Comentarios desactivados en “Sabio y curador”, 14 Tiempo Ordinario – B (Marcos 6,1-6)
No tenía poder cultural como los escribas. No era un intelectual con estudios. Tampoco poseía el poder sagrado de los sacerdotes del templo. No era miembro de una familia honorable ni pertenecía a las élites urbanas de Séforis o Tiberíades. Jesús era un obrero de la construcción de una aldea desconocida de la Baja Galilea.
No había estudiado en ninguna escuela rabínica. No se dedicaba a explicar la ley. No le preocupaban las discusiones doctrinales. No se interesó nunca por los ritos del templo. La gente lo veía como un maestro que enseñaba a entender y vivir la vida de manera diferente.
Según Marcos, cuando Jesús llega a Nazaret acompañado por sus discípulos, sus vecinos quedan sorprendidos por dos cosas: la sabiduría de su corazón y la fuerza curadora de sus manos. Era lo que más atraía a la gente. Jesús no es un pensador que explica una doctrina, sino un sabio que comunica su experiencia de Dios y enseña a vivir bajo el signo del amor. No es un líder autoritario que impone su poder, sino un curador que sana la vida y alivia el sufrimiento.
Sin embargo, las gentes de Nazaret no lo aceptan. Neutralizan su presencia con toda clase de preguntas, sospechas y recelos. No se dejan enseñar por él ni se abren a su fuerza curadora. Jesús no logra acercarlos a Dios ni curar a todos, como hubiera deseado.
A Jesús no se le puede entender desde fuera. Hay que entrar en contacto con él. Dejar que nos enseñe cosas tan decisivas como la alegría de vivir, la compasión o la voluntad de crear un mundo más justo. Dejar que nos ayude a vivir en la presencia amistosa y cercana de Dios. Cuando uno se acerca a Jesús, no se siente atraído por una doctrina, sino invitado a vivir de manera nueva.
Por otra parte, para experimentar su fuerza salvadora es necesario dejarnos curar por él: recuperar poco a poco la libertad interior, liberarnos de miedos que nos paralizan, atrevernos a salir de la mediocridad. Jesús sigue hoy «imponiendo sus manos». Solo se curan quienes creen en él.
Comentarios desactivados en “No desprecian a un profeta más que en su tierra”. Domingo 7 de julio de 2024. Domingo 14º de tiempo ordinario
De Koinonia:
Ezequiel 2,2-5: Son un pueblo rebelde, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos. Salmo responsorial: 122: Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia. 2Corintios 12,7b-10: Presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Marcos 6,1-6: No desprecian a un profeta más que en su tierra
Los estudiosos suelen decir que la primera parte del Evangelio de Marcos (que termina en la “Confesión de Pedro”) se divide en varias partes más pequeñas; cada una de estas partes empieza con un resumen -llamado técnicamente “sumario”- de la vida de Jesús; después de cada una de ellas viene una referencia a los apóstoles. En este esquema, el evangelio de hoy es el fin de la segunda de las tres pequeñas partes que se caracterizan por un aumento progresivo en el conflicto que Jesús provoca al encontrarse con él. El texto marca un punto clave: Jesús -que es presentado aquí como profeta- se encuentra con la absoluta falta de fe de los suyos, amigos y parientes. El “fracaso” de Jesús se va acentuando: en la tercera parte ya se empieza a presentir la “derrota” del Señor anticipada en la muerte del Bautista.
Es característico del evangelio de Marcos presentar a sus destinatarios el aparente fracaso, la soledad, el “escándalo” de la cruz de Jesús. Esa cruz es la que comparten con él todos los perseguidos a causa de su nombre, como la comunidad misma de Marcos. En toda la segunda parte de este Evangelio lo encontraremos al Señor tratando -a solas con los suyos- de revelarles el sentido de un “Mesías crucificado” que será plenamente descubierto por el centurión -en la ausencia de cualquier signo exterior que lo justifique- como el “Hijo de Dios”.
Los habitantes de Nazaret no dan crédito a sus oídos: ¿de dónde le viene esto que enseña en la sinagoga? “Si a éste lo conocemos, y a toda su parentela”. La sabiduría con la que habla, los signos del Reino que salen de su vida, no parecen coherentes con lo que ellos conocen. Allí está el problema: “con lo que ellos conocen“. Es que la novedad de Dios siempre está más allá de lo conocido, siempre más allá de lo aparentemente “sabido”; pero no un más allá “celestial”, sino un “más allá” de lo que esperábamos, pero “más acá” de lo que imaginábamos; no estamos lejos de la alegría de Jesús porque “Dios ocultó estas cosas a los sabios y prudentes y se las reveló a los sencillos”; no estamos lejos de la incomprensión de las parábolas: no por difíciles, sino precisamente por lo contrario, por sencillas. El “Dios siempre mayor” desconcierta, y esto lleva a que falte la fe si no estamos abiertos a la gratuidad y a la eterna novedad de Dios, a su cercanía. Por eso, por la falta de fe, Jesús “no podía hacer allí ningún milagro”; quienes no descubren en Él los signos del Reino no podrán crecer en su fe, y no descubrirán, entonces, que Jesús es el enviado de Dios, el profeta que viene a anunciar un Reino de Buenas Noticias. Esto es escándalo para quienes no pueden aceptar a Jesús, porque “nadie es profeta en su tierra“. Y quizás, también nos escandalice a nosotros… ¿o no?
Jesús es mirado con los ojos de los paisanos como “uno más”. No han sabido ver en él a un profeta. Un profeta es uno que habla “en nombre de Dios”, y cuesta mucho escuchar sus palabras como “palabra de Dios”; cuesta mucho reconocer en quien es visto como “uno de nosotros” a uno que Dios ha elegido y enviado. Cuesta pensar que estos tiempos que vivimos son tiempos especiales y preparados por Dios (kairós) desde siempre. Pero en ese momento específico, Dios eligió a un hombre específico, para que pronuncie su palabra de Buenas Noticias para el pueblo cansado y agobiado de malas noticias. No es fácil reconocer el paso de Dios por nuestra vida, especialmente cuando ese paso se reviste de “ropaje común”, como uno de nosotros. A veces quisiéramos que Dios se nos manifieste de maneras espectaculares ‘tipo Hollywood’, pero el enviado de Dios, su propio Hijo, come en nuestras mesas, camina nuestros pasos y viste nuestras ropas. Es uno al que conocemos aunque no lo re-conocemos. Su palabra, es una palabra que Dios pronuncia y con la que Dios mismo nos habla. Sus manos de trabajador común son manos que obran signos, pero con mucha frecuencia nuestros ojos no están preparados para ver en esos signos la presencia del paso de Dios por nuestra historia.
Muchas veces nosotros tampoco sabemos ver el paso de Dios por nuestra historia, no sabemos reconocer a nuestros profetas. Es siempre más fácil esperar o cosas extraordinarias y espectaculares, o mirar alguien de afuera. Es más “espectacular” mirar un testimonio allá en Calcuta… que uno de los cientos de miles de hermanas y hermanos cotidianos por las tierras de América Latina que trabajan, se “gastan y desgastan” trabajando por la vida, aunque les cueste la vida. Es más maravilloso mirar los milagros que nos anuncian los predicadores itinerantes y televisivos, que aceptar el signo cotidiano de la solidaridad y la fraternidad. Es más fácil esperar y escapar hacia un mañana que ‘quizá vendrá’, que ver el paso de Dios en nuestro tiempo, y sembrar la semilla de vida y esperanza en el tiempo y espacio de nuestra propia historia. Todo esto será más fácil, pero, ¿no estaríamos dejando a Jesús pasar de largo? Leer más…
Comentarios desactivados en 7.7.24. DO 14B ¿No es ése el “técnico” (obrero), el Hijo de María…? (Mc 6, 1-6)
Del blog de Xabier Pikaza:
No estoy seguro de la traducción exacta, pero la que pongo (técnico-obrero) me parece mejor que “carpintero”. He discutido sobre el tema en Historia de Jesús, en comentarios a Marcos y Mateo y en otros libros (cf. imágenes) He leído y discutido y no he llegado a una conclusión definitiva. Debemos seguir buscando
De todas formas, Jesús no era un rico propietario agrícola, ni sacerdotes, ni rabino de algurnua. Por otra parte, el hecho de ser tekton/técnico puede tener sentido sentido negativo o positivo. Negativo: No es propietario, es pobre, trabaja por cuenta ajena….Positivo: Debe Conocer técnicas valiosas (de albañil, carpintero, herrero o cantero) y relacionarse con gestes que piden, buscan y ofrecen trabajo. Antes que obrero de reino parece haber sido técnico ambulante de construcciones varias.
El tema es importante para situar a Jesús en su mundo social y laboral y también en el nuestro. Los que hoy actúan como representantes suyos en la iglesia van en contra de su ejemplo , no son técnicos-obreros a cuenta propia o ajena. Dentro de dos días me ocupare de su familia y de su provocativo nombre metronimico. Buen domingo
| Xabier Pikaza
Mc 6, 1-3
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero/técnico, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón?
Contexto social: técnico/artesano para el Reino
Jesús no era propietario acomodado, en un entorno de campesinos autosuficientes, celosos de su identidad sagrada como pueblo. No era tampoco sacerdote, ni letrado, sino un trabajador manual.
Era un técnico, en griego tektôn…, alguien que modela y construye con un tipo de “arte” (artesano). Puede ser carpintero, cantero, albañil… pero no agricultor ni pastor o pescador, que en aquel tiempo no se consideraban trabajos de artesanos. En hebreo/arameo un artesano es “jarash”, con sentido semejante al que tiene en griego.
Marcos escoge la palabra griega tektôn con gran precisión
El tektôn modela, construye…. con técnicas antiguas o nuevas como adelantados de un mundo técnico, que puede desembocar en la tecno-cracia (poder esclavizante de la técnica al servicio del dinero y del dominio de algunos) o en un tipo de tecno-sofía o tecnología humanizadora, al servicio de la fraternidad universal.
En ciertos ambientes elitista… los artesanos se consideraban incapaces del estudio, del conocimiento de la sabiduría y la política social (como pone de relieve Eclo 38; los técnicos que trabajan con las manos son ciudadanos de segunda clase) pero en tiempos de Jesús estaba surgiendo una clase nueva de artesanos liberados para el estudio, como queda claro en Pablo (tejedor, talabartero, curtidor de pieles…). Pienso que los teólogos y hombres de iglesia no hemos comparado a Jesús con Pablo, ambos obreros quizá de cierta técnica
Por eso, el hecho de que Jesús aparezca como tektôn se puede considerar como negativo, pero también como positivo.
Pero ese dato se puede tomar como negativo: Jesús no es rico, no es propietario, es un obrero a cuenta ajena… La mayoría de las visiones de Jesús y de José como carpinteros de taller rico están fuera de contexto. La mayoría de los “tektôn” malvivían mendigando trabajo en el entorno de su ciudad o aldea.
Puede ser positivo… Los técnicos en piedra-madera-hierro pueden ser más sabios que los simples pastores/agricultores… Eran los “técnicos” del pueblo, sabían resolverlos problemas…Además, pueden formar parte de algún tipo de “agrupaciones” laborales, con ciertas privilegios. No sabemos si Jesús formaba parte de una “cofradía” de técnicos
Sea como fuere, Jesús formaba parte de un mundo emergente de oficios técnicos, en una línea que le capacita para relacionarse con más gente, para conocer mejor los problemas del entorno… Y además, los creadores/rabinos del nuevo Israel (desde el siglo II d.C.. en adelante) serán todos, casi sin excepción trabajadores manuales..
El hecho de que la iglesia posterior se haya helenizado (hasta el día de hoy), convirtiendo a los “servidores” de la iglesia en “señores” (no en trabajadores manuales, no en técnicos auto-suficientes) ha sido y sigue siendo una desgracia y una rémora hasta el día de hoy.
Unos obispos, presbíteros etc. (sin trabajo manual, en contra del “orden” de los monjes…y de los rabinos judíos) ha influido muy negativamente en la iglesia.
Eso de querer imitar a Jesús…. pero sin ser trabajadores manuales, de oficio, de tekne o técnica como Jesús quizá ha sido un engaño muy pagano, muy helenista, en iglesia.
Jesús, un proyecto social-económico y religioso desde la marginación.
Pienso que era un campesino sin propiedades obligado a vender su trabajo para así vivir y/o mantener a su familia, y, de esa forma, cuando él hable de “pobreza” y llame bienaventurados a los ptôjoi (mendigos), Jesús evocará su situación de marginado económico, que conoce por dentro y comparte la suma pobreza de las gentes de su entorno.
No es un marginal por rareza u opción sacral, sino un marginado real que se enfrenta a los poderes causantes de la marginación y los rechaza, para superarlos de raíz, como iré indicando (y como había proclamado el Magníficat).
