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“Jonás, un profeta contracultural”, por Gonzalo Haya

Lunes, 27 de mayo de 2024
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Y… hoy me dedico especialmente este texto, de hace algunos años, acerca del libro de Jonás

Invito a leer un simpático cuentecito del Antiguo Testamento que, con  una fina ironía teológica, nos da una imagen de Dios que muchos cristianos actuales todavía no han descubierto.

Es un cuentecito, dos páginas, que desarrolla la historieta de un profeta al que Dios envía a Nínive con tremendas amenazas si no se arrepienten de su inmoralidad. El profeta huye hacia el otro extremo del mundo para evitar esta ingrata tarea. En su travesía surge una tormenta, castigo de Dios por su desobediencia, y es arrojado al mar; se lo engulle un enorme pez, reza a Dios, y el pez lo devuelve a la playa. Ahora sí; va a Nínive (capital del Imperio asirio, enemigo tradicional de Israel y símbolo de crueldad y opresión), predica su amenaza, y Nínive se convierte desde el rey hasta el último habitante. Dios los perdona, el profeta se siente estafado, y Dios baja para apaciguarlo. Un cuentecito, conscientemente increíble como historia, pero literariamente excelente como apólogo.

Es contracultural. Parece que se escribió hacia el siglo V ó IV antes de Cristo, después de la vuelta de los cautivos de Babilonia, cuando Esdras y Nehemías habían impuesto una campaña para cimentar el nacionalismo judío entorno al Dios de Israel. Con este fin reescribieron la Torá y, para apartar a los judíos de los gentiles, exigieron el cumplimiento del descanso sabático y de los alimentos impuros,  y expulsaronn a las mujeres cananeas que se habían casado con los judíos. Contra este nacionalismo religioso, el profeta presenta a un Dios que ama también a los gentiles.

Es irónico. El profeta huye de Dios, se embarca hacia Tartesos (España) en dirección contraria a Nínive (Irak actual). Teme que va a arriesgarse en un país enemigo, para que luego Dios perdone a los malos, y su profecía no se cumpla. ¿Orgullo profesional herido? En aquellos tiempos existía la profesión de profetas, a los que se pagaba como a los videntes actuales, y ni el pueblo ni los reyes sabían distinguir entre los profesionales y los enviados por Dios. Nuestro profeta se enfada, Dios (al que ni siquiera los profetas podían mirar directamente) conversa aquí amigablemente con él tratando, con poco éxito, de calmarlo; pero Jonás le replica justificando su enfado: ¡Claro que me enfado! Y mortalmente.

Es profundamente teológico. No porque los evangelistas relacionaran la resurrección de Jesús con el episodio de la ballena, sino porque sabe que el Dios de Israel no es un Dios nacionalista, es el Dios de todos los pueblos, y no sólo para castigarles sino para amarlos, para compadecerse de sus sufrimientos. No es un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, sino que ama a los buenos y a los malos.

Yo sabía que eres un Dios compasivo y clemente, lento para enojarte y de gran misericordia; yo sabía que te arrepientes de las amenazas.

El enfado del profeta no es sólo por su desprestigio; deja ver un cierto resentimiento por ese amor que Dios muestra por unos gentiles, que además están ignorando los mandamientos que el pueblo de Dios trata de observar a regañadientes. También los cristianos sabemos de estos resentimientos al condenar tajantemente a los malos que no cumplen los mandamientos. ¿Creemos que Dios ama y perdona a Boko Haram? (Hoy podríamos decir, Vladimir Putin)

La teología de este profeta anticipa lo que más tarde mostrará Jesús en la parábola de la oveja perdida, la del jornalero de la última hora que cobra igual que los que echaron la jornada completa, y la del hermano mayor enfadado por el recibimiento del padre al hijo pródigo. Es irónico hasta el final:

Entonces le dijo el Señor. Tú te apiadas de un arbolito que no has plantado…

¿No voy yo a compadecerme de Nínive, esa gran ciudad en la que viven más de ciento vente mil ignorantes y en la que hay mucho ganado?

Gonzalo Haya

Fuente Atrio

Biblia, Espiritualidad , , ,

“Jonás, un profeta contracultural”, por Gonzalo Haya

Sábado, 27 de mayo de 2023
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CU081219_002HR2 Y… hoy me dedico especialmente este texto, de hace algunos años, acerca del libro de Jonás

Invito a leer un simpático cuentecito del Antiguo Testamento que, con  una fina ironía teológica, nos da una imagen de Dios que muchos cristianos actuales todavía no han descubierto.

Es un cuentecito, dos páginas, que desarrolla la historieta de un profeta al que Dios envía a Nínive con tremendas amenazas si no se arrepienten de su inmoralidad. El profeta huye hacia el otro extremo del mundo para evitar esta ingrata tarea. En su travesía surge una tormenta, castigo de Dios por su desobediencia, y es arrojado al mar; se lo engulle un enorme pez, reza a Dios, y el pez lo devuelve a la playa. Ahora sí; va a Nínive (capital del Imperio asirio, enemigo tradicional de Israel y símbolo de crueldad y opresión), predica su amenaza, y Nínive se convierte desde el rey hasta el último habitante. Dios los perdona, el profeta se siente estafado, y Dios baja para apaciguarlo. Un cuentecito, conscientemente increíble como historia, pero literariamente excelente como apólogo.

Es contracultural. Parece que se escribió hacia el siglo V ó IV antes de Cristo, después de la vuelta de los cautivos de Babilonia, cuando Esdras y Nehemías habían impuesto una campaña para cimentar el nacionalismo judío entorno al Dios de Israel. Con este fin reescribieron la Torá y, para apartar a los judíos de los gentiles, exigieron el cumplimiento del descanso sabático y de los alimentos impuros,  y expulsaronn a las mujeres cananeas que se habían casado con los judíos. Contra este nacionalismo religioso, el profeta presenta a un Dios que ama también a los gentiles.

