«He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo»
El cuarto evangelio se escribe muy tarde y pone en boca del Bautista la cristología desarrollada en las comunidades joaneas a lo largo de ese tiempo. En el texto de hoy, Juan presenta a Jesús como el Cordero de Dios; como el Hijo amado alentado por su Espíritu, pero la teología posterior retuerce la imagen del cordero —víctima que se sacrifica a Dios— para elaborar una horrenda doctrina de la redención que ha prevalecido a lo largo de mucho tiempo (y que todavía persiste).
Jesús —el Bueno— carga con nuestros pecados para ofrecerse como víctima vicaria al Padre —el Justo—, que de esta forma ve zanjada la ofensa que le hemos infringido y puede reconciliarse con el género humano. Pero esta interpretación contradice al propio evangelio de Juan, que más adelante nos dice que en Jesús hemos visto al Padre; es decir, que si Jesús es misericordioso es porque el Padre lo es, y que si es capaz de comprometerse hasta el final con el Reino, es porque Dios también está comprometido hasta el final con el género humano… En Jesús hemos visto que Dios es nuestro aliado contra el mal, y él, Jesús, su instrumento para librarnos del pecado: «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».
Pero esta expresión nos suscita tres preguntas importantes. La primera, ¿cuál es la naturaleza del pecado?… Hoy tendemos a rechazar la noción de culpa y creer que el pecado, el mal, es básicamente error y debilidad. Nos apetece lo que en realidad no merece la pena: nos fascina lo que nos perjudica… Pero el hecho de no considerar el pecado como ofensa a Dios no le quita entidad, pues sigue siendo nuestra peor lacra, porque nos esclaviza, socaba la convivencia y destroza nuestra vida.
La segunda pregunta es, ¿cuál es el origen del mal?… porque si el mal no procede del Dios creador de todas las cosas ¿de dónde procede?… Argumentos como el de Epicuro para ligar la existencia del mal a la inexistencia de Dios son muy convincentes, pero faltos de rigor, porque lo único que demuestran es que el problema del mal es inasequible a nuestra razón. Y nada más.
La tercera pregunta es quizá la más importante para nosotros: ¿Cómo puede Jesús quitar el pecado del mundo; cómo puede librarnos del pecado?…
Pues, en primer lugar, desculpabilizándonos. A lo largo del evangelio, Jesús no trata a los “pecadores” como culpables, sino como necesitados de Dios y amados por Él. Jesús no nos considera malvados por estar sometidos a la ley del pecado, sino sus víctimas, porque el pecado, más que cometerse, se padece. En segundo lugar, Jesús nos libra del pecado encendiendo su luz para que no tropecemos en las trampas de la vida. Los seres humanos somos propensos a equivocarnos; a tropezar, y Jesús nos presta su luz para mostrarnos el camino.
Finalmente, Jesús nos propone una forma de vida, a la que compara con un tesoro, y nos dice que quien lo encuentra vende todo para comprarlo; lo demás deja de tener valor para él… incluida la atracción que sobre nosotros ejerce el pecado.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
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Jn 1, 29-34
Juan 1, 29-34
En aquel tiempo, bastantes años después de la muerte de Jesús, el grupo de seguidores de Juan Bautista seguía creciendo. Con espíritu misionero habían extendido la doctrina de su maestro por muchos lugares. En Éfeso habían bautizado a una parte de la población “con el bautismo de Juan”. En esa ciudad no se conocía el bautismo de Jesús.
Para muchas comunidades cristianas la situación era preocupante. La figura del Bautista, tras ser decapitado por Herodes, se había ido agrandado, hasta el punto de que en algunas zonas eclipsaba a Jesucristo, muerto y resucitado. ¿Qué podían hacer?
El autor del cuarto evangelio puso su granito de arena. En su relato, dejó a un lado la infancia de Jesús y comenzó su evangelio con un himno muy significativo para las primeras comunidades. En ese himno se afirmaba que el Verbo no solo estaba junto a Dios, sino que era Dios; ese Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Sin embargo, Juan Bautista solo era testigo. Por eso, a continuación del prólogo, el evangelio comienza con la frase: “He aquí el testimonio de Juan”.
El Bautista no era la luz, sino que daba testimonio de la luz. No era el Cristo, ni Elías, ni un profeta. Con eso se aclaraban bastantes confusiones. Como Isaías, era voz que clamaba en el desierto, pero no era la Palabra hecha carne.
El cuarto evangelio pasa de puntillas sobre el bautismo de Jesús y no quiere resaltar la figura del Bautista en ningún lugar de su evangelio; al contrario, Jesús debía crecer, y Juan debía menguar (Juan 3, 28-30).
Tras el prólogo, el evangelista va presentando lo que pudo ocurrir en el interior de Juan Bautista, su proceso vital y espiritual. Es como si el evangelio nos metiera “en las entrañas del Bautista”, para ayudarnos a comprender su proceso interior.
En primer lugar, el sentido de su vida: ha venido para dar a conocer a un hombre -a Jesús- al que ha bautizado con agua. Es decir, no tiene sentido que el Bautista fuera el centro de atención y consiguiera más y más discípulos, sino que viene a realizar una misión que conduce a Jesús. Y el Bautista le deja paso, consciente de que Jesús ha venido después, pero, en realidad, es el primero.
El evangelio nos presenta también la vocación y misión del Bautista: ha recibido la inspiración de que mientras él estuviera bautizando con agua, conocería a quien eracapaz de bautizar en el Espíritu. Y dar testimonio de que ese es el Hijo de Dios.
¿No se saludaron Jesús y el Bautista? ¿No se produjo un encuentro familiar entre los dos, puesto que eran primos y los lazos familiares se cuidaban en Israel?
Lo que importa no es lo que pudo ocurrir, o no, desde el punto de vista histórico, sino el testimonio de Juan sobre Jesús: “Este es el Cordero de Dios”.
Pero ¿cómo pudo decir esa frase, que se formuló muchos años después? Es como si nos dijeran que alguien habló del COVID, hace 50 años. Imposible. Llamar a Jesús “Cordero de Dios” es una confesión de fe que las comunidades cristianas acuñaron tras la experiencia de Pascua, en un proceso lento y muy elaborado.
El evangelista no nos ha querido engañar. Simplemente ha dejado a un lado la perspectiva histórica para ofrecer una catequesis, que desemboca en los versículos siguientes en un relato de vocación. Dos discípulos de Juan le abandonan para seguir a Jesús. Dan testimonio de que merece la pena seguirle y animan a otras personas a hacerlo.
Con esta perspectiva se comprende mejor el texto del evangelio de hoy. Juan Bautista es un hombre de Dios que está a la escucha. Ve y oye. Capta los signos y da testimonio. Y, gracias a su testimonio, quienes seguían a Juan pasan a ser discípulos del Maestro.
Hoy vemos y oímos. Captamos signos y los interpretamos. ¿Damos testimonio? ¿De qué o de quién? ¿A dónde conduce nuestro testimonio?
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Domingo II del Tiempo Ordinario
15 enero 2023
Jn 1, 29-34
Aunque escasos, existen testimonios que parecen apuntar al enfrentamiento que vivieron los discípulos de dos maestros contemporáneos entre sí: Juan el Bautista y Jesús de Nazaret. Los textos evangélicos muestran la habilidad de estos últimos, no solo para presentar a Juan como mero “precursor”, sino para poner en su boca afirmaciones que, en realidad, pertenecían al credo de los seguidores de Jesús.
Se produce así lo que constituye la trampa teísta, en virtud de la cual, una comunidad da por probados contenidos de fe que ella misma creó y a los que concedió el carácter de “revelados”. La conclusión es fácil de ver: “Jesús es el Mesías e Hijo de Dios, porque así lo testificó el propio Juan”. La realidad, sin embargo, es bien diferente, por cuanto fue esa misma comunidad la que puso tales declaraciones solemnes en boca de Juan.
La trampa teísta consiste precisamente en eso: en considerar el texto revelado -Dios, en definitiva- como la fuente que garantiza la verdad absoluta de las propias creencias, sin advertir -u ocultando- el círculo vicioso -o petición de principio- en que se incurre, tal como queda plasmado en el conocido cuento judío:
“Todos en la comunidad sabían que Dios hablaba al rabino todos los viernes, hasta que llegó un extraño que preguntó: —¿Y cómo lo sabéis? —Porque nos lo ha dicho el rabino. —¿Y si el rabino miente? —¿Cómo podría mentir alguien a quien Dios habla todas las semanas?”.
En síntesis, la trampa puede resumirse de este modo: “Lo que yo creo es la verdad. ¿Cómo sabes que es verdad? Porque lo dice mi creencia (o religión)”.
Cada cual es libre de construir sus propias creencias -toda creencia es un constructo mental-, siempre que no hagan daño ni sean impuestas por la fuerza. Pero no parece honesto presentarlas como recibidas directamente de Dios y, por tanto, identificadas con la verdad misma.
Conocemos bien los estragos que puede llegar a hacer una creencia a partir del momento mismo en que es absolutizada. No es de extrañar que aquel exceso de absolutización haya conducido, por revancha, según la “ley del péndulo”, a la era de la posverdad, que produce igualmente estragos no menores.
Todo ello nos habla de la importancia de aprender a vivir en la incertidumbre y en el no-saber, conscientes de que la mente no puede atrapar nunca la verdad. Paradójicamente, es esta actitud humilde la que -por ser verdadera- podrá abrirnos la puerta de la comprensión.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.- Epifanía – Bautismo.
Volvemos a escuchar hoy el relato del Bautismo de Jesús, si bien hoy lo hacemos desde el evangelio de San Juan.
El contenido del evangelio de Juan responde a una época tardía del Nuevo Testamento. Los cristianos de las comunidades de Juan han caminado mucho en la fe y en la formulación de la fe.
El evangelio de hoy es una gran densidad densidad cristológica. Este es.
02.- Ver en Jesús a Cristo.
La primera cuestión de aquellos discípulos de Jesús, de aquellos primeros cristianos –y de todos- fue el pasar, “transcender” del Jesús a Cristo. Veían a Jesús, le escuchaban, hablaban con él y veían los signos (milagros) que hacía.
Pero la cuestión era: ¿Quién es este? que es una pregunta constante en el NT: ¿Quién es este?
Para dar ese paso de Jesús a Cristo es necesario algún nivel de profundidad en la vida. Juan Bautista dice que “he contemplado el espíritu de Jesús”.
Probablemente la transcendencia acontece en la contemplación. Y la contemplación requiere algún nivel de profundidad. O, dicho de otra manera, el ser, los valores importantes de la vida se logran en la quietud, en la calma y profundidad de la vida: en la contemplación
03.- Contemplar
Rahner decía que la contemplación es el tranquilo demorarse del hombre en la presencia de Dios. [1]
Contemplar es demorarse: contemplar es quedarse y espaciarse en lo que hemos encontrado, contemplar es “perder el tiempo” en lo que creemos, en lo que celebramos, en la estética, en la verdad.
Santo Tomás decía que contemplar es permanecer quedamente en la verdad.
Contemplar es un modo de ser y estar en la vida. La actitud para estar conscientemente en la vida es la contemplación.
La contemplación:
en ocasiones la vida es creativa: un nacimiento en la familia, el Universo, la primavera, creación.
en otros momentos la vida es telúrica: la fuerza destructora de la naturaleza: inundaciones, volcanes, terremotos, la fuerza de un cáncer, la guerra, etc.
a veces la vida se ve forjada en acontecimientos: encuentros y desencuentros, opciones, despedidas, muertes…
no pocas veces la vida es una encrucijada en la que no acertamos con la vía a tomar: crisis, pecado, enfrentamientos familiares, sociales, eclesiásticos, noches, rupturas.
