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Effetá… Ábrete

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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Hoy, ante el drama humanitario que estamos viviendo, esta Palabra se hace realidad más que nunca… Una vez más, los hijos De Dios son víctimas del odio… Mientras Herodes le persigue y sus secuaces pretenden impedir su éxodo mostrando su más inmisericorde falta de hospitalidad (ese fue y no otro el pecado de Sodoma, señores ultracatólicos) … otros ojos indiferentes no quieren ver la tragedia… Effeta, Ábrete…  ¿Qué más tiene que pasar para que la derecha y ultraderecha europea adquiera un gramo de humanidad?

 

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Effetá

Ruidos.
Nos rodean.
Nos envuelven.
Nos aturden.
Tertulias, canciones,
opiniones,
discursos, eslóganes.
Anuncios, promesas,
noticias, debates,
conversaciones.
Ruido, ruido incesante,
que termina
atronando
a base de exceso
hasta que las palabras
ya no significan nada.
Mientras,
como un rumor de fondo,
la Palabra trata de hacerse oír.
Habla de justicia,
de amor verdadero,
de camino, verdad y vida.
Toca, Señor, nuestros oídos,
que se abran de nuevo
al rumor de tu presencia.
Sé la Voz que grita,
en el desierto
de los indiferentes,
de los que están de vuelta,
de los ensordecidos.
Voz que despierta
los anhelos más nobles
que llevamos escritos
en la sangre y la entraña.

*
José Mª Rodríguez Olaizola, sj

***

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En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.

Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo:

“Effetá”, esto es “Ábrete”.

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.

Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:

“Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”

*

Marcos 7, 31-37

***

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Para seguir a Jesús sería preciso abandonar las enseñanzas y actuar sólo como quisiéramos que obraran los otros. Sería menester reconocer, en verdad, que eso es precisamente lo que hace él. Tras haberle conocido de cerca, ahora sé que me ama, como ama a cualquiera de los ‘am ha’aresh que le siguen, sea un árabe, un griego, un romano o qué se yo. Más aún, ama a un extraño del mismo modo que ama a su madre, a sus parientes, a sus discípulos. Y cuando digo del mismo modo entiendo por ello que ya no existe diferencia alguna entre los que están unidos por este amor suyo universal. Ningún amor verdaderamente grande implica una gradación de valores; pues bien, su amor no parece tener límites. No puedo imaginar que sea capaz de negar nada a nadie, sea quien sea. La gente le pide milagros del mismo modo que pediría un préstamo que sabe ya por anticipado que no tendrá que devolver: y él se los concede. Los hace exaltando la misericordia, la bondad del Altísimo, o sea, señalando que todas las curaciones que a diario y en gran número realiza son una demostración evidente de que Adonai no puede obrar de otro modo con aquellos que confían en él.

        Parece decir: «Mira cómo es misericordioso y lo que puedes esperar aún de él. Esto debe mostrarte que puedes tener fe en él»

*

Jan Dobraczynski,
Cartas de Nicodemo,
Editorial Herder, Barcelona 1977

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“Salir del aislamiento”. 23 Tiempo Ordinario – B (Marcos 7,31-37)

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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IMG_7216La soledad se ha convertido en una de las plagas más graves de nuestra sociedad. Los hombres construyen puentes y autopistas para comunicarse con más rapidez. Lanzan satélites para transmitir toda clase de ondas entre los continentes. Se desarrolla la telefonía móvil y la comunicación por Internet. Pero muchas personas están cada vez más solas.

El contacto humano se ha enfriado en muchos ámbitos de nuestra sociedad. La gente no se siente apenas responsable de los demás. Cada uno vive encerrado en su mundo. No es fácil el regalo de la verdadera amistad.

Hay quienes han perdido la capacidad de llegar a un encuentro cálido, cordial, sincero. No son ya capaces de acoger y amar sinceramente a nadie, y no se sienten comprendidos ni amados por nadie. Se relacionan cada día con mucha gente, pero en realidad no se encuentran con nadie. Viven con el corazón bloqueado. Cerrados a Dios y cerrados a los demás.

Según el relato evangélico, para liberar al sordomudo de su enfermedad, Jesús le pide su colaboración: «Ábrete». ¿No es esta la invitación que hemos de escuchar también hoy para rescatar nuestro corazón del aislamiento?

Sin duda, las causas de esta falta de comunicación son muy diversas, pero, con frecuencia, tienen su raíz en nuestro pecado. Cuando actuamos egoístamente nos alejamos de los demás, nos separamos de la vida y nos encerramos en nosotros mismos. Queriendo defender nuestra propia libertad e independencia caemos en el riesgo de vivir cada vez más solos.

Sin duda es bueno aprender nuevas técnicas de comunicación, pero hemos de aprender, antes que nada, a abrirnos a la amistad y al amor verdadero. El egoísmo, la desconfianza y la insolidaridad son también hoy lo que más nos separa y aísla a unos de otros. Por ello, la conversión al amor es camino indispensable para escapar de la soledad. El que se abre al amor al Padre y a los hermanos no está solo. Vive de manera solidaria.


José Antonio Pagola

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“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.” Domingo 8de septiembre de 2024. Domingo 23º del tiempo ordinario

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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49-ordinarioB23 cerezoDe Koinonia:

Isaías 35, 4-7a: Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará.
Salmo responsorial: 145: Alaba, alma mía, al Señor.
Santiago 2, 1-5: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres para hacerlos herederos del reino?.
Marcos 7, 31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

El profeta Isaías es el profeta de la consolación. El pueblo en medio del dolor que ha generado el destierro, necesita de una voz de aliento y esperanza, por eso el profeta los invita a tener valor a que «no tengan miedo», es necesario confiar en Dios pues él va a salvar a su pueblo de la esclavitud.

El profeta evoca con sus palabras el recuerdo de la tierra de Palestina con sus riquezas naturales, torrentes y manantiales, una tierra fértil y espaciosa, un paraíso o una tierra prometida, que les espera después del exilio, a la que regresarán como en un nuevo éxodo. En esta tierra se volverán a instaurar y reconstruirán el Templo, la ciudad y la historia. Y vivirán en plenitud, llenos de vida y salud, con sus órganos de los sentidos completos, capaces de percibir lo que está pasando a su alrededor. En las mismas palabras del profeta, se puede descubrir la fuerza de Dios, que busca reanimar a los abatidos y transformar la tierra devastada. El profeta anuncia tantos bienes que parece la llegada de los tiempos mesiánicos.

La carta de Santiago es un reclamo fuerte a la fraternidad. El que hace distinción de personas en la asamblea, es decir, en la celebración litúrgica, no puede ser cristiano. Santiago en su carta nos habla de diferencias y desigualdades en el interior de la misma comunidad, paradójicamente donde se tendría que construir otro modelo que prefigure la relación que los seres humanos deben construir en la vida social. En una palabra: la fraternidad, como fruto del mandamiento del amor, empieza en la misma celebración litúrgica y se debe hacer realidad en las relaciones sociales de los miembros de la comunidad.

Cada vez que el cristiano celebra la eucaristía debe asumir el compromiso del amor real, un amor que se hace efectivo en las obras que enriquecen la vida y la llenan de contenidos de humanización. Ésta es una tarea que tenemos que asumir para hacer de la celebración cristiana un espacio de vida abundante y de experiencia profunda de amor.

El evangelio de hoy nos dice que los paganos también fueron destinatarios del anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús. Que saliendo Jesús de nuevo de la región de Tiro se dirigió por Sidón hacia el mar de Galilea, por en medio de los límites de la Decápolis, todo en territorio pagano. Y le trajeron un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Es una de las poquísimas veces que vemos a Jesús fuera de su país; si creemos a los evangelios, Jesús, prácticamente, no viajó al extranjero. Es importante señalar que en aquel entonces, ir al «extranjero» es también ir al «mundo de los paganos»… no como hoy. En este fragmento del evangelio de Marcos observamos a Jesús pues en medio de gente de otra religión… Puede ser muy significativo para nosotros el comportamiento que tenga hacia esas personas que no creen en el Dios de Abraham que cree Jesús…

En efecto. Vemos en primer lugar cómo Jesús no está entre los gentiles o paganos con una actitud «apostólica», no lo vemos preocupado por catequizarles. Tampoco parece preocupado por hacer entre ellos proselitismo religioso: no trata de convertir a nadie a su religión, a la fe israelítica en el Dios de Abraham. Y tampoco vemos que Jesús aproveche su paso para «impartir la doctrina», «enseñar y divulgar las santas máximas de su religión». Más aún: observemos que ni siquiera predica, no da discursos religiosos. Más bien, simplemente «cura». Es decir: no teoría, sino práctica. Hechos, no dichos.

No podemos decir que Jesús pase por el territorio pagano con indiferencia, o con los ojos cerrados, como si no tuviera nada que hacer allí… Más bien diríamos que lo que considera es que no tiene mucho que decir. No lo vemos discurseando, ni dando su «servicio de la palabra», sino curando y sanando. No habla del Reino (lo que es su «profesión» y hasta su «obsesión» dentro de los límites de Israel); fuera de su territorio religioso calla sobre el Reino y «hace Reino». O como dice la gente al verle: «hace el bien», no habla sobre el bien. (Y ya sabemos que «ubi bonum, ibi Regnum», «donde se hace el bien, allí está el Reinado de Dios», una fórmula que nos hace caer en la cuenta de una cierta tautología que se da entre «bien» y «Reino»; ya lo decía la antífona-canto del salmo 71: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es Gracia, tu Reino es Amor…»).

Bien mirado, aunque Jesús no predica en esa región pagana, sí «ev-angeliza», en el sentido más exacto de la palabra: da la «buena noticia» («eu-angelo»). No «informa sobre ella», no trata de trasmitir «conocimientos salvíficos», ni siquiera de «poner signos» o de simplemente «anunciar-decir», sino de «hacer presente», de «poner ahí», de construir esos «hechos y prácticas» que son, por sí mismos, la «buena noticia». «Evangelización práctica», pues, sin teorías, ni palabras. (No estamos despreciando la teoría, la doctrina, la teología, la palabra… ni creemos que para Jesús no tuviera importancia… Lo que estamos queriendo decir -fijándonos en Él- es que también para nosotros, como para Él, el puesto de estas dimensiones «teóricas» es un puesto segundo; el primer puesto es para la Vida, para la acción, para la práctica del bien que identifica el Reino, no para la palabra que lo anuncia. Lo último que en definitiva perseguimos, es la práctica, los hechos, la realidad. La teoría, la palabra, la concienciación… también forman parte de la realidad, pero no como objetivos, sino como «instrumentos» para su consecución plena).

Excelente lección para nuestros tiempos de pluralismo religioso y de diálogo interreligioso. Tal vez nuestro histórico celo apostólico y misionero por la «conversión de los infieles», por la «llamada de los gentiles a la fe cristiana», por la «cristianización de las naciones de otra religión», o por «la expansión de la Iglesia» o su «implantación en otras áreas geográficas»… debieran mirar a Jesús y tomar nota de su peculiar conducta misionera. Tal vez hoy necesitaríamos, como Jesús, callar más y simplemente actuar. Es decir, dialogar interreligiosamente comenzando –como se suele decir técnicamente- con el «diálogo de vida»: juntarnos con los «otros» y conjugar nuestros esfuerzos en la construcción de la Vida (en la construcción del bien –«¡ibi Regnum!», ¡allí está el Reino!-). Porque si logramos estar unidos en la construcción del «Reinado de Dios» (no importa el nombre con que se designe, claro está), estaremos de hecho unidos en la adoración (práctica) del Dios del Reino. La doctrina, el dogma, la teología… vendrán después. Y caerán por su propio peso, como fruta madura, cuando el diálogo ya sea una realidad palpable en la práctica de la vida diaria.

«Todo lo hizo bien, hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos»; este versículo 37 tal vez sea una mala traducción, o una derivación de la exclamación que, más probablemente, brotó a los observadores de la conducta de Jesús: «Ha hecho todo el bien [que ha podido], hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos». O sea, sí que predicó Jesús a los gentiles, pero con «el lenguaje de los hechos», y no pidiendo una conversión “mental” a su religión, o a una nueva Iglesia que él no estaba pensando fundar, sino compartiendo con ellos su «conversión al Reino». Jesús no trataba de convertir a nadie a una nueva religión, sino de convertir a todos al Reino, dejando a cada uno en la religión en la que estaba. La conversión importante no es hacia una (u otra) religión, sino hacia el Reino, sea cual sea la religión en la que se dé.

La misión del misionero cristiano se inspira en Jesús. El misionero -todos nosotros, en determinadas circunstancias- no debe buscar la conversión de los «gentiles» a la Iglesia, como su primer objetivo, sino su conversión al Reino (sea cual sea el nombre con el que el “otro” lo llame, y recordando que de nominibus non est quaestio, que «acerca de los nombres no hay que discutir»). Y esa conversión, claro está, no es de diálogo teórico, ni de predicación doctrinal solo… sino de «diálogo de vida» y de construcción del Reino. Leer más…

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Mc 7, 31-37. Sordomudo decapolitano: ¿Quién nos enseñará a hablar (8.9.24, Dom 23 TO)

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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IMG_7338Del blog de Xabier Pikaza:

Somos aquel sordomudo. Nos han quitado la palabra, la hemos olvidado, nos la han robado. ¿Quién abrirá nuestros oídos, quién soltará nuestra lengua? Sigamos leyendo, meditemos, hablemos.

Situar el texto

Éste es el último relato de la primera sección de los panes  (6, 34−7, 37), que había comenzado con  la multiplicación (6, 34-44) y el paso por el mar (6, 45-56), para centrarse en la disputa de Jesús con los fariseos sobre la cuestión de las comida (7, 1-23), hasta el descubrimiento de que el pan mesiánico ha de ofrecerse también a los gentiles (7, 24-30). Pues bien, todo eso exige un cambio radical: hombres y mujeres han de aprender a escuchar y hablar de un modo distinto. Así lo muestra este relato final, con la curación de un sordomudo decapolitano (quizá  pagano, como el geraseno de 5, 1-20), a quien Jesús abre los oídos y desata la lengua para que pueda proclamar la nueva palabra de comunión universal:

(a. Presentación) 31 Y de nuevo, saliendo de las fronteras de Tiro, llegó, a través de Sidón, al mar de Galilea, a través de las fronteras de la Decápolis. 32 Y  le llevaron un hombre que era sordo y tartamudo y le suplicaban que le impusiera la mano;

            (b. Milagro) 33 y separándolo de la gente y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y escupiendo tocó la lengua con saliva. 34 Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: Effatha (que significa: ábrete).35 Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente.

