira, te quedarás mudo por no haber dado fe a mis palabras…” (Lucas 1, 18-21).

Esa mudez significa que el judaísmo representado en la figura del sacerdote Zacarías dejó de alimentar su fe; significa que su relación con Dios es más de cumplimiento de sus leyes y múltiples prescripciones. La mudez también significa que ya no surgen profetas, porque su palabra dejó de encender la chispa de la fe en los corazones.

A partir de ahí, en el relato bíblico, es Isabel quien tiene la palabra, porque ella sí creyó y, por ello, quedó llena del Espíritu de Dios, que a través de su vida sencilla y abierta a la Ruah hace de su palabra profecía.

Por los textos sabemos que hay una historia preciosa, intercalada, que es el anuncio del ángel a María de Nazaret. El diálogo es absolutamente fascinante. La joven María, desde su transparente humildad, le hace preguntas al representante de Dios (Lucas 1, 34); a diferencia del representante de la institución sacerdotal, Zacarías, su actitud es abierta y disponible. No pide garantías, acoge el misterio, se fía y se lanza a una experiencia que cambia la historia y nos abre un camino de vida, de gestación, de dolor aceptado para dar a luz el proyecto de Dios.

María acompaña a Isabel; sus embarazos son para ellas un gozo y un misterio. La mayor con la joven, la joven con la anciana; como en nuestras comunidades, todas gestando vida, unidas por el mismo sentir.

Como decía, es Isabel quien toma la palabra cuando nace el pequeño. Según la tradición del judaísmo, sería el padre quien pondría el nombre a la criatura en esa cultura patriarcal… y además se pondría el mismo nombre que el padre.

“Pero la madre (Isabel) intervino diciendo: ‘¡No! Se va a llamar Juan’” (Lucas 1, 60).

Isabel, con su sincero compromiso con el Dios de su vida, toma fuerza y recibe la palabra que escuchará toda la historia. Con esa autoridad interior, dobla y arquea la institución y al patriarcado, y será el mismo Zacarías quien, al acatar el plan de Dios a través de ella, recuperará la palabra, ahora más dócilmente, desde la casa donde vivían, no desde el templo donde tenía el trabajo de sacerdote, rezando en nombre del pueblo.

Y aquí estamos, queridas hermanas, en esa coyuntura histórica. Tal vez muchas nos sintamos estériles porque la institución tal o cual…

Yo, apoyada por esa palabra, por esa mujer, por Isabel, deseo compartir que este tiempo que nos toca vivir es tiempo de escucha atenta para irnos haciendo más y más servidoras de la Palabra de Dios, que tiene la fuerza de derribar las férreas torres institucionales para otorgar la palabra a las personas que la institución invisibiliza.

Nuestro llamado al profetismo, que recibimos en el bautismo, a ser sacerdotes, profetas y pastoras, que luego ratificamos de un modo muy potente al realizar nuestros votos o promesas de consagración, nos indica un camino de renovación, de evolución.

A veces serán las voces de las hermanas mayores las que dirán, como Isabel: “¡No! Por ahí no; no vayamos a perpetuar tradiciones obviando el Evangelio, el cual —con su desnudez, desinstalación y dinamismo interno— nos conduce a lo desconocido que, si es de Dios, será bueno”.

Otras veces, las menos mayores, tendremos que proponer con la vida y la palabra proyectos de autentificación y actualización de nuestras propuestas y ministerios.

De construir para construir: así es la historia de las mujeres bíblicas y la nuestra. La evolución vendrá si asumimos el ministerio de “ser bisagras”, de decir no a lo viejo, de empujar esa puerta que se abre aparentemente al vacío, pero es que ese es el camino de la fe y el del futuro inminente de la vida consagrada, de la vida en el Espíritu.

Jesús tuvo que separarse de la institución porque le impedía ser él mismo. La institución llegó a quitarle de en medio, pero su Espíritu es el que impregna nuestras vidas; es el que posibilita la gestación que el momento histórico necesita. Para ello respondimos a su llamado.

Decir no puede parecer negativo, pero puede posibilitar cerrar sótanos para abrirnos a la luz. Ya desde la casa, su casa, lugar donde el Espíritu habita, los dos dan vida a Juan Bautista, que nos mostrará el camino que conduce a Jesús.

Y hoy nosotras damos vida a estas historias que están ahí para ser reencarnadas en los diferentes lenguajes de hoy.