Frecuentemente la vida son cuestiones sencillas: un regalo no es una mera materialidad, sino que significa afecto, amistad… los colores tienen un significado religioso, político, humanista
Estas situaciones que la vida nos depara no se viven en superficialidad, sino con profundidad.
04.- Mejor no precipitarse en la vida
Profundidad y superficialidad
La profundidad en la vida es un estilo de vida: una actividad espiritual. La profundidad no es cuestión de tener muchos títulos académicos y mucho menos de mantener posturas intelectualmente arrogantes.
Profundo es lo opuesto a lo superficial. Hay personas que viven siempre en la cresta de la ola, en una inmensa superficialidad, añadiendo capas y más capas de superficialidad a la vida. Lo más profundo que tienen es la camisa, la sotana, el clerygman o el uniforme que llevan.
No confundamos las cosas sofisticadas con las cosas profundas.
Hay personas que viven entre cosas serias y profundas de las ciencias, de la religión, de la vida y son unos perfectos superficiales. Mientras que gentes sencillas, rurales, amas de casa y obreros viven la existencia en profundidad.
Probablemente el pensamiento científico ha perdido referencia a la profundidad, por lo que “añadimos capas y más capas de superficialidad”. La modernidad y, ya, la post.modernidad, vive únicamente de la razón técnica, que es un magnífico instrumento, pero “no toca” las cuestiones de la profundidad de la existencia. El lenguaje de muchos políticos, la palabrería de los medios de comunicación, gran parte de los sermones eclesiásticos es superficial, banal…
Hoy en día en gran medida nuestra vida transcurre en la superficialidad de los fuegos artificiales de la tecnología en una dispersión que no nos permite escuchar la voz de la profundidad de la existencia. Vivimos en un aturdimiento de superficialidad.
La sencilla conversación entre una madre y su hijo es una cuestión profunda y no superficial. El diálogo íntimo entre dos amigos es una cuestión profunda y no superficial. Un médico vocacionado tiene relaciones serias, profundas con sus pacientes
Profundizar es amar la familia, las pequeñas tareas y encuentros de la vida, el arte, el pensamiento, la Palabra, la Vida.
La verdad, el amor, la libertad, la justicia son profundas, no superficiales; el sufrimiento es profundidad y no superficialidad. [2]
Lo opuesto a la superficialidad es la profundidad como actitud vital y camino espiritual.
Vivimos tiempos de superficialidad, de prisas y precipitaciones.
Sin embargo, uno se encuentra a sí mismo en la profundidad de su vida, no en la superficialidad.
05.- El nombre de la profundidad es Dios.
El nombre de este fondo infinito e inagotable es Dios. Tal es el significado de esta palabra y aquello a lo que tienden las expresiones reino de Dios y divina providencia. Y si estas palabras no tienen demasiado significado para vosotros, traducidlas y hablad de la profundidad de la historia, del fondo y finalidad de nuestra vida social, y de lo que os tomáis en serio, sin la menor reserva en vuestras actividades morales y políticas. Quizá daríais el nombre de esperanza, simplemente esperanza, a esta profundidad. Si sabéis que Dios es esperanza, sabéis mucho acerca de Él. [3]
Y si la Palabra Dios carece de suficiente significación para vosotros, traducidla y hablad entonces de las profundidades de vuestra vida, de la fuente de vuestro ser, de vuestro interés último, de lo que os tomáis seriamente, sin reserva alguna. Si sabéis que Dios significa profundidad, ya sabéis mucho acerca de Él. Entonces ya no podréis llamaros ateos o incrédulos. Porque ya no os será posible pensar o decir: la vida carece de profundidad, la vida es superficial, el ser mismo no es sino superficie. Si pudierais decir esto con absoluta seriedad, seríais ateos; no siendo así, no lo sois. Quien sabe algo acerca de la profundidad, sabe algo acerca de Dios. [4]
La serenidad y la contemplación no se dan, ni se solucionan como quien arregla un pinchazo de la rueda del coche, sino que hay que pararse en la vida, sentarse y hacer silencio. Quizás contemplar es dejarse empapar, impregnar por el fondo de nuestro ser, de la vida, que es Dios.
06. Al final está la alegría
La vida se ventila y se resuelve en la profundidad, en la absoluta radicalidad y sinceridad de nuestro propio ser. Allá donde uno piensa, ama, decide y se entrega, es el país de la profundidad.
Al fondo del camino, en la profundidad de la vida encontramos el ser. este es. El camino que nos lleva hacia el ser es la actitud de Éxodo y de Emaús, el desierto siempre duro. Y al final de este camino nos espera un gozo profundo. La profundidad de la vida entraña el encuentro consigo mismo y con la verdad. El encuentro con la Verdad y la aceptación de la propia verdad produce un humilde realismo, serenidad y gozo.
[1] K. Rahner – H. Vorgrimler, Diccionario Teológico, Barcelona, Ed Herder, 1970, 120.
[2] TILLICH, P. Se Conmueven los Cimientos de la Tierra, 90.
[3] TILLICH, P. Se conmueven los cimientos de la tierra, Barcelona, Ed Ariel, libros del Nopal, 1968, 97-98.
[4] TILLICH, P. Se conmueven los cimientos de la tierra,95.
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A BARTOLOMÉ DE LAS CASAS
Los Pobres te han jugado la partida
de una Iglesia mayor, de un Dios más cierto:
contra el bautismo sobre el indio muerto
el bautismo primero de la vida.
Encomendero de la Buena Nueva,
la Corte y Salamanca has emplazado.
Y ese tu corazón apasionado
quinientos años de testigo lleva.
Quinientos años van a ser, vidente,
y hoy más que nunca ruge el Continente
como un volcán de heridas y de brasas.
¡Vuelve a enseñarnos a evangelizar,
libre de carabelas todo el mar,
santo padre de América, las Casas!
*
Pedro Casaldáliga Todavía estas Palabras, 1994
***
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos:
– “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”
Jesús les respondió:
– “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
– “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.” Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.”
*
Mateo 11,2-11
***
La compasión es fruto de la soledad. Tenemos que admitir lo difícil que es ser compasivo, ya que requiere una actitud de disponibilidad para estar con otros allí donde son débiles, vulnerables, solitarios, rotos. No es nuestra actitud espontánea ante el sufrimiento.
Procuramos, ante todo, evitar el sufrimiento huyendo de él o tratando de encontrar una cura inmediata para el mismo. Lo cual significa ante todo hacer algo que demuestre que nuestra presencia es significativa. Olvidamos así nuestro mayor don: la capacidad de solidarizarnos con aquellos que sufren.
Esta solidaridad compasiva crece en la soledad. En la soledad nos damos cuenta de que nada humano nos es ajeno, de que las raíces de todo conflicto, guerra, injusticia, crueldad, odio, celos y envidia están fuertemente anclados en nuestro corazón. En la soledad, un corazón de piedra puede convertirse en un corazón de carne; un corazón rebelde, en un corazón contrito, y un corazón cerrado puede abrirse a todo aquel que sufre, en un gesto de solidaridad.
*
H. J. M. Nouwen, El camino del corazón,
Madrid 1986, 30-31
Este Adviento, Bondings 2.0 te invita a hacer un viaje espiritual a través de reflexiones guiadas sobre las lecturas de los cuatro domingos de la temporada. El ejercicio de reflexión a continuación se puede hacer individualmente, con un amigo cercano o en un grupo de intercambio de fe. Los reflejos están especialmente diseñados para personas LGBTQ y aliados.
Estos ejercicios de Adviento son parte de la serie Journeys de New Ways Ministry: una colección de selecciones bíblicas, preguntas de reflexión, oraciones y meditaciones en video.
Esperamos que estas ayudas espirituales los ayuden a todos en sus propios viajes. Para las lecturas de este domingo, haga clic aquí.
Si desea compartir algunas de sus reflexiones con otros lectores de Bondings 2.0, no dude en agregar las respuestas que tenga en la sección “Comentarios” de esta publicación.
En la Biblia, lo único que aprendemos sobre la persona de Jesé es que fue el padre de David, quien se convertiría en el rey más grande de Israel. Nada más se registra sobre él.
En 1 Samuel 16: 1-13, Dios le dice al profeta Samuel: “Llena tu cuerno con aceite, y sigue tu camino. Porque te envío a Jesé en Belén, porque he escogido como rey a uno de entre sus hijos… Tú me ungirás a mi elegido”.
Cuando Samuel llega a Belén, invita a Jesé y a su familia a una fiesta de sacrificio. Isaí trae consigo a sus siete hijos mayores. David, el más joven, se queda atrás para cuidar las ovejas. Cada uno de los siete hijos se presenta a Samuel, pero los siete son rechazados por Dios. “¿Estos son todos los hijos que tienes?” pregunta Samuel. Cuando David es llamado y anunciado, Dios dice: “Levántate y unge a éste”.
En la “raíz de Jesé” (Isaías 11:10), el profeta Isaías traza el linaje del Mesías que nacerá a través de la “simiente de David” (Romanos 1:3).
Utilizando el término “tocón de Jesé”, Isaías profetiza el futuro de la nación de Israel. Dios había escogido a Israel para que fuera el propio pueblo de Dios. Debido a que Israel rechazó los caminos de Dios y se negó a arrepentirse, Dios permitió que Asiria destruyera y esclavizara al pueblo escogido de Dios. En el exilio lejos de la tierra, Israel se convirtió en un pueblo quebrantado y devastado. Sin embargo, incluso en esta desesperación, Israel fue llamado a la esperanza, porque “del tronco de Jesé brotaría un retoño, y de sus raíces una rama daría fruto” (Isaías 11:1). Aunque el gran florecimiento de los reyes davídicos se había reducido a un mero tronco en el exilio, un retoño sobreviviría, y del linaje de Jesé y David, el Mesías elegido traería al Pueblo de Israel de vuelta a la gracia de Dios.
Isaías 11:1-10
En aquel día, un retoño brotará del tronco de Jesé; de las raíces de Jesse, florecerá un capullo.
Reposará sobre vosotros el Espíritu de YHWH, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de conocimiento y de temor a YHWH.
Te deleitarás en obedecer a YHWH, y no juzgarás por las apariencias ni tomarás decisiones por rumores. Juzgarás a los pobres con justicia y defenderás los derechos de los afligidos de la tierra. Con una sola palabra, abatiréis a los tiranos; con tus decretos matarás a los impíos. La justicia será un cinturón alrededor de tu cintura; la fidelidad te ceñirá.
Entonces el lobo morará con el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito; el becerro y el cachorro de león pacerán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca se alimentará con el oso, sus crías descansarán juntas; el león comerá heno como el buey, el bebé jugará junto a la guarida de la cobra, y el niño pequeño bailará sobre el nido de la víbora.
No habrá daño ni destrucción en todo mi santo monte; porque como las aguas llenan el mar, así la tierra se llenará del conocimiento de YHWH.
En ese día, la raíz de Jesé será un símbolo para los pueblos del mundo: las naciones se congregarán a ti y tu morada será gloriosa.
PARA LA REFLEXIÓN
01.- Mientras reflexionas sobre la historia de la unción de David y la metáfora del “tocón de Jesse“, ¿puedes recordar algún incidente en tu vida como persona o aliado LGBTQ en el que fuiste elegido contra todo pronóstico, o sobreviviste cuando las fuerzas intentaron eliminarte? ¿Cómo aseguró Dios tu prosperidad? Si no puede pensar en un ejemplo en su vida, ¿puede pensar en uno en la vida de otra persona o aliado LGBTQ?