Es irónico. El profeta huye de Dios, se embarca hacia Tartesos (España) en dirección contraria a Nínive (Irak actual). Teme que va a arriesgarse en un país enemigo, para que luego Dios perdone a los malos, y su profecía no se cumpla. ¿Orgullo profesional herido? En aquellos tiempos existía la profesión de profetas, a los que se pagaba como a los videntes actuales, y ni el pueblo ni los reyes sabían distinguir entre los profesionales y los enviados por Dios. Nuestro profeta se enfada, Dios (al que ni siquiera los profetas podían mirar directamente) conversa aquí amigablemente con él tratando, con poco éxito, de calmarlo; pero Jonás le replica justificando su enfado: ¡Claro que me enfado! Y mortalmente.

Es profundamente teológico. No porque los evangelistas relacionaran la resurrección de Jesús con el episodio de la ballena, sino porque sabe que el Dios de Israel no es un Dios nacionalista, es el Dios de todos los pueblos, y no sólo para castigarles sino para amarlos, para compadecerse de sus sufrimientos. No es un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, sino que ama a los buenos y a los malos.

Yo sabía que eres un Dios compasivo y clemente, lento para enojarte y de gran misericordia; yo sabía que te arrepientes de las amenazas.

El enfado del profeta no es sólo por su desprestigio; deja ver un cierto resentimiento por ese amor que Dios muestra por unos gentiles, que además están ignorando los mandamientos que el pueblo de Dios trata de observar a regañadientes. También los cristianos sabemos de estos resentimientos al condenar tajantemente a los malos que no cumplen los mandamientos. ¿Creemos que Dios ama y perdona a Boko Haram? (Hoy podríamos decir, Vladimir Putin)

La teología de este profeta anticipa lo que más tarde mostrará Jesús en la parábola de la oveja perdida, la del jornalero de la última hora que cobra igual que los que echaron la jornada completa, y la del hermano mayor enfadado por el recibimiento del padre al hijo pródigo. Es irónico hasta el final:

Entonces le dijo el Señor. Tú te apiadas de un arbolito que no has plantado…

¿No voy yo a compadecerme de Nínive, esa gran ciudad en la que viven más de ciento vente mil ignorantes y en la que hay mucho ganado?

Gonzalo Haya

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“Jonás, un profeta contracultural”, por Gonzalo Haya

Viernes, 27 de mayo de 2022
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Y… hoy me dedico especialmente este texto, de hace algunos años, acerca del libro de Jonás

Invito a leer un simpático cuentecito del Antiguo Testamento que, con  una fina ironía teológica, nos da una imagen de Dios que muchos cristianos actuales todavía no han descubierto.

Es un cuentecito, dos páginas, que desarrolla la historieta de un profeta al que Dios envía a Nínive con tremendas amenazas si no se arrepienten de su inmoralidad. El profeta huye hacia el otro extremo del mundo para evitar esta ingrata tarea. En su travesía surge una tormenta, castigo de Dios por su desobediencia, y es arrojado al mar; se lo engulle un enorme pez, reza a Dios, y el pez lo devuelve a la playa. Ahora sí; va a Nínive (capital del Imperio asirio, enemigo tradicional de Israel y símbolo de crueldad y opresión), predica su amenaza, y Nínive se convierte desde el rey hasta el último habitante. Dios los perdona, el profeta se siente estafado, y Dios baja para apaciguarlo. Un cuentecito, conscientemente increíble como historia, pero literariamente excelente como apólogo.

Es contracultural. Parece que se escribió hacia el siglo V ó IV antes de Cristo, después de la vuelta de los cautivos de Babilonia, cuando Esdras y Nehemías habían impuesto una campaña para cimentar el nacionalismo judío entorno al Dios de Israel. Con este fin reescribieron la Torá y, para apartar a los judíos de los gentiles, exigieron el cumplimiento del descanso sabático y de los alimentos impuros,  y expulsaronn a las mujeres cananeas que se habían casado con los judíos. Contra este nacionalismo religioso, el profeta presenta a un Dios que ama también a los gentiles.

Es irónico. El profeta huye de Dios, se embarca hacia Tartesos (España) en dirección contraria a Nínive (Irak actual). Teme que va a arriesgarse en un país enemigo, para que luego Dios perdone a los malos, y su profecía no se cumpla. ¿Orgullo profesional herido? En aquellos tiempos existía la profesión de profetas, a los que se pagaba como a los videntes actuales, y ni el pueblo ni los reyes sabían distinguir entre los profesionales y los enviados por Dios. Nuestro profeta se enfada, Dios (al que ni siquiera los profetas podían mirar directamente) conversa aquí amigablemente con él tratando, con poco éxito, de calmarlo; pero Jonás le replica justificando su enfado: ¡Claro que me enfado! Y mortalmente.

Es profundamente teológico. No porque los evangelistas relacionaran la resurrección de Jesús con el episodio de la ballena, sino porque sabe que el Dios de Israel no es un Dios nacionalista, es el Dios de todos los pueblos, y no sólo para castigarles sino para amarlos, para compadecerse de sus sufrimientos. No es un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, sino que ama a los buenos y a los malos.

Yo sabía que eres un Dios compasivo y clemente, lento para enojarte y de gran misericordia; yo sabía que te arrepientes de las amenazas.

El enfado del profeta no es sólo por su desprestigio; deja ver un cierto resentimiento por ese amor que Dios muestra por unos gentiles, que además están ignorando los mandamientos que el pueblo de Dios trata de observar a regañadientes. También los cristianos sabemos de estos resentimientos al condenar tajantemente a los malos que no cumplen los mandamientos. ¿Creemos que Dios ama y perdona a Boko Haram? (Hoy podríamos decir, Vladimir Putin)

La teología de este profeta anticipa lo que más tarde mostrará Jesús en la parábola de la oveja perdida, la del jornalero de la última hora que cobra igual que los que echaron la jornada completa, y la del hermano mayor enfadado por el recibimiento del padre al hijo pródigo. Es irónico hasta el final:

Entonces le dijo el Señor. Tú te apiadas de un arbolito que no has plantado…

¿No voy yo a compadecerme de Nínive, esa gran ciudad en la que viven más de ciento vente mil ignorantes y en la que hay mucho ganado?

