Comentarios desactivados en El Salvador: los acusados de la masacre jesuita
34 años después, el Fiscal General ha acusado a Alfredo Cristiani y a los ocho asesinos
“Los soldados del presidente Cristiani llegaron por la noche, forzaron la puerta principal de la casa, los dejaron salir al jardín y les dispararon en la cabeza. Los cerebros se esparcieron”
“Dijeron que apoyaban al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, eran su fachada ideológica, responsables de la violencia y de la guerra civil”
“El teólogo Sobrino conocía bien a sus colegas y amigos. Dijo después del cruel asesinato que todos eran cristianos de una sola pieza. Más bien, eran la fachada de las mayorías populares, los pobres y los oprimidos del país”
“El 5 de junio, 34 años después de la masacre, el Fiscal General ha acusado a Alfredo Cristiani y a los ocho asesinos”
| Francesco Strazzari
(SettimanaNews).- El pasado 5 de junio, la Fiscalía General de la República de El Salvador presentó la acusación contra ocho personas –militares de alto rango– que estarían involucradas en la masacre de los seis jesuitas de la Universidad (UCA), la cocinera y su hija de 16 años. Acusado el ex presidente Alfredo Cristiani, quien habría organizado el plan implementado el 16 de noviembre de 1989.
El padre de Alfredo era un inmigrante de Bagnaria, provincia de Pavía, y su madre Marghot Burkard era descendiente de inmigrantes suizos.
Alfredo, nacido el 22 de noviembre de 1947, fue educado en la “escuela americana” de San Salvador, continuó sus estudios de economía en Washington, en la famosa Universidad de Georgetown. Al regresar a San Salvador, trabajó en nombre de la familia adinerada, que operaba principalmente en el comercio de café y algodón. Se casó con Margarita Llach en 1970.
Permaneció fuera de la política hasta 1980, cuando el conflicto armado con el movimiento FLMN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) alcanzó un punto crítico. Se involucró en la Alianza Nacionalista Republicana (ARENA), que había sido fundada por la “Escuela de las Américas”, dirigida por el oficial Roberto D’Aubuisson quien, en 1985, renunció tras el desastroso resultado de las elecciones presidenciales.
Cristiani se convirtió en líder del partido en 1988. En 1989 fue elegido presidente de El Salvador con el 53,8% de los votos.
Hace años, recogí el testimonio del conocido teólogo Jon Sobrino, que no estaba en casa el 16 de noviembre de 1989. Otro jesuita de la comunidad se había ido a dormir a otra comunidad. De ocho jesuitas, seis estuvieron presentes y fueron asesinados.
Los soldados del presidente Cristiani llegaron por la noche, forzaron la puerta principal de la casa, los dejaron salir al jardín y les dispararon en la cabeza. Los cerebros se esparcieron. Locos, los soldados tiraron máquinas de escribir, computadoras, grabaciones al suelo y robaron documentos y grabaciones. Entrando en la capilla de Mons. Romero, asesinado en marzo de 1980, apuntaron a la foto grande y le dispararon al corazón.
El poder de la derecha se enfureció contra la Universidad Jesuita porque estaban molestando a la gente. Los jesuitas fueron llamados comunistas y marxistas, antipatriotas, incluso ateos. El régimen de Cristiani quería silenciarlos, expulsarlos del país, dispersarlos, verlos muertos.
Se formularon acusaciones concretas contra la Universidad y los jesuitas: apoyaban al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, eran su fachada ideológica, responsables de la violencia y de la guerra civil.
El teólogo Sobrino conocía bien a sus colegas y amigos. Dijo después del cruel asesinato que todos eran cristianos de una sola pieza, convencidos de que estaban siguiendo a Jesús de Nazaret en la lucha por la liberación de la injusticia y el abuso. Conocían bien el marxismo para analizar la situación de opresión en el llamado Tercer Mundo, pero también eran conscientes de las serias dudas del análisis marxista.
El marxismo nunca fue su principal fuente de inspiración, como también se sostenía en la Curia romana. El rector, Ignacio Ellacuría, fue una celebridad como filósofo y teólogo, recuerda el teólogo Sobrino. Fue el Evangelio de Jesús el que inspiró la acción de los jesuitas. Seguían repitiendo que no apoyaban a un partido político o a un gobierno en particular o a un movimiento popular en particular.
Fueron fieles a las palabras del obispo masacrado Romero: “Los juicios políticos deben juzgarse según si benefician o no al pueblo”. Por esta razón apoyaron lo positivo en los movimientos populares y también en el FMLN, pero criticaron sus acciones terroristas y los asesinatos de civiles. Eran partidarios del diálogo y de la negociación con los líderes del movimiento. Hablaron de ello con el presidente Cristiani, con miembros del gobierno, con políticos y diplomáticos, incluidos algunos soldados, que se mantuvieron firmes en denunciar los abusos y violaciones de los derechos humanos por parte del ejército y los escuadrones de la muerte, denunciando la brutalidad de los crímenes.
Es una estupidez, me dijo Sobrino, decir que eran la fachada ideológica del FLMN. Más bien, eran la fachada de las mayorías populares, los pobres y los oprimidos del país. Sufrían cuando la Iglesia no era evangélica; cuando se miraba más a sí misma y a la institución que al dolor de la gente; cuando varios eclesiásticos de la jerarquía mostraron incomprensión e indiferencia ante el sufrimiento del pueblo y cuando silenciaron a Mons. Romero.
El 22 de marzo de 1990, a las 7 de la mañana, el obispo de Sao Félix (Brasil), el místico y poeta Pedro Casaldáliga, se dirigió al Centro Pastoral “Mons. Romero” para visitar el lugar de la masacre. Se encontró por casualidad con Obdulio, el esposo de Elba, el cocinero y el padre de Celina, ambos acribillados a balazos. Obdulio estaba ocupado en su trabajo. Estaba colocando plantas de rosas en el lugar del martirio. Los dos se abrazaron. Pedro quería darle algo a su esposo y a su padre. Tenía un rosario y se lo dio. Se lo puso alrededor del cuello. Al día siguiente, Casaldáliga, un conocido poeta, escribió estos versos dedicados a la UCA y a los heridos:
Ya sois la verdad en cruz y la ciencia en profecía, y es total la compañía, compañeros de Jesús. El juramento consumado,
la UCA y el pueblo herido dictan la misma lección que las cátedras-fosas y Obdulio cuida las rosas de nuestra liberación.
El 5 de junio, 34 años después de la masacre, el Fiscal General ha acusado a Alfredo Cristiani y a los ocho asesinos.
Comentarios desactivados en Juan Pablo II y Benedicto XVI frente a la Teología de la Liberación: Encarnizamiento y hostilidad
“La Teología de la Liberación no es una ideología o una teoría. Es una manera de vivir el Evangelio”
“El 6 de agosto de 1984 la Curia Vaticana dio a conocer la ‘Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación’, firmada por Ratzinger que señalaba graves errores en la Teología de la Liberación. Se trataba de una interpretación subjetiva y equivocada de la misma”
“La Teología de la Liberación no es una ideología o una teoría. Es una manera de vivir el Evangelio en la proximidad y solidaridad con las personas excluidas y empobrecidas que tiene tres elemntos claves: la opción por los pobres y desvalidos, la memoria viva de los mártires y la esperanza de que otro mundo es posible”
“La Teología de la Liberación nació en las periferias sociales cristianas. Recoge el clamor de millones de pobres, de pueblos enteros oprimidos y excluidos”
“La liberación comienza por la transformación personal: Hasta que no hayamos derrotado el egoísmo, no habremos todavía realizado la liberación del ser humano”
“Los nuevos sujetos no nacen espontáneamente con las nuevas estructuras, sino que habrá que forjarlos al ritmo de la resistencia y de la lucha. La revolución ética es todavía una asignatura pendiente”
El 6 de agosto de 1984 la Curia Vaticana dio a conocer la “Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación”, firmada por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y ratificada por el papa Juan Pablo II.
Este documento señalaba graves errores en la Teología de la Liberación. Pocos días después un grupo de teólogos y teólogas (laicos y laicas, sacerdotes y religiosas) nos reunimos en la ciudad de México. Leímos y analizamos la Instrucción y llegamos a la conclusión que era un documento injusto, ajeno a la realidad, porque lo que ahí se condenaba no era realmente lo que es en sí la Teología de la Liberación sino una interpretación subjetiva y equivocada de la misma.
“No comprendemos este encarnizamiento y hostilidad de Juan Pablo II y del cardenal Ratzinger con respecto a la teología de la liberación. Tal vez viene bien recordar aquellas palabras de Nietzsche “no se piensa igual de Dios en un palacio que en una choza”
Consideramos que es indecente condenar a los creyentes que han consagrado su vida —y somos decenas de miles de laicos y laicas, religiosas y religiosos, obispos, sacerdotes y misioneros de todas partes— los que hemos seguido el mismo camino. Ser discípulos de Jesús es imitarlo, seguirlo y actuar como él vivió. No comprendemos este encarnizamiento y hostilidad de Juan Pablo II y del cardenal Ratzinger con respecto a la teología de la liberación. Tal vez viene bien recordar aquellas palabras de Nietzsche “no se piensa igual de Dios en un palacio que en una choza”.
Ese día se encontraba entre nosotros un catequista refugiado guatemalteco y animador de una comunidad cristiana. Escuchaba en silencio. Al finalizar el análisis que hicimos, expresó: “Como el papa Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger no sufren lo que nosotros los campesinos sufrimos, por eso no nos entienden”.
En verdad no hemos necesitado leer a Karl Marx para descubrir la opción para los pobres. Es el mensaje y la práctica de Jesús de Nazaret quien nos ha revelado que los pobres son un lugar teológico. Todo el Evangelio refleja la opción preferencial de Jesús por los pobres, los débiles y su oposición a los que abusan de ellos y los oprimen.
Un catequista refugiado guatemalteco: “En verdad no hemos necesitado leer a Karl Marx para descubrir la opción para los pobres. Es el mensaje y la práctica de Jesús de Nazaret quien nos ha revelado que los pobres son un lugar teológico”
La Teología de la Liberación no es una ideología o una teoría. Es una manera de vivir el Evangelio en la proximidad y solidaridad con las personas excluidas y empobrecidas. Esta teología tiene dos fuentes. Una es la experiencia de fe en el Dios de la vida, Padre y Madre de todos los hombres y mujeres, revelado en Jesús; y otra, el análisis de la realidad socioeconómica y política. Ha llevado a cabo una verdadera revolución metodológica al “incorporar las ciencias sociales y humanas en la epistemología teológica”, en palabras de Juan José Tamayo. Se mueve por el hambre y sed de Dios que hay en el pueblo y por el hambre de pan y de justicia. Es una teología que nace en el corazón del pueblo de Dios.
Juan Pablo II y José Ratzinger
Hay tres elementos claves de la Teología de la Liberación:
*La opción por los pobres y desvalidos, siguiendo la práctica y el mensaje de Jesús. La parábola del buen samaritano (Lc 10, 30-23) ilumina esta opción, que es una exigencia evangélica: “Haz tú lo mismo”. Consecuentemente, existe siempre para el creyente una pregunta referencial: ¿Qué posición tomó Jesús frente a la realidad socioeconómica de su tiempo?
*La memoria viva de los mártires que nos desafía a continuar con la lucha y sueños por los que ellos dieron la vida. América Latina es tierra de mártires, tierra regada con la sangre de numerosos hombres y mujeres, laicos y laicas, religiosas y religiosos, sacerdotes y obispos, comprometidos con la justicia.
*La esperanza de que otro mundo es posible. Las comunidades cristianas son conscientes de que su causa es invencible porque es el sueño de Dios para la humanidad. Dios quiere hijos e hijas no esclavos, quiere hermanos y hermanas, no enemigos unos de otros. A veces las comunidades que han optado por la liberación integral de los pobres se sienten golpeadas, derrotadas e incomprendidas, pero siguen firmes en la esperanza. Como bien señalaba Pedro Casaldáliga, se sienten como soldados derrotados de una causa invencible. Es por eso que la esperanza es una característica fundamental del cristianismo liberador. La Teología de la Liberación manifiesta que el cambio que el mundo necesita exige hombres nuevos y mujeres nuevas que viven lo que proclaman y proclaman lo que viven.
La Teología de la Liberación nació en las periferias sociales cristianas. Recoge el clamor de millones de pobres, de pueblos enteros oprimidos y excluidos, indígenas, afroamericanos, campesinos, mujeres, pobladores de las barriadas marginales de las grandes ciudades…
El movimiento de la Teología de la Liberación cobró impulso con Juan XXIII y el Concilio Vaticano II y recibió reconocimiento oficial en la reunión del episcopado latinoamericano en Medellín, cuyo documento comienza diciendo que “No hay historia de la salvación sin salvación de la historia”.
Los teólogos de la liberación no han hecho sino sistematizar la experiencia de fe del pueblo creyente. Recordamos entre estos, con especial admiración y respeto, a Gustavo Gutiérrez, padre de la Teología de la Liberación; a Leonardo Boff, a Ivone Guevara, Ignacio Ellacuría, Jon Sobrino, Carlos Bravo, Pablo Richard, Carlos Mesters, Giulio Girardi, José Comblin, Frei Beto, Oscar Beoso, Teófilo Cabestrero, Raquel Saravia, José Marins, Marcelo Barros, Benjamín Forcano, Juan José Tamayo…Y muchos más. Sería interminable mencionarlos a todos. Entre los teólogos y teólogas de la liberación los hay también de las iglesias protestantes, como Jorge Pisley, Elsa Támez, Julia Esquivel, Montiner… La teología de la liberación es de carácter ecuménico
El cristianismo liberador no tiene un proyecto socioeconómico propio, sino que analiza y descubre los signos del Espíritu de Dios en las distintas expresiones que buscan otro modelo económico alternativo y las apoya críticamente. Es consciente de que el mundo no necesita parches ni una refundación del capitalismo, sino que se requiere un cambio profundo y revolucionario, que comienza por uno mismo.
Al hablar de revolución muchos piensan en violencia. Las comunidades cristianas de América Latina entienden que la revolución es esencialmente defensora y promotora de la vida y la paz. No quieren la muerte. Quieren la vida, una vida digna para todos los hombres y mujeres. Si en una revolución hay violencia, ésta viene de los de arriba, de los que se resisten a que haya cambios. Por eso que defienden a capa y espada sus privilegios. La revolución hoy en América Latina apunta a cambios estructurales del sistema socioeconómico, que son interpretados como signos de la presencia del reino de Dios, cuya plenitud está más allá de la historia.
“Al hablar de revolución muchos piensan en violencia. Las comunidades cristianas de América Latina entienden que la revolución es esencialmente defensora y promotora de la vida y la paz. No quieren la muerte. Quieren la vida, una vida digna para todos los hombres y mujeres”
La conquista de una sociedad justa, libre y equitativa, sin explotados ni explotadores, no es el reino de Dios. El Reino es mucho más, infinitamente más. Pero el Reino exige pasar por ahí. Los procesos históricos de liberación son signos de la presencia del Reino. No puede haber reino de Dios si unos pocos acaparan los bienes de la tierra dejando en la pobreza a la mayoría, si hay gente que muere de hambre, si hay hombres y mujeres que son marginados por su condición social, étnica, cultural o religiosa.
