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Se cumplen treinta años del documento que de una forma más negativa ha marcado la discriminación de las personas LGTB en la Iglesia católica

Martes, 8 de noviembre de 2016
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beso-gay-vaticanoUn despropósito que Francisco no ha eliminado aún…

Se acaban de cumplir treinta años de la “Carta a los obispos sobre la atención pastoral a las personas homosexuales”, sin duda el documento más importante emitido en materia expresamente LGTB por la Iglesia católica. Un texto que frenó en seco numerosas iniciativas entonces en marcha y que aún hoy parecen audaces. Hacemos memoria de esta carta, de sus circunstancias y su repercusión.

El 31 de octubre de 1986 el Vaticano publicaba la Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales. Juan Pablo II era papa, y Joseph Ratzinger, luego papa Benedicto XVI, era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Un documento que es conocido también como Homosexualitatis problema, sus dos primeras palabras en latín. En Estados Unidos algunos la llamaron también “la Carta de Halloween”, por la fecha en que fue publicada.

El documento pretendía salir al paso del debate en torno a la integración de gais y lesbianas en la Iglesia católica suscitado por la mínima apertura que había significado un documento anterior, la Declaración acerca de ciertas cuestiones de ética sexual, de 1975, bajo el pontificado de Pablo VI. Un texto que había reconocido por primera vez que la inclinación homosexual en sí misma no era pecado. Esta mínima concesión fue suficiente para que en ciertos lugares se iniciara un acercamiento a la comunidad LGTB (al principio centrada casi exclusivamente en gais y lesbianas), lo que causó inquietud en el Vaticano y motivó la publicación de este segundo documento.

Como era de esperar, la Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales supuso un cerrojazo a todas las esperanzas de cambio. Pero no solo eso: en ese documento se incluyeron además observaciones sobre las motivaciones de los activistas LGTB católicos y seculares notablemente duras, se marcó con el sello de la desconfianza el apoyo a leyes antidiscriminatorias y se hicieron unas anotaciones “sociológicas” que motivaron que incluso algunos miembros de la jerarquía se vieran posteriormente obligados a relativizarlas en su valor. Fue un cierre de filas doctrinal y una negativa a todo diálogo. En cualquier caso, aunque sea para mal, la Carta sigue siendo el documento doctrinal más importante sobre homosexualidad, y sus consecuencias siguen sintiéndose hoy. Por ello, merece la pena recordarla en algunas de sus tesis, así como el contexto en que se produjo.

El trasfondo: una década de debates e iniciativas audaces (1975-1985)

juan-pablo-ii-y-ratzinger2Entre los últimos años 70 y primeros 80 se habían adelantado propuestas teóricas e iniciativas muy interesantes sobre la inclusión de gais y lesbianas en la iglesia católica, sobre todo en los Estados Unidos. Desde el punto de vista teórico, destacan especialmente dos textos: el libro La sexualidad humana, de la Asociación Católica de América, y La iglesia ante la homosexualidad, del entonces jesuita padre John J. McNeill (a quien en su momento dedicamos un obituario en esta página). En ambos casos se defendía la posibilidad de relaciones físicas homosexuales moralmente buenas desde un punto de vista cristiano.

En cuanto a las iniciativas, algunas resultarían innovadoras y atrevidas incluso hoy (1). En 1981, la archidiócesis de Baltimore estableció uno de los primeros ministerios diocesanos para gais y lesbianas católicos. En 1983, la archidiócesis de San Francisco emitió el primer plan global de pastoral para personas homosexuales. También en 1983, la Conferencia Católica del Estado de Washington, formada por los obispos de tres diócesis del estado, publicó un documento titulado El prejuicio contra los homosexuales y el ministerio de la Iglesia, donde se llegaba a decir que la enseñanza sobre la homosexualidad requería “repensarse y desarrollarse”, y se urgía a la Iglesia a llevar a cabo una “investigación teológica sostenida respecto de su propia tradición teológica sobre la homosexualidad, de la cual nada es enseñanza infalible”. Por último, en 1985, los encargados del acercamiento pastoral a gais y lesbianas de la archidiócesis de Baltimore publicaron Homosexualidad: una perspectiva católica positiva. Aunque no cuestionaba el magisterio oficial, su enfoque positivo despertó recelos en algunos sectores de la iglesia.