Decimos no para poder decir sí y dejar que la vida siga su evolución.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

espiritualidadcym@gmail.com

Fuente Fe Adulta

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“Quemar virus e iluminar sombras”, por Juan Zapatero Ballesteros

Lunes, 24 de junio de 2024
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IMG_5493La pasada noche, miles de hogueras iluminaron la tierra… Recuperamos este artículo.

Juan Zapatero Ballesteros
Sant Feliú de Llobregat (Barcelona).

ECLESALIA, 18/06/21.- Después de quince meses de pandemia, la “oficial”claro, ha llegado una vez más el solsticio de verano. Y es que, por mucho que se empeñen los unos y los otros, los de aquí y los de allá, los de arriba y los de abajo, el ciclo vital es imparable; a pesar, desgraciadamente, de que a unos cuantos les gustaría dominarlo, controlarlo y doblegarlo a su antojo, sin ningún otro tipo de ley que la fuerza y la sinrazón. Cogido de la mano del solsticio ha llegado también san Juan, el santo con qué la Iglesia pretendió cristianizar desde muy pronto dicha efemérides, por si en ella pudiera haber algún resquicio de mundanidad y de paganismo.

El solsticio de verano nos invita siempre a hacer un canto a la luz y al fuego, como elementos esenciales de cara a posibilitar la vida del cosmos y de todo cuanto lo habita. San Juan Bautista, por su parte, irrumpe cada solsticio en nuestra historia, como veinte siglos atrás lo hizo en la del pueblo judío, con una fuerza inusitada, anunciando la necesidad de conversión y de cambio que hagan posible el comienzo de una manera de vivir nueva y renovada, en la que el amor, la igualdad, la verdad, la justicia, el perdón y la solidaridad, etc. sean los elementos constitutivos de la mejor de las vacunas de cara a conseguir una humanidad fraternal y un cosmos lleno de vida. Y esto, por cierto, no podía llegar de la mano de cualquier persona, sino de quien por el mismo Jesús de Nazaret fue considerado precisamente como “el mayor entre los nacidos de mujer” (Mt 11,11).

La gente vino al desierto, donde se encontraba Juan, y le preguntaba:

– Entonces, ¿qué haremos?

Y respondiendo, les dijo:

– El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo.

Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron:

– Maestro, ¿qué haremos? Él les dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado.

También le preguntaron unos soldados, diciendo:

– Y nosotros, ¿qué haremos?

Y les dijo:

– No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestra soldada”.

(Lc 3, 10-14)

Se trata, pues, de un proyecto que supone un transformaciónesencial y profunda que llegará a partir, no precisamente de un cambio de estructuras, sino de un giro radical, de arriba abajo, de vida de cada persona, dependiendo del estado y la situación personal que cada uno/a puede estar viviendo; también a nivel de grupos e instituciones. No se trata, pues, de barnices ni de pinturas, sino de destruir el edificio viejo y edificar uno nuevo, basado en cimientos fuertes y sólidos capaces de aguantar ante cualquier tipo de amenazas y embates, “pareciéndose a aquel hombre prudente que edificó sobre roca y aguanta, por ello, a pesar de que venga lluvia, se desborden los ríos y soplen vientos fuertes” (Mt 7, 24-25). Juan no habla a la gente que acude a escucharle de una nueva religión que exija un culto diferente, sino de una nueva forma de vivir que llene verdaderamente de sentido la propia existencia y marque las pautas definitivas que hagan posible que la relación con los demás hombres y mujeres sea realmente fraterno-sororal, junto al respeto, mimo y cuidado del entorno natural, de cerca y de lejos, que nos rodea.

Justamente en la doble línea que cada año nos recuerda el solsticio de verano: el fuego y la luz. El fuego que queme y destruya, o como mínimo purifique, toda serie de virus malignos y venenosos, tales como el consumo feroz, el odio y la violencia, que no hacen sino destruir el cosmos y el universo y las personas que lo habitan. El virus del egoísmo que ya hace tiempo comenzó a propulsar a la humanidad a una escalada salvaje de un gastar, comprar, tener, poseer, etc., más que desenfrenado a costa de degradar sin piedad el planeta y todo su entorno. El virus de la injusticia que produce desigualdades entre las personas y los pueblos, provocando que unos pocos sean los amos de los bienes del mundo que debieran ser propiedad de todas y de todos, mientras una inmensa mayoría carece de lo más elemental y necesario. El virus de la explotación y del abuso de los más pobres y débiles, especialmente de los niños y de las niñas, convirtiendo sus vidas en un mercado de relaciones totalmenteabusivas e indignas. El virus de las guerras que matan personas de manera indiscriminada,enfrenta a naciones entre sí y aniquilan todo lo que encuentran a su paso; sin otro fin que el de destruir y hacer de ellas instrumento de ganancias escandalosas y pingües negocios. El virus del machismo de muchos varones que considera a la mujer un ser inferior sin ningún tipo de argumento ni razón que no sea la diferencia sexual y/o bilógica, hasta el extremo aberrante de concebirla, por parte de algunos, como un objeto único de placer y de deseo; también el machismo a nivel institucional por parte de ideologías, partidos políticos, grupos culturales y deportivos, instituciones religiosas, etc.; y lo que aún es más grave: el virus del machismo elevado a la máxima expresión de la violencia de género. El virus que convierte a los más débiles e indefensos, especialmente los niños y niñas, en presa apetecible y fácil de sus instintos más primitivos.