Todo cambio sociopolítico exige transformaciones profundas en la conciencia de las personas. La liberación comienza por la transformación personal. Giulio Girardi se plantea: “¿Cuál es el objetivo fundamental de todo proceso liberador? Es conseguir la liberación humana. Que el rico se libere de la codicia que lo tiene alienado y que el pobre se libere de su indigencia y los egoísmos que pueda tener. La liberación del ser humano no significa sólo realizar la justicia social, no significa sólo derrotar la ignorancia. No podemos limitarnos a construir carreteras, viviendas, hospitales…
“Hasta que no hayamos derrotado el egoísmo, no habremos todavía realizado la liberación del ser humano”
Ciertamente, un día haremos posible el viejo sueño de construir casas para todo el pueblo… Esto, sin embargo, es sólo un aspecto de la liberación del hombre. Pero, hasta que no hayamos derrotado el egoísmo, no habremos todavía realizado la liberación del ser humano. Los sueños revolucionarios serán realidad cuando el ser humano viva para la comunidad, cuando no viva para sí mismo, sino que será capaz de abrir las puertas de su corazón y entregarlo a los demás.
Sólo los hombres y mujeres impregnados de actitudes éticas, serán capaces de aportar a la construcción de una nueva sociedad. Sólo los hombres y mujeres justos y libres podrán ser agentes de un mundo de justicia y libertad. Los nuevos sujetos no nacen espontáneamente con las nuevas estructuras, como bien señalaba Pablo Richard, sino que habrá que forjarlos al ritmo de la resistencia y de la lucha. La revolución ética es todavía una asignatura pendiente.
En el mes de agosto, durante mi estancia en San Salvador como profesor invitado en la Universidad Don Bosco y la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), leí la novela Noviembre, del escritor salvadoreño Jorge Galán, que se inspira en el asesinato de seis jesuitas -Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Juan Ramón Moreno. Amando López y Joaquín María López y López-, y dos mujeres -Elba Ramos, empleada doméstica, y su hija Celina, de 15 años-, por el sanguinario batallón Atlacatl, del Ejército salvadoreño. Sucedió en la UCA la fatídica madrugada del 16 de noviembre de 1989. La novela aporta luz sobre los hechos y se adentra en otros crímenes impunes contra religiosos y religiosas de El Salvador como el jesuita Rutilio Grande, monseñor Romero, arzobispo de San Salvador, y cuatro religiosas de Estados Unidos. Recoge el testimonio de Alfredo Cristiani, entonces presidente del país centroamericano, que reconoce la autoría militar de los crímenes de los jesuitas.
El novelista se vio obligado a abandonar el país por las amenazas de muerte recibidas. La obra se caracteriza por un insobornable compromiso ético, una profunda sensibilidad hacia el sufrimiento de las víctimas y la valentía para denunciar a los autores materiales y a los responsables intelectuales, a quienes pone nombre. Ha sido galardonada con el Premio de la Real Academia Española 2016 por ser “una novela y una construcción literaria llena de verdad histórica y humana”.
Leí el libro de Jorge Galán recorriendo algunos de los escenarios donde sucedió el óctuplo asesinato. Visité las aulas donde impartían clases los profesores. Conocí la residencia donde vivía la comunidad de jesuitas. Toqué el césped del Jardín de Rosas donde se encontraron los cadáveres, así llamado porque en él plantó Obdulio, esposo de Elba y papá de Celina, un círculo de rosas rojas y en el centro dos rosas amarillas en memoria de su hija y de su esposa. Entré en la capilla y me detuve ante sus tumbas. Visité el Memorial de los Mártires del Centro Monseñor Romero donde están expuestos algunos de los enseres personales de los muertos, entre ellos el libro ensangrentado El Dios crucificado, del teólogo alemán Jürgen Moltmann, que se encontraba en la estantería de la habitación de Jon Sobrino y cayó al suelo cuando fue arrastrado el cuerpo de uno de los asesinados. Es todo un símbolo en plena sintonía con Ellacuría, para quien la realidad histórica de los “pueblos crucificados” es el lugar social y hermenéutico de su teología.
Los militares entraron en la UCA con la voluntad de eliminar a su rector, Ignacio Ellacuría, una de las figuras más relevantes de la teología y de la filosofía de la liberación, y a sus compañeros jesuitas, prestigiosos intelectuales que analizaban críticamente la realidad del país centroamericano desde diferentes disciplinas: ciencias sociales, psicología social, filosofía, teología, teoría política, filosofía de los derechos humanos, etcétera. El múltiple asesinato, la autoría militar del mismo y la forma irracional como se produjo conmovieron a El Salvador, a América Latina y al mundo entero.
Mientras leía la novela y recorría los lugares de la vida y de la muerte de los mártires me rondaba una pregunta: ¿Por qué los mataron? Y encontré varias respuestas.
Para los sectores eclesiásticos salvadoreños aliados con el Ejército, la oligarquía y el poder político, el asesinato se debió a que los jesuitas se habían alejado de su misión pastoral y se habían implicado en la actividad política del lado de los guerrilleros revolucionarios. “¡Se lo tenían merecido!”, pensaban para sus adentros.
Jon Sobrino, compañero de las víctimas, que se libró de la muerte por encontrarse fuera de El Salvador, piensa de manera muy distinta: los mataron “porque analizaron la realidad y sus causas con objetividad. Dijeron la verdad del país con sus publicaciones y declaraciones públicas. Desenmascararon la mentira y practicaron la denuncia profética. Por ser conciencia crítica de una sociedad de pecado y conciencia creativa de una sociedad distinta, la utopía del reino de Dios entre los pobres. ¡Y eso no se perdona!”
No puedo compartir la respuesta de los sectores eclesiásticos conservadores, sí la de Sobrino, a la que añadiría: los mataron por haber vivido el cristianismo no como opio del pueblo, sino como liberación de los oprimidos, denunciar la triple alianza del poder político, económico y militar, trabajar por la paz y la justicia desde la no violencia y anticipar con su estilo de vida la utopía de otro mundo posible.
Juan José Tamayo
Fuente El País
Juan José Tamayo es director de la Cátedra “Ignacio Ellacuría” de la Universidad Carlos III de Madrid y codirector de Ignacio Ellacuría: utopía y teoría crítica (Tirant lo Blanch, 2014).
Comentarios desactivados en Hacia una mística de ojos abiertos, corazón solidario y amor eficaz (I)
Leído en su blog:
2020 es un año para recordar a teólogas y teólogos nonagenarios que brillan con luz propia y viven –o vivieron- la mística no como evasión y huida del mundo, sino en el corazón de la realidad con todas sus contradicciones
Ellas y ellos han hecho realidad la conocida afirmación de Karl Rahner: “El piadoso de mañana o bien será un ‘místico’, una persona que ha ‘experimentado’ algo, o no será nada”
Hace cerca de 40 años, Gustavo Gutiérrez se preguntaba en su libro La fuerza histórica de los pobres si tenía sentido seguir haciendo teología en un mundo de miseria y opresión
Yo me planteo y os planteo similares preguntas, en este caso en relación con la mística. ¿Tiene sentido hablar de mística en tiempos de secularización, de crisis de Dios y de fundamentalismos religiosos?
Las preguntas se tornan más urgentes y radicales todavía tras las dramáticas imágenes que vemos a diario en televisión
Estamos celebrando este año el décimo aniversario del fallecimiento de Raimon Panikkar, místico itinerante, que supo aunar en su vida y su pensamiento ambas dimensiones –mística e itinerancia- con una extraordinaria coherencia y fue capaz de conciliar en su persona experiencias místicas de diferentes religiones: judía, cristiana, hinduista, budista, y la mística secular.
2020 es también un año de para recordar a teólogas y teólogos nonagenarios que brillan con luz propia y viven –o vivieron- la mística no como evasión y huida del mundo, sino en el corazón de la realidad con todas sus contradicciones, al ritmo de la historia, en el horizonte de la liberación, en busca de nuevos valores humanistas y ecológicos y desde el compromiso por la transformación personal, comunitaria y estructural.
Me refiero a Gustavo Gutiérrez, para quien el método de la teología de la liberación es la espiritualidad; a Johan Baptist Metz, fallecido el año pasado, que propone una “mística de ojos abiertos”, que lleva a con-sufrir, a sufrir con el dolor de los demás; a Pedro Casaldàliga, que vive la mística en el bien decir estético de su poesía, en el compromiso con los pobres de la tierra y en defensa de los derechos de las comunidades indígenas y afrodescendientes; a Hans Küng, ejemplo de mística interreligiosa que conduce al diálogo simétrico de religiones, espiritualidades y saberes; a Dorothee Sölle, fallecida en 2003, que supo compaginar en su vida y su teología armónicamente mística y feminismo desde la resistencia.
Celebramos el ochenta y dos aniversario del nacimiento Leonardo Boff, que definió a los cristianos y cristianas como “contemplativos en la liberación” y de Jon Sobrino, testigo de la mística vivida en torno al martirio y de la “liberación con espíritu”, convencido como está de que “sin práctica, el espíritu permanece vago, indiferenciado, muchas veces alienante”; el ochenta y cinco aniversario de Juan Martín Velasco, fallecido en abril pasado, místico en tiempos de ausencia de Dios, y el ochenta aniversario del nacimiento de la carmelita Cristina Kauffmann, fallecida en 2006, cuya vida fue, en palabras suyas “un correr hacia Dios”.
Ellas y ellos han hecho realidad la conocida afirmación de Karl Rahner: “El piadoso de mañana o bien será un ‘místico’, una persona que ha ‘experimentado’ algo, o no será nada”.
Preguntas
Pero llegados aquí me surgen no pocas preguntas. Hace cerca de 40 años, Gustavo Gutiérrez se preguntaba en su libro La fuerza histórica de los pobres si tenía sentido seguir haciendo teología en un mundo de miseria y opresión, si la tarea más urgente no era más de orden social y político que teológica, si se justificaba dedicarle tiempo y energía a la teología en las condiciones de urgencia que vivía América Latina y si los teólogos no estarían dejándose llevar más por la inercia de una formación teológica que por las necesidades reales de un pueblo que lucha por su liberación.
Yo me planteo y os planteo similares preguntas, en este caso en relación con la mística. ¿Tiene sentido hablar de mística en tiempos de secularización, de crisis de Dios y de fundamentalismos religiosos? ¿Se trata de la búsqueda de una “nueva espiritualidad” o, más bien, de una especie de “tapa-agujeros” en una época post-religiosa y de una manera de evadirse de la realidad? ¿No puede parecer una distracción ociosa hablar de mística en medio de la pandemia provocada por el coronavirus con cerca de cuatro millones de personas contagiadas en el mundo y doscientas setenta mil fallecidas y con una postpandemia de incalculables consecuencias para el futuro de la humanidad?
A la vista de las grandes brechas abiertas en el mundo entre ricos y pobres, hombres y mujeres, personas “nativas” y “extranjeras”, pueblos colonizados y potencias colonizadoras, de tamañas situaciones de injusticia estructural, del crecimiento de la desigualdad, de las agresiones contra la tierra, contra los pueblos originarios, contra las mujeres, contra la memoria histórica y a favor del olvido: feminicidios, ecocidios, epistemicidios, genocidios, biocidios, memoricidios, ¿se puede seguir hablando de mística con un discurso que no sea alienante y unas prácticas religiosas que no sean estériles?
Las preguntas se tornan más urgentes y radicales todavía tras las dramáticas imágenes que vemos a diario en televisión de personas migrantes, refugiadas y desplazadas que quieren llegan a nuestras costas surcando el Mediterráneo o saltar las vallas con concertinas y mueren en el intento por la insolidaridad de la “bárbara” Europa llamada “cristiana” o que, procedentes de los países centroamericanos empobrecidos por el voraz y salvaje capitalismo, son detenidas en la frontera de Estados Unidos y separados los niños y niñas de sus padres y madres. O en los campos de refugiados donde viven hacinadas decenas de miles personas en condiciones infrzhumanas, las mujeres son abusadas, muchos niños y niñas deambulan solos y desnutridos y a todos se les ha robado la esperanza y el futuro, muy difíciles de recuperar.
Son preguntas que me golpearon durante la visita que hice hace un par de años a la Casa Museo de la Memoria de Medellín (Colombia), donde vi las estremecedoras imágenes que representaban a las 8.731.000 víctimas (oficiales, las reales son muchas más) del conflicto colombiano. Son víctimas de masacres, desapariciones forzosas, violencia sexual, amenazas múltiples, homicidios, reclutamientos forzosos, desplazamientos forzosos, torturas, despojo de bienes, separaciones familiares, etc.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto y el Mal Absoluto que fue el nazismo, el filósofo de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno, afirmó en su libro Notas sobre literatura: “No querría yo quitar fuerza a la frase de que es de bárbaros seguir escribiendo poesía lírica después de Auschwitz”. ¿Podemos hacer la misma afirmación hoy en relación con la mística?
Aquí dejo planteados los interrogantes. Mi respuesta, en el siguiente artículo. Dejo tiempo suficiente para que los lectores y lectoras puedan responder a partir de las preguntas que vayan plantándose.
[1] Tomo la cita de Johann Baptist Metz, Por una mística de ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad, Herder, Barcelona, 2013, p. 182.
[2] Gustavo Gutiérrez, La fuerza histórica de los pobres, CEP, Lima, 1979 (Sígueme, Salamanca, 1982).
[3] Theodor W, Adorno, Notas sobre literatura. Obra completa. Edición de Rolf Tiedemann, con la colaboración de Gretel Adorno, Susan Buck-Morss y Klaus Schultz, traducción de Alfredo Brotons Muñoz, t. 11, Akal, Madrid, 2003, p. 406.
Comentarios desactivados en 80 años de Jon Sobrino, el principio misericordia y la Iglesia de los pobres
Contribuyó decisivamente al desarrollo de una cristología latinoamericana
“Su objetivo es recuperar al Jesús histórico y lo más histórico de Jesús de Nazaret: su práctica liberadora”
(Juan José Tamayo, teólogo).- El 3 de diciembre tuvo lugar en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) de San Salvador (El Salvador) la celebración de los 80 años de Jon Sobrino, que cumplirá el 27 de diciembre. Es una efemérides que, como la de nuestro colega y amigo Leonardo Boff, de la misma edad, que recibió un homenaje el 28 de noviembre en el Instituto Teológico Franciscano de Petrópolis, debemos conmemorar quienes hemos hecho con ellos el largo camino de la teología de la liberación, no exento de persecuciones, censuras y condenas.
Son muchos los lazos que me unen con Jon Sobrino desde que, en 1982, le invitamos en la Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII a participar en el II Congreso de Teología sobre “Esperanza de los pobres, esperanza cristiana“. De entonces para acá han sido numerosos los encuentros que hemos mantenido y en los que hemos participado en España, El Salvador y otros países de América Latina. Hoy quiero sumarme a la celebración de la UCA con este breve perfil de su personalidad y de su pensamiento.