(c. Conclusión) 36El les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, más lo pregonaban. 37 Y en el colmo de la admiración decían: Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos[1].

             Con este relato termina la primer desarrollo de la sección de los panes; es un texto de carácter sacramental, que recoge una especie de “iniciación catequética” (vinculada quizá con el bautismo). El cristiano es un hombre o mujer al que Jesús abre los oídos y desata la lengua, para que pueda escuchar y proclamar una palabra distinta, abierta a todos los seres humanos. Como de costumbre, siguiendo la lógica de Marcos, hemos dividido el relato en tres partes[2].

 7, 31-32. Presentación.

31 Y de nuevo, saliendo de las fronteras de Tiro, llegó, a través de Sidón, al mar de Galilea, a través de las fronteras de la Decápolis. 32 Y  le llevaron un hombre que era sordo y tartamudo y le suplicaban que le impusiera la mano

Jesús está recorriendo un camino que lleva de Tiro, al noroeste de Galilea, a través de Sidón (más al norte) al Mar de Galilea (lugar de encuentro de los diversos pueblos), pasando  a través de la Decápolis, que está básicamente al oriente, al otro lado de ese  mar de Galilea. Es un camino en zigzag, difícil de fijar en el mapa, al menos de un modo rectilíneo, pues el relato tiene un sentido y una finalidad más teológica y pastoral que geográfica. Además, como sabemos por 6, 45-53, los caminos de Jesús pueden hallarse llenos de sorpresas, pues parecen dirigirse a un sitio y acaba llegando a otro.

Todo nos permite afirmar que este trazado no es producto de la ignorancia geográfica de Marcos, sino de la misma identidad del proyecto  y tarea de Jesús, que tiene dos partes. (a) En la primera parte,  se dice que Jesús anuncia el Reino en Galilea, abriéndose a un entorno, formado de un modo especial por la región de Tiro y Sión (cf. 3, 8), a la que ahora se une la Decápolis. Según eso, la misión a los paganos del entorno se enraíza en la misma historia de Jesús del mensaje de Jesús en Galilea (1, 14−8, 26). (b) En la segunda parte, Marcos narra la subida de Jesús a Jerusalén, retomando los motivos básicamente israelitas, pero después de haber dicho que Jesús ha “pasado” por los bordes paganos de la tierra de Israel  (8, 27−1, 47)[3].

Sea como fuere, Jesús, que en 7, 24 estaba en el territorio de Tiro, sube hacia el norte (por la zona de Sidón), abarcando de esa forma el conjunto de Felicia, zona importante en la historia más antigua de Israel (en especial en los relatos de Elías y Eliseo) y también al comienzo de la Iglesia, como he dicho en la introducción de este libro. Pues bien, en vez  de dirigirse después directamente hacia el sudeste, al mar de Galilea, Marcos dice que Jesús dio un gran rodeo, pasando por la Decápolis (=Las Diez Ciudades), un ancho territorio de metrópolis siro-helenistas (entre las que se hallaban Damasco y Gerasa),  alnorte y al este del Mar de Galilea.

Es muy posible que Marcos esté evocando en este viaje los lugares de presencia cristiana en los que se arraiga su evangelio, fuera de Israel, en el entorno de Fenicia, Siria y Decápolis (con un centro en Damasco, como hemos destacado). Según eso, no sabemos dónde está Jesús al realizar el milagro que sigue (7, 33-35), aunque todo nos permite suponer que, tanto ahora como en el relato de la segunda multiplicación, se encuentra fuera de la tierra de Israel, en alguna zona de la Decápolis, pues sólo llegará a Galilea (a Dalmanuza) en 8,10. Ciertamente, según eso, el sordo-tartamudo de este relato puede ser judío (pues hay muchos judíos en la zona), pero puede igualmente ser pagano, tema que, en este contexto de la narración, a Marcos ya no le importa.

Desde ese fondo se entiende la razón por la que Marcos ha situado aquí este milagro de Jesús, como  signo de un cambio, esto es, de un giro o transformaciónde paradigma. En este momento de su relato, él nos dice que lo más importante es aprender a escuchar y hablar de manera personal. Por eso insiste en la exigencia de abrir los oídos y escuchar la nueva palabra (como él mismo ha escuchado la palabra de la siro-fenicia) para así poder hablar (el texto paralelo de la segunda sección de los panes, expandirá ese motivo, desde la perspectiva de los ojos, aprender a ver: 8, 22-26). Lógicamente, para visualizar este cambio de paradigma ha ofrecido este milagro.

Le traen a un hombre que sordo (no es capaz de escuchar la palabra) y tartamudo (mogilalon: tiene la lengua impedida), de manera que apenas puede expresarse. Es un enfermo de comunicación: no puede hablar correctamente, ni expresarse con soltura, no puede escucha la voz de Dios, ni comunicarse de verdad con los demás. En el fondo es un esclavo de su propia sordera y tartamudez: no logra entender lo que dicen, no puede expresarse. Por eso vive encerrado en la doble distorsión de su lenguaje, como un hombre incapaz de escuchar y hablar, sin poder conversar con los demás. Así puede entenderse como signo de aquellos que no entienden: prefieren mantenerse en sus esquemas viejos, escuchando sólo sus palabras y razones, que en este caso son razones de los fariseos, que Jesús ha querido superar en Mc 7, 1-23. No saben oír, no sabe hablar, a no ser que Jesús les cure[4].

 7, 33-35. Milagro. Abrir los oídos, soltar la boca.

33 y separándolo de la gente y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y escupiendo tocó la lengua con saliva. 34 Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: Effatha (que significa: ábrete).35 Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente.

Este “milagro” de curación se encuentra estratégicamente situado, al final del primer desarrollo de los panes. Para que este enfermo entienda y diga el evangelio (es decir, la buena noticia de la salvación) ha de haber alguien que le abra los oídos y le suelte la lengua. Jesús lo hace, siguiendo probablemente un ritual de catequesis e iniciación sacramental, en la que se refleja la práctica cristiana de la iglesia de Marcos. Para ello,  toma al enfermo en privado, separándolo de la muchedumbre (7, 33), a fin de mantener un contacto directo con él y realizar un signo sacramental, que puede interpretarse de un modo mágico (si sólo nos fijamos en el gesto externo) o como simbolización ritual, dirigida al desarrollo personal del “enfermo” (o, quizá mejor, del catecúmeno, por emplear una palabra posterior de la Iglesia).

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¿Es Jesús un mago o el Mesías? Domingo 23. Ciclo B

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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porta23-12Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La dificultad de curar a un sordo

Cuando llegamos al final del capítulo 7 del evangelio de Marcos, Jesús ha curado ya a muchos enfermos: un leproso, un paralítico, uno con la mano atrofiada, una mujer con flujo de sangre; incluso ha resucitado a la hija de Jairo, aparte de las numerosas curaciones de todo tipo de dolencias físicas y psíquicas. Ninguno de esos milagros le ha supuesto el menor esfuerzo. Bastó una palabra o el simple contacto con su persona o con su manto para que se produjese la curación.

Ahora, al final del capítulo 7, la curación de un sordo le va a suponer un notable esfuerzo. El sordo, que además habla con dificultad (algunos dicen que los sordos no pueden hablar nada, pero prescindo de este problema), no viene por propia iniciativa, como el leproso o la hemorroisa. Lo traen algunos amigos o familiares, como al paralítico, y le piden a Jesús que le aplique la mano. Así ha curado a otros muchos enfermos. Jesús, en cambio, realiza un ritual tan complicado, tan cercano a la magia, que Mateo y Lucas prefirieron suprimir este relato.

En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:

-«Effetá» (esto es, «ábrete»).

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:

-Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Conviene advertir cada una de las acciones que realiza Jesús: 1) toma al sordo de la mano; 2) lo aparta de la gente y se quedan a solas; 3) le mete los dedos en los oídos; 4) se escupe en sus dedos; 5) toca con la saliva la lengua del enfermo; 6) levanta la vista al cielo; 7) gime; 8) pronuncia una palabra, effetá (se discute si hebrea o aramea), misteriosa para el lector griego del evangelio.

Desde el punto de vista de la medicina de la época, lo único justificado sería el uso de la saliva, a la que se concede poder curativo. El gemido y la palabra en lengua extraña recuerdan al mundo de la magia.

Sin embargo, los espectadores no piensan que Jesús sea un mago. Se quedan estupefactos, pero no relacionan el milagro con la magia sino con la promesa hecha por Dios en el libro de Isaías, que leemos en la primera lectura: «Entonces… las orejas de los sordos se abrirán… y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo.» La curación demuestra que con Jesús ha comenzado la era mesiánica, la época de la salvación.

La dificultad de curar a un ciego

Si la selección de los textos litúrgicos hubiera estado bien hecha, dentro de dos o tres domingos habríamos leído un milagro parecido, de igual o mayor dificultad, y fundamental para entender el evangelio de hoy: la curación de un ciego. Como no se lee, recuerdo lo que cuenta Marcos en 8,22-26. Le presentan a Jesús un ciego y le piden que lo toque. Exactamente igual que ocurrió con el sordo.

Jesús: 1) lo toma de la mano; 2) lo saca de la aldea; 3) le unta con saliva los ojos; 4) le aplica las manos; 5) le pregunta si ve algo; el ciego responde que ve a los hombres como árboles; 6) Jesús aplica de nuevo las manos a los ojos y se produce la curación total. Los relatos no coinciden al pie de la letra (aquí falta el gemido y la palabra en lengua extraña) pero se parecen mucho. No extraña que Mateo y Lucas supriman también este episodio.

La sordera y ceguera de los discípulos

¿Por qué detalla Marcos la dificultad de curar a estos dos enfermos? La clave parece encontrarse en el relato inmediatamente anterior a la curación del ciego, cuando Jesús reprocha a los discípulos: «¿Tenéis la mente embotada? Tenéis ojos, ¿y no veis? Tenéis oídos, ¿y no oís?» (Mc 8,17-18).

Ojos que no ven y oídos que no oyen. Ceguera y sordera de los discípulos, enmarcadas por las difíciles curaciones de un sordo y un ciego. Ambos relatos sugieren lo difícil que fue para Jesús conseguir que Pedro y los demás terminaran viendo y oyendo lo que él quería mostrarles y decirles. Pero lo consiguió, como veremos el domingo 30, cuando Jesús cure al ciego Bartimeo.

Las maravillas de la época mesiánica (Isaías 35,4-7)

Este texto ha sido elegido por la promesa de que «los oídos de los sordos se abrirán», que se ve realizada en el milagro de Jesús. De hecho, el poema del libro de Isaías se centra en la situación de los judíos desterrados en Babilonia, sin esperanza de verse liberados. Y, aunque se diese esa liberación, tienen miedo de volver a Jerusalén. Se consideran una caravana de gente inútil: ciegos, sordos, cojos, mudos, que deben atravesar un desierto ardiente, sin una gota de agua y con guarida de chacales. El profeta los anima, asegurándoles que Dios los salvará y cambiará esa situación de forma maravillosa. Estas palabras terminaron convirtiéndose en una descripción ideal de la época del Mesías y fueron muy importantes para los primeros cristianos.

Decid a los inquietos: «¡Sed fuertes, no temáis! ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará».

Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como un ciervo, y cantará la lengua del mudo, porque han brotado aguas en el desierto, y corrientes en la estepa. El páramo se convertirá en estanque, el suelo sediento en manantial.

Un milagro más difícil todavía (Santiago 2,1-5)

Aunque sin relación con el evangelio, este texto puede leerse como una visión realista, nada milagrosa, de la época mesiánica. Aquí el pueblo de Dios no está formado por gente que se considera inútil y débil. Al contrario, está dividido entre personas con anillos de oro, elegantemente vestidas, y pobres con vestidos miserables. Y lo peor es que el presidente de la asamblea concede a los ricos el puesto de honor, mientras relega a segundo plano a los pobres. Como en el fastuoso funeral de Juan Pablo II, con tantas personalidades famosas en primer plano, mientras los fieles cristianos llenaban la plaza y la Via della Conciliazione. El nuevo milagro, la nueva época mesiánica, será cuando los cristianos seamos conscientes de que «Dios ha elegido a los pobres para hacerlos ricos en la fe».

Hermanos míos, no mezcléis la fe de nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas. Suponed que en vuestra asamblea entra un hombre con sortija de oro y traje lujoso, y entra también un pobre con traje mugriento; si vosotros atendéis al que lleva el traje de lujo y le decís: «Tú siéntate aquí cómodamente», y al pobre le decís: «Tú quédate ahí de pie» o «siéntate en el suelo, a mis pies», ¿no estáis haciendo discriminaciones entre vosotros, y convirtiéndoos en jueces de criterios inicuos? Escuchad, mis queridos hermanos: ¿acaso no eligió Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que lo aman?

Reflexión final

Tomado por sí solo, en el evangelio de hoy destaca la reacción final del público: «Todo lo ha hecho bien». Recuerda las palabras que pronunciará Pedro el día de Pentecostés, cuando dice que Jesús «pasó haciendo el bien». El público se fija en la promesa mesiánica; Pedro, en la bondad de Jesús. Ambos aspectos se complementan.

Pero quien desea conocer el mensaje de Marcos no puede olvidar la relación de este milagro con la curación del ciego. Debe verse reflejado en esos discípulos con tantas dificultades para comprender a Jesús, pero que siguen caminando con él.

La segunda lectura, en la situación actual de la Iglesia, cuando tantos escándalos parecen sumirla en un desierto sin futuro, supone una invitación a la esperanza. Pero el milagro será imposible mientras las personas que tienen mayor responsabilidad en la Iglesia sigan luchando por los primeros puestos, los anillos de oro y los capelos cardenalicios.

