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“Soy rey… para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.”

Domingo, 24 de noviembre de 2024

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¿ME DEJÁIS SOLO?

¿Me dejáis solo?
¿Con la verdad?

¿Por qué no me ayudáis
a examinar la piedra fascinante
que me ha atraído siempre a la frontera?

Los caminos trillados
son caminos de todos.
Nosotros, por lo menos,
debemos arriesgar estas veredas
donde brota la flor del Tiempo Nuevo,
donde las aves dicen la Palabra
con el vigor antiguo,
por donde otros arriesgados buscan
la humana libertad…

Si el corazón es limpio
no ha de atraparnos nunca
la noche intransitable.
El viento y las estrellas
nos dictarán los pasos.

¿Por qué me dejáis solo,
con o sin la verdad?

*

Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la Espera, 1986

***

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En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús:

– “¿Eres tú el rey de los judíos?”

Jesús le contestó:

“¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”

Pilato replicó:

– “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?”

Jesús le contestó:

“Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.”

Pilato le dijo:

“Conque, ¿tú eres rey?”

Jesús le contestó:

“Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.”

*

Juan 18, 33b-37

***

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Jesús, que está a punto de subir al patíbulo, sin que se intente un solo gesto, de la tierra o del cielo, para defenderle, este mismo Jesús afirma con una calma suprema: «Yo soy rey». Rey, es decir, no sólo libre (y está atado), sino también Señor (y están a punto de matarle).

Aquel instante exigía la fe más firme, porque era el de la oscuridad más profunda, era el momento en que daba la impresión de que del Dios-nombre ya no quedaba nada de Dios y, dentro de muy poco, tampoco quedaría nada del hombre. No era difícil creer en el poder de Jesús cuando mandaba sobre las enfermedades, sobre la tempestad, sobre la muerte. Ahora bien, para pensar como Rey y como Dios a uno que ha sido vencido, aplastado, reducido a nada, es preciso recurrir a una lógica que invierta cualquier pensamiento humano, es preciso dejar que se hunda nuestra propia inteligencia en las tinieblas más densas; en una palabra, renunciar a cualquier otra luz que no sea la de la confianza ciega, propia del amor […].

En aquel momento era menester el amor mismo de Dios para comprender que el despojo total podría constituir la ofrenda suprema del amor, para descubrir en la aniquilación de la cruz la manifestación más sublime de la omnipotencia de Dios.

Jesús manifiesta su propia realeza y su soberano señorío sirviéndose de la mala voluntad de los hombres para cumplir su voluntad de salvación, utilizando su odio para su obra de amor.

Le crucificaban para quitarle de en medio, y he aquí que lo vuelven a zambullir en la eternidad de donde había venido y que, con su retorno, volverá a abrirla a todos los hombres

*

I. Riviére,
A chaqué jour suffit sa joie,
París 1949, pp. 171 ss.

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***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , ,

“Con Verdad”. Jesucristo, Rey del universo – B (Juan 18,32-37)

Domingo, 24 de noviembre de 2024

55_34_TO_B_1480687Es raro que una persona pueda vivir la vida entera sin plantearse nunca el sentido último de la existencia. Por muy frívolo que sea el discurrir de sus días, tarde o temprano se producen «momentos de ruptura» que pueden hacer brotar en la persona interrogantes de fondo sobre el problema de la vida.

Hay horas de intensa felicidad que nos obligan a preguntarnos por qué la vida no es siempre dicha y plenitud. Momentos de desgracia que despiertan en nosotros pensamientos sombríos: ¿por qué tanto sufrimiento?, ¿merece la pena vivir? Instantes de mayor lucidez que nos conducen a las cuestiones fundamentales: ¿quién soy yo? ¿Qué es la vida? ¿Qué me espera?

Tarde o temprano, de una manera u otra, toda persona termina por plantearse un día el sentido de la vida. Todo puede quedar ahí o puede también despertarse de manera callada, pero inevitable, la cuestión de Dios. Las reacciones pueden ser entonces muy diversas.

Hay quienes hace tiempo han abandonado, si no a Dios, sí un mundo de cosas que tenían relación con Dios: la Iglesia, la misa dominical, los dogmas. Poco a poco se han ido desprendiendo de algo que ya no tiene interés alguno para ellos. Abandonado todo ese mundo religioso, ¿qué hacer ahora ante la cuestión de Dios?

Otros han abandonado incluso la idea de Dios. No tienen necesidad de él. Les parece algo inútil y superfluo. Dios no les aportaría nada positivo. Al contrario, tienen la impresión de que les complicaría la existencia. Aceptan la vida tal como es, y siguen su camino sin preocuparse excesivamente del final.

Otros viven envueltos en la incertidumbre. No están seguros de nada: ¿qué es creer en Dios? ¿Cómo se puede uno relacionar con él? ¿Quién sabe algo de estas cosas? Mientras tanto, Dios no se impone. No fuerza desde el exterior con pruebas ni evidencias. No se revela desde dentro con luces o revelaciones. Solo es silencio, oportunidad, invitación respetuosa…

Lo primero ante Dios es ser honestos. No andar eludiendo su presencia con planteamientos poco sinceros. Quien se esfuerza por buscar a Dios con honradez y verdad no está lejos de él. No hemos de olvidar unas palabras de Jesús que pueden iluminar a quien vive en la incertidumbre religiosa: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz».

José Antonio Pagola

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“Tú lo dices: soy rey.” Domingo 24 de noviembre de 2024. Domingo 34 del tiempo ordinario. Fiesta de Cristo Rey

Domingo, 24 de noviembre de 2024

61-ordinarioB34 cerezoLeído en Koinonia:

Daniel 7, 13-14: Su dominio es eterno y no pasa.
Salmo responsorial: 92: El Señor reina, vestido de majestad.
Apocalipsis 1, 5-8: El príncipe de los reyes de la tierra nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios.
Juan 18, 33b-37: Tú lo dices: soy rey.

Problemática pastoral concreta de la festividad de Cristo Rey

Vamos a comenzar removiendo obstáculos, porque hay problemas respecto a los posibles significados de esta fiesta. Veamos algunos:

a) El origen de esta fiesta y su contexto original. Esta fiesta fue establecida en un contexto anterior al Vaticano II, en 1925, por Pío XI, y con un espíritu muy cercano al de cristiandad, cuando el Vaticano expresaba claramente su deseo de que el cristianismo fuera la religión oficial, la religión de los Estados cristianos. Al confesar a Cristo como Rey universal se quería con ello vehicular el deseo de que también la Iglesia fuese testigo y participante ya aquí en la tierra de esa realeza: una realeza de Cristo reconocida, redundaba inevitablemente en una Iglesia respetada, favorecida por el Estado, con alto estatus en la sociedad, fuerte y organizada, que aunque no podía ya revestirse de poder político temporal, al menos podía participar de él por una relación estrecha y armoniosa con los poderes sociales. Durante mucho tiempo, el título de “Cristo Rey”, el “reinado social del Corazón de Jesús”… incluyeron esos aspectos de autoencumbramiento de la Iglesia, olvidando que la práctica de Jesús de Nazaret fue muy distinta, incluso totalmente contraria.

b) El concepto de Reino-monárquico. El Reino no es hoy día la forma más frecuente de organización sociopolítica. La mayor parte de los países son repúblicas, de diferentes rostros, y los reinos que persisten, ya no lo son en su forma clásica, sino en adaptaciones a la cultura política actual (por ejemplo las monarquías “parlamentarias”) que, al superarla, niegan en el fondo la esencia misma de lo que era un “reino”.

Aun siendo conscientes de la limitación inevitable que todo lenguaje teológico tiene por su misma naturaleza analógica, figurada, simbólica, apofática… cada vez más se viene insistiendo en que la palabra “reino” no sería la más adecuada para expresar la utopía bíblico-mesiánica del Reino de Dios, porque en esta altura de la historia la palabra «Reino» ya no expresa una forma de organización sociopolítica deseable para los humanos. Cada vez se evidencia más la dificultad de hablar de Dios (y de Cristo) como “rey”, y de su proyecto escatológico como un “reino”. ¿Estamos seguros de que un reino, una monarquía, podría ser una analogía del “Reino de Dios” realizado? La realización del reino de Dios, ¿no exigiría la superación de muchos aspectos de lo que es una monarquía, un “reino”? Acaso una comunidad, ¿puede ser comparada con un «reino», con una «monarquía»? ¿Y una familia?

Pablo Suess viene proponiendo la expresión “democracia participativa del RD” para corregir la evocación que el término clásico conlleva. Ya sabemos que no se puede simplemente sustituir una expresión por otra, pero es bueno aludir con frecuencia a esa insuficiencia de la expresión clásica, para hacer caer en la cuenta a los oyentes, y para liberar al contenido (el Reino mismo, el significado), de las limitaciones del significante (una palabra no completamente adecuada).

Para hablar del Reino puede ser mejor hablar del Proyecto, de la Utopía de Dios… que hacemos nuestra: queremos «construir la Democracia de Dios, cósmica, pluralista, inclusiva, y por eso, amorosa, encarnación viva del Dios de los mil rostros, colores, géneros, culturas, etnias, sentidos…».

c) Connotación de género en la palabra “Reino”.

Es útil saber que en el ámbito de la teología feminista angloparlante se rechaza también la expresión (God’s Kingdom), a causa de su machismo larvado (kingdom alude directamente a king, no a queen…). En castellano no tenemos ese problema en esta expresión, pero el saber que existe en otras lenguas invita a prevenirlo en su uso consciente.

Los grandes temas de la fiesta de hoy y de la semana

Hay varios grandes temas que podrían servir para orientar la reflexión de la homilía o la reflexión del círculo bíblico o la comunidad cristiana en torno a los textos de este domingo. Habrá que elegir entre ellos. Aquí sólo los apuntamos:

a) El Reino de Dios, como contenido del mensaje de Jesús. Jesús nunca se proclamó Rey: nada más lejos de Él. Lo que Jesús hizo fue ponerse al servicio total del Reino, de forma que éste fue el centro mismo de su predicación y de su vida, la Causa por la que dio la vida. Importa pues hacer honor a la identidad verdadera de Jesús: Él no fue rey, ni lo quiso ser nunca, por mucho que algunos cristianos crean que llamándolo así lo honran… La intención puede ser buena, pero el título que de hecho se le atribuye no podría ser de su agrado.

Jesús habló del Reino, fue su servidor y su mensajero, pero sus seguidores se olvidaron del Reino. y lo constituyeron a él como el Reino mismo, como el Rey… El mensaje fue sustituido por el mensajero. Jesús nos indicaba el Reino, como la Causa por la que estaba apasionado y por la que dio su vida, y un buen grupo de seguidores se olvidaron de esa causa, y se enamoraron de Jesús. Es preciso volver a Jesús, y su Causa…

Para hablar concretamente del Reino es bueno reparar en el texto del prefacio de esta fiesta, que da una «descripción» muy plástica de su contenido. Esa idea fue recogida en el conocido estribillo del Salmo 71 del compositor Manzano, que dice: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia… es Paz… es Gracia… es amor, ¡venga a nosotros tu Reino, Señor». Bien glosada, y debidamente justificada esa perspectiva teológica, puede ser un buen guión para la homilía. Y no debería faltar ese canto en la celebración de hoy.

b) La relación entre cristocentrismo y reinocentrismo. Una cierta interpretación de esta fiesta –muy común por lo demás en el cristianismo en general– propicia un cristocentrismo exagerado, absoluto, que no hace justicia a la verdad de la revelación, al mensaje real de Jesús, a lo que Jesús realmente dijo, no a lo que después dijeron que había dicho. Importa pues pastoralmente discernir una «correcta jerarquía de valores», que la teología de la liberación fue la primera que dio en llamar “reinocentrismo”, con tal fuerza de persuasión, que no hay teología ni espiritualidad honesta que se puedan resistir.

c) El mesianismo de Jesús. La aclamación o la espera de Jesús como Rey se dio en el contexto del mesianismo: se esperaba un liberador. Hoy la postración es tal que ni siquiera se espera nada, pudiendo hacer de la aclamación de Jesús como Rey algo bien alejado de lo que el mesías supuso realmente para los que lo esperaron.

d) La dimensión escatológica: el final de los tiempos, nuestro ineludible caminar en la historia, el “juicio final”… El final del año litúrgico nos hace tematizar en nuestra reflexión el final mismo de la historia, y el final también de nuestras vidas personales. Pero ya en un contexto mental diferente, en el que sabemos que nuestra aventura humana no es la razón del cosmos, que el mundo no acabará el día que Dios decida acabar el ciclo de la humanidad y pasar a la vida eterna, y que no se trata de que estemos aquí para una prueba que se verificará en el día del juicio final, tras lo cual iríamos al cielo o al infierno… Leer más…

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24.11.25. Cristo Rey. Ser testigo de la verdad

Domingo, 24 de noviembre de 2024

IMG_8707Del blog de Xabier Pikaza:

¿Eres Rey? Para eso he venido, para ser testigo  de la verdad. No para ganar la guerra,  ni para ser presidente del Gran Tribunal, sino para dar testimonio de la Verdad.

El primer muerto en la guerra es la verdad, el primero fue Jesús. No le mataron por un tema militar, económico o político (aunque eso está en el fondo), sino para ofrecer el testimonio de la verdad la verdad, como sabe Ap 13-17, con  el texto de Juan, este día de la Fiesta del Testigo

Casi cualquiera puede ser rey, presidente o caudillo con suerte y en general con violencia y engaño. En tiempos de Jesús había más reyes/emperadores/caudillos impresentables que presentables, más sangrientos que pacíficos, más mentirosos que verdaderos. En ese “juego” de reyes, por no ser como otros, mataron en un contexto de riesgos militares y guerras que culminaron en el 67-70 d.C.