Por otra parte, las asociaciones LGTB cristianas proliferaban, en Estados Unidos y fuera. Dignity era la organización más veterana, pero también estaba la Conferencia de Católicas Lesbianas. Había organizaciones dedicadas a religiosos y sacerdotes LGTB, como Communications Ministry, Christian Community Association, Rest, Renewal o Re-Creation. Por último otras organizaciones se dedicaban a la comunicación entre la comunidad LGTB y la iglesia, como New Ways Ministry (aún existente), SIGMA (Sisters in Gay Ministry Associated) y la Consultation on Homosexuality, Social Justice and Roman Catholic Theology.

Condena de toda relación sexual y descalificación de cualquier cambio doctrinal

imagen-9106720-2-pngTodas estas iniciativas preocuparon sin duda al Vaticano, que quiso emitir un comunicado a los obispos para “aclarar” en qué podía consistir y en qué no la pastoral con homosexuales. El resultado fue la Carta que comentamos. En primer lugar, prohibía toda pastoral que implicara aprobación de las relaciones homosexuales. Con ser esto ya un freno a las iniciativas que se estaban dando, la Carta fue más lejos, realizando afirmaciones recibidas por muchos como hirientes.

En primer lugar, estaba la calificación de la misma orientación sexual. Aunque mantenía que en sí misma la homosexualidad no era pecado, sí que le otorgaba un valor negativo en sí mismo:

En la discusión que siguió a la publicación de la Declaración [acerca de ciertas cuestiones de ética sexual, de 1975], se propusieron unas interpretaciones excesivamente benévolas de la condición homosexual misma, hasta el punto que alguno se atrevió incluso a definirla indiferente o, sin más, buena. Es necesario precisar, por el contrario, que la particular inclinación de la persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye sin embargo una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral. Por este motivo la inclinación misma debe ser considerada como objetivamente desordenada”.

Por ello, la atención pastoral debía realizarse “para que no lleguen a creer que la realización concreta de tal tendencia en las relaciones homosexuales es una opción moralmente aceptable”.

Pero el texto iba aún más allá, haciendo una serie de observaciones sobre los colectivos LGTB y sobre los activistas católicos a favor de las personas LGTB en la iglesia que muchos recibieron como hirientes. Así, las personas que trabajaban para un cambio en la iglesia eran descritas con tonos exclusivamente negativos:

Dentro de la Iglesia se ha formado también una tendencia, constituida por grupos de presión con diversos nombres y diversa amplitud, que intenta acreditarse como representante de todas las personas homosexuales que son católicas. Pero el hecho es que sus seguidores, generalmente, son personas que, o ignoran la enseñanza de la Iglesia, o buscan subvertirla de alguna manera”.

Por ello, el que estuvieran bajo el paraguas de la institución significaba: “mantener bajo el amparo del catolicismo a personas homosexuales que no tienen intención alguna de abandonar su comportamiento homosexual”. Igualmente, la Carta identificaba toda protesta con una “táctica”:

Una de las tácticas utilizadas es la de afirmar, en tono de protesta, que cualquier crítica, o reserva en relación con las personas homosexuales, con su actividad y con su estilo de vida, constituye simplemente una forma de injusta discriminación”.

Contra el apoyo a políticas antidiscriminatorias y referencias muy cuestionables al sida y la violencia homófoba

No era lo único, Sin embargo. También se rechazaba que se buscara apoyo en los católicos a leyes antidiscriminatorias a favor de las personas LGTB, en asuntos laborales o para el alquiler de casas (recuérdese la urgencia de estos temas en los peores años de la la crisis del sida). En este sentido, la Carta consideraba que cuando se buscaba el apoyo a estas leyes, en realidad se estaba buscando la aceptación de la conducta homosexual:

En algunas naciones se realiza, por consiguiente, un verdadero y propio tentativo de manipular a la Iglesia conquistando el apoyo de sus pastores, frecuentemente de buena fe, en el esfuerzo de cambiar las normas de la legislación civil. El fin de tal acción consiste en conformar esta legislación con la concepción propia de estos grupos de presión, para quienes la homosexualidad es, si no totalmente buena, al menos una realidad perfectamente inocua”.