Gonzalo Haya

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“Jonás, un profeta contracultural”, por Gonzalo Haya

Jueves, 27 de mayo de 2021
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Y… hoy me dedico especialmente este texto acerca del libro de Jonás

Invito a leer un simpático cuentecito del Antiguo Testamento que, con  una fina ironía teológica, nos da una imagen de Dios que muchos cristianos actuales todavía no han descubierto.

Es un cuentecito, dos páginas, que desarrolla la historieta de un profeta al que Dios envía a Nínive con tremendas amenazas si no se arrepienten de su inmoralidad. El profeta huye hacia el otro extremo del mundo para evitar esta ingrata tarea. En su travesía surge una tormenta, castigo de Dios por su desobediencia, y es arrojado al mar; se lo engulle un enorme pez, reza a Dios, y el pez lo devuelve a la playa. Ahora sí; va a Nínive (capital del Imperio asirio, enemigo tradicional de Israel y símbolo de crueldad y opresión), predica su amenaza, y Nínive se convierte desde el rey hasta el último habitante. Dios los perdona, el profeta se siente estafado, y Dios baja para apaciguarlo. Un cuentecito, conscientemente increíble como historia, pero literariamente excelente como apólogo.

Es contracultural. Parece que se escribió hacia el siglo V ó IV antes de Cristo, después de la vuelta de los cautivos de Babilonia, cuando Esdras y Nehemías habían impuesto una campaña para cimentar el nacionalismo judío entorno al Dios de Israel. Con este fin reescribieron la Torá y, para apartar a los judíos de los gentiles, exigieron el cumplimiento del descanso sabático y de los alimentos impuros,  y expulsaronn a las mujeres cananeas que se habían casado con los judíos. Contra este nacionalismo religioso, el profeta presenta a un Dios que ama también a los gentiles.

Es irónico. El profeta huye de Dios, se embarca hacia Tartesos (España) en dirección contraria a Nínive (Irak actual). Teme que va a arriesgarse en un país enemigo, para que luego Dios perdone a los malos, y su profecía no se cumpla. ¿Orgullo profesional herido? En aquellos tiempos existía la profesión de profetas, a los que se pagaba como a los videntes actuales, y ni el pueblo ni los reyes sabían distinguir entre los profesionales y los enviados por Dios. Nuestro profeta se enfada, Dios (al que ni siquiera los profetas podían mirar directamente) conversa aquí amigablemente con él tratando, con poco éxito, de calmarlo; pero Jonás le replica justificando su enfado: ¡Claro que me enfado! Y mortalmente.

Es profundamente teológico. No porque los evangelistas relacionaran la resurrección de Jesús con el episodio de la ballena, sino porque sabe que el Dios de Israel no es un Dios nacionalista, es el Dios de todos los pueblos, y no sólo para castigarles sino para amarlos, para compadecerse de sus sufrimientos. No es un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, sino que ama a los buenos y a los malos.

Yo sabía que eres un Dios compasivo y clemente, lento para enojarte y de gran misericordia; yo sabía que te arrepientes de las amenazas.

El enfado del profeta no es sólo por su desprestigio; deja ver un cierto resentimiento por ese amor que Dios muestra por unos gentiles, que además están ignorando los mandamientos que el pueblo de Dios trata de observar a regañadientes. También los cristianos sabemos de estos resentimientos al condenar tajantemente a los malos que no cumplen los mandamientos. ¿Creemos que Dios ama y perdona a Boko Haram?

La teología de este profeta anticipa lo que más tarde mostrará Jesús en la parábola de la oveja perdida, la del jornalero de la última hora que cobra igual que los que echaron la jornada completa, y la del hermano mayor enfadado por el recibimiento del padre al hijo pródigo. Es irónico hasta el final:

Entonces le dijo el Señor. Tú te apiadas de un arbolito que no has plantado…

¿No voy yo a compadecerme de Nínive, esa gran ciudad en la que viven más de ciento vente mil ignorantes y en la que hay mucho ganado?

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“Jonás, un profeta contracultural”, por Gonzalo Haya

Miércoles, 27 de mayo de 2020
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Invito a leer un simpático cuentecito del Antiguo Testamento que, con  una fina ironía teológica, nos da una imagen de Dios que muchos cristianos actuales todavía no han descubierto.

Es un cuentecito, dos páginas, que desarrolla la historieta de un profeta al que Dios envía a Nínive con tremendas amenazas si no se arrepienten de su inmoralidad. El profeta huye hacia el otro extremo del mundo para evitar esta ingrata tarea. En su travesía surge una tormenta, castigo de Dios por su desobediencia, y es arrojado al mar; se lo engulle un enorme pez, reza a Dios, y el pez lo devuelve a la playa. Ahora sí; va a Nínive (capital del Imperio asirio, enemigo tradicional de Israel y símbolo de crueldad y opresión), predica su amenaza, y Nínive se convierte desde el rey hasta el último habitante. Dios los perdona, el profeta se siente estafado, y Dios baja para apaciguarlo. Un cuentecito, conscientemente increíble como historia, pero literariamente excelente como apólogo.

Es contracultural. Parece que se escribió hacia el siglo V ó IV antes de Cristo, después de la vuelta de los cautivos de Babilonia, cuando Esdras y Nehemías habían impuesto una campaña para cimentar el nacionalismo judío entorno al Dios de Israel. Con este fin reescribieron la Torá y, para apartar a los judíos de los gentiles, exigieron el cumplimiento del descanso sabático y de los alimentos impuros,  y expulsaronn a las mujeres cananeas que se habían casado con los judíos. Contra este nacionalismo religioso, el profeta presenta a un Dios que ama también a los gentiles.

Es irónico. El profeta huye de Dios, se embarca hacia Tartesos (España) en dirección contraria a Nínive (Irak actual). Teme que va a arriesgarse en un país enemigo, para que luego Dios perdone a los malos, y su profecía no se cumpla. ¿Orgullo profesional herido? En aquellos tiempos existía la profesión de profetas, a los que se pagaba como a los videntes actuales, y ni el pueblo ni los reyes sabían distinguir entre los profesionales y los enviados por Dios. Nuestro profeta se enfada, Dios (al que ni siquiera los profetas podían mirar directamente) conversa aquí amigablemente con él tratando, con poco éxito, de calmarlo; pero Jonás le replica justificando su enfado: ¡Claro que me enfado! Y mortalmente.