Pasado un tiempo, hacia el 90/100 d.C. el evangelio de Juan  reinterpretó esa historia en una página admirable  , diciendo que el tema de fondo no era militar, ni siquiera político, en sentido estricto, ni económico. El tema era la verdad, como en USA en las elecciones, en Palestina/Israel en la guerra mesiánica sin fin, y lo mismo en la Iglesia, y  en la política actual de España, con el resto de Europa, Asia y América. El primer muerto en toda guerra es la verdad.

 Domingo de Cristo rey. Jn 18, 33-37. Poncio Pilato, Representante del Rey/Emperador de Roma, le pregunta: ¿Tú eres Rey? Y Jesús contesta: Lo soy. Por eso he nacido y para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad (Jn 18, 37).

Significativamente, este pasaje (para eso he venido, para dar testimonio de la verdad) es el primer texto conservado del NT, en un papiro llamado Rylands 52, como seguiré contando.  Puede ser casualidad o providencia, pero es cierto. Estamos en riesgo de que muera totalmente la verdad. Son, puede ser, los últimos tiempos.

El reino de Jesús es la verdad

Jesús identifica así el Reino de Dios con la Verdad, en sentido pleno: Personal y social, material y espiritual, económico, político y religioso. Que cesen y acaben las mentiras y ocultamientos, de personas y pueblos, de iglesias y personas… de forma que cada uno se abra de un modo transparente ante los otros.

En ese sentido, Jesús es Rey, porque viene a dar testimonio de la verdad…,no de una verdad metafísica o teológica separada de la Vida, sino de la misma vida como transparencia de amor, en comunión de todos y con todos, de la misma vida como verdad.

Jesús es Rey (y todos podemos ser en él y con él reyes), siendo en verdad lo que somos, en gesto de transparencia, que es amor mutuo, conocimiento compartida, sin armas, sin secretos militares, sin dineros escondidos…Ésta es la fiesta de la Iglesia, la fiesta de la Verdad.

No se trata de decir que Jesús es la verdad y vivir después en un tipo de mentira estructural  organizada… Se trata, simplemente, de vivir en verdad:-– Verdad que es transparencia afectiva y personal, sin secretismos de ningún tipo… Se trata de ser lo que somos, de no tener miedo, de vivir en trasparencia, en salud expansiva, pues la verdad cura (en el tema de la pederastia, en el tema del dinero, en el tema del poder…).

La primera palabra de Jesús. Ésta es, significativamente, la primera palabra de Jesús (y del Nuevo Testamento) que se ha conservado hasta hoy, escrita en un pequeño papiro que se encontró en Egipto en los años 20 del siglo pasado y que y que se conserva en una biblioteca de Manchester, con el nombre de P. J. Rylands 52. Está escrito en la letra llamada “adriánica” (del tiempo de Adriano) y se debió escribir hacia el año 140 d.C. Ofrezco aquí el texto central, con imagen del papiro, quizá el mayor tesoro de la literatura cristiana primitiva:

En ese sentido, Jesús es Rey, porque viene a dar testimonio de la verdad…, pero no de una verdad  separada de la Vida, sino de la misma vida como transparencia de amor, en comunión de todos y con todos. Jesús es Rey (y todos podemos ser en él y con él reyes), siendo en verdad lo que somos, en gesto de transparencia, que es amor mutuo, conocimiento compartido, sin armas, sin secretos militares, sin dineros escondidos…

Ésta es la fiesta de Cristo Rey, la fiesta de la Verdad. No se trata de decir que Jesús es la verdad y vivir después en un tipo de mentira jerárquica organizada, sino de vivir en verdad Verdad que es transparencia afectiva y personal, sin secretismo y engaño

Ésta es como he dicho a primera palabra de Jesús (y del Nuevo Testamento) que se ha conservado hasta hoy, escrita en un pequeño papiro que se encontró en Egipto en los años 20 del siglo pasado y que y que se conserva en una biblioteca de Manchester, con el nombre de P. J. Rylands 52.

Está escrito en la letra llamada “adriánica” (del tiempo de Adriano) hacia 140 d.C. Ofrezco aquí el texto central, con imagen del papiro, quizá el mayor tesoro de la literatura cristiana primitiva:

“Soy Rey. Para eso he nacido y para eso he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad”

Así dice el primer papiro conservado del NT:

ΒΑΣΙΛΕΥΣ ΕΙΜΙ ΕΓΩ ΕΙΣ ΤΟΥΤΟ ΓΕΓΕΝΝΗΜΑΙ ΚΑΙ ΕΙΣ ΤΟΥΤΟ ΕΛΗΛΥΘΑ ΕΙΣ ΤΟΝ ΚΟΣΜΟΝ ΙΝΑ ΜΑΡΤΥΡΗΣΩ ΤΗ ΑΛΗΘΕΙΑ

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  En un contexto como aquel, obsesionado por pecados, faltas e impurezas, en un tiempo en que el templo de Jerusalén funcionaba como máquina de expiación y purificaciones, al servicio de la remisión de los pecados, Jesús vino a presentarse como un hombre a quien Dios mismo había enviado para dar testimonio de la verdad, anunciar así un Reino en el que todos los hombres y mujeres serían “reyes”, seres libres, abiertos a Dios por la verdad.

Ciertamente, Jesús utilizó la imagen del Reino de Dios, presentándose implícitamente como servidor y testigo de ese Reino, esto es, de Dios como Rey pero no en sentido de dominio económico, social o militar, sino de servicio mutuo, ofreciendo a los hombres el testimonio de la verdad de Dios y del sentido de la vida.

Por eso no vino anunciando una guerra apocalíptica, ni la destrucción de los perversos, sino sembrando humanidad, desde Galilea, ofreciendo a los enfermos, marginados y pobres la Palabra, pues otros se habían apropiado de ella, dejándoles sin nada, sin riqueza ni semilla humana. Quiso así que todos fueran reyes, en un Reino fundado en la verdad de Dios y en la fraternidad entre los hombres. Jesús no sabía de antemano la forma en que vendría ese Reino en concreto (ni en qué día), pero estaba seguro de que había comenzado a revelarse, y que culminará muy pronto, desde Galilea, transformando a los artesanos y pobres, a los expulsados y enfermos de las aldeas de su tierra, que se convertirán en portadores de la Verdad de Dios, desde Galilea.

No quiso ni pudo evocar sus detalles, pero estaba convencido de que el Reino estaba viniendo a través de los campesinos, artesanos y pobres, a quienes él concibió como portadores de la verdad de Dios, para culminar así la obra de la creación (Gen 1). No fue a las ciudades mayores de Galilea (Séforis, Tiberíades) o de su entorno helenista (Tiro, Escitópolis, Gadara, Gerasa, Damasco), pues, aunque en ellas había muchos pobres, su núcleo dominante se hallaba pervertido, al servicio del poder.

Así inició su marcha de Reino entre las aldeas de Galilea, con la certeza de que Dios le enviaba a recoger y transformar a las “ovejas perdidas” (cf. Mt 10, 6), para iniciar con ellas un movimiento al servicio de la Verdad de Dios (que es el Reino), para Israel y para la humanidad entera.

  . Ciertamente, en un sentido, la llegada del Reino será como relámpago que alumbra y transforma de pronto el espacio y tiempo de los hombres. Pero en otro ha de entenderse como resultado de un proceso que habían puesto en marcha los profetas y que Jesús ha ratificado y acelerado con su vida, siendo testigo de la verdad de Dios. El reino viene con la Verdad, el Reino de Dios es la verdad del ser humano

Jesús no fue inventor de empresas productoras, ni organizó nuevos mercados laborales, como los que estaban imponiendo en aquel tiempo los magnates de Galilea, ni fue promotor de una alternativa política, pero hizo algo mucho más profundo y duradero:

Inició desde (con) los pobres (enfermos, excluidos) de su entorno un camino de humanidad, es decir, de verdad , siendo así testigo de la verdad de Dios y de su vida entre los hombres. No fue pensador erudito como Filón de Alejandría (maestro de filósofos), ni profeta político como Josefo (que al fin pactó con el poder establecido), sino hombre de pueblo, que conocía por experiencia el sufrimiento de los hombres, sabiendo que la historia de Israel (y el mundo) no podía seguir manteniéndose en su dinámica actual de imposición y violencia (mentira)… . Así respondió a Pilato diciéndole que «su reino no era (= no provenía) de las fuerzas de este mundo dominado por la mentira estructural de la política y la economía dominante.

Jesús aparece y actúa como testigo de la verdad, frente a Pilatos y frente a los sacerdotes de Jerusalén, que le acusan ante Pilato, porque también ellos tienen que apelar a la mentira para mantenerse en el poder. Jesús sólo quiere el Reino de la vida del Hombre y su Verdad, de los hombres y mujeres en verdad de amor y vida.

Por eso no pudo triunfar externamente  en un mundo de mentira y violencia, dominado por políticos y militares… por sacerdotes  de la mentira organizada Pero de esa forma él ha podido quedar y queda como testigo y portador de la verdad entre los hombres, como signo y representante del Dios de la verdad, es decir, de una humanidad reconciliada y fraterna.

Juan Bautista había sido  profeta de juicio   y así pensaba que este mundo debía pasar por el fuego (siendo destruido por el hacha y huracán), a fin de que surgiera después otro distinto, para un “resto”, un grupo pequeño de liberados (Mt 3, 1-10 par). Jesús no quiso anunciar el juicio, ni ofrecer la salvación sólo a unos pocos (un resto de salvados), sino que inició un programa de liberación por la verdad, anunciando y preparando así la llegada del Reino de Dios para todos los que buscan y aceptan la verdad (cf. Mc 1, 14-15).

       La respuesta de Juan era más fácil: Dios había fracasado con el mundo y debía destruirlo, para crear después uno distinto (con los limpios, ya purificados). Jesús, en cambio, se atrevió a pregonar la presencia y acción creadora de Dios en ese mismo mundo que parecía condenado, para crear de esa manera un Reino distinto, fundado en la verdad, desde los pobres y excluidos.

Jesús, en cambio, vino simplemente a decir la verdad, la verdad de cura, que transforma, que sana.  Ciertamente, Jesús utilizó la imagen del Reino, pero no en sentido de dominio económico, social o militar, sino de servicio mutuo, ofreciendo a los hombres el testimonio de la verdad de Dios y del sentido de la vida. Por eso no vino anunciando una guerra apocalíptica, ni la destrucción de los perversos, sino sembrando humanidad, desde Galilea, ofreciendo la Palabra a los enfermos, marginados y pobres, pues otros se habían apropiado de ella, dejándoles sin nada, sin riqueza ni semilla humana. Quiso así que todos fueran reyes, en un Reino fundado en la verdad de Dios y en la fraternidad entre los hombres.

No sabía de antemano la forma en que vendría ese Reino en concreto (ni en qué día), pero estaba seguro de que había comenzado a revelarse, y que culminará muy pronto, desde Galilea, transformando a los artesanos y pobres, a los expulsados y enfermos de las aldeas de su tierra, que se convertirán en portadores de la Verdad de Dios, desde Galilea. No quiso ni pudo evocar sus detalles, pero estaba convencido de que el Reino estaba viniendo a través de los campesinos, artesanos y pobres, a quienes él concibió como portadores de la verdad de Dios, para culminar así la obra de la creación (Gen 1). No fue a las ciudades mayores de Galilea (Séforis, Tiberíades) o de su entorno helenista (Tiro, Escitópolis, Gadara, Gerasa, Damasco), pues, aunque en ellas había muchos pobres, su núcleo dominante se hallaba pervertido, al servicio del poder.

Así inició su marcha entre las aldeas de Galilea, con la certeza de que Dios le enviaba a recoger y transformar a las “ovejas perdidas” (cf. Mt 10, 6), para iniciar con ellas un movimiento al servicio de la Verdad de Dios (que es el Reino), para Israel y para la humanidad entera.

 Jesús no fue inventor de empresas productoras, ni organizó nuevos mercados laborales, como los que estaban imponiendo en aquel tiempo los magnates de Galilea, ni promotor de una alternativa política, pero hizo algo mucho más significativo: Inició desde (con) los pobres (enfermos, excluidos) de su entorno un camino de humanidad, es decir, de Reino de Dio,  siendo así testigo de la verdad de Dios y de su vida entre los hombres.

No fue pensador erudito como Filón de Alejandría (maestro de filósofos), ni profeta político como Josefo (que al fin pactó con el poder establecido), sino hombre de pueblo, que conocía por experiencia el sufrimiento de los hombres, sabiendo que la historia de Israel (y el mundo) no podía mantenerse ya en su dinámica actual de imposición y violencia (mentira)… Por eso, sabiendo que Dios es mayor que el pecado de los hombres y que había decidido cumplir sus promesas, proclamó y preparó la llegada y triunfo de su Verdad, que es el Reino.

Jesús no quiso hacerse rey militar, pues la violencia pertenece al nivel de los poderes de un mundo donde la verdad se encuentra pervertida por la mentira  de los poderosos.  Jesús quiso ser Rey, pero de forma que todos fueran reyes, testigos de la verdad. Asi respondió a Pilato diciéndole que «su reino no era (=no provenía) de las fuerzas de este mundo». Pilato sólo conoce un Reino que se funda en la espada y la mentira oficial del imperio (cf. Rom 13, 1-7; Ap 13) que se apoya y defiende con las armas, de manera que la verdad como tal resulta secundaria, preguntando a Jesús ¿qué es la verdad?  para marcharse sin esperar una respuesta(cf. Jn 18, 38a).