No fue pensador de tiempo libre, ocupado en pequeñas mejoras, sino profeta en un mundo de opresión, decidido a proclamar e iniciar el camino del Reino, entre hombres y mujeres de un mercado de trabajo sin trabajo (cf. Mt 20, 1-16). Su mensaje no fue un lujo espiritual desconectado de la vida, sino una propuesta de transformación para la vida en un contexto de muerte, en el que resonaba la amenaza del Gen 2-3: El día en que comáis del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal moriréis…
Los poderosos de su tiempo (dueños del poder y del dinero, romanos invasores y judíos colaboradores…) estaban comiendo de ese fruto del árbol del “conocimiento” económico….(que Jesús condensará como Mammón: Mt 6, 24), mientras que el grueso de la población se hallaba amenazada por el hambre, la exclusión, la enfermedad… Esto es lo que él aprendió, trabajando quizá por un tiempo al servicio del rey Antipas, en sus nuevas capitales (Séforis, junto a Nazaret; o Tiberíades, sobre el lago), o de otros propietarios ricos. Ciertamente, pudo tener más movilidad y más conocimiento que un agricultor asentado en (atado a) su tierra, pero conoció la vida desde “el otro lado”, desde la pobreza, y a partir de ella (no desde los ricos, señores del pensamiento y del dinero) quiso cambiar la vida de los hombres y mujeres de su pueblo, en un gesto y camino abierto a todos los pobres del mundo[2].
Los artesanos de Galilea eran como hebreos en Egipto, sin seguridad material o social, pues habían perdido o estaban perdiendo la “herencia de Dios” (tierra). No tenían patrimonio (vinculado al patriarcado), ni tierras para herencia, pues carecían de herencia y de casa (estructura familiar). Desde ese fondo, planeó y desarrolló Jesús su propuesta de Reino. Posiblemente, como heredero de una familia que había emigrado de Belén cien años antes (tras la conquista de Galilea por Alejandro Janeo, el Macabeo, hacia el 100 a.C.), Jesús se sentía portador no sólo de la promesa de Abrahán (familia, tierra), sino de la esperanza de David, el betlemita, que incluye la posesión de una tierra, en la que todos han de ser propietarios, compartiendo el don del Reino. Pero, al mismo tiempo, él formaba parte de la gran masa de hombres y mujeres que habían perdido la tierra (hambrientos, enfermos…), y que parecían expulsados de la herencia de Dios[3].
Un cambio social de fondo.
Como he destacado ya, los campesinos y pastores del principio de Israel se habían unido formando una agricultura de comunicación y fraternidad, con intercambio directo de bienes; pero, en un momento dado, con el despliegue de la monarquía y el auge de poder económico-social del templo, había surgido una clase especial de burócratas mercantiles, al servicio de las élites político/religiosas, que controlaban la riqueza:
‒ Los mercaderes como “clase” dependían del trabajo productor de agricultores, pastores y obreros, pero de tal forma lo controlaban que acabaron haciéndose dueños de sus beneficios. Frente al trabajo que produce bienes, surge y se desarrolla el dinero del mercado, de manera que el valor primario no es ya la persona o familia, ni las relaciones personales, sino el Capital Mammón, dios objetivado como diablo (cf. Mt 6, 24).‒ Los mercaderes ricos,con los “reyes” o funcionarios superiores y los sacerdotes (que sacralizan de algún modo ese dinero), se hacen árbitros de la sociedad, dirigiendo el proceso real de producción y distribución de bienes. Así se relacionan con un dinero que, por un lado “pertenece al César” (cf. Mc 12, 16-17), pero que, por otro (¿al mismo tiempo?), tiende a convertirse en Mammón sobre el mismo César (Mt 6, 24).
No parece que Jesús haya sido un purista anti-monetario, ni un reformador económico sin más, pues no ha condenado directamente a los comerciantes (en contra de EvTom 67), pero ha querido poner el comercio y dinero al servicio de la vida (de los pobres), de un modo gratuito (por comunicación directa), iniciando un cambio intenso, no una simple reforma, apelando para ello a la llegada del Reino de Dios, prometido por profetas y apocalípticos[4].
El ideal de Jesús era una sociedad igualitaria (no mercantil, no imperial), de agricultores, pastores (y pescadores), compartiendo bienes y trabajos. Pero de hecho gran parte de los agricultores se habían ido vuelto campesinos sometidos, marginados, pobres, enfermos, al servicio de la estructura político-monetaria del Imperio (Roma), en un proceso que culminaba en aquel tiempo en Galilea [5].
Entre pobres y excluidos. Jesús compartió su mensaje y camino con esos campesinos sin campo, renteros, braceros o artesanos al margen de la sociedad, y en especial con los pobres (mendigos, enfermos, impuros…), que eran el equivalente de los huérfanos, viudas y extranjeros de la ley fundamental del Pentateuco[6]. Por eso es bueno precisar la situación que ellos tenían:
‒ Podía haber artesanos asentados e incluso ricos, clientes del sistema político, económico y/o religioso al que sostenían, operarios al servicio de gobernantes, ciudades y/o templos, como el de Jerusalén, con miles de obreros privilegiados quienes, como es normal, no respaldarán a Jesús pues se encuentran bien con su trabajo.
‒ Pero muchos eran marginados sin más,itinerantes sin hogar fijo, eventuales al servicio de agricultores ricos o de comerciantes. Entre éstos parece hallarse Jesús, obrero eventual, dependiente de un “mercado” de trabajo inestable, sin medios de vida asegurada.
En el último escalón había grupos y gentes que se hallaban fuera de todos los esquemas, que no podían llamarse ni siquiera pobres en el sentido de trabajadores con pocos recursos (penes, penetes), sino ptôjoi estrictamente dichos (por-dioseros), mendigos sin propiedad, extranjeros, enfermos, excluidos sociales, entre los que podemos distinguir tres grupos.
− Esclavos. Eran abundantes en el Imperio, pero menos en el contexto rural de Galilea, de forma que Jesús no pudo iniciar una “rebelión de esclavos” (como Espartaco, el 71 a. C.), sino un movimiento de Reino, con un tipo más amplio de siervos y dependientes económicos: campesinos pobres, artesanos y mendigos.
− Impuros, degradados…No parece que formaran una clase especial (como en la India), pero hallamos muchos en el evangelio, en la línea de los enfermos (leprosos) y en especial de los posesos o endemoniados, y quizá entre los publicanos y prostitutas, que forman el corazón del proyecto de Jesús, que (como he dicho) no buscaba la restauración de la pureza sacral del pueblo (como los fariseos y otros grupos, con el Benedictus de Zacarías), sino la liberación de los pobres y excluidos[7]
El domingo pasado nos recordaba el evangelio de Marcos dos ejemplos de fe: el de la mujer con flujo de sangre y el de Jairo. Hoy nos ofrece la postura opuesta de los nazarenos, que sorprenden a Jesús con su falta de fe.
En aquel tiempo Jesús fue a su tierra acompañado de sus discípulos. El sábado se puso a enseñar en la sinagoga, y la gente, al oírlo, decía asombrada:
-«¿De dónde le viene a este todo esto? ¿Cómo tiene tal sabiduría y hace tantos milagros? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven con nosotros?».
Y se escandalizaban de él.
Jesús les dijo:
-«Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian al profeta».
Y no pudo hacer allí ningún milagro, aparte de curar a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se quedó sorprendido de su falta de fe. Recorrió después las aldeas del contorno enseñando.
Éxito en Cafarnaúm
Resulta interesante comparar lo ocurrido en Nazaret con lo ocurrido al comienzo del evangelio: también un sábado, en Cafarnaúm, Jesús actúa en la sinagoga y la gente se pregunta, llena de estupor: «¿Qué significa esto? Es una enseñanza nueva, con autoridad. Hasta a los espíritus inmundos les da órdenes y le obedecen.» Enseñanza y milagros despiertan admiración y confianza en Jesús, que realiza esa misma tarde numerosos milagros (Mc 1,21-34).
Fracaso en Nazaret
Otro sábado, en la sinagoga de Nazaret, la gente también se asombra. Pero la enseñanza de Jesús y sus milagros no suscitan fe, sino incredulidad. La apologética cristiana ha considerado muchas veces los milagros de Jesús como prueba de su divinidad. Este episodio demuestra que los milagros no sirven de nada cuando la gente se niega a creer. Al contrario, los lleva a la incredulidad.
Los milagros de Jesús han representado un enigma para las autoridades teológicas de la época, los escribas, y ellos han concluido que: «Lleva dentro a Belcebú y expulsa los demonios por arte del jefe de los demonios»(Mc 3,22).
Los nazarenos no llegan a tanto. Adoptan una extraña postura que no sabríamos cómo calificar hoy día: no niegan la sabiduría y los milagros de Jesús, pero, dado que lo conocen desde pequeño y conocen a su familia, no les encuentran explicación y se escandalizan de él.
Jesús, motivo de escándalo
En griego, la palabra escándalo designa la trampa, lazo o cepo que se coloca para cazar animales. Metafóricamente, en el evangelio se refiere a veces a lo que obstaculiza el seguimiento de Jesús, algo que debe ser eliminado radicalmente («si tu mano, tu pie, tu ojo, te escandaliza… córtatelo, sácatelo»).
Lo curioso del pasaje de hoy es que quien se convierte en obstáculo para seguir a Jesús es el mismo Jesús, no por lo que hace, sino por su origen. Cuando uno pretende conocer a Jesús, saber «de dónde viene», quiénes forman su familia, cuando lo interpreta de forma puramente humana, Jesús se convierte en un obstáculo para la fe. Desde el punto de vista de Marcos, los nazarenos son más lógicos que quienes dicen creer en Jesús, pero lo consideran un profeta como otro cualquiera.
Asombro e impotencia de Jesús
A Marcos le gusta presentar a Jesús como Hijo de Dios, pero dejando muy clara su humanidad. Por eso no oculta su asombro ni su incapacidad de realizar en Nazaret grandes milagros a causa de la falta de fe. Adviértase la diferencia entre la formulación de Marcos: «no pudo hacer allí ningún milagro» y la de Mateo: «Por su incredulidad, no hizo allí muchos milagros».
Nazaret como símbolo
Los tres evangelios sinópticos conceden mucha importancia al episodio de Nazaret, insistiendo en el fracaso de Jesús (la versión más dura es la de Lucas, en la que los nazarenos intentan despeñarlo). Se debe a que consideran lo ocurrido allí como un símbolo de lo que ocurrirá a Jesús con la mayor parte de los israelitas: «Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian al profeta».
El fracaso no lo desanima
El evangelio de hoy termina con estas palabras: «Recorrió después las aldeas del contorno enseñando.» Jesús ha fracasado en Nazaret, pero esto no le lleva al desánimo ni a interrumpir su actividad. Igual que Ezequiel (1ª lectura), le escuchen o no le escuchen, dejará claro testimonio de que en medio de Israel se encuentra un profeta.
Lectura del Profeta Ezequiel (1ª lectura: Ez 2,2-5).
En aquellos días, al decirme esto, el espíritu entró en mí, me hizo tenerme en pie y pude escuchar a aquel que me hablaba. Él me dijo: «Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes, que se han rebelado contra mí, ellos y sus padres, hasta este mismo día. Hijos de cara dura y corazón de piedra son aquellos a quienes yo te envío. Les dirás: Esto dice el Señor Dios. Escuchen o no escuchen -puesto que son una raza de rebeldes-, sabrán que en medio de ellos se encuentra un profeta.
Un remedio contra la soberbia y el narcicismo (2ª lectura).
Aunque sin relación con el evangelio, el texto de Pablo enseña algo muy útil para todos. Él es consciente de haber recibido unas revelaciones especiales de Dios. La más importante, después de la conversión, que Jesús vino a salvarnos a todos, no solo a los judíos, y que el evangelio debe proclamarse por igual a todas las personas, sin tener en cuenta su raza, género o condición social. Una revelación totalmente revolucionaria. Esto pudo provocar en él una reacción de orgullo y soberbia. Para contrarrestarla, Dios «le clava una espina en el cuerpo», que le humilla profundamente. No sabemos a qué se refiere. Se ha pensado en su enfermedad de la vista, de la que habla en la carta a los Gálatas, que coartaba su actividad misionera. Por lo que dice a continuación, le humillaban las propias flaquezas y las persecuciones, insultos y críticas procedentes de todas partes. Sin olvidar sus arrebatos de ira, que le llevaron a pelearse con Bernabé, su mejor amigo, al que tanto debía; o que le hacían escribir cosas terribles contra los judíos, e incluso contra los cristianos que no compartían sus puntos de vista, a los que llama «falsos hermanos». En cualquier caso, avergonzado de su conducta, pide a Dios que le saque esa espina. Quiere ser bueno y sentirse bueno. Sin fallo alguno. Narcisismo puro. Y Dios le responde: «Te basta mi gracia, pues mi poder triunfa en la flaqueza».