Más aún, para apoyar este rechazo a apoyar leyes discriminatorias porque significaba apoyar la homosexualidad, la Carta realizó una de sus afirmaciones peor recibidas. En ella, se insinuaba la relación entre homosexualidad y sida, con un texto que roza la culpabilización de los activistas LGTB por la difusión de la enfermedad:

Aunque la práctica de la homosexualidad amenace seriamente la vida y el bienestar de un gran número de personas, los partidarios de esta tendencia no desisten de sus acciones y se niegan a tomar en consideración las proporciones del riesgo allí implicado”.

La Carta contenía otro pasaje muy discutible sobre la violencia contra las personas LGTB, que por un lado rechazaba:

“Es de deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y sean todavía objeto de expresiones malévolas y de acciones violentas. Tales comportamientos merecen la condena de los pastores de la Iglesia, dondequiera que se verifiquen (…) La dignidad propia de toda persona siempre debe ser respetada en las palabras, en las acciones y en las legislaciones”.

Para a continuación decir lo siguiente:

Sin embargo, la justa reacción a las injusticias cometidas contra las personas homosexuales de ningún modo puede llevar a la afirmación de que la condición homosexual no sea desordenada. Cuando tal afirmación es acogida y, por consiguiente, la actividad homosexual es aceptada como buena, o también cuando se introduce una legislación civil para proteger un comportamiento al cual ninguno puede reivindicar derecho alguno, ni la Iglesia, ni la sociedad en su conjunto deberían luego sorprenderse si también ganan terreno otras opiniones y prácticas torcidas y si aumentan los comportamientos irracionales y violentos”.

Se entiende fácilmente que esta declaración causara estupor muchos activistas LGTB, personas de la sociedad civil y hasta no pocos católicos, incluidos clérigos. No en vano, el que entonces era arzobispo de San Francisco, John R. Quinn, en su comentario a la Carta, se vio en la necesidad de exhortar a distinguir entre sus afirmaciones “doctrinales” y sus “observaciones sociológicas”.

Un documento que ha marcado las tres décadas posteriores

Homofobia religiosaA pesar de estar dirigida en principio a los obispos, la Carta causó un fuerte impacto entre los católicos, al menos de Norteamérica y Europa occidental. En primer lugar, fue un golpe muy duro para los activistas LGTB católicos y sus aliados, acusados genéricamente de tener intereses espurios. Lo fue también para quienes manejaban una visión más abierta de la Iglesia católica, al ver cómo se cerraban filas en todos los aspectos doctrinales (el texto debe enmarcarse en un contexto de reafirmación de la doctrina en moral sexual y personal en todos los niveles: anticoncepción, técnicas de reproducción asistida, etc.). En un nivel más práctico, supuso que las asociaciones LGTB católicas que no aceptaron la doctrina que marcaba fueron expulsadas en casi todas las diócesis de los espacios propiedad de la Iglesia.

Es cierto que este cerrojazo no supuso el final del activismo LGTB católico y cristiano. En medio de muchas dificultades, agravadas por la crisis del sida (recuérdese que la Carta fue publicada en octubre de 1986), Dignity y otros colectivos mantuvieron su actividad. En este contexto, merece la pena recordar que la Carta permitió que el movimiento LGTB católico recuperara para el activismo a John J. McNeill, quien decidió romper su silencio impuesto para protestar contra este documento.

Igualmente, otros grupos fueron surgiendo en Estados Unidos y otros países. El movimiento LGTB católico y “revisionista” siguió vivo a pesar de la Carta. En un primer momento logró el mérito nada desdeñable de sobrevivir. Posteriormente ganó en peso y organización. Y lo ha hecho hasta el punto de que 30 años después, cuando parece haber signos de un mínimo deshielo, algunos en la Iglesia católica vuelven a pensar que va siendo hora de darles espacio.