Es profundamente teológico. No porque los evangelistas relacionaran la resurrección de Jesús con el episodio de la ballena, sino porque sabe que el Dios de Israel no es un Dios nacionalista, es el Dios de todos los pueblos, y no sólo para castigarles sino para amarlos, para compadecerse de sus sufrimientos. No es un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, sino que ama a los buenos y a los malos.

Yo sabía que eres un Dios compasivo y clemente, lento para enojarte y de gran misericordia; yo sabía que te arrepientes de las amenazas.

El enfado del profeta no es sólo por su desprestigio; deja ver un cierto resentimiento por ese amor que Dios muestra por unos gentiles, que además están ignorando los mandamientos que el pueblo de Dios trata de observar a regañadientes. También los cristianos sabemos de estos resentimientos al condenar tajantemente a los malos que no cumplen los mandamientos. ¿Creemos que Dios ama y perdona a Boko Haram?

La teología de este profeta anticipa lo que más tarde mostrará Jesús en la parábola de la oveja perdida, la del jornalero de la última hora que cobra igual que los que echaron la jornada completa, y la del hermano mayor enfadado por el recibimiento del padre al hijo pródigo. Es irónico hasta el final:

Entonces le dijo el Señor. Tú te apiadas de un arbolito que no has plantado…

¿No voy yo a compadecerme de Nínive, esa gran ciudad en la que viven más de ciento vente mil ignorantes y en la que hay mucho ganado?

Gonzalo Haya

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“Jonás, Donald Trump y Jesús”. Domingo 3º del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Domingo, 21 de enero de 2018
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vocacion-apostoles-2Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado, el evangelio de Juan nos contó cómo Jesús entró en contacto con algunos de los que más tarde serían sus discípulos. Este domingo volvemos al evangelio de Marcos, que será el usado básicamente durante el Ciclo B. En tres escenas, las dos últimas estrechamente relacionadas, nos cuenta la forma sorprendente en que comienza a actuar Jesús.

1ª escena: Actividad inicial de Jesús.

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía:

̶  Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.

Marcos ofrece tres datos: 1) momento en que comienza a actuar; 2) lugar de su actividad; 3) contenido de su predicación.

Momento. Cuando encarcelan a Juan Bautista. Como si ese acontecimiento despertase en él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase igual que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este caso, el acontecimiento es la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío.

Lugar de actividad. A diferencia de Juan, Jesús no se instala en un sitio concreto, esperando que la gente venga a su encuentro. Como el pastor que busca la oveja perdida, se dedica a recorrer los pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio Josefo. Galilea era una región de 70 km de largo por 40 de ancho, con desniveles que van de los 300 a los 1200 ms. En tiempos de Jesús era una zona rica, importante y famosa, como afirma el libro tercero de la Guerra Judía de Flavio Josefo (BJ III, 41-43), aunque su riqueza estaba muy mal repartida, igual que en todo el Imperio romano.

Los judíos de Judá y Jerusalén no estimaban mucho a los galileos: “Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur”, comentaba un rabino orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: “Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta” (Jn 7,52).

Mensaje. ¿Qué dice Jesús a esa pobre gente, campesinos de las montañas y pescadores del lago? Su mensaje lo resume Marcos en un anuncio (“Se ha cumplido el plazo, el reinado de Dios está cerca”) y una invitación (“convertíos y creed en la buena noticia”).

El anuncio encaja en la mentalidad apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos religiosos judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no encuentran solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios. Para estos autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese reinado de Dios y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no habla del momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que “está cerca”.

Pero lo más importante es que vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena noticia.

Convertirse implica dos cosas: volver a Dios y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del hijo pródigo: abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe volver a su padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de los profetas y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús (la 1ª lectura, del libro de Jonás, se centra en ese tema).

Pero Jesús invita también a “creer en la buena noticia” del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura, aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior.

2ª y 3ª escenas: llamamientos de Simón y Andrés, Santiago y Juan

Pasando junto al lado de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo:

̶  Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. 

Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.

Jesús ha pasado unas semanas, quizá meses, recorriendo él solo Galilea. Hasta que decide buscar unos discípulos que lo acompañen y continúen su obra. No los busca en Jerusalén, entre los alumnos de los grandes rabinos. Los busca entre los pescadores. Económicamente no son unos miserables, tienen barca e incluso les ayudan unos jornaleros. Pero en una sociedad agraria, como la del Imperio romano, el obrero manual estaba por debajo del campesino, y sólo por encima de las clases de la gente impura y de los despreciables (en la clasificación de Gerhard Lenski).

El relato de Marcos resulta desconcertante. ¿Es posible que cuatro muchachos sigan a Jesús sin conocerlo, abandonando su familia y su trabajo? El lector moderno, buscando una respuesta, acude al cuarto evangelio, donde se dice que Jesús ya los conoció cuando el bautismo. Pero el lector antiguo, que sólo tenía a su disposición el evangelio de Marcos, se queda admirado del poder de atracción que ejerce Jesús y de la disponibilidad absoluta de los discípulos.

Estos cuatro discípulos representan el primer fruto de la predicación de Jesús: muchachos que creen en la buena noticia del Reinado de Dios, siguen a Jesús y cambian radicalmente de vida.

Donald Trump y Jonás (1ª lectura)

La primera lectura ha sido elegida porque los ninivitas, al convertirse gracias a la predicación de Jonás, nos sirven de modelo, ya que mucho más motivo tenemos nosotros para convertirnos al escuchar la predicación de Jesús.

En aquellos días, vino la palabra del Señor sobre Jonás:
«Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo.»

               Se levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla. Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día, proclamando:

               – «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!»

               Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños.

               Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.