 Jesús, en cambio, no quería más Reino que la vida del Hombre en la Verdad. Por eso, en el caso de que él hubiera triunfado externamente (¡por un milagro de Dios!) Jesús no habría actuado como rey político o militar, en el sentido usual del término; no habría tomado el poder, ni se habría convertido en emperador o regente político, sino que se presentaría como testigo y portador de la verdad de Dios entre los hombres, presentándose como signo y representante del Dios de la verdad, es decir, de una humanidad reconciliada y fraterna.

Nos faltan modelos para imaginar este reinado de Jesús, pues nuestras categorías mentales y sociales se encuentran marcadas por dinámicas de poder militar, político o sagrado. Pero el evangelio de Juan ha trazado el perfil fundamental de su reinado, diciendo que Jesús ha venido a “dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37), una verdad que no sería como la de aquellos sabios platónicos que se imponían sobre militares y trabajadores (como se dice en la República), sino una verdad de amor compartido, desde los más pobres.

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Fiesta de Cristo Rey. Domingo 34 Ciclo B.

Domingo, 24 de noviembre de 2024

IMG_8699Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

No se trata de una fiesta muy antigua, la instituyó Pío XI. Para comprender por qué lo hizo hay que recordar la fecha de la institución: 1925. La Primera Guerra Mundial ha terminado hace siete años. Alemania, Francia, Italia, Rusia, Inglaterra, Austria, incluso los Estados Unidos, han tenido millones de muertos. La crisis económica y social posterior fue tan dura que provocó la caída del zar y la instauración del régimen comunista en Rusia en 1917; la aparición del Fascismo en Italia, con la marcha sobre Roma de Mussolini en 1922, y la del nazismo, con el Putsch de Hitler en 1923. Mientras en los Estados Unidos se vive una época de euforia económica, que llevará a la catástrofe de 1929, en Europa la situación de paro, hambre y tensiones sociales es terrible.

            Ante esta situación, Pío XI no hace un simple análisis socio-político-económico. Se remonta a un nivel más alto, y piensa que la causa de todos los males, de la guerra y de todo lo que siguió, fue el “haber alejado a Cristo y su ley de la propia vida, de la familia y de la sociedad”; y que “no podría haber esperanza de paz duradera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de Cristo Salvador”. Por eso, piensa que lo mejor que él puede hacer como Pontífice para renovar y reforzar la paz es “restaurar el Reino de Nuestro Señor”. Las palabras entre comillas las he tomado del comienzo de la encíclica Quas primas, con la que instituye la fiesta.

            La posible objeción es evidente: ¿se pueden resolver tantos problemas con la simple instauración de una fiesta en honor de Cristo Rey?, ¿conseguirá una fiesta cambiar los corazones de la gente? Los cien años que han pasado desde entonces demuestran que no.

            Por eso, en 1970 se cambió el sentido de la fiesta. Pío XI la había colocado en el mes de octubre, el domingo anterior a Todos los Santos. En 1970 fue trasladada al último domingo del año litúrgico, como culminación de lo que se ha venido recordando a propósito de la persona y el mensaje de Jesús.

            Ahora, la celebración no pretende primariamente restaurar ni reforzar la paz entre las naciones sino felicitar a Cristo por su triunfo. Como si después de su vida de esfuerzo y dedicación a los demás hasta la muerte le concedieran el mayor premio.

Las lecturas

            La primera lectura, de Daniel, anuncia el triunfo del Hijo del Hombre, que recibe el poder y la gloria.

Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia el anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás. 

            La segunda, del Apocalipsis, llama a Jesús “Príncipe de los reyes de la tierra”. Pero no se considera por encima de nosotros ni lejos de nosotros. “Nos ama y nos ha lavado con su sangre”, y nos hace compartir su dignidad convirtiéndonos en un “reino de sacerdotes”. Tras la desaparición de la monarquía judía, esta expresión significaba que el pueblo estaría regido por sacerdotes. El Apocalipsis lo enfoca de manera distinta: no exalta el poder de los sacerdotes, sino el carácter sacerdotal del pueblo de Dios.

Y de parte de Jesucristo, el Testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos. Amén. Mirad, que viene acompañado de nubes; todo ojo le verá, hasta los que le traspasaron, y por él harán duelo todas las razas de la tierra. Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso

            La tercera, del evangelio de Juan, ofrece una visión más crítica de la realeza. Es un auténtico interrogatorio, en el que Pilato formula cuatro preguntas; pero Jesús no es un acusado que se limita a responder. A la primera pregunta responde con otra pregunta casi insultante para un prefecto romano. A la segunda, “¿Qué has hecho?”, tampoco responde. Se remonta a la pregunta inicial de Pilato sobre si es el rey de los judíos, y se expresa de forma tan desconcertante, hablando de “un reino que no es de aquí”, que a Pilato no le quedan las ideas claras. Su pregunta final no es “¿Eres tú el rey de los judíos?”, sino “¿Luego tú eres rey?”. La dimensión nacionalista desaparece; lo importante es la realeza misma de Jesús. Después de lo anterior, lo lógico sería que Jesús se limitase a responder: “Sí, soy rey”. En cambio, añade algo absolutamente nuevo: no ha venido a gobernar, ni a recibir honor y gloria, sino a dar testimonio de la verdad. Si recordamos que él es “el camino, la verdad y la vida”, Jesús ha venido a dar testimonio de sí mismo, a darse a conocer, a demostrar a la gente que “tanto amó Dios al mundo, que le dio a su hijo unigénito”. Un testimonio por el que lo acusarán de blasfemo y que, entre otros motivos, le costará la vida.

Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo:  – “¿Eres tú el Rey de los judíos?”

Respondió Jesús:  + “¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?”

Pilato respondió: -“¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?”

Respondió Jesús: + “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí.”

Entonces Pilato le dijo:  – “¿Luego tú eres Rey?”

Respondió Jesús + “Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.”

Reflexión personal

         Generalmente esperamos de la homilía que nos ilumine y nos anime a ser mejores, a vivir de acuerdo con la enseñanza y el ejemplo de Jesús. Y esto es esencial si tenemos en cuenta las últimas palabras del evangelio: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pero la fiesta de Cristo Rey nos invita también a felicitar, dar la enhorabuena a quien tanto ha hecho por nosotros.

Al mismo tiempo, el sentido primitivo de la fiesta encaja perfectamente con la situación que vivimos hoy de problemas sociales, políticos y económicos. No podemos ser ingenuos en las soluciones, pero tampoco podemos negarle la razón a Pío XI: si el mundo viviese de acuerdo con el evangelio, otro gallo nos cantaría.

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Jesucristo Rey del Universo. Último Domingo del Tiempo Ordinario. 24 de Noviembre de 2024

Domingo, 24 de noviembre de 2024

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“Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.”

(Jn 18, 33-37)

Jesús es Rey. Hoy celebramos precisamente eso: Jesucristo Rey del Universo. Pero hay que reconocer que después de tantos reyes (¡y de tantos tiranos!) la imagen de rey no nos cae simpática. Tampoco los gobernantes nos ofrecen una imagen en la que apoyarnos.

Vivimos un cambio de época en el que las instituciones y los organismos de poder se encuentran en crisis, algo que sucede en la historia con una rítmica periodicidad.

El poder tiende a convertir a todos en lo mismo. Da exactamente igual si uno llega al poder por heredar un apellido o por aclamación popular, una vez en el poder se sucumbe al propio bienestar y al de los más cercanos. Pasa con los grandes poderes y pasa con los pequeños.

Tal vez por eso Jesús se apartó siempre del poder. Cuando las multitudes quieren proclamarlo rey él se aparta. Él había venido para servir. Parece que el único antídoto contra la tiranía es precisamente el servicio al estilo de Jesús.

Pero no nos engañemos, el servicio es desagradable. Ponerse a los pies de los demás facilita el ser pisoteado. Y también se corre el peligro de caer en el servilismo que denigra.

El camino que recorre Jesús es estrecho y poco claro. Caminar tras sus huellas es decidirse a dejarse confrontar continuamente.

El mismo Jesús se pasa medio evangelio “retirándose a orar”. Jesús se hizo ser humano y pasó por las mismas dudas y las mismas tentaciones que pasamos todas las personas.

Su reinado estaba al servicio de la verdad. Y la verdad suele ser siempre más amplia. Nuestros puntos de vista, nuestra claridad meridiana suelen palidecer cuando se descubre la verdad. La verdad no se deja poseer por una sola persona. Al contrario, se reparte. Todas tenemos algo de verdad. El problema es creer que esa pequeña verdad que tenemos es la verdad completa. Ese es el principio de la tiranía y del fanatismo.

Oración

¡Que venga tu reino, Trinidad Santa! Ábrenos la mente para que podamos reconocer que Tu Verdad es siempre más amplia de lo que alcanzamos a ver.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Jesús no nos llama a reinar con Él, sino a servir como Él sirvió.

Domingo, 24 de noviembre de 2024

lavatorio-5DOMINGO 34º (B) CRISTO REY

Jn 18,33-37

Es muy importante que tengamos una pequeña idea del momento y el por qué motivo se instituyó esta fiesta. Fue Pío XI en 1925, cuando la Iglesia estaba perdiendo su poder y su prestigio acosada por la modernidad. Con esta fiesta se intentó recuperar el terreno perdido ante un mundo secular, laicista y descreído. En la encíclica se dan las razones para instituir la fiesta: “recuperar el reinado de Cristo y de su Iglesia”. Para un Papa de aquella época, era inaceptable que las naciones hicieran sus leyes al margen de la Iglesia.

Ha sido para mí una gran alegría y esperanza el descubrir en una homilía sobre esta fiesta del papa Francisco, una visión mucho más de acuerdo con el evangelio. Pio XI habla de recuperar el poder de Cristo y de su Iglesia. El papa Francisco habla, una y otra vez, de Jesús y su Iglesia poniéndose al servicio de los más desfavorecidos. No se trata de un cambio de lenguaje sino de la superación de la idea de poder en el que la Iglesia ha vivido durante tantos siglos. El cambio debía ser aceptado y promovido por todos los cristianos.

El contexto del evangelio que hemos leído es el proceso ante Pilato, a continuación de las negaciones de Pedro, donde queda claro, que Pedro ni fue rey de sí mismo ni fue sincero. Es muy poco probable que el diálogo sea histórico, pero nos está transmitiendo lo que una comunidad muy avanzada de finales del s. I pensaba sobre Jesús. Dos breves frases puestas en boca de Jesús nos pueden dar la pauta de reflexión: “mi Reino no es de este mundo”, “para eso he venido, para ser testigo de la verdad”, no para ser más que nadie.

Lo que está diciendo Juan en su evangelio es que Jesús está hablando de la autenticidad de su ser. Falso es todo aquello que aparenta ser lo que no es. Nuestro ego es falso porque se fundamenta en apariencias equivocadas. Ser Verdad es ser lo que somos sin falsearlo y lo que somos está más allá de lo que creemos ser (nuestro ego individual). El objetivo de tu vida es descubrir tu verdadero ser y manifestarlo en todo momento.

¿Qué significa un Reino que no es de este mundo? Se trata de una expresión que no podemos “comprender” porque todos los conceptos que podemos utilizar son de este mundo. ¿En qué estamos pensando los cristianos cuando, después de estas palabras, nombramos a Cristo rey, no solo del mundo sino del universo? Con el evangelio en la mano es muy difícil justificar el poder absoluto que la Iglesia ha ejercido durante siglos. Tal como lo entendemos, Jesucristo Rey es lo más contrario al evangelio que predicó.

Tal vez encontremos una pista en la otra frase: he venido para ser testigo de la verdad”. Pero solo si no entendemos la verdad como verdad lógica (adecuación de una formulación racional a la realidad) sino entendiéndola como verdad ontológica, es decir, como la adecuación de un ser a lo que debe ser según su naturaleza. Jesús siendo auténtico, siendo verdad, es verdadero Rey. Pero lo que le pide su verdadero ser (Dios) es ponerse al servicio de todo aquel que le necesite, no imponer nada a los demás.

No se trata de morir por defender una doctrina. Se trata de morir por el hombre. Se trata de dar testimonio de lo que es el hombre. El “Hijo de hombre” nos da la clave para entender lo que pensaba de sí mismo. Se considera el hombre auténtico, el modelo de hombre, el hombre acabado. Su intención es que todos lleguen a identificarse con él. Jesús es la referencia para el que quiera manifestar la verdadera calidad humana.

Pilato saca afuera a Jesús y dice a la multitud: Este es el hombre”. Jesús no solo es el modelo de hombre y exige a sus seguidores que responden al modelo que ven en él. Jesús dice: soy rey, no: soy el rey. Indicando así que todo el que se identifique con él, será también rey. Esa es la meta que Dios quiere para todos los seres humanos. Rey de poder solo puede haber uno. Reyes somos todos en la medida que seamos servidores.

Cuando los hebreos (nómadas) entran en contacto con la gente que vivía en ciudades, descubren las ventajas de aquella estructura social y piden a Dios un rey. Los profetas lo interpretaron como una traición (el único rey de Israel es Dios). El rey era el que cuidaba de una ciudad o un pequeño grupo de pueblos. Era responsable del orden; les defendía de los enemigos, se preocupaba de los alimentos, impartía justicia… El Mesías esperado siempre respondió a esta dinámica. Los seguidores de Jesús no aceptaron un cambio tan radical.