A ninguno de nosotros nos faltan espinas en el cuerpo y en el alma que nos gustaría arrancarnos; o, mejor, que Dios las arrancara para dejarnos vivir tranquilos, satisfechos de nosotros mismos. Pero nos dice como a Pablo: «Te basta mi gracia». Y nosotros debemos repetir como él: «Me alegro de mis flaquezas, de los insultos, de las dificultades, de las persecuciones, de todo lo que sufro por Cristo».
Bastantes veces he oído decir: «Si fuésemos mejores, si la Iglesia fuera como la quería Jesús, si actuásemos como él, la gente aceptaría el mensaje del evangelio y no habría tanta incredulidad». Las lecturas de hoy demuestran que esta idea es ingenua. Nunca seremos mejores que Jesús, pero él también fracasó. No solo en Nazaret, sino en Corozaín, Betsaida, Cafarnaún, Jerusalén… Sin embargo, nunca renunció a cumplir la misión que el Padre le había confiado. Este es el gran ejemplo que nos da en el evangelio de hoy.
Comentarios desactivados en Domingo XIV del Tiempo Ordinario. 07 de julio de 2024
“La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: ‘¿De dónde le viene esto? Y, ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada?’
(Mc 6,1-6)
El evangelio de hoy nos presenta a Jesús volviendo a Nazaret por primera vez desde el comienzo de su predicación. Debió de alegrarse de volver a encontrarse con familiares, amigos y vecinos que le han visto crecer. Sin embargo, el Jesús que llega es un hombre diferente, transformado. Y esto es lo que hace que la gente conocida lo rechace, no quiera escucharle ni crea en él. Se pensaban que lo conocían, pero solo lo hacían externamente. Jesús tiene para ellos palabras de libertad, una Buena Noticia que llene sus vidas de esperanza y de consuelo, y las manos preparadas para sanar, para restablecer, para vivificar, para fortalecer. Pero la gente de Nazaret desconfía de alguien que, siendo tan parecido a ellos, les llega con un conocimiento nuevo: “¿De dónde le viene esto?”
La sabiduría que perciben en Jesús es incomprensible porque no le ha venido de fuera, no se ha convertido en un erudito a fuerza de estudiar. La transformación que la gente ve le viene de un conocimiento interior, profundo, íntimo, de su Padre del cielo y de la humanidad.
Sorprende que, a pesar de darse cuenta de la sabiduría de Jesús, lo rechacen, no le escuchen ni confíen en él. Quizás era porque sentían que su mirada y sus palabras les travesaban. Llegaban hasta su fondo, les revelaban su verdad, les incomodaban. Porque los conocía demasiado bien, sabía qué podía pedir a cada uno, sabía los puntos débiles de cada cual.
El caso es que si quien hubiera predicado en la sinagoga de Nazaret aquel sábado hubiese sido alguien desconocido, venido de lejos, sin ninguna relación con el pueblo, que no tuviera ni idea de sus relaciones y comportamientos, el éxito habría estaba asegurado.
Todo esto hace pensar en lo que nos cuesta escuchar palabras verdaderas sobre nosotras, palabras de quien nos conoce bien, de quien no podemos engañar con victimismos ni falsas imágenes. Palabras venidas de aquellas pocas personas que nos aceptan incondicionalmente, que solo quieren nuestro bien, que crezcamos y mejoremos. Que nos traen de vuelta a nuestra realidad.
Nos resulta más fácil seguir ensoñadas con espejos distorsionados. A menudo estamos dispuestas a escuchar aquello que viene de fuera, de cuanto más lejos mejor, cuanto más exótico mejor. Nos atraen las novedades, las soluciones instantáneas, las últimas tendencias. Buscamos consuelo y compañía a través de la pantalla, no lo pensamos mucho a la hora de contar nuestra vida a alguien desconocido.
Mucho menos dispuestas estamos, en cambio, a abrir el corazón a la gente con quien nos encontramos cada día. A hablarles de nuestros dolores, alegrías, deseos, sueños, vacíos y plenitudes. De lo que vivimos con ellos, lo que nos cuesta y lo que nos da gozo. Y es esta gente, sin embargo, la que nos puede hablar de nosotras mismas. Hacernos encontrar con quien somos y con el Dios que nos habita. Compartirnos, dejarnos mirar, escuchar serenamente lo que tienen que decir quienes nos conocen bien, es transformador y nos lleva hacia una vida plena. Igualmente, las profundidades de los demás, escucharles con oídos atentos y mirada limpia, nos hace crecer en sabiduría, en comunión, en alegría, en paz, en conocimiento de Dios.
Oración
Trinidad Santa, transfórmanos desde dentro, ayúdanos a dejarnos mirar hasta el fondo y a mirar a las demás personas con ternura y respeto, y a poner ante ti lo que simplemente somos.
Comentarios desactivados en Conocer demasiado a Jesús puede llevarnos a rechazarlo.
DOMINGO 14º (B)
Mc 6,1-6
Las tres lecturas de hoy nos hablan de limitaciones del ser humano. Tanto Ezequiel, como Pablo, como Jesús, se dan cuenta de lo poca cosa que son, pero terminan descubriendo que esas limitaciones no anulan las posibilidades de humanidad plena. Somos humanos, tal vez ‘demasiado humanos’ como decía Nietzsche, pero la plenitud de humanidad que podemos alcanzar es algo increíblemente grandioso y más que suficiente para dar sentido a una vida. Seres humanos limitados y a la vez infinitos.
Con este texto concluye Marcos una parte de su obra. Después de este relato, que manifiesta la aceptación por el pueblo de las tesis de los dirigentes, no vuelve a poner a Jesús en relación con los representantes de la religión. Sigue enseñando y liberando al pueblo oprimido. Jesús ve que no hay nada que hacer con la institución, y se va a dedicar al pueblo marginado. Este episodio se encuentra en los tres sinópticos, aunque con notables diferencias. Relatos paralelos encontramos en Jn y en otros textos sinópticos.
Marcos no tiene relatos de la infancia. Por eso puede narrar sin prejuicios este encuentro con los de su “pueblo”. Es un toque de alerta ante el afán de divinizar la vida humana de Jesús. Para los que mejor le conocían, era solo uno más del pueblo. Sus paisanos estaban tan seguros de que era una persona normal, que no pueden aceptar otra cosa. Eran sus compañeros de niñez, habían jugado y trabajado con él, lo conocían perfectamente. Lo encuadran en una familia, (requisito indispensable para ser alguien). Hasta ese momento no habían visto nada anormal en él. Es lógico que no esperasen nada extraordinario.
El texto griego no dice pueblo sino “patria”. Ni hace referencia al lugar geográfico, sino al ambiente social en que vivió. Llega con sus discípulos, convertido en un rabino que tiene seguidores. No sale nadie a recibirle. Tuvo que esperar al sábado e ir él a la sinagoga a hablarles. No fueron a la sinagoga a escucharle, sino a cumplir con el precepto. Jesús por su cuenta, se pone a enseñarles. Marcos ya había advertido de la relación de Jesús con su familia. En 3,21 dice que sus parientes vinieron a llevárselo, porque decían que estaba loco. Quedan impresionados como en Cafarnaúm, pero con una actitud negativa.
En griego no dice: “desconfiaban de él” sino “se escandalizaban”, que indica una postura más radical. Ni siquiera pronuncian su nombre. Dicen despectivamente que es hijo de María; no nombran a su padre, que era la manera de considerar digna a una persona. Es curioso que Mateo corrige el texto de Marcos y dice: “hijo del carpintero”. Pero Lucas va más lejos y dice: “el hijo de José”. Estos evangelistas, que copian de Marcos, intentan quitarle al texto la posible interpretación peyorativa. Para Marcos, no era hijo de José, porque había roto con la tradición de su padre; ya no era un seguidor de las tradiciones.
Ese conocimiento total de Jesús les impide creer en él. Lo conocen muy bien, pero se niegan a reconocerle como lo que es. Hay que estar atentos al texto. En aquel tiempo, cualquiera podía hacer la lectura y comentarla. Si no aceptan su enseñanza, es porque no se presentó como carpintero sino con pretensiones de maestro. Tampoco lo rechazan por enseñar como un Rabí, sino por enseñar cosas nuevas que no estaban de acuerdo con la tradición. La religión judía estaba segura de sí misma y no admitía novedad. Los jefes religiosos no permitían admitir nada distinto a lo que ellos enseñaban.
Jesús no ha estudiado con ningún rabino ni tiene títulos oficiales. Al hacer Jesús alusión al rechazo del “profeta”, está respondiendo a las cinco preguntas puramente retóricas que se habían hecho sus paisanos. Jesús no enseña nada de su cosecha, sino que habla en nombre de Dios. Esa era la característica de un profeta. El texto nos dice que, al no aceptarle, están rechazando a Dios. La extrañeza de Jesús no es por verse rechazado sino por verse rechazado por su pueblo. Rechazado por aquellos a quienes intentaba liberar. El golpe psicológico que recibió Jesús tuvo que ser realmente muy fuerte.
Un detalle más interesante es que su desconfianza impide que Jesús pueda hacer milagro alguno. El domingo pasado decía Jesús a la hemorroísa: “tu fe te ha curado”; y a Jairo: “basta que tengas fe”. La fe o la falta de fe, son determinantes a la hora de producirse un “milagro”. ¿Dónde está entonces el poder de Jesús? Tenemos que superar la idea de un Jesús que puede hace lo que quiere en cada momento. Ni Dios ni Jesús pueden hacer lo que quieren si entendemos el “hacer” como causalidad física. La idea de un Jesús con el comodín de la divinidad en la manga ha falseado el verdadero rostro de Jesús.
El relato nos habla de la humanidad de Jesús. Nos confirma que no tiene privilegios. Por eso es tan difícil aceptarle como profeta. Siempre será difícil descubrir a Dios en aquel que se muestra como humano. Rechazamos por instinto cualquier Jesús que no esté de acuerdo con el que aprendimos de pequeños. Yo he oído más de una vez esta frase: “no nos compliques la vida. ¿Por qué no nos dices lo de siempre?” Acostumbrados a oír siempre lo mismo, rechazamos lo nuevo, aunque esté más de acuerdo con el evangelio.
Todo lo que no responda a lo sabido, a lo esperado, no puede venir de Dios. Esa fue la postura de los jefes religiosos del tiempo de Jesús y esa es la postura de los jerarcas de todos los tiempos. Pero esa es también la postura de todos los que lo negaron en aquella sociedad en la que vivió. Aceptar a Jesús, como aceptar a Dios, implica el estar despegado de todas las imágenes que nos hemos hecho de él. Siempre que nos encerremos en ideas fijas sobre Jesús, estamos preparándonos para el escándalo.
Dios nunca se presenta dos veces con la misma cara. Si de verdad le buscamos, lo descubriremos siempre diferente. Si esperamos encontrar al Dios domesticado, nos engañamos a nosotros mismos aceptando al ídolo que es familiar. La consecuencia inesperada de toda religión institucionalizada será siempre el tratar de manipular y domesticar a Dios para hacer que se acomode a nuestras expectativas egoístas.
El verdadero profeta es el que habla del Dios desconcertante que puede salir en cualquier instante por peteneras. El profeta nunca estará conforme con la situación actual, ni personal ni social, porque sabe que la exigencia de Dios es la perfección a la que no podemos llegar. El auténtico profeta será siempre un inconformista, un indignado. Lo más antievangélico será siempre la persona o la institución instalada.
La trampa en que hemos caído es pensar que “todos” tenían la obligación de aceptar el mensaje de Jesús. Nada ha hecho más daño al cristianismo, que el querer imponerlo a todos. Desde Constantino hasta hoy, hemos cometido el disparate de hacer cristianos por “decreto”. La opción por el evangelio será siempre cuestión de minorías. Nos asusta un Jesús completamente normal porque hemos puesto la grandeza en lo extraordinario. Lo grande del ser humano no es lo que no tienen los demás, sino lo que todos tenemos.
¿No es éste el carpintero, hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón?
Tenemos tendencia a pensar que la vida pública de Jesús tuvo dos etapas distintas; la primera gloriosa en Galilea con multitudes que le seguían entusiasmadas, y la segunda dramática en Jerusalén, donde fue sometido a pasión y muerte.
Pero ésta es una percepción errónea, o al menos incompleta, porque la predicación de Jesús siempre estuvo marcada por la incomprensión. Ni sus amigos más cercanos le entendían, y aunque le seguían fascinados, tuvo que morir para que le entendiesen y creyesen en él (Jn 20,8).
¿Pero, por qué no le entendían?…
Pues porque eso era lo natural. Su misión era proclamar a Abbá —el Padre que nos ha engendrado por amor y nos perdona siempre y sin condiciones—, y precisamente en el origen de la misión estaba también el origen del problema; porque Abbá tenía poco que ver con el Dios que proclamaban los doctores y los santos de Israel.