Sin embargo, los motivos que aducen Jesús y Jonás son muy distintos: Jesús anima anunciando la cercanía del reinado de Dios; Jonás asusta anunciando que «dentro de cuarenta días, Nínive será destruida».

Donald Trump no podría haber calificado a los ninivitas y al imperio asirio de «pueblos de mierda». Eran la gran potencia militar de la época, dominadora desde Mesopotamia hasta Egipto. Trump le habría dirigido sus típicas bravatas e insultos, pero no habría hecho nada.

Jonás recuerda en parte a Trump. Él sí considera a los ninivitas «unos paganos de mierda», aunque no lo diga expresamente. Los odia por todas las canalladas que han cometido durante más de un siglo. Por eso, cuando Dios lo manda a Nínive, se embarca en dirección contraria, hacia Cádiz. Hará falta una tormenta y un pez grande para obligarlo a cumplir su misión. (Esta primera parte del relato ha sido suprimida en la liturgia).

Cuando Dios vuelve a enviarlo, Jonás no tiene más remedio que obedecer, pero no quiere que Nínive se convierta, quiere que Dios la destruya. Y eso es lo que anuncia cuando recorre la ciudad: «Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida». Pero los ninivitas se convierten, Dios los perdona, y Jonás agarra un terrible cabreo (con perdón), porque considera intolerable que Dios se muestre tan bueno y perdonador con «esos paganos de mierda».

La lección es clara. Nadie puede decir: «Yo no me convierto porque Dios no me va a perdonar». Como los ninivitas, todos podemos convertirnos de nuestra mala vida.

Nota sobre el librito de Jonás:

Es una pena que un relato tan espléndido, lleno de humor y autocrítica por parte de un autor judío, quede limitado a las pocas frases de la liturgia. Y es más penoso todavía que lo único que recuerda la gente, si lo recuerda, es «la ballena que se tragó a Jonás». Se trata de un cuento, no es una historia real. Pero su mensaje es tan verdadero como el de otras historias que contaba Jesús: la del hijo pródigo y la del buen samaritano.

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“Jonás, un profeta contracultural”, por Gonzalo Haya

Sábado, 27 de mayo de 2017
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Invito a leer un simpático cuentecito del Antiguo Testamento que, con  una fina ironía teológica, nos da una imagen de Dios que muchos cristianos actuales todavía no han descubierto.

Es un cuentecito, dos páginas, que desarrolla la historieta de un profeta al que Dios envía a Nínive con tremendas amenazas si no se arrepienten de su inmoralidad. El profeta huye hacia el otro extremo del mundo para evitar esta ingrata tarea. En su travesía surge una tormenta, castigo de Dios por su desobediencia, y es arrojado al mar; se lo engulle un enorme pez, reza a Dios, y el pez lo devuelve a la playa. Ahora sí; va a Nínive (capital del Imperio asirio, enemigo tradicional de Israel y símbolo de crueldad y opresión), predica su amenaza, y Nínive se convierte desde el rey hasta el último habitante. Dios los perdona, el profeta se siente estafado, y Dios baja para apaciguarlo. Un cuentecito, conscientemente increíble como historia, pero literariamente excelente como apólogo.

Es contracultural. Parece que se escribió hacia el siglo V ó IV antes de Cristo, después de la vuelta de los cautivos de Babilonia, cuando Esdras y Nehemías habían impuesto una campaña para cimentar el nacionalismo judío entorno al Dios de Israel. Con este fin reescribieron la Torá y, para apartar a los judíos de los gentiles, exigieron el cumplimiento del descanso sabático y de los alimentos impuros,  y expulsaronn a las mujeres cananeas que se habían casado con los judíos. Contra este nacionalismo religioso, el profeta presenta a un Dios que ama también a los gentiles.

Es irónico. El profeta huye de Dios, se embarca hacia Tartesos (España) en dirección contraria a Nínive (Irak actual). Teme que va a arriesgarse en un país enemigo, para que luego Dios perdone a los malos, y su profecía no se cumpla. ¿Orgullo profesional herido? En aquellos tiempos existía la profesión de profetas, a los que se pagaba como a los videntes actuales, y ni el pueblo ni los reyes sabían distinguir entre los profesionales y los enviados por Dios. Nuestro profeta se enfada, Dios (al que ni siquiera los profetas podían mirar directamente) conversa aquí amigablemente con él tratando, con poco éxito, de calmarlo; pero Jonás le replica justificando su enfado: ¡Claro que me enfado! Y mortalmente.

Es profundamente teológico. No porque los evangelistas relacionaran la resurrección de Jesús con el episodio de la ballena, sino porque sabe que el Dios de Israel no es un Dios nacionalista, es el Dios de todos los pueblos, y no sólo para castigarles sino para amarlos, para compadecerse de sus sufrimientos. No es un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, sino que ama a los buenos y a los malos.

Yo sabía que eres un Dios compasivo y clemente, lento para enojarte y de gran misericordia; yo sabía que te arrepientes de las amenazas.

El enfado del profeta no es sólo por su desprestigio; deja ver un cierto resentimiento por ese amor que Dios muestra por unos gentiles, que además están ignorando los mandamientos que el pueblo de Dios trata de observar a regañadientes. También los cristianos sabemos de estos resentimientos al condenar tajantemente a los malos que no cumplen los mandamientos. ¿Creemos que Dios ama y perdona a Boko Haram?

La teología de este profeta anticipa lo que más tarde mostrará Jesús en la parábola de la oveja perdida, la del jornalero de la última hora que cobra igual que los que echaron la jornada completa, y la del hermano mayor enfadado por el recibimiento del padre al hijo pródigo. Es irónico hasta el final:

Entonces le dijo el Señor. Tú te apiadas de un arbolito que no has plantado…

¿No voy yo a compadecerme de Nínive, esa gran ciudad en la que viven más de ciento vente mil ignorantes y en la que hay mucho ganado?

Gonzalo Haya

Fuente Atrio

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La hora del despliegue

Jueves, 31 de marzo de 2016
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amanecerCarolina Abarca
Córdoba (Argentina).