Jon Sobrino es uno de los más cualificados teólogos latinoamericanos de la liberación, que trasciende las fronteras de América Latina y cuenta con un reconocimiento mundial. Su principal aportación es historificar los principales contenidos teológicos, liberados del universalismo abstracto, y reubicar los grandes temas del cristianismo en el contexto de los oprimidos. Entre sus aportaciones más relevantes cabe destacar: el método teológico, la cristología, la eclesiología, la espiritualidad y la imagen de Dios.
La teología de Sobrino parte de un lugar eclesial preferente, la Iglesia de los pobres, y de un lugar social privilegiado: el mundo de los pobres, las mayorías populares de América Latina, y muy especialmente de El Salvador, pequeño país desangrando por una guerra de 12 años con más de 80.000 muertos y cientos de miles de desplazados y exiliados. El mundo de los pobres, afirma, da que pensar, capacita para pensar y enseña a pensar.
El horizonte de su reflexión es el principio-misericordia. La misericordia informa todas las dimensiones del ser humano, también del pensamiento, y de la existencia cristiana, también de la teología. Esta no puede limitarse a ser una fría inteligencia de la fe que pasa de largo ante el sufrimiento de los seres humanos, como el sacerdote y el levita de la Parábola del Buen Samaritano. Ha de entenderse como inteligencia del amor y de la misericordia, que se hace cargo del dolor de las víctimas desde la com-pasión, denuncia a quienes lo provocan y toma partido por las personas empobrecidas y los pueblos crucificados.
Junto con otros teólogos de la liberación, como Leonardo Boff y Juan Luis Segundo, Sobrino ha contribuido de manera decisiva al desarrollo de una cristología latinoamericana elaborada desde el mundo de los pobres como lugar socio-teologal, que conduce a Jesús de Nazaret, el Cristo Liberador. Su cristología se guía por la parcialidad a favor de los excluidos, la esperanza y la praxis.
Su objetivo es recuperar al Jesús histórico y lo más histórico de Jesús de Nazaret: su práctica liberadora. Subraya el carácter relacional de Jesús con Dios y su Reino. Pone el acento en la cruz y la resurrección. Su reflexión sobre la resurrección se centra en el Dios de Jesús que hace justicia a las víctimas poniéndose de su lado, rehabiliándolas en su dignidad y devolviéndoles la vida.
Sobrino ha desarrollado una creativa reflexión sobre la Iglesia, articulada en torno a los pobres. Estos constituyen el horizonte referencial de la comunidad cristianas y su principio de constitución, organización y estructuración. La nueva forma de ser comunidad es la Iglesia de los pobres en el seguimiento de Jesús y el proseguimiento de su causa de liberación, en continuidad con el movimiento igualitario de hombres y mujeres que Jesús puso en marcha.
La espiritualidad es otro de los campos donde brilla con luz propia Jon Sobrino, quien la saca del estrecho marco de la ascética, donde ha estado encerrada durante siglos, y la sitúa en el horizonte de la historia y en el centro de los procesos de liberación. La espiritualidad es constitutiva del ser humano, como lo es corporeidad, la sociabilidad, la practicidad, y se convierte en una dimensión tan necesaria del ser cristiano como la liberación.
Sobrino destaca la conexión entre espíritu y práctica, liberación y seguimiento de Jesús. La liberación necesita tanto de la praxis como del espíritu. La santidad no puede quedarse en la esfera privada, sino que tiene que influir en el cambio de las estructuras. El encuentro entre espiritualidad y liberación da como resultado la “santidad política”.
En su reflexión sobre Dios parte de la experiencia latinoamericana. En un continente donde la vida de las mayorías oprimidas se ve amenazada a diario, Dios aparece como generador, defensor y garante de vida, y es experimentado como protesta última contra la muerte. La afirmación del Dios de la vida lleva derechamente a optar por la vida de los pobres e incluso a dar la propia vida.
Sobrino se refiere con frecuencia a la afirmación de San Ireneo de Lyon: gloria Dei, homo vivens, que traduce así: “la gloria de Dios es que vivan los pobres”. Esta interpretación fue citada por monseñor Romero -hoy san Romero- en el discurso de concesión del doctorado honoris causa de la universidad de Lovaina.
El asesinato de seis compañeros jesuitas y de dos mujeres la fatídica madrugada del 16 de noviembre de en 1989 en la UCA a manos del batallón Atlacatl, el más sanguinario del Ejército salvadoreño, estableció un antes y un después en la vida y la obra, en la mente y el corazón de Jon Sobrino, marcados desde entonces por el sello del martirio. Con motivo del óctuplo asesinato, afirmó: “Experimenté un corte real en mi vida y un vacío que no se llenaba con nada”.
Tras treinta años de sospechas detectivescas sobre su cristología por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el cardenal Joseph A. Ratzinger, el Vaticano, siendo ya papa Ratzinger, censuró sus libros Jesucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret y La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas -dos de las más importantes cristologías del siglo XX-, y acusó a Sobrino de ofrecer una imagen distorsionada de Jesucristo, ya que subrayaba desmesuradamente la humanidad de Cristo y no afirmaba con suficiente claridad su divinidad. La Notificación del Vaticano afirma haber encontrado en estos libros “diversas proposiciones erróneas o peligrosas que pueden causar daño a los fieles”.
La censura provocó una corriente cálida de solidaridad con Sobrino y una justificada indignación en todo el mundo, así como una crítica severa por parte de no pocos colegas para quienes la Notificación del Vaticano no tenía en cuenta los avances teológicos de los últimos cincuenta años, recurría a una argumentación deductiva y era ajena a la fe de los pobres y a la opción por ellos, tal como fue asumida por Medellín.
Mientras le llovían los testimonios de solidaridad de todo el mundo, Sobrino guardó silencio, un silencio muy elocuente, que quizá fuera la mejor respuesta ante tamaña e infundada censura contra uno de los testigos privilegiados de los mártires salvadoreños. Es posible que recordara a Atahualpa Yupanqui: “La voz no la necesito. Sé cantar en el silencio”. Aquella censura dejó menos huella en su vida y su trabajo intelectual que el martirio de los profetas salvadoreños, desde Rutilio Grande, pasando por Monseñor Romero, hasta los compañeros y las dos mujeres de la UCA.
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Perspectivas futuro – La Iglesia ante la Teología de la Liberación. Con algunos casos excepcionales y pasados los años es más fácil de entender las “advertencias vaticanas” a algunos teólogos de la liberación, como es el caso de Juan Pablo II cuando en 1979 declaró que “una concepción de Cristo como político, revolucionario, como el subversivo de Nazaret no corresponde a la catequesis de la Iglesia”.
Se entiende también la del entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe cardenal Joseph Ratzinger, futuro Benedicto XVI, que llamó al orden a algunos teólogos, a quienes reprochó que aprobaran la “lucha de clases y la violencia revolucionaria”, concepciones que hoy han desaparecido tras el final de la “Guerra fría” y la caída del comunismo. El papa Francisco, defensor de una Iglesia de los pobres -clave de la TdL- siempre ha sido crítico con la tendencia revolucionaria o violenta por las mismas razones pero no con la más normal.
Esa nota fundamental en la TdL relacionando cristianismo y compromiso con los más pobres no es nuevo porque ha sido fundamental para la historia y la difusión del cristianismo en todos los tiempos. Apoyada en unas ocasiones y criticada en otras, la TdL se ha dedicado a difundir este mensaje evangélico tanto en países más desarrollados como aquellos menos favorecidos afirmando “la necesidad de conversión de toda la Iglesia para una opción preferencial por los pobres, con miras a su liberación integral”. Aspira a convertir en “praxis” la “palabra de Dios” encarnada en la realidad que es Jesucristo en los Evangelios. El iniciador de la TdL, Gustavo Gutiérrez, ha vuelto a repetir recientemente “La pobreza es el punto de partida de la teología de la liberación“.
Algunos sectores de la iglesia católica han mantenido una postura reticente frente a la TdL y en alguna ocasión hasta beligerante. Juan Pablo II, encargó al entonces prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe cardenal Ratzinger (que después sería el papa Benedicto XVI) la redacción y publicación de dos documentos: Libertatis nuntius y Libertatis conscientia en los que avisaba del “peligro de un uso de elementos de tipo no compatibles con el Evangelio” pero posteriormente el propio Juan Pablo II se dirigía en una carta al episcopado brasileño (9 abril 1986) señalando que “la teología de la liberación es, no sólo oportuna, sino útil y necesaria”.
Un futuro esperanzador para la TdL
Los teólogos observados ayer con recelo reconocen hoy el resurgimiento de la TdL -que en realidad nunca desapareció- en buen parte gracias a la pastoral y magisterio el papa Francisco. Por eso, los propios teólogos han llegado a decir: “Todo ha cambiado con Francisco” (Jon Sobrino); “El mayor milagro es la aparición del papa Francisco, que está haciendo una revolución en el Vaticano” (Ernesto Cardenal); Leonardo Boff saludaba su llegada con la esperanza de que inaugure “una dinastía de papas del Tercer Mundo”… “una presencia fuerte y profética de la Iglesia latinoamericana en toda la Iglesia”.
Hoy, la postura oficial ante la TdL no es sólo tolerante sino favorecedora como lo demuestran bastantes obispos como es el caso de Rubén Salazar (1942) cardenal-arzobispo de Bogotá, Primado de Colombia y presidente del CELAM que también fue Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, decía recientemente: “Las intuiciones fundamentales de la TdL están apareciendo de nuevo como verdaderas y válidas”. El nuevo superior general de los jesuitas, padre Arturo Sosa Abascal (1948) venezolano, decía recientemente en un viaje a Perú: “Se etiquetó la Teología de la Liberación cuando la verdad fue una bocanada de aire fresco para la Iglesia. Es una manera de hacer teología desde la experiencia de fe compartida con la gente”.
La actitud frente a la teología de la liberación parece haber cambiado notablemente a partir del pontificado del papa Francisco en 2013, quien ha mostrado un fuerte influjo en su pensamiento de la TdL en su vertiente de la teología del pueblo, como lo han hecho notar sus iniciadores: el jesuita Juan Carlos Scannone y Carlos María Galli. Una señal de este cambio de postura del Vaticano ante la TdL fue la reedición en 2014, del libro “Iglesia pobre y para los pobres” del cardenal Müller y G. Gutiérrez conjuntamente, con prólogo del papa Francisco, presentado en un auditorio del Vaticano.
Harvey Cox estadounidense ministro de la Iglesia Bautista es uno de los teólogos más renombrados cuyos libros en los años junto a otros católicos coincidían en muchos presupuestos de la naciente TdL. Es clásico su libro “La ciudad secular. Secularización y Urbanización en Perspectiva Teológica”(1965). En uno de los recientes encuentros de Tdl al que asistió decía: “El único futuro de la teología es la teología del futuro”… Y refiriéndose a G. Gutierrez: “creo que “a teología del futuro deberá ser necesariamente una lectura crítica de la praxis histórica”; o con su clásica definición de la TdL: “la teología es reflexión crítica de la praxis histórica a la luz de la Palabra”. Si la teología no tiene que ver con la vida de los hombres y mujeres, si no les ayuda a una lectura liberadora/salvífica/ iluminadora de la vida de cada día, sobre todo a los más pobres, es una teología inútil, un puro “flactus vocis”. Famoso también en 1985 su libro “Religión en la ciudad secular“.
10 – Antecedentes de la TdL (años 1950) –
Una Iglesia en renovación
Al comienzo de esta presentación en el capítulo titulado “Génesis” adelantábamos dos hechos que fueron los antecedentes más inmediatos que influirían en la TdL : el Concilio Vaticano II y su concreción para América Latina que fue la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano inaugurado por el papa Pablo VI en Medellín (Colombia) en el primer viaje de un Papa al continente americano y los Movimientos seglares en torno al Concilio. Pero hay otros hechos y figuras que pueden considerarse como antecedentes, comenzando por algunos muy remotos y distantes en el tiempo. Dos pioneros como Gustavo Gutierrez y Enrique Dusell encuentran en los primeros momentos de la evangelización en el s.XV importantes “elementos fundantes de la TdL”.
Los primeros evangelizadores
Retrotrayéndonos a ese siglo XV y situados en el contexto de la evangelización en el continente americano hay que destacar a dos religiosos: Antonio de Montesinos (1475-1549) y Bartolomé de las Casas (1474-1566) ambos dominicos españoles o a los jesuitas también españoles misioneros en Cartagena de Indias como san Pedro Claver (1580-1654) y Alonso de Sandoval (1576-1652) o los dos primeros obispos de Popayán Juan del Valle (1548-1653) y su sucesor Agustín de la Coruña (1508-1589) ambos defensores decididos de los indios y marginados.
A ellos podríamos añadir otros misioneros que lograron convencer a los monarcas de que debía de tratarse a los indígenas como personas e incluso que cambiaran las leyes de los países colonizadores. Diríamos que era la tónica general de los misioneros y evangelizadores: Vasco de Quiroga, obispo (14670-1565) Toribio de Benavente o “Motolinia” franciscano (1482-1569), Francisco de Vitoria dominico catedrático Salamanca (1480), José Acosta (1540) jesuita. Leer más…
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Anselm Grün: “Buen samaritano, ejemplo de misericordia sanadora”
Inés Serrano dice que “con la misericordia de Dios se logra la sanación terapéutica”
(Universidad de la Mística).- Hoy, en su cuarto día de conferencias, el II Congreso Mundial de Biblia y Mística, ha contado con destacados ponentes. Anselm Grün, Jon Sobrino e Inés Serrano Fernández enriquecieron el tema de la misericordia con sus propias aportaciones.
Anselm Grün es monje benedictino alemán, Doctor en teología. Reside en el Monasterio de Münsterschwarzach (Alemania). Es reconocido mundialmente por sus escritos sobre espiritualidad, siendo autor de más de 300 libros relativos al tema. Más de 14 millones de copias de sus libros han sido vendidas y traducidas a una treintena de idiomas.
El Dr. Grün, bajo el tema de la “La misericordia sana” ofreció su aporte original integrando espiritualidad y psicología de una manera dinámica y sanadora, a través del desarrollo de la misericordia en el evangelio como camino de sanación.
Desarrolló los siguientes puntos: Jesús, fundamento principio y fin de toda sanación espiritual, el buen samaritano como ejemplo de misericordia sanadora y modelo de Dios Padre, importancia de la sanación personal para acompañar la sanación del otro, la importancia de la misericordia consigo mismo para compadecer a los demás y culminó su conferencia mistagógica con una oración.
La segunda conferencia estuvo a cargo del sacerdote Jesuita Jon Sobrino. El se formó en España, Alemania y Estados Unidos, donde cursó estudios de ingeniería. Ingresó en la Compañía de Jesús en 1956. Es profesor de Teología y director del Centro Monseñor Romero de la Universidad Centroamericana de San Salvador. Es miembro del Consejo Editorial de Concilium.
