“Lo de Jesús”, por Miguel Ángel Munárriz.
Decía Nietzsche —gran admirador de Jesús en una etapa de su vida— que «el último cristiano murió en la cruz», lo cual, aun distando mucho de la realidad, nos puede hacer reflexionar sobre la enorme divergencia que existe entre “lo de Jesús”, y las actitudes de quienes respondemos el apelativo de cristianos.
Pero ¿por dónde empezar esta reflexión?… Pues parece lógico iniciarla por nosotros mismos; esa mayoría de miembros de a pié de la Iglesia, que hemos hecho el milagro de compatibilizar el cristianismo con la sociedad de consumo (lo que en términos evangélicos equivale a hacer pasar el camello por el ojo de la aguja); que hemos olvidado que en un mundo lleno de injusticia y opresión, la única forma de que «los hombres vean el amor del Padre» es a través de las buenas obras de quienes lo proclaman; y que ése es nuestro compromiso.
Una vez hecha la autocrítica, ya podemos permitirnos extender la reflexión a otros ámbitos de la Iglesia. Y aquí nos topamos en primer lugar con la jerarquía, quizá más comprometida con su propia importancia y sus propios problemas, que con la misión de promover el evangelio en todos sus actos y decisiones. Nos encontramos también con los encargados de proclamar la Palabra, en demasiadas ocasiones más empapados de escolástica que fascinados por Jesús.
También podemos ampliar nuestra reflexión a esa teología erudita que a veces olvida que solo sabemos de Dios lo que hemos visto en Jesús, y que nos ofrece, también a veces, una visión de Dios ajena al evangelio que enturbia la mejor parábola de Jesús: Abbá. Tampoco ayudan esas presuntas vanguardias que, lejos de reconducirnos hacia criterios y actitudes evangélicas (que buena falta nos hace), promueven filosofías iniciáticas, filo-gnósticas, en las que ponen todo el énfasis, relegando la fe en Jesús a un discreto segundo plano…
Negro panorama. Tan negro que, si nos parásemos aquí, no tendríamos más remedio que dar la razón a Nietzsche. Pero afortunadamente la Iglesia no se queda ahí (ésa es solo la periferia), pues falta por mencionar ese cogollo escogido donde el cristianismo se abraza con fuerza a lo de Jesús. Nos referimos a esas minorías comprometidas que han decidido tomar en serio la misión de hacer visible el evangelio a todas las gentes, y que lo hacen, no desde el púlpito o la cátedra, sino desde la cercanía, desde el servicio a los más necesitados, bien sea en el propio lugar donde viven, o bien, abandonándolo todo para ir a compartir con ellos penurias, enfermedades y muerte en aquellos lugares donde la necesidad es más acuciante.
Y ésta es sin duda la vanguardia, la quintaesencia, la que mejor nos muestra al Dios de Jesús, la que marca el camino, la que nos hace tener confianza en el futuro, la que compensa el escándalo que nosotros damos al mundo… Y cuando alguien diga que la vanguardia del cristianismo está en otra parte, haremos bien en confrontarla con el evangelio para ver si aguanta la prueba o se estrella estrepitosamente contra ella.
A veces me pregunto si el cristianismo es viable de cara al futuro, y siempre llego a la conclusión que lo será si es consecuente con lo de Jesús, y que no lo será si se desentiende de él. ¿Y por qué?… pues porque el evangelio es sumamente contagioso, y la mejor prueba de ello es que las primeras comunidades crecían sin cesar a pesar de las persecuciones que sufrían y las dificultades a las que se enfrentaban… El problema es que nadie se contagia si no se pone en contacto con al agente infeccioso, y es aquí donde entramos nosotros; la sal de la Tierra y la luz del mundo… pero… «si la sal se vuelve insípida ¿con qué se la salará?…
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Fuente Fe Adulta
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