02.- Dos títulos bíblicos que se le dan al Mesías son “Raíz de Jesé” y “Heredero de David”. A través de tu historia LGBTQ/aliado, ¿qué título describiría mejor tu relación con su familia de origen? ¿Cómo reflejaría este título no sólo tu genealogía, sino también tu historia y vocación?
03.- A través de la primera venida de Jesús, se han cumplido las siguientes promesas: adopción como hijos de Dios LGBTQ, perdón de los pecados y salvación. ¿Cómo refleja tu vida de fe y adoración estas bendiciones? ¿Qué te impide poseer estas gracias?
04.- Mientras te “deleitas en obedecer a YHWH”, ¿cómo te desafías no solo a ti mismo, sino también a tu familia, iglesia y comunidad LGBTQ a dar buenos frutos? ¿Dónde ves arrepentimiento y dónde encuentras desafío?
05.- La segunda mitad de la lectura de Isaías enumera la unión de parejas improbables: lobo/cordero, becerro/león, vaca/oso. ¿Con quién te ves a ti mismo, o a la comunidad LGBTQ, en un futuro libre de “daño o destrucción”? ¿Por qué?
06.- “Dios juzgará a los pobres con justicia y defenderá los derechos de los afligidos de la tierra”. ¿Cómo definirías la justicia para ti (o para aquellos que son LGBTQ)? ¿A quién puedes nombrar de la comunidad LGBTQ/aliada que se beneficiaría de alguna forma de justicia, oración, una palabra de consuelo o sanación? ¿Cómo se extenderá o ayudará a que se haga justicia?
Fuente: Unsplash
ORACIÓN
de David hijo de Jesé
Salmo 72: 1-2, 7-8, 12-14, 17
Oh Dios, da a tu ungido tu juicio y tu justicia.
Enseña a tu elegido a gobernar correctamente a tu pueblo y a hacer justicia a los oprimidos.
Florecerá la justicia a través de los días, y la paz profunda, hasta que no haya más luna.
Tu ungido gobernará de mar a mar, y desde el río Éufrates hasta los confines de la tierra.
Tu ungido rescatará a los pobres cuando clamen,
y los oprimidos cuando no hay quien los ayude.
Tu elegido se apiadará de los humildes y de los pobres, y les salvará la vida.
Tu elegido los rescatará de la violencia y la opresión,
y tratarán su sangre como preciosa.
Que el nombre de tu ungido perdure para siempre,
y continue mientras exista el sol.
En tu elegido serán benditas las naciones de la tierra,
y ellos bendecirán a los ungidos a cambio.
VÍDEO MEDITACIÓN
El siguiente video titulado “Lo que la genealogía de Jesús nos enseña sobre el Salvador”, nos guía a través de los primeros versículos del Evangelio de Mateo.
En esta genealogía se hace evidente que cada uno de nosotros juega un papel crucial en la construcción del Reino de Dios. Además, al incluir personas imperfectas con pasados cuestionables en el linaje de Jesús, el mensaje subyacente es que nadie está jamás excluido del amor de Dios y que nuestra contribución, por pequeña que sea, es aceptable para Dios.
-Dwayne Fernandes, New Ways Ministry, December 4, 2022
Comentarios desactivados en “Una voz grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.”
Juan Bautista
Cual greñudo y piloso nazareno,
amigo de alimañas y de fieras,
piel de camello sobre cuerpo enjuto,
como hijo del ayuno y de la estepa,
Juan Bautista predica en el desierto,
-inhóspito desierto de Judea-
y anuncia la llegada del Mesías,
de quien es precursor y fiel profeta.
Y dice que se siente indigno siervo
de soltar sus sandalias y correas.
¡Allanad y hacer rectos los senderos;
preparad los caminos del señor,
porque a punto de llegar está el Mesías
y exige “metanoia”, conversión.
Los que esperáis ansiosos su llegada
del Mesías -Ungido del Señor-
purificad los cuerpos y las almas
en las aguas del Jordán y del perdón!
Y cuando aquel cobarde rey Herodes
mande un día te corten la cabeza,
y Salomé, danzante, se la sirva
en preciosa plateada bandeja,
todos verán, beodos y asombrados,
que tú aún sigues con la boca abierta
gritando la Verdad que nunca muere,
gritando la Verdad a boca llena.
¡Qué bien supiste, Juan, ser de Jesús
su precursor, testigo y fiel profeta!
*
José Luis Martínez
***
Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando:
– “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.”
Éste es el que anunció el profeta Isaías diciendo: “Una voz grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.” Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo:
“¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Abrahán es nuestro padre”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.”
*
Mateo 3,1-12
***
Los Padres del desierto consideraron la sociedad como un barco a la deriva que hay, que abandonar lanzándose a nadar a fin de salvar la vida (…). Éstos eran hombres que creían que dejarse llevar por la corriente aceptando pasivamente los principios y valores de la sociedad era pura y simplemente un desastre.
Nuestra sociedad no es precisamente una comunidad que irradia el amor de Cristo, sino una peligrosa red de dominación y manipulación en la cual podemos quedar atrapados y perecer. La pregunta fundamental que tendremos que hacernos es si nosotros estamos ya tan modelados por los poderes seductores del mundo de las tinieblas que nos hemos vuelto ciegos para ver nuestro desgraciado estado y el de los que nos rodean y hemos perdido ya la motivación necesaria para lanzarnos a nadar y salvar así nuestras vidas.
*
H. J. M. Nouwen, El camino del corazón,
Madrid 1986, 16-17.
Comentarios desactivados en “Sin caminos hacia Dios”. 2 Adviento – A (Mateo 3,1-12)
Son muchas las personas que no son ni creyentes ni increyentes. Sencillamente se han instalado en una forma de vida en la que no puede aparecer la pregunta por el sentido último de la existencia. Más que de increencia deberíamos hablar en estos casos de una falta de condiciones indispensables para que la persona pueda adoptar una postura creyente o increyente.
Son hombres y mujeres que carecen de una «infraestructura interior». Su estilo de vida les impide ponerse en contacto un poco profundo consigo mismos. No se acercan nunca al fondo de su ser. No son capaces de escuchar las preguntas que surgen desde su interior.
Sin embargo, para adoptar una postura responsable ante el misterio de la vida es indispensable llegar hasta el fondo de uno mismo, ser sincero y abrirse a la vida honestamente hasta el final.
Tras la crisis religiosa de muchas personas, ¿no se encierra con frecuencia una crisis anterior? Si tantos parecen alejarse hoy de Dios, ¿no es porque antes se han alejado de sí mismos y se han instalado en un nivel de existencia donde ya Dios no puede ser escuchado?
Cuando alguien se contenta con un bienestar hecho de cosas, y su corazón está atrapado solo por preocupaciones de orden material, ¿puede acaso plantearse lúcidamente la pregunta por Dios?
Cuando una persona anda buscando siempre la satisfacción inmediata y el placer a cualquier precio, ¿puede abrirse con hondura al misterio último de la existencia?
Cuando uno vive privado de interioridad, esforzándose por aparentar u ostentar una determinada imagen de sí mismo ante los demás, ¿puede pensar sinceramente en el sentido último de su vida?
Cuando una persona vive volcada siempre hacia lo exterior, perdiéndose en las mil formas de evasión y divertimiento que ofrece esta sociedad, ¿puede encontrarse realmente consigo misma y preguntarse por su último destino?
«Preparad el camino al Señor». Este grito de Juan Bautista no ha perdido actualidad. Seamos conscientes o no de ello, Dios está siempre viniendo a nosotros. Podemos de nuevo encontrarnos con él. La fe se puede despertar otra vez en nuestro corazón. Lo primero que necesitamos es encontrarnos con nosotros mismos con más hondura y sinceridad.
Comentarios desactivados en “Convertíos, porque está acerca el reino de los cielos”. Domingo 04 de diciembre de 2022. Domingo 2º de Adviento
Leído en Koinonia:
Isaías 11,1-10: Juzgará a los pobres con justicia. Salmo responsorial: 71: Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente. Romanos 15,4-9: Cristo salva a todos los hombres. Mateo 3,1-12: Convertíos, porque está acerca el reino de los cielos.
La primera lectura es uno de esos varios preciosos textos de Isaías –y de los profetas bíblicos en general– que nos «describen» la «utopía» bíblica. Por definición, la utopía «no tiene lugar», no se la puede encontrar, todavía no se ha concretado en ningún sitio, no existe… y en ese sentido tampoco se puede describir cómo es. Pero si hablamos de la utopía -y si incluso soñamos con ella- es porque sí tiene alguna forma de existencia. No es que no exista, simplemente, sino que «no existe… todavía». Como decía Ernst Bloch, no sólo existe lo que es, sino lo-que-no-es-todavía (el “noch nicht Sein”). No es, pero puede llegar a ser, quiere ser y, como podemos comprobar de tantas maneras, lucha por llegar a ser. Y será. Como decía Ebeling, «lo más real de lo real, no es lo real mismo, sino sus posibilidades»…
El pensamiento utópico es un componente esencial del judeocristianismo. No lo es de otras religiones, incluidas las grandes religiones. No hay sólo un tipo de religiosidad. Podemos encontrar varias corrientes en las religiones «neolíticas», las de los últimos cinco mil años. Unas experimentan lo sagrado sobre todo en la conciencia (la interioridad, el pensamiento silencioso, la experiencia de la iluminación, de la no dualidad… una especie de «estado modificado» de conciencia); otras lo experimentan en la naturaleza, en la experiencia cósmica… (la experiencia de sintonía con la naturaleza, de unidad e interdependencia con ella, de su sacralidad imponente, de la Pachamama… lo que Mircea Elíade llamó la «experiencia uránica», ésa que todos los pueblos han sentido al contemplar la belleza del cosmos, del cielo estrellado…). Las religiones abrahámicas, un tercer grupo, por su parte, han experimentado lo sagrado «en la historia», por medio de la fe, la esperanza y el amor, a través del llamado de una Utopía de Amor-Justicia. Véanse los tres enfoques diferentes de las tres gamas o ramas del árbol de las religiones: la interioridad de la conciencia, la misteriosidad de la naturaleza, y el llamado utópico de la justicia en el decurso de la historia…
Este tercer foco es, concretamente, el ADN de nuestra religión. Todo lo demás (doctrina, moral, liturgia, institución eclesiástica…) añade, reviste, completa… pero la esencia de la religiosidad abrahámica es esa fuerza espiritual que experimentamos en el llamado de la Utopía del Amor-Justicia. Que, por ser “amor-justicia”, obviamente, siempre estará de parte de los pobres, de los “injusticiados”, en cualquier nivel o tipo de injusticia (económica, cultural, racial, de género…) en que se realice.
Los profetas, Isaías en el caso de la lectura de hoy, «describe» la Utopía, «cuenta el sueño» que le anima: un mundo amorizado, fraterno, sin injusticia, sin injusticiados, en armonía incluso con la naturaleza… La Utopía fue tomando en Israel el nombre de «reinado de Dios»: cuando Dios reina el mundo se transforma, la injusticia deja lugar a la justicia, el pecado al perdón, el odio al amor… las relaciones humanas descompuestas se recomponen en una red de amor y solidaridad. El conocido estribillo del canto del salmo 71 (el de la liturgia de este domingo) lo dice magistralmente: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es Gracia, tu Reino es Amor». Donde Dios está presente y «reina», es decir, donde se hacen las cosas «como Dios manda», allí hay Vida, Verdad, Justicia, Paz, Gracia y Amor. Por eso hay que clamar con el estribillo cantado de ese salmo: «Venga a nosotros tu Reino, Señor». No hay sueño ni Utopía más grande, aunque esté tan lejana.