Para cualquier israelita, la conversión a Abbá suponía abandonar al Dios de sus padres, renunciar a la tradición y lanzarse al vacío, y éste era un plato demasiado fuerte para el que no estaban preparados. Por eso, todo cuanto le escuchaban lo amoldaban a la horma de sus tradiciones y acababan interpretándolo en clave política. Les entusiasmaba lo de Jesús, pero no podían aceptar que aquello pudiese entrar en conflicto con sus creencias milenarias.
Los escribas y fariseos habían rechazado su mensaje desde el principio y le habían sometido a un permanente acoso. Primero le acusaron de blasfemo (Mc 2,7) y luego de actuar en nombre de Belcebú (Mt 12,24). Pero quizá lo más doloroso fue que sus familiares tampoco le entendiesen y fuesen a buscarle para llevarlo a casa porque pensaban que estaba loco (Mc 3,21). En Nazaret fue rechazado por sus antiguos vecinos (Mc 6,6), y tras la multiplicación de los panes y los peces, una muchedumbre quiso proclamarle rey (Jn 6,15), y al negarse, se produjo tal desbandada entre sus seguidores que tuvo que replantearse todos sus planes.
Pero su enfrentamiento con escribas y fariseos no se limitó a discusiones dialécticas, sino que en varias ocasiones corrió peligro su vida. Después de la curación en sábado del hombre de la mano paralizada, los fariseos se conjuraron con los herodianos para matarle (Mc 3,6). Cuando visitó Nazaret, sus vecinos no le admitieron como profeta y quisieron despeñarlo (Lc 4,29). En la fiesta de los Tabernáculos, los sacerdotes y los fariseos mandaron alguaciles para prenderle, pero volvieron con las manos vacías: «Jamás hombre alguno habló como éste» (Jn 7,47) …
Y así hasta la cruz. No, la vida de Jesús nunca fue un camino de rosas y podemos imaginar que en muchos momentos se habría sentido frustrado y fracasado, pero tuvo el coraje de mantener su compromiso hasta el final.
Fascinante, Jesús.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
Las lecturas de este domingo nos sitúan en unas categorías que nos resultan un tanto extrañas y sin embargo sus raíces bíblicas y su actualidad tienen una gran fuerza. Es el contraste Profeta-Rey.
A primera vista, tanto uno como otro, nos pueden parecer dos papeles desfasados que poco tienen que ver con nuestra realidad actual. Pero adentrémonos un poco en el concepto de Rey y comprenderemos que tiene que ver con el poder económico y político. Hoy, quizá como nunca antes, es evidente que el poder corrompe.
Profeta es quien anuncia la palabra de amor y quien denuncia la manipulación y la injusticia del poder, es decir, del Rey. No anuncia ni denuncia desde sí mismo sino desde la experiencia de miseria del pueblo y desde las exigencias de justicia de Dios.
Muchas veces nos situamos frente al poder opresor en actitud de protesta y desde el discurso teórico. Es fácil señalar la injusticia del otro sin mirarnos a nosotrxs mismxs. No nos resulta fácil aceptar que caemos en los mismos patrones aunque los critiquemos.
Llevo varias semanas traduciendo con Magda Bennásar, compañera de comunidad, los doce principios de la humildad de la regla de San Benito, descritos y actualizados por la benedictina Joan Chittister, autora norteamericana muy conocida.
El evangelio nos lo presenta muy claro: “¿De dónde le vienen a éste esas cosas? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María….? ¿No están sus hermanas aquí con nosotros?” (Marcos 6: 1-6)
Cuando alguien despunta a nuestro lado en seguida ponemos en tela de juicio lo que hace, lo que dice, poniéndonos en evidencia a nosotros mismos. ¿Por qué nos cuesta tanto alegrarnos de la posibilidad de que Dios se esté manifestando a través de esa persona?
Desde el principio el cristianismo estuvo lleno de conflictos, provocados tanto desde fuera como desde dentro de las mismas comunidades cristianas.
La naturaleza humana “salta” rápidamente cuando siente que se le hace de menos, que se le trata de imponer algo, y luchamos con todas nuestras fuerzas por defender nuestra visión a costa de lo que haga falta. El amor propio es el que impera por encima de todo y de todos.
En la segunda lectura de este domingo, 2 Cor 12, 7-10, dice Pablo: “Para que no me engría”… ¿De qué se habría de engreír Pablo, por qué tendría que saltar la soberbia? “Por la grandeza de estas revelaciones” dice en el versículo 7. Esa tendencia tan humana que experimentamos todos de apropiarnos de lo que Dios nos concede gratuitamente sin necesidad de que hagamos nada para merecerlo.
Esas revelaciones, esas experiencias tienen sentido cuando las ponemos al servicio de la comunidad. No se nos regalan para nuestro propio beneficio y el peligro es creer que son nuestras.
Y mucho más quienes se otorgan la enseñanza de la fe cristiana por el título que se les ha concedido, sin respetar que los criterios se disciernen en comunidad y que nadie, absolutamente nadie tiene la exclusividad de la “inspiración divina”.
Me refiero sí, a obispos que en lugar de pastores parecen jueces, a sacerdotes que creen que el sacramento les convierte en personas con el poder de decidir sobre toda la comunidad. Y a cada uno y cada una de nosotras que en nuestra parcela nos creemos dueños y señores y también podemos actuar con un absolutismo que da miedo.
“Para que no tenga soberbia me han metido una espina en la carne: un emisario de Satanás que me apalea para que no sea soberbio”.
¿A qué o a quién se está refiriendo? No lo sabemos pero si sabemos que hay circunstancias en nuestras vidas que nos colocan en nuestro sitio. Una enfermedad, una relación difícil, mi propio carácter…se pueden convertir en dificultades grandes para lo que yo creo que es el plan de Dios. Por eso solemos pedirle que nos libre de todo ello.
“Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad”. Recuerdo en los principios de mi vida consagrada cómo acudía a esta Palabra intentando convencerme de ella aunque me parecía prácticamente imposible que fuera verdad. ¿Cómo es posible que algo que parece tan contradictorio sea efectivamente el camino del que Dios se sirve para nuestra transformación?
A fuerza de experiencias, duras muchas veces, de sentir no solo la debilidad sino también esa fuerza de Dios que no sabemos de dónde viene, aprendemos a retirarnos para dejar pasar al Espíritu.
Solo lo entiende quien ora; vivir desde esta dimensión solo es posible desde el corazón, no como algo opuesto a la razón sino como unificación de los dos, mente y corazón.
Nuestra Iglesia necesita un cambio radical, olvidarse del poder del “Rey” y entrar en la dimensión profética, entendida no como anuncio o denuncia desde sí mismo, sino como consecuencia de la escucha a Dios y al pueblo.
Este mensaje es para todos y todas. Abandonar el dominio y el poder opresivo a través de la conversión y la reconciliación y pasar a estar a la sombra del Espíritu.
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Domingo XIV del Tiempo Ordinario
7 julio 2024
Mc 6, 1-6
Ningún especialista duda de que los textos evangélicos son obra de las primeras comunidades cristianas que, en un proceso de elaboración nada sencillo, trataban de dar contenido y coherencia a la fe que empezaban a vivir. En ese sentido, los evangelios no son tanto crónicas, cuanto catequesis que buscan sostener, alimentar y difundir la fe en Jesús como Mesías (o Cristo).
Por ese motivo, no parece que podamos conocer nunca las palabras auténticas de Jesús, por más que haya sido este un intenso objeto de indagación por parte de biblistas y teólogos, que perseguían llegar a formular con precisión las “ipsissima verba Jesu” (las mismísimas palabras de Jesús).
Con todo, parece un dato histórico que la gente de Galilea lo reconocía como un “maestro de sabiduría”. Sin duda, porque hablaba desde la experiencia, la integridad, la coherencia y el amor.
La persona sabia no es la que repite discursos aprendidos de otros ni la que se conforma con creencias. No se acomoda resignada en un pensamiento perezoso que repite lo que le han enseñado, sino que cuestiona incansablemente el dogma y las creencias heredadas y consideradas intocables. Habla de lo que ha vivido y ha visto, ha sido transformada por ello y lo ofrece de manera desapropiada, no buscando la conformidad con lo que dice, sino como invitación para que cada cual indague y verifique por su cuenta la verdad de lo que escucha.
Las creencias son siempre un conocimiento de segunda mano y no aportan nada nuevo; simplemente, otorgan una falsa sensación de seguridad mientras se mantiene la adhesión o la fe, pero en realidad son incapaces de ofrecer consistencia. Se trata de ideas escuchadas a otros, por lo que, al repetirlas, suenan vacías de sabor. Y no solo no aportan nada nuevo, sino que, al prestarles adhesión y tomarlas como “verdaderas”, cierran el paso a la búsqueda e indagación de la verdad. En realidad, el dogma es la anti-comprensión.
Las palabras de sabiduría, por el contrario, aportan verdad y se hallan dotadas de sabor, novedad y frescor. No se trata de un sabor necesariamente “dulce” -con frecuencia, cuestionan, remueven y perturban- ni de una “novedad” esnobista, que buscara aplauso o admiración. Son palabras siempre nuevas, porque no nacen de la mente -de lo aprendido-, sino que expresan lo vivido y experimentado. Por eso resuenan con facilidad en quienes las escuchan, despertando, en esa resonancia, la sabiduría que habita en todo ser humano.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
Dos aspectos presiden la Palabra de este domingo:
La dimensión humana de Jesús: Encarnación.
Jesús como profeta: el profetismo en la vida de las comunidades cristiana
01.- Dimensión humana de Jesús
Las lecturas de hoy, especialmente la del evangelio, son una meditación sobre la dimensión humana de Jesús.
La pregunta sobre quién era Jesús es frecuente en los evangelios, especialmente en el de Marcos. ¿Quién es éste? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven aquí con nosotros?”
Muchas personas pensamos que Jesús fue una especie de extraterrestre, algo así como un “niño prodigio” que vino a este mundo de manera casi “mágica”, entró en nuestra historia, pero en realidad lo humano y terrestre de Jesús tenía poco o ningún interés.
Pero JesuCristo no fue un “ovni” o un extraterrestre aterrizado de los cielos, del olimpo de los dioses., Jesús fue hombre, ser humano como nosotros. Jesús crecía entre nosotros en sabiduría, gracia…
Por eso, los treinta años de “vida oculta” de Jesús, la historia humana de Jesús no fue un pasar el tiempo, esperando lo realmente importante, que era su predicación, muerte, resurrección y la marcha de este mundo.
Esta visión de un Jesús celeste malamente podría ser de la religión y filosofía griegas, pero no es una lectura cristiana de Jesús.
La imagen de un Mesías celeste, angelical, puramente divino estuvo presente ya entre las primeras desviaciones del pensamiento cristiano. Se llamaba el gnosticismo: es algo que se dio especialmente en algunos cristianos de las comunidades de S Juan. Si Jesús era Dios, no podía ser hombre. Los dioses están con los dioses en el cielo, en el olimpo. Jesús tenía apariencia humana, pero no era humano.
Por esto el NT subraya la dimensión humana de Cristo: el Verbo se hizo carne (Juan 1). No se hizo ángel o un ser celeste, sino hombre.
Los paisanos de Jesús -lógicamente y por contraposición- le ven como el hijo del carpintero, el hijo de María, hermano de sus hermanos y hermanas. Pero muchos de los parientes de Jesús no llegarán a ver en Jesús la expresión de Dios, el logos, el hijo de Dios.
Siempre la cuestión es ver en la materialidad de las personas y de la vida “algo más”: transcendencia, transfiguración…
En el hijo del carpintero podemos ver a Cristo y lo que él significa. El hijo de Dios es el hijo del carpintero.
Y a Jesús, a Dios, le vemos en el pobre, en el marginado, en los más débiles y sencillos de la vida.
02.- Hubo un profeta
En la lectura de Ezequiel nos dice que: el pueblo rebelde sabrá que hubo un profeta. Al mismo en el evangelio Jesús dice que es despreciado como profeta por su propio pueblo.
Profeta no es el que adivina el futuro: ese es un mago o vidente o agorero. Profeta es la persona lúcida y libre que sabe leer los acontecimientos de la historia desde la profundidad de la razón y de la fe. Profeta es el que hace de contrapunto del pueblo.
Cuando el pueblo se aleja de Dios, de la verdad, el profeta es el que le recrimina y le llama a la conversión. Por contra: cuando el pueblo se siente hundido, abandonado en el destierro, en la calamidad, el profeta es el que anima al pueblo… El profeta es el que anuncia y denuncia:denuncia las miserias, el pecado y anuncia un porvenir, un futuro mejor.