ECLESALIA, 28/03/16.- Quien alguna vez lo haya leído, sabe que el capítulo 3 del libro del Eclesiastés reza una enorme verdad: hay un tiempo para todo. Hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para cosechar, un tiempo para guardar y otro para desechar, un tiempo para intentar y un tiempo para desistir.

Se trata de un poema más largo que intento leer seguido ya que, en su gran sabiduría, apacienta el vértigo de mis ansiedades (que nunca son pocas). Lo he tenido especialmente presente en mis últimos meses en los que el común denominador ha sido el cambio. La punta visible del iceberg es un cambio laboral que estoy transitando, pero las raíces nacen profundas. Lo cierto es que hay decisiones que exteriorizamos de un momento a otro pero son fruto de procesos interiores que, más consciente o inconscientemente, hemos despertado hace tiempo y nos han traído hasta aquí.

La pregunta que viene protagonizando mis conversaciones con amigos y colegas es ¿Y por qué cambiar? Es curioso, porque la verdad es que me gustaba mucho mi trabajo. De hecho, más de uno me increpó sorprendido: “¿Es verdad que te vas? ¡Pero si se te veía tan feliz!”. Ocurre que a veces no hay nada “malo” con lo que estamos haciendo, pero sin entender demasiado bien por qué, hay algo adentro nuestro que nos empuja a salir… Alguno podría preguntarse: “Pero si estaba bien ¿para qué meterse en el lío de empezar algo nuevo?”. La respuesta que demos no podrá nunca ser del todo racional.

El psicólogo Abraham Mashlow explica muy bien esto que acabo de enunciar. Postula que las personas tomamos decisiones de dos maneras: por seguridad o por desarrollo. Las opciones de seguridad son absolutamente necesarias pero cuando el desarrollo viene, con miedo y todo, hace falta desplegar. Si bien las opciones de seguridad tienden a relacionarse con nuestro instinto de supervivencia, las decisiones que nos llevan al desarrollo no se explican tan racionalmente ya que nos sacan de nuestra zona de confort. Es por esto que, aunque nos parezca loco, encontramos resistencias y miedos a realizar opciones que sabemos, o al menos intuimos, nos llevarán a desplegar nuestra propia luz. Porque de eso se trata, el desarrollo nos lleva a desplegar nuestra esencia, eso que somos en verdad y que clama por salir.  A este miedo Mashlow lo llamó Complejo de Jonás, en alusión al personaje bíblico.

¿Quién es Jonás?

Cuenta la historia del Antiguo Testamento que Jonás era un hombre común y silvestre que un día recibe un llamado de Dios, quien le dice algo así: “Che Jonás, hay lío en Nínive, necesito que vayas y pongas un poco de orden ahí”. Ante esto, Jonás le responde sorprendido: “¿A mí me hablás?! ¡¿Yo, profeta?! Me parece que te estás equivocando de tipo! Ni siquiera sé hablar en público. No way, sorry, búscate otro”. Y lejos de partir a Nínive, toma el sentido contrario y se raja a un puerto en donde, literalmente, se ‘toma el buque’, huye. Estando en alta mar, se desata una tormenta tremenda y la tripulación teme que el barco se hunda. Rezando cada uno a sus dioses comienzan a preguntarse quién de ellos sería el causante de ese desastre, es allí cuando Jonás confiesa que por miedo ha desoído el llamado que Dios le ha hecho. Sabiendo esto, se ponen todos de acuerdo y lo tiran por la borda. Al caer al agua, Jonás es tragado por una ballena y permanece en su vientre tres días y tres noches hasta que, al cabo de ese tiempo, es vomitado por el gran pez en tierra seca. Estando allí, vuelve a sentir el llamado de Dios. Esta vez se anima y responde. Jonás termina convirtiéndose en un gran profeta.

Nuestro miedo a la luz

Nada mejor que la historia de Jonás para ver una realidad que no siempre es fácil de asumir: tenemos miedo a nuestros propios talentos. Tememos a nuestras máximas posibilidades tanto como a las más bajas. Nos asusta llegar a ser aquello que vislumbramos en nuestros mejores momentos. Estamos entrenados instintivamente para tomar decisiones por seguridad, pero cuando se trata del desarrollo a veces patinamos un poco, o peor, salimos disparados en sentido contrario, como Jonás. Esto nos conduce a donde no pertenecemos –lugares, situaciones o personas- y desata fuertes tormentas, a veces externas y otras veces interiores. Pero cuando sentimos que nos ahogamos encontramos una especie de refugio. El vientre de la ballena es justamente eso para Jonás: un lugar para reflexionar donde se siente a salvo y no corre riesgos, pero donde tampoco hay verdadera vida. En el siglo XXI al vientre del gran pez lo llamamos zona de confort.

Vuelvo entonces a la pregunta del principio. Si encontramos un lugar donde no corremos riesgos, donde nos sentimos cómodos ¿por qué cambiar? La respuesta es simple. Porque no hay otra posibilidad que la tristeza para quien se esconde de sus llamados. Esto no significa que sea fácil, pero dice Walt Whitman en uno de mis versos favoritos: “Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa: Tú puedes aportar una estrofa”. Reconocer y hacernos cargo de nuestra estrofa es también una forma de humildad. No es la obra completa, pero tampoco es solo un punto y coma. De manera simple y lúcida lo expresó Virginia Gawel en el taller en donde con generosidad me enseñó sobre esto: “No vinimos a ser un bonsái de nosotros mismos”, dijo, en referencia a la necesidad de desplegarnos y brillar con luz propia.

El punto entonces no está en no tener miedo. Hay un tiempo para todo. Aún para temer, para refugiarnos en el vientre del gran pez. Pero debemos saber que ese no es un lugar para vivir y que tarde o temprano, por decisión propia o no, seremos expulsados de allí. Cuando eso ocurra y nos encontremos todos despatarrados de nuevo en tierra seca, será tiempo de recordar que ha llegado la hora del despliegue. El llamado siempre se renueva para quien se atreve a escuchar y hay una certeza que debe llenarnos de coraje: no existe posibilidad de no-error. Será cuestión, entonces, de que cuando llegue la hora oportuna nos atrevamos a tomar la pluma y, con la libertad de quien se sabe no un gran maestro sino parte de un experimento, empezar a garabatear nuestra estrofa. Resulta que, con viento en contra y todo, no habrá otra que suene mejor.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Dom 25 1 15. Jonás en Nínive, tierra de ISIS

Domingo, 25 de enero de 2015
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mapa-isisDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 3. Ciclo b. El evangelio del día lo he visto varias veces en este blog:

Habla de Jesús que llama a sus 4 primeros: Pedro, Andrés, Jacobo, Juan, para la tarea de su Reino (Mc 1, 14-20).