Desarrolló su ponencia “El Principio de la Misericordia. Bajar de la cruz a los pueblos crucificados”. En ella, trató sobre aspectos de la misericordia del Padre, principalmente la imagen de Dios Padre y de un Padre que es Dios, aludiendo a la parábola del hijo pródigo y aludió al gozo del Padre.
El P. Sobrino enfatizó el primer momento de la misericordia refiriéndose al Libro de Éxodo cuando el Padre se revela a Moisés como el que es Misericordioso y busca liberar a su pueblo. Actualizó este ejemplo de dos maneras, preguntando cómo podríamos bajar de la cruz a los que sufren y proponiendo una parábola comparando el bajar de la cruz a los crucificados con el empujar una carreta, es decir, actualizar la imagen de una iglesia misericordiosa.
La Dra. Inés Serrano Fernández, Psicoterapeuta, introdujo el tema “El Valor terapéutico del Perdón”. Habló del qué, cómo y porqué del perdón; de los conceptos fundamentales a tener en cuenta en una terapia de perdón y cómo con la ayuda de la misericordia de Dios se logra la sanación terapéutica. Explicó el perdón como proceso de sanación mental y psicológica y el efecto del perdón en la salud, proporcionando datos valiosos y procesos específicos refiriéndose a reconocidos autores.
La mesa redonda “La misericordia en la acción social de la Iglesia” con aportaciones del Lic. Sebastian Mora Rosado, Secretario General de Cáritas, Lic. Javier Menéndez Ros, Director de Ayuda a la Iglesia necesitada y Lic. Carla Gil, presidenta de Manos Unidas. Los aportes de los participantes enriquecieron notablemente las facetas de la misericordia vistas anteriormente desde su experiencia en las organizaciones caritativas que presiden.
El día concluyó con las comunicaciones: “Acción misericordiosa”. El Dr. Esteban Monjas Ayuso, propuso la Misericordia de Dios en “El Quijote” y por último el Dr. Javier Marín Marín, “Vínculo entre la acción educativa y la misericordia”.
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“Dar de comer al hambriento es justicia distributiva y exigencia de fe cristiana”
“El bolsillo es un tema tabú”
“Hay que dar hasta que duela, no de las sobras”
(José María García Mauriño, Cristianos de Base de Madrid).- Todo el mundo sabe que ser cristiano o cristiana es mucho más que ir a Misa los domingos y no robar ni matar. “Creer es comprometerse”, y lo complicado es el compromiso de los cristianos. ¿A qué nos comprometemos? Es algo muy personal, no es una obligación impuesta por las normas más o menos dogmáticas de la Iglesia. Lo difícil es el compromiso serio con las personas empobrecidas. Es una característica de los creyentes de izquierdas, el ocuparse y preocuparse por la pobreza, por las desigualdades sociales, por los últimos de la sociedad.
Todos y todas somos muy de izquierdas mientras no nos toquen el bolsillo. Ser de izquierdas es ser solidario con las personas empobrecidas. Es tomarse en serio lo que llamamos “opción por los pobres“. Jon Sobrino decía: “No hay opción por los pobres sin decisión a defenderlos. Y por lo tanto, sin una decisión a introducirse en el conflicto histórico. Esto no suele ser muy tenido en cuenta. Ni siquiera teóricamente. Pero, digámoslo una vez más: no hay opción por los pobres sin arriesgar”. Hasta aquí Jon Sobrino.
No cabe duda que la decisión personal y comunitaria de la gente de base es la defensa de las personas empobrecidas. Los defendemos cuando vamos a las mareas blanca y verde, Denunciamos el silencio de la jerarquía ante el drama de los refugiados. Hacemos declaraciones en contra de las desigualdades sociales. Estamos de acuerdo con los partidos más radicales. La mayoría somos antisistema. Escribimos cosas contra el capitalismo. Más todavía, participamos en comprometidas Eucaristías, asistimos a foros sociales, hacemos reflexiones profundas sobre la justicia, buscamos un conocimiento más profundo de los Evangelios, defendemos los Derechos humanos, estamos por una Ecología radical, y mucha solidaridad con América Latina. Todas esas cosas son buenas, necesarias para mantener la tensión de la fe, pero insuficientes, si no llegamos al bolsillo.
¿Qué más podemos hacer? La exigencia fundamental es una exigencia de justicia social, lo mismo para creyentes que para los no creyentes. El punto decisivo, lo mismo para unos que para otros, es el de la propiedad, el del dinero. El problema es el bolsillo.
¿Qué pasa con el bolsillo? Que es un tema tabú. Eso no se puede tocar porque saltan chispas. Tocamos lo más sagrado que hay, la propiedad privada. Es lo propio de la mentalidad capitalista. Mi dinero es mío ha sido fruto del trabajo de toda mi vida y hago con él lo que me da la gana. Y nos cuesta trabajo ver que las necesidades básicas de la mayoría de la gente, no están cubiertas. Cada Ser Humano es igual a otro Ser Humano, las personas empobrecidas tienen la misma piel que tú y que yo. No es fácil exigirnos lo que nos corresponde a cada uno de nosotros, creyentes o no, en conciencia, por estricto deber moral, no por imperativo legal de la hacienda pública.
Nos podíamos preguntar, si queremos ser coherentes con la opción por las personas empobrecidas. ¿Qué es lo que arriesgamos los creyentes de izquierdas? Mientras no nos toquen el bolsillo somos un ejemplo de compromiso sociopolítico. Repito, el punto clave de la ética y de la fe en Jesús es el bolsillo, no solo las tertulias cristianas, la celebración de la eucaristía o las clases de Biblia, y los compromisos sociales, todo eso también es muy conveniente, es necesario, pero no es suficiente.
Jesús dijo claramente, (¿de forma simplista?) “No podéis servir a Dios y al dinero”. “Si quieres ser perfecta, vende lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme”. Darlo a los pobres, dice Jesús, no a la familia o a los amigos y amigas. Servir al dinero es lo que hacen muchos que se identifican con los objetivos del capitalismo liberal, propio de la derecha, como es el deseo de acumular beneficios, no de repartir o de compartir. El dar de comer al hambriento no es sólo un imperativo ético de justicia distributiva, sino que al mismo tiempo, para los creyentes, es una exigencia de fe. Es un postulado evangélico que se preocupa de los últimos. No se puede servir a Dios y al dinero, a la propiedad. Nosotros y nosotras vivimos muy bien, muy cómodamente, pero hay muchísimos millones de personas que no viven, que se mueren cada día de hambre o de miseria o todo junto, o que se van muriendo lentamente. Tenemos de todo, no nos falta de nada, y la mayoría de los Seres Humanos apenas tienen lo necesario para vivir.
En un cartel de la comunidad de Sto Tomás de Aquino, de Madrid, ejemplar en muchos aspectos, dice lo siguiente: “no os canséis de dar, pero no deis de las sobras, dad hasta sentirlo, dar hasta que duela”. Dar de lo que tenemos en la cuenta corriente, dar de la pensión, de lo que tenemos, si es mucho, mucho, si es poco, poco. Pero, siempre dar. Si en el 31 de diciembre tengo más dinero en mi cuenta corriente, que en enero de ese mismo año, se puede decir que me he enriquecido, pero no he compartido nada. Es complicado crecer económicamente y al mismo tiempo ser solidario de verdad con las personas empobrecidas.
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¡Alegrémonos! El sábado 23 de mayo tendrá lugar en San Salvador la ceremonia de beatificación de Óscar Arnulfo Romero, que fuera arzobispo de esa ciudad desde 1977 hasta su asesinato, a los 62 años, mientras celebraba la eucaristía, el 24 de marzo de 1980. Su vida y su muerte nos interpelan a los que formamos parte de Redes Cristianas a vivir el cristianismo con coherencia y poniendo en primer lugar a los pobres y a los que sufren por la violencia y la injusticia, y a seguir trabajando por una iglesia cuyas prioridades sean las que tuvo Monseñor Romero, cuya sangre -en un mundo sediento de testimonio- ha sido la mejor “teología narrativa” que podíamos recibir de un obispo:
«Como pastor estoy obligado por mandato divino a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme. Si llegaran a cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi sangre por la redención y resurrección de El Salvador.»
Su beatificación, y su eventual canonización posterior, devolverá –como dice su postulador- a los hombres de buena voluntad el legítimo derecho a enarbolar el ideal del amor a los otros hasta el extremo. “Y para los cristianos-católicos, lo hayamos conocido o no, será la expresión personificada del creyente que, con la coherencia de su testimonio y los principios fundamentales de su fe, entendió e hizo suya, con plena conciencia, la opción incondicional por la vida”.
Siguiendo el intrincado protocolo que nuestra Iglesia exige para seleccionar ejemplos existenciales que proponernos, el camino de San Romero de América (tal como lo bautizó Casaldáliga, recogiendo una costumbre popular iniciada el mismo día de su muerte) ha sido largo. En vida, sufrió por sus difíciles relaciones con algunos de sus hermanos obispos. Y, tras su muerte, sólo uno de los miembros de la Conferencia Episcopal Salvadoreña asistió a su funeral. Jon Sobrino nos cuenta que, aún años después, en marzo de 1996, monseñor Revelo (que fue en el pasado obispo auxiliar de Romero, y su gran adversario) le criticó, en un almuerzo con Juan Pablo II, por ser responsable de nada menos que “los 70.000 muertos que se dieron en este país”. Así que no es de extrañar los treinta y cinco años necesarios para llegar aquí. A pesar de que en pocas figuras se produce como en él la aclamación del pueblo sencillo con la que tradicionalmente se elegía a los santos. Y aunque contraste con lo notorios que han resultado, en décadas recientes, algunos procesos de beatificación y canonización desarrollados de forma fulminante, y que obviaron las controversias que ensombrecían a algunos de sus protagonistas. Ha sido, sin duda, decisivo -y muy de agradecer- el impulso dado al proceso por el papa Francisco, que en febrero pasado autorizó la promulgación del decreto para declararlo mártir de la Iglesia… Un obispo asesinado por «odio a la fe». Y, para escándalo de muchos, ¡a manos de otros cristianos!
Óscar Romero fue a lo largo de su vida un notable cristiano, sacerdote y obispo, de talante conservador, que tomó posesión del cargo de arzobispo de San Salvador el 22 de febrero de 1977, en una época particularmente convulsa en su país. El asesinato, unas semanas después, de su íntimo amigo, el jesuita Rutilio Grande, párroco comprometido con las Comunidades Eclesiales de Base y la organización de los campesinos, le llevó a convocar –en contra de la opinión del nuncio apostólico y de otros obispos- una misa única, para mostrar la unidad de su clero. Esta misa, celebrada en la plaza Barrios de San Salvador, fue el inicio de un profundo cambio personal, de una coherente radicalización, y de tres años de “vida pública” que –como a Jesús de Nazaret- le llevaron al martirio.
Monseñor Romero dijo la verdad pública, vigorosa, insistente, larga, repetida y responsablemente, con autoridad, y en fidelidad total al Evangelio. Las palabras de la homilía pronunciada la víspera de su asesinato son memorables:
«En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!»
Treinta y cinco años después, celebramos con el pueblo salvadoreño y con la Iglesia universal, mediante su proclamación como beato, lo que ya Ellacuría dijo en el funeral pronunciado en la UCA pocos días después del asesinato: “con Monseñor Romero, Dios pasó por El Salvador”.
Miles de salvadoreños recuerdan al obispo mártir en murales, estatuas y llaveros
San Romero de América: “Nunca van a callar la voz de un santo”
Todo preparado para la multitudinaria beatificación de este sábado en San Salvador
Monseñor Óscar Arnulfo Romero, símbolo de una Iglesia cercana a los pobres, será beatificado el sábado, aunque los salvadoreños ya lo arropan como un santo al que rezan por un país más justo y lo recuerdan en murales, estatuas y hasta llaveros.
Monseñor Romero será proclamado beato en una multitudinaria ceremonia en la plaza Salvador del Mundo de la capital salvadoreña.
“Monseñor Romero fue un hombre extraordinario, preocupado por su rebaño y es un ejemplo claro al mundo de un pastor que vivió y que sufrió junto a los más pobres”, reseñó monseñor Jesús Delgado, quien fue secretario personal de Romero.
El 23 de marzo de 1980, monseñor Romero en una homilía hizo un vehemente llamamiento a los soldados a desobedecer órdenes de disparar contra el pueblo: “Les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, cese la represión“. Un día después del emotivo llamamiento, un francotirador de la extrema derecha le disparo en el pecho cuando oficiaba la misa ante en la capilla del hospital para cancerosos La Divina Providencia, en el norte de la capital.
El 30 de marzo, la multitud que acudió a su funeral fue dispersada a balazos por soldados que dejaron numerosos muertos.
El magnicidio de Romero, fue el detonante de una guerra civil que duró doce años (1980-1992) y dejó 75.000 muertos.
Su vida y la iglesia
Romero nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, un pueblo cafetalero en el departamento de San Miguel, a 156 kilómetros al noreste de San Salvador.
Su vida religiosa comenzó en 1931, cuando ingresó al seminario menor de San Miguel, donde fue conocido como ‘El niño de la flauta’, por el pequeño instrumento de bambú que heredó de su padre.
En 1937, fue aceptado en el seminario mayor San José de la Montaña, en San Salvador, y siete meses más tarde, viajó a estudiar teología en Roma, donde presenció las calamidades de la Segunda Guerra Mundial y fue ordenado sacerdote el 4 de abril de 1942.
El 21 de junio de 1970, fue nombrado obispo auxiliar de la capital y, más tarde, obispo de Santiago de María, Usulután, el 15 de octubre de 1974, en momentos que comenzaba la represión contra campesinos organizados.
Conocido entonces por su postura conservadora, Romero fue ungido arzobispo el 23 de febrero de 1977, a sus 59 años.
En marzo de 1977, el asesinato de su amigo el sacerdote Rutilio Grande, junto a dos campesinos, transformó a Romero, quien hizo de la denuncia su bandera. Por las denuncias que transmitía por la radio católica YSAX y el semanario Orientación, Romero llegó a ser conocido como ‘La voz de los sin voz’.
Sencillo y admirado
Muchos salvadoreños lo recuerdan como un hombre sencillo, que disfrutaba de fotografiar escenas de la vida cotidiana. “Era sencillo, le gustaba el contacto directo con la gente. Me dolió su muerte, pues es de los pocos que he conocido que vivió íntegramente el Evangelio”, recuerda el artesano de la madera Fernando Llort, quien conoció personalmente a monseñor Romero. Llort recuerda que Romero visitó varias veces su taller en la ciudad de La Palma, a 86 kilómetros al norte de San Salvador y en una ocasión le pidió que le hiciera un báculo para usar en las misas.