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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario. 08 de septiembre de 2024

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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“Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: -Effetá (esto es, “ábrete”). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.”

(Mc 7, 31-37)

La escena que nos presenta el evangelio de hoy es de una gran fuerza. Cuando no podemos oír ni hablar se dificulta enormemente la relación con las demás personas. Basta pensar en lo difícil que resulta comunicarse con alguien que habla una lengua que no conocemos.

Aquí encontramos que le presentan a Jesús una persona sorda y que, además, apenas puede hablar. Pero lo que nos quiere mostrar no es un caso concreto, es, más bien, un icono, un símbolo.

El evangelio nos está presentando el mundo pagano. Aquellas personas que no conocen al Dios de Jesús, que no pueden escuchar Su Palabra. En esta persona sorda están representadas todas las personas que no pueden “oír” la Buena Noticia que trae Jesús.

Y Jesús se acerca, toma aparte esta realidad y “pierde el tiempo” con ella. Le toca. Y ora sobre ella: “mirando al cielo, suspiró y le dijo… -¡Effetá! (Ábrete!) Al oír esta palabra se nota como caen muchos muros internos. Se abren esas puertas blindadas. Y lo que era cerrazón se convierte en espacio.

Todos necesitamos que Jesús pronuncie sobre nuestra mente y sobre nuestro corazón un “¡effetá!” que destruya cualquier obstáculo.

Pero si volvemos al símbolo quizá nuestro mundo pagano de hoy son los países “enriquecidos”. ¡Cuánto necesitamos que se cure la sordera globalizada! Tienen que caer los muros, las alambradas y los puertos cerrados.

No pueden seguir existiendo fronteras que blindan riquezas injustas.

Oración

Grita, Jesús, sobre nuestros países enriquecidos injustamente. Que se caigan las barreras que nos hacen creer que las demás no tienen derecho a una vida como la nuestra. Borra el egoísmo que nos hace sordas al clamor de las empobrecidas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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No te quedes en la superficie del relato.

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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jesus-curaDOMINGO 23º (B)

Mc 7,31-37

El episodio que nos narra hoy Marcos no tiene localización precisa como casi siempre. Solo dice que vuelve del Tiro al lago de Galilea, pasando por Sidón, atravesando la Decápolis. Podemos suponer que estamos en la Decápolis, tierra de paganos. Si alguno intentara marcar un recorrido geográfico lógico de los itinerarios de Jesús en el evangelio de Marcos, se encontraría con un galimatías indescifrable. Para Marcos la geografía no tiene ninguna importancia. Coloca a Jesús en cada momento donde más le interesa teológicamente.

En el AT, los tiempos mesiánicos se anunciaron como salvación para los marginados, los pobres, los que no tenían valedor en este mundo injusto. Seguramente hemos entendido demasiado literal­mente el anuncio hecho por los profetas de que los sordos oirán, los mudos hablarán, los ciegos verán, los cojos saltarán… En realidad, nunca se dice en toda la Biblia que el Mesías tuviera esa misión. También dicen los textos que nacerán fuentes en la estepa, que el león pacerá con el buey, que el niño cogerá la serpiente en la mano etc. y nadie espera que eso vaya a suceder en la realidad. Todo es signo del Reino, no el Reino.

Considerar el milagro como una excepción de las leyes de la naturaleza resulta anacrónico si se aplica a los milagros de los evangelios. En tiempos de Jesús no se cuestionaba la posibilidad del milagro. Todo el mundo aceptaba no solo la posibilidad sino la realidad de los milagros. Ni entonces ni ahora conocimos las leyes de la naturaleza para poder determinar lo que las sobrepasa o las viola. Lo que hasta tiempos muy cercanos sirvió para apoyar la fe, es hoy un obstáculo para aceptarla. Los milagros narrados en los evangelios tratan de llevarnos a descubrir el mensaje de Jesús que está más allá de ellos.

Para aquella cultura el hecho de que una persona fuera sorda o muda o ciega, no era un problema de salud sino un problema religioso. Esa carencia era signo de que Dios le había abandonado. Si Dios lo había abandonado la institución religiosa estaba obligada a hacer lo mismo. Eran, por tanto, marginados por la religión, que era la mayor desgracia que podía recaer sobre una persona. Jesús, con su actitud, manifiesta que Dios está más cerca de los marginados, de los que sufren. Al curar, Jesús les está sacando de su marginación religiosa, demostrando que Dios no margina a nadie y que la religión no actúa en su nombre.

El relato está plagado de simbolismos que hacen imposible interpretarlo como crónica de unos hechos. En el capítulo siguiente se narra la curación del ciego de Betsaida, utilizando el mismo cliché: Es presentado por otros, le piden que lo toque (le imponga las manos), lo separa de la multitud, hace un tocamiento con su saliva, y les manda que guarden silencio. En los profetas, la ceguera y la sordera son símbolos de resistencia a la palabra de Dios. En el evangelio son símbolos de la incomprensión y resistencia al mensaje de Jesús. Los discípulos de Jesús no comprenden el mensaje y por lo tanto, no pueden trasmitirlo.

Sordo y mudo, en el AT, simbólicamente era el que no quería escuchar la palabra de Dios, y por lo tanto, tampoco podía cumplirla o proclamarla. Si tenemos en cuenta que la religión judía está fundamentada en el cumplimiento de la Ley, descubriremos que, el que no puede oírla ni proclamarla queda totalmente excluido. La imposición de manos era signo de la comunicación del Espíritu. La mirada al cielo era signo de relación íntima con Dios. Apartarlo de la gente era separarlo del mundo. El dedo hace referencia al dedo de Dios que actúa con fuerza. La saliva se consideraba como vehículo del Espíritu. Aparentemente Jesús actúa como cualquier sanador de la época. Pero los taumaturgos hacían sus curaciones con la máxima ostentación posible. Jesús quiere hacer ver a todos que su objetivo es muy distinto.

Jesús nunca identifica el Reino de Dios con una supresión de las limitaciones. Las bienaventuranzas dejan claro que el Reino de Dios está abierto a todos, a pesar de las circunstancias adversas. Él dice expresamen­te que el Reino de Dios está dentro de vosotros. El Reino de Dios es una actitud vital de cada persona. Es un descubrimien­to de Dios en lo hondo del ser. Claro que una vez que la persona entra en esa dinámica, tiene que manifestarse después en la manera de actuar. La atención a los marginados no es el Reino de Dios, sino la manifesta­ción de que está presente y visible a todo el que lo quiera ver.

Si queremos llevar a los marginados el Reino de Dios, antes de haber entrado nosotros en él, caemos en la trampa de la programación. Mientras no cambiemos nosotros, por mucha atención que reciban los que sufren, no ha llegado el Reino de Dios, ni para nosotros ni para ellos. Para el mismo Jesús, desde una perspectiva del AT, la señal de que el Reino de Dios ha llegado, es que los sordos oyen, los cojos andan, los ciegos ven, y los pobres son evangelizados. Aquí podemos encontrar la clave de interpretación del relato.

El Reino consiste en que los que excluimos dejemos de hacerlo, y los excluidos dejen de sentirse marginados a causa de sus limitaciones. El objetivo de Jesús no es erradicar la pobreza o la enfermedad, sino hacer ver que hay algo más importante que la salud y que la satisfacción de las necesidades más perentorias. Sacar al pobre de su pobreza no garantiza que lo hemos introducido en el Reino. Pero salir de nuestro egoísmo y preocuparnos por los pobres sí garantiza la presencia del Reino y puede hacer que el pobre lo descubra.

Tampoco podemos pensar en un Reino de Dios puramente espiritual. Hemos dicho muchas veces que una relación auténtica con Dios es imposible al margen de una preocupación por los demás. Creer que podemos servir una relación con Dios al margen de los demás es ilusión. No hemos aprendido la lección, ni como individuos ni como iglesia. El ejemplo de Santiago, dentro de su simplicidad, es esclarecedor. ¿Quién de los aquí presentes aprecia más a un andrajoso que a un rico? ¿Qué sacerdote, incluyéndome a mí, trata mejor la los pobres que a los ricos? La conclusión es clara: el Reino de Dios no ha llegado a nosotros.

El mensaje de Jesús tendría que operar en nosotros los mismos efectos que tuvieron su saliva y su dedo en el sordomudo. Escuchar el mensaje de Jesús es la clave para descubrir cuál debe ser la trayectoria de mi vida. La postura de cerrarse a la Palabra es mucho más común de lo que solemos pensar. El miedo a equivocarnos nos paraliza. Un proverbio oriental dice: si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás inevitablemente fuera la verdad. El episodio de hoy nos debe hacer reflexionar. Tenemos que abrirnos a la verdad y tratar de comunicarla a todos para llevarles un poco de esperanza e ilusión.

Jesús dijo en (Jn 10, 9): “Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos”. Pero, “puerta” se puede entender como el hueco que permite el acceso a una estancia o el elemento material que, girando sobre unos goznes, puede permitir o impedir el paso. El contexto de la cita deja claro que se trata de la apertura para entrar y salir. Pero por desgracia utilizamos a Jesús como el elemento giratorio que nosotros utilizamos para dejar entrar o para impedir el paso a la intimidad de Dios. Con mucha frecuencia, hemos cerrado la puerta y nos hemos guardado la llave.

No nos salva escuchar la palabra de Dios, pero es el instrumento que nos permite descubrir dentro de nosotros la salvación. Las frutas defienden la vida que está latente en la semilla de dos maneras: rodeándola con gran cantidad de pulpa o con un caparazón duro que la aísla del entorno. En los dos casos, lo aparente, que es lo que parece importante, no es más que un medio para conservar la semilla hasta la primavera siguiente. Entonces la cáscara desaparecerá para que germine la semilla. En el caso de la manzana o el melón, pudriéndose. En el caso de la almendra o la nuez, separándose las dos partes para dejar paso al germen.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Los milagros

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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efata1Mc 7, 31-37

«Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua».

A los creyentes del siglo XXI, los milagros nos desconciertan e incluso nos contrarían. Nos parece que introducen en los evangelios elementos mágicos que les quitan credibilidad, y en muchas ocasiones preferiríamos que no estuvieran allí. Sin embargo, están ahí, y si los quitamos hacemos otros evangelios y, por tanto, otro Jesús.

Por una parte, recelamos porque sabemos que los evangelistas no dudan en violentar la historia para comunicar mejor su fe. Sabemos también que en su época los hechos milagrosos eran muy bien admitidos, y que con ellos se vestía la actividad de los personajes extraordinarios. Y nos preguntamos: ¿Habrán inventado los evangelistas estos relatos, o bien su fama de sanador se remonta al Jesús histórico?

Por otra parte, nuestra mentalidad ilustrada nos lleva a concluir que no puede haber milagros. Los milagros repugnan a la razón humana, y son meros vestigios de una época en que se atribuía lo desconocido a poderes ocultos o a la misma divinidad. Ninguna persona culta moderna puede aceptar la posibilidad de los milagros…

Basados en este razonamiento, los milagros fueron rechazados de plano por los grandes filósofos de la ilustración, como Spinoza, Hume y Voltaire. Más tarde —y esta vez con base en argumentos de naturaleza exegética— teólogos recientes de la categoría de Rudolph Bultmann tomaron también una postura contundente en contra de los milagros.

John P. Meier hace un estudio pormenorizado de los milagros aplicando criterios de historicidad, y concluye que un especialista ateo puede admitir los hechos narrados igual que un colega creyente, pero añade que tan injustificada es la postura del creyente de dar un paso más atribuyendo ese hecho a la acción de Dios, como la del ateo al afirmar que Dios no ha tenido en él parte alguna.

Joachim Jeremías –quizá la voz más autorizada en esta materia– llega a la conclusión de que «Jesús realizó curaciones que fueron asombrosas para sus contemporáneos. Se trata primariamente de la curación de padecimientos psicógenos, pero también de la curación de leprosos, de paralíticos y de ciegos».

Para no cansar, hoy se admite que los evangelios narran hechos de Jesús que sus contemporáneos calificaron de milagros. Jesús arrastraba multitudes no sólo por su predicación, sino por sus curaciones, y a ellas debió buena parte de su fama. Parece, también, que esta misma fama creó en torno suyo una leyenda que multiplicó sus hechos milagrosos, y que los evangelistas recogieron tanto las tradiciones de hechos sucedidos como las leyendas que nacieron de estos hechos.

Pero quizá lo más importante para nosotros sea el significado de los milagros, y en este punto nos vamos a remitir a Ruiz de Galarreta: «Jesús cura ante todo porque es compasivo, porque le importa el sufrimiento de la gente. Sus acciones muestran su corazón, y a través de él vemos “el corazón de Dios”».

Es habitual interpretar los milagros como la prueba de que “Dios estaba con él”, pero quizá lo más relevante para los creyentes sea que través de ellos podemos conocer cómo es Dios para nosotros.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿Por qué nos hacemos los sordos? ¿Por qué no hablamos con más claridad y caridad?

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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23ordinario

Marcos 7, 31-37

Sugiero que leamos este evangelio desde tres perspectivas:

Primera: nos acercamos al contexto histórico. Un hombre sordo no podía escuchar la Torá y se perdía buena parte del alimento espiritual del pueblo. No había medios para paliar la sordera. Era una persona marginada y, sin duda, escucharía muchas veces la pregunta: ¿Por qué estás sordo? ¿Pecaste tú o pecaron tus padres?

Además, este hombre apenas podía hablar. Sabemos que la gente de Judea se burlaba de los hombres y mujeres de Galilea por su hablar gangoso. El hecho de no hablar bien era motivo de marginación y de sospecha. En resumen, el evangelio nos presenta a un pobre hombre, con motivos suficientes para sufrir cada día.

Segunda: ¿Qué nos quiere decir Marcos con esta curación? ¿Qué paso podemos dar, de la historia a la teología? Que el mundo pagano estaba (¡y está!) invitado a la salvación. El evangelista dice que es hora de romper los esquemas mentales: a la Decápolis llega la Buena Noticia y la gente pagana, sorda o semi muda, puede oír la Palabra y responder con toda claridad.