Solo en este contexto podemos entender la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios. Sin embargo, el contenido que él le da es más profundo. En tiempo de Jesús, el futuro Reino de Dios se entendía como una victoria del pueblo judío sobre los gentiles y una victoria de los buenos sobre los malos. Jesús predica un Reino de Dios del que nadie va a quedar excluido. El Reino que Jesús anuncia no tiene nada que ver con las expectativas de los judíos de la época. Por desgracia tampoco tiene nada que ver con las expectativas de los cristianos hoy.

Jesús, en el desierto, percibió el poder como una tentación: “Te daré todo el poder de estos reinos y su gloria”. En Juan, después de la multiplicación de los panes, la multitud quiere proclamarle rey, pero él se escapa a la montaña, él solo. Toda la predicación de Jesús gira entorno al “Reino”; pero no se trata de un reino suyo, sino de Dios. Jesús nunca se propuso como objeto de su predicación. Es un error confundir el Reino de Dios con el reino de Jesús. Mayor disparate es querer identificarlo con la Iglesia, que es lo que pretendió la fiesta.

La característica fundamental del Reino predicado por Jesús es que ya está aquí, aunque no se identifica con las realidades mundanas. No hay que esperar a un tiempo escatológico, sino que ha comenzado ya. “No se dirá, está aquí o está allá, porque mirad: el reino de Dios está entre vosotros”. No se trata de preparar un reino para Dios, se trata de un reino que es Dios. Cuando decimos “reina la paz”, no estamos diciendo que la paz tenga un reino. Se trata de hacer presente a Dios entre nosotros, descubriendo que debemos ser para los demás.

Cualquier connotación que el título tenga con el poder, tergiversa el mensaje de Jesús. Una corona de oro en la cabeza y un cetro de brillantes en las manos, son mucho más denigrantes que la corona de espinas y la caña. Si no descubrimos esto, es que estamos proyectando sobre Jesús nuestros propios anhelos de poder. Ni el “Dios todopoderoso” ni el “Cristo del Gran Poder” tienen absolutamente nada que ver con el evangelio.

Jesús nos dijo: el que quiera ser primero, sea el último y el que quiera ser grande, sea el servidor. Ese afán de identificar a Jesús con el poder y la gloria es una manera de justificar nuestro afán de poder. Nuestro yo, sostenido por la razón, no ve más futuro que potenciarse al máximo. Como no nos gusta lo que dice Jesús, tratamos por todos los medios de hacer le decir lo que a nosotros nos interesa. Eso es lo que siempre hemos hecho con la Escritura.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El Dios crucificado.

Domingo, 24 de noviembre de 2024

Lectio-Divina-verdad-1200x800Jn 18, 33-37

«Sí, como dices, soy rey … pero mi reino no es de este mundo»

Jesús será rey en la medida en que sus criterios reinen en el mundo, pero si nosotros, sus seguidores, no nos comprometemos con la tarea de proclamarlos, dejará de reinar y su puesto será ocupado por otros reyes deseosos de convertirnos en sus siervos.

Esos reyes son el dinero, el consumo, la comodidad, la indiferencia, la banalidad, la falta de compromiso, el egoísmo, la envidia, la avaricia, la explotación, la violencia… Y son reyes peligrosos porque nos someten a esclavitud y nos impiden avanzar; porque nos invitan a instalarnos aquí, en la Tierra, y olvidar nuestro destino; porque le arrebatan el sentido a nuestra vida; porque conducen a la humanidad a un lugar sombrío que no está a la altura de nuestra condición ni de nuestras esperanzas.

«Yo para eso he nacido y para eso he venido al mundo»Jesús viene a liberarnos de esos reyezuelos que nos tiranizan, pero es crucificado y su obra queda inacabada. No importa, todavía quedamos nosotros, sus seguidores, y, para completarla, nos envía por todo el mundo a proclamar su Reino; a proclamar sus criterios de vida: «Cómo el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros». Jesús se había comprometido con la misión que el Padre le había encomendado hasta el punto dar la vida por ella. Ahora nos tocaba a nosotros coger el relevo.

Pero quizá por pereza, o por complejo, o por miedo a ser crucificados por una sociedad que no admite discrepantes, hemos optado mayoritariamente (salvo minorías heroicas comprometidas) por cuestionar la vigencia de la misión y la hemos abandonado. El resultado es que nuestros nietos apenas conocen a Jesús, y que esa cadena de transmisión de la Palabra que ha durado 20 siglos está a punto de quebrar; justo por nuestro eslabón. Nosotros recibimos un regalo inestimable de nuestros padres, Jesús, y no hemos creído oportuno legárselo a nuestros hijos. Y es que nosotros, la Iglesia, estamos tan ocupados en nuestras cosas, que no nos queda tiempo ni ganas para dedicarlo a trabajar por el Reino.

Es frecuente escuchar que la Iglesia no es capaz de seguir el ritmo al que avanza la sociedad, y esto, como concepto, es un disparate soberano, pues los cristianos estamos llamados a ser la vanguardia que marque el rumbo; no desde el poder, claro, sino al estilo de Jesús; desde abajo, desde dentro, desde el servicio, como la semilla, como la levadura… Jesús fue vanguardia radical y produjo escándalo, y lo crucificaron, pero nosotros estamos tan cómodos en el mundo, tan preocupados por merecer su aplauso, que nos resulta imposible ser vanguardia de nada y nos conformamos con no perder contacto con el pelotón de cabeza.

«Vosotros sois la sal de la Tierra, pero si la sal se vuelve insípida…».

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿Qué es la verdad?

Domingo, 24 de noviembre de 2024

cd01e3397f71b6db586fbddd31f19e19-catholic-art-spiritualityJn 18, 33-37

24 de noviembre de 2024

La iglesia celebra este domingo el final del año litúrgico con la fiesta de Cristo Rey. Hay que remontarse a Pio XI, en 1925, para descubrir el origen de ésta. En un mundo agitado tras la Primera Guerra mundial y las consecuencias dramáticas de la misma, parece que se ha olvidado de Cristo. Argumenta como causa el crecimiento de un ateísmo que comienza a ganar terreno en las conciencias. Quizá no resulta muy inspirador este origen para celebrar el profundo calado de esta fiesta, pero Pablo VI reconduce la festividad trascendiendo su significado y ya solo para el ámbito de la fe.

No sé si tiene mucho sentido en los tiempos que corren mostrar a Jesús de Nazaret como un Rey que funda un imperio para luchar contra el ateísmo. De hecho, en el diálogo que Jesús mantiene con Pilato, le insiste en que su reino no es de este mundo, es decir, no está presente en nuestras categorías humanas. No es el ateísmo el mal de este mundo, no, es, más bien, el negacionismo de todo aquello que atenta contra la dignidad más profunda de cada ser humano, es decir, su valía como ser humano que es la esencia de ese reinado al que se refiere.

Jesús y Pilato mantienen una interesante conversación en el marco de un juicio político que deriva en una dialéctica filosófica sobre la verdad en la que Jesús ya tiene clara su misión; Según este escrito joánico ha venido a dar testimonio de la Verdad – alētheia- que no parece ser una larga lista de argumentos y razones con la intención de vencer y convencer a otra posición. Más bien, la verdad más honda del ser humano tiene su raíz en ese espacio interior, habitado y dónde estamos conectados unos con otros a través de la Fuente que nos iguala. Testimoniar la verdad se aproxima más a desvelar lo oculto, a ser transparente y dejar brotar, sin coacciones, influencias, estereotipos y dogmas, la auténtica esencia que somos.

La Verdad, según Jesús, tiene mucho que ver con la escucha a una voz interior, la voz de la conciencia que nace de nuestro ser libres, no la conciencia moral que divide el bien y el mal, sino la conciencia que reconcilia todo, lo bueno y lo malo bajo la fuerza del Amor Universal. Por eso, todo el que ama la verdad escucha mi voz, así cierra Jesús sus palabras con el Procurador quien lanza una pregunta que no es respondida ¿Qué es la verdad?

A nosotr@s nos toca abrazar esa verdad en una búsqueda incesante de lo que realmente da sentido a la existencia humana. La propuesta de Jesús es clara: si le llamamos Rey no es para situarnos en una élite religiosa que nos separe de la vida real. Reconocer su Reinado tiene mucho que ver con la puesta en marcha de un nuevo modo de vivir, de mirar, de pensar, de actuar, de comunicar, en base a los grandes valores que definen el cristianismo en su misma esencia: las Bienaventuranzas; Necesitamos que en nuestro mundo reine la limpieza de corazón, la solidaridad, la justicia, el servicio, la coherencia, la paz, la sanación, la valentía, la liberación de todo aquello que nos retiene como seres apáticos, desmotivados y egocéntricos tanto en lo personal como en lo institucional.

Que la fiesta de Cristo, Rey del Universo, sea una oportunidad para conectar con este Reinado que trasciende lo humano, pero que impacta en el aquí y ahora en formato de igualdad de derechos y de reconocimiento de la dignidad de tod@s. ¿No es esta la verdad de Jesús?

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Humildes ante la verdad.

Domingo, 24 de noviembre de 2024

IMG_8631Fiesta de «Cristo Rey»

24 noviembre 2024

Jn 18, 33-37

Cuando, en nuestra ignorancia, identificamos la verdad con un concepto o una creencia, llegamos al absurdo de pensar que ser “testigos de la verdad” significa defender de manera tajante nuestra propia postura, en la creencia -autojustificadora e incluso autocomplaciente- de que estamos defendiendo la verdad. En este error de partida es donde encuentran asiento todas las actitudes dogmáticas, fundamentalistas y fanáticas, típicas de quienes se creen en posesión de la verdad. De ahí, el conocido dicho: «Admira a quien busca la verdad y huye de quien dice tenerla».

La verdad nunca puede ser poseída. Lo que poseemos son solo constructos mentales, con frecuencia -aunque sea de manera inconsciente- hechos a nuestra propia medida. Poseemos ideas, creencias, convicciones…, creaciones y proyecciones de nuestra propia mente, según lo que hemos ido recibiendo de otros; en definitiva, conocimientos de segunda mano.

La verdad no solo no se deja atrapar, sino que nos desnuda de todas nuestras pretensiones. Esa es la razón por la que siempre lleva de la mano a la humildad, según el conocido y acertado dicho de Teresa de Jesús: “Humildad es caminar en verdad”.

La verdad nos desnuda porque cuestiona de manera radical todas nuestras construcciones mentales, pone en duda nuestras aparentes seguridades, provoca el silencio de la mente y nos introduce en la sabiduría del “no-saber”, tal como expresó, de forma bella y poética, Juan de la Cruz: Entreme donde no supe / y quedeme no sabiendo / toda ciencia trascendiendo. O como expresara otro gran místico, el turolense Miguel de Molinos, en el siglo XVII: “El vacío, el no-saber, el silencio interior constituyen las bases y cimientos de esta sabiduría de íntimas proporciones”.

La verdad no es algo que nuestra mente puede elaborar -todo lo que sale de la mente, sin excepción, son solo “mapas”-. Y la verdad, de entrada, no tiene que ver con mapas ni conceptos, que conducen al enfrentamiento y, llegado el caso, a la aniquilación de quien no comparte las propias creencias. La verdad es una con la realidad. Nada queda fuera de ella. Escapa a la mente que, incapaz de atrapar la realidad total, se ve abocada a permanecer en el lúcido “no-saber”; la verdad no puede ser pensada, sino vivida. Quien piensa la verdad, corre el riesgo de volverse fanático. Quien la vive, es humilde.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Yo soy rey: Vivimos entre dos eternidades (alfa y omega), no entre dos “nadas”.

Domingo, 24 de noviembre de 2024

icono_cristo_pantocratorDel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

01.- Final del año litúrgico.

Concluimos el curso litúrgico con esta fiesta de honda raigambre bíblica: Xto Señor del universo, si bien como fiesta en el calendario litúrgico es relativamente nueva, ya que la instituyó el papa Pío XI en 1925.

Por otra parte, haremos bien en purificar esta imagen de Cristo rey de toda connotación política.

Hemos escuchado en el evangelio el diálogo “judicial” que Pilatos sostiene con Jesús. El eje del relato de Jesús es su realeza enmarcada en el estilo y criterios propios de la tradición de San Juan.

        La escena tiene un fuerte tono de ironía, muy propia -por otra parte- de este evangelista.

San Juan podía haber presentado a Jesús como rey en otro u otros momentos más brillantes de su vida. Sin embargo Jesús es presentado y proclamado rey en el juicio y cuando va a ser entregado a su ejecución y muerte en la Cruz.

A la pregunta acerca de si “tú eres rey”, Jesús responde que sí, Yo soy Rey, pero su corona es de espinas, su manto de sangre y su trono la cruz… y en el rótulo de condena puesto en la cruz  reza: Jesús nazareno REY de los judíos.

02.- Yo soy rey.

Unas notas previas para centrarnos en Cristo

  1. Muy al estilo del evangelio de San Juan, el encuentro entre Jesús y Pilato, como todo el relato de la pasión según san Juan tiene un ritmo lento, hierático, majestuoso.
  1. Una vez más el evangelista Juan emplea un solemne “Yo soy”, sobre el que está construido todo el evangelio. El evangelista san Juan aplica a Jesús esta expresión: “Yo soy”, o la idea de que Cristo es o nosotros somos en Cristo en más de 50 ocasiones

Jn 4,10-15                              Yo soy el agua viva

Jn 6,35                                   Yo soy el pan de vida.

Jn 8,12                                   Yo soy las luz del mundo.

Jn 10,14                                 Yo soy el buen pastor y conozco las mías.

Jn 11,25                                 Yo soy la resurrección y la vida.

Jn 14,6                                   Yo soy el camino, la verdad y la vida.