El adviento es, por antonomasia, el tiempo litúrgico de la esperanza. Y la esperanza es la «virtud» (la virtus, la fuerza) de la Utopía, la fuerza que la Utopía provoca, crea en nosotros para esperar contra toda esperanza. Adviento es por eso un tiempo adecuado para reflexionar sobre esta dimensión utópica esencial del cristianismo, y un tiempo para examinar si con el paso del tiempo nuestro cristianismo tal vez olvidó su esencia, tal vez arrincónó tanto la utopía como la esperanza.
El evangelio de Mateo nos presenta a Juan Bautista pidiendo a sus coetáneos la conversión, «porque el reinado de Dios [reinado “de los cielos” dirá Mateo, con el pudor reverencial judío que evita «tomar el nombre de Dios en vano»] está cerca». En aquellos tiempos de mentalidad precientífica y apocalíptica, la propensión a imaginar futuras irrupciones del cielo o del infierno servía para mover a las masas. Hoy, con una visión radicalmente distinta sobre la plausibilidad de tales expectativas apocalípticas, la argumentación de Juan Bautista ya no sirve, resulta increíble para la mayor parte de nuestros contemporáneos. No es que hayamos de cambiar (que hayamos de convertirnos) «porque el reino de Dios está cerca», sino exactamente al revés: el Reino de Dios puede estar cerca porque (y en la medida en que) decidimos cambiar nosotros (convertirnos), y es con ello como cambiamos este mundo… Ya no estamos en tiempos de apocalipsis (una irrupción venida de fuera y de arriba), sino de praxis histórica de transformación del mundo y de su historia (una transformación venida de abajo y desde dentro). El reinado de Dios -la Utopía, para decirlo con un lenguaje más amplio e interreligioso- no es ni puede ser objeto de «espera» (como ante algo que sucederá al margen de nosotros), sino de «esperanza» (la desinencia «anza» expresa ese matiz de actividad endógena). La esperanza es esa actitud que consiste en «desear provocando», desear ardientemente una realidad todavía «u-tópica», tratando de hacerla «tópica», presente en el «topos», en el lugar y en el tiempo, aquí y ahora, en la Tierra, no en el cielo futuro.
Insistimos: otras religiosidades discurren por otro tipo de experiencia de lo sagrado –y ello no es malo, es muy bueno, y es muestra de la pluriformidad de la religiosidad–, pero la vivencia espiritual específicamente judeocristiana es esta esperanza activa histórico-utópica comprometida. En este Adviento podríamos hacer de esto una materia de reflexión y examen.
Por cierto, la segunda lectura, de la carta a los romanos, coincide curiosamente con este mismo enfoque esencial: «Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza»… Mantener la «esperanza», mantener esa tensión de compromiso histórico-utópico es el objetivo de las Escrituras (por cierto, de «todas las Escrituras», no sólo de la Biblia…). Es decir: las Escrituras fueron escritas para eso. No para fines piadosos, para fines estrictamente transcendentes o sobrenaturales… sino «para mantenernos en la esperanza», por tanto, para comprometernos en la historia, para encontrar lo divino en lo humano, el Futuro absoluto en el futuro histórico y contingente. Cualquier utilización bíblica que nos encierre dentro de la Bíblia misma, nos separe de la vida o nos haga olvidar el compromiso histórico de construir apasionadamente la Utopía en esta tierra, será un uso malversado –o incluso perverso– de la Biblia. Leer más…
Comentarios desactivados en Dom 4.12.22. Adviento 2: Galileo marginal y discípulo disidente de Juan Bautista
Del blog de Xabier Pikaza:
Antes que tiempo de preparación para la Navidad de Jesús, el Adviento ha sido preparación de Jesús para su misión al servicio del Reino de Dios.
Hay en Adviento otros motivos y personas; Isaías profeta, José padre justo, María madre…). Pero la más significativos este domingo es Juan Bautista, a quien ayer (30.11) presenté como maestro de de Jesús y de Andrés. En esa línea sigue esta postal, que consta de dos partes. (1) Jesús galileo marginal. (2) Discípulo disidente del Bautista
| X. Pikaza
Texto. Mt 3, 1-12 (sección):
Juan Decía: Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo… Tiene el el bieldo en la mano: aventará su parva, limpiará la era y quemará la paja en una hoguera que no se apaga (etc.).
1. GALILEO MARGINAL
Había en aquel tiempo líderes (celosos) militares, aunque ninguno pudo compararse con David, desde la restauración fallida de Zorobabel, del 539 al 515 a. C. (cf. Ag 1, 1.12-14; 2, 2-4; Zac 4, 6-10). Entre ellos había dos “judas”:
– Judas Macabeo, caudillo de la revuelta sacerdotal y militar contraria a los intentos de helenización de los seléucidas de Siria, que quisieron imponer un tipo de cultura y religión helsnista, partiendo de Jerusalén, con la ayuda de algunos sacerdotes de la alta nobleza. El héroe Macabeo murió en el campo de batalla (el año 160 a.C.), pero su memoria siguió y sigue siendo venerada de formas distintas por el pueblo.
– Judas Galileo, al que Gamaliel presenta junto a Teudas, como dirigente de un movimiento paralelo al de Jesús, un “celoso” que fracaso “porque Dios no lo apoyaba” (Hech 5, 37). Se alzó (quizá en un plano doctrinal más que militar), hacia el 6 d. C., tras la deposición de Arquelao (cuando Jesús era un muchacho), contra del censo que Quirino, gobernador de Siria, había impuesto sobre Judea y Samaría. Cf. F. Josefo Ant 18.1. 1-8 y en Bell 2.8.1.
No sabemos cómo murió Judas Galileo. Sabemos, en cambio, que Judas Macabeo murió como un héroe de la resistencia, en defensa de su pueblo, mientras Jesús Galileo morirá más tarde como traidor oficial, condenado por las autoridades de Israel y Roma. Conforme a la visión de Judas Galileo, el adviento Reino de Dios era más que un proceso de liberación política, pues implicaba aspectos más hondos de trasformación social y personal más hondos, aunque de algún modo debían avalarse con las armas.
El adviento de Jesús Galileo puede compararse a los de Judas Macabeo y Judas Galileo, pero su método y sus fines son distintos, no por simple rechazo de la guerra, sino por su exigencia de transformación de la comunidad (iglesia) del Reino, desde los pobres y excluidos, en perdón, curación, gratuidad. sin guerra.
Había también en el contexto de Jesús esenios y fariseos, vinculados de algún modo a los hasidim del entorno de los macabeos. Entre los esenios destaca el Maestro de Justicia, figura central de la renovación israelita de la segunda mitad del siglo II a. C. Fue sacerdote, pero contrario a los sadoquitas (de la dinastía de Sadoc: cf. 2 Sam 8, 17; 1 Rey 1, 8; Ez 40, 46; 1 Cron 6, 8) que habían sido dominantes en la primera mitad del siglo II, hasta la muerte de Alcimo (159 a.C.) y también contrario a la nueva dinastía asmonea, que triunfó con Jonatán (hermano de Judas Macabeo) y con sus sucesores, tras el (152 a. C), de forma que vivió en un tipo de “exilio”.
Este Maestro de justicia era rigorista en su visión de la ley, apocalíptico en su forma de entender la historia. Esperaba una intervención fuerte de Dios, que renovaría el orden religioso de Israel y la estructura política y social de su territorio. Su nombre y figura se encuentra asociada al establecimiento de los esenios en Qumrán, con su afán de pureza: sólo ellos, los elegidos de la alianza, habrían entendido bien el tiempo de Dios y así esperaban en el desierto su llegada.
Pudieron haberse dado contacto entre Qumrán y Juan Bautista y, en esa línea, podríamos hablar de un primer momento en que Jesús (discípulo de Juan) estaba cercano a los esenios. Pero cuando empezó a promover su movimiento de Reino en Galilea, Jesús rechazó el modelo sacral del Maestro de Justicia [1].
El movimiento de Qumrán podría ayudarnos para situar el mensaje de algunos grupos cristianos primitivos, como el de Santiago, en Jerusalén, pero la forma de entender las promesas de Dios y la visión de fondo del Maestro de Justicia y de Jesús, aún brotando de un mismo sustrato israelita, eran muy diferentes y reflejaban dos maneras de entender la identidad israelita.
(1) El Maestro de justicia se interesaba por la limpieza moral y sacral de su comunidad, que debía separarse de otros grupos “manchados”, para expresar de manera elitista y “limpia” los principios de la Ley. (2) En contra de eso, Jesús ofrece el Reino de Dios a los pobres y expulsados del sistema sacral (a quienes Qumrán rechazaba): no quiere un grupo de puros, sino un movimiento de Reino.
Entre los (proto-fariseos) que nacieron también de los hasidim, igual que los esenios, en tiempos de la crisis macabea, destaca Hilel, maestro del judaísmo nacional posterior (rabínico), representado por la Misná (codificada hacia 200 d. C.). Fue algo anterior a Jesús (vivió entre el 30 a. C. y el 10 d. C.) y había venido de Babilonia a Judea. No era partidario de la guerra (contra los celotas); no buscaba una separación radical (de grupo y vida), como muchos esenios, sino una separación legal, en la línea de un judaísmo de pureza familiar y social, que pudiera vivirse en los poblados y ciudades de la tierra de Israel o de la diáspora y cultivarse de un modo abierto en las sinagogas, profundizando en el estudio y cumplimiento de la Ley Nacional (Tora, Pentateuco) en grupos de fieles, separados de la masa de los gentiles. [2]
Qué era. Entorno social: Marginado galileo
Nació en una familia de carácter “religioso” y erudito de Galilea, en conexión con el judaísmo proto-rabínico de Judea, pero con los rasgos propios de un cultura campesina, retomando los ideales y caminos de justicia social de la tradición primitiva (más campesina que letrada) del Israel antiguo. Así parece mostrarlo la forma de vida y doctrina de Santiago, su hermano (hermano del Señor: Gal 1, 15-20; 1 Cor 9, 5-6), primer “obispo” de Jerusalén, a quien se atribuye una carta-circular escrita en su nombre sobre la ley universal del amor. La tradición iglesia antigua (avalada por Pablo y Hech 15, y por el mismo F. Josefo: Ant 20, 197-203), supone que Santiago no era un “inculto mesiánico”, sino un erudito, estudioso de la ley. Eso nos llevaría a pensar que Jesús nació en una familia donde, al menos, alguno de sus hermanos valoraba el estudio y cumplimiento de la Ley, en un sentido piadoso [3].
Educado en el trabajo: escuela campesina de vida. Ni Mateo ni Marcos suponen, en contra de Lucas, que Jesús subió al templo a los 12 para discutir con los letrados. Mt 2 afirma, simbólicamente, que José tuvo que llevarle escondido de Belén a Egipto, donde vivió en el exilio. Algunos exegetas de tipo esotérico añaden que allí pudo haber aprendido las artes ocultas de la religión y la magia sanadora, antes de volver a Nazaret (cf. Mt 2, 13-23). Pero el relato de la “huida a Egipto” es más teológico que histórico, un intento de relacionar a Jesús con Moisés, liberado de las aguas, que debió salir de Egipto para realizar su obra en Galilea y, más concretamente, en Nazaret (cf. Mt 2, 23).