Por esto generalmente el profeta no está bien visto por el poder, por la jerarquía. El profeta siempre es incómodo, porque a las instituciones, a los sistemas y estructuras de poder les molesta mucho que les critiquen sus defectos y corrupciones. A todos nos gusta escuchar únicamente alabanzas y que nos rían “las gracias”. Por ello generalmente los profetas son perseguidos, aniquilados. Desde Juan Bautista, al que le cortaron la cabeza, hasta Oscar Romero, al que le dieron un tiro y sobre todo Cristo, al que el mundo religioso y político llevó también a la muerte en cruz, los profetas han sido y son marginados y eliminados.
03.- Profetismo en la Iglesia.
Entre los muchos servicios y ministerios que se dieron en la Iglesia naciente: maestros, doctores, misioneros, incluso mujeres diaconisas, etc., hubo profetas.
En las comunidades nacientes del NT, había profetas, pero pronto desaparecieron, porque los auténticos profetas son siempre incómodos.
Los profetas son incómodos pero necesarios.
Es abusivo y falso pensar que Dios habla y actúa únicamente por voz de la jerarquía, del poder y de los funcionarios. Dios también habla a su pueblo y a la humanidad por voz de los profetas.
Es importante que no olvidemos el profetismo en la Iglesia. Dios siempre promueve profetas en la historia y en su Iglesia.
¿Qué duda cabe de que Mons Oscar Romero y Helder Cámara fueron profetas en el continente sur de América? S Francisco de Asís, algunos misioneros en África han sido auténticos profetas, como lo fueron aquellos jesuitas de los ss XVII y XVIII en las misiones de los guaraníes en el Paraguay. Ignacio Ellacuría y los compañeros mártires fueron profetas mártires en el Salvador (1989). Juan XXIII tuvo aquel gesto profético de convocar el concilio frente a una iglesia asfixiada por la ley y los funcionarios curiales. Lo mismo Pablo VI, hombre profundamente religioso, respetuoso y profético que pacientemente -aún con sus dudas- llevó adelante e introdujo el Vaticano II en las venas de las comunidades cristianas. El P Arrupe fue también profeta que vertió la Compañía de Jesús a los moldes de la teología de la Liberación por lo que no fue bien tratado por la jerarquía.
Qué duda cabe que aquel grupo de excelentes teólogos del Vaticano II fue un grupo profético: recordemos entre otros muchos a Rahner y a Häring, padres de la teología y de la moral modernas
Nos hace bien que el profetismo siga vigente en las comunidades cristianas. Y es necesario que siga existiendo. Los servicios y ministerios en la Iglesia no se pueden reducir a un funcionariado… ¡No apaguéis el espíritu! (1Tes 5,19-20) dice San Pablo.
La sinodalidad en la que está inmersa la Iglesia desde hace algún tiempo, no puede quedarse reducida a “permitir y / o prohibir” algunos aspectos de tipo disciplinar-eclesiástico moral: el celibato, la homosexualidad, divorcios, liturgias, etc.
Si la sinodalidad no camina por cauces proféticos audaces no hará que el evangelio se abra a la “nueva gentilidad” postmoderna de nuestro tiempo, como San Pablo llevó la buena nueva a la gentilidad de la cultura grecorromana.
Nos hacen falta profetas que vean y piensen la situación y los problemas de las comunidades cristianas y de la sociedad actual. Repetir y repetir no evangeliza. Hace falta lucidez, aliento vital, audacia profética para servir y ayudar a las comunidades cristianas.
Comentarios desactivados en “Que escuchemos a Jesús, profeta de Nazaret”, por Consuelo Vélez
Comentario al evangelio del domingo XIV del Tiempo Ordinario 07-07-2024
Sus “parientes”, los de “su casa”, no reconocen a Jesús como profeta, sigue vigente la necesidad de “entrar a la casa del discipulado” para reconocerlo
El rechazo a Jesús que narra el evangelio de Marcos y que sufrió la primera comunidad cristiana, hoy sigue vigente, pero no necesariamente en el mundo secular sino entre algunos que se dicen creyentes de donde viene menos evangelio, menos reino de Dios, menos seguimiento al Jesús de la historia
Salió de allí y vino a su patria y sus discípulos le siguen. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada y decía:
– ¿De dónde le viene esto? Y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿y muchos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?
Y se escandalizaban a causa de él.
Jesús les dijo:
+ “Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y su casa carece de prestigio”.
Y no podría hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe.
(Mc 6, 1-6ª).
El evangelio que hoy se pone a nuestra consideración se refiere a la vuelta de Jesús a su patria, Nazaret -aunque en el texto no se dice el nombre-, pequeña población donde resulta muy fácil que todos se conozcan. Jesús entra a la sinagoga -en el evangelio de Marcos esta sería la tercera vez que Jesús va a una sinagoga y, al mismo tiempo, será la última. Allí se dispone a enseñar. Pero, aunque una multitud le oía y quedaba maravillada, no faltaron los que no podían aceptar que Jesús tuviera tantas palabras de sabiduría, habiendo nacido entre ellos. El pasaje nos da algunos datos de aquel contexto, como, por ejemplo, los nombres de la familia de Jesús, nombres que pertenecen a lo más propio de Israel y, en ese contexto de conflicto social con el Imperio, pueden significar resistencia frente a este. Además, se dice que Jesús es carpintero (Tekton), término que se aplica a los que trabajan con materiales duros(distinto que a los que trabajan con arcilla). Por tanto, se podría decir que Jesús era constructor o incluso se podría decir que herrero, si acogemos otro significado del término.
Lo que interesa resaltar es el rechazo que Jesús sufre por parte de los suyos. El evangelio de Marcos lo escribe una comunidad perseguida, con lo cual, muestra, en el rechazo a Jesús, su propia persecución. El texto retoma el tema de que los “parientes”, los de “su casa” no lo reconocen como profeta. Recordemos el pasaje que hace poco leímos de que llegan a buscarlo su madre y sus hermanos y Jesús les dice que la familia que se forma en torno al discipulado, no es la familia de sangre sino la de aquellos que escuchan la palabra y la practican. Sigue, entonces, vigente la necesidad de entrar a la casa de discipulado, no quedándose fuera, sin querer entrar a la casa.
El texto añade que no pudo hacer casi ningún milagro por la falta de fe de sus destinatarios. Ahora bien, el milagro, en los términos actuales, se entiende como algo extraordinario y la pregunta es cómo se hizo aquello y al no poderlo explicar por la ciencia, se dice que es un milagro. En tiempos de Jesús, la pregunta es cómo se descubre la presencia de Dios en un acontecimiento y en eso consiste el milagro. No va por la línea de cosas extraordinarias sino por la de la experiencia de fe que permite reconocer a Dios actuando en la cotidianidad de la existencia. Recobrar ese significado, que es profundamente bíblico, es bien importante en la iglesia actual, donde todavía se explota lo extraordinario, dando paso a una religiosidad más basada en demostraciones que en la sencillez y cotidianidad del reino anunciado por Jesús.
Frente a este evangelio podemos preguntarnos si no sigue pasando esto en la iglesia actual. Los que se creen dentro no reconocen muchas veces lo más esencial del evangelio. Muchas veces son los que más se oponen a la reforma eclesial, a la sinodalidad, a la paz, al perdón, a la misericordia, al servicio, a la defensa de los derechos humanos, a la justicia social. Algunos dirán que no es así. Que por supuesto los cristianos están a la vanguardia de estos valores. Posiblemente hay muchos cristianos que lo están, pero las evidencias muestran lo contrario. Lo que dijeron los obispos reunidos en Puebla, hace más de cuarenta años: “Es un escándalo y una contradicción a la luz de la fe, la brecha inmensa entre ricos y pobres en nuestros pueblos latinoamericanos”, sigue vigente. Más evidente aún, es la oposición que se hace al papa Francisco desde instancias eclesiales. En definitiva, el rechazo a Jesús que narra el evangelio de Marcos y que sufrió la primera comunidad cristiana, hoy sigue vigente, pero no necesariamente en el mundo secular sino entre algunos que se dicen creyentes de donde viene menos evangelio, menos reino de Dios, menos seguimiento al Jesús de la historia.
De Nazaret sale la predicación del reino. De la fe de los que siguen estos valores sale la posibilidad de transformar nuestra realidad actual. Ojalá que seamos de aquellos que reconocemos la presencia de Dios en medio de nuestros acontecimientos y no de los que rechazamos al mismo Jesús con nuestros actos y decisiones.
(Foto tomada de: https://bibliaycomunicacion.wordpress.com/category/sinagoga-de-nazaret/)
Afortunadamente, hay una ‘fábula’ que es siempre verdadera, y lo sigue siendo cada día. Una ‘fábula’ vivida por alguien o por algo que, en general, no tiene nombre ni vistosidad, y se propone al libro de la vida desde su escondite lleno de sol. A veces es descubierta y contada por periódicos y libros, aunque es más frecuente que siga siendo desconocida por la publicidad, atareada en temas que no son en absoluto fabulosos.
La encuentran, como una gracia, los que buscan la luz: o bien porque tienen la mirada iluminada o bien porque sienten la desesperación del vacío. La ‘fábula’ cotidiana confirma en la paz a los primeros y lleva a la paz a los segundos. Es la maravilla que Dios mantiene en la tierra, donde son muchos los que trabajan para que sea cada vez menos maravillosa, aunque su maravilla acaba por imponerse siempre, sin escenarios ni estrépito, en la naturaleza y entre los hombres.
La llamamos ‘fábula’ de manera inapropiada, dado que es verdadera, aunque le conviene este nombre porque no parece verdadera, por lo mucho que se ha vuelto excepcional y obsoleta, cuando debía ser casi normal por el hecho de que todo hombre está llamado a ser y a obrar, y por el hecho de que está difundida por todas partes en la naturaleza. La ‘fábula’ se llama don, amor, unidad. Se cuenta en las casas de los pobres que se sienten seńores y en las casas de los ricos que comparten lo que tienen. Se encuentra en el asfalto, donde, junto con los ‘viajeros luctuosos’, va un peregrino de humanísima libertad; y se encuentra también en la estancia donde sonríe la enfermedad como sobreabundancia de vida. Se lee en el vuelo de las mariposas, en el canto del mirlo, en las conchas de las playas, en el juego de luces de un abetal de montańa. Verla y sentirla, tan difundida en su escondite, hace pensar que el ‘invierno’ de la vida diaria no es, de verdad, la estación dominante.
A ti, que eres pobre y pequeña,
que desconfías de mi amor y presencia,
que vives en el destierro y la periferia,
que evitas el silencio y la escucha,
que te abruma la soledad y la lejanía,
que estás marcada por los fracasos y la melancolía,
que tienes hambre y sed de ternura,
que dudas de las cosas gratuitas,
que te sientes olvidada e incomprendida,
que te asfixia el peso de las estructuras,
que no encuentras lo que tanto anhelas cada día,
que te enfrían tantas y tantas rutinas,
que acumulas miedos y heridas,
que andas sin rumbo y perdida,
que has dejado de ser experta en cosas de la vida,
que nadie te quiere por compañera,
que quedas excluida de las nuevas iniciativas,
que te andas dolorida y quejosa,
que recibes el desprecio de quienes te miran,
que eres débil aunque tengas aires de grandeza,
que te consideran vieja y anacrónica,
que sufres tus propias incoherencias,
que te has convertido en hazmerreir de los que triunfan,
que dudas del sentido de la historia y de tu vida,
que no puedes explicar lo que te pasa y desconcierta,
que estás más muerta que viva…
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Fr. Gregory Greiten
La publicación de reflexión de hoy es del P. Greg Greiten, sacerdote de la Arquidiócesis de Milwaukee. Actualmente, se desempeña como párroco de la parroquia St. Bernadette, Milwaukee, y es administrador de la parroquia Our Lady of Good Hope, Milwaukee. El P. Greg se declaró gay ante sus feligreses en una homilía de Adviento de 2017. Puedes leer relatos de esa experiencia aquí y aquí.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el decimotercer domingo del tiempo ordinario se pueden encontrar aquí.
Antes de asistir al teatro con un amigo en marzo pasado, disfrutamos de una cena en el hotel Saint Kate-The Arts de Milwaukee. Mientras deambulamos por el vestíbulo, disfrutando del arte que decoraba las paredes, nos topamos con una sala de exposiciones titulada “El armario”.
Echando un vistazo al interior de la pequeña habitación, le dije alegremente a mi amigo: “Voy a volver al armario. ¿Me tomarías una foto para capturar este momento? Cuando entré momentáneamente en la exhibición del armario, mi amigo tomó la foto.
Rápidamente salté del armario y le dije: “Pasé demasiados años de mi vida encerrado en el armario. No deseo volver nunca más”.
Después de salir públicamente del armario como sacerdote católico romano en diciembre de 2017, finalmente pude vivir auténticamente y con integridad, sin ser silenciado por los líderes de nuestra Iglesia, sino siendo sincero acerca de quién soy. Al finalizar el Mes del Orgullo, quiero ofrecer amor y apoyo a aquellos en la comunidad LGBTQ+ que dejan que sus luces brillen intensamente para que otros las vean, especialmente a aquellos que pueden haber salido del armario, pero también a aquellos que no pueden. salir debido a las consecuencias negativas reales que tendrían que soportar.