Hoy quiero fijarme en la primera lectura, tomada del libro de Jonás, a quien Dios llamó para predicar en Níniva, ciudad que era entonces y es hoy (con sus ruinas, al lado de Mosul, ver mapa) el centro del Estado de ISIS, uno de los lugares más difíciles y problemáticos del mundo.

Nínive era entonces la capital del imperio de Asiria, quizá el primero de todos los “estados mundiales”, que quiso conquistar el orbe a sangre y fuego, para entregarlo en manos de un Dios de venganza y violencia, que se impuso desde el desierto de Oriente hasta el mar Mediterráneo, dominando sobre israelitas y judíos, hacia el año 700 a.C. Contra Nínive dirigieron Isaías y otros profetas muy duras palabras de crítica y de sátira mordaz.

Las ruinas de Nínive se siguen alzando misteriosas, amenazantes y sagradas, muy cerca de Mosul, la capital de Isis, de donde están llegando las noticias más impactantes y duras de nuestro duro tiempo: Se queman iglesias, se crucifica a cristianos, se lanza al vacío a los homosexuales.

En otro tiempo, Dios mandó hasta Nínive a su profeta Jonás, como sigue contando de forma emocionada una de las más bellas historias de la Biblia.

El Dios de Cristianos y Musulmanes (y judíos) debería enviar hoy alguien a Nínive/Mosul, para anunciar el castigo de sus nuevos asesinos, con un resquicio abierto a la esperanza (y con una llamada de conversión, no sólo para Nínive/Mosul, sino para los buenos de Jerusalén y de las nuevas tierras de occidente, en la línea del mismo Jonás, que debió convertirse primero, en el vientre de la “ballena”).

En otro tiempo, Jonás fue a Nínive/Mosul, y logró la “conversión” no sólo de Nínive/Isis, pues él debió convertirse primero (como hoy, debemos convertirnos primero nosotros, antes de predicar a ISIS. ¿Podremos hacerlo, nosotros y los de ISIS, como sugiere este libro de JONÁS?

Quien quiera hacer hoy (esta semana) una “obra buena” busque en su Biblia, lea y aplique para nuestro tiempo el libro de Jonás, es pequeño, puede leerse en poco más de media hora. Quien tenga menos tiempo, puede leer mi comentario. No hago aplicaciones, que las haga el lector.

Nínive era entonces un lugar difícil. También es hoy difícil Nínive/Mosul. ¿Cómo ir, qué hacer allí? Estas son las preguntas que plantea el texto de hoy:

— ¿Cómo pueden prepararse los profetas para ir hasta allí, como Jonás, a cuerpo, superando el miedo, sin escaparse a las minas de Tarsis, la tierra del oro y la plata?

— Y nosotros ¿quiénes somos para criticar a Nínive/Isis, si no cambiamos como Jonás? ¿Somos falsos Jonás, llamados a la conversión, o somos ninivitas de Isis o de sus aliados?

— ¿Tendrán que convertirse ellos primero o también nosotros, quién empieza? ¿No nos queda más remedio que las bombas, de un lado o del otro?

Imágenes:
1. Mosul, en la vieja tierra de Nínive
2-3. Isis, matando lanzando homosexuales al vacío, matando cristianos
4.Mapa con las tierras irredentas de ISIS

1. Dios clemente y misericordioso: Nínive y Jonás (Jonás 3-4).

Jonás fue un resucitado, como aquellos de que habló Ezequiel . Quiso escapar a Tarsis, extremo legendario de la tierra, en A-Andalus, como ahora dicen muchos; pero en el mismo camino de evasión le alcanzó Dios con su voz y con su mano le introdujo en las entrañas del gran pez haciéndole pasar por la experiencia de la muerte (Jon 2-3).

Era un fugitivo resucitado. Dios quiso enviarle a la ciudad del crimen, a Nínive la inmensa, para anunciar allí en final de su paciencia (¡diles que su maldad ha llegado hasta mí! 1,2). Pero se negó,, tomando el barco en dirección de huida, hasta caer sepultado en un vientre de ballena, convertido en pura angustia. Pero Dios le ha liberó y así, como testigo de piedad suprema, expresión de un poder hecho perdón llegó hasta Nínive.

Son Jonás todos aquellos que, arrancados de la angustia, en experiencia liberada (perdonados) han de llevar mensaje de gracia a los demás. Por eso, contar la trama de Jonás significa contar su propia historia. Nínive es el mundo inmenso que nunca acabaremos de explorar, ciudad de duros contrastes, de admirable grandeza y de violencia que lleva hacia la muerte. Solemos pensar que Dios odia a la ciudad, por eso hemos querido escapar de ella; también nosotros la odiamos y deseamos a veces su muerte. Pero vengamos al profeta:

De nuevo vino la palabra de Yahvé sobre Jonás: -Levántate y vete a Nínive, la gran capital, y pregona allí el pregón que te diré. Se levantó Jonás y fue a Ninive, como le había mandado Yahvé. Ninive era una ciudad enorme (=¡de Dios!);hacían falta tres días para atravesarla.
Y comenzó Jonás a entrar en la ciudad y caminó durante un día pregonando: ¡Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada! Los ninivitas creyeron en Dios, pregonaron un ayuno y se vistieron de saco desde los grandes a los pequeños. Llegó la noticia al Rey de Nínive y se levantó de su trono, se quitó su manto y se vistió de saco y se sentó en tierra; y mandó proclamar a Nínive, de parte del rey y sus nobles:

-Que humanos animales, vacas y ovejas no prueben bocado, no pasten ni beban; que vistan de saco humanos y animales, que invoquen a Dios con toda fuerza; y que se convierta cada uno de su mala vida y de las injusticias que haya cometido. ¡Quizá Dios se convierta y arrepienta, y se vuelva de su ira, de manera que no perezcamos!