Otros que quizás no lo conocieron en vida visitan a diario la cripta de Romero, en el sótano de la Catedral, donde los fieles se arrodillan, depositan flores, prenden velas y le rezan para pedir mejores tiempos en el país. Uno de tales visitantes, don Guadalupe Navarro, un albañil de 77 años devoto del pastor rememoró: “el día que lo mataron, lloré, perdíamos la esperanza de cambios en el país, pero hoy vemos una luz y esa luz es nuestro San Romero, nunca van a callar la voz de un santo“. Hoy, la imagen de Romero se multiplica en estatuas, murales, camisas, llaveros, y tazas con su rostro que se venden en las calles.
Ante su tumba han desfilado personalidades como el fallecido papa Juan Pablo II en 1983. Años después, en 2011, lo visitó Barack Obama.
Una Comisión de la Verdad creada por la ONU, culpó al fallecido mayor del ejército Roberto d’Aubuisson, fundador de la entonces gobernante Alianza Republicana Nacionalista, de derecha, de ser el responsable de “organizar y supervisar” el asesinato.
La causa para canonizar a Romero se abrió en la Iglesia Católica local en 1994 y en Roma en 1997. En abril de 2013, el papa Francisco desbloqueó el proceso y el 3 de febrero de 2015 firmó el decreto que reconoce a Romero como mártir de la iglesia.
Por su parte, y tal y como informa Radio Vaticana, el coordinador regional de Caritas en América Latina y el Caribe, el padre Francisco Hernández Rojas de Costa Rica explica cómo funciona esta red de Caritas en Latinoamérica compuesta por 22 conferencias episcopales y destaca la importancia de monseñor Óscar Arnulfo Romero quien será beatificado el próximo 23 de mayo en El Salvador. “Caritas América Latina y el Caribe es un órgano de comunión adscrito al Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) dentro del departamento de justicia y solidaridad del CELAM” en los que desarrollan varios ejes de trabajo, como el del medio ambiente, la gestión de los riesgos y las emergencias.
Otro de los ámbitos en los que trabajan es la ‘Dignidad, derechos humanos y construcción de paz’ del cual el padre Francisco Hernández explica que “el punto de partida siempre es la dignidad humana en la misma perspectiva que nos señala el Magisterio social de la Iglesia y desde allí queremos construir una perspectiva de derechos donde todos los seres humanos seamos sujetos de derechos, y también de deberes, y que puedan ser respetados y que podamos ser constructores y sujetos de nuestra propia historia…”.
En esta línea, el sacerdote costarricense señala a Radio Vaticano que “monseñor Óscar Arnulfo Romero es la expresión de la búsqueda de una sociedad justa, fraterna y solidaria como el ‘mínimo de la caridad’ así como nos enseña el Magisterio social de la Iglesia, expresado muy bien, magistralmente, por el Papa Benedicto XVI en -la Encíclica- Caritas in Veritae”. “Monseñor Romero es esa expresión de la entrega en la caridad de una Iglesia que quiere proteger a sus hijos, a sus hijas, que quiere defenderlos, que quiere que todos, cada uno de sus hijos y de sus hijas tengan iguales oportunidades, haya una sociedad equitativa, donde todos puedan encontrar los elementos necesarios para una vida humana tal como lo expresa el documento de Aparecida”.
(RD/Agencias)
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Por otra parte, crece la polémica por la organización de la beatificación de Mons. Romero. Organizaciones romeristas cuestionan el slogan de “Mártir por amor”. También critican que sectores que trabajaron por Romero no estén invitados al acto.
Cecilia Morales/ Antonio Soriano
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Organizaciones como Articulación Nacional de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBES), Tutela Legal María Julia Hernández, Comité Nacional Monseñor Romero, Comunidad Monseñor Romero Cripta, entre otras, alzaron ayer sus voces para cuestionar la organización de los actos de beatificación de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, programada para el próximo sábado.
Las organizaciones dicen sentir “temor” porque se desfigure el legado de Romero ahora que es una “marca oficial”. Critican el eslogan “Mártir del amor”. Dicen que puede ser cualquier cosa y que no dice nada del mártir por su pueblo. Recuerdan que el decreto del vaticano dice “por odio a la fe”. Este eslogan, según el colectivo, refleja a un Romero sin compromiso.
“Monseñor dio la vida en defensa de los pobres, de los excluidos, de los marginados, de las víctimas de violaciones de derechos humanos y ahora se lo pueden convertir en un santo totalmente pasivo”, expresó José Roberto Lazo Romero, uno de los miembros del colectivo y exempleado de Tutela Legal del Arzobispado. Lazo también criticó la forma de distribuir las zonas para el acto de beatificación al reservar un espacio para “pobres/campesinos” y no cree que la gente deba asistir al acto como una estadística. “La iglesia jerárquica debe tener más sensibilidad y le va a llevar bastante tiempo asumir este legado, su pensamiento, su pastoral y su opción preferencial por los pobres”.
Por su parte, el presbítero, Simeón Reyes, dijo que respeta la opinión de las organizaciones y lamentó que el acto esté creando divisiones. No obstante, defendió el trabajo que están haciendo las organizaciones del evento. Sobre el jingle de “Mártir por amor” se refiere a que Monseñor fue mártir “por amor a los pobres” o mártir por “amor a la justicia”. “Mártir por amor lo que hace es concentrar todos estos motivos fundamentales por los que Monseñor da la vida, que hayan algunos que no están de acuerdo, bueno lo respetamos”, declaró a Diario El Mundo.
El vocero de la organización rechazó que estén haciendo un uso mediático de Monseñor Romero. “Todo católico debe alegrarse por lo que está sucediendo, un beato, un santo no divide sino que ayuda a estar en más en comunión unos con otros, pueden estar en desacuerdo, pero es que es difícil estar en acuerdo con todos”, reflexionó el padre Reyes sobre las críticas a la ceremonia.
En Semana Santa debemos recordar, es decir, debemos pasar por el corazón y la memoria, la pasión, muerte y resurrección de Jesús como realidades esenciales de la fe cristiana. La Semana Santa, entendida y vivida no solo como actos litúrgicos, sino, sobre todo, como memoria de una vida (la de Jesús), nos remite a una historia de total disponibilidad a Dios y de un radical amor hasta el final, hasta dar la vida, en un mundo que reacciona con fuerza irracional cuando se le descubre su pecado.
El papa Francisco ha resumido el drama de estos hechos así: “Veremos [en Semana Santa] el desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños para acabar con él. Asistiremos a la traición de Judas, uno de los doce, que lo venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado como un malhechor; abandonado por sus discípulos; llevado al Sanedrín, condenado a muerte, azotado y ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la ‘roca’ de los discípulos, lo negará tres veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre, soliviantada por los jefes, pidiendo que Barrabás quede libre y que a él lo crucifiquen. Veremos cómo los soldados se burlarán de él, vestido con un manto color púrpura y coronado de espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies de la cruz, sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de su condición de Rey e Hijo de Dios”.
El Evangelio de Marcos nos presenta de forma progresiva esta realidad. La Buena Nueva del Reino de Dios tiene como primer objetivo congregar a las personas en torno a Jesús, y formar así comunidad (1, 16-20); hace surgir en el pueblo conciencia crítica frente a los escribas (1, 21-22); combate y expulsa el poder del mal que destruye la vida humana y aliena a las personas de sí mismas (1, 23-28); invita a permanecer unido a su raíz, que es el Padre (1, 35); exige que el discípulo mantenga la conciencia de su misión y no descanse en los resultados obtenidos (1, 36-39); acoge a los marginados y trata de reintegrarlos a la convivencia humana de la comunidad (1, 40-45); provoca resistencia y conflictos: Jesús fue perseguido porque declaró el bien de la persona por encima de cualquier ley (2, 27; 3, 1-6), porque se puso del lado de los más pobres, pequeños y marginados (2, 16-17), anunció y realizó el proyecto del Padre como algo totalmente diferente al sistema del templo, de la sinagoga, al sistema de Herodes y del Imperio romano (1, 14-15).
En consecuencia, este modo de ser de Jesús provoca en el pueblo una creciente atracción y admiración, mientras que genera rechazo y condena en los líderes políticos y religiosos. El Evangelio de Marcos registra muy bien estas reacciones: a la gente del pueblo le atrae que Jesús enseñe con autoridad y mande incluso a los demonios; que toque a las personas impuras, como al leproso, curándolo y contraviniendo las leyes antiguas; que cure a un paralítico y perdone sus pecados ; que intencionalmente ponga en entredicho y contraríe las leyes, curando en día sábado; que expulse los demonios y dé de comer al pueblo compartiendo y multiplicando la comida; que interprete con libertad y con tanta autoridad las leyes y la palabra de Dios. La reacción de parte de los dirigentes del pueblo es totalmente distinta. Ante el modo de ser de Jesús, los doctores de la ley decían que blasfema contra Dios; anda con pecadores y cobradores de impuestos; está poseído por el demonio; quebranta la observancia del sábado; no guarda el precepto del ayuno; no tiene autoridad. En suma, mientras el pueblo en general admiraba mucho a Jesús, los jefes del pueblo, los sumos sacerdotes y los escribas buscaban prenderlo y eliminarlo.
La interpretación teológica de estos hechos realizada por José Antonio Pagola, en su libro Jesús aproximación histórica, plantea que Cristo puede ser considerado por excelencia un mártir del Reino de Dios. Los argumentos explicativos dados por el autor recogen la tradición apostólica. Un dato seguro de los últimos días de Jesús es que fue condenado a muerte durante el reinado de Tiberio por el gobernador Poncio Pilato. Tácito, el historiador romano, lo describe así: “Jesús atrajo a muchos judíos y a muchos de origen griego y cuando Pilato, a causa de una acusación hecha por los hombres principales de entre nosotros, lo condenó a la cruz, los que antes los habían amado no dejaron de hacerlo”. Estos datos coinciden con las fuentes cristianas que afirman que Jesús fu ejecutado en una cruz; la sentencia fue dictada por el emperador romano; hubo una acusación previa por parte de las autoridades judías; y nadie se preocupó por eliminar a sus seguidores. Esto significa que Jesús fue considerado peligroso porque, con su actuación y mensaje, denunciaba de raíz el sistema vigente.
Sin embargo, las autoridades estimaron que bastaba con eliminar al líder de aquel movimiento, pero había que hacerlo aterrorizando a sus seguidores y simpatizantes. En este sentido, nada podía ser más eficaz que su crucifixión pública ante las muchedumbres que llenaban la ciudad.
Históricamente hablando, los motivos de fondo por los que sentencian a Jesús a la muerte son los siguientes: el Reino de Dios anunciado y defendido por él pone en cuestión el entramado de Roma y el sistema del templo; las autoridades judías, fieles al Dios del templo, se ven obligadas a reaccionar: Jesús estorba, invoca a Dios para defender la vida de los últimos, mientras que Caifás y los suyos lo invocan para defender los intereses del templo. Condenan a Jesús en nombre de Dios, pero, al hacerlo, están condenando al Dios del reino, el único Dios vivo en el que cree Jesús.
Lo mismo sucede con el Imperio de Roma. Jesús no ve en aquel sistema defendido por Pilato un mundo organizado según el corazón de Dios. El defiende a los más olvidados del Imperio; Pilato protege los intereses de Roma. El Dios de Jesús piensa en los últimos; los dioses del Imperio protegen la pax romana. Por tanto, Jesús es crucificado porque su actuación y su mensaje sacuden de raíz ese sistema organizado al servicio de los más poderosos del Imperio y de la religión del templo. Es Pilato quien pronuncia la sentencia (“Irás a la cruz”), pero esa pena de muerte está firmada por todos aquellos que, por razones diversas, se han resistido a la llamada a entrar en el reino de Dios.
Jon Sobrino sostiene que ante el martirio de Jesús hay dos exigencias que se hacen a todo ser humano y a todo cristiano en términos de vida o muerte. La primera, elegir entre aborrecer al hermano o amarlo, aunque en ello le vaya a uno la vida. La segunda, apostar por la esperanza o en contra de ella; aceptar el sentido último de la historia y mantenerse en el amor, o pactar con las limitaciones y absurdos de la historia. Hacer memoria de Jesús, mártir del reino de Dios, pues, nos pone en el camino del compromiso con la justicia para los crucificados de la historia, de la misericordia como reacción ante el sufrimiento humano, y la esperanza de una nueva humanidad por fin conciliada consigo misma y con la creación.
Voces. Benjamín Forcano. [Cuarto poder]No me interesaría la Teología de la Liberación si no fuera por tres razones: primera, porque hubo muchísima gente que, sin informarse, desconfiaron de ella y la condenaron siguiendo el dictamen de la jerarquía eclesiástica; segunda, porque esa gente no llegó a conocer la novedad de la Teología de la Liberación y lo que supuso de represión y sufrimiento para muchos teólogos; y tercera, porque sin ella se privó a la Iglesia de un nuevo modo de anunciar el Evangelio, que le hizo perder credibilidad y la distanció aún más del mundo moderno.
Nunca en la historia de la Iglesia se suscitó tanta preocupación sobre un tema que, a primera vista, parecía irrelevante. Algo inesperado saltó a la sociedad con la Teología de la Liberación, pues puso en alarma a los centros más sensibles del Poder civil y religioso. Estamos en los años posteriores al concilio Vaticano II y al primer Encuentro del Episcopado Latinoamericano en Medellín año 1968, y ya pudimos leer: “Si la Iglesia latinoamericana cumple los acuerdos de Medellín , los intereses de Estados Unidos están en peligro en América latina” (Rockefeller). “La política exterior de Estados Unidos debe comenzar a enfrentar (y no simplemente a reaccionar con posterioridad) la Teología de la Liberación tal como es utilizada en América latina por el clero de la Teología de la Liberación” (Documento de Santa Fe, siendo presidente Reagan).
Vieja novedad de la Teología de la Liberación: recuperar a Jesús
La Teología de la Liberación traía a primer plano la vida de Jesús de Nazaret, con todo el escenario sociocultural y político de su tiempo. Era imposible comprender al Jesús de la fe, al Jesús resucitado, si se lo desposeía de su condición humana histórica. La suerte de Jesús, su calvario y crucifixión, no habían sido efecto del azar, del fatalismo o de la voluntad divina, sino del hecho de haber vivido una opción radical por la verdad, por la justicia y por la liberación de los oprimidos. Su proyecto, –el anuncio del reino de Dios–, era incompatible con el proyecto imperial romano y con el proyecto religioso de Jerusalén. Y por ello ambos –imperio y sinagoga- se unirían para eliminar a Jesús y su proyecto.
La Teología de la Liberación no buscaba sino aplicar a nuestro tiempo lo que Jesús hizo en el suyo: denunciar la opresión que, en nombre del emperador y de Dios, se sigue ejerciendo sobre las personas y los pueblos. Era, así, la Teología de la Liberación una teología nueva, que reivindicaba la dignidad y derechos de toda persona, sacudía la alianza de la religión con el poder dominante, devolvía dignidad y esperanza a los despreciados y excluidos, soliviantaba a quienes veían en ella una amenaza para su seguridad e intereses y todo ello porque bebía de la fuente del Evangelio.