La primera lectura litúrgica de hoy, del Libro de la Sabiduría, nos asegura que “Dios no hizo la muerte, ni se alegra de la destrucción de los vivos”. Más bien, este pasaje habla de la perspectiva dadora de vida de Dios, porque el Todopoderoso ha “formado todas las cosas para que existan”. Dios nos quiere plenamente vivos. Dios nos ama. ¡Dios nos ha formado a su imagen!
Esta idea se ilustra aún más en la historia del Evangelio de hoy, cuando el evangelista Marcos entrelaza la curación de la hija de Jairo cuando resucita de entre los muertos con la curación de la mujer con hemorragias que ha estado sufriendo durante doce años a causa de su enfermedad. Al contar una historia dentro de otra, Marcos demuestra magistralmente el poder de Jesús sobre la vida y la muerte.
La hija de doce años de Jairo está en el umbral de la condición de mujer y de la capacidad de dar vida, pero está a punto de morir. En la misma historia, la mujer con hemorragia ha ido drenando lentamente el flujo de vida de su cuerpo ya que ningún médico ha podido curarla. En su desesperada necesidad, acuden a Jesús en busca de esperanza, sanación y vida para poder sobrevivir, porque solo Dios puede salvarlos en este momento.
Jairo, un funcionario de la sinagoga, está convencido de que si Jesús pusiera sus manos sobre su hija, ella se recuperaría y su vida se salvaría. La mujer anónima está convencida de que si pudiera tocar incluso su ropa, recuperaría la salud.
Sin embargo, en aquellos días, Jesús sería inmediatamente etiquetado ritualmente impuro en ambos casos al entrar en contacto físico con cualquiera de estas mujeres. Aunque la ley consideraba que ambos eran intocables, para Jesús eso no importaba. A lo largo de sus viajes, Jesús nunca pasó por alto a aquellos que eran considerados extraños o marginados de la sociedad, o fuera de la vista.
Jesús los vio y los reconoció a ambos. Él se detuvo. Él notó. A veces, incluso comía y bebía con gente como ésta. Jesús se tomó el tiempo para ver y apreciar lo que otros nunca notaron. Cuando Jesús el sanador fue tocado por la mujer, hizo que su sangre dejara de fluir, y cuando Jesús tocó la mano de la niña y la llamó, hizo que su vida/sangre fluyera una vez más. La muerte dio paso a la vida. Por su fe y confianza radical en Dios, fueron salvos. Cuando todo parecía estar totalmente perdido, los personajes principales de esta historia demostraron cuán necesario era extender la mano y tocar, o ser tocados por, el poder sanador de Cristo.
P. Greg Greiten celebrando una Misa de Inclusión en la Iglesia St. Bernadette, Milwaukee, en 2017
En octubre de 2022, nuestra comunidad parroquial de St. Bernadette, Milwaukee, celebró una Misa de Inclusión para la comunidad LGBTQ+, familiares, aliados y feligreses en honor al Día Nacional de Salir del Armario. Quienes participaron fueron verdaderamente un grupo diverso que se reunió para compartir historias y compartir el pan juntos. Pero la semana anterior a la celebración, aproximadamente 20 manifestantes se presentaron a la misa dominical con un gaitero en un intento de que la comunidad parroquial cancelara la Misa de Inclusión. La noche del sábado de celebración, los manifestantes y su gaitero aparecieron nuevamente para hacer ruido afuera y llamar la atención. Mientras estábamos dentro de la iglesia, oramos, cantamos, partimos el pan, tomamos nota y fuimos testigos de la presencia increíblemente afirmativa del Espíritu Santo entre nosotros.
Nunca hubiera pensado que la comunidad de la Iglesia proclamando las palabras “Te amo” y “Dios te ama” a aquellos considerados marginados podría volverse tan amenazante para otros miembros de nuestra iglesia.
Sin embargo, incluso hoy en día, en muchos lugares de culto, todavía resulta amenazador para algunos que un grupo de personas LGBTQ+, sus familias y sus aliados se reúnan para celebrar la Eucaristía. A la comunidad LGBTQ+ se le sigue negando el lugar que le corresponde en la mesa. ¡Cuán difícil sigue siendo hoy para algunas personas amarnos y aceptarnos verdaderamente unos a otros como Dios nos hizo!
Los miembros de la comunidad LGBTQ+ saben lo que se siente al ser juzgados mal, marginados y, a veces, incluso expulsados por nuestra comunidad católica. Anhelamos que los pastores de nuestra iglesia se detengan y se fijen en nosotros, que nos busquen, nos encuentren y estén con nosotros. Muchas personas LGBTQ+ y sus familias han sentido exactamente lo contrario: experimentan un dolor increíble, rechazo, aislamiento, exclusión, ira, dolor y una profunda tristeza. Incluso yo he sentido todo esto por parte de mis pastores.
En el mes siguiente a la Misa de Inclusión, me convocaron a una reunión en las oficinas arquidiocesanas con el arzobispo y algunas otras personas para discutir la Misa de Inclusión. Me resultó evidente que el objetivo de esta convocatoria era insistir en que no se ofrecieran más Misas de Inclusión para la comunidad LGBTQ+.
Las lecturas de hoy subrayan que Dios es un Dios de vida y no de muerte. Jesús dio testimonio de que no tenía miedo de entrar en el mundo de aquellos que a menudo eran considerados forasteros y, a veces, incluso intocables. Jesús se detuvo y tomó nota para responder a sus necesidades más profundas.
Siempre que la vida se sienta abrumadora y el panorama parezca sombrío, debemos extender la mano, con la mayor confianza en Dios y con la fe más profunda, para tocar y ser tocados por el poder sanador de Cristo.
Mientras el Mes del Orgullo llega a su fin, invito a cada uno de mis hermanos LGBTQ+ junto con nuestros familiares, amigos y aliados a seguir dando esos pasos para salir del armario una y otra vez hacia una verdadera libertad en la que podamos descubrir la plenitud de nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestros espíritus.
Deja que la luz de tu arco iris brille para que todos la vean y se den cuenta. Cada vez que tocamos la mano de Cristo o incluso su manto, nos conectamos con un increíble poder curativo que restaura el flujo de vida a través de nosotros.
Comentarios desactivados en Contigo hablo… ¡Levántate!
“Esquirlas afiebradas de aguacero, ululando,
desataron la muerte sobre yerba y hormiga.
Fusilada la rosa, decapitado el nardo,
¿que anegado colapso sufrió la Sensitiva?
Dolorosa de nichos y aterida de llanto,
su congelado espectro sueña savias de vida.
Oh Sol, tanto cadáver merecería un milagro…
¡Realízalo, dorada pupila matutina!”
*
Rogelio Sinán La hija de Jairo
***
“No tengas miedo
tú no te rindas
no pierdas la esperanza.
No tengas miedo,
yo estoy contigo en lo que venga…
y nada.
No puede ni podrá el desconsuelo
retando a la esperanza.
Anda…
levántate y anda”
*
Álvaro Fraile, Levántate y anda
***
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
– “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.”
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente [que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando:
– “¿Quién me ha tocado el manto?”
Los discípulos le contestaron:
– “Ves como te apretuja la gente y preguntas “
– “¿Quién me ha tocado?“
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo:
“Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.”
Todavía estaba hablando, cuando] llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
– “Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?”
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
– “No temas; basta que tengas fe.”
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo:
“¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.”
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y dijo:
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
*
Marcos 5,21-43
***
***
Si tuviera que vivir sesenta, setenta, noventa años como máximo, ¿de qué me aprovecharía? Cuando la vida es dura, ya es demasiado larga. Cuando es agradable, resulta demasiado corta. No he sido hecho para esto. Estoy hecho para la Vida, la Vida sin más ni menos. Y la vida no es la Vida si tiene que verse truncada un día. No, la Vida dura para siempre; de otro modo, no es la Vida. Justamente porque la muerte se ha infiltrado en mi cuerpo y tiende continuamente trampas a mi vida, ha decidido Dios venir él mismo entre nosotros para poner fin a esta intolerable injerencia en su obra, para hacer frente al asesino y eliminarlo de una vez por todas, en un implacable cuerpo a cuerpo […]. Desde aquel día la muerte ya no es la muerte. Un perro puede morir, un árbol también, incluso una estrella. Pero el corazón del hombre no puede morir. Es imposible […].
El embrión crece, alimentado de continuo por su madre. La sangre de Cristo alimenta en ti la Vida eterna, como afirma el sacerdote mientras introduce en el cáliz un fragmento de la hostia.
Así crece esta vida en ti por sí sola, como la semilla, sin que ni siquiera te des cuenta, con la sola condición de que sea continuamente alimentada. ¿Qué dice Jesús después de haber despertado a la pequeña de doce años y de haberla puesto en los brazos de su madre, que la creía muerta? «Dadle un pedazo de pan para comer». Es él mismo quien le da ese pedazo de pan para que morir sea sólo un dormirse. ¡Que ría también el mundo! ¿Acaso tiene un niño miedo de dormirse? ¿Es triste dormirse?
Comentarios desactivados en “Un espacio sin dominación masculina”. Domingo 13 Tiempo ordinario – B (Marcos 5,21-43).
Una mujer avergonzada y temerosa se acerca a Jesús secretamente, con la confianza de quedar curada de una enfermedad que la humilla desde hace tiempo. Arruinada por los médicos, sola y sin futuro, viene a Jesús con una fe grande. Solo busca una vida más digna y más sana.
En el trasfondo del relato se adivina un grave problema. La mujer sufre pérdidas de sangre: una enfermedad que la obliga a vivir en un estado de impureza ritual y discriminación. Las leyes religiosas le obligan a evitar el contacto con Jesús y, sin embargo, es precisamente ese contacto el que la podría curar.
La curación se produce cuando aquella mujer, educada en unas categorías religiosas que la condenan a la discriminación, logra liberarse de la ley para confiar en Jesús. En aquel profeta, enviado de Dios, hay una fuerza capaz de salvarla. Ella «notó que su cuerpo estaba curado»; Jesús «notó la fuerza salvadora que había salido de él».
Este episodio, aparentemente insignificante, es un exponente más de lo que se recoge de manera constante en las fuentes evangélicas: la actuación salvadora de Jesús, comprometido siempre en liberar a la mujer de la exclusión social, de la opresión del varón en la familia patriarcal y de la dominación religiosa dentro del pueblo de Dios.
Sería anacrónico presentar a Jesús como un feminista de nuestros días, comprometido en la lucha por la igualdad de derechos entre mujer y varón. Su mensaje es más radical: la superioridad del varón y la sumisión de la mujer no vienen de Dios. Por eso entre sus seguidores han de desaparecer. Jesús concibe su movimiento como un espacio sin dominación masculina.
La relación entre varones y mujeres sigue enferma, incluso dentro de la Iglesia. Las mujeres no pueden notar con transparencia «la fuerza salvadora» que sale de Jesús. Es uno de nuestros grandes pecados. El camino de la curación es claro: suprimir las leyes, costumbres, estructuras y prácticas que generan discriminación de la mujer, para hacer de la Iglesia un espacio sin dominación masculina.
Comentarios desactivados en “Contigo hablo, niña, levántate”. Domingo 30 de junio de 2024. Domingo 13º ordinario.
Leído en Koinonia:
Sabiduría 1,13-15;2,23-24: La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo. Salmo responsorial: 29. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado. 2Corintios 8,7.9.13-15: Vuestra abundancia remedia la falta que tienen los hermanos pobres. Marcos 5,21-43: Contigo hablo, niña, levántate
Jairo viene de vuelta de la sinagoga. A pesar de ser jefe de esa institución no ha encontrado en ella la salvación para su hija; el judaísmo, representado por la institución más importante después del templo, no conduce a la vida; la hija de Jairo, imagen del pueblo, está abocada a una muerte irremediable. Por eso Jairo, tal vez desesperado y desilusionado con aquel viejo sistema, acude a Jesús, buscando vida para su hija. Y estando con él se entera de que su hija ha muerto: ¿Para qué molestar más al maestro?, le dicen. La gente piensa que se molesta al maestro pidiéndole que dé vida. No saben que “el ha venido para que tengan vida y vida abundante”, como dice el evangelista Juan. Jesús, en estas circunstancias extremas, no se arredra: “No temas, ten fe y basta…” Para quien cree –y Jairo ha comenzado ya a adherirse a Jesús, a creer en él, en la medida en que se ha distanciado de la sinagoga-, la muerte es un sueño del que se puede despertar. Los primeros cristianos lo entendieron así cuando comenzaron a llamar a la necrópolis (= ciudad de los muertos) cementerio (= dormitorio). No lo ve así la gente que, al enterarse de la muerte de la hija de Jairo, lloraba gritando sin parar –gesto de desesperanza total-, y que, cuando Jesús dice que la niña “no está muerta, sino dormida”, se reía de él considerando la situación irreversible. Ante tanta incredulidad no hay nada que hacer. Por eso, Jesús echa fuera a la gente –para quien no cree, la muerte es el final- y entra adonde está la niña con sus padres junto con tres de sus discípulos a quienes quiere mostrar especialmente la fuerza de vida que hay en él.
Curiosamente estos tres discípulos están presentes también en la transfiguración y en el Huerto y, en ambas escenas, se duermen. Este sueño es todo un símbolo. En la Transfiguración, Jesús habla con Moisés y Elías de su éxodo –esto es, de su paso de la muerte a la vida-; en el Huerto, Jesús pide a Dios fuerzas para aceptar el camino que le lleva a la muerte, como paso para la vida definitiva. Pedro, Santiago y Juan no tienen interés en aceptar este camino del maestro hacia la muerte, porque –al igual que los judíos- no creen que sea un paso hacia la vida definitiva. Tal vez, por esto, para que aprendan que Jesús es la imagen de un Dios que da vida, Jesús se los lleva consigo. Sorprende, no obstante, que, cuando Jesús devuelve la vida a la niña, insista vivamente a los discípulos para que no digan nada a nadie. Orden lógica, pues todavía no están capacitados para digerir y asimilar y proclamar este mensaje de vida.
Se asemeja a veces la sinagoga, de la que Jairo es jefe, a nuestra vieja iglesia y a algunos de sus jefes, que no son capaces de sanar los males del mundo por estar centrados en mantener unas estructuras que no dan vida. Al igual que Jairo, nuestra iglesia, si quiere seguir siendo la iglesia de Jesús, tendrá que salir al encuentro del maestro, rompiendo viejas estructuras que la mantienen cerrada al mundo. Y en ese encuentro con Jesús y su evangelio, oirá las mismas palabras que Jesús le dirigió a Jairo: “No temas, ten fe y basta”. Tal vez sea este el mal de nuestra iglesia: tiene demasiado miedo y poca fe, y este miedo a perder seguridades, prestigio y poder le impide lanzarse a la aventura de remediar los males de un mundo abocado a la muerte; tal vez tenga que adherirse más al mensaje de Jesús y a su estilo de vida pobre, libre, solidario y entregado a los que viven en las márgenes del mundo. Sólo así podrá devolver la vida a tanto muerto que hay vivo, a tantos que gritan llorando sin parar, lamentándose de que no es posible luchar contra este injusto sistema mundano que ha marginado a tanta gente, llevándola a las puertas de la muerte.
Pablo, en su carta a los corintios, invita a resolver el problema de la injusticia y la desigualdad con generosidad. Y para ello pone el ejemplo de Jesús que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” y hacer un mundo más igualitario donde “la abundancia de unos remedie la carencia de otros”, y brote la igualdad. Un verdadero milagro que está en nuestras manos realizar para devolver la vida a cuantos carecen de las mínimas condiciones de vida, para hacer de nuevo el milagro del maná por el que Dios impedía que unos acumulasen lo que era necesario para otros: “al que recogía mucho no le sobraba y al que recogía poco no le faltaba” (Ex 16,18). Un mundo de iguales, un mundo regido por un Dios que, como dice el libro de la Sabiduría, “no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera.. Dios creó al ser humano para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”…
Añadamos una «nota crítica» de precaución. Una lectura no crítica de la primera lectura evoca espontáneamente el tema del «pecado original» y deja claramente la idea de que la muerte sería consecuencia del pecado original, y que éste habría sido consecuencia de «la envidia del diablo» (Sb 2,24). Es todo un conjunto teológico y simbólico lo que es evocado aquí, como de paso, el pecado original. Es importante no caer en la facilidad de apoyarse acríticamente en ese supuesto, y hablar del mal o de la muerte, con toda naturalidad, como fruto del pecado o -peor aún- como introducida en el mundo por el diablo envidioso. Somos personas de hoy, y los oyentes de las homilías también lo son. Y aunque en alguna comunidad hubiera bastantes personas con una visión mítica atrasada, aun ellas merecen ser tratadas con dignidad, con una pedagogía crítica que le ayude a reconciliar su atrasada visión mítica con una religiosidad apta para los tiempos de hoy.
Todos, los predicadores de las homilías, y también los oyentes, tenemos la obligación de reivindicar un discurso «para hoy», que no repita -con frecuencia simplemente por pereza, o por miedo- las afirmaciones manidas afirmaciones míticas, y, más importante aún, que no las repita como si de afirmaciones reales (descriptivas de algo que realmente hubiera sucedido) se tratara. Se puede evocar el mundo simbólico del pasado para explicarlo y discernirlo, pero siempre con la obligación de dejar explícitamente claro que se trata de afirmaciones «simbólicas», que en otro tiempo fueron tomadas como literalmente reales (así fue, y hasta hace bien poco tiempo), pero que hoy sabemos que sólo son simbólicas, es decir, que tienen un valor para nuestra vida espiritual, pero que en su sentido literal no son históricas, o que incluso pueden ser contrarias a la verdad histórica.
En el caso que nos ocupa en concreto -aunque aquí no debamos justificarlo- la verdad original profunda es contraria a lo que tradicionalmente nos ha sido dicho: lo «original», lo que se dio en el principio, no fue un «pecado original», sino una «bendición original». [Matthew Fox es el teólogo que más emblemáticamente ha desarrollado esta afirmación, en su libro «La bendición original. Una nueva espiritualidad para el hombre del siglo XXI», Ediciones Obelisco, Barcelona – Buenos Aires 2002]. Leer más…
Comentarios desactivados en 29.6.24. Ni Pedro, ni Pablo, dos mujeres: Una se deja tocar por Jesús, otra le toca.
Del blog de Xabier Pikaza:
Hoy, día de Pedro y Pablo, debería ocuparme de ellos, como vengo haciendo otros años. Pero como mañana (30.6.24, dom.13 TO ciclo B) es el día de la hija del archisinagogo y de la hemorroísa prefiero tratar de ellas, pues según el evangelio de Marcos son más importantes que el mismo Pedro y Pablo.
Dos problemas tenía y tiene la vida para ellas: Uno es aceptar la vida, hacerse mujer (historia de hija del archisinagogo, a los doce años), otro es ser aceptada como mujer doce años después (historia de la hemorroísa).
| Xabier Pikaza
Iglesia, historia de mujeres
Con su especial habilidad ha vinculado Marcos la historia de estas dos mujeres, que debemos vincular a las del fin del evangelio(Mc 16). Pueden ser dos mujeres o una sola, curada por Jesús dos veces, un milagro o dos milagros en uno, una “historia” que no ha sido en general entendida ni aceptada por la iglesia, que deja a las niñas en su soledad de muerte, a los 12 años, y las sigue condenando a su cárcel propia a los 24, encerradas en un tipo de “hemorragia” de sangre.
Lea el texto quien quiera seguir. Siga leyendo, si quiere, mi extenso comentario de Marcos, o mis comentarios de RD donde expongo muchas veces este tema, cf. entradas “hemorroisa”, “archisinagogo”, “sangre”, “menstruación”…
El texto, un emparedado
El relato está estructurado en forma de “emparedado”:
(a) empieza con la hija del Archisinagogo (Mc 5, 22-24a) que viene donde Jesús, para pedirle que cure a su hija.
(b) sigue con la hemorroísa (Mc 5, 24b-34) que viene por sí misma y quiere tocar a Jesús para vivir como mujer, persona.
(a’) Vuelve a la hija del Archisinagogo (Mc5, 35-43). Los dos textos se unen y, leídos así, forman la carta magna de la libertad de la mujer cristiana.
Se trata, evidentemente, de una libertad que empieza por el cuerpo, pero que es libertad para la vida total, para ser ellas mismas, en relación con otros hombres y mujeres, dentro de la iglesia. En el lugar donde la Misná pone el código Nashim (De las Mujeres), centrado en rituales que consagran el sometimiento femenino, ha colocado Marcos esta escena que avala para siempre la libertad de la mujer creyente, siempre que la iglesia sea capaz de pasar al otro lado de la vida sigue siendo para ella la mujer, a los 12 y a los 24 años :
Marcos 5,21-43
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga (archi-sinagogo), que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.” Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente [que lo apretujaba.
Y ha había por allí una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años (¡ojo, esta mujer con 12 años de hemorragia… es simbólicamente la misma hija del archisinagogo….)
Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando: “¿Quién me ha tocado el manto?”Los discípulos le contestaron: “Ves como te apretuja la gente y preguntas “¿Quién me ha tocado?”” Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.”
Todavía estaba hablando, cuando] llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: “Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?” Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: “No temas; basta que tengas fe.” No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: “¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.”
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y dijo: “Talitha qumi”(que significa: “Contigo hablo, niña, levántate”). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
Tema
Destacamos la unidad el texto con la niña que se muere, hija del Archisinagogo, a los doce años… y la mujer encerrada tras doce años, toda la vida, fuera de la iglesia de los hombres. Las dos mujeres (hemorroisa y niña que cumple doce años) están vinculadas por un mismo miedo a la vida y por un mismo deseo de superarlo y vivir mido. La hemorroisa vivía encerrada en su flujo constante e “impuro” de sangre menstrual, que duraba doce años (5, 25). Doce años de vida infantil ha recorrido la hija del Archisinagogo (5, 42). La hija del buen eclesiástico estado segura, se hallaba resguardada en el espacio de máxima pureza de Israel (casa de un jefe de sinagoga) y sin embargo, al descubrirse mujer, con el primer flujo de sangre que enciende su cuerpo, ella decide por dentro apagarse; no tiene sentido madurar en estas circunstancias.
Son muchas las niñas/mujeres que han sufrido y sufren al llegar a esa edad: pueden sentir el temor de su propia condición, su cuerpo deseoso de amor y maternidad, amenazado por la ley de unos varones (padres, hermanos, posibles esposos) que especulan sobre ellas, convirtiéndolas en rica y frágil mercancía; se saben objeto del deseo de unos hombres que no las respetan, ni escuchan, ni hablan. La niña del miedo Parece que esta niña no se atreve a recorrer la travesía de su feminidad amenazada: es víctima de su propia condición de mujer en un mundo de varones y se siente condenada a muerte por las leyes sacrales de su sociedad. Hasta ahora había sido feliz, niña en la casa, hija de padres piadosos (sinagogos), resguardada en el mejor ambiente. De pronto, al hacerse mujer, se descubre moneda de cambio, objeto de deseos, miedos, amenazas, represiones. Le bastan doce años de vida para sufrir en su cuerpo adolescente, que debía hallarse resguardado de todos los terrores, un terror que sienten de forma especial cierta mujeres marginadas: hemorroísas, leprosas…
Por su misma condición de niña haciéndose mujer empieza a vivir en condición de muerte. Sabemos que la sinagoga era lugar donde se escondía el poseso (Mc 1, 21-28), espacio donde el sábado valía más que la salud del hombre de la mano seca (3, 1-6). Para la sinagoga vive el Archisinagogo, símbolo de la institución sacral judía. Parece tenerlo todo y, sin embargo, no puede educar a su hija, acompañándola en la travesía de su maduración como mujer: mantiene con vida a su comunidad, pero tiene que matar (como nuevo Jefté) a su misma hija para conseguirlo.
La niña debería ser feliz, deseando madurar para casarse con otro Archisinagogo como su padre, repitiendo así la historia de su madre y las mujeres “limpias”, envidiadas, de la buena comunión judía. Pero a los doce años, edad de sus sueños, renuncia. No acepta este tipo de vida: carece de medios para iniciar un camino diferente; no le queda más salida que la muerte, en gesto callado de autodestrucción que, por la palabra final de Jesús ((dadle de comer!: 5, 43), parece tener rasgos anoréxicos. Entramos en el centro de una crisis familiar. No sabemos nada de la madre (que aparece al final, en 5,40), aunque podemos imaginar que sufre con la hija, identificándose con ella.
El drama se expresa y culmina desde el padre, capaz de dirigir una sinagoga (ser jefe de una comunidad, archi-obispo) pero incapaz de ofrecer compañía, palabra y ayuda, a su hija. Por eso, el verdadero milagro de Jesús es la conversión del padre, que debe transformarse, a través del testimonio de la hemorroisa, a fin de acoger y educar a la hija para la vida y no para la muerta. Que la hija del judaísmo viva, (que el jefe de la sinagoga se abra a la fe, creadora de familia), eso lo que quiere el Jesús de Marcos
Sigue la escena. Breve análisis Un Archisinagogo busca a Jesús para pedirle que cure a su hija, thygatrion (5, 22-24b)). Sólo al final (5, 42) se dirá que ella tiene doce años, edad de maduración como mujer casadera… son los mismos años de enfermedad (menstruación irregular de la hemorroisa: 5, 25). Las dos están unidas por un mismo dolor, vinculado a su condición femenina, en el contexto social israelita. Esta debía ser (hacerse ya) mayor y sin embargo el texto la presenta por dos veces como niña, en palabra significativa (paidion, korasion: 5, 40-41) que acentúa eso que pudiéramos llamar su rasgo infantil, presexuado.
Es como si negara su maduración de mujer, intentando quedarse en la infancia. Precisamente porque eso es imposible ella se muere. Como testigo de una estructura social y religiosa que no puede ofrecer vida a su hija, el Archi-sinagogo busca a Jesús pidiendo que le imponga las manos, ofreciéndole algo que él, archi-obispo, jefe judío oficial, no puede darle (5, 23).
Jesús tiene que hacer de archi-padre padre sinagogo, representante de un judaísmo que parece endemoniado (poseído por un espíritu impuro: cf. 1, 21-28; 3, 1-6), recorriendo un largo camino de fe (Mc 5, 35-36). Tiene que hacer de padre, parece que tendría que correr y correr… Pero precisamente porque tiene muchísimo prisa por la niña se para….Está la niña muriendo (eskhatôs ekhei) y sin embargo él se detiene con la hemorroísa (5, 24b-34). Es un retraso mortal, la niña avanza hacia la muerte
Parada de Jesús. Sólo curando a la hemorroísa se puede curar a la niño
Paremos con Jesús, parecemos, La hemorroísa es una mujer encerrada en la cárcel de su sangre sin pausa…, en la cárcel de los miles de millones de varones de la historia que para viviré ellos expulsan, encierran, dominan a las mujeres, incluidos de un modo especial muchos hombres de Iglesia, de ayer y de hoy.
En los evangelios, los relatos de milagros son como contenedores bien cerrados, unos juntos a otros, sin que se mezcle su contenido. El pasaje de Marcos que leemos hoy recuerda, en cambio, a las muñecas rusas: un milagro dentro de otro. Jesús va a curar a una niña y se cuela por medio una enferma con flujo de sangre. Esa mezcla da gran dramatismo e interés al conjunto. Indico los dos relatos con distintos colores.
En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en barca a la otra orilla, se reunió con él mucha gente, y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies rogándole con insistencia:
̶ Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella para que se cure y viva.
Jesús fue con él y lo seguía mucha gente, que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con sólo tocarle el manto curaré». Inmediatamente, se secó la fuente de las hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba:
̶ ¿Quién me ha tocado el manto?
Los discípulos le contestaban:
̶ Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: ¿Quién me ha tocado?
Él seguía mirando alrededor para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. Él le dice:
̶ Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad.
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
̶ Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
̶ No temas; basta que tengas fe.
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga, y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:
̶ ¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida.
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:
̶ «Talitha qumi», que significa: «Contigo hablo, niña: ¡Levántate!».
La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
La medicina tradicional: imposición de manos
El comienzo parece normal: un padre preocupado por su hija gravemente enferma. Lo que no es normal es su convencimiento de que Jesús puede curarla con sólo ponerle la mano encima. En nuestra cultura, el enfermo agradece que el médico no le hable a distancia; que lo ausculte y lo palpe, si es preciso. En la cultura antigua, el hombre santo y el curandero ejerce su poder mediante el contacto físico. En el evangelio de Lucas se dice que «toda la gente intentaba tocarlo, porque salía de él una fuerza que curaba a todos» (Lc 6,19). En efecto, Jesús cura a la suegra de Pedro tomándola de la mano; imponiendo las manos cura a diversos enfermos (Mc 6,5; Lc 4,40), a un sordomudo (Mc 7,32), a un ciego (Mc 8,23.25), a la mujer tullida (Lc 13,13); poniendo barro en los ojos del ciego de nacimiento le devuelve la vista (Jn 9,15); y a los discípulos les concede el poder de curar enfermos imponiendo las manos (Mc 16,18). Quien se haya fijado en las citas, habrá visto que casi todas son de Marcos y Lucas. Parece que a Mateo y Juan no les entusiasmaba el procedimiento, podría causar la impresión de un poder mágico.
Una nueva receta: tocar el manto
Si Jairo está convencido de que la imposición de manos de Jesús basta para salvar a su hija, la mujer con flujo de sangre va mucho más lejos: le bastaría tocar su manto. La idea del manto milagroso se encuentra también en otro relato posterior del mismo Marcos: «En cualquier aldea, ciudad, o campo adonde iba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejara tocar al menos la orla de su manto. Y los que lo tocaban se sanaban» (Mc 6,56 = Mt 14,36).
El relato acentúa la gravedad y persistencia de la enfermedad (¡doce años!), el fracaso de los médicos y el dineral gastado en buscarle solución. De repente, a la mujer le basta oír hablar de Jesús para depositar en él toda su confianza; ni siquiera en él, en su manto. ¿Fe o desesperación? Algunos de los primeros cristianos, amantes de aplicarse los relatos evangélicos, podrían identificarse fácilmente con la mujer. «Yo también estaba desesperado, oí hablar de Jesús, y todo cambió.»
La verdadera medicina: la fe
La mujer se cura al punto. Pero el relato toma un sesgo dramático. Jesús nota que una fuerza especial ha salido de él y quiere saber quién la ha provocado. Pregunta, rechaza la excusa de los discípulos, mira con atención a su alrededor, hasta que la mujer se presenta temblorosa y asustada. (Marcos describe a Jesús de forma tan humana, tan poco ortodoxa, que Mateo suprimió toda esa parte en su evangelio: Jesús no necesita indagar, sabe perfectamente lo que ha pasado.)
El lector termina poniéndose en contra de Jesús y a favor de la mujer. ¿Por qué le está haciendo pasar un rato tan malo? Es un recurso genial de Marcos, el mismo que utiliza en la curación de la hija de la mujer cananea: poner al lector en contra de Jesús y a favor del quien le suplica. ¿Para qué? Para que Jesús ofrezca al final la verdadera enseñanza.
Imaginemos que la mujer se cura y Jesús no pregunta nada. El lector se dice: «Llevaba razón la mujer. Bastaba con tocarle el manto.» Quizá añadiría: «En realidad, quien cura es Jesús, no el manto.» Pero todo el teatro montado por Jesús sirve para llegar a una conclusión muy distinta: «Hija, tu fe te ha curado.»Ni Jesús ni el manto, «tu fe». Esta afirmación podrá parecer atrevida, casi herética, a algunos teólogos. Pero, en este caso, Mateo y Lucas coincidieron con Marcos al pie de la letra: «Hija, tu fe te ha curado.»
Una medicina que, además de curar, resucita
La acción vuelve a su origen, pero de forma trágica: la niña ha muerto. No hay que molestar al Maestro. Pero Jesús le recomienda al padre la medicina usada por la hemorroisa: «No tengas miedo; tú ten fe, y basta». Siguen hasta la casa y se sumergen en un mundo de llantos y lamentos.
La gente es lista, no se deja engañar por Jesús
Cuando yo era joven, me indignaba leer que la gente se ríe de Jesús cuando dice que la niña no está muerta, sino dormida. Me parecía una tremenda falta de respeto. Pero estaba equivocado. La risa de la gente demuestra que Jesús no puede engañarlos. Él quiere pasar desapercibido, presentar lo que hace como algo normal, sin importancia; pero la gente sabe muy bien que la niña ha muerto, que Jesús ha realizado un gran milagro. El detalle final de darle a la niña de comer sirve para demostrar la realidad de la resurrección.
Resurrecciones en esta vida y fe en la vida futura
La resurrección de la hija de Jairo (contada por Marcos, Mateo y Lucas) trae a la memoria otros relatos parecidos, pero peculiares: la resurrección del hijo de la viuda de Naín, que sólo cuenta Lucas; y la resurrección de Lázaro, que sólo cuenta Juan. ¿Cómo es posible que estos dos hechos tan famosos no se encuentren en los cuatro evangelios? Es cierto que la tradición oral olvida a menudo cosas y detalles. Pero resulta extraño que un evangelista no los conozca. Como un biógrafo de Beethoven que no ha oído hablar de la 9ª Sinfonía.
A los evangelistas no les preocupaba, como a nosotros, el hecho histórico en cuanto tal, sino la realidad de lo que contaban. Lo importante no es que Jesús resucitase a Lázaro (que al cabo de los años volvería a morirse), sino que nos resucitará a todos a una vida sin fin. «Yo soy la resurrección y la vida» es también el gran mensaje de la resurrección de la hija de Jairo.
La victoria sobre Satanás (1ª lectura)
La 1ª lectura, tomada del libro de la Sabiduría, afirma que la muerte no es algo querido por Dios, sino que entró en el mundo por envidia del diablo. Aunque esto resulte discutible desde un punto de vista científico moderno, así lo interpretaban los judíos del siglo I. Con ello, la resurrección de la hija de Jairo adquiere un sentido nuevo. Marcos enfoca su evangelio como una lucha entre Jesús y Satanás. Y este es un ejemplo de su victoria sobre el que introdujo la muerte en el mundo por envidia.
No fue Dios quien hizo la muerte, ni se goza con el exterminio de los vivientes. Pues todo lo creó para que perdurase, y saludables son las criaturas del mundo; no hay en ellas veneno exterminador, ni el imperio del abismo reina sobre la tierra. Porque la justicia es inmortal, pero la injusticia atrae la muerte. Porque Dios creó al hombre para la incorrupción y lo hizo a imagen de su propio ser. Mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen.
Solidaridad en tiempos de migración (2 Corintios 8,7.9.13-15)
Aunque no tenga relación con el evangelio, el fragmento de Pablo es de enorme actualidad en una época en la que miles de personas (hermanos nuestros) se encuentran en grave necesidad de acogida, comida, vestido, trabajo…
Pablo anima a los corintios a ayudar económicamente a la comunidad madre de Jerusalén, que sufre la terrible hambruna del tiempo del emperador Claudio. Su mejor argumento es recordarles el ejemplo de generosidad de nuestro Señor Jesucristo.
Hermanos: sobresalís en todo: en fe, en elocuencia, en ciencia, en vuestra preocupación por todo y en vuestro amor para conmigo; sobresalid también en esta obra de caridad. Esto no es una orden; os hablo de la buena disposición de otros para poner a prueba la sinceridad de vuestro amor. Vosotros ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual siendo rico se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. No se trata de que vosotros paséis estrecheces para que otros vivan holgadamente, se trata de que haya igualdad para todos. Por eso, ahora vuestra abundancia debe socorrer su pobreza, y un día su abundancia socorrerá vuestra pobreza. Y así reinará la igualdad, como dice la Escritura: Al que tenía mucho no le sobraba y al que tenía poco no le faltaba.
En el Evangelio de este domingo es necesario un punto de atención extra porque suceden muchas cosas. A Jesús y a sus discípulos les acaban de echar de un pueblo por curar a un hombre. Cruzan el lago y hay mucha gente esperándoles para encontrarse con ellos.
Si cerramos los ojos, podemos ver a Jesús a la orilla, sin mucha posibilidad de movimiento, con la gente queriéndose acercar y tocarle…, es entonces cuando se les acerca uno de los jefes de la sinagoga. Llama la atención que Marcos, décadas después de escribir el Evangelio, recordara el nombre de Jairo. Debió de ser alguien muy conocido. Este hombre importante se arrodilla a los pies de Jesús. Se trata de alguien que deja de lado su posición social y se acerca a Jesús con un corazón necesitado por su hija enferma.
Yendo de camino hacia la casa de Jairo, se nos habla de una mujer con hemorragias. Perdía su vida. Podemos imaginarnos a esta mujer, casi sin energía, haciéndose paso entre la multitud, impura según las costumbres judías por su mal, a empujones… Todo esto para poder llegar a tocar el manto de Jesús creyendo así poder curarse. El impulso que la mueve no es físico, ya no le quedan fuerzas, sino una fe muy profunda.
A veces creemos que a Jesús le seguía solo la gente humilde, pero hoy parece que no es así. Además de Jairo, se nos dice de la mujer que había tenido fortuna pero que se la había gastado en médicos deseando curarse de su enfermedad.
Tu fe te ha curado, escucha la mujer. No temas, solamente ten fe, escucha el jefe de la sinagoga cuando parece que su hija ha muerto. La fe nos cambia la vida. El miedo ahoga la fe, la oscurece, la pone en duda. Cuando nos dejamos llevar por el temor, descuidamos nuestra fe, aflojamos nuestra confianza en Dios y podemos perdernos en querer controlar y en organizarnos cada detalle de nuestra vida, sin dejarnos tocar, curar, mecer, por el amor de Dios.
Oración
Trinidad Santa, esculpe y fortalece nuestra fe. Haznos confiar a ti nuestros proyectos, nuestras dificultades, nuestra vida.
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