Junto a esta quema de virus, la explosión de luz que ilumine tantas oscuridades y sombras que nos impiden avanzar con claridad por la vida, repletos de optimismo y esperanza. La luz que desvele para siempre los lados oscuros de la honestidad y la honradez que no tienen otro resultado, a la postre, que el de condenarnos a vivir enfangados en medio de hipocresías estériles y relaciones putrefactas. La luz que destape de una vez por todas las mentiras y patrañas que nos llevan a denominar con frecuencia amor todo aquello que es pura y simplemente egoísmo disfrazado. La luz que clarifique los puntos oscuros, o como mínimo poco claros, de nuestras verdades a medias y de nuestras mentiras “pseudogenerosas” o justificadoras de bondad y/o altruismo desinteresado. La luz, en definitiva, que rompa para siempre las tinieblas producidas por dogmas estériles y verdades impuestas; pues unos y otras no hacen sino convertirnos en obedientes sumisos y en marionetas manipulables al antojo de vete tú a saber quiénes.

Son “virus de pandemias no oficiales”, pero no por ello menos nocivos, incrustados muchas vecesen lo más hondo del universo y de las personas, que vienen reclamando desde hace tiempo “vacunas eficaces” capaces de aniquilarlos para siempre y aportar toda la luz necesaria que haga posible una vida abundante y en verdad de las personas y de todo el entorno que habitan.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Quemar virus e iluminar sombras”, por Juan Zapatero Ballesteros

Sábado, 24 de junio de 2023
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Hoguera-San-JuanLa pasada noche, miles de hogueras iluminaron la tierra… Recuperamos este artículo.

Juan Zapatero Ballesteros
Sant Feliú de Llobregat (Barcelona).

ECLESALIA, 18/06/21.- Después de quince meses de pandemia, la “oficial” claro, ha llegado una vez más el solsticio de verano. Y es que, por mucho que se empeñen los unos y los otros, los de aquí y los de allá, los de arriba y los de abajo, el ciclo vital es imparable; a pesar, desgraciadamente, de que a unos cuantos les gustaría dominarlo, controlarlo y doblegarlo a su antojo, sin ningún otro tipo de ley que la fuerza y la sinrazón. Cogido de la mano del solsticio ha llegado también san Juan, el santo con qué la Iglesia pretendió cristianizar desde muy pronto dicha efemérides, por si en ella pudiera haber algún resquicio de mundanidad y de paganismo.

El solsticio de verano nos invita siempre a hacer un canto a la luz y al fuego, como elementos esenciales de cara a posibilitar la vida del cosmos y de todo cuanto lo habita. San Juan Bautista, por su parte, irrumpe cada solsticio en nuestra historia, como veinte siglos atrás lo hizo en la del pueblo judío, con una fuerza inusitada, anunciando la necesidad de conversión y de cambio que hagan posible el comienzo de una manera de vivir nueva y renovada, en la que el amor, la igualdad, la verdad, la justicia, el perdón y la solidaridad, etc. sean los elementos constitutivos de la mejor de las vacunas de cara a conseguir una humanidad fraternal y un cosmos lleno de vida. Y esto, por cierto, no podía llegar de la mano de cualquier persona, sino de quien por el mismo Jesús de Nazaret fue considerado precisamente como “el mayor entre los nacidos de mujer” (Mt 11,11).

“La gente vino al desierto, donde se encontraba Juan, y le preguntaba:Entonces, ¿qué haremos? Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo. Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos? Él les dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado. También le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestra soldada”.