Sonaron falsas las alarmas, pero fue calumniada y perseguida
Comenzando por el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez (iniciador y llamado “padre” de la teología de la liberación) han sido luego centenares los teólogos que la cultivaron y defendieron, miles los libros y artículos que sobre ella se han escrito, miles las iniciativas y actividades pastorales que en ella se han inspirado, miles las comunidades de base que en ella se han fraguado y miles y aun millones los cristianos (políticos, sindicalistas, maestros, catequistas, sacerdotes, religiosos y religiosas, etc.) que la generaron y recibieron de ella luz y fuerza para su caminar comprometido.
Pero surgieron pronto las alarmas que la señalaban como heterodoxa y reclamaban para ella controles y sanciones. Había grupos eclesiales donde mencionar la Teología de la Liberación era tabú. Aún recuerdo el comentario que un amigo hacía de otra persona al enterarse que un teólogo iba a hablar de este tema, – Es la peste, dijo. Y ayudé a una joven que, interesada por el tema, escuchó de su directora estas palabras: – ¡Pero si los teólogos de la liberación son como los masones dentro de la Iglesia!
Y los prejuicios y la hostilidad se hicieron irreversibles después que el mismo cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe, expresara que los grandes males de la Iglesia actual se deben sobre todo al pos concilio, pero también al Concilio mismo. Y, refiriéndose a la Teología de la liberación, sentenció ver en ella “un error sobre un núcleo de verdad”, elaborada por teólogos que “han hecho propia la opción fundamental marxista” y que “se ha dejado sugestionar por el punto de vista inmanentista, meramente terrenal, de los programas de liberación secularizados”.
Ratzinger fue recibiendo contestación adecuada a sus infundadas afirmaciones. Cito por lúcida y contundente la dada por el obispo Pedro Casaldáliga: “Siempre lo hemos dicho, la Teología de la Liberación es teología y es de liberación no porque optó por Marx sino por el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su Reino y sus pobres. Nuestro Dios quiere la liberación de toda esclavitud. La situación de los 2/3 de la humanidad es contraria a la voluntad de Dios y la Teología de la Liberación asume el compromiso de transformar esa situación. Sólo a los enemigos del pueblo irrita la Teología de la Liberación. Y por eso la han calumniado y la han perseguido”.
Se entenderá fácilmente que, a partir de esta posición oficial, fueran creciendo las falsedades sobre la Teología de la Liberación y sus teólogos:
– Los teólogos de la liberación hacen suya la filosofía marxista.
– Reducen el Cristo del Evangelio al Cristo de la “sola liberación temporal”.
– La Buena Noticia del Evangelio es sólo para los pobres, pero entendidos “como una opción de clase” y según criterios puramente políticos e ideológicos y con sentimientos de odio y lucha entre hermanos.
– Presentan una “iglesia popular” en contra de “una iglesia burguesa” reintroduciendo de esta manera los conflictos de clase en el interior mismo de la Iglesia.
– Se someten a ideologías extrañas y olvida la “doctrina social de la Iglesia” por considerarla inviable.
Estas calumnias, que no se encuentran en ningún teólogo de la liberación, fueron difundidas desde muchas plataformas de la Iglesia oficial.
La novedad de la teología de Liberación
Es ahora cuando, después de lo mucho que se la difamó, considero esencial señalar lo más básico de la Teología de la Liberación.
– La Teología de la Liberación surge de las necesidades de un mundo mayoritariamente pobre y oprimido y al que quiere liberar desde la fe. Incluye negativamente una liberación del pecado, de la esclavitud y de la muerte y positivamente una liberación centrada en el Reino de Dios, en la creación de un hombre nuevo y en la consumación de la historia. Liberar es la finalidad última de la teología de la Liberación, con lo que deslegitima el ataque que la Ilustración siempre lanzó contra la teología de ser esclavizadora de la subjetividad y libertad humanas y legitimadora de la opresión histórica. La Teología de la Liberación se mueve sobre la necesidad absoluta de liberar a la realidad oprimida, a los pueblos que mueren lentamente o son crucificados, a las personas y pueblos que son oprimidos. Y tiene como destinatario a esa gran mayoría en cuanto no-hombres y en cuanto no-pueblos.
– La Teología de la Liberación hace hincapié en la liberación del otro y de lo otro, a diferencia de la teología europea que se centra en el propio sujeto creyente; habla del Reino de Dios como referente y medida de la transformación que hay que realizar en este mundo y afirma además que tal Reino es para implantarlo ya en este mundo y lograr así que la vida de los pobres llegue a ser realidad.
– La Teología de la Liberación tiene como fuente de conocimiento la revelación de Dios en la Escritura, la Tradición eclesial y el Magisterio de la Iglesia. Pero, también y previo a la revelación de Dios en los textos, existe la real revelación de Dios en la historia, del pasado y del presente. Dios sigue manifestándose en los llamados signos de los tiempos: “La miseria colectiva que clama al cielo y el anhelo de liberación de todas la esclavitudes”, fue sancionado por el Episcopado Latinoamericano (Medellín 1968) como uno de esos signos.
– En esta línea, la revelación de Dios se halla sobre todo en la respuesta que los fieles, con su praxis , dan a esa revelación a través del seguimiento de Jesús, de la misericordia, la defensa de la vida, etc. Hacer todo esto, “Significa asumir dentro del conocimiento la dialéctica del mismo Dios en cuanto encarnado en la historia, privilegiadamente en Jesucristo; significa que Dios no es puramente alteridad trascendente con respeto a la historia sino que se da él mismo a la historia” (J. Sobrino).
• La Teología de la Liberación no se contenta con que la inteligencia se reduzca a la captación del sentido del ser: “La inteligencia en este quehacer teológico tienen una triple dimensión: el hacerse cargo de la realidad, el cargar con la realidad y el encargarse de la realidad” (Ignacio Ellacuría).
Conocer es estar en la verdad de las cosas y para estar en la verdad de las cosas hay que encarnarse en la verdad de la realidad, dejar que hable y dejarse afectar por ella, lo cual lleva a utilizar los conocimientos necesarios: científicos, filosóficos, ético-sociales, etc.
Pero, y además, encarnarse en la realidad es encarnarse en el mundo de los pobres, lo que exige ser parcial. Y si es cierto que ningún lugar parcial es la totalidad, cada vez se demuestra con mayor claridad que desde los pobres, desde el Tercer Mundo, se conoce mejor la totalidad que desde su contrario: “Desde el Tercer Mundo se conoce la verdad de éste y se descubre mejor la verdad del primero; lo cual no acaece a la inversa” (J. Sobrino). Convéncete, me decía Casáldaliga en una entrevista: “Sólo en la medida en que el Primer Mundo deje de ser Primer Mundo podrá ayudar al Tercer Mundo. Para mí esto es dogma de fe. Si el Primer Mundo no se suicida como Primer Mundo, no puede existir “humanamente” el Tercer Mundo. Mientras haya un Primer Mundo habrá privilegio, exclusión, dominación, lujo y marginación. Si vosotros en el Primer Mundo no resolvéis ser un Mundo humano, nosotros no podemos serlo”.
– La Teología de la Liberación confiere un determinado talante a quienes se guían por ella y no debiera faltar en ningún otro tipo de teología. Este tipo de teología está siempre dispuesta a verificar si se hace con fidelidad a lo revelado por Dios y si produce en el pueblo de Dios lucidez y ánimo para la construcción de su Reino. Si una teología produce desinterés por el Evangelio y se hace incomprensible a las mayorías debe cambiar. Nunca un método del quehacer teológico puede absolutizarse, sino que debe estar abierto al cambio.
La Teología de la Liberación debe ser servicio para la liberación histórica y transcendente, y esto le hace convertirse en práctica de amor, como debe serlo todo quehacer cristiano. La teología debe ser compasiva y desde la compasión descubrir las causas que a tantos empobrecen y los hace sufrir, y buscar creativamente soluciones, por lo que, introducida en los conflictos de la historia, se enfrentará a las falsas divinidades y difícilmente podrá escapar a la persecución de los poderes de este mundo.
Esta teología debe hacerse dentro del pueblo de Dios, en relación y solidaridad con todos sus estamentos, de él recibirá ayuda y con él, y en medio de él, podrá responder a los problemas reales. Si la Iglesia es Pueblo de Dios y es una Iglesia de los pobres debe ejercer su responsabilidad en medio de ella.
La teología de la Liberación, poseída por el espíritu de las Bienaventuranzas, será profundamente espiritual, misericordiosa, limpia de corazón, creativa, motivadora de oración, de confianza y disponibilidad, hasta adentrarse en el misterio de Dios.
Y, finalmente, junto al rigor de su método, avanza con esos ojos nuevos, que recibe del compartir con los pobres. Sólo así puede tocar lo más sagrado que es experimentar a Dios, su Reino y a Jesús como buenos, buenos para el hombre y la historia, buenos porque humanizan y salvan, buenos sobre todo para los pobres y su liberación.
La Teología de la Liberación de la Periferia, contra la Teología del Centro.
Se había establecido un Orden socioeconómico y político mundial de acuerdo a las leyes del más fuerte, consagrado éticamente y bendecido por la voluntad de Dios. De esa manera, ese Orden quedaba consolidado en países tradicionalmente cristianos y obtenía legitimidad de la teología oficial. Cualquier intento de cambio era considerado sacrílego.
Externamente los centros financieros y políticos no dudaban en apropiarse de esta Teología que en nada los cuestionaba, fomentaba la resignación y mostraba las desigualdades sociales y los males como pruebas mandadas por Dios para santificarse y acumular méritos para el cielo. Una teología ésta, indiferente, que enaltecía la gloria de Dios y, a la par, justificaba la conculcación de los derechos humanos y en especial de los más pobres.
En 1984, 32 teólogos de la revista europea Concilium, escribieron: “La Teología de la Liberación busca afrontar el problema de los oprimidos a la luz de la fe y promover su liberación integral. Sabemos que existen grupos integristas o neoconservadores que al rechazar un cambio social y pregonar una religión que pretende ser apolítica, luchan contra los movimientos de liberación y defienden una línea que es, de hecho, una ofensa contra los pobres y oprimidos. Un signo de fecundidad del Evangelio es hoy el hecho de que el mensaje cristiano sea vivido en contextos diferentes y de diversas maneras. Nuestra revista Concilium se manifiesta solidaria con los teólogos de la liberación no sólo en cuanto a su pensamiento teológico sino en cuanto a sus compromisos concretos. Creemos que en los movimientos y teólogos de la liberación se decide de alguna manera el futuro de la Iglesia, la llegada del Reino de Dios y el juicio de Dios sobre el mundo”.
En el mismo año 1984, 40 teólogos españoles de la Asociación Juan XXIII escribían: “Compartimos con los teólogos de la liberación la tarea de elaborar en la “óptica del pobre” una reflexión cristiana rigurosa, una espiritualidad del seguimiento de Jesús , una Iglesia comunitaria y una acción pastoral solidaria con los desheredados de la tierra en el interior de un pluralismo de opciones que no rompe con la comunión eclesial”.
Por supuesto, de estos movimientos de liberación y de sus comunidades de base surgía un nuevo impulso de reforma y una nueva teología que ponía en cuestión el quehacer teológico tradicional. “La teología que se forma dentro de este impulso y que los sustenta no se presenta en contra de la autoridad de la Iglesia, sino bajo la autoridad del Espíritu… En el seguimiento al Hijo del Hombre, aquellos que han vivido hasta ahora “como si fueran hijos de nadie” se convierten en sujetos en el resplandor de Dios” (Johann Baptist Metz).
El ensimismamiento de la Iglesia en sí misma, acompañado de una teología indiferente ante el dolor y esclavitud de mayorías, desarrollaba continuas y pomposas ceremonias religiosas, orientadas a asegurar el negocio de la propia salvación; enarbolaba preceptos, doctrinas, leyes y dogmas que se habían de saber de memoria; promovía rezos y misas interminables, pero todo a la postre quedaba como obras piadosas, sin plantear para nada lo que la vida de Jesús pedía denunciar y hacer en cada lugar y momento de la sociedad.
Esperamos que cuantos por ignorancia u otras causas abominaron de la teología de la liberación, se abran a ella y se dejen convertir como lo hizo el actual Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, Gerhard Müller: “La teología de la liberación está unida para mí al rostro de Gustavo Gutiérrez, a su enseñanza y al encuentro vivo con los pobres; con él experimenté un giro decisivo en mi enfoque teológico. El nos enseñó que aquí se trata de teología y no de política, de un programa práctico y teórico que pretende comprender el mundo, la historia y la sociedad y transformarlos a la luz de la propia revelación sobrenatural de Dios como salvador y liberador del Hombre. La teología de Gustavo Gutiérrez, independiente del ángulo desde el que se mire, es ortodoxa porque es ortopráctica y nos enseña el adecuado actuar cristiano porque procede de la verdadera fe”.
Comentarios desactivados en “Carta a Jesús el día de Navidad”, por Jon Sobrino
Querido hermano Jesús:
Te escribo con sencillez, y comienzo llamándote “hermano”. No eres un Dios lejano ni un ángel en las nubes. Creciste, lloraste y reíste, y por eso eres cercano. Te pareces a los que estamos en estas bancas en todo menos en una cosa, que sí es nuestro gran problema: el egoísmo en contra de los demás y la arrogancia sobre los demás.
Eres, pues, como nosotros, pero bien se nota de dónde venías. De tu padre José aprendiste a ser trabajador y honrado, soñador y amante de la justicia. De tu madre María aprendiste el cuidado y la ternura, y a alegrarte en el Dios de los pobres. De tu gran amigo Juan aprendiste austeridad y reciedumbre, y también a ser profeta y decir las verdades que pocos quieren decir.
Aprendiste a ser un hombre de tu pueblo, buen judío y religioso, a leer la Escritura y a rezar. Daba gusto verte ante tu Dios. Muchas veces en silencio, retirado. Otras veces con la gente. “Llamemos a Dios “Padre”, decías, “porque es bueno con los pequeños”, y por eso tú también sentiste predilección por los pobres y débiles, por las mujeres y niños, por los pecadores despreciados y por los extranjeros marginados. Así era Dios para ti, no como el dios de los sacerdotes del templo que exigían sacrificios, bueyes y ovejas, ni como los dioses de los romanos, que daban miedo y asustaban con rayos y truenos – dioses, por cierto, que siguen existiendo hoy, con armas y ejércitos, opresión y represión. En ese Dios confiabas y en ese Dios descansabas.
También impresionaba tu fidelidad cuando las cosas se ponían difíciles, las persecuciones, el huerto, la cruz. A Dios le dejabas ser Dios. Nunca lo manipulaste para tenerlo a tu favor. Le fuiste fiel sin desviarte del camino, siempre servicial, entregado a los débiles, a la causa de Dios, en un mundo que persigue, difama y da muerte a los que se dedican a esa causa. Al final, la cruz y la resurrección.
A nosotros nos anunciaste una buena noticia: que el reino se acerca y que Dios ama y defiende, sobre todo a los pobres y pequeños. Nos pediste que fuéramos como “niños”, pero no “infantiles”. Nos pediste rezar y cantar, pero sobre todo hacer la voluntad del Padre Celestial. Nos dijiste muchas palabras, pero una fue realmente bienaventurada y exigente: “sígueme”.