En el principio de los tiempos “Vio Dios que todo era bueno”. Con la llegada de Jesús, el tiempo comienza de nuevo, porque: “Todo lo hace bien”. Hizo posible lo que era imposible en su tiempo: que los sordos oyeran y que la lengua trabada se soltara. Marcos nos presenta un gesto profético que anuncia la llegada de un tiempo nuevo.

Tercera: ¿A qué nos invita este texto del evangelio, hoy? ¿Cuál puede ser la perspectiva pastoral? Que nos identifiquemos con este buen hombre y tomemos conciencia de:

· Nuestra sordera afectiva, emocional, laboral, política, económica, ecológica… Es decir, sordera y cerrazón ante mensajes claros que proceden del Evangelio, de la Declaración de los Derechos Humanos, de documentos papales, etc., y que no nos llegan a las entrañas, porque hemos taponado los oídos. O solo nos llegan algunas frases inocuas, que nuestro tímpano filtra con esmero, para que no se nos altere la zona de confort en la que vivimos.

Y sería bueno que este evangelio nos ayude a tomar conciencia de la claridad con la que oímos, escuchamos y nos deleitamos en las críticas, cotilleos, suposiciones y juicios que llegan a nuestros oídos. Nos deleitamos, como si tuviéramos “oídos gourmet”, que saborean lo que se les ofrece. Lo que entra de este modo por el oído va formando una trama que se transforma en esclerocardia, y nos enferma con un corazón endurecido y una conciencia de piedra.

· Lamentablemente, nadie tocará nuestra lengua con su saliva, para que recobremos la libertad y la parresía al hablar. Pero, al recibir la Eucaristía, podemos tomar conciencia de que es necesario que hablemos, más alto y más claro, en los lugares apropiados. Que hablemos con caridad y con claridad, en una sana proporción. Que hablemos con la fuerza de nuestra expresión corporal, sin gestos de amenaza, para que en nuestro rostro se descubra que nos habita una Buena Noticia.

Se le abrieron los oídos y hablaba sin dificultad…” Pidamos al buen Dios que estas palabras se conviertan en una experiencia personal y comunitaria, por obra del Espíritu Santo.

Marifé Ramos

Fuente Fe Adulta

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“Effetá”

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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IMG_7152Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

8 septiembre 2024

Mc 7, 31-37

Simbólicamente, sordera y mudez significaban aislamiento, por cuanto -sobre todo, en la antigüedad- obligaban a la persona a encerrarse en sí misma, incapacitándola para comunicarse e interactuar con los demás. Al presentar a Jesús como alguien capaz de abrir (effetá) los oídos y la lengua, el autor del evangelio está mostrando en qué consiste su misión: favorecer la integración de las personas, al devolverles su capacidad de escuchar y de expresarse.

Con demasiada frecuencia, en la vida de las personas son frecuentes, por diferentes motivos, las actitudes de encierro y de aislamiento. Tanto por dificultades de tipo psicológico como por imposición social o cultural, no pocas personas optan por -o se ven obligadas a- encerrarse en ellas mismas, en una especie de mecanismo de defensa, con el que buscan amortiguar el sufrimiento provocado por factores psíquicos o sociales.

La ayuda a las personas tiene como objetivo favorecer su vida, su autonomía y su despliegue. Y eso ocurre en la medida en que se pueden ir abriendo aquellas dimensiones o capacidades que, por diferentes motivos, habían quedado bloqueadas.

El desbloqueo se produce cuando acogemos toda nuestra verdad, desde la motivación de liberar en nosotros aquello que habíamos negado en mayor o menor medida. El trabajo sobre nosotros mismos constituirá el mejor aprendizaje para poder ofrecer nuestra ayuda a los demás.

“Effetá”: ábrete a tu verdad, acéptala y abrázala. Ábrete a vivir tus capacidades, más allá de miedos y comodidades. Ábrete a los demás, de manera asertiva y bondadosa. Ábrete a hacer de este mundo un lugar mejor. Ábrete a la Vida. O más exactamente, ábrete para que puedas experimentarte, a la vez, como Vida y como cauce a través del cual la Vida se expresa.


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Iglesia: ¡Effetá!

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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effata-209x300Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Sorderas en la vida

La sordera y la tartamudez de aquel hombre con el que Jesús se encuentra en la Decápolis (diez ciudades en territorio pagano), no  se refieren meramente unas limitaciones físicas.

Se trataba de una cerrazón e incomunicación personal. Aquel hombre  vivía encerrado, sordo, incomunicado.

Quizás también nosotros vivimos enquistados, no escuchamos ni sabemos decir una palabra o callar oportunamente.

Sordo -en este caso- es la persona encerrada en sí misma que no quiere escuchar. Y ya sabemos el refrán: no hay peor sordo que el que no quiere escuchar.

El pasado domingo leíamos cómo el AT y Jesús nos decían: Escucha, Israel, atiende a razones.

  • Somos sordos cuando no sabemos abrirnos a la Verdad o realidad del otro y de la vida.
  • Cuando políticamente no se escuchan ni se buscan soluciones a los problemas, estamos sordos.
  • Cuando en lo eclesiástico no se escucha la voz de la comunidad, estamos sordos con una sordera peor.

El ser humano es por naturaleza quien “está abierto” a todo lo que en la historia le habla. Ser humano y ser cristiano es vivir abiertos, vivir como “seres abiertos” en el mundo, (el ser humano es espíritu en el mundo) (Rahner).

Somos -seamos- seres abiertos. Effetá.

02.- Saliva: nueva creación.

        El gesto de la curación de la sordera de este hombre tocando sus oídos con un poco saliva es una alusión al Génesis y, por tanto, a la creación, a la nueva creación de la nueva humanidad.

        Dice el texto que Jesús tocó los oídos con su saliva. Sabemos ya por otros momentos evangélicos que la saliva es algo muy personal y significa el espíritu de una persona, en este caso de Jesús.

        La saliva es algo muy personal, muy íntimo. Por eso en la Biblia la saliva es símbolo del espíritu de una persona. (Escupir a una persona implica un gran desprecio).

        Jesús mirando al cielo -al poder de Dios- suspiró como hizo también Dios en el Génesis cuando infundió su aliento vital al barro para que surgiese un ser viviente. Ahora Jesús infunde su espíritu -saliva- a aquel sordo y exclama: Effetá, ábrete. Es una escena muy semejante a la curación del ciego de Jericó: Jesús hace barro con su saliva: una nueva creación. (Jn 9).

        Y al momento se le abrieron los oídos.

Es decir, Jesús vuelve a crear un hombre nuevo, abierto, espiritual

Cuando uno vive mirando a la ultimidad, a Dios, escucha los pasos y palabras intermedias que se producen en la historia.

03.- Al instante se le abrieron los oídos y se le soltó la lengua.

        Hablar en sentido bíblico no es pronunciar palabras incesantemente. San Juan emplea una expresión griega de hondo contenido. La solemos leer en navidad: la palabra se hizo Jesús, carne: el logos: es decir, el sentido de la vida

Uno puede hablar cuando previamente ha escuchado la voz de la vida, de la historia, de Dios.

        Hay personas que hablan y hablan sin parar, pero no dicen nada.

        Emitir sonidos y palabras no es hablar. Escuchar y hablar con juicio, es ya otra actitud y  un arte en la vida.

        Es muy frecuente oír cómo hay gente que en cuanto te descuidas te aconsejan y organizan la vida. Es frase tan manida de que: “tú lo que tienes que hacer es…”.

        Nos cuesta unos dos años en aprender a hablar y toda la vida en aprender a callar

        A veces el silencio es una palabra elocuente. Nos podríamos aplicar aquel dicho: Habla solamente cuando no tengas mejor palabra que el silencio.

        Cuando uno ha escuchado la voz de la vida, del amor, de la amistad, de la enfermedad, del sufrimiento, del fracaso, de la muerte, cuando uno ha escuchado esas realidades, probablemente calla y acompaña en silencio.

El silencio es una palabra llena de sentido. Y eso es logos, palabra silenciosa, sensatez y sentido.

        Al instante se le soltó la lengua.

04.- Vaticano II y momento actual. reflexión eclesial.

¡Qué duda cabe que el concilio Vaticano II fue un Effetá, un ábrete, para la Iglesia formulado entonces por aquellos dos papas: Juan XXIII y Pablo VI,  por aquel momento teológico y eclesial. El Vaticano II efectivamente abrió las ventanas para que saliera el aire viciado de la Iglesia y entrara oxígeno puro!

Muchos cristianos respiramos entonces y lo seguimos haciendo desde aquel espíritu y viento del Pentecostés de aquellos años: con espíritu bíblico, en liturgia, en moral, en cuestiones dogmáticas, teológicas, en modos y estilos eclesiásticos, en esperanza, en la vida.

Pero, por desgracia, lo que abrió el Concilio Vaticano II se ha ido replegando y cerrando posteriormente. Sobre todo el tono de libertad, el aliento vital y de audacia eclesial de entonces se ha ido acartonando en nuevos pero viejísimos moldes eclesiásticos.

Ya en aquella misma época conciliar dijo el cardenal Siri: “harán falta veinticinco años para reconstruir los que Juan XXIII ha derribado en la Iglesia”. [1] En esa tarea están algunos movimientos religiosos y muchos curas y obispos.

Cuando hoy vemos este repliegue, cuando nuestras parroquias viven no cerradas, sino “bunkerizadas” y no se tolera un ápice de oxígeno, cuando vemos el triunfo de la ley y de la normativa sobre la libertad y creatividad; cuando se está desenterrando una liturgia fosilizada, uno piensa: ¿será éste el futuro del cristianismo y de la Iglesia? ¿La Iglesia será todo lo contrario del Effetá? ¿Estos son los derroteros del cristianismo en el siglo XXI?

¿Podrá el papa Francisco entonar un nuevo Effetá?

Escuchemos la voz del Evangelio de Jesús y la voz del Concilio.

05.- Sed fuertes, no temáis. (Isaías 35,4-7a).

Son las palabras de Isaías con las que hemos comenzado la liturgia de la palabra. No temáis, sed fuertes.Effetá.

Desde el Evangelio del Señor, desde el Concilio, seamos fuerte, vivamos abiertos con esperanza puesta en el Reino de Dios:

La saliva, el aliento vital, el Espíritu de Cristo nos abre hacia el horizonte infinito.

Effetá.

[1] DUATO, A. Iglesia y mundo en el pontificado de Juan Pablo II, en: Iglesia Viva, 214, 2003, 45.

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“¡Que el Señor abra nuestros oídos para que nuestros labios no cesen de anunciar sus maravillas!”, por Consuelo Vélez

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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IMG_6046De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del domingo XXIII del Tiempo Ordinario 8-09-2024

El texto nos muestra la acogida que va teniendo el reinado de Dios anunciado por Jesús porque, efectivamente, las situaciones se van transformando

Estamos invitados a dejarnos abrir los oídos por Jesús, a escuchar su predicación, la buena noticia que nos comunica para que nuestros labios sean capaces de anunciar las maravillas de Dios

Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: “Effatá” que quiere decir “¡Ábrete!”. Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. (Mc 7, 31-37)

El evangelio de Marcos continúa este domingo, relatándonos la curación de un tartamudo sordo. Decimos tartamudo y no mudo porque el texto dice que “no hablaba correctamente”. Marcos sitúa a Jesús en camino más allá de Galilea y realizando los signos del reino, uno de ellos las curaciones a los enfermos. La liturgia se salta el texto de la curación de la hija de una sirofenicia que antecede a esta curación. Por otra parte, esta curación se asemeja mucho a la curación de la hija de Jairo, relatada en el capítulo 5. En ambos textos Jesús pronuncia unas palabras: “Talita Kum” = levántate y Effatá = Ábrete. “Al instante” la niña se levanta y se pone a andar; “al instante”, se le abren los oídos al sordo y se le suelta la atadura de la lengua y habla correctamente; y, con la niña, los presentes “quedaron fuera de sí” y con el sordo se “maravillaban sobre manera”. Como vemos, las curaciones siguen, en muchos casos, pasos similares, lo que muestra que son contados en un género literario, sin que esto invalide la experiencia histórica que debió acontecer, a partir de la cual, los que están con Jesús ven cómo se hace presente el reino de Dios anunciado por Él, rompiendo ataduras, exclusiones, impedimentos para que las personas tengan vida y vida en abundancia en ese contexto.

El caso del texto de la curación de este tartamudo sordo, nos remite a textos de Isaías en los que se afirma que “se despegarán los ojos de los ciegos y las orejas de los sordos se abrirán” (Is 35, 5-6). El evangelio nos deja ver también, que se les atribuye a las manos de Jesús y a su saliva la capacidad taumatúrgica. Estas especificaciones responden a las creencias del tiempo, del poder curativo de la saliva, por ejemplo.

El mandarles a callar va en consonancia con el “secreto mesiánico” que está presente en el evangelio de Marcos. Sin embargo, en lugar de callar, la fama se extiende más y más. El texto nos muestra la acogida que va teniendo el reinado de Dios anunciado por Jesús porque, efectivamente, las situaciones se van transformando, su llegada genera cambios y las cosas no siguen como estaban.

La frase final “todo lo ha hecho bien”, nos remite al texto del génesis: “Y vio Dios que todo era bueno” (1,31). Efectivamente, las situaciones caóticas que vive la humanidad, están llamadas a organizarse, a mejorarse, a situarse en su correcto desarrollo para que la vida de Dios en el mundo sea fecunda y el plan divino de salvación se lleve a cabo.

Más allá del milagro en sí, el evangelio nos invita a dejarnos abrir los oídos por Jesús, a escuchar su predicación, la buena noticia que nos comunica para que nuestros labios sean capaces de anunciar las maravillas de Dios. Mucha sordera al evangelio existe hoy en nuestro mundoy en nuestra Iglesia. Pero la apertura sincera a Jesús es capaz de hacer el milagro de volver a escuchar la buena noticia del reino y de predicarla “a tiempo y a destiempo” en el aquí y ahora que vivimos. Nuestro mundo, necesitado de buenas noticias, exige una palabra más profética, más audaz, más creativa, más transformadora, por parte de todos los que nos decimos discípulos de Jesús. Y, eso será posible, en la medida que nuestros oídos estén abiertos para escuchar. Recordemos aquel texto de la carta a los Romanos (10, 14-15). “Pero, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿cómo oirán sin que se les predique? ¿y cómo predicaran si no son enviados?