Un dato más firme e importante para entender la vida de Jesús lo ofrece Marcos cuando le presenta como tekton o artesano, obrero no especializado que se ocupa, sobre todo, de labores relacionadas con la construcción: cantero, carpintero, trabajador de la madera o la piedra. Sus antepasados vinieron probablemente de Judea a Nazaret, en el tiempo de la conquista de Alejandro Janeo (en torno al 100 a. C.), como agricultores, recibiendo en propiedad unas tierras, que les vinculaban a la promesa y bendición de Dios, en la línea que indican los libros antiguos (especialmente Levítico y Josué). Pero él (o José su padre), como otros muchos, había perdido la tierra, volviéndose así campesino sin campo (y quizá obrero sin obra.[4]
– Marcos le llama “el tekton” (Mc 6, 3). Ésa es su escuela, ése es su oficio y carné de identidad: es un hombre que debe “vender” su trabajo, de forma que, para vivir, no se encuentra a merced de la “providencia de Dios” (lluvia) y de su propio esfuerzo (trabajo personal en el campo), sino que depende de la oferta y demanda de otros, en un mundo lleno de carencia y dureza. No es simplemente “tekton” (un carpintero/obrero como otros), sino “ho tekton”, con artículo definido: éste es su apodo o sobrenombre: el artesano al servicio de las tareas pendientes de su aldea o entorno. Antes de llamarse “el Cristo” (y para serlo), Jesús Galileo ha sido “tekton”, un/el obrero a merced de los demás, un hombre al que todos pueden llamar, para encargarle tareas, de las que él ha de vivir. Esa situación implica una “disonancia” fáctica muy fuerte: su forma de vida no responde a lo que Dios había “prometido” a su pueblo
– Mateo parece suavizar esa afirmación y le presenta como “el hijo del tekton” (Mt 13, 5). Ese cambio puede responder a un intento de “atenuar” la dureza de su estado laboral, pues no se le llama directamente “el tekton” (sino el hijo del tektonJosé), pero en realidad no la atenúa, sino que la refuerza y endurece. Jesús no es simplemente un “nuevo tekton”, alguien que acaba de empobrecer, por situaciones inmediatas de familia, sino que aparece como “el hijo de”,”: alguien que ha nacido en una familia que carecía ya de la seguridad económica que ofrece la propiedad de un campo, cultivado directamente, como signo de bendición de Dios. Cuando más tarde prometa a sus seguidores “el ciento por uno” en campos (agrous: Mc 10, 30 par), Jesús querrá invertir esa situación donde muchos hombres y mujeres como él no han tenido ni tienen un campo para mantener una familia [5].
Jesús no es un artesano de ocasión (hombre con tierras propias, aunque, en ocasiones, realice otras labores), sino como “el tekton” sin trabajo propio, sin tierra ni hacienda familiar, obrero a lance, sin otro medio de subsistencia que aquello que otros quieran ofrecerle, en un mundo sin contratos ni salarios permanentes.
Éste es un dato negativo, pero en otro sentido puede ofrecer un aspecto positivo: Jesús ha sido capaz de trabajar al servicio de los demás, dentro de un duro mercado de oferta y demanda, conociendo así la dura realidad social de su entorno, desde la perspectiva de precariedad y pobreza de los campesinos que han sido expulsados de su tierra (o la han perdido9. Ésta ha sido su escuela, de forma que ha podido aprender en ella cosas que no suelen aprenderse en la escuela de los rabinos profesionales, ni en el templo de los sacerdotes [6].
Todo nos lleva a pensar que sus antepasados habían sido propietarios de tierras “prometidas” en Galilea (a partir de la reconquista asmonea, el 104 a. C.), pero, a través de una serie de cambios sociales, introducidos por la cultura greco-romana, que actuaba a través de la política urbanista y centralizadora de Herodes el Grande y de su hijo Antipas, a pesar de las leyes del Jubileo (cada familia recuperaba su cada siete septenarios su tierra: Lev 25), habían sido incapaces de mantener sus propiedades, no teniendo más más salida que hacerse obreros o mendigos para así sobrevivir.
Desde ese fondo se entiende la situación del Jesús tekton, campesino sin campo, agricultor sin agro. En contra de las bendiciones de Israel y de las promesas mesiánicas, era un hombre sin importancia social: no formaba parte de los propietarios de tierras (en las que se expresa la bendición de Dios), ni heredero de una estirpe sacerdotal acomodada, como pudo ser Juan Bautista (cf. Lc 1) y como fue F. Josefo (según su Autobiografía). En ese sentido se le puede llamar un “marginal”, aunque es quizá mejor llamarle “marginado” [7].
Así aparece como artesano/obrero de la construcción, que puede haber servido en el mercado laboral del rey Antipas, en sus nuevas ciudades (Séforis, junto a Nazaret; Tiberíades, junto al lago de su nombre) o de otros propietarios agrícolas. Ciertamente, ha podido tener más movilidad que un campesino con tierras y más conocimiento que un propietario, pero ha carecido del poder y, sobre todo, de la seguridad que ofrece un campo propio, una herencia israelita.
El artesano carecía de la identidad que viene por la tierra que se transmite y hereda de padres a hijos, le faltaba el arraigo de la familia que se alza y se asegura en torno a la propiedad, de manera que podemos presentarle como un hombre sin raíces permanentes. Pero, en compensación, ha podido tener la oportunidad de conocer otros pueblos y gentes, logrando así una visión más concreta de las condiciones de vida del conjunto de la población, especialmente de los pobres. En ese fondo se sitúa la autoridad de Jesús, a quien veremos como profeta, creador de una nueva familia de hijos de Dios.
No fue un marginal que se retira y marcha, saliendo de los círculos sociales, como alguien que no tiene nada que aportar, un “idiota” que no sabe oponerse y decir “no” (como supuso F. Nietzsche, en un libro escrito precisamente “contra Jesús”: El Anticristo), un hombre que no ofrece nada positivo a las instituciones sociales que son base del eterno Israel (cf. J. Klausner, Jesús), sino que él se ha opuesto al mundo dominante de una forma mucho más radical y creadora.
No critica desde arriba, ni pide u ofrece una simple limosna, ni se limita a mejorar lo que ya existe, con unos pequeños retoques, sino que inicia un camino de transformación social y humana, precisamente desde aquellos que, como él, carecen de tierra y estabilidad económica. Ésta es su forma de “oponerse” al mundo dominante, la más honda que conozco, ésta es su autoridad [8].
Tiene la autoridad que le ha ofrecido la escuela del trabajo asalariado, como artesano dependiente, un trabajo al que él responde de forma creadora. En esa línea habían respondido, en otro tiempo, los hebreos oprimidos en Egipto (condenados a realizar duros trabajos a la fuerza), cuando salieron de Egipto y buscaron formas nueva de existencia en pobreza y libertad compartida. Algo semejante ha sucedido con Jesús: desde una situación social y laboral muy parecida, en las nuevas circunstancias de Galilea, desde la periferia del gran Imperio Romano, retomando las raíces religiosas de Israel, desarrollando un proyecto radical de Reino.
Era marginado, pero no resentido (no defiende violencia reactiva en contra de los ricos), un marginado con un potencial inmenso de creatividad positiva. Desde ese fondo se entiende su respuesta ante los retos de su tiempo, la manera en que ha venido a situarse ante la realidad israelita, formulando (iniciando y recorriendo) un proyecto de juicio de Dios ante el Jordán, con Juan Bautista e iniciando después un camino de Reino (por sí mismo y con otros, en Galilea)[9].
Su escuela de Adviento ha sido el trabajo y la pobreza, no un trabajo libre, propio personas que son dueñas de sus campos (y que deben defender su propiedad, contratando quizá a unos artesanos), sino el trabajo dependiente de millones de personas, que no tienen campo propio y que dependen de la oferta y contrato de otros. Jesús no ha sido un trabajador autosuficiente (dueño de su empresa o campo), sino “hetero-dependiente”, como los artesanos, parados, mendigos, que dependen de aquello que otros quieran (o no quieran) ofrecerles. Sólo desde esa situación se entiende su oferta de Reino [10].
Abrir una comunidad de vida en un mundo de opresiones.
El imaginario simbólico de Jesús lo forma una federación de agricultores, pastores (y pescadores del lago), compartiendo bienes y trabajos. Unos y otros, agricultores, pastores/pescadores, han de ser componentes básicos de una sociedad igualitaria (no mercantil, no imperial), formada por familias y clanes y hombres libres, sin supremacía ni dependencia de unos respecto de otros. Por eso, estrictamente hablando, según Jesús, no debería haber campesinos (sometidos) porque su sociedad ideal (en la línea de Lev 25: ley del jubileo), debería estar formada por agricultores/pastores que mantienen un mismo nivel económico, de producción, intercambio y consumo de bienes.
De las ruinas de Jarkov al paraíso (Isaías 11,1-10)
El domingo pasado, la primera lectura nos situaba en un mundo utópico sin guerras ni carrera de armamentos. Este domingo, nos habla de la utopía de la paz universal, simbolizada por la vuelta al paraíso, gracias a la acción de un monarca que implantará la justicia en el país.
Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago.
Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor.
No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados.
Herirá al violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios.
La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas.
Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea.
La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente.
No harán daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de ciencia del Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día, la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.
La mejor forma de entender este poema es verlo como un tríptico. La primera tabla (mutilada casi por completo en la lectura) ofrece un paisaje desolador: un bosque arrasado y quemado. En medio de esa desolación, en primer plano, hay un tronco del que brota un vástago: el tronco es Jesé, el padre de David, y el vástago un rey semejante al gran rey judío.
En la segunda tabla, como en un cuento maravilloso, el vástago vegetal adquiere forma humana y se convierte en rey. Pero lo más importante es que él vienen todos los dones del Espíritu de Dios: prudencia y sabiduría, consejo y valentía, ciencia y respeto del Señor. Y todas ellas las pone al servicio de la administración de la justicia. El enemigo no es ahora una potencia invasora. Lo que disturba al pueblo de Dios es la presencia de malvados y violentos, opresores de los pobres y desamparados. El rey dedicará todo su esfuerzo a la superación de estas injusticias.
La tercera tabla da por supuesto que tendrá éxito, consiguiendo reimplantar en la tierra una situación paradisíaca, que se describe uniendo parejas de animales fuertes y débiles (lobo-cordero, pantera-cabrito, novillo-león) en los que desaparece toda agresividad. Nos encontramos en el paraíso, y todos los animales aceptan una modesta dieta vegetariana («el león comerá paja con el buey»), como proponía el ideal de Gn 1,30. Como símbolo admirable de la unión y concordia entre todos, aparece un pastor infantil de lobos, panteras y leones, además de ese niño que introduce la mano en el escondite de la serpiente. El miedo, la violencia, desaparecen de la tierra. Y todo ello gracias a que «está lleno el país del conocimiento del Señor». Ya no habrá que anhelar, como en el antiguo paraíso, comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Hay una ciencia más profunda, el conocimiento de Dios, y ésa no queda recluida dentro de unos límites prohibidos, sino que inunda la tierra como las aguas inundan el mar.
Esta esperanza del paraíso no se ha hecho todavía realidad. Pero el Adviento nos anima a mantener la esperanza y hacer lo posible por remediar la situación de injusticia.
Conversión (Mateo 3,1-12)
El evangelio del primer domingo nos invitaba a la vigilancia. El del segundo domingo exhorta a la conversión, que implica el doble aspecto de vuelta a Dios y cambio de vida, basándose en la predicación de Juan Bautista. Pero el evangelio de Mateo introduce unos cambios muy significativos en el relato de Marcos.
En Marcos, todo tiene un tono muy positivo. Juan Bautista predica un bautismo de conversión y la gente se bautiza. Juan no es un loco; su forma de vestir y de alimentarse recuerda al profeta Elías. Pero no anuncia un castigo, sino la venida de uno muy superior a él, que bautizará con espíritu santo.
Mateo, que escribe décadas más tarde, cuando existe un claro enfrentamiento entre los cristianos y las autoridades judías, divide el relato en dos partes.