Y vió Dios sus obras y cómo se convertían de sus malas obras (= caminos) y se arrepintió de la catástrofe con que les había amenazado y no la ejecutó. Y Jonás sintió un disgusto enorme y estaba irritado. Y oró a Yahvé diciendo: ¡Ay Yahvé! ¿acaso no era eso lo que yo me dije cuando estaba en mi tierra? Por eso me adelanté a huir a Tarsis, porque yo sé que tú eres: Dios misericordioso y compasivo, lento a la ira y rico en clemencia y que te arrepientes del mal (de las amenazas). Por eso, Yahvé, quítame la vida: que más vale morir que vivir.

Introducción (3,1-4).

Como resucitado de Dios (=perdonado) viene Jonás a la ciudad perversa, metrópoli de toda la injusticia y la violencia, para proclamar allí el juicio divino. Nínive (cf Gen 11,1-9 y otros textos de la Biblia) es el signo de la maldad y la opresión suprema. Allí debe acudir el profeta revivido y pregonar su profecia: ¡vuestra maldad ha llegado hasta mí! (1,2). El Dios que oyó el lamento de los hebreos oprimidos (Ex 2,23-24;3,7) rechaza la maldad de los opresores: Jonás debe avisarles del peligro en que moran.

Islamico-edificio-hombres-homosexuales-Mosul_CLAIMA20150121_0064_27Pero Jonás no queda en el aviso. Reinterpreta la advertencia de Dios y la convierte en amenaza: ¡dentro de cuarenta días Nínive será arrasada! Este desfase entre encargo de Dios (1,2) y pregón de Jonás (3,4) determinará el sentido de la historia. Jonás no es profeta transparente: no deja que su vida se convierta en signo de la acción de Dios sino que actúa por su cuenta y convierte su antigua cobardía (huida) en gran resentimiento: quiere que Nínive sea destruida. Odia a la ciudad: odia a este mundo y quiere que en el fondo (y en la forma) se consume la ira de Dios sobre la tierra.

Reacción de Nínive (3,5-9).

Jonás pregona destrucción, pero Nínive conoce mejor a Dios y entiende su palabra como amenaza compasiva: anuncia Dios la ruina precisamente para que puedan descubrir su riesgo y evitarlo (convertirse). La conversión de Nínive se cuenta en forma simbólica, folclórica: los mismos animales dejan de comer y visten de sayal (saco). Es como si de pronto una ciudad y cultura centrada en el lujo (vestidos) y la satisfación (comida) invirtiera su conducta, en gesto de pobreza solidaria.

Es significativo el pregón. Conforme al mito usual, el Rey de Nínive podía interpretarse como un antidios: era el poder hecho opresión, la bestia que más tarde ha visto Dan 7. Pues bien, aquí la bestia cambia y reconoce la misericordia suma: ¡quizá Dios se convierta! (3,9). No vence al rey otro poder del mundo: no le humillan ni doblegan las armas de la tierra. ¡Le transforma la misericordia del Dios que se arrepiente (niham) y perdona.

– Jonás ha proyectado sobre la ciudad su cobardía airada, quizá resentida: quiere que Dios la destruya, muriendo si hace falta con ella. Le falta corazón para amar, para dejarse amar y colaborar con la misericordia de Dios.
– El rey pagano que podía parecer un antidios se ha vuelto más lúcido y humilde que el profeta, descubriendo algo que ignoran los israelitas: la fuerza creadora y universal de la misericordia de Dios, precisamente en medio de la crisis.

Respuesta de Dios (3,10) y solución de la crisis para la ciudad.

El mensaje de ruina de Jonás podía haber llevado al paroxismo universal: ¡quedan cuarenta días!, un tiempo breve en el que todos deben aprovecharse, multiplicando sus deseos, empeñados en saciar todas sus hambres. Es la solución que a veces triunfa dentro de la historia: ¡quedan pocos días! ¡comamos y bebamos! Pues bien, en contra de eso, pueblo y rey invierten el proceso de la destrucción e inician sobre el mundo un gesto de vida “arrepentida”, liberada de violencia.

hombres-crucificados-delito-ciudad-Mosul_CLAIMA20150121_0067_17Dios responde arrepintiéndose (vayynnahem) y perdonando según la previsión del rey. Es claro que, dentro del contexto del relato, ese arrepentimiento parece exclusivo de Dios: cambia de actitud, no descarga la fuerza de su ira. Pero, miradas las cosas en otra perspectiva, el perdón nace también de la propia conversión/cambio del pueblo. Lo que antes era cueva de ladrones, ciudad que se destruye a sí misma, se convierte en campo de fraternidad en el que existe futuro para todos, incluidos animales.

Por eso, conversión de la ciudad y perdón de Dios se unen. Posibilidad fundante de perdón, eso es Dios para Nínive. En el mismo lugar y momento en que culmina el pecado (injusticia que produce muerte) viene a revelarse un nuevo principio de vida. Dios no sanciona lo que existe: no acepta la volencia, no defiende al rey en su injusticia ni a Nínive en su fuerte carrera de opresiones, pero les permite cambiar y les perdona. Conversión recreadora: ese es el nombre que Dios viene a recibir en esta escena.

c) Conclusión y aplicación teológica

El relato de Jonás se encuentra dirigido al pueblo del profeta: a los judíos que no aciertan a entender su puesto ni a cumplir su tarea dentro de la historia. Mil veces resonaron los oráculos de ruina contra las naciones, como puede verse en Isaías, Jeremías, Amós… Daba la impresión de que Dios debería haber ya destruido a los pueblos opresores y malvados. ¿Por qué no lo hace? ¿Por qué siguen en vida los imperios? Por misericordia de Dios y arrepentimiento de los pueblos. Leer más…

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