El hecho de que la Carta siga en vigor como doctrina oficial de la iglesia (conviene recordarlo) impide todo optimismo fácil. Pero también es cierto que tres décadas de vigencia no han logrado acallar esas voces a favor de las personas LGTB, que tan duros calificativos recibieron entonces.

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(1) Las informaciones sobre el contexto previo, así como las declaraciones del arzobispo de San Francisco, están tomadas de un libro de Jeaninne Gramick y Pat Furey, The Vatican and Homosexuality. Reactions to the Letter to the Bishops of the Catholic Church on the Pastoral Care of Homosexual Persons, Nueva York, Crossroad, 1988.

Fuente Dosmanzanas

Historia LGTBI, Homofobia/ Transfobia., Iglesia Católica , , , , , , , , , , , , , , , , ,

Falleció John J. McNeill, pionero en el activismo LGTB dentro de la Iglesia católica

Viernes, 23 de octubre de 2015
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26McNeill-Obit-master675Rev. John McNeill, segundo desde la derecha, en la marcha del orgullo gay de Nueva York en la década de 1980Crédito Carlos Chiarelli

El pasado 22 de septiembre, acompañado del que ha sido su pareja durante casi cincuenta años, falleció John J. McNeill poco antes de cumplir los noventa. Pionero del activismo LGTB cristiano, publicó en 1976, siendo sacerdote jesuita, The Church and the Homosexual. Era este el primer libro dedicado a defender un cambio en la doctrina católica sobre las parejas del mismo sexo.

El día que se escriba la historia del activismo LGTB cristiano, la figura de John J. McNeill tendrá un lugar destacado. Pocos años después de la revuelta de Stonewall, el entonces sacerdote jesuita publicaba un libro con un título entonces llamativo, The Church and the Homosexual (traducido al castellano como La Iglesia ante la homosexualidad), que por primera defendía, en el seno de la Iglesia católica, la necesidad de un cambio de postura en la enseñanza sobre homosexualidad.

McNeill nació en Buffalo (Nueva York) en 1925. En 1942 entró en el Ejército y participó en la Segunda Guerra Mundial. Fue hecho prisionero por los nazis. Durante su cautiverio vivió un acto de generosidad por parte de un extraño: un prisionero polaco le acercó una patata, y cuando McNeill le hizo un gesto de agradecimiento aquel le respondió con la señal de la cruz. Esta experiencia fue determinante para que ingresara en los jesuitas en 1948. Fue ordenado sacerdote en 1959, y cinco años después se doctoró en Filosofía en Lovaina.

Fue a lo largo de los años sesenta cuando McNeill aceptó su propia homosexualidad. Al poco de ordenarse, sufrió una profunda depresión con ideas de suicidio. Fue entonces cuando se enamoró de otro hombre, y lo vivido a su lado le convenció de la legitimidad una relación amorosa entre personas del mismo sexo. Algo más tarde, hacia 1970, empezó a atender pastoralmente a gais y lesbianas, y en 1972 cofundó la sede en Nueva York de Dignity (asociación católica de personas LGTB en Estados Unidos). Mientras, se formó como psicoterapeuta. Su creciente convicción de que las relaciones entre personas del mismo sexo podían ser buenas (incluso “santas” desde los parámetros cristianos) le llevó a visibilizarse cada vez más y hablar en público sobre catolicismo y homosexualidad.

Publicación de The Church and the Homosexual y activismo posterior

Esta creciente visibilidad desembocó en la publicación, en 1976, de The Church and the Homosexual, un libro que cuestionaba tanto los argumentos bíblicos como los más típicamente católicos acerca de la tradición y la ley natural sobre la homosexualidad. El texto concluía afirmando que las razones de la condena carecían realmente de base y que por tanto debía afirmarse la posibilidad de relaciones entre personas del mismo sexo moralmente buenas desde el punto de vista cristiano.

Hoy muchas de las tesis de McNeill son aceptadas. No ciertamente en la doctrina oficial, pero sí han influido en muchas personas dentro de la Iglesia católica y se han extendido más allá de la misma. Sin embargo, en su momento el libro causó un notable revuelo, a lo que contribuyó el hecho de contar con el imprimi potest, autorización oficial de la Iglesia para su publicación (ello había retrasado la publicación del libro tres años, mientras era analizado por una comisión de teólogos). Eran los años posteriores al Concilio Vaticano II, cuando por un tiempo pareció que en el seno de la Iglesia católica las cosas podían cambiar de forma rápida.