¡Que el Señor abra nuestros oídos para que nuestros labios no cesen de anunciar sus maravillas!

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Saber escucharte, saber liberarme

Lunes, 2 de septiembre de 2024
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Ahora sí, Señor,
ahora ya sé escuchar tu voz,
a pesar de mis prejuicios
y torpes decisiones diarias,
y creo en ella, con paz y alegría,
y deseo que deje huella en mi vida.

¡Tanto tiempo con la mochila a tope,
cansado desde el primer paso,
sudando la gota gorda,
sin poder levantar la vista,
doblegado y triste…
pensando que seguía tus huellas!

Pero Tú me has despertado
del falso sueño de las responsabilidades.
Has descargado mi mochila
de inútiles seguridades y falsas necesidades,
y me has dicho con voz amiga:
camina ligero de equipaje.

Y luego, como susurrando:
Normas de obligado cumplimiento
y un culto externo y vacío
atan el cuerpo y el espíritu
y pesan demasiado para el camino.
¡Yo quiero corazones libres y limpios!

Ahora sí, Señor,
ahora ya sé escuchar tu voz amiga
y su eco en el horizonte,
y estoy aprendiendo a aligerarme,
a caminar erguido
y a gozar de tu compañía.

Ahora sí, Señor,
camine o descanse,
te siento a mi lado,
y no me pesa la vida
ni el seguir tus huellas,
¡y me gusta escucharte!

*

Florentino Ulibarri

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , ,

¿Puedo tener esperanza en algún cielo?

Lunes, 2 de septiembre de 2024
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La reflexión de hoy es de la colaboradora invitada Susan Abraham, profesora de teología y culturas poscoloniales, vicepresidenta de asuntos académicos y decana de la facultad de Pacific School of Religion. Sus publicaciones y presentaciones entrelazan conocimientos teológicos prácticos a partir de la experiencia de trabajar como ministra juvenil para la Diócesis de Mumbai, India, con perspectivas teóricas de la teoría poscolonial, los estudios culturales y la teoría feminista.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo segundo domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Justo el otro día, un estudiante de mi clase dijo que le habían dicho, incluso cuando era un niño pequeño, que ser una persona Queer y amante del mismo género que era lo llevaría directamente al infierno. La angustia en el rostro de mi alumno fue evidente para todos nosotros, especialmente cuando dijo: ¿Puedo esperar algún cielo para mí y para mi amado?

Como dejan claro las lecturas litúrgicas de hoy, observar e implementar la ley es fundamental para la relación entre Dios y los seres humanos. Pero observar e implementar la ley también puede degenerar en mero legalismo y formalismo. En la tradición judía, la ley es la articulación de un pacto de fidelidad entre Dios e Israel. Implica un compromiso con las relaciones, la rendición de cuentas y la justicia. Vivir según el pacto significaba –y sigue significando– vivir una vida que alcanza su plenitud sólo estando en comunión con el prójimo y, por tanto, con Dios.

Una dimensión clave del pacto y de la ley es la justicia. En gran contraste con la comprensión contemporánea de la justicia como una forma de legalidad, la ley judía está orientada principalmente a la justicia, especialmente para el pueblo de Israel que, durante siglos, ha experimentado marginación y opresión. De manera similar al pacto establecido con Dios, el objetivo de la ley del pacto es la relación, especialmente con el prójimo. Por supuesto, las tradiciones del judaísmo y el cristianismo complican la idea de “prójimo”. Los cristianos tradicionales pueden tener dificultades para ver a las personas LGBTQ+ como sus vecinos. ¿Por qué es tan difícil para tantas personas ser “vecinos” de personas LGBTQ+?

Quizás este problema tenga que ver con una preocupación desmesurada por las cuestiones de identidad. De hecho, varias tradiciones religiosas trazan límites de identidad para excluir a los “forasteros” y a los internos disidentes como una forma de proteger intereses grupales a menudo legítimos. Pero en los contextos contemporáneos, la religión privatizada y las cuestiones de identidad colapsan y se vuelven indistinguibles. Para complicar el problema está el reconocimiento legal por parte del derecho secular de identidades marginadas basadas en la religión, la clase social, el género y la sexualidad. La identidad, especialmente la identidad recién afirmada, se convierte en una perspectiva crítica para muchos que fueron marginados por formaciones sociales y políticas previas de la sociedad. Sin embargo, hay una desventaja.

El enfoque en la identidad resta importancia al compromiso más pleno que las tradiciones religiosas exigen de sus seguidores. En muchas tradiciones, incluso entre los cristianos, el enfoque en prácticas como la vida comunitaria se deja de lado en favor de argumentos basados en la identidad sobre la pureza y la impureza, sobre la herejía y la verdad. Por el contrario, la vida pactada busca ignorar esos binarios en favor de actuar comunitariamente, en aras de una visión de plenitud.

En la segunda lectura litúrgica de hoy, de la Carta de Santiago, vemos otra poderosa exhortación a ser hacedores de la Palabra de Dios, en lugar de ser sólo oyentes. El mandato de transformar las palabras que escuchamos y leemos en acciones es un gran desafío. ¿Qué significa en la vida real la “relación con el prójimo”? Para las personas LGBTQ+, estos actos de buena vecindad son raros, dado que muchas tradiciones religiosas buscan frenar las sexualidades entre personas del mismo sexo o queer.

La sexualidad es un tema delicado en la mayoría de las religiones. La sexualidad humana, su potencial de generatividad y creatividad, y su potencial igualmente desafiante de explotación severa, crean una incómoda necesidad de controlarla. Precisamente porque la sexualidad humana está entrelazada con los procesos reproductivos humanos, está regulada a través de normas culturales y patriarcales.

IMG_7145Sin embargo, en la lectura de la carta de Santiago, el hecho mismo de que exista esta exhortación implica que cuestiones de identidad (inclusión y exclusión, pureza e impureza) estaban en juego en ese momento. Santiago afirma sin ambigüedades que las buenas obras hacia los marginados (en su caso, las viudas) son necesarias para comprender el corazón de la religión y la pertenencia a Dios. Está claro que la praxis de alianza seguida por los judíos había sido olvidada o ignorada.

De manera similar, en la época de Jesús, que habría sido anterior a las cartas escritas por Santiago, algunos líderes religiosos se concentraban en seguir la ley, aun cuando continuaban practicando la exclusión de aquellos que no eran iguales a ellos. La reprimenda de Jesús hacia ellos es dura y severa, condenando su práctica como centrada en lo humano y olvidadiza de Dios. ¡El mero legalismo no es religión!

Si miramos las lecturas de hoy en su conjunto, hay mucho que consolar a los cristianos LGBTQ+. Las prácticas legalistas de muchas iglesias cristianas que marginan a los cristianos LGBTQ+ rompen el pacto con Dios y rechazan a Jesús y sus raíces judías. El desafío del pacto es la rendición de cuentas, no en términos de identidad, sino en términos de la profundidad del compromiso que uno tiene hacia aquellos que están “fuera” de la ley de los seres humanos.

Vivir una práctica de alianza significa que “prójimo” no es sólo alguien próximo y próximo. También significa alguien necesitado: un extraño, una persona puesta en el camino, que puede estar muriendo por conexión y afirmación. Podemos consolarnos aquí cuando nos damos cuenta de que el Dios de Israel y de Jesús no está sujeto a leyes humanas, y que este Dios nos elige activamente incluso con nuestras propias necesidades de amor y cuidado. Por lo tanto, el cielo es la invitación a la plenitud del pacto para todos.

—Susan Abraham, 1 de septiembre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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Agua ideal: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro…

Domingo, 1 de septiembre de 2024
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Agua ideal

Agua redonda y cerrada,
el agua del pozo piensa.

El agua andante del río
es buena como una arteria.

La del mar… está muy lejos
para la sed de la tierra.

El torrente lleva el agua
sin saber por qué la lleva.

La fuente, en su boca clara,
la lleva como un poeta.

…Yo busco un agua sin cauces,
pero pensativa y buena.
Honda y cercana. Y sonora.
¡Señor, el agua perfecta!

Los dos bueyes hermanos
sorben pausadamente
la sangre del ocaso.

Los plátanos aplaudían
en silencio, con sus manos verdes
y aterciopeladas.

La torrentera embestía
las rocas como una vaca
de lengua turbia.

Y la tarde
se moría desangrada…

En la feria de tus viñas,
los cascabeles dorados
—de miel y de sol—, Septiembre.
Bajo el toldo de tu cielo,
¡dulce domingo del año!

*

Pedro Casaldáliga,
Palabra ungida (Poemas), 1955

***

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. ( Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes la manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas. ) Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús

– “¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores“?

Él contesto:

– “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.” Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.”

Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo:

– “Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer la hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.”

*

Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23

***

*

La lucha espiritual es un movimiento esencial de la vida espiritual cristiana. Se trata de una lucha interior, no dirigida contra seres exteriores a uno mismo, sino contra las tentaciones, los pensamientos, las sugestiones y las dinámicas que llevan a la consumación del mal. Pablo, sirviéndose de imágenes bélicas y deportivas (la carrera, el boxeo), habla de la vida cristiana como de un esfuerzo, de una tensión interior por permanecer en la fidelidad a Cristo, que implica desenmascarar las dinámicas a través de las cuales se abre camino el pecado en el corazón del hombre, para poder combatirlo en el mismo momento en que surge. El lugar de esta batalla es, en efecto, el corazón. Vigilancia y atención son la «fatiga del corazón» (Barsanufio) que permite al creyente llevar a cabo su purificación: es del corazón, en efecto, de donde brotan las intenciones malvadas y es el corazón el que debe transformarse en morada de Cristo gracias a la fe.

        En este sentido, la «custodia del corazón» constituye la obra por excelencia del hombre espiritual, la única verdaderamente esencial. En esta lucha es menester ejercitarse: es preciso, en primer lugar, saber discernir nuestras propias tendencias pecaminosas, nuestras propias debilidades, las tendencias negativas que nos marcan de un modo particular; en consecuencia, Tiernos de llamarlas por su nombre, asumirlas y no removerlas y, por último, sumergirnos en la larga y fatigosa lucha dirigida a hacer reinar en nosotros la Palabra y la voluntad de Dios.

        El órgano de esta lucha es el corazón, entendido en sentido bíblico como órgano de la decisión y de la voluntad, no sólo de los sentimientos. La capacidad de lucha espiritual, el aprendizaje del arte de la lucha (Sal 144,1; 18,35), resulta esencial para la acogida de la Palabra de Dios en el corazón humano. Los expertos en la vida espiritual saben que esta lucha es más dura que todas las luchas externas, pero conocen asimismo el fruto de la pacificación, de la libertad, de la docilidad y de la caridad que produce.

*

E. Bianchi,
La palabra de la espiritualidad,
Milán 1999.

***

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“Una religión vacía de Dios”. 22 Tiempo Ordinario – B (Marcos 7,1-8.14-15.21-23)

Domingo, 1 de septiembre de 2024
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IMG_7061Los cristianos de la primera y segunda generación recordaban a Jesús no tanto como un hombre religioso, sino como un profeta que denunciaba con audacia los peligros y trampas de toda religión. Lo suyo no era la observancia piadosa por encima de todo, sino la búsqueda apasionada de la voluntad de Dios.

Marcos, el evangelio más antiguo y directo, presenta a Jesús en conflicto con los sectores más piadosos de la sociedad judía. Entre sus críticas más radicales hay que destacar dos: el escándalo de una religión vacía de Dios y el pecado de sustituir su voluntad por «tradiciones humanas» al servicio de otros intereses.

Jesús cita al profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos». Luego denuncia en términos claros dónde está la trampa: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».

Este es el gran pecado. Una vez que hemos establecido nuestras normas y tradiciones, las colocamos en el lugar que solo ha de ocupar Dios. Las ponemos por encima incluso de su voluntad: no hay que pasar por alto la más mínima prescripción, aunque vaya contra el amor y haga daño a las personas.

En esa religión, lo que importa no es Dios, sino otro tipo de intereses. Se le honra a Dios con los labios, pero el corazón está lejos de él; se pronuncia un credo obligatorio, pero se cree en lo que conviene; se cumplen ritos, pero no hay obediencia a Dios, sino a los hombres.

Poco a poco olvidamos a Dios y luego olvidamos que lo hemos olvidado. Empequeñecemos el evangelio para no tener que convertirnos demasiado. Orientamos la voluntad de Dios hacia lo que nos interesa y olvidamos su exigencia absoluta de amor.

Este puede ser hoy nuestro pecado. Agarrarnos como por instinto a una religión desgastada y sin fuerza para transformar nuestras vidas. Seguir honrando a Dios solo con los labios. Resistirnos a la conversión y vivir olvidados del proyecto de Jesús: la construcción de un mundo nuevo según el corazón de Dios.

José Antonio Pagola

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“Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”. Domingo 01 de septiembre de 2024. Domingo 22º ordinario

Domingo, 1 de septiembre de 2024
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48-ordinarioB22 cerezoDe Koinonia:

Deuteronomio 4, 1-2. 6-8. No añadáis nada a lo que os mando…, así cumpliréis los preceptos del Señor.
Salmo responsorial: 14: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?.
Santiago 1, 17-18. 21b-22.27: Llevad a la práctica la palabra.
Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23:Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.