Los que te conocieron bien, para decir en una palabra quién eres, dijeron que “pasaste haciendo el bien”, que fuiste un hombre cabal, misericordioso con los débiles, y comprensivo, pues tú también pasaste por la debilidad. Y que “no te avergüenzas de llamarnos hermanos”.
* * *
Hermano Jesús, así fuiste, pero no sé si nos interesa que así fueses. Antes sí. Así te predicaba Monseñor Romero entre nosotros, y te hacía presente con su ejemplo y el de muchos otros hombres y mujeres. Pero ahora no estoy tan seguro. Algunos grupos y sectas -y lo difunden algunas emisoras de radio y televisión- te presentan como milagrero y melifluo, de muchas novenas y estampas, con mucho canto y poco compromiso, a nuestra medida y a nuestro servicio. En definitiva, muy del cielo, pero poco de la tierra. Hermano Jesús, tú que nos conoces bien, ¿no es verdad que nos da un poco de miedo que te acerques como realmente eres?
Y sin embargo eso es lo que celebramos esta nochebuena aquí en la Iglesia, y creo que lo hacemos con bastante sinceridad, aunque somos conscientes de nuestras limitaciones y pequeñez. Celebramos que así eres y que así, y no de otra manera, te has acercado a nosotros.
Aunque no sea lo más importante, notarás que hoy en la Iglesia hay ambiente de celebración, más luz, más color y más música. Y sobre todo más amor. Mucha gente ha trabajado estos días. Unos en ensayar cantos, otros en poner el nacimiento y arreglar el altar. Otros, mujeres sobre todo, sencillas y silenciosas, que no buscan reconocimiento ni recompensa, en asear la Iglesia, como lo hacen todos los lunes y sábados del año. Es su particular liturgia, y pienso que es la que más te agrada.
Como siempre han puesto un nacimiento, que, por cierto, refleja bien cómo fuiste de mayor. Y también refleja bien nuestro mundo. Estás rodeado de pastores, gente pobre y sencilla, despreciados y tenidos por gente de mal vivir. Y ya sabes que esos “pastores” son hoy la mayoría de la humanidad. La pobreza -la compañía de los pobres, no la de los bien trajeados- es lo que te caracterizó, y es el menaje más claro de la cueva y el pesebre. También están tres sabios, en camellos, gente que busca la verdad y está dispuesta a caminar de lejos para encontrarla. Son los que no se dejan engañar por este mundo, que se dice democrático, pero que, con algunas cosas buenas, sustancialmente es egoísta, elitista, insensible y prepotente. Esos “sabios” no abundan, pero siempre hay algunos.
En el centro del nacimiento está José, como uno de tantos trabajadores a lo largo de la historia, y está María, la buena vecina -y me alegra que sigue habiendo hasta el día de hoy gente como ellos con esa dedicación a la vida. No son noticia, no ganan óscares, no modelan ni meten goles, ni salen en la televisión. Parafraseando a un famoso filósofo, son los “guardianes de la vida”. Mantienen al mundo en pie.
Y si se mira lejos, también se puede ver a Herodes, que sigue matando niños sin piedad. UNICEF, la organización de Naciones Unidas para la Niñez, acaba de decir que la mitad de los dos mil millones de niños que hay en el mundo viven en pobreza y miseria. Este año ya han muerto de hambre cinco millones de niños. Herodes sigue suelto y muy activo en nuestro mundo. Y para vergüenza de este mundo occidental, que se tiene por demócrata y se diga o no cristiano, los costos de la gestación y nacimiento de un bebé en Estados Unidos son 410 veces más que los de un bebé en Etiopía.
* * *
Hermano Jesús. Estamos contentos esta noche, sí, pero no es fácil. Sólo un ejemplo entre muchos, que me parece importante recordarlo aquí en El Salvador para que no ignoremos a los que hoy sufren más. La mayoría de ellos están en África, y eso es lo que me dicen en una carta que llega de España: “No sé como podrán celebrar navidad en el Congo. Es demasiado fuerte el sufrimiento, los desplazados sin absolutamente nada en las manos”. Y cuántas historias semejantes en Irak, en Palestina, aquí.
Pero algo hay en la esperanza que no muere. En el nacimiento hay una estrella, no milagrosa, sino humana, que irradia luz a todo aquel que quiera caminar en busca de la verdad, la justicia, la paz. Es como la luz que irradió Monseñor Romero sobre el caminar de nuestro pueblo. Y es la luz de la que también se habla en la carta que he citado: “En el Congo dos obispos, Mosengo y Sikuli, sostienen la esperanza de sus pueblos”. Y añade la gran paradoja: “aquí, en España, nuestra esperanza tiene que sobrevivir en medio de este desierto de consumismo”. Pobre primer mundo, con mucho dinero y con poca esperanza.
No es fácil, pero cantamos. Hoy nos encanta escuchar el canto de los ángeles, mejor que el de santa Claus. San Lucas lo dijo espléndidamente: “Gloria a Dios en las alturas. Y en la tierra paz a los hombres y mujeres de buena voluntad”. Con esa música en el corazón saldremos de la Iglesia con más alegría para celebrar una cena familiar, con más compromiso para trabajar por un mundo con más justicia, con más paz y con más fraternidad. Y con más esperanza.
* * *
Voy a terminar. Notarás que te he llamado “hermano”, y algunos quizás se extrañarán -o estarán un poco nerviosos- porque no he hablado del “Niño Dios”. Llamarte “hermano” quizás les suena a poco. No haya pena. Jesús, eres nuestro hermano y eres Hijo muy querido de Dios. Los primeros cristianos dijeron que contigo “ha aparecido la benignidad de Dios”. San Lucas nos dijo que eres Hijo del Altísimo y san Mateo te llamó “Dios con nosotros”. Eres el gran regalo de Dios. No has nacido de voluntad de carne ni de voluntad de sangre, sino que has nacido de Dios.
Cuánto discurrieron los cristianos de los cuatro primeros siglos para dejar esto en claro: que tú estás en Dios y que Dios está en ti, “que eres de la misma naturaleza que el Padre”. En palabras más sencillas y más bellas, que muchas veces he citado, lo ha dicho Leonardo Boff. En un arrebato franciscano, viéndote y contemplando tu vida, escribió: “Así de humano sólo puede ser Dios”.
“Niño Dios”, “Dios con nosotros”, “Hermano Jesús”. Te decimos: “ven, ven, no tardes”. Te pedimos que este mundo no sea injusto, insensible y cruel, sino como el reino de Dios que anunciaste como la gran buena noticia. Y te pedimos que nos parezcamos a ti para iniciarlo entre todas y todos.
¿Fue contrario Jorge Mario Bergoglio años atrás a la Teología de la liberación? Probablemente en más de un punto. ¿Es hoy el Papa Francisco un opositor a esta teología? No da la impresión.
Consta, sí, que los simpatizantes de la Teología de la liberación están exultantes con él. Es cosa de ver las páginas electrónicas. Los sectores católicos liberacionistas se han identificado rápidamente con el nuevo Papa. El nombre de Francisco, la sencillez, los ataques contra la economía liberal, la ya famosa frase: “cuánto querría una Iglesia pobre y para los pobres…”, han sido señales inequívocas de un giro que el progresismo social católico interpreta como un guiño favorable.
¿Qué importancia pudiera tener que el Papa llegue a reconocer valor a esta teología? ¿Y a los movimientos, congregaciones religiosas y comunidades de base que se han inspirado en ella, dándole a la vez suelo para su desarrollo?
Juan Pablo II no la condenó, pero le hizo críticas arteras y mantuvo a raya a sus teólogos. El Cardenal Ratzinger, que ejerció este control desde el cargo de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en el documento Instrucción sobre algunos aspectos de la “Teología de la liberación” (1984), desaprobó el uso acrítico de categorías marxistas: no distinguir entre materialismo histórico y materialismo dialéctico, y la lucha entre clases. Pero no puso en duda la opción por los pobres. Es más, en otro documento titulado Instrucción sobre la libertad cristiana y la liberación (1986) subrayó la raigambre bíblica de los planteamientos teológicos liberacionistas. Por cual no debe extrañar demasiado que el año pasado Ratzinger, convertido en Benedicto XVI, haya nombrado a cargo de aquella Congregación a Gerhard Müller, un obispo alemán que en 2005 había escrito junto a su amigo Gustavo Gutiérrez un libro titulado “Del lado de los pobres. Teología de la liberación“. El mismo Ratzinger -se sabía- siempre había sentido simpatía por Gutiérrez, llamado el “padre” de esta teología. El nombramiento de Müller ha sido una señal de un viraje que puede terminar siendo decisivo.
No lo será, empero, si los simpatizantes de Gutiérrez, Boff, Segundo, Sobrino, Gebara, Támez, Andrade, Codina, Galilea, Trigo, Muñoz, Ellacuría y los otros muchos teólogos liberacionistas pretenden revitalizar tal cual la teología que motivó el compromiso cristiano de los años sesenta y setenta. Hoy el tema no es la reforma agraria, ni el imperialismo yankee, ni el marxismo, ni la guerrilla del Che o de Camilo Torres, ni los años grises de la dictadura de Pinochet. Debe recordárselo, porque la tendencia a revivir esos tiempos es una tentación inútil y, para colmo de la torpeza, infiel al método de la misma Teología de la liberación.
La Teología de la liberación nunca fue condenada. El mismo Juan Pablo II advirtió que ella, en algunos casos, era incluso “necesaria” (Brasil, 1986). Tampoco habría sido fácil hacerlo, pues fue el mismo Magisterio latinoamericano que formuló la opción por los pobres, núcleo de la convicción mística y teológica de esta teología. Su actualidad estriba en esta convicción y en su método. Los obispos del continente se aproximaron a la realidad en la clave del “ver, juzgar y actuar”. Ellos popularizaron este procedimiento metodológico. Ellos impulsaron a la Iglesia a reconocer la acción de Dios en la historia presente y a sumarse a ella.
Debe reconocerse al Vaticano II la paternidad ulterior de este método. El documento Gaudium et spes quiso comprender los “signos de los tiempos”: “discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales (el Pueblo de Dios) participa juntamente con los contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios” (GS 11). Es decir, que en acontecimientos humanos especialmente significativos es posible reconocer la acción de Dios y reflexionar sobre ella. Esto ha exigido a la Iglesia no querer “enseñar” al mundo qué es lo que Dios quiere, sin “aprender” del mundo qué es lo que Dios quiere.
En adelante la teología ha podido considerar que el contexto histórico no solo autoriza a interpretar la doctrina tradicional acomodándola, adaptándola, a nuevas circunstancias, sino que el contexto mismo tiene algo que decir sobre Dios y sobre su voluntad. Dios que se reveló en la historia, en la historia continúa revelándose. La Iglesia no vino al mundo con un canasto de doctrina debajo del brazo. Ella fue amasando durante siglos su doctrina, la cual no ha sido sino interpretación de la Escritura como Palabra de un Dios que continúa hablando en el presente y que, porque seguirá haciéndolo en el futuro, obliga a considerar las formulaciones teológicas como provisorias.
Así las cosas, la Iglesia hoy debe atender a la historia si quiere ser históricamente relevante. ¿Cómo hacerlo? Ella debe arraigar hondamente en la humanidad sufriente, sufrir con ella, esperar con ella, indagar sus necesidades de liberación y de dignificación. Debe, en suma, sintonizar con el Espíritu de Cristo que clama en los pobres; y por otra parte, debe recurrir al servicio de las ciencias sociales que le permitirán comprender mejor qué está sucediendo con las personas y las sociedades.
Sabemos que Francisco Papa es un hombre conectado con el sufrimiento del mundo. Bien quiere la liberación de los diversos oprimidos de este mundo. Será muy importante, además, que tome en serio el aporte de las ciencias modernas. Sin estas, el discernimiento de la viabilidad de la liberación es hoy culturalmente imposible. Tomemos, a modo de ejemplo, el caso de la homosexualidad. La doctrina de la Iglesia ha podido variar en la medida que el conocimiento de esta realidad humana ha evolucionado. La psicología moderna en algún momento dejó de considerarla una perversión, pues descubrió que ella era una enfermedad. Sucesivamente dejó de considerarla una enfermedad, para afirmar que es una variante de la sexualidad humana. La Iglesia, en este campo, se está sirviendo de la psicología para mejorar su doctrina. Algo parecido hizo con la comprensión de fenómeno del suicidio.
Hoy la Iglesia necesita que el Papa Francisco estimule y se sirva de la Teología de la liberación, entendida esta como una apertura reflexiva y crítica al actuar humano contemporáneo, especialmente a aquel de quienes padecen algún tipo de discriminación y exclusión. Si no lo hace, la humanidad continuará llevándole la delantera a la Iglesia en materias en las que la Iglesia ha presumido tener la razón. El mero desarrollo de las ciencias no ha elevado a la humanidad a su cota más alta. A veces la ha hundido en involuciones atroces y aterra pensar en las experimentaciones en curso. Pero la Iglesia solo puede tratar legítimamente de atajar los excesos de la modernidad o encauzarla si reconoce que, para anunciar que Cristo es una Buena Noticia, se hace necesario usar la razón –la ciencia y la técnica- para atinar con una fe en Dios auténticamente humanizadora.
A la Teología de la liberación hoy, por una cuestión de método, se le abren nuevas posibilidades de interés. Ella, que se ocupa de la liberación, suele también dar suma importancia a la creatividad que amplía los horizontes de la vida. Los seres humanos combaten la opresión, la injusticia, las nuevas y viejas esclavitudes. Pero también crean y recrean mundos insospechados, innovan en la estética y en la moral. En las innumerables experimentaciones de la humanidad, Dios mismo puede estar dándose a reconocer como el Creador. Dios no se cansa ni se repite. La Teología de la liberación desde hace años valora las distintas culturas, e incluso las diferentes religiones, pues cree, por principio, que Dios acontece incesantemente en el mundo. Su aporte más característico en esta apertura suya a todo lo real, ha consistido en valorar la creatividad de los pobres. Para esta teología los pobres no solo han de ser objeto de caridad y de justicia. Ellos deben ser considerados sujetos que inventan un mundo nuevo con escasos materiales pero con la comprensión vital de un Evangelio que ha sido anunciado a ellos antes que a nadie. El aporte mayor de la Teología de la liberación, y de aquí su futuro, estriba en creer en la creatividad de los pobres.
Esto explica que los simpatizantes de la Teología de la liberación aplaudan al Papa Francisco. Ven en él a alguien que apuesta por los pobres.
Puede parecer un sinsentido hablar del Espíritu en la cultura predominante, en la cual, como ha señalado el papa Francisco, lo que prima es lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo superficial, lo provisorio. En otras palabras, donde lo real cede el lugar a la apariencia. Pues bien, la liturgia de la Iglesia católica nos ha recordado recientemente —en la solemnidad de Pentecostés— la necesidad de capacitarnos en el Espíritu. Y esta necesidad se plantea no solo para los creyentes, sino para cada hombre y mujer que busca su plena humanización.