Jn 18,5                                   Yo soy: los soldados por tierra…

Jn 18,37                                 Yo soy rey.

        San Juan recoge la expresión “Yo soy” del AT.

        Lo mismo que en tiempos del Éxodo, Dios es: “Yo soy el que soy” y el faraón es un “don nadie”, ahora, ante Pilatos -y ante todos los hombres de poder- Jesús hace suyo este tono (espíritu) vital: Yo soy Rey.

Este modo de construir este evangelio el evangelio de Juan imprime una gran densidad cristológica: Yo soy. Quien es decisivo es Cristo.

        Jesús no hablaba así en su lenguaje habitual. Más bien el modo de hablar de Jesús sería el de los sinópticos: la parábola del hijo pródigo o del buen samaritano, de Lucas, etc.

        El “Yo soy” imprime una gran solemnidad a la comprensión de JesuCristo

03.- O sea que ¿tu eres rey?

        Los judíos en el evangelio de Juan no solamente son una etnia, un pueblo, sino que son una magnitud negativa. Cuando Juan hace alusión a las fiestas judías dice con un cierto distanciamiento: “se celebraba la fiesta, la pascua de los judíos”, no la Pascua cristiana.

        Pues bien, Los judíos son los que entregan a Jesús al poder romano, Pilatos, porque tenían miedo de que Jesús cambiase la mentalidad religiosa del pueblo frente al templo, la ley, los sacerdotes, etc. Y “malponen” a Jesús frente al poder romano, diciendo que Jesús no es amigo del César…

        El poder siempre tiene miedo a perderlo.

        Que Pilato le pregunte a Jesús si es rey tiene, por otra parte, una cierta ironía y retranca más que llamativa. Imaginemos que un pobre hombre, detenido de noche hace unas pocas horas en un huerto, es llevado como reo al tribunal de Estrasburgo o al Capitolio de Washington y le acusan de ser o de hacerse pasar por rey.

        ¿Quién es ese pobre hombre frente a Pilatos, ante Roma, frente al esplendor del Templo?

        Jesús responde que sí, que es rey, pero que su reino no es como los de este mundo. Sí yo soy rey, pero mi reino no es como los de este mundo.

        Los reinados de este mundo se fundamentan en el poder: político, económico, militar y, a veces, -demasiadas- en el poder eclesiástico. Los reyes de este mundo controlan los mercados internacionales. Los reyes de este mundo, las multinacionales controlan todos los mecanismos de poder del mercado: fijan los precios de las materias primas y de los productos, la banca, dominan y dictan sobre los medios de comunicación, sobre la educación. El poder religioso se entromete y domina abusivamente las conciencias de los fieles.

Mi reino ciertamente no es de este estilo.  El señorío, la realeza de Cristo hace referencia a que Él -y los cristianos- no podemos pensar como los reyes de este mundo. Su Reino es de la Verdad. Los reinados de este mundo se fundamentan en el dominio, en el poder, en las armas, en la economía. La realeza de Cristo se fundamenta en la Verdad, en el amor y en el servicio)

        El estilo, el reino de Jesús no es como el de los reyes y poderosos de este mundo.

04.- Yo soy. Ser frente a la nada.

        En estos tiempos de nihilismo (nada) nos hace bien saber que JesuCristo es: “Yo soy”.

        JesuCristo es, es principio y fin.

El momento cultural en el que vivimos es más bien de vacío y un vivir en el suspenso de la nada. Nos angustia la vida, la muerte y el “más allá”, la enfermedad, el pecado, nuestros vacíos.

        Decía Oteiza de los vacíos de sus piedras: los apóstoles de Aránzazu,  las “cajas metafísicas” que esos vacíos los llena solamente Dios…

        No sabemos cómo será el más allá, esperamos -esperanza- que será. Terminaremos en el que es: “Yo soy”.

Ánimo, no temáis, soy yo.

        El Señor  pacifica y serena nuestra existencia.

05.-Título, manto y corona.

        Poco antes, durante la cena de la noche anterior, la Última Cena, Jesús se había quitado el manto de señor para ceñirse la toalla de siervo y lavar los pies de sus discípulos.

Pilatos deja a Jesús en manos de los soldados.  Enseguida lo azotan y le visten de rey con un manto rojo, “el mismísimo” manto que se había quitado la víspera, en la Cena, con sus amigos. Igualmente le ponen una corona de espinas.

Y el título, eso que firman los parlamentarios y ministros al tomar posesión de su dosis de poder, se lo dan a Jesús en la cruz: Jesús nazareno rey de todos (hebreo, latín y griego). Y este es nuestro rey.

Jesús Nazareno, rey de los judíos.

06.- Unidos al Señor, terminamos siendo.

Es también propia de S Juan la escena de la sanación del ciego del templo. Jesús le devuelve la vista (Yo soy la luz). Los del Templo (como siempre) discutían si el ciego curado era la misma persona o se parecía o era otro hombre. Y el que había sido ciego. “Soy yo”.

Es decir, al acercarnos al que es, terminamos siendo como Él.

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“Celebrar a Cristo Rey es vivir el reinado del servicio a los últimos”, por Consuelo Vélez

Domingo, 24 de noviembre de 2024

IMG_8674De su blog Fe y Vida:

En la fiesta de Cristo Rey Jesús contrasta el mundo del creer y del no creer, del reino y del anti reino, del discipulado o del rechazo a la llamada

El Cristo Rey es el que realiza la plenitud del servicio, de la misericordia, de la inclusión

Es tarea de nosotros, como discípulos, testimoniar el verdadero reinado con nuestras palabras y obras. 

Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo:

– ¿Eres tú el Rey de los judíos?

Respondió Jesús:

+ ¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?

Pilatos respondió:

– ¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí ¿Qué has hecho?

Respondió Jesús:

Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos. Pero mi Reino no es de aquí.

Entonces Pilato le dijo:

– ¿Luego tú eres rey?

Respondió Jesús:

+ Si, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz

(Jn 18, 33-37).

Este domingo se concluye el ciclo litúrgico con la festividad de Cristo Rey. Siguiendo el evangelio de Juan -muy distinto de los evangelios sinópticos- va a quedar en evidencia quién es Jesús, por qué se le juzga y porque será crucificado. Conocemos que Pilatos les dijo a las autoridades religiosas judías, cuando le entregaron a Jesús, que lo juzgaran según su Ley, pero ellos adujeron que no podían aplicar la pena de muerte y Jesús era un malhechor (Jn 18, 29-32). Entonces Pilatos entra nuevamente a interrogar a Jesús y el diálogo gira en torno al “reinado, causa civil que podría juzgar Pilato. Pero es ahí donde se devela la diferencia de planos en los que se sitúan. Pilatos habla de los reyes de este mundo y Jesús deja claro que su reinado es distinto. Explícitamente dice que su reino es de paz, de lo contrario hubieran combatido para que no lo apresaran. También dice que su reino es un reino de verdad. En este punto es importante entender que en la Biblia la verdad no es una palabra que se conforma con la realidad sino con la alianza. En ese sentido, la verdad es fidelidad, lealtad, amor. Por lo tanto, lo que revela este interrogatorio es lo que ha estado presente en el evangelio de Juan desde el inicio: creer o no creer en Jesús es el verdadero juicio. Y aquí Jesús se afirma como aquel que esta testimoniando la verdad frente a la cual algunos la aceptan -escuchan su voz- y otros la rechazan.

Es importante entender que al hablar de dos reinos no se está refiriendo al mundo de lo sagrado y de lo profano, o de lo religioso y de lo secular. Jesús no habla de otro mundo distinto al único mundo en que vivimos, sino a la actitud que se toma en ese mundo: la de creer en los valores del reino, la de creer en Él o la de rechazarlo. El mundo de la luz es el reinado de Dios que se comienza a vivir en la historia concreta. El mundo de las tinieblas son los antivalores al reino que también se viven en el aquí y ahora. Jesús contrasta, entonces, el mundo del creer y del no creer, del reino y del anti reino, del discipulado o del rechazo a la llamada.

La fiesta de Cristo Rey, por lo tanto, no significa celebrar a Jesús al estilo de los reyes del mundo, con sus valores, estilos, poder y majestuosidad. El Cristo Rey es el que realiza la plenitud del servicio, de la misericordia, de la inclusión, en otras palabras, de las bienaventuranzas donde los primeros son los pobres y no está lejana la persecución por parte de tantos que no aceptan este actuar de Dios. Lamentable que las imágenes que tenemos de Cristo Rey revelan más la majestuosidad de los reyes de este mundo que el reinado que testimonio Jesús con sus palabras y obras. Es tarea de nosotros, como discípulos, testimoniar el verdadero reinado con nuestras palabras y obras.

(Foto tomada de: https://www.almudi.org/noticias-articulos-y-opinion/16685-jesucristo-se-hizo-pobre-por-nosotros-cfr-2co-8-9)

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“Ir contracorriente”: Cristo Rey (Juan 18, 33-37)

Domingo, 24 de noviembre de 2024

IMG_8226Comentario a la lectura evangélica (Juan 18, 33-37) del XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario.

 

“Pilato dijo a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Jesús respondió: “¿Esto lo dices tú solo, o te lo han dicho otros de mí?”. Hasta el último domingo de este año B, se pueden encontrar ecos del debate sobre la identidad de Jesús en los pasajes de Marcos y Juan. ¿Quién es Jesús? Muchos se han preguntado esto. Algunos, principalmente opositores, tuvieron el coraje de formular la pregunta directa. Por mi parte, simplemente observo que hablar de él es más fácil que interrogarlo y sobre todo cuestionarse sobre él. Las cosas de la vida pasan, los días se suceden, los compromisos y las tareas se acumulan sobre compromisos y tareas. Ciertas preguntas corren el riesgo de no ser expresadas y quedar sin respuesta; para luego resurgir, aunque sólo sea por unos momentos, en momentos “capitales“.

El tema de este domingo es el de la realeza, que las Escrituras asocian con el del sacerdocio. El trono del Rey, la Cruz, es evidentemente también un altar.

La segunda lectura del Apocalipsis añade un tercer elemento clave: el real sacerdocio no es exclusivo del primogénito, sino que pertenece a todos. Nos ha hecho un reino, sacerdotes para su Dios y Padre. A lo largo de nuestra vida, “reinando“, hacemos un sacrificio de alabanza. Reinando. Dicho así, parece una palabra grande, si pensamos en las comodidades del trono, la arbitrariedad y las ambiciones del poder autocrático. En realidad, todos esperamos conocer bien la forma más noble de reinado: el ejercicio de la responsabilidad. Somos reyes, como guardianes que nos cuidan y nos hacen crecer; reyes jardineros. Crecemos asumiendo responsabilidad en las cosas cotidianas, la familia, el trabajo; crecemos haciendo las cosas bien (llenando los cántaros hasta el borde, como nos invita el Señor), con amor. Crecemos permaneciendo en nuestro lugar, incluso cuando nos sentimos incómodos (al pie de una cruz), continuando sirviendo incluso cuando nuestras energías están bajas. Hacemos crecer a los demás incluso amando la vida en nosotros mismos.

Algunos también son capaces de ver compromisos y asumir responsabilidades incluso fuera de la rutina del hogar y del trabajo, en el ámbito civil o en la comunidad cristiana.

Por eso podemos escuchar la pregunta de Pilato como recordatorio a cada uno de los bautizados: ¿en qué (y cómo) estamos ejerciendo nuestro ministerio real?

Cualesquiera que sean los contextos, hay que recordar dos cosas: que reinar es ante todo servir, y que los servidores son siempre inútiles (en el sentido de que la tarea que se les ha confiado los trasciende).

La Buena Noticia, fresca desde el día, pero también tan antigua como la eternidad, es ésta: Jesucristo es el Señor, el único Señor, el único Santo, el único Altísimo, el único Rey de gloria. No hay otro. Él es el “alfa” y el “omega“, el principio y el fin, el principio de inteligencia de toda la creación, el eje de convergencia de toda realidad. En Él cae toda la historia y las olas del universo chocan contra Él.

Si no encontramos motivos para alegrarnos demasiado con esta noticia, si no nos abandonamos a la gratitud, si no sentimos la necesidad incontenible de levantarnos inmediatamente para ir a transmitir este anuncio a los demás, es señal de que los creyentes hemos envejecido, y ese escepticismo, la sonrisa llena de cautela, el cálculo prudencial de quien sabe mucho, la frialdad senil, han reemplazado al entusiasmo y, quizás también, a la esperanza. Y ya no nos consideramos testigos y mensajeros que entregan un feliz mensaje tan esperado, sino repartidores que entregan una letra de cambio o la factura de la luz.

Pero ¿entendemos bien lo que significa que Jesucristo es Rey y Señor?

Significa afirmar la realeza y el señorío del hombre.

Significa rechazar los ídolos del poder, las sugerencias del dinero, el encanto de las ideologías.

Significa ir contracorriente en un mundo que de vez en cuando se puebla de nuevas divinidades y obliga a prostituirse delante de ellas.

Significa luchar contra los abusos de los más fuertes, la violencia de los arrogantes, las absolutizaciones de las estructuras.

Significa cuestionar la lógica de la opresión y la sumisión del hombre al hombre.

Significa impedir que los criterios de eficiencia sean la vara para medir a los hermanos.

Significa comprometernos para que el miedo, la soledad, el desempleo, el odio, la tortura, la masacre, la marginación de los débiles, la descalificación de los humildes reduzcan cada vez más su presencia nociva en el mundo.

 Significa afirmar la precariedad de la angustia, la temporalidad del dolor, la labilidad de la enfermedad, la fugacidad de la muerte.