El fuerte impacto de este libro inquietó a no poca gente dentro de la Iglesia. McNeill era invitado a numerosas charlas y llegó a aparecer en programas de televisión de gran audiencia, como el Phil Donauhe Show o el Today con Tom Brokaw. En este último programa, el sacerdote declaró públicamente que era gay. Fue demasiado: poco después su libro vio retirado el imprimi potest y en 1977 se le prohibió hablar públicamente sobre catolicismo y homosexualidad.

McNeill obedeció la orden durante casi diez años, mientras continuaba su atención psicológica y pastoral a personas LGTB. Durante estos años tuvo lugar también la aparición del VIH/sida y su rápido avance, que le llevó a fundar un servicio para personas afectadas, atendiendo a personas sin hogar en Harlem. De esta época es también la fotografía con la que abrimos la entrada, y que muestra a McNeill, en compañía de otros sacerdotes, en una marcha del Orgullo. Sin embargo, la publicación en 1986 del documento vaticano Sobre la atención pastoral a las personas homosexuales le hizo cambiar de idea. Dicho documento calificaba la orientación homosexual de tendencia “objetivamente desordenada” y prohibía toda atención pastoral que aceptase las relaciones entre personas del mismo sexo. McNeill se rebeló y decidió pronunciarse públicamente en contra en una declaración enviada a The New York Times. Se le ordenó retractarse, y al no hacerlo, fue expulsado de los jesuitas a principios de 1987.

Esta expulsión significó una nueva etapa en el activismo de McNeill. Continuó ofreciendo sus servicios de pastoral y atención psicoterapéutica a personas LGTB. Publicó otros libros en los que iba más allá de su simple aceptación, buscando desarrollar una espiritualidad en positivo para las personas LGTB. De esta época son sus obras Taking a Chance on God y Freedom Glorious Freedom. En 1997 publicó su autobiografía Both Feet Firmly Planted in Midair.

En 2011 viajó a Roma y junto al Fórum Europeo de Grupos Cristianos LGTB le entregó a Benedicto XVI una carta invitando al diálogo y urgiendo a que el Vaticano condenara la violencia contra las personas LGTB. En 2012, se estrenó un documental sobre su vida, titulado igual que uno de sus libros: Taking a Chance on God, dirigido por Brendan Fay, que resumía su trayectoria. En sus últimos años, John McNeill vivió retirado en Fort Lauderdale junto a Charles Chiarelli, su pareja desde hacía casi cincuenta años. De hecho, como se supo después, The Church and the Homosexual se basaba en su formación académica, pero también en su experiencia personal.

Su fallecimiento ha traído consigo las habituales muestras de reconocimiento. “John McNeill fue un auténtico pionero y muchas hemos seguido sus pasos. Aprendí mucho de su investigación y de sus escritos. Pero aprendí todavía más de la interacción personal con él. Siendo testigo de la pasión y preocupación humana que tenía por toda persona LGTB con la que se encontraba”, expresaba Jeaninne Gramick, fundadora de New Ways Ministry, otra asociación que busca la inclusión plena de las personas LGTB en la Iglesia católica.

En la historia personal de quien escribe esta entrada, McNeill tiene un significado especial. Con apenas 20 años, me hice con un ejemplar de The Church and the Homosexual. En el proceso personal de aceptación como gay y cristiano, este libro fue determinante. Si alguna duda me quedaba de cuál era el camino que debía seguir en mi vida, el libro de McNeill sirvió para borrarlas. Por ello, esta breve nota sirve también de expresión de agradecimiento de quien se benefició de su libro años después de haberlo publicado. Su vida y su obra han ayudado a muchos, incluyendo a quien ha escrito este obituario.

Os dejamos con el tráiler del documental sobre su vida, Taking a Chance on God. (subtítulos en italiano)

Fuente Dosmanzanas

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