El teólogo José María Castillo cita al menos cuatro dificultades para hablar con cierta seriedad del don del Espíritu. La primera consiste en creer que el Espíritu de Dios está en el cielo, no en la tierra.Para muchos cristianos, el Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad. Eso y nada más. El peligro es que se termina separando al Espíritu Santo de la historia. La segunda dificultad consiste en pensar que el Espíritu secontrapone a lamateria (al cuerpo, a lo sensible, lo espiritual a lo material); de ahí que algunos asumen que para ser espirituales tienen que renunciar a lo material, a lo sensible, a lo humano. La tercera es imaginar que el Espíritu actúa en la tierra, pero solo en el ámbito eclesiástico-jerárquico, es decir, que solo está en la Iglesia y que solo actúa a través de ella. Y la cuarta, reducir la presencia y acción del Espíritu a lo contemplativo y a lo extraordinario, eludiendo los desafíos de la realidad.
Ahora bien, Pentecostés es un tiempo litúrgico que pretende que florezca en nosotros la plenitud de la vida. “Cincuenta” es el número de la consumación. Ese día se redondea en nosotros todo lo que era anguloso y abultado. “Cincuenta” es también el número de la libertad. Los judíos decretaban el año jubilar, el cual consistía en la recuperación de las tierras propias cada cincuenta años. De este modo, cada jubileo significaba empezar un nuevo ciclo de oportunidades. Pentecostés, por tanto, recuerda y celebra la promesa de que hemos sido liberados verdaderamente por el Espíritu de Dios.
En el Antiguo Testamento, el Espíritu es fuerza de vida, capaz de resucitar aun a los muertos. Durante el exilio (uno de los tiempos de crisis del pueblo israelita), el profeta Ezequiel proclama: “¡Huesos secos, escuchen la palabra de Yahvé! Esto dice Yahvé a estos huesos: haré que entre en ustedes un espíritu, y vivirán”. En el Nuevo Testamento, se entiende por Espíritu la donación y la entrega de Dios a los seres humanos y la acción constante de Dios,presente en todos nosotros. Por tanto, cuando los cristianos hablamos del Espíritu, nos referimos a la acción de Dios en la historia, en el mundo, en la sociedad. Acción que lleva a más amor, más libertad, más justicia, más y mejor humanidad. El Espíritu no tiene, ni puede tener, limitación alguna. El Nuevo Testamento enseña que existe una relación profunda entre el Espíritu de Dios y el espíritu del ser humano. Y la caridad es el primer fruto del Espíritu, el carisma más excelso de todos.
En Jesús de Nazaret, el poder del Espíritu se advierte muy pronto en la fuerza profética de su palabra, aplicándose a sí mismo lo que dijo Isaías: “El Espíritu del Señor Yahvé está sobre mí. ¡Sí, Yahvé me ha ungido! Me ha enviado con un buen mensaje para los humildes, para sanar los corazones heridos, para anunciar a los desterrados su liberación, y a los presos su vuelta a la luz. Para publicar el año de la gracia de Yahvé, y el día del desquite de nuestro Dios, para consolar a los que lloran y darles una corona en vez de ceniza, el aceite de los días alegres en lugar de ropa de luto, cantos de felicidad en vez de duelo”.
En suma, la palabra “Espíritu”, en la mentalidad hebrea, significa viento, hálito, soplo de vida, fuerza interior que nos transforma desde dentro. Para la mentalidad cristiana, el seguimiento de Jesús es considerado como una vida según el Espíritu, una vida que tiene como fundamento e inspiración el modo de ser y actuar de Jesús de Nazaret. Hoy, necesitamos esta fuerza del Espíritu en las personas, los pueblos, las instituciones y la historia.
Es fundamental, por ejemplo, si consideramos la realidad de la fe católica, cuya mayor amenaza, según el documento de Aparecida, “es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad”. Consideramos, por otra parte, la crítica que hace el teólogo José Antonio Pagola a la sociedad moderna, que, a su juicio, ha apostado por lo exterior. En este sentido, explica que “todo nos aprisiona para movernos con prisa, sin apenas detenernos en nada ni en nadie”, que “vivimos casi siempre en la corteza de la vida”y “se nos está olvidando lo que es saborear la vida desde dentro”. Para ser humana, dice, “a nuestra vida le falta una dimensión esencial: la interioridad”.
Esta fuerza es también indispensable para trabajar con empeño en lo que Jon Sobrino ha denominado una buena “ecología del espíritu”, que define con estos rasgos: recuperar la utopía frente al desencanto, aunque esa utopía sea tan sencilla como el que la vida sea posible; promover el espíritu de comunidad frente al individualismo aislacionista, que fácilmente degenera en egoísmo; impulsar la celebración frente a la pura diversión; cultivar la apertura al otro frente al etnocentrismo cruel; apoyar la creatividad frente al mimetismo; impulsar el compromiso frente a la mera tolerancia; apoyar la justicia frente a la pura beneficencia, o al menos que las actividades de beneficencia que se hagan tengan un horizonte que favorezca a la justicia; fomentar la solidaridad frente al independentismo de quien no necesita de nadie, aunque termine en soledad; promover el espíritu de verdad frente a la mentira, el encubrimiento y la propaganda; mantener la memoria histórica y el recuerdo frente al olvido que degenera en impunidad e ingratitud hacia las víctimas; y, por último, inspirar la fe frente al pragmatismo, bien sea la fe religiosa o la fe antropológica, es decir, no eludir la pregunta por el sentido de la vida.
Todo esto sin olvidar, como la ha apuntado recientemente Leonardo Boff, que una vida espiritual que se vuelve insensible a la pasión de los pobres es falsa y se hace sorda a las apelaciones del Espíritu. Y añade que “por más que los fieles en los grandes espectáculos televisivos carismáticos, católicos y evangélicos recen, canten, dancen y celebren, sin una atención al Espíritu ‘Padre de los pobres’, como se canta en el himno de la misa de Pentecostés, su oración solo produce autosatisfacción, pero no llega a Dios. En ella no está el Espíritu con sus dones”.
Tres símbolos representan al Espíritu en la Biblia: el viento, el fuego y el agua. No obstante, estos son ambivalentes: el viento es brisa o es tempestad; el fuego ilumina y calienta, pero también consume; el agua purifica y fecunda, pero también devasta. Son las paradojas del Espíritu que, según se sabe, expresan las inevitables tensiones de toda vida cristiana, la dificultad para delimitar los desconcertantes caminos del Espíritu y la impotencia en que nos encontramos cuando queremos abarcar a Dios con nuestras palabras. En todo caso, la fuerza del Espíritu es una fuerza humanizadora, liberadora y salvadora.
Que Jesús de Nazaret anuncia el reino de Dios como buena noticia a los pobres y que él mismo, su muerte y resurrección sobre todo, es presentado como eu-aggelion, es evidente en el Nuevo Testamento. A pesar de ello hemos formulado conscientemente el título de este artículo en forma chocante para que la respuesta a tan decisiva pregunta no sea rutinaria, como en nuestra opinión suele ocurrir con frecuencia.
Y es que, por decirlo desde el principio, no es lo mismo aceptar que Jesús es Dios y hombre, Señor y mesías -y nada digamos de quienes se entusiasmaban al pensarlo como rey del mundo a quien deben consagrase las naciones- que aceptar algo tan sencillo como que Jesús es “una buena persona”, es alguien que “cae bien”, que “da gusto conocerlo”. No es lo mismo adorar, rezar, obedecer a Cristo y rendirle culto -y nada digamos de organizar cruzadas para seguir su santa voluntad- que sentir gozo en el Dios que se ha manifestado en él. Pues bien, esto es precisamente a lo que estas breves líneas quisieran ayudar.
Dicho en lenguaje más conceptual, a la doble perspectiva de ortodoxia y de ortopraxis en nuestra relación con Jesucristo, queremos añadir una tercera que, a falta de mejor expresión, pudiéramos llamar ortopathos, es decir, el modo correcto de afectarnos por la realidad de Cristo. Y en ese afectarse debe estar centralmente presente en el gozo que causa el que Cristo es Jesús de Nazaret y no otro. Con esto no queremos caer en modo alguno en sentimentalismos baratos, pero sí queremos recalcar que al Cristo le es esencial -tan esencial, pudiéramos decir, como su ser humano y divino- el ser buena noticia, y que eso se tiene que hacer notar. Así como el creyente ha de aceptar su verdad y proseguir su praxis para corresponder a su realidad, así al Cristo que es buena noticia se le corresponde con gozo.
Lo que está, pues, en juego en estas reflexiones es simplemente si la realidad (ontológica y salvíficamente verdadera) de Jesucristo se muestra existencialmente también como buena noticia, lo cual -desde un punto de vista histórico- no es tan obvio. Y es que, en definitiva, se puede ser Dios, se puede se hombre e incluso se puede ser salvador de distintas maneras. El quid de la cuestión está, entonces, en ver desde Jesús cómo Dios, hombre y el salvador pueden ser un Dios, hombre y salvador buenos para nosotros. Esto es lo que vamos a analizar en estas breves líneas, pero antes hagamos algunas precisiones.
a) La primera es sobre su significado pastoral. Aunque pueda parecer puramente teórico y sólo pertinente a la cristología, el tema lleva por su naturaleza a una cuestión fundamental más amplia: si en el mundo de hoy existe o no la expectativa siquiera de que pueda haber de eu-aggelion en la Iglesia y en la realidad, en lo cual creemos, se puede estar jugando, tal como van las cosas, el futuro de la Iglesia y el aporte de la fe cristiana a la humanidad. Por eso digamos una breve palabra sobre cada una de estas cosas.
Por lo que toca a la vida de la Iglesia, quizás podrán decir algunos en el primer mundo que, después de la secularización, bastante haremos los cristianos con aceptar en oscuridad la verdad de la fe como para que nos pidan ir más allá y acoger con gozo su dimensión de buena noticia. Creemos, sin embargo, que sin ello nuestra fe se hará vana e irrelevante, como ya se constata, ciertamente en el primer mundo: “la razón principal de que nuestras iglesias se vacíen parece residir en que los cristianos estamos perdiendo la capacidad de presentar el evangelio a los hombres de hoy… como una buena nueva” (1). Preguntarnos, pues, por lo que hay de buena noticia en la fe no es empresa puramente teórica, sino que es esencial para otorgar la dirección correcta a la evangelización -redundancia, por cierto, evidente por la tautología que implica relacionar la evangelización con una buena noticia, pero muy descuidada (2).
Pero lo que toca a la realidad de nuestro mundo, hay que estar claros en que éste no está para buenas nuevas, ni en teoría ni en la práctica, y que por ello mejor parecería ahorrarse el esfuerzo del concepto y evitar que lo tilden a uno de ingenuo. Vivimos en un mundo, en efecto, en el que las noticias no son buenas, ciertamente para los pobres y víctimas, y en el que la bondad no suele ser noticia, pues mucho más se habla de política, economía, arte, deporte, ejércitos, religión -y sus protagonistas- que de bondad y de gente buena. Pero -lo que es peor-, si a la modernidad le era constitutivo y esencial la proclamación de una buena noticia: el advenimiento del reino de la libertad, de la sociedad fraterna y sin clases…, la postmodernidad ha limitado o ha hecho desaparecer la expectativa misma de que pueda existir una buena noticia. Se nos inculca, más bien, la inevitabilidad de lo real, con la consecuencia -necesaria cuasi-metafísicamente- de que aprendamos a pactar con lo posible y a aceptar el desencanto. Nada, pues, de utopías ni de buenas noticias.
A pesar de ello, sigue siendo urgente preguntarse por una buena noticia. Lo es para que el mundo del sur, mundo de pobreza infligida injustamente, pueda mantener la esperanza de que la vida es posible -la mejor de las noticias. Y lo es para que el mundo del norte, mundo de insultante abundancia -absoluta y sobre todo comparativamente- pueda lograr esa “calidad de vida” que busca de mil modos, pero a la que mal se encamina (3). Este es, pues, el contexto pastoral y social de nuestra reflexión.
b) La segunda es sobre el significado de una buena noticia. En los sinópticos, sobre todo en Lucas, siguiendo a Isaías, eu-aggelion es la buena noticia del reino de Dios (Lc 4,43), lo bueno que Dios quiere para su creación, y evangelizar es “llevar la buena noticia a los pobres”. El contenido de la buena noticia es, entonces, la cercanía del reino de Dios y su destinatario primario son los pobres. En palabras actuales, la buena noticia es la utopía de la vida justa y digna, y su destinatario son las mayorías de este mundo para quienes la vida es su tarea más urgente y la muerte antes de tiempo su destino más probable, es decir, los débiles, pobres y víctimas; e indirectamente destinatario son también aquellos que se solidarizan con ellos.
Desde un punto de vista antropológico, esa buena noticia es algo que se espera en medio de y en contra de malas realidades y por ello es esperada con ansiedad e incertidumbre por lo difícil de su realización, y con desconfianza por la fuerza de los poderes que se le oponen y por la experiencia histórica acumulada. Es anuncio de algo q2ue toca y nos lleva a los más hondo de nuestra existencia, y que -por todo ello- trae consigo luz, ánimo, ganas de vivir y hacer, genera dignidad, generosidad, fraternidad, libertad y comunión. Es anuncio, finalmente, que formalmente produce gozo y mueve a responder con un gracias.
c) La tercera es sobre cómo una persona puede ser buena noticia. Si lo anterior es cierto, hay que preguntarse si y en qué sentido la misma persona de Jesús, no sólo su mensaje, es también buena noticia: y esto desde una doble perspectiva. Por un lado hay que analizar objetivamente y según los relatos evangélicos en qué sentido se puede llamar a la persona de Jesús buena noticia. Y, por otro lado, hay que preguntarse por la posibilidad subjetiva de apropiación personal de Jesús en cuanto es formalmente buena noticia. Lo primero es problema más bien doctrinal, por así decirlo, y exige un esclarecimiento mínimo de lo que significa eu-aggelion en el Nuevo Testamento. Lo segundo es problema más bien existencial y exige una mystagogia, es decir, una vía que nos introduzca en la captación existencial de un Jesús que es eu-aggelion. Esto es lo que queremos analizar en los dos apartados siguientes.
2. Jesús: un mediador “bueno”
2.1. Perspectiva metodológica: se puede ser “mediador” de diversas maneras
En el Nuevo Testamento, ciertamente en Pablo, también de la persona de Jesús, sobre todo de su cruz y resurrección, se dice que es eu-aggelion. Aquí, sin embargo, no vamos a analizar la buena noticia del misterio pascual, sino la buena noticia de la persona de Jesús en relación con el reino de Dios (4). Esto quiere decir, en lenguaje que hemos usado en otra parte (5), que existe la mediación de Dios: el reino de Dios, el mundo renovado en justicia y fraternidad según la voluntad de Dios, y existe el mediador de Dios: la persona de Jesús. Leer más…
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