Significa proclamar que nuestra historia, personal y comunitaria, tiene sentido, no es inútil, no está desarticulada, avanza hacia una meta, tiene trayectoria propia. Es, en una palabra, un fragmento de la Historia de la Salvación.

Este es el feliz mensaje que el Señor hoy, fiesta de Cristo Rey, nos atrevemos a creer y a anunciar.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

(Remitido por el autor)

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Viajero en la noche

Sábado, 23 de noviembre de 2024

Del blog Foucauld Diálogos:

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Manera corta y fácil para hacer la oración de fe simple presencia de Dios, por Bossuet.

1.- Hay que acostumbrarse a alimentar el alma con una simple y amorosa mirada en Dios y en Jesucristo nuestro Señor; y para este efecto hay que separarla dulcemente del razonamiento, del discurso, y de la multitud de afecciones, para mantenerla en simplicidad, respeto y atención, y aproximarla así cada vez más a Dios, su único y soberano bien, principio primero y fin último.

2.- La perfección de este camino consiste en la unión con nuestro soberano bien; y cuanto más grande sea la simplicidad, más perfecta será la unión. Es por lo que la gracia invita a simplificarse interiormente a lo que quieren ser perfectos, de forma que sean capaces de transmitir la alegría del Uno necesario, es decir de la unidad eterna.

3.- La meditación es muy buena en su momento y muy útil al comienzo de la vida espiritual, pero no hay que pararse ahí, pues el alma, por su fidelidad a mortificarse y a recogerse, recibe de ordinario una oración más pura y más íntima, la cual puede llamarse de simplicidad, que consiste en una simple visión, mirada o atención amorosa en sí, hacia cualquier objeto divino, bien sea Dios mismo o alguna de sus perfecciones, o Jesucristo y alguno de sus misterios, o alguna otra verdad cristiana. Prescindiendo el alma de su razonamiento, se sirve de una contemplación dulce que la mantiene apacible, atenta y abierta a las obras e impresiones divinas que el Espíritu Santo le comunica.

4.- La práctica de esta oración debe comenzar al alba, con un acto de fe en la presencia de Dios que está en todas partes, y en Jesucristo, cuyas miradas no nos abandonan… Este acto es producido o de una manera sensible y ordinaria… o es un siempre recuerdo de la fe en Dios presente que sucede de una forma más pura y espiritual.

5.- No hay que diversificarse para efectuar otros actos o disposiciones diferentes, sino permanecer simplemente atento a esta presencia de Dios, expuesto a su divina mirada, continuando así esta devota atención o exposición, mientras que nuestro Señor nos dará la gracia, sin afanarse en realizar otras acciones que las que nos son inspiradas.

6.- Hay que conservarse puro y libre en el interior… uniéndose a Dios frecuentemente, en encuentros simples y amorosos, recordando que estamos en su presencia, y que no quiere que nos separemos en ningún momento de él y de su santa voluntad: es la regla más básica de este estado de simplicidad; es la disposición soberana del alma: hacer la voluntad de Dios en todas las cosas…

7.- En fin, se terminará la jornada animando con esta santa presencia del examen, la oración de la tarde y al acostarse; y se dormirá con esta atención amorosa, interrumpiendo su reposo, cuando nos levantemos durante la noche, algunas palabras fervientes… como tantas voces y gritos del corazón hacia Dios.

8.- No hay que olvidar que uno de los más grandes secretos de la vida espiritual es que el Espíritu Santo nos conduce no solamente a través de iluminaciones, dulzuras, consolaciones y gracias, sino también mediante oscuridades, ofuscaciones, insensibilidades, dolores, angustias, revoluciones de las pasiones y los humores: digo todavía más, que este camino de la cruz es necesario, que es bueno, que es el mejor, el más seguro y el que nos hace llegar más pronto a la perfección… …La mejor oración es aquella en la que el alma se abandona plenamente a los sentimientos y a las disposiciones que Dios mismo pone en el alma, y donde se le estudia con simplicidad, humildad y fidelidad para conformarse a su voluntad y a los ejemplos de Jesucristo…”

*

Carlos de Foucauld.

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“Nuestro Dios en incómodo. Meditación ante Cristo Rey”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF.

Sábado, 23 de noviembre de 2024

imagePara que nos sirva, esta tarde, para meditar en este fin de año litúrgico.

Nuestro Dios es incómodo

Cerramos el año litúrgico con la página evangélica que parece poner fin a la experiencia terrena de Jesús. Sabemos bien que no es así, pero la percepción que tienen los líderes del pueblo es la de haberse liberado finalmente de un personaje inconveniente. Ignoran que, en realidad, será precisamente esa cruz la que iniciará todo, la que manifestará la potencia del amor de Dios e inaugurará el tiempo de esperanza eterna para cada hombre.

Sin embargo, Jesús sigue siendo un personaje incómodo, tanto ayer como hoy. El hecho de que en la Solemnidad de Cristo Rey del Universo se nos presente un Jesús sufriente y moribundo que nada tiene que ver con la pomposidad de la solemnidad de hoy, nos hace comprender qué tipo de cristianismo estamos llamados a profesar cada uno de nosotros. No una fe hecha de glorias, de exterioridad y de primeros lugares, sino una fe que hace capaz de donarse, de sacrificarse, de tener compasión, de saber perdonar y acoger. Vivir así la fe, dejarse interpelar por Jesús y su Evangelio es incómodo, y siempre lo será porque no tenemos un Dios cómodo ni acomodaticio, sino uno que prefirió la incomodidad de una cruz al consuelo de un trono. Y lo hizo por una sola razón: Amor.

El mayor poder del Rey del Universo es el Amor. Un Amor que Jesús nos enseñó llevando la corona de espinas en la cabeza y sentándose en el trono de la cruz. Es este Amor, más fuerte que la muerte, el que da sentido a nuestros días y que encontraremos esperándonos en el atardecer de la vida. Es este Amor el que continúa haciendo girar al mundo a pesar de nuestro egoísmo y codicia. Un Amor tan grande que nuestro pobre corazón por sí solo no puede sostenerlo. Por eso Amor es compartir, relación, encuentro con los demás. Si este inmenso amor de Dios no nos perturba en nuestras costumbres, en nuestro estilo de vida, no cambia nuestro modo de relacionarnos con la creación y con los demás, entonces seremos como el pueblo del Evangelio de hoy que “se quedó quieto” pasivamente.

Cuántas veces también los cristianos nos quedamos quietos y miramos, callamos ante las pequeñas o grandes injusticias de este mundo. Permanecemos impasibles ante la decadencia de la creación o ante las numerosas cruces de nuestra época, esperando que otros intervengan, resuelvan, se ocupen. Al contrario, con demasiada frecuencia somos los primeros en elogiar a la persona poderosa en cuestión, aquella de la que podemos beneficiarnos o que puede favorecernos de alguna manera, incluso en detrimento de los demás. Pero Dios siempre nos da una nueva oportunidad en la vida, siempre y hasta el final. Es significativo que el Evangelio nos informa que el primer santo que habitó el paraíso fue un ladrón. Hasta el final, Jesús nos enseña que no vino para los sanos sino para los enfermos, para aquellos que tienen la íntima conciencia de necesitar la misericordia del Padre.

También el hombre de hoy, por diversos motivos, está crucificado pero, precisamente a través de la cruz, tiene la posibilidad de encontrar a Jesús, igualmente crucificado. La cruz, entonces, se convierte en un instrumento para encontrar la mirada de Jesús, para poder sentirnos acogidos por esos brazos abiertos, incluso en el último momento de la vida. Todos nos vemos en el llamado “buen ladrón” y podemos, por tanto, hacer nuestra su oración: “Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino“. Sólo hay una manera de ser recordado por Jesús: amar. En varios pasajes del Evangelio, Jesús pronuncia una frase terrible hacia quienes quisieran entrar en su Reino pero no tienen derecho: “No os conozco“. Dios quiera o seguramente este no es el caso para nosotros. Al final de un año litúrgico estamos llamados a sacar conclusiones entre el Amor recibido y el Amor dado, a reflexionar si realmente hemos perdonado las deudas de nuestros deudores para merecer que el Padre las perdone igualmente a nosotros.

Nos preparamos para el Adviento. Hoy dejamos a un Jesús Rey del Universo y nos preparamos para la venida de un Niño Jesús, que no estará cómodo ni en el pesebre. Dejémonos perturbar por este Dios al que no le gusta la comodidad, para que podamos participar, cómodamente, en el banquete de su Reino.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

(Remitido por el autor)

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Aquí estoy, Señor, ¡tú sabes cómo!

Lunes, 18 de noviembre de 2024
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Aquí estoy, Señor,
en el umbral de tu tiempo,
entre estremecida, asustada, aturdida,
expectante… enamorada,
percibiendo cómo avivas en mi pobre corazón
los rescoldos del deseo de otros tiempos.

Aquí estoy, Señor,
en el umbral de tu tiempo,
sintiendo cómo despiertas, con un toque de nostalgia,
mi esperanza que se despereza y abre los ojos,
entre asustada y confiada,
deslumbrada por el agradecimiento.

Aquí estoy, Señor,
en el umbral de tu casa,
enfrentada a las paradojas de esperar lo inesperable,
de amar lo caduco y débil,
de confiar en quien se hace humilde,
de enriquecerse entregándose.

Aquí estoy, Señor,
en el umbral de tu casa,
con la mirada clavada en tus ojos que me miran
con el anhelo encendido y el deseo en ascuas,
luchando contra mis miedos,
queriendo entrar en las estancias.

Aquí estoy, Señor,
en el umbral de tu tiempo y casa,
medio cautiva, medio avergonzada,
a veces pienso que enamorada,
queriendo despojarme de tanto peso, inercia y susto…
para entrar descalza en este espacio y tiempo de gracia.

Aquí estoy, Señor,
¡tú sabes cómo, mejor que nadie!,
intentando traspasar la niebla que nos separa,
rogándote que enjugues tú mis lágrimas,
queriendo responder a tu llamada con alegría
y salir de mí misma hacia el alba.

Aquí estoy, Señor,
orientando cuerpo y alma
hacia el lugar de la promesa que no veo,
aguardando lo que no siempre quiero,
lo que desconozco,
lo que, sin embargo, es mi mayor certeza y anhelo.

Aquí estoy, Señor,
en el umbral de tu tiempo y casa.
¡No te canses de llamar, Señor!
¡No te canses de llegar!
¡No te canses de venir, Señor!
Yo continuaré aquí confiado en tu Palabra.

*

Florentino Ulibarri

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Un tiempo sin igual en la angustia

Lunes, 18 de noviembre de 2024
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IMG_8630La reflexión de hoy es del colaborador de Bondings 2.0, Michaelangelo Allocca.

Las lecturas litúrgicas de hoy del 33.º Domingo del Tiempo Ordinario están disponibles aquí.

Revelación completa: me encantan las lecturas de hoy porque incluyen una de las pocas veces que mi nombre aparece en las Escrituras: “En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe, protector de tu pueblo…” (Daniel 12:1).

Una revelación completa más importante: aunque estás leyendo esta publicación después del 5 de noviembre, la estoy escribiendo antes de las elecciones. Cualquiera sea el resultado, creo que podemos llamar con seguridad a este período “un tiempo sin igual en la angustia”, en palabras de la primera lectura de hoy. Incluso las personas más irritantemente plácidas que conozco han estado operando en niveles máximos de estrés desde aproximadamente el Día del Trabajo. Aunque muchos, además de nosotros, la comunidad LGBTQ, tenemos motivos para alarmarnos, hay mucha verdad en una cita que he visto muchas veces en las últimas semanas: “Si no entiendes por qué tu amigo gay está preocupado ahora mismo, no tienes un amigo gay: simplemente conoces a una persona gay”.

Y aunque cuando leas esto sabrás si tu estrés estaba justificado o no, y si se ha aliviado o no, el estado de ánimo ansioso contemporáneo sobre los acontecimientos venideros es totalmente consonante con las lecturas típicamente apocalípticas del cierre del año litúrgico a medida que nos acercamos al Adviento.

Las visiones apocalípticas compartidas hoy tanto por el profeta Daniel en la primera lectura como por Jesús en el evangelio son relevantes e instructivas. La ubicación de estas lecturas en el leccionario al final de lo que llamamos “Tiempo Ordinario” (que termina el próximo domingo, la fiesta de Cristo Rey) nos enseña sobre el final literal de nuestro “tiempo ordinario”. El “reino de Dios” enseñado por Jesús no se refiere sólo a un futuro que sigue a nuestro presente, sino a la llegada del tiempo especial de Dios, kairos, para reemplazar el tiempo “ordinario” del calendario/reloj, chronos. Y por eso las imágenes perturbadoras siempre contienen también promesas brillantes: es el trabajo de la profecía hablar de esperanza en el horror, hacer que la eternidad se estrelle contra lo cotidiano.

La belleza de las promesas esperanzadoras en las Escrituras es que no son “simplemente ten paciencia con tu presente desagradable: recibirás un pastel en el cielo cuando mueras”. Prometen que en el tiempo real de Dios (kairos), la justicia ya vista en los profetas es la señal de la victoria de Dios. Daniel deja en claro que los justos entre nosotros son ahora nuestra luz y esperanza: “Pero los sabios brillarán como el esplendor del firmamento, y los que conducen a la multitud a la justicia serán como las estrellas para siempre”. Cualquiera que sea el mal y la opresión que ahora oscurecen nuestra vista, en kairos, Marsha P. Johnson brilla intensamente; Harvey Milk es como el esplendor del firmamento; y el padre Mychal Judge, OFM, es como las estrellas eternas.