 Es antigua la tentación de considerar que lo esencial de una religión está en el cumplimiento de formalidades rituales, y no en la asunción de sus principios vitales. También esta tentación acompañó al «pueblo de Dios» de Israel -como a muchos otros «Pueblos de Dios»-, desde tiempos inmemoriales. Hoy, si alguna persona se atreve a cuestionar, aunque sea indirectamente, ciertos lastres históricos y a proponer alternativas coherentes con el evangelio, en poco tiempo es tachada de «desviarse de la auténtica doctrina». Sin embargo, como nos recuerda el Salmo, no son los muchos ornamentos ni el boato de las celebraciones lo que nos eleva a Dios, sino la justicia, la honestidad, la recta intención y el respeto. Anunciar la justicia y vivirla en el día a día constituye la exigencia fundamental de las Escrituras judeocristianas –y en esto coinciden con tantas otras Escrituras-. Los rituales, las prescripciones, las ceremonias… nos pueden ayudar a continuar por el camino de Dios, pero no pueden sustituirlo. Por esta razón, la exhortación que Moisés dirige a su pueblo se centra en la necesidad que tiene el pueblo de Dios de hacer una clara opción por el Dios de la libertad y de la justicia que los ha sacado de Egipto. De lo contrario, el sueño de la «tierra prometida» se puede convertir en una cruel pesadilla.

Los primeros cristianos experimentaron en carne propia la amenaza del formalismo y el ritualismo. Después de un tiempo de dedicación y fervor por la misión, los ánimos comenzaron a ceder y la comunidad se vio rápidamente atraída por las relaciones puramente funcionales y formales. De este modo se perdía la fraternidad que les daba identidad y coherencia.

La carta de Santiago nos pone en guardia contra una religión que no encarne los valores del Evangelio. La palabra escuchada en la Sagrada Escritura debe ser discernida según el Espíritu para vivirla dócilmente en la vida cotidiana. El cristianismo no es una formalidad social que cumplir, ni un ritual más en las prácticas piadosas de una cultura. El cristianismo se manifiesta como una opción vital que requiere del compromiso íntegro de la persona. La comunidad de creyentes es el espacio ideal para que la persona realice su opción y viva, en compañía de otros hermanos y hermanas, el llamado de Jesús.

Aunque el libro del Deuteronomio -que Jesús sigue muy de cerca- propone como religión una serie de principios éticos orientados a crear lazos de solidaridad, equidad y justicia; sin embargo, el judaísmo del primer siglo estaba más inclinado a valorar las formalidades. Lavarse o no lavarse la manos antes de ingerir alimentos había pasado de ser una norma elemental de higiene a convertirse en una norma que decidía quién era religioso y quién era un pecador. La tentación de canonizar los objetos, los rituales, los espacios y el tiempo le pueden hacer olvidar a la persona piadosa que la esencia de su relación con Dios no está en los protocolos culturales, sino en el respeto, la compasión y la misericordia.

Jesús nos invita a redescubrir la esencia del cristianismo en nuestra opción por construir la Utopía de Dios -lo que él llamaba en arameo «Malkuta Yavé», Reino de Dios- y por vivir de acuerdo con los principios del evangelio. Todas nuestras normas y protocolos están al servicio de una auténtica vivencia de sus enseñanzas. Nosotros no debemos renunciar a una vida auténtica y creativa para seguirlo a él. Todo lo contrario. Debemos recrear aquí ya ahora toda la novedad de su profecía y toda la radicalidad de su amor incondicional por los excluidos.

Conectado con todo este tema está aquel otro de «la letra y el espíritu»: la letra es el detalle de lo mandado, la prescripción, el rito, la acción concreta, la «verdad superficial» (Niels Bohr)… El espíritu es el sentido con el que ha sido concebida aquella práctica concreta, y la vivencia con la que debe ser vivida, la «verdad profunda» (Bohr). Por eso se dice que la letra (se entiende: la sola letra, o la letra sin espíritu, la verdad superficial) mata, mientras que el espíritu vivifica. La letra es medio, mientras que el espíritu es un fin. Éste puede darse aun sin aquélla, al margen o incluso «en contra» de ella: en efecto hay veces que, en circunstancias muy especiales, el espíritu de una ley o de una práctica ritual puede exigir hacer en aquella situación, «precisamente lo contrario» de lo que la letra prescribe. Esa flexibilidad, esa «libertad de espíritu» se exige a los cristianos, como a todo ser humano adulto y maduro.

Otro problema distinto –que no podemos abordar aquí, pero que sería bueno no dejar de mantenerlo dentro del horizonte- es que la religiosidad actual se está transformando. Por su propia naturaleza, las «religiones» (llamamos así aquí, técnicamente, a «la forma que ha revestido la espiritualidad del ser humano a partir de su sedentarización neolítica», a partir de la revolución agraria, hace sólo unos pocos miles de años -porque antes había espiritualidad, pero no «religiones»), han tenido en los ritos, en las prácticas rituales, minuciosamente prescritas, un medio importantísimo de expresión, y un modo a la vez de control social. La religión, en las sociedades agrarias, ha sido el mejor y más potente vehículo de identidad de la sociedad, y de control por parte del poder, y han sido los ritos su expresión más visible.

Hoy estamos llegando precisamente al fin de la edad agraria (el neolítico), después de la revolución industrial y tecnológica, la mundialización plural, y el progresivo advenimiento de la sociedad del conocimiento. Las «religiones agrarias» -en aquel sentido técnico preciso- ya no tienen cabida. (Sí lo tiene, insuperablemente, la espiritualidad, la religiosidad profunda, más allá de sus concreción en las diferentes «religiones»). El ser humano post-agrario ya no puede aceptar su identidad ni puede aceptar un control por los vehículos «religionales» basados en «creencias» (en sentido también técnico). Obviamente, la espiritualidad del ser humano va a continuar, es inamisible. Pero lo que han sido técnicamente «las religiones agrarias», está muriendo, va a desaparecer, y es bueno que desaparezca, porque la humanidad está en otra etapa de su historia. Los ritos, las prácticas religiosas prescritas… son, por eso, en alguna sociedades actuales avanzadas, realidades «residuales», que desaparecen vertiginosamente. Si la Iglesia no acepta afrontar sin miedo estos planteamientos, lo único que hace es retrasar el reconocimiento de una enfermedad que no deja de socavarle sus entrañas en los millones de fieles que silenciosamente se van autoexiliando cada año, no sólo en las sociedades llamadas «avanzadas», sino también ya en América Latina. Fue en el año 2008 que comenzamos a conocer «apostasías» voluntarias de cristianos en algunos países de América Latina, un fenómeno absolutamente nuevo en su historia, pero un fenómeno significativo -y creciente- en el momento actual de la historia globalizada del mundo. Leer más…

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Mc 7: Trece Pecados destruyen: Mal deseo y doce acciones malas (Dom 22 TO)

Domingo, 1 de septiembre de 2024
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Del blog de Xabier Pikaza:

20 Y añadió: Lo que sale del ser humano eso es lo que mancha al ser humano. 21, pues de dentro, del corazón del hombre, las malas deliberaciones provienen: fornicaciones, robos, homicidios, 22 adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez. 23 Todas estas maldades salen de dentro y manchan al ser humano.

Trece pecados  manchan al hombre:

Un principio. El pecado mortal es el mal pensamiento,  la mala deliberación o deseo pervertido. EL  pecado no empieza siendo algo exterior, una mala acción, sino el malpensamiento

Doce consecuencias (divididas en cuatro tríadas)

El principio básico de Jesús (toda comida es limpia, todo humano en cuanto tal es puro) le permite (y le invita a) elaborar un “catálogo” de aquellos vicios que provienen de un corazón que se pervierte. El mal no se halla fuera (en algunas comidas, o en algunos individuos o grupos humanos especialmente pervertidos), sino en el centro de la persona (varón o mujer), que puede hacerse mala a través de su deseo pervertido.

En ese contexto se entiende este catálogo, que proviene de una comunidad judeo-helenista, y que es semejante a otros que hallamos en la tradición de la moral pagana y judía (y cristiana) de su tiempo, desde la fornicación, robo y homicidio (signos clásicos del pecado) hasta la blasfemia, soberbia y necedad destructora de aquellos que rompen todo límite y medida de convivencia humana). La maldad de las acciones proviene del mal corazón, no del gesto externo, tomado de un modo ritual o biológico.

Este Jesús de Marcos nos reconduce a la hondura del ser humano, a la fuente de toda bondad cósmica y social, pero lo hace en la línea de Gen 1-3, afirmando que el mismo manantial de la limpieza humana que es el buen corazón puede mancharse, convirtiéndose en origen de los males, y lógicamente, para superarlos, ya no bastan los ritos, del tipo que sean, pues el rito en sí queda fuera, no dentro los hombres, y les acaba dividiendo. En la fuente y origen de toda limpieza, en contacto con el Dios creador, ha situado Marcos la experiencia interior del corazón; por eso, él busca un cambio o pureza interior.

Esa pureza, que Marcos busca y quiere promover, desde la experiencia (palabra y acción) de Jesús, sólo se puede expresar y desarrollar entre personas “liberadas” de presiones sacrales exteriores, en comunión de corazón (y de pan: tema de la “multiplicación”) entre todos los seres humanos. Los cristianos han superado así el sistema endo-gámico y endo-alimenticio de un tipo de judaísmo, enraizado en la reforma de Esdras-Nehemías, que está empezando a imponerse entre los escribas-fariseos de su tiempo. Al ofrecer y compartir el pan con todos, a campo abierto, la iglesia desborda los principios de una comensalía sacra, y de esa forma aquellos que había comenzado siendo comida compasiva (misericordia sobre Ley) acaba convirtiéndose en principio de una nueva comprensión de toda la vida  humana [1].

   Sólo el principio de la limpieza del corazón permite a los hombres y mujeres puedan comer juntos, conforme al banquete mesiánico anunciado ya en 6,30-44, de manera que enfermos y marginados (cf. 6,54-56), con gentiles no judío, pueden sumarse al gran movimiento mesiánico de Jesús. Éste es el camino que los discípulos de Jesús debían haber asumido en la noche de un mar con viento adverso (cf.6, 47-53). La tarea de unificar a los humanos desde el corazón y no a través de separaciones religiosas ritualistas ha venido a situarnos de esa forma en el centro mismo del evangelio. Es un programa hermoso, pero exige que todos y cada uno asuman el gran “riesgo” y tarea de cambiar el interior humano, para superar los males que brotan de un corazón pervertido (exothên).

Esos males, que brotan del interior y que manchan al hombres, son aquí trece y pueden dividirse en un principio que puede tomarse por sí mismo (malas deliberaciones) y en cuatro unidades de tres males cada una, de manera que podemos hablar de doce males concretos, que forman como un conjunto de perversidad que proviene de dentro, pero que se expresa en el conjunto de la vida, de un modo social. De esa forma, lo más interno se vuelve “más externo”. Marcos ofrece así un programa o esquema universal de males, que no sirven sólo para un tipo de judaísmo o cristianismo, sino para la humanidad en su conjunto, sin referencia expresamente “religiosa”. Ciertamente, el contexto cultural judío y helenista conoce tablas semejantes de “pecados” [2]. Pero, tal como está concebida y desarrollada, esta tabla de vicios es específica del Jesús de Marcos:

Principio: deliberaciones malas (dialogismoi kakoi, malos deseos; 7, 21b). Según este Jesús de Marcos, el origen de todo mal es un “pensamiento perverso”, en forma de cálculo negativo, como indica la misma formulación del texto, que presenta estas deliberaciones como fuente y compendio de los doce males que siguen. Ciertamente, en principio, las deliberaciones en sí mismas no son malas, pero el evangelio de Marcos tiende a interpretarlas de forma negativa. Ellas no evocan simplemente un modo de pensar, sino un pensar con malicia, como ha destacado Pablo (cf. Flp 2, 14; Rom 1,21). Marcos ha empleado ya esta palabra (dia-logismoi) en el texto del perdón del paralítico (2, 1-12), donde los escribas “deliberan” en contra del perdón de Jesús (2, 6-8), y volverá a emplearla cuando los discípulos de Jesús “deliberan” (8, 16) pensando que no tienen panes, y cuando sus adversarios deliberen/calculan (11, 31) sobre la forma de responderle.

Estas deliberaciones malas dejan al hombre en manos de su propio pensamiento calculador, al servicio de sí mismo (de sus intereses individuales o grupales). Conforme a  esta visión, en el principio del “pecado” no se encuentra, sin más, el mal deseo, sino el mal pensamiento, un “logos” o palabra que se retuerce sobre sí misma calculando aquello que le conviene, de un modo egoísta. Lo contrario a estos dia-logismoi es la Palabra de vida que Jesús siembra, una palabra que se acoge en fe y se abre en amor a los demás. La base de la vida humana no es calcular pensando de un modo egoísta, sino “creer” para amar.

Primera tríada: fornicaciones, robos, homicidios(7, 21c). Las dos últimas “perversiones” de esta terna resultan claras: del mal pensamiento brotan robos y homicidios, como saben casi todos los tratados de moral, antiguos y modernos. Más complejo resulta el sentido de la primera perversión (porneiai, fornicaciones), que puede referirse a la incontinencia sexual, pero también a la idolatría, en sentido bíblico. La fornicación original es el abandono de Dios, la adoración de los ídolos. Este segundo sentido parece aquí el más apropiado, pues del mal pensamiento proviene la fornicación-idolatría, que consiste en adorar a nuestros propios pensamientos/obras, en lugar de adorar a Dios. En esta línea se entienden los tres primeros males. Quizá podamos añadir que la idolatría aparece así como el primero de los males, es decir, como aquel que conduce al robo y al homicidio, tal como parece suponer Pablo en Rom 1, 18-32 [3].

Segunda tríada: adulterios, codicias, perversidades (7, 22a). Seguimos en la línea anterior, pasando del plano más externo (robo, homicidio) al más interno, que empieza expresándose en la destrucción de las relaciones personales más profundas (adulterio), para desembocar en la codicia o deseo de adquirir siempre más, de tenerlo todo, culminando en las perversidades (ponêriai) en conjunto. También estos tres males provienen del interior, pero son básicamente de tipo familiar y social, no en una línea de destrucción de la pureza religiosa en cuanto tal (en plano intimista y/o sacral), sino más bien, de destrucción de la vida en su conjunto (partiendo del adulterio o quiebra del amor).