En la primera, Juan predica la conversión, pero añade como motivo la cercanía del reinado de Dios, tema que será fundamental en la predicación de Jesús. Un mensaje exigente pero muy positivo, bien acogido por la gente.
Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Una voz grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”».
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán.
En la segunda, los protagonistas son los fariseos y saduceos, representantes de las autoridades judías opuestas a los cristianos. A ellos Juan se dirige de forma insultante (“camada de víboras”) y con tono amenazador. Cuando habló al pueblo, Juan adujo como motivo para convertirse la inminencia del reinado de Dios. Aquí indica un motivo distinto: la inminencia del castigo, que se compara con un hacha dispuesta a talar los árboles. Y añade que la conversión debe ser práctica, acompañada de obras; como el árbol que da buen fruto o, de lo contrario, es cortado. En medio de esta amenaza, fariseos y saduceos pueden pensar en una escapatoria: «Somos israelitas, hijos de Abrahán, y no podrá ocurrirnos nada malo, Dios no nos castigará». Incluso cuando habla del personaje superior a él, no dice simplemente que bautizará con espíritu santo, sino con espíritu santo y fuego, porque separará el trigo de la paja y ésta la quemará en un fuego inextinguible.
Viendo a muchos fariseos y saduceos que acudían a su bautismo les dijo: «¿Quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Abraham es nuestro padre”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga».
Este pasaje nos obliga a examinar si producimos buenos frutos o si nos refugiamos en la cómoda confesión de que somos cristianos, católicos, y no necesitamos convertirnos. Por otra parte, plantea la duda de si Jesús actuará de esa forma terrible que anuncia Juan Bautista. La respuesta a esta pregunta la ofrecerá el evangelista más adelante.
Acogida (Romanos 15,4-9)
Las primeras comunidades cristianas estaban formadas por dos grupos de origen muy distinto: judíos y paganos. El judío tendía a considerarse superior. El pagano, como reacción, a rechazar al cristiano de origen judío. En este contexto escribe Pablo:
Hermanos:
Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, según Jesucristo, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
En una palabra, acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas; y, por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia. Así, dice la Escritura: «Te alabaré en medio de los gentiles y cantaré a tu nombre».
Hoy día no existe este problema, pero pueden darse otros parecidos, que dividen a los cristianos por motivos raciales, políticos o culturales.
Reflexión final
Las lectura de Adviento nos dan un nuevo baño de utopía y realismo. Ante los numerosos problemas de todo tipo que se dan en el mundo, hay que mantener la esperanza del paraíso, sabiendo que eso se logrará mediante gobernantes justos. Pero también debe darse un compromiso personal de conversión, buenas obras, vuelta a Dios y acogida de los demás, incluso los que pueden resultarnos más ajenos y contrarios.
En este segundo domingo de adviento el evangelista Mateo nos presenta a un Juan Bautista enfadado, o por lo menos, indignado y muy poco preocupado por la imagen, el márquetin o porque se le vaya la gente.
Ahí le tenemos con su curioso atuendo: vestido de piel de camello y correa de cuero, con una dieta también extraña a base de saltamontes y miel silvestre.
Que cuando se ha concentrado a su alrededor mucha gente (toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán) se pone a insultar a voz en grito a los fariseos y saduceos, les llama “raza de víboras” y manda al cuerno sus privilegios diciéndoles que Dios puede sacar hijos de Abrahán de las piedras. Y a partir de ahí ya son todo amenazas: el hacha, el fuego y el bieldo.
La verdad es que todo junto da un poco de miedo. Si lo pienso despacio no sé si iría corriendo a bautizarme o correría en sentido contrario…
Realmente el anunciante y el anunciado se parecen poco. Aunque es verdad que Jesús tampoco se quedará corto a la hora de dedicarles algunos insultos a los fariseos y escribas, incluso a Herodes.
Pero en lo que no se parecen nada de nada es en la experiencia de Dios. Juan nos habla de un Dios justiciero, que tiene ya el hacha en la mano… Jesús nos dirá que Dios tiene una paciencia y una misericordia infinitas y que no pretende ni siquiera quebrar la caña cascada, ni apagar en pábilo vacilante.
Sin embargo, también Jesús nos invitará a la conversión, pero no por temor, ni principalmente para quitarnos los pecados, no. Jesús nos invita a volver a nuestro Dios porque sabe que mientras le falte uno solo de sus hijos, una sola de sus ovejas o una sola de sus monedas, Dios no está tranquilo, no puede estarlo.
Oración
Dios nos está esperando con un abrazo inmenso y Jesús nos dice: ¡Acudid! a los brazos del Padre.
¡Acudid! Porque lo que tiene en la mano no es un hacha, es un anillo. (Cfr. Lc15, 22)
Porque solo es capaz de “amenazarnos” con cargarnos a sus hombros para llevarnos a casa. (Cfr. Lc15,5)
¡Acudid! Porque está deseando encontraros y celebrar una fiesta con sus amigas y vecinas. (Cfr. Lc 15, 9).
Gracias, Trinidad Santa, por esta segunda semana llena de abrazos.
Comentarios desactivados en Juan y Jesús nos piden que cambiemos la manera de pensar.
ADVIENTO 2º (A)
Mt 3, 1-12
Hoy, los profetas Isaías y Juan tienen la palabra. La palabra de un profeta no es fácil de aceptar porque obliga a cambiar. El profeta es el hombre que ve un poco más allá que el resto de los mortales. Desde su postura escudriñadora, no le gusta lo que ve y busca algo nuevo. Esa novedad la encuentra dentro de sí, viendo las exigencias de su ser verdadero. El profeta no es un portavoz enviado desde fuera; es siempre un explorador del espíritu humano que tiene la valentía de advertir a los demás de lo que ha visto.
Hoy Isaías anuncia lo que debía ser cada hombre personalmente y lo que podía ser la comunidad. Pero extiende los beneficios de una comunidad auténticamente humana a toda la creación. El causante de ese maravilloso cambio será el Espíritu. Los tiempos mesiánicos llegarán cuando las ciencias humanas no tengan la última palabra, sino que la norma última sea “la ciencia del Señor”. Sencillamente genial. Hoy sabemos que esa sabiduría de Dios está en lo hondo de nuestro ser y allí debemos descubrirla.
Lo primero que nos anuncian es que nacerá algo nuevo de lo viejo. En lo antiguo, aunque parezca decrépito y reseco, siempre permanece un germen de Vida. La Vida es más resistente de lo que normalmente imaginamos. En lo más hondo de todo ser humano siempre queda un rescoldo que puede ser avivado en cualquier instante. Ese rescoldo es el punto de partida para lo nuevo, para un verdadero cambio y conversión.
El evangelio de hoy, leído con las nuevas perspectivas que nos da la exégesis, nos puede abrir increíbles cauces de reflexión. Es un alimento tan condensado, que necesitaría horas de explicación (diluirle para convertirlo en digerible). El problema que tenemos es que lo hemos escuchado tantas veces, que es casi imposible que nos mueva a ningún examen serio sobre el rumbo de nuestra vida. Y sin embargo, ahí está el revulsivo. Pablo ya nos lo advierte: “La Escritura está ahí para enseñanza nuestra”.
En aquellos días… Este comienzo es un intento de situar de manera realista los acontecimientos y dejarlos insertados en un tiempo y en un lugar. Jesús ya tenía unos treinta de años y estaba preparado para empezar una andadura única. Sin embargo, los cristianos descubren que los primeros pasos los quiere dar de la mano del primer profeta que aparecía en Israel después de trescientos años de sequía absoluta.
En el desierto. La realidad nueva que se anuncia aparece fuera de las instituciones y del templo, que sería el lugar más lógico, sobre todo sabiendo que Juan era hijo de un sacerdote. Esto se dice con toda intención. Antes incluso de hablar del contenido de la predicación de Juan, nos está diciendo que su predicación tiene muy poco que ver con la religiosidad oficial, que había desfigurado la imagen del verdadero Dios.
Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios. Está claro que se trata de una idea cristiana, aunque se ponga en boca del Bautista. Es exactamente la frase con que, en el capítulo siguiente, comienza su predicación el mismo Jesús. Sin duda quiere resaltar la coincidencia de la predicación de ambos, aunque más adelante deja claro las diferencias. Convertirse no es renunciar a nada ni hacer penitencia por nuestros pecados. Conversión (metanoia), en lenguaje bíblico, es cambiar de mentalidad.
Éste es el que anunció el profeta Isaías. Esta manera de referirse al Bautista es muy interesante, porque resume muy bien lo que pensaban los primeros cristianos de Juan. Para ellos, la figura de Juan responde a las expectativas de Isaías. Juan es Elías (correa de cuero) que vuelve para preparar los tiempos mesiánicos.
Llevaba un vestido de piel de camello. La descripción del personaje es escueta pero impresionante. Su figura es ya un reflejo de lo que será su mensaje, desnudo y sin adornos, puro espíritu, pura esencia. ¡Qué bien nos vendría hoy un poco más de coherencia entre lo que vivimos y lo que predicamos! Esa falta de coherencia es lo que denuncia a continuación en los fariseos y saduceos. Juan es un inconformista que no se amolda en nada a la manera religiosa de vivir que tenían los judíos de su tiempo.
Acudía a él toda la gente. La respuesta parece que fue masiva. Se proponen dos ofertas de salvación: la oficial, Jerusalén (templo) y la protestante en el desierto. La gente se aparta del templo y busca la salvación en el desierto junto a un profeta. La religión oficial se había vuelto inútil, en vez de salvar esclavizaba. Más tarde, Mateo llevará a toda esa gente a Jesús, en quien encontrará la salvación definitiva.
Dad el fruto que pide la conversión. A los fariseos y saduceos, Juan les pide autenticidad. De nada sirve engañarse o engañar a los demás. Los fariseos y los saduceos eran los dos grupos más influyentes en tiempo de Jesús. También van a bautizarse, pero sin cambiar. Las instituciones opresoras tratan por todos los medios de domesticar ese movimiento inesperado, pero son desenmascarados por Juan.
Los fariseos, conocedores de todas las normas, cumplían más de lo que estaba mandado, por si acaso. Los saduceos eran el alto clero y los aristócratas, los que estaban más cerca del templo y de Dios. Éstos son los que tienen que convertirse. ¿De qué? Aquí está la clave. Un cumplimiento escrupuloso de la Ley compatible con una indiferencia e incluso desprecio por los demás, es contrario a lo que Dios espera. Estar todo el día trajinando en el templo no garantiza el cumplimiento de la voluntad de Dios.
La conclusión es demoledora. Ninguna religiosidad que no valore al hombre tendrá sentido. Somos propensos a dilucidar nuestra existencia relacionándonos directamente con Dios, pero se nos hace muy cuesta arriba el tener que salir del egoísmo y abrirnos a los demás. Nos cuesta aceptar que lo que me exige Dios (mi verdadero ser) es que cuide del otro. Sin pudiéramos escamotear esta exigencia, todos seríamos buenísimos.
El Dios, con el que nos relacionamos prescindiendo del otro, es un ídolo. Convertirse no es arrepentirse de los pecados y empezar a cumplir mejor los mandamientos. No se trata de dejar de hacer esto y empezar a hacer aquello. No podemos conformarnos con ningún gesto externo. Se trata de hacerlo todo desde la nueva perspectiva del Ser profundo. Se trata de estar en todo momento dispuesto a darme a los demás.
Él os bautizará con Espíritu Santo. Se trata de otra idea cristiana. Está hablando de un bautismo superior al suyo. Toda plenitud es siempre realizada por el Espíritu. No está hablando del “Espíritu Santo”, sino de la fuerza de Dios que capacita a Jesús y a todo el que “se bautice en él”, para desplegar todas las posibilidades de ser humano.