En la predicación apocalíptica que se encuentra en el evangelio de hoy, Jesús continúa y se hace eco de la visión profética de Daniel, de una manera vívidamente personal. Su declaración “el Hijo del Hombre viniendo en las nubes con gran poder y gloria” cita al profeta, y apunta tanto hacia atrás como hacia adelante: de regreso a la escritura que invoca, y hacia adelante a su propio “tiempo de tribulación”. Es un recordatorio de que el kairos no es como nuestro tiempo ordinario. Podemos asumir razonablemente que cuando predicó estas palabras, Jesús sabía lo que vendría muy pronto para Él. Estas palabras subrayan Su conocimiento y aceptación de lo que estaba por venir: durante Su juicio, cuando se le preguntó si Él era el Mesías, dijo que sí, y luego repitió esta cita de Daniel, sabiendo muy bien que sellaría Su sentencia de muerte.

También podemos suponer que Él fue fortalecido por la promesa profética que pronuncia, que “… entonces enviará a los ángeles y reunirá a sus escogidos de los cuatro vientos” (de nuevo, en el kairos de Dios, no en nuestro chronos). Dispersos a los cuatro vientos como podrían estar en este momento, hay elegidos (Mychal, Harvey, Marsha, Bayard Rustin, bell hooks, James Baldwin y muchos otros, tanto conocidos como anónimos), y Dios enviará ángeles para reunirlos.

La última parte desconcertante de la promesa en las palabras de Jesús hoy es “En verdad os digo: no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. La verdad en estas palabras no es literal sino verdad profética, y nuevamente, se refiere al kairos, no al chronos. Hubo mucha confusión en la Iglesia primitiva cuando la gente tomó esas palabras literalmente: algunas de las cartas de Pablo transmiten la clara sensación de que él y sus congregaciones esperaban que Jesús regresara a la hora del almuerzo el próximo martes. Pero la verdad en las palabras de Jesús es que el “día y la hora” del tiempo de Dios es ahora, dondequiera que los justos brillen como las estrellas, no en algún “más allá” o “dulce más allá”. Recordemos siempre eso, ya sea que estemos viendo tribulaciones o triunfos en los titulares diarios.

—Michaelangelo Allocca (él), New Ways Ministry, 17 de noviembre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Plantearnos las grandes cuestiones”. 33 Tiempo ordinario – B (Marcos 13,24-32)

Domingo, 17 de noviembre de 2024
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IMG_8389Al hombre contemporáneo no le atemorizan ya los discursos apocalípticos sobre «el fin del mundo». Tampoco se detiene a escuchar el mensaje esperanzador de Jesús, que, empleando ese mismo lenguaje, anuncia sin embargo el alumbramiento de un mundo nuevo. Lo que le preocupa es la «crisis ecológica». No se trata solo de una crisis del entorno natural del hombre. Es una crisis del hombre mismo. Una crisis global de la vida en este planeta. Crisis mortal no solo para el ser humano, sino para los demás seres animados que la vienen padeciendo desde hace tiempo.

Poco a poco comenzamos a darnos cuenta de que nos hemos metido en un callejón sin salida, poniendo en crisis todo el sistema de la vida en el mundo. Hoy, «progreso» no es una palabra de esperanza como lo fue el siglo pasado, pues se teme cada vez más que el progreso termine sirviendo no ya a la vida, sino a la muerte. La humanidad comienza a tener el presentimiento de que no puede ser acertado un camino que conduce a una crisis global, desde la extinción de los bosques hasta la propagación de las neurosis, desde la polución de las aguas hasta el «vacío existencial» de tantos habitantes de las ciudades masificadas.

Para detener el «desastre» es urgente cambiar de rumbo. No basta sustituir las tecnologías «sucias» por otras más «limpias» o la industrialización «salvaje» por otra más «civilizada». Son necesarios cambios profundos en los intereses que hoy dirigen el desarrollo y el progreso de las tecnologías. Aquí comienza el drama del hombre moderno. Las sociedades no se muestran capaces de introducir cambios decisivos en su sistema de valores y de sentido. Los intereses económicos inmediatos son más fuertes que cualquier otro planteamiento. Es mejor desdramatizar la crisis, descalificar a «los cuatro ecologistas exaltados» y favorecer la indiferencia.

¿No ha llegado el momento de plantearnos las grandes cuestiones que nos permitan recuperar el «sentido global» de la existencia humana sobre la Tierra, y de aprender a vivir una relación más pacífica entre los hombres y con la creación entera?

¿Qué es el mundo? ¿Un «bien sin dueño» que los hombres podemos explotar de manera despiadada y sin miramiento alguno o la casa que el Creador nos regala para hacerla cada día más habitable? ¿Qué es el cosmos? ¿Un material bruto que podemos manipular a nuestro antojo o la creación de un Dios que mediante su Espíritu lo vivifica todo y conduce «los cielos y la tierra» hacia su consumación definitiva?

¿Qué es el hombre? ¿Un ser perdido en el cosmos, luchando desesperadamente contra la naturaleza, pero destinado a extinguirse sin remedio, o un ser llamado por Dios a vivir en paz con la creación, colaborando en la orientación inteligente de la vida hacia su plenitud en el Creador?

José Antonio Pagola

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“Reunirá a los elegidos de los cuatro vientos.”. Domingo 17 de noviembre de 2024. Domingo 33º del tiempo ordinario

Domingo, 17 de noviembre de 2024
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60-ordinarioB33 cerezoLeído en Koinonia:

Daniel 12, 1-3: Por aquel tiempo se salvará tu pueblo.
Salmo responsorial: 15: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Hebreos 10, 11-14. 18: Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.
Marcos 13, 24-32: Reunirá a los elegidos de los cuatro vientos.

Cercanos ya al final del año litúrgico, la liturgia de hoy nos presenta a través de la lectura del libro de Daniel y del evangelio, textos relativos al final de los tiempos. En efecto, el pasaje de Daniel anuncia la intervención de Dios a favor de sus fieles a través de Miguel, el ángel encargado de proteger a su pueblo. Estas palabras de Daniel hay que enmarcarlas en el marco amplio de todo el libro cuyo género y estilo corresponden a la corriente apocalíptica bastante popularizada a finales del período veterotestamentario. Todo el libro de Daniel es un llamado a la esperanza, característica principal de toda la literatura apocalíptica. No se trata tanto de una revelación especial de lo que sucederá al final de los tiempos, cuanto la utilización de imágenes que invitan a mantener viva la esperanza, a no sucumbir ante la idea de una dominación absoluta de un determinado imperio. El texto que leemos hoy es subversivo para la época, pues invita al rechazo del señorío absoluto de los opresores griegos de aquel entonces que a punta de violencia se hacían ver como dueños absolutos de las personas, del tiempo y de la historia.

Por su parte el evangelio nos presenta una mínima parte del «discurso escatológico» según san Marcos. Un poco antes de comenzar la narración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, los tres sinópticos nos presentan palabras de Jesús cargadas de sabor escatológico.

El pasaje de hoy hay que leerlo a la luz de todo el capítulo 13. Es más, conviene que en casa o en el grupo lo leamos completo y, de ser posible, leamos también el discurso escatológico de Mateo y de Lucas, eso nos ayudará a ver mucho mejor las semejanzas y las diferencias entre los tres y, por otro lado, nos facilitará una mejor comprensión del sentido y finalidad que cada uno quiso darle a esta sección.

Tengamos en cuenta que en ningún momento hablan los evangelistas del «fin del mundo», en sentido estricto, esa es una interpretación equivocada que no ha traído los mejores resultados ni a la fe del creyente ni a su compromiso con el prójimo y con la historia. No es éste, con palabras sacadas de aquí y de allá, el «fundamento» bíblico o teológico de las «postrimerías del hombre» de que nos hablaba el «catecismo del padre Astete», o de los «novísimos» que nos enseñaba la teología… O, por lo menos, no se debe reducir a eso.

Jesús no predica el fin del mundo, ése no era su interés. Las imágenes de una conmoción cósmica descrita como estrellas que caen, sol y luna que se oscurecen, etc., son una forma veterotestamentaria de describir la caída de algún rey o de una nación opresora. Para los antiguos, el sol y la luna eran representaciones de divinidades paganas (cf. Dt 4,19-20; Jr 8,2; Ez 8,16), mientras que los demás astros y lo que ellos llamaban «potencias del cielo», representaban a los jefes que se sentían hijos de esas divinidades y en su nombre oprimían a los pueblos, sintiéndose ellos también como seres divinos (Is 14,12-14; 24,21; Dn 8,10). Pues bien, en línea con el Primer Testamento, Jesús no pretende describir la caída de un imperio o cosa por el estilo, para él lo más importante es anunciar los efectos liberadores de su evangelio; y es que el evangelio de Jesús debe propiciar, en efecto, el resquebrajamiento de todos los sistemas injustos que de uno u otro modo se van erigiendo como astros en el firmamento humano.

Jesús es consciente y sabe que la única forma de rescatar, redireccionar el rumbo de la historia por los horizontes queridos por el Padre y su justicia, es haciendo caer los sistemas que a lo largo de la historia intentan suplantar el proyecto de la justicia querido por Dios, con un proyecto propio, disfrazado de vida pero que en realidad es de muerte. Esta tarea la debe realizar el discípulo, el que ha aceptado a Jesús y su proyecto. Recordemos la intencionalidad teológica y catequética de Marcos: a Jesús, el Mesías (cuyo «secreto» se mantiene a lo largo de todo el evangelio), sólo se le puede conocer siguiéndolo; y bien, el seguimiento implica no sólo ir detrás de él, implica además, tomar el lugar de él, asumir su propuesta como propia y luchar hasta el final por su realización.

Discípulas y discípulos están entonces comprometidos en ese final de los sistemas injustos cuya desaparición causa no miedo, sino alegría, aquella alegría que sienten los oprimidos cuando son liberados. Ésa debiera de ser nuestra preocupación constante y el punto para discernir si en efecto nuestras tareas de evangelización y nuestro compromiso con la transformación de lo injusto en relaciones de justicia está causando de veras el efecto que debe tener el evangelio, o si simplemente estamos ahí a merced de las corrientes del momento esperando quizás que se cumpla lo que no ni siquiera pasó por la mente de Jesús. Leer más…

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17.11.24 Entonces verán al Hijo del Hombre (Mc 13, DOM 33 TO)

Domingo, 17 de noviembre de 2024
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IMG_8633Del blog de Xabier Pikaza:

Este sol y esta luna no se apagarán para que el mundo quede a oscuras, sino para que pueda brillar y brille el Hijo del Hombre a quien todos verán, viniendo con gran gloria, con su luz más alta, alumbrándoles con ella. En ese sentido se puede afirmar que al final no hará falta sol o luna porque el Hijo del Hombre (Dios y su Cordero: cf. Ap 21, 23; 22, 5) serán directamente luz y vida para todos los elegidos.

Venida del Hijo del hombre (13, 24-27)

La señal que los cuatro habían pedido a Jesús (13, 4) era la Abominación de 13, 14, pues ella está vinculada, de un modo general, al cumplimiento de “todas estas cosas” (13, 4), que aluden sobre todo a la caída del templo de Jerusalén. Pero, en sentido más profundo, la señal definitiva será el Hijo de Hombre que viene, como culmen del evangelio.

 (a. Tiempo) 24 Pero en aquellos días, después de aquella tribulación,

(b. Des-astre) el sol se oscurecerá y la luna no dará resplandor; 25 las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestes se tambalearán;

(c. Hijo del hombre) 26 y entonces verán al Hijo del humano viniendo en nubes con gran poder y gloria.

(d. La gran reunión) 27 Y entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra al extremo del cielo.

Ésta es la afirmación central de la escatología de Marcos, una palabra que, unida al camino de muerte y resurrección de Jesús, constituye el eje de su evangelio. Podían decirse y se decían (o se dirán) palabras semejantes sobre la venida del Hijo del hombre en otros lugares del judaísmo de aquel tiempo, partiendo de Dan 7, 13-14 (como en la tradición de Henoc y en la de Esdras), pero sólo los cristianos identifican al Hijo del hombre con Jesús crucificado y le interpretan en ese contexto.

            Significativamente, este Hijo de Hombre viene “después de aquella tribulación”, de manera que no tiene que combatir directamente contra el Anticristo o contra el Diablo (o contra alguna otra figura satánica). No tiene rasgos guerreros, ni vence luchando a sus enemigos. Por eso, su venida no puede entenderse en forma de violencia, como resultado de algún tipo de guerra, sino como triunfo de la gracia sobre la violencia. Éste es el centro de la “teodicea” cristiana, la defensa de Dios, la manifestación suprema de su poder y gloria, como salvación de los elegidos[1].

 13, 24a. Tiempo final, en aquellos días

24 Pero en aquellos días, después de aquella tribulación,

             La escena empieza con un corte: pero (alla). Frente a todo lo anterior surge algo nuevo, distinto. Éste es el pero de Dios, que se alza y revela como divino frente a todas las cosas de los hombres, desde la altura suprema (o desde el final) de la historia, no para condenar a nadie (no hay ninguna condena), sino para mostrarse divino y salvar a los “elegidos” (a los suyos), desde los cuatro extremos del orbe. Significativamente, aquí no se dice nada de infierno, en contra del esquema dual (buenos y malos, salvados y condenados) que aparece en otros textos significativos de la Biblia (como Dan 12, 1-3 o Mt 25, 31-46)[2]. Tampoco se habla aquí de Gehena, como en Mc 9, 43-47, sino sólo de la salvación de los elegidos, como seguiremos viendo.