Tercera tríada: fraude, libertinaje, ojo malo (envidia) (7, 22b). Fraude es el engaño (dolos), o, quizá mejor, la mentira, que viene a imponerse y dominar sobre la vida humana. Allí donde se empieza por los pensamientos malos (los cálculos egoístas) se desemboca en el engaño general (que es el fraude, dolor), expresado en el libertinaje (aselgeia), que actúa no sólo en el campo sexual, sino en todos los planos de la vida, en los que el hombre queda a merced de sus propios deseos, que llevan, finalmente, al ojo-malo (ophthalmos poneros), que traducimos como envidia, es decir, como deseo de ocupar el lugar del otro (es decir, de destruirle).

Cuarta triada: blasfemia, soberbia, insensatez (7, 22c). Estos son los males supremos y empiezan poniéndonos, de nuevo, frente a Dios. El hombre que se deja llevar por el poder de sus cavilaciones pervertidas termina enfrentándose con Dios y ocupando su lugar (blasfemia), en una línea que retoma la idolatría del principio. Los escribas acusaban a Jesús de blasfemia, por perdonar pecados. Aquí son ellos, en el fondo, los que vienen a quedar como blasfemos, queriendo ocupar el lugar de Dios (poniendo sus propias tradiciones en el lugar de la voluntad de Dios: 7, 8). De esa forma se muestra, estrictamente hablando, la soberbia (hyperêphania), que consiste en querer mostrarse (brillar) por encima de lo que es uno mismo, ocupando el lugar de Dios. Todo culmina en la insensatez (aphrosynê), que es lo contrario al buen pensamiento [4].

Conclusión. Los cristianos actuales (siglo XXI) hemos superado en general ese tema de la “pureza” de las comidas (los alimentos en cuanto tales), pero la cuestión de fondo continúa, pues hombres y mujeres se separan y dividen entre sí por la comida, en un plano económico y social, y ella sólo puede resolverse desde la pureza interior. Para que surja la comunidad mesiánica, desbordando el plano de la ritualidad social (comidas), los discípulos del Cristo han de llegar la raíz de la pureza (nivel del corazón), que les capacite para compartir bienes y alimentos, vida y futuro, en fraternidad. A ese nivel se unen interioridad (buen corazón) y exterioridad comunitaria (mesa compartida), creando iglesia universal.

Entendida así, esta discusión de Marcos 7 es un reflejo y compendio de todo el evangelio. Decenios de despliegue y diferencia eclesiales (del 30 al 70 d.C.) han desembocado en ese texto que Marcos ha puesto en boca de Jesús, haciéndole maestro de libertad y universalidad centrada en la comida. Éstos son los núcleos de su argumento:

  1. Interioridad. El mensaje de Jesús va más allá de las normas de presbíteros o ancianos (7, 5), y de esa forma supera (no necesita los) los sistemas de seguridad que ha establecido un tipo de judaísmo legal, especialmente en el plano de familia y mesa. Lógicamente, las leyes sagradas como tales pasan a segundo plano, y así lo muestra de forma sorprendente la palabra sobre el korbán (dones del templo) y los padres (7, 5-13). En su literalidad, esa palabra podrían aceptarla otros maestros judíos. Pero es nueva la fuerza que recibe y el trasfondo donde se sitúa, relativizando no sólo la liturgia del templo, sino también las tradiciones de fariseos y algunos escribas, poniendo a los hombres y mujeres ante su propia interioridad, libremente.
  2. Corazón. La interioridad mesiánica va unida a la libertad personal: no es lo externo (exôthen: 7, 15.18) lo que mancha al ser humano, sino aquello que brota de dentro (esôthen: 7, 21). Asumiendo la más honda tradición profética de Israel, como auténtico judío, Jesús ha situado a los hombres ante la verdad (o riesgo de mentira) de su propio corazón. Sólo partiendo de esa fuente puede edificarse la familia mesiánica, no entendida ya en clave de poder (imposición de los presbíteros) sino de reciprocidad de dones y servicios: Dios mismo aparece así como garante de la vida (ayuda) que se ha de ofrecer a los padres necesitados, a quienes los hijos deben acompañar y ayudar, por encima de toda ley social o religiosa (7, 9-13).
  3. Universalidad. Todos los principios de vinculación externa (comida o raza, poder o prestigio) acaban siendo parciales y separan a unos grupos de otros. Sólo la pureza de corazón vincula por igual a todos los humanos, en fraternidad de familia y mesa, es decir, de comunión humana. En este plano, la “religión” de Jesús viene a entenderse como “religión humana”, en el sentido estricto de la palabra; no aparece como práctica especial de un grupo aislado, sino como experiencia y (exigencia) de apertura humana y comunión, desde unos pensamientos abiertos al encuentro entre todos los seres humano. Éste es el nuevo shema (¡escuchad!) de Jesús, formulado en 7, 14.

NOTAS

[1] He presentado esas leyes en Dios judío, Dios cristiano, Verbo Divino, Estella Estella 1996, 279-285; 297-303. La importancia del tema se muestra en el “Concilio de Jerusalén“, cf. Hech 15, 28-29. Visión introductoria en J. Maier, Entre los dos Testamentos (BEB 89), Sígueme, Salamanca 1996, 255-265.

[2] Para un estudio comparativo concreto del catálogo de vicios de 7, 20-23, con paralelos judíos, helenistas y paulinos, cf. Taylor, Marcos 406-408; Pesch, Marco I, 592-595; Gnilka, Marcos I, 332-333; Berger, Gesetzauslegung; Sariola, Markus. Éste es un tema que se ha estudiado de un modo especial a lo largo del siglo XX: O. Zöckler, Die Tugendlehre des Christentums, Bertelsmann, Gütersloh, 1904; A. Vögtle, Die Tugend- und LasterkatalogeimNeuen Testament (NTAbh 16 4/5) Münster, 1936; S. Wibbing, Die Tugend- und Lasterkataloge im Neuen Testament, BZNW 25 Berlin 1959; E. Kamlah, Die Form der katalogischen Parânese im NT, WUNT 7, Mohr, Tübingen 1964; H. D. Wendland, Ethik des Neuen Testaments, GNT 4, Göttingen 197. Ha estudiado especialmente el trasfondo del tema J. Marcus, tanto en su comentario (Marcos 1-8), como en The Evil Inclination in the Epistle of James: CBQ44 (1982) 606-21 y en  The Evil Inclination in the Letters of Paul: IBS (1986), 8-21

[3] Así lo he puesto de relieve en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 2006, 356-367. He desarrollado el tema en  otros lugares, como Conocimiento de Dios y pecado de los hombres (Rom 1, 18-32): CulBib 33 (1976) 245-267; Conocimiento de Dios y juicio escatológico (Introducción a Rom I, 18-3,20), en Quaere Paulum. Hom. L. Turrado, Pontificia, Salamanca 1981, 119-148. Cf. también J.-N. Aletti, Comment Dieu est-il juste? Clefs pour interpreter 1’Epitre aux Romains, Cerf, Paris 1991.

[4] Éstos son los males que pueden compararse a los que ha desarrollado el Apocalipsis: «¡Fuera los perros y los hechiceros y los prostitutos y los asesinos y los idólatras y todos cuantos aman y practican la mentira!»(Ap 22, 15; cf. 21, 8), que he presentado con cierta extensión en mi comentario: Apocalipsis. Guía de Lectura del Nuevo Testamento, Verbo Divino, Estella 32010.

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1.9.24. religión de Santiago: Acoger a huérfanos y viudas, rechazar la injusticia. ¡Ay de vosotros, ricos! (Carta Santiago, Dom 22 TO).

Domingo, 1 de septiembre de 2024
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IMG_7101Del blog de Xabier Pikaza:

Mis queridos hermanos:

La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no  mancharse con la injusticia del mundo

(Santiago 1, 17-18. 21b-22.27)

Santiago, hermano del Señor

 Los Doce habían sido signo de universalidad judía, de manera que en principio no se habían planteado todavía los problemas de una ley particular. Parece que esperan la llegada del Reino de Dios para sentarse en doce tronos de gloria, gobernando sobre el mundo.

Por el contrario, los  parientes de Jesús, dirigidos por Myriam (su madre y gebira) y por Santiago/Jacobo (su hermano, no el Zebedeo),  insisten en Jesús pobre y no le piden a Dios tronos o cátedras para sentarse sobre ellos.

Las cosas se complicaron.  La iglesia de los Doce, recreada por Pablo, triunfó hasta el día de hoy. Por el contrario, la iglesia de Santiago y de los pobres fracasó (externamente), a pesar de que Pablo, que paso media vida discutiendo con Santiago/Jacobo , le estimaba muchísimo,

Fracasó en un sentido externo, pero continua viva su memoria… y debe actualizarse. Flavio Josefo, aristócrata historiador judío, que apenas habla del Cristianismo, sólo  cuenta la muerte/martirio de tres “cristianos”: Juan Bautista, Jesús y Santiago/Jacob.

El martirio/asesinato de Santiago,  del que seguiré hablando, es uno de los testimonio más impresionantes del judaísmo y cristianismo antiguo.

 Jesús y su hermano Santiago. Enfrentados y bien avenidos, con la madre en medio.

Todo nos permite suponer que Jesús no había ido a Jerusalén para «instalarse», creando en torno al templo una comunidad de santos, de manera que, en principio, las palabras donde él dice a los suyos (que salgan de Jerusalén, volviendo a Galilea, cf. Mc 16, 7-8) pueden recoger un verdadero recuerdo histórico. Tampoco Pedro y los Doce quisieron «instalarse» en Jerusalén para crear allí una iglesia duradera, sino que esperan la llegada del Reino, donde actuarían como “jueces” del nuevo Israel, sentándose sobre doce Tronos, con Jesús (cf. Lc 12, 30), quizá para salir luego con Jesús por las tierras de Israel y por todo el mundo, o para esperar en Jerusalén la llegada de los gentiles.

Santiago y los suyos, en cambio, se quedan en Jerusalén para establecer precisamente allí la comunidad de los israelitas puros y pobres  del fin de los tiempos (antes de que llegue el Reino de Dios), una agrupación de pobres, es decir, de santos, quizá los más profundos imitadores de Jesús de todos los tiempos, en una línea de justicia social y de honradez judía.

 Eso significa que los «cristianos de Santiago» no se han separado y absolutizado, como si fueran los únicos, sino que han debido aceptar la existencia de otras iglesias derivadas de Jesús. Por su parte, las otras iglesias admiten la prioridad de los judeo-cristianos de Santiago, que siguen siendo plenamente judíos, en sentido legal-nacional, manteniéndose, sin embargo, en comunión con otros grupos de cristianos de origen pagano).

El mismo Pablo admite el valor (y en algún sentido la prioridad) de esa iglesia judeo-cristiana especial, autónoma, que permanece en el interior del judaísmo sagrado y que sigue teniendo un valor ejemplar dentro del conjunto de las iglesias.

Sería importante conocer mejor las relaciones de Santiago con Jesús durante su infancia, sus formas de entender vida y la familia, con sus perspectivas sobre el mesianismo. Hablé del tema en miHistoria de Jesús,  pero quiero añadir que la «conversión» (experiencia pascual) de Santiago, a la que Pablo alude de modo solemne en 1 Cor 15, 7, no implica simplemente una reinterpretación y un cambio de Santiago (que ahora acepta a Jesús), sino  sino una profundización del evangelio como testimonio de amor y comunicación de vida desde los pobres.

  Jesús y Santiago una familia en crisis.

Santiago y otros hermanos de Jesús, unidos a su madre, no creyeron en su mensaje de Reino (en Galilea), ni le siguieron cuando subió a Jerusalén, muriendo allí, pero le aceptaron tras su muerte, precisamente por su muerte a favor de los demás.

En esa línea, debemos afirmar, de manera clara, que algún tiempo después de la muerte de Jesús se dio en la iglesia una «recuperación» de la familia de Jesús, un hecho que tiene un indudable fondo histórico y que ha causado problemas a otros grupos cristianos, como ha mostrado Mc 3, 31-35, que sigue rechazando el «cristianismo» de los familiares de Jesús, pues piensa que ellos se identifican en el fondo con los escribas de Jerusalén y entiende el mesianismo de Jesús como una variante más de las escuelas rabínicas que están surgiendo en su tiempo, en torno al año 70 dC.

La recuperación familiar de Jesús está vinculada de un modo especial con la figura de Santiago, el «hermano del Señor», a quien sus seguidores consideran pronto como líder o dirigente de una tendencia muy vinculada a las leyes y tradiciones de un judaísmo nacional. Pues bien, Mc 3, 31-35 ha juzgado (al menos implícitamente) que Santiago y los de su grupo (su madre y hermanos, los judeo-cristianos de Jerusalén) no eran verdaderos discípulos de Jesús, pues no habían entendido ni aceptado su ruptura y novedad, sino que seguían vinculados a los escribas de Jerusalén.

  1. La experiencia pascual significa para Santiago una recuperación de la familia, en el sentido antiguo del término, pues el mismo Pablo presenta a Santiago como «hermano del Señor» (cf. Gal 1, 19). Lo que en Jesús era secundario (la familia de la carne) puede haberse vuelto principal o, por lo menos, importante, al definir a Santiago como “hermano del Señor” (de Jesus glorificado). En esa perspectiva, la experiencia pascual de Santiago podría interpretarse como un intento de recuperación «legal» de Jesús, en la línea de lo que querían en Mc 3, 31-35 sus familiares, unidos a los «escribas que vienen de Jerusalén». Santiago y su grupo habrían querido introducir a Jesús otra vez en el buen judaísmo del templo y de las tradiciones de los escribas.
  2. Pero, en otro sentido, esa experiencia puede y debe tomarse también como una transformación mesiánica de Santiago y de sus familiares, que descubren tras la muerte de su hermano algo que antes no habían comprendido: La novedad de Jesús y su ruptura respecto a otras formas de posible judaísmo. Es difícil suponer que Pablo y el conjunto del Nuevo Testamento (a excepción quizá de Marcos) se hayan equivocado al valorar positivamente la aportación de Santiago y de su grupo, y en esa línea podemos presentarle como auténtico cristiano, aunque de un tipo distinto al de Pablo (quizá como nazoreo sagrado). La condena que Mc 3, 21-25 arroja contra Santiago y su grupo ha de entenderse como polémica intracristiana, no como rechazo absoluto.