Meditación
La presencia de Dios Espíritu en nosotros es la clave.
Meditar es emprender un camino hacia el hondón de mi ser.
Si de verdad quiero ser auténtico, tengo que descubrir mi ser.
El camino puede ser largo y difícil, pero no hay alternativa.
Si no lo descubro, mi vida se centrará al “ego” (falso yo).
«Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos»
Convertirse es volver los ojos a Dios y creer en el Espíritu que habita en nosotros.
En mayor o menor medida, y por distintos motivos, todos hemos hecho propósito firme de conversión en diversos momentos de nuestra vida; nos hemos propuesto cambiar, sacudirnos la pereza, renunciar a nuestras pasiones, enfocarnos a Dios y vivir como cristianos; compartiendo, perdonando…
Pero no lo hemos logrado, porque lo hemos fiado todo a nuestra voluntad, y la voluntad no da para tanto. Es como quien intenta dejar de fumar: “A partir de mañana lo dejo”, pero una semana después el propósito se desvanece y todo queda en un mero intento fallido. Con la conversión pasa lo mismo. Cuántas veces, tras superar algún episodio difícil de la vida, hemos visto naufragar nuestro propósito de enmienda porque lo habíamos fiado todo a la voluntad.
Sería estupendo que pudiésemos elegir libremente la opción por Dios como quien elige cambiar el canal de televisión, pero no podemos, porque nuestras pasiones son mucho más fuertes que nosotros. Por eso, quizá sea bueno entender la conversión, no como un acto puntual de voluntad, sino como un proceso que nunca acaba y que nada tiene que ver con ella…
Lo entenderemos mejor con un ejemplo.
Imaginemos un día frío y desapacible. Está nevando y la temperatura permanece bajo cero. Hemos estado caminando toda la mañana por el monte y, al fin, hemos llegado a un refugio caldeado por el fuego que arde en un fogón al fondo de la estancia. Estamos ateridos y queremos entrar en calor lo antes posible, pero, por mucho que nos acerquemos al fuego, tardaremos un rato en conseguirlo. Al menos, dentro, nos iremos calentando, pues quedándonos fuera seguiremos cada vez más congelados.
Y en esto puede consistir la conversión; en acercarse al fuego. Como decía Ruiz de Galarreta: «Convertirse es que la cercanía de Jesús nos va cambiando. Convertirse es que la presencia del Fuego nos va calentado, la presencia del Agua nos va lavando, nos va fertilizando…».
No podemos convertirnos por un acto de voluntad, pero sí podemos acercarnos a la Palabra; sí podemos tratar de conocer mejor a Jesús y dejarnos fascinar por él. Y para ello, podemos orar, contemplar, leer, celebrar bien la eucaristía, practicar el silencio… en definitiva, podemos dejar que el Espíritu crezca en nosotros, desde dentro, como una semilla que va germinando hasta convertirse en un árbol capaz de dar fruto.
Y es que, afortunadamente, quien se acerca al fuego se va calentando…
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
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Mt 3, 1-12
¿Qué entendería Juan el bautista por “reino de los cielos (Mt 3,1-12)? ¿Cuáles eran sus expectativas? ¿Qué significa que el reino se avecina, que está cerca? Por varios textos que vienen más adelante en la narración mateana, queda claro que Juan no sabía exactamente a qué se refería y que incluso pondrá en duda si Jesús es el mesías o si hay que esperar a otro (Mt 11,3-8). A pesar de esta poca claridad respecto a ello, su misión es preparar el camino para aquello que espera pero que no conoce exactamente cuál será la forma de su realización.
Como otros ascetas de su tiempo, Juan llama a la conversión. Juan bautiza con agua; recibe la confesión de los pecados; acoge a muchos fariseos y saduceos; advierte con rigor a quienes se confían en ser exteriormente practicantes porque viven de falsas ilusiones. Y anuncia varias novedades.
·La primera es la cercanía y proximidad del reino. El futuro anhelado se vuelve presente. El tiempo cobra nuevos significados y el presente se llena de contenido, de esperanza y de urgencia. No hay que esperar más.
· La segunda es que este reino no es solo para los “hijos de Abraham” porque “Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de estas piedras”. De hecho, todo el cosmos, en la representación de las piedras, puede entrar en la categoría de “hijos de Abraham”, porque Dios puede hacer de toda la creación hijos suyos, miembros de la larga tradición de un Israel que abre sus barreas y sus límites.
· La tercera es que el reino viene con una persona, y que esta persona, de gran importancia, irá acompañada del Espíritu Santo. En boca del bautista no se nombra directamente a Jesús, sino que lo deja como incógnita, e insiste en el protagonismo del Espíritu y su obra.
· La cuarta, planteada desde la metáfora del trigo, es que hará justicia y reunirá a todos los dispersos.
El anuncio de Juan se centra entonces en el reino, que pertenece al presente, a la actualidad. Un reino que incluye a cada uno y al cosmos entero y un reino decisivo y radical, sin medias tintas y exigente.
En nuestro hoy, el anuncio resuena otra vez con la misma urgencia, con la misma comprensión de un presente dilatado que acoge la venida poderosa de este hombre-dios lleno del Espíritu. La religiosidad sin conversión no es una opción. Esperar para más adelante tampoco. Posiblemente, como Juan, no conozcamos la forma concreta que adquiere este reino, pero tenemos la certeza de que se dilata en medio nuestro de manera inexorable.
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Domingo II de Adviento
4 diciembre 2022
Mt 3, 1-12
El pasado 16 de septiembre, Mahsa Amini, una joven iraní de 22 años, moría en circunstancias no aclaradas tras ser detenida por la “policía de la moral” (¡¡!!), por “llevar mal colocado su hiyab”.
Es obvio que la “moral” que da nombre a ese cuerpo policial no es una moral genuina que buscara, por encima de cualquier otra cosa, el bien de todos los seres; se trata de una “moral” dictada por el poder teocrático de Irán -la perversión de la moral, por tanto-, con el objetivo prioritario de mantener el control sobre la población.
Todo régimen teocrático es autoritario y la religión, de manera especial cuando ha llegado al poder, utiliza la amenaza -y amenaza en nombre de Dios- como recurso de control y de sometimiento: “El hacha toca ya la base de los árboles… y el árbol que no da fruto será talado y echado al fuego”.
A partir de ahí, se inocula el miedo y la culpa, con tal eficacia que llegan a formar parte del imaginario de la propia población que, casi sin advertirlo, interioriza, no solo las normas morales impuestas, sino las amenazas y castigos, así como los sentimientos de miedo y de culpa que conllevan. Hasta el punto de que ven la amenaza como algo necesario. En este sentido, recuerdo una ocasión en la que -ejerciendo aún el ministerio, en un funeral- hablé del “perdón gratuito e incondicional” de Dios. A la salida, me esperaba una mujer joven que, “desde la fe”, sentía que debía recriminarme por este motivo: si no hay amenaza de castigo, la gente no se comportaría bien. Me di cuenta de que sus “buenas intenciones” no podían disimular un infantilismo proyectado, que lleva a ver a las personas como niños pequeños que necesitan de la amenaza y del castigo para no desviarse del “buen camino”.
La religión -como el poder- recurre a la amenaza y al castigo porque, más allá de todas las justificaciones con que se quieran ocultar sus intenciones, lo que está buscando es imponer su “verdad” y proteger su situación de dominio.
Pero el miedo y la culpa terminan envenenando a la persona por lo que, antes o después, esta se verá conducida a la rebeldía activa, la desafección o el resentimiento reprimido. Jesús retrató magistralmente estas actitudes en la parábola del “hijo pródigo” -o “los dos hijos”- (Lc 15,11-32): el menor se rebela y escapa; el mayor cumple todas las normas, pero alimenta un resentimiento hostil. En contraste con estas actitudes, el padre muestra el único camino de salida posible: el respeto a la libertad de cada hijo y la oferta de una visión que trasciende absolutamente cualquier miedo, cuando afirma: “Todo lo mío es tuyo”.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:
01.- Isaías: llegarán los tiempos mesiánicos.
Isaías es el profeta del destierro del pueblo de Israel en Babilonia.
En el siglo VI a.C. gran parte de los líderes y del pueblo de Israel fueron deportados a Babilonia. El Templo de Jerusalén fue destruido por Nabucodonosor y la deportación la llevó a cabo el rey persa Ciro. Este destierro supuso el hundimiento de Israel.
Recordando esta deportación cantarán los israelitas el salmo 136:
Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; 3Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar; nuestros opresores, a divertirlos: «Cantadnos un cantar de Sión».
¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera!
Isaías es el profeta que en esa situación de abatimiento anuncia, anima al pueblo: vendrán tiempos mejores, los tiempos mesiánicos en los que habrá justicia y lealtad, el lobo habitará con el cordero, viviremos en paz.
También nosotros personal y socialmente podemos atravesar situaciones y tiempos de destierro: de hundimientos personales por problemas, enfermedades, marginaciones, etc. Socialmente también vivimos o conocemos situaciones de exilios y destierros de pueblos en guerra, odios raciales, gentes pobres y hambrientas, encarceladas, etc.
Isaías y el cristianismo denuncian esas situaciones de destierro y nos anuncian que en los tiempos mesiánicos todos los pueblos tendrán pan, cultura, habrá paz y justicia, las guerras cesarán, podremos convivir.
02.- San Pablo: Mantengamos la esperanza.
De momento y por lo que podemos observar y vivir no han llegado los tiempos mesiánicos. Putin sigue siendo “el señor de la guerra”. 7000 obreros muertos construyendo los campos de fútbol de lujo en Qatar y en otros países, mientras el hambre de millones de personas; corrupción política, etc.
Mantengamos la esperanza, nos recuerda y exhorta San Pablo.
Porque no pensemos que nosotros los seres humanos tenemos la solución de todo. Pensar que el ser humano es capaz de construir la sociedad y de alcanzar un tiempo en el que no habrá mal moral ni alienación, no deja lugar al Dios liberador del Éxodo y del destierro ni dejamos lugar a Cristo para concluir la historia.
Tampoco caigamos en la superstición religiosa que sustituye la esperanza con la creencia en promesas sin base en la fe: tal rezo o tal devoción soluciona “automáticamente” los problemas; tal medalla religiosa trae buena suerte, y si la colocamos a la puerta de la casa la protege de cualquier daño material; hay que rezar no sé cuántas avemarías seguidas para que termine la guerra y si mandamos el aviso por wasap, mejor, etc. La superstición religiosa es el abuso y la corrupción de la esperanza.
Esperemos y trabajemos contra toda desesperanza. “Sólo tiene derecho a esperar lo imposible aquel que se ha comprometido a fondo en la realización de lo posible” (M. Unamuno), pero sobre todo esperemos en Dios.
03.- Juan Bautista en el desierto: convertíos
Juan Bautista es un hombre recio, poco convencional y nada dado a trapicheos y cambalaches. Hombre que iba de frente en la vida. Juan Bautista habría hecho una mala carrera diplomática y eclesiástica. ¡Raza de víboras…!
Juan B se presenta en el desierto. El desierto es el lugar entre Egipto y la tierra de promisión. Para Israel es el tiempo del “ya – pero todavía no”: ya hemos salido de Egipto, de la esclavitud, pero no hemos llegado a la tierra de promisión, que mana leche y miel.