(Lc 3, 10-14)

Se trata, pues, de un proyecto que supone un transformaciónesencial y profunda que llegará a partir, no precisamente de un cambio de estructuras, sino de un giro radical, de arriba abajo, de vida de cada persona, dependiendo del estado y la situación personal que cada uno/a puede estar viviendo; también a nivel de grupos e instituciones. No se trata, pues, de barnices ni de pinturas, sino de destruir el edificio viejo y edificar uno nuevo, basado en cimientos fuertes y sólidos capaces de aguantar ante cualquier tipo de amenazas y embates, “pareciéndose a aquel hombre prudente que edificó sobre roca y aguanta, por ello, a pesar de que venga lluvia, se desborden los ríos y soplen vientos fuertes” (Mt 7, 24-25). Juan no habla a la gente que acude a escucharle de una nueva religión que exija un culto diferente, sino de una nueva forma de vivir que llene verdaderamente de sentido la propia existencia y marque las pautas definitivas que hagan posible que la relación con los demás hombres y mujeres sea realmente fraterno-sororal, junto al respeto, mimo y cuidado del entorno natural, de cerca y de lejos, que nos rodea.

Justamente en la doble línea que cada año nos recuerda el solsticio de verano: el fuego y la luz. El fuego que queme y destruya, o como mínimo purifique, toda serie de virus malignos y venenosos, tales como el consumo feroz, el odio y la violencia, que no hacen sino destruir el cosmos y el universo y las personas que lo habitan. El virus del egoísmo que ya hace tiempo comenzó a propulsar a la humanidad a una escalada salvaje de un gastar, comprar, tener, poseer, etc., más que desenfrenado a costa de degradar sin piedad el planeta y todo su entorno. El virus de la injusticia que produce desigualdades entre las personas y los pueblos, provocando que unos pocos sean los amos de los bienes del mundo que debieran ser propiedad de todas y de todos, mientras una inmensa mayoría carece de lo más elemental y necesario. El virus de la explotación y del abuso de los más pobres y débiles, especialmente de los niños y de las niñas, convirtiendo sus vidas en un mercado de relaciones totalmenteabusivas e indignas. El virus de las guerras que matan personas de manera indiscriminada,enfrenta a naciones entre sí y aniquilan todo lo que encuentran a su paso; sin otro fin que el de destruir y hacer de ellas instrumento de ganancias escandalosas y pingües negocios. El virus del machismo de muchos varones que considera a la mujer un ser inferior sin ningún tipo de argumento ni razón que no sea la diferencia sexual y/o bilógica, hasta el extremo aberrante de concebirla, por parte de algunos, como un objeto único de placer y de deseo; también el machismo a nivel institucional por parte de ideologías, partidos políticos, grupos culturales y deportivos, instituciones religiosas, etc.; y lo que aún es más grave: el virus del machismo elevado a la máxima expresión de la violencia de género. El virus que convierte a los más débiles e indefensos, especialmente los niños y niñas, en presa apetecible y fácil de sus instintos más primitivos.

Junto a esta quema de virus, la explosión de luz que ilumine tantas oscuridades y sombras que nos impiden avanzar con claridad por la vida, repletos de optimismo y esperanza. La luz que desvele para siempre los lados oscuros de la honestidad y la honradez que no tienen otro resultado, a la postre, que el de condenarnos a vivir enfangados en medio de hipocresías estériles y relaciones putrefactas. La luz que destape de una vez por todas las mentiras y patrañas que nos llevan a denominar con frecuencia amor todo aquello que es pura y simplemente egoísmo disfrazado. La luz que clarifique los puntos oscuros, o como mínimo poco claros, de nuestras verdades a medias y de nuestras mentiras “pseudogenerosas” o justificadoras de bondad y/o altruismo desinteresado. La luz, en definitiva, que rompa para siempre las tinieblas producidas por dogmas estériles y verdades impuestas; pues unos y otras no hacen sino convertirnos en obedientes sumisos y en marionetas manipulables al antojo de vete tú a saber quiénes.

Son “virus de pandemias no oficiales”, pero no por ello menos nocivos, incrustados muchas vecesen lo más hondo del universo y de las personas, que vienen reclamando desde hace tiempo “vacunas eficaces” capaces de aniquilarlos para siempre y aportar toda la luz necesaria que haga posible una vida abundante y en verdad de las personas y de todo el entorno que habitan.

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“Preparándonos para el Adviento”, por Consuelo Vélez

Sábado, 3 de diciembre de 2022
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Hemos comenzado adviento y los textos bíblicos de la liturgia de este tiempo nos invitan a la preparación para el acontecimiento que se avecina. En efecto, que el Hijo de Dios se encarne en nuestra historia amerita que nos dispongamos para ello y revisemos si estamos preparados. Las lecturas del segundo y tercer domingo se refieren a Juan Bautista, precursor del Mesías, quien habla claramente de esta preparación.

En el segundo domingo de adviento el evangelista Mateo (3, 1-12) se refiere a la predicación de Juan Bautista: “Conviértanse porque está cerca el reino de los cielos” y haciendo referencia al profeta Isaías explica la misión que se le ha confiado: “Una voz grita en el desierto: preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. Continúa el evangelista presentándonos la figura del Bautista diciendo que vestía piel de camello con una correa en la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Después se refiere a su dedicación a bautizar, pero también de su interpelación a los que quieren cumplir con un rito, pero no como signo de verdadera conversión. A fariseos y saduceos les dice: “¡Camada de víboras! ¿quién los ha enseñado a escapar del castigo inminente? Den el fruto que pide la conversión”. En otras palabras, Juan Bautista, como un verdadero profeta, es signo de otros valores -con su propia persona (expresado en su modo de vestir, de comer, de actuar) y con su predicación y, especialmente esta última, en la que interpela a sus oyentes de manera directa y firme.

En el tercer domingo de adviento con otro pasaje del evangelista Mateo (11, 2-11), se nos sigue presentando la figura del Bautista. En esta ocasión, el profeta manda a sus discípulos a preguntar directamente a Jesús si él es el Mesías o deben esperar a otro. La respuesta de Jesús es clara: “Vayan a anunciar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”. Es decir, el profeta Jesús también manifiesta lo que avala la identidad de una vida: las obras que produce. Por eso invita a los discípulos a mirar lo que está aconteciendo y a descubrir en esas acciones la veracidad de su mesianismo. El evangelio termina con las palabras de Jesús sobre Juan el Bautista, confirmando también su profetismo y la manera como prepara el camino.

Estas lecturas también nos interpelan a nosotros frente a la vivencia de este tiempo. Aunque adviento es tiempo de alegría, de esperanza, de gozo, a la luz de estos textos bíblicos, también es tiempo de conversión, de testimonio, de acción. Pero aquí vienen las preguntas que nos hacemos, año tras año, y que parece no logramos responder con los hechos. ¿Qué distingue la vivencia cristiana de este tiempo de la manera secular de celebrar estos días? Los centros comerciales se decoran con motivos religiosos y no religiosos (árboles de navidad, Papá Noel, renos, nieve, etc.), adornos que también invaden las iglesias, las calles, los parques y los hogares. Pero ¿todos estos símbolos -que en sí mismos no son buenos ni malos- que mensaje nos transmiten? ¿a qué nos remiten? El otro aspecto que caracteriza este tiempo son los regalos. Por una parte, fomentan la sociedad de consumo porque parece que es de obligado cumplimiento comprar algo en estos días. Por otra, animan a la generosidad porque hay empresas y personas que destinan una parte de sus recursos a comprar regalos para los niños, con la motivación, como se dice, de “alegrarles la navidad”. Es decir, este tiempo de espera de la navidad tiene la ambigüedad de todo lo humano: una parte de superficialidad y consumo y otra parte de gratuidad, de compartir y de estrechar lazos con la familia y los amigos.

Pero eso no quita que no intentemos reorientar el sentido auténtico de estas fiestas y, no busquemos cómo conectarnos con lo realmente importante. Y las lecturas que hemos señalado nos dan algunas pistas. Sí Jesús es el Mesías esperado y en verdad queremos acogerlo, hemos de mirar más su actuar y ponernos en sintonía con ese horizonte. El Niño que nace trae el cambio de las situaciones injustas a situaciones justas expresadas en que los ciegos ven, los sordos oyen, etc. Este es el verdadero espíritu de adviento: transformar las situaciones, pero no mientras se viven estas fiestas, sino de manera estructural. No basta con dar regalos a los niños. Es necesario preguntarse qué hay que hacer para que todo niño tenga derecho a la salud, a la educación, a la comida, a la recreación, a la familia, todos los días de su vida. No basta con expresar el cariño en este tiempo sino convertir ese cariño en obras a lo largo de todo el año: más unión familiar, más solidaridad mutua, más compañía, verdadero amor expresado a través de los actos concretos. No basta con adornar las ciudades sino buscar que ellas pueden ser lugares de posibilidades para las personas en todos los tiempos. En otras palabras, Adviento es un tiempo cálido, colorido, festejado, pero ha de ser mucho más: tiempo de conversión a más justicia, a más solidaridad, a construir un país y un mundo donde la vida sea posible, también la vida del planeta. Un mundo donde se note que el Niño Jesús que viene y que los cristianos conmemoramos, año tras año, realiza lo que ha prometido a través de nuestro compromiso de hacerlo posible. Adviento es tiempo de ponernos en camino para transparentar con nuestras obras que el Mesías esperado efectivamente llega para “allanar todos los senderos” para “reunir el trigo en el granero y quemar la paja en la hoguera”.

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“Quemar virus e iluminar sombras”, por Juan Zapatero Ballesteros

Jueves, 23 de junio de 2022
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Hoguera-San-JuanEsta noche, miles de hogueras iluminarán la tierra… Recuperamos este artículo.

Juan Zapatero Ballesteros
Sant Feliú de Llobregat (Barcelona).

ECLESALIA, 18/06/21.- Después de quince meses de pandemia, la “oficial” claro,ha llegado una vez más el solsticio de verano. Y es que, por mucho que se empeñen los unos y los otros, los de aquí y los de allá, los de arriba y los de abajo, el ciclo vital es imparable; a pesar, desgraciadamente, de que a unos cuantos les gustaría dominarlo, controlarlo y doblegarlo a su antojo, sin ningún otro tipo de ley que la fuerza y la sinrazón. Cogido de la mano del solsticio ha llegado también san Juan, el santo con qué la Iglesia pretendió cristianizar desde muy pronto dicha efemérides, por si en ella pudiera haber algún resquicio de mundanidad y de paganismo.

El solsticio de verano nos invita siempre a hacer un canto a la luz y al fuego, como elementos esenciales de cara a posibilitar la vida del cosmos y de todo cuanto lo habita. San Juan Bautista, por su parte, irrumpe cada solsticio en nuestra historia, como veinte siglos atrás lo hizo en la del pueblo judío, con una fuerza inusitada, anunciando la necesidad de conversión y de cambio que hagan posible el comienzo de una manera de vivir nueva y renovada, en la que el amor, la igualdad, la verdad, la justicia, el perdón y la solidaridad, etc. sean los elementos constitutivos de la mejor de las vacunas de cara a conseguir una humanidad fraternal y un cosmos lleno de vida. Y esto, por cierto, no podía llegar de la mano de cualquier persona, sino de quien por el mismo Jesús de Nazaret fue considerado precisamente como “el mayor entre los nacidos de mujer” (Mt 11,11).

“La gente vino al desierto, donde se encontraba Juan, y le preguntaba:Entonces, ¿qué haremos? Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo. Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos? Él les dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado. También le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestra soldada”.

(Lc 3, 10-14)

Se trata, pues, de un proyecto que supone un transformaciónesencial y profunda que llegará a partir, no precisamente de un cambio de estructuras, sino de un giro radical, de arriba abajo, de vida de cada persona, dependiendo del estado y la situación personal que cada uno/a puede estar viviendo; también a nivel de grupos e instituciones. No se trata, pues, de barnices ni de pinturas, sino de destruir el edificio viejo y edificar uno nuevo, basado en cimientos fuertes y sólidos capaces de aguantar ante cualquier tipo de amenazas y embates, “pareciéndose a aquel hombre prudente que edificó sobre roca y aguanta, por ello, a pesar de que venga lluvia, se desborden los ríos y soplen vientos fuertes” (Mt 7, 24-25). Juan no habla a la gente que acude a escucharle de una nueva religión que exija un culto diferente, sino de una nueva forma de vivir que llene verdaderamente de sentido la propia existencia y marque las pautas definitivas que hagan posible que la relación con los demás hombres y mujeres sea realmente fraterno-sororal, junto al respeto, mimo y cuidado del entorno natural, de cerca y de lejos, que nos rodea.

Justamente en la doble línea que cada año nos recuerda el solsticio de verano: el fuego y la luz. El fuego que queme y destruya, o como mínimo purifique, toda serie de virus malignos y venenosos, tales como el consumo feroz, el odio y la violencia, que no hacen sino destruir el cosmos y el universo y las personas que lo habitan. El virus del egoísmo que ya hace tiempo comenzó a propulsar a la humanidad a una escalada salvaje de un gastar, comprar, tener, poseer, etc., más que desenfrenado a costa de degradar sin piedad el planeta y todo su entorno. El virus de la injusticia que produce desigualdades entre las personas y los pueblos, provocando que unos pocos sean los amos de los bienes del mundo que debieran ser propiedad de todas y de todos, mientras una inmensa mayoría carece de lo más elemental y necesario. El virus de la explotación y del abuso de los más pobres y débiles, especialmente de los niños y de las niñas, convirtiendo sus vidas en un mercado de relaciones totalmenteabusivas e indignas. El virus de las guerras que matan personas de manera indiscriminada,enfrenta a naciones entre sí y aniquilan todo lo que encuentran a su paso; sin otro fin que el de destruir y hacer de ellas instrumento de ganancias escandalosas y pingües negocios. El virus del machismo de muchos varones que considera a la mujer un ser inferior sin ningún tipo de argumento ni razón que no sea la diferencia sexual y/o bilógica, hasta el extremo aberrante de concebirla, por parte de algunos, como un objeto único de placer y de deseo; también el machismo a nivel institucional por parte de ideologías, partidos políticos, grupos culturales y deportivos, instituciones religiosas, etc.; y lo que aún es más grave: el virus del machismo elevado a la máxima expresión de la violencia de género. El virus que convierte a los más débiles e indefensos, especialmente los niños y niñas, en presa apetecible y fácil de sus instintos más primitivos.

Junto a esta quema de virus, la explosión de luz que ilumine tantas oscuridades y sombras que nos impiden avanzar con claridad por la vida, repletos de optimismo y esperanza. La luz que desvele para siempre los lados oscuros de la honestidad y la honradez que no tienen otro resultado, a la postre, que el de condenarnos a vivir enfangados en medio de hipocresías estériles y relaciones putrefactas. La luz que destape de una vez por todas las mentiras y patrañas que nos llevan a denominar con frecuencia amor todo aquello que es pura y simplemente egoísmo disfrazado. La luz que clarifique los puntos oscuros, o como mínimo poco claros, de nuestras verdades a medias y de nuestras mentiras “pseudogenerosas” o justificadoras de bondad y/o altruismo desinteresado. La luz, en definitiva, que rompa para siempre las tinieblas producidas por dogmas estériles y verdades impuestas; pues unos y otras no hacen sino convertirnos en obedientes sumisos y en marionetas manipulables al antojo de vete tú a saber quiénes.

Son “virus de pandemias no oficiales”, pero no por ello menos nocivos, incrustados muchas vecesen lo más hondo del universo y de las personas, que vienen reclamando desde hace tiempo “vacunas eficaces” capaces de aniquilarlos para siempre y aportar toda la luz necesaria que haga posible una vida abundante y en verdad de las personas y de todo el entorno que habitan.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Quemar virus e iluminar sombras”, por Juan Zapatero Ballesteros

Miércoles, 23 de junio de 2021
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Hoguera-San-JuanEsta noche, miles de hogueras iluminarán la tierra…

Juan Zapatero Ballesteros
Sant Feliú de Llobregat (Barcelona).

ECLESALIA, 18/06/21.- Después de quince meses de pandemia, la “oficial” claro,ha llegado una vez más el solsticio de verano. Y es que, por mucho que se empeñen los unos y los otros, los de aquí y los de allá, los de arriba y los de abajo, el ciclo vital es imparable; a pesar, desgraciadamente, de que a unos cuantos les gustaría dominarlo, controlarlo y doblegarlo a su antojo, sin ningún otro tipo de ley que la fuerza y la sinrazón. Cogido de la mano del solsticio ha llegado también san Juan, el santo con qué la Iglesia pretendió cristianizar desde muy pronto dicha efemérides, por si en ella pudiera haber algún resquicio de mundanidad y de paganismo.

El solsticio de verano nos invita siempre a hacer un canto a la luz y al fuego, como elementos esenciales de cara a posibilitar la vida del cosmos y de todo cuanto lo habita. San Juan Bautista, por su parte, irrumpe cada solsticio en nuestra historia, como veinte siglos atrás lo hizo en la del pueblo judío, con una fuerza inusitada, anunciando la necesidad de conversión y de cambio que hagan posible el comienzo de una manera de vivir nueva y renovada, en la que el amor, la igualdad, la verdad, la justicia, el perdón y la solidaridad, etc. sean los elementos constitutivos de la mejor de las vacunas de cara a conseguir una humanidad fraternal y un cosmos lleno de vida. Y esto, por cierto, no podía llegar de la mano de cualquier persona, sino de quien por el mismo Jesús de Nazaret fue considerado precisamente como “el mayor entre los nacidos de mujer” (Mt 11,11).

“La gente vino al desierto, donde se encontraba Juan, y le preguntaba:Entonces, ¿qué haremos? Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo. Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos? Él les dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado. También le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestra soldada”.

(Lc 3, 10-14)

Se trata, pues, de un proyecto que supone un transformaciónesencial y profunda que llegará a partir, no precisamente de un cambio de estructuras, sino de un giro radical, de arriba abajo, de vida de cada persona, dependiendo del estado y la situación personal que cada uno/a puede estar viviendo; también a nivel de grupos e instituciones. No se trata, pues, de barnices ni de pinturas, sino de destruir el edificio viejo y edificar uno nuevo, basado en cimientos fuertes y sólidos capaces de aguantar ante cualquier tipo de amenazas y embates, “pareciéndose a aquel hombre prudente que edificó sobre roca y aguanta, por ello, a pesar de que venga lluvia, se desborden los ríos y soplen vientos fuertes” (Mt 7, 24-25). Juan no habla a la gente que acude a escucharle de una nueva religión que exija un culto diferente, sino de una nueva forma de vivir que llene verdaderamente de sentido la propia existencia y marque las pautas definitivas que hagan posible que la relación con los demás hombres y mujeres sea realmente fraterno-sororal, junto al respeto, mimo y cuidado del entorno natural, de cerca y de lejos, que nos rodea.

Justamente en la doble línea que cada año nos recuerda el solsticio de verano: el fuego y la luz. El fuego que queme y destruya, o como mínimo purifique, toda serie de virus malignos y venenosos, tales como el consumo feroz, el odio y la violencia, que no hacen sino destruir el cosmos y el universo y las personas que lo habitan. El virus del egoísmo que ya hace tiempo comenzó a propulsar a la humanidad a una escalada salvaje de un gastar, comprar, tener, poseer, etc., más que desenfrenado a costa de degradar sin piedad el planeta y todo su entorno. El virus de la injusticia que produce desigualdades entre las personas y los pueblos, provocando que unos pocos sean los amos de los bienes del mundo que debieran ser propiedad de todas y de todos, mientras una inmensa mayoría carece de lo más elemental y necesario. El virus de la explotación y del abuso de los más pobres y débiles, especialmente de los niños y de las niñas, convirtiendo sus vidas en un mercado de relaciones totalmenteabusivas e indignas. El virus de las guerras que matan personas de manera indiscriminada,enfrenta a naciones entre sí y aniquilan todo lo que encuentran a su paso; sin otro fin que el de destruir y hacer de ellas instrumento de ganancias escandalosas y pingües negocios. El virus del machismo de muchos varones que considera a la mujer un ser inferior sin ningún tipo de argumento ni razón que no sea la diferencia sexual y/o bilógica, hasta el extremo aberrante de concebirla, por parte de algunos, como un objeto único de placer y de deseo; también el machismo a nivel institucional por parte de ideologías, partidos políticos, grupos culturales y deportivos, instituciones religiosas, etc.; y lo que aún es más grave: el virus del machismo elevado a la máxima expresión de la violencia de género. El virus que convierte a los más débiles e indefensos, especialmente los niños y niñas, en presa apetecible y fácil de sus instintos más primitivos.

Junto a esta quema de virus, la explosión de luz que ilumine tantas oscuridades y sombras que nos impiden avanzar con claridad por la vida, repletos de optimismo y esperanza. La luz que desvele para siempre los lados oscuros de la honestidad y la honradez que no tienen otro resultado, a la postre, que el de condenarnos a vivir enfangados en medio de hipocresías estériles y relaciones putrefactas. La luz que destape de una vez por todas las mentiras y patrañas que nos llevan a denominar con frecuencia amor todo aquello que es pura y simplemente egoísmo disfrazado. La luz que clarifique los puntos oscuros, o como mínimo poco claros, de nuestras verdades a medias y de nuestras mentiras “pseudogenerosas” o justificadoras de bondad y/o altruismo desinteresado. La luz, en definitiva, que rompa para siempre las tinieblas producidas por dogmas estériles y verdades impuestas; pues unos y otras no hacen sino convertirnos en obedientes sumisos y en marionetas manipulables al antojo de vete tú a saber quiénes.

Son “virus de pandemias no oficiales”, pero no por ello menos nocivos, incrustados muchas vecesen lo más hondo del universo y de las personas, que vienen reclamando desde hace tiempo “vacunas eficaces” capaces de aniquilarlos para siempre y aportar toda la luz necesaria que haga posible una vida abundante y en verdad de las personas y de todo el entorno que habitan.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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