Santiago y su grupo reinterpretaron bien a Jesús, pero quizá le hicieron demasiado legal

            Ciertamente, Jesús había sido un buen judío, pero no había centrado su vida en el cumplimiento riguroso (sagrado) de la ley, sino en la instauración del Reino de Dios, partiendo de los expulsados y los pobres de Galilea. Pues bien, pasado un tiempo, algunos familiares de Jesús (liderados por Santiago), a los que se sumaron quizá algunos galileos y jerosolimitanos, se juntaron en Jerusalén para crear una comunidad sagrada de pobres, cumpliendo de un modo radical la ley israelita. Su cristianismo no fue el primero, ni el triunfador (en la línea de los helenistas y Pablo), pero fue poderoso y tuvo gran autoridad en las iglesias, porque estaba vinculado a Jerusalén (ciudad de la Ley judía y de la Pascua de Jesús), porque fue ejemplar en su pobreza y porque estuvo dirigido por Santiago, hermano del Señor. Su cristianismo pudo ser molesto para otras iglesias, pero fue muy importante, porque recordó y sigue recordando un tipo de raíz israelita de la Iglesia.

Algunos investigadores piensan que, en sentido estricto, más que cristianos podemos llamarles «nazoreos», aunque el acusador de Pablo (preso en Jerusalén, según Hch 24, 5) utiliza ese nombre para hablar de los seguidores de Pablo, al que presentar como «cabecilla de la secta de los nazoreos». Sea como fuere, los cristianos de Jerusalén se presentan como congregación de «los pobres» (cf. Gal 2, 10; Rom 15, 26), con un obispo-inspector (Santiago) y un grupo de presbíteros a su cabeza, conforme al estilo de otras comunidades judías (como la de Qumrán)

  • Una iglesia de pobres. Función de Santiago. Estos judeo-cristianos eran autónomos, pero no estaban separados, no formaron una secta, sino que se mantuvieron en comunión con Pedro, e incluso con Pablo, como sabe Hechos 15 y Gal 2. Así aparecen como testigos de la variedad y riqueza de la herencia de Jesús. Su teología y organización era semejante a la de otros grupos proféticos y/o apocalípticos judíos que anunciaban la llegada de Dios en Jerusalén, pero ellos añadían que Dios se manifestaría por medio de Jesús, Mesías crucificado, que vendría lleno de gloria, para confirmar la esperanza judía y recibir después a todos los gentiles. Como testigos y garantes de ese mesianismo se alzaron en Jerusalén, en radicalidad ejemplar (en desprendimiento y comunicación de bienes, en honda pobreza), Santiago y los cristianos de su grupo, a lo largo de unos años centrales del cristianismo naciente (entre el 40 y el 60 dC).

Eran «los pobres» de Jesús y formaban una comunidad escatológica, la primera iglesia, organizada al estilo judío, como qahal o asamblea mesiánica, de tal forma que sus huellas resultan visibles en los evangelios de Mateo y Juan, lo mismo que en el Apocalipsis y, sobre todo, en la carta de Santiago, que el hermano de Jesús podría haber escrito a las Doce Tribus de la diáspora israelita (cf. Sant 1, 1). Ciertamente, Santiago y su grupo se comunicaban hacia dentro en arameo (o hebreo), pero nada impide que pudieran escribir en un griego culto (hablado también en Jerusalén) «a las doce tribus que están en la dispersión» (San 1, 1).

Sea como fuere, aún suponiendo que la carta de su nombre sea posterior, Santiago y los de su grupo formaron la primera comunidad cristiana bien instituida, la congregación de «los pobres» (cf. Gal 2, 10; Rom 15, 26), con un obispo-inspector (Santiago) a su cabeza y un grupo de presbíteros a su lado, conforme al estilo de organización de otras comunidades judías (como la de Qumrán). Esta iglesia de Santiago quiso mantener y mantuvo una autoridad de referencia o arbitraje sobre el resto de las iglesias, como suponen Pablo y Hechos.

  • ¿Una iglesia nazirea, más que nazorea? En ese contexto podríamos hablar de una iglesia nazirea de Santiago (aunque con rasgos nazoreos), en la línea de lo que hemos dicho en la Historia de Jesús, cap. 4, al referirnos a Juan Bautista (nazireo) y a Jesús (nazoreo). Como dije allí, los nazireos son «consagrados», del hebreo nedser, vinculados a la causa de Dios por un voto especial (cf. Num 6), de tipo ascético (renunciar a la bebida) y militar (luchar por causa de Yahvé). Una famosa cita de Hegesipo, recogida por Eusebio de Cesarea, presenta a Santiago, hermano de Jesús, como nazir o nazireo ascético:

                         Santiago, el hermano del Señor, es el sucesor, con los apóstoles, del gobierno de la iglesia. A éste, todos le llaman Justo ya desde el tiempo del Señor y hasta nosotros, porque muchos se llamaban Santiago.No obstante, sólo él fue santo desde el vientre de su madre; no bebió vino ni bebida fermentada; ni tocó carne; no pasó navaja alguna sobre su cabeza ni fue ungido con aceite; y tampoco usó del baño. Sólo él tenía permitido introducirse en el santuario, porque su atuendo no era de lana, sino de lino. Asimismo, únicamente él entraba en el templo, donde se hallaba arrodillado y rogando por el perdón de su pueblo, de manera que se encallecían sus rodillas como las de un camello, porque siempre estaba prosternado sobre sus rodillas humillándose ante Dios y rogando por el perdón de su pueblo.Por la exageración de su justicia le llamaban Justo y Oblías, que en griego significa protección del pueblo y justicia, del mismo modo que los profetas dan a entender acerca de él» (Historia Eclesiástica II, 23, 4-7).

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Las manos sucias y el corazón limpio. Domingo 22. Ciclo B.

Domingo, 1 de septiembre de 2024
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IMG_6873Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Después de cinco domingos leyendo el evangelio de Juan, volvemos al de Marcos, base de este ciclo B. Durante un mes nos ha ocupado el tema de comer el pan de vida. Este domingo el problema no será comer el pan, sino comer con las manos sucias. Una pregunta malintencionada de los fariseos y de los doctores de la ley (los escribas) provoca: a) la respuesta airada de Jesús; b) una enseñanza algo misteriosa a la gente; c) la explicación posterior a los discípulos. El texto de la liturgia ha suprimido algunos versículos, empobreciendo la acusación de Jesús, y uniendo lo que dice a la gente con la explicación a los discípulos.

Evangelio de Marcos 7,1-8.14-15.21-23

En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén, se acercaron a Jesús, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Pues los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones de lavar vasos, jarras y ollas). Y los fariseos y los escribas le preguntaron:

-¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores, y comen el pan con manos impuras?

-Él les contestó:

-Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos». Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.

Llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo:

-Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.

Antes de dar la palabra a los fariseos y escribas es interesante recordar lo que cuenta Marcos inmediatamente antes. Después de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús ha cruzado a la región de Genesaret, recorriendo pueblos, aldeas y campos, acogido con enorme entusiasmo por gente sencilla, que busca y encuentra en él la curación de sus enfermedades.

La intervención de los fariseos y escribas

De repente, el idilio se rompe con la llegada desde Jerusalén de fariseos (seglares superpiadosos) y de algunos escribas (doctores de la ley de Moisés). No todos los escribas pertenecían al grupo fariseo, pero sí algunos de ellos, como aquí se advierte. Para ellos, lo importante es cumplir la voluntad de Dios, observando no solo los mandamientos, sino también las normas más pequeñas transmitidas por sus mayores. Lo esencial no es la misericordia, sino el cumplimiento estricto de lo que siempre se ha hecho.

Con esta mentalidad, cuando se acercan al lugar donde está Jesús, advierten, escandalizados, que algunos de los discípulos están comiendo con las manos sucias. El lector moderno, instintivamente, se pone de su parte. Le parece lógico, incluso necesario, que una persona se lave las manos antes de comer, y que se lave la vajilla después de usarla. Es cuestión elemental de higiene. Sin embargo, aunque en su origen quizá también fuese cuestión de higiene entre los judíos, los grupos más estrictos terminaron convirtiéndola en una cuestión religiosa. Lo que está en juego es la pureza ritual. Por eso, los fariseos no se quejan de que los discípulos coman con las manos sucias, sino con las manos impuras, saltándose con ello la tradición de los mayores. Aunque el Antiguo Testamento contiene numerosas normas, algunas de carácter higiénico, nunca menciona la obligación de lavarse las manos ni de lavar copas, jarros y bandejas; esto forma parte de «las tradiciones de los mayores», tan sagradas para los fariseos como las costumbres de la madre fundadora o del padre fundador para algunas congregaciones religiosas, o de cualquier minucia litúrgica para algunos ritualistas.

La respuesta airada de Jesús

La reacción de Jesús es durísima. Tras llamarlos hipócritas, les hace tres acusaciones: 1) su corazón está lejos de Dios; 2) enseñan como doctrina divina lo que son preceptos humanos; 3) dejan de observar los mandamientos de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres.

Estas acusaciones resultan durísimas a cualquier persona, pero especialmente a un fariseo, que desea con todas sus fuerzas estar cerca de Dios, agradarle cumpliendo su voluntad.

El problema, según Jesús, es que el fariseo termina dando a esas tradiciones más importancia que a los mandamientos de Dios. Incluso las utiliza para dejar de hacer lo que Dios quiere y quedarse con la conciencia tranquila. Para demostrarlo, Jesús cita un ejemplo que la liturgia ha suprimido. Dios ordena honrar a los padres, es decir, sustentarlos en caso de necesidad. Imaginemos un fariseo con suficientes bienes materiales. Puede atender a sus padres económicamente. Pero su comunidad le dice que esos bienes los declare qorbán, consagrados al Señor. A partir de ese momento, no puede emplearlos en beneficio de sus padres, pero sí de su grupo. «Y así invalidáis el precepto de Dios en nombre de vuestra tradición. Y de ésas hacéis otras muchas».

Un lector critico podría acusar a Marcos de tratar un tema tan complejo de forma ligera y demagógica. Conociendo a los fariseos de aquel tiempo (bastante parecidos a los de ahora), la reacción de Jesús es comprensible y su acusación justificada. Sobre todo, para los primeros cristianos, que sufrían los continuos ataques de estos que presumían de religiosos.

Enseñanza a la gente

Como los fariseos y escribas no responden, aquí podría haber terminado todo. Sin embargo, Jesús aprovecha la ocasión para enseñar algo a la gente a propósito de la pureza e impureza:«Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace al hombre impuro

La explicación a los discípulos

No sabemos si Jesús se quedó contento de esta breve enseñanza. Lo que es seguro es que la gente no la entendió, y los discípulos tampoco. Por eso, cuando llegan a la casa (nuevo detalle suprimido por la liturgia), le preguntan qué ha querido decir. Y él responde que lo que entra por la boca no llega al corazón, sino al vientre, y termina en el retrete. Entra y sale sin contaminar a la persona. Lo que la contamina no es lo que entra en el vientre, sino lo que sale del corazón. Para aclararlo, enumera trece realidades que brotan del corazón.

Esta enseñanza de que el peligro no viene de fuera, sino de dentro, resultará a algunos muy discutible. ¿No vienen de fuera la pornografía, la droga, las invitaciones a la violencia terrorista? ¿No nos influyen de forma perniciosa el cine, la televisión, la literatura? Lo anterior es cierto. Pero Jesús no entra en estas cuestiones, se refiere al caso concreto de los alimentos. Por otra parte, su enseñanza tiene un valor más general y desvelan nuestra comodidad e hipocresía. El mal no viene de fuera, sale de dentro. Y con el mismo criterio debe enjuiciar cada uno de nosotros su realidad. Nuestro mayor enemigo somos nosotros mismos. No echemos la culpa a los demás.

Una frase capital suprimida en la liturgia

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Comentando que lo que entra por la boca no contamina, añade Marcos: «con esto declaraba puros todos los alimentos». Es algo revolucionario, porque la legislación del Levítico y del Deuteronomio enumera una serie de animales que no se pueden comer por ser impuros. Y todas las religiones obligan a observar una serie de normas dietéticas. En cambio, los cristianos podemos comer carne de cerdo, de liebre, de avestruz, gambas (camarones), cigalas, langostinos y cualquier alimento que nos apetezca, según nuestra costumbre y nuestra economía.

Primera lectura: Deuteronomio 4,1-2.6-8)

La importancia que concede Jesús a la ley de Dios frente a las tradiciones humanas ha animado a elegir este texto del Deuteronomio como paralelo al evangelio. Pienso que los responsables de la elección no han caído en la cuenta de un problema. Moisés ordena: «No añadiréis ni suprimiréis nada de las prescripciones que os doy». Y Jesús añadió y suprimió. Por ejemplo, a propósito de los alimentos puros e impuros, como acabo de indicar; tanto el Levítico como el Deuteronomio contienen una extensa lista de animales impuros, que no se pueden comer (Lv 11; Dt 14,3-21). Esta primera lectura no debe interpretarse como una aceptación radical y absoluta de la ley mosaica, porque Jesús se encargó de interpretarla y modificarla.

Habló Moisés al pueblo diciendo:

-Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar.

No añadáis nada a lo que yo os mando ni suprimáis nada; observaréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy. Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales, cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán: «Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta gran nación» Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? Y ¿dónde hay otra nación tan grande que tenga unos mandatos y decretos tan justos como toda esta ley que yo os propongo hoy?

2ª lectura: Santiago 1,17-18.21-27)

Los cristianos tenemos el mismo peligro que los fariseos de engañarnos, dando más valor a cosas menos importantes. El final de esta breve lectura ofrece un ejemplo muy interesante. ¿En qué consiste la religión verdadera, la que agrada a Dios? ¿En oír misa diaria, rezar el rosario, hacer media hora de lectura espiritual? Eso es bueno. Pero lo más importante es preocuparse por las personas más necesitadas; el autor, siguiendo una antigua tradición, las simboliza en los huérfanos