El desierto es lugar de camino, de austeridad, donde se vive con lo imprescindible. El desierto es el lugar de la conversión. En el desierto el pueblo se encontró con Dios: el maná, la ética (las tablas de la ley) la roca-el agua, la nube que protegía al pueblo, la Palabra de Dios se dirige al pueblo en desierto. El desierto es lugar donde -caminando- uno se encuentra condigo mismo y con Dios.
En este adviento cabe que nos preguntemos por nuestro estilo de vida, por nuestra austeridad, por nuestra caminar y acontecer, por nuestro esperar. ¿Soy hombre / mujer austero, serio, con criterio dispuesto a acoger la Palabra, la verdad en mi vida?
¿Sabemos escuchar y acoger el horizonte liberador en el desierto de la vida, de la oración, del sufrimiento? ¿Anuncio la utopía de los tiempos mesiánicos especialmente en esta época de desilusiones y desesperanzas?
Convertirse es volver el corazón y el pensamiento a Dios para mirar a las humanidad y a los tiempos mesiánicos que estén llegando.
Comentarios desactivados en Maestro, ¿qué hacemos nosotros?
El Sur,
el Sur,
¡no el Occidente, hermanos!
Somos pobres,
pero somos
mayoría
¡y el futuro!
Gracias a tu ayer,
habrá para ellos
un mañana,
hermano.
Mi hoy, entre los dos,
ha de ser responsable
como un arco de Historia
en el puente del Reino.
¿Qué le dice el Tercer Mundo
al Primer Mundo?
– ¡Si no fuerais lo que sois,
podríamos ser
los que somos!
¿Por qué lo que es de todos
no es de nadie,
si todos somos todos?
Dos son los problemas,
dos:
los demás
y yo.
Vuestros tiempos perdidos
son mi tiempo de canto.
Me anticipo a gritaros que ya es hora.
(Quizás roncos de angustia,
por causa de la noche,
los gallos, los poetas, despertamos el día).
*
EUCARISTÍA
Para Arturo Paoli
Mis manos, esas manos y Tus manos
hacemos este Gesto, compartida
la mesa y el destino, como hermanos.
Las vidas en Tu muerte y en Tu vida.
Unidos en el pan los muchos granos,
iremos aprendiendo a ser la unida
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.
Comiéndote sabremos ser comida.
El vino de sus venas nos provoca.
El pan que ellos no tienen nos convoca
a ser Contigo el pan de cada día.
Llamados por la luz de Tu memoria,
marchamos hacia el Reino haciendo Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía.
*
Pedro Casaldáliga Todavía estas palabras, 1994
***
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
-“¿Entonces, qué hacemos?“
Él contestó:
-“El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.”
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
–“Maestro, ¿qué hacemos nosotros?”
Él les contestó:
-“No exijáis más de lo establecido.“
Unos militares le preguntaron:
–“¿Qué hacemos nosotros?”
Él les contestó:
-“No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga.”
El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
– “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizara con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.”
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.
*
Lucas 3, 10-18
***
La alegría es oración. La alegría es fuerza. Es como una red de amor que coge a las almas. Dios ama al que da con alegría. El que da con alegría, da más. No hay mejor manera de manifestar nuestra gratitud a Dios y a los hombres que aceptar todo con alegría. Un corazón ardiente de amor es necesariamente un corazón alegre. No dejéis nunca que la tristeza se apodere de vosotros hasta el punto de olvidar la alegría de Cristo resucitado. Continuad dando Jesús a los demás, no con palabras sino con el ejemplo, por el amor que os une a él, irradiando su santidad y difundiendo su amor profundo, id por todas partes. Que vuestra fuerza no sea otra que la alegría de Jesús. Vivid felices y en paz. Aceptad todo lo que él da y dad todo lo que él toma con una gran sonrisa.
Comentarios desactivados en “¿Nos atreveremos a compartir?”. 3 Adviento – C (Lucas 3,10-18)
Los medios de comunicación nos informan cada vez con más rapidez de lo que acontece en el mundo. Conocemos cada vez mejor las injusticias, miserias y abusos que se cometen diariamente en todos los países.
Esta información crea fácilmente en nosotros un cierto sentimiento de solidaridad con tantos hombres y mujeres, víctimas de un mundo egoísta e injusto. Incluso puede despertar un sentimiento de vaga culpabilidad. Pero, al mismo tiempo, acrecienta nuestra sensación de impotencia.
Nuestras posibilidades de actuación son muy exiguas. Todos conocemos más miseria e injusticia que la que podemos remediar con nuestras fuerzas. Por eso es difícil evitar una pregunta en el fondo de nuestra conciencia ante una sociedad tan deshumanizada: «¿Qué podemos hacer?».
Juan Bautista nos ofrece una respuesta terrible en medio de su simplicidad. Una respuesta decisiva, que nos pone a cada uno frente a nuestra propia verdad. «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida haga lo mismo».
No es fácil escuchar estas palabras sin sentir cierto malestar. Se necesita valor para acogerlas. Se necesita tiempo para dejarnos interpelar. Son palabras que hacen sufrir. Aquí termina nuestra falsa «buena voluntad». Aquí se revela la verdad de nuestra solidaridad. Aquí se diluye nuestro sentimentalismo religioso. ¿Qué podemos hacer? Sencillamente compartir lo que tenemos con los que lo necesitan.
Muchas de nuestras discusiones sociales y políticas, muchas de nuestras protestas y gritos, que con frecuencia nos dispensan de una actuación más responsable, quedan reducidas de pronto a una pregunta muy sencilla. ¿Nos atreveremos a compartir lo nuestro con los necesitados?
De manera ingenua creemos casi siempre que nuestra sociedad será más justa y humana cuando cambien los demás, y cuando se transformen las estructuras sociales y políticas que nos impiden ser más humanos.
Y, sin embargo, las sencillas palabras del Bautista nos obligan a pensar que la raíz de las injusticias está también en nosotros. Las estructuras reflejan demasiado bien el espíritu que nos anima a casi todos. Reproducen con fidelidad la ambición, el egoísmo y la sed de poseer que hay en cada uno de nosotros.
Comentarios desactivados en “¿Qué hacemos nosotros?”. Domingo 12 de diciembre de 2021. 3º de Adviento
De Koinonia:
Sofonías 3, 14-18a: El Señor se alegra con júbilo en ti. Interleccional: Isaías 12, 2-3. 4bcd, 5-6: Gritad jubilosos: “Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.” Filipenses 4, 4-7: El Señor está cerca. Lucas 3, 10-18: ¿Qué hacemos nosotros?
El texto del profeta Sofonías nos habla de un tiempo poco antes del reinado de Josías. El país se hallaba sumido en la mayor miseria moral y hacía tiempo se dejaba sentir la amenaza de Asiria. Sofonías, testigo de los grandes pecados de Israel y del duro castigo con que Dios va a purificar a su pueblo, preanuncia la restauración y redención que Dios va a obrar. A los beneficiarios de ella los llama el “resto”. Con este “resto” creará Dios un pueblo nuevo.
Al final de su libro Sofonías vislumbra algunas luces de esperanza: el rey Josías se presenta como un gran reformador y Asiria parece aflojar por el momento su cerco. Es la ocasión para anunciar días mejores para Jerusalén e invitar a la alegría a través de una gran fiesta en la que todo serán danzas, alegría y regocijo.
Israel rebosa gozo porque el Señor ha cancelado todas sus deudas o el castigo de sus pecados (la cautividad). El Señor establece su trono en Sión. Con Rey tan poderoso y Padre tan misericordioso nada tiene que temer nunca más (v.14-15). Ahora ya no es Israel el que se goza en el Señor; es el mismo Señor quien se goza con su nuevo pueblo. Es como el “esposo” que se goza en la “esposa”. Muchas veces en los profetas la “Alianza” es presentada como “Desposorio”: “Yahvé, tu Dios, está en medio de ti; exulta de gozo por ti y se complace en ti; te ama y se alegra con júbilo; hace fiesta por ti” (v.16-17).
Los textos de la liturgia de hoy nos invitan a la alegría. Ese es el modo de esperar al Señor: la auténtica alegría del pueblo de Dios es Cristo, el Mesías largo tiempo esperado. A los filipenses Pablo les recomienda: “Alegraos siempre en el señor. Otra vez os digo, alegraos”.
El pasaje de Lucas nos habla del testimonio de Juan Bautista, el precursor. Su predicación impresiona al pueblo, la gente se acerca para preguntarle: “¿Qué debemos hacer?” (v.10), es una prueba de que han comprendido el mensaje, perciben que el bautismo de Juan exige un comportamiento. La respuesta llega enseguida: compartan lo que tengan: vestido, comida, etc. (vv. 10-11).
No se pregunta lo que hay que pensar, ni siquiera lo que hay que creer. El Evangelio pretende que el oyente de la Palabra de Dios se convierta, es decir, que su conducta y su comportamiento estén de acuerdo con la justicia que exige el Reino. La buena noticia entraña una exigencia nítida: los que tienen bienes o poder deben compartirlos con los que no tienen nada o son más débiles. Gracias a esta conversión, los pobres y menesterosos son iguales a los otros. En realidad, los pobres no preguntan, sino que están en “expectación”. El “¿qué debemos hacer?” lo deberían preguntar quienes tienen el dinero, la cultura, el poder… porque la exigencia básica, según la Biblia, es compartir.
La conversión es un cambio de conducta más que un cambio de ideas; es la transformación de una situación vieja en una situación nueva. Convertirse es actuar de manera evangélica. El evangelio nos invita a una “conversión al futuro” que se despliega en el Reino. No es mirar y volverse atrás. El futuro (que es Dios y su reinado) es la meta de la llamada a la conversión.
La tentación para no convertirse es quedarse en una búsqueda permanente o contentarse con preguntar sin escuchar respuestas verdaderas. Según el Bautista, la conversión exige “aventar la parva” (saber seleccionar o elegir), “reunir el trigo” (ir a lo más importante y no quedarse en las ramas) y “quemar la paja” (echar por la borda lo inservible o lo que nos inmoviliza); acoger la Buena Nueva de la venida del Señor requiere esa conversión. Con nuestros gestos discernimos lo que nos acerca de aquello que nos aleja de la llegada del Señor. Este día Dios discernirá entre el trigo y la paja que haya en nuestra conducta.
Este domingo se denominó tradicionalmente domingo “gaudete”, o de alegría. Por dos veces nos dice Pablo que estemos alegres, alegres por la venida del Señor, por la celebración próxima de la Navidad, por mantener la esperanza, por situarnos en proceso de conversión y por compartir con los hermanos la cena del Señor.
En la Biblia, la alegría acompaña todo cumplimiento de las promesas de Dios. Esta vez el gozo será particularmente profundo: “El Señor está cerca” (Flp 4,5). Toda petición a Dios debe estar apoyada en la acción de gracias (v. 6). La práctica de la justicia y la vivencia de la alegría nos llevarán a la paz auténtica, al Shalom (vida, integridad) de Dios.
¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que muchos nos podemos formular hoy. La respuesta de Juan Bautista no es teoría vacía. Es a través de gestos y acciones concretas de justicia, respeto, solidaridad, y coherencia cristiana, como demostramos nuestra voluntad de paz, vamos construyendo un tejido social más digno de hijos de Dios, vamos conquistando los cambios radicales y profundos que nuestra vida y nuestra sociedad necesitan. Pero para eso, es necesario purificar el corazón, dejarnos invadir por el Espíritu de Dios, liberarnos de las ataduras del egoísmo y el acomodamiento, no temer al cambio y disponernos con alegría, con esperanza y entusiasmo a contribuir en la construcción de un futuro no remoto más humano, que sea verdadera expresión del Reino de Dios que Jesús nos trae, y así poder exclamar con alegría: ¡venga a nosotros tu Reino, Señor! Leer más…
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