           − En aquellos días (en ekeinais tais hêmerais) es una frase hecha que se emplea en las narraciones simbólicas (fábulas y cuentos) para indicar un tiempo indeterminado, pero de gran importancia. Es una frase que aparece con frecuencia en el Nuevo Testamento (desde Mt 3, 1 hasta Ap 9, 6; y dentro de Maros en 1, 9; 8, 1), y que denota un tiempo indefinido que no quiere o no puede especificarse más. De todas formas, aquí se vincula, de manera más concreta, al período que empieza con la Abominación de la Desolación (13, 14), un período que 13, 19 ha definido como tiempo de la crisis más grande de la historia.

Después de aquella tribulación, señalada de un modo especial en 13, 19, tras “el despliegue” de la Abominación de 13, 14 y de la gran lucha que sigue… Según eso, el tiempo de la Abominación y el del Hijo del Hombre no coinciden, ni ellos (el Abominable y el Cristo) luchan entre sí, sino que el “tiempo” del Hijo de Hombre (si es que puede interpretarse como tiempo) viene “meta”, es decir, después que se han agotado y terminado los días de la Abominación.

             Se trata, por tanto, de un tiempo que es próximo (como he venido mostrando la dinámica del evangelio, desde 1, 14-15 hasta 9, 1), pero que, por otra parte, se abre de un modo indefinido, que está marcado por la misión del evangelio en todo el mundo (13, 10; 14, 19).

De esa forma, el Jesús de Marcos libera a sus oyentes de la angustia vinculada a la inmediatez apocalíptica (¡no se puede decir que el fin viene ya, en un tiempo prefijado, pero muy cercano!), para ofrecerles una tarea de misión universal. En esa línea debemos añadir que el tiempo de la misión del evangelio es tiempo de prueba (de gran tribulación), que se extiende y abre, trazando un camino de seguimiento de Jesús y de creación de comunidades. Puede ser un tiempo “largo”, pero no es tiempo sin fin, sino que culminará con la gran manifestación del Hijo del Hombre, vinculada a los signos de un desastre cósmico.

 13, 24b-25. Des-astre, el sol se oscurecerá

el sol se oscurecerá y la luna no dará resplandor; 25 las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestes se tambalearán;

             Tomo esa palabra (des-astre) en su sentido fuerte, como destrucción del orden astral donde se sustenta (o refleja) la vida de la tierra y la historia de los hombres. Como la Biblia sabe y dice, desde su perspectiva cósmica (Gen 1, 14-19, el día cuarto), en el centro de su gran Semana creadora, Dios ha fijado el orden de la bóveda celeste, con el sol, luna y estrellas, por “encima” de la tierra, para iluminarla y hacer así posible que exista vida en ella. Por eso, el fin de la historia actual viene marcado con la destrucción de ese orden, es decir, con el gran des-astre, algo que sólo Dios puede realizar.

            Los fenómenos anteriores, incluidos en la gran tribulación, sucedían antes en el plano de la tierra (terremotos, hambre), y en el plano de la historia de los hombres (guerras, persecuciones, abominación, engaños, huída…), aunque en ella viniera a proyectarse la sombra de Satán, a quien hemos visto luchando contra Jesús desde 1, 13 (pasando por 3, 23-26 y 4, 15). Ahora, al final, interviene otro agente, que es Dios, que aparece como causa del gran des-astre, con sus dos vertientes. (a) La destrucción del orden cósmico actual. (b) La creación de un orden nuevo de salvación, centrado en el Hijo del hombre (y no en este sol, luna y estrellas).

            El primer motivo (destrucción del orden astral) aparece en la Biblia desde antiguo y puede vislumbrarse ya su “riesgo” en Gen 7, cuando se supone que Dios abrió las “compuertas” que cierran y regulan la caída de las aguas del gran mar que se extiende sobre la bóveda celeste, amenazando con inundar y ahogar toda forma de vida sobre la tierra. Pero Dios se “arrepintió”, cerró luego las compuertas, dejó que la tierra se secara e inicio un nuevo camino de historia prometiendo a los hombres que “mientras dure la tierra” seguirá habiendo frío y calor, verano e invierno, noche y día, con los astros regulando la vida desde arriba (cf. Gen 8, 1. 20-22). Pues bien, Mc 13, 24 supone que ha llegado ya el fin para el orden de la tierra.

            En esa línea, siguiendo una antigua tradición, que no sólo es judía sino que aparece en relatos míticos (cosmogónicos) de muchos pueblos, desde la India hasta Grecia (e incluso en la América pre-colombina), 2 Ped 3, 6-7 asegura que el primer mundo fue destruido por el agua (en tiempos de Noé) y que este mundo actual (el último) lo será por el fuego, a través de una gran conflagración o incendio cósmico, que se vincula de algún modo con el infierno. Pues bien, este pasaje de Marcos no introduce ni evoca esos motivos (del agua y del fuego). Ciertamente, Marcos recuerda, en otro contexto, el fuego sin fin de la Gehena (9, 43-47); pero aquí, al final de todo, no hay fuego ninguno ni incendio, sino sólo el apagamiento del orden astral de la actualidad.

            Este des-astre ha sido evocado, de un modo más poético que “científico”, en diversos textos del Antiguo Testamento, muy semejantes al nuestro (tejido con citas de Is 13, 10; 34, 4; Joel 2, 10. 31; 3, 15). En ellos se supone un gran oscurecimiento (y también un derrumbamiento). Según la cosmología de aquel tiempo, el orden actual de la tierra (y la historia humana) existe porque hay luz de sol y de luna, y porque las estrellas están “fijadas” en el cielo, sin caerse. La manera más sencilla de imaginarse el fin es un gran “apagamiento” del sol y de la luna, que dejan de emitir su luz, dejando todo a oscuras. No hacen falta más terrores, sólo una gran oscuridad, con los astros cayendo como meteoritos sobre la faz de la tierra.

            De esa forma, Marcos ha compuesto un texto apocalíptico de gran sobriedad y de profundo efecto simbólico, sin apelar a ningún tipo de terrores, limitándose a recordar la fragilidad de un orden cósmico que surge de Dios y que Dios puede abandonar. Marcos sabe que los grandes y pequeños astros no son divinos, ni eternos, sino que pueden apagarse y que, de hecho, se apagarán un día (que él relaciona con el pecado de los hombres y en especial con la Abominación, evocada en 13, 14). No ha tenido que vincular de un modo más preciso esos momentos (la maldad de los hombres, la Abominación histórica, el oscurecimiento de los astros), aunque supone que están relacionados. Pero más que esa relación destructora (que algunos han visto en el Apocalipsis de Juan), Marcos ha destacado la relación positiva que existe entre el fin de este mundo y la reunión salvadora de los elegidos.

            Estrictamente hablando, como seguiremos viendo, los astros no se apagan para castigar y condenar a los impíos (a los seguidores de la Abominación), que quedan así a oscuras y sufriendo un horror insufrible, como los perversos de Sab 17, 1−18, 4 en Egipto, sino para salvar a los elegidos. Este sol y esta luna no se apagarán para que todo quede a oscuras, sino para que pueda brillar y brille el Hijo del Hombre a quien todos verán, viniendo con gran gloria, es decir, con su luz más alta, alumbrándoles con ella. En ese sentido se puede afirmar que al final no hará falta sol o luna porque el Hijo del Hombre (Dios y su Cordero: cf. Ap 21, 23; 22, 5) serán directamente luz y vida para todos los elegidos.

 13, 26. El Hijo del Hombre

26 y entonces verán al Hijo del Hombre viniendo en las nubes con gran poder y gloria.

             Atrás queda el signo de la Abominación (el Abominable), elevándose allí donde no debe (13, 14). Significativamente, Marcos no ha dicho qué ha pasado con el Abominable, ni siquiera una palabra evocando su ruina, aunque supone que su intento de dominio (de elevarse frente a Dios, ocupando su lugar) ha sido vano. En esa línea debemos añadir que, según Marcos, no ha existido (no se ha dado) una batalla apocalíptica, sino sólo un intento frustrado (el Abominable no ha logrado aquello que quería), con el triunfo final del Hijo del hombre, que viene cuando Dios quiere, sin necesidad de batalla ninguna (a diferencia de lo que aparece en 4 Esd 13, donde se dice que el Hijo del Hombre aniquilará a los enemigos con el aliento de su boca; cf. también Ap 19, 21).

Introducción, Hijo del Hombre. Como sabemos ya, el Hijo del hombre tiene poder de perdonar sobre la tierra, para que todas las cosas (incluso el sábado) se pongan al servicio de los hombres (cf. 2, 20.28). Su mismo gesto de perdón y su manera de entender-superar la ley le han llevado a dar la vida en gesto de servicio hacia los otros, como temáticamente ha indicado 8, 31. Pues bien, ese mismo Hijo de hombre (implícitamente vinculado siempre con Jesús), que empieza perdonando-ayudando a los demás, y sufre por ello, es quien ha de venir al fin en la gloria de su Padre, rodeado de los ángeles santos (cf. 8, 31 y 8, 38). Esa unión de sufrimiento y gloria subyace en este pasaje, vinculando la entrega de los discípulos (13, 8-13) y la venida final del Hijo del hombre glorioso, para recoger a los elegidos de los cuatro extremos de la tierra y conducirles a su Vida (13, 27)[3].

La novedad de este pasaje (Mc 13, 24-279, en su conjunto, no está en la promesa de la venida final del Hijo del hombre (cosa que puede encontrarse ya en Dn 7), ni tampoco en su posible función de juez final (que han desarrollado más las Parábolas de 1 Henoc, en contexto no cristiano), sino en que identifica al Hijo del hombre que viene (es culminador cósmico o juez final) con el mismo hombre Jesús que ha perdonado los pecados, ha superado la vieja ley del sábado y ha sido entregado, ofreciendo su vida a favor de los demás (cf. 10, 45).

La tradición judía conocía la figura del Hijo del hombre, pero sus rasgos en Marcos (poder sobre la tierra, entrega y culminación escatológica) sólo han podido vincularse en concreto desde la experiencia cristiana, que presenta a Jesús como encarnación personal y realización histórica de la figura antes dispersa, multiforme o puramente evocativa de ese Hijo del hombre, tanto en Dn 7 (donde aparecía tras el juicio) como en 1 Henoc 37-71 y 4 Esdras 13 (donde venía también al fin de la historia).

Marcos ha sido el primero que ha escrito la historia humana de Jesús Hijo del Hombre, presentándola en su evangelio de una forma personal, encarnada y coherente. Desde ese fondo ha escrito la historia de Jesús, Hijo del Hombre, cuya figura se centra en tres momentos. (a) Es sembrador de reino: perdona los pecados y supera la vieja ley (sábado), en gesto de amor liberador que se dirige a los pobres y perdidos de la tierra (2, 10.28). b) Es aquel que sufre y entrega la vida por el reino, como hemos señalado de una forma programada en el camino de subida a Jerusalén (8, 31; 9, 31; 10, 33). (c) Por último, Hijo del hombre es aquel que ha de venir en la gloria final (8, 31; 13, 26; 14, 62), en gesto de culminación que asume y lleva a su pleno desarrollo los rasgos anteriores.

Esos tres momentos ofrecen el perfil mesiánico de Jesús, como implícitamente indica Marcos cuando reinterpreta el título de Cristo en términos de Hijo del hombre, tanto en 8, 29-31 como en 14, 61-62 (como veremos en su lugar). Por eso, este pasaje (Mc 13, 26. 27) que anuncia la venida final del Hijo del hombre, que envía a los ángeles y reúne a los elegidos, ha de verse a partir de todo el evangelio. Aquel que vendrá tras el oscurecimiento del sol y la luna, y la caída de la estrellas (13, 24-25), no es un ser divino indeterminado, un ángel supremo, ni tampoco un mediador al estilo de aquellos que aparecen en Daniel, 1 Henoc o 4 Esdras, sino el mismo Jesús que ha realizado sus signos de reino en la tierra y que ha muerto por cumplir con fidelidad lo que ellos exigían.

Venida final. Ahora podemos comentar ya el texto, señalando que su visión de la venida del Hijo del hombre ha de entenderse a la luz de la experiencia pascual (cf. 16, 6-7), que es una anticipación y primer cumplimiento de la culminación escatológica, que no se identifica con la gran crisis (13, 21-23), sino después de ella (13, 13, 24-27), como sucedía ya al principio de la historia mesiánica de Jesús que no empezaba en el bautismo, sino después, cuando Jesús había salido del agua (cf. 1, 10- 11). Entonces le verán no sólo los cuatro testigos de 13, 2, sino los jueces de 14, 61-62, de una manera, gloriosa, definitiva, inapelable.

 − Verán al Hijo de hombre viniendo en las nubes con gran poder y gloria. Este pasaje es una cita de Dan 7, 13-14, pero ahora ya no es sólo el profeta el que “ve” al Hijo de Hombre, sino que le verán (opsontai) un grupo indeterminado de personas, que se identifican sin duda con todos los hombres y mujeres de la historia final (y quizá, de un modo más preciso, con aquellos que han perseguido a los cristianos). No se dice más, simplemente que “le verán”, en medio de la gran noche (pues sol y luna se han oscurecido y los astros han caído). Eso significa que él viene como gran luz, como nuevo “cielo de Dios”, realizando de manera más alta (salvadora) la función que antes realizaban sol y luna. Significativamente, el joven de la tumba vacía utiliza esa misma palabra para decir a las mujeres que ellas y los discípulos verán (opsesthe) a Jesús resucitado en Galilea, de esa forma se identifican la venida del Hijo del Hombre y la experiencia pascual de Jesús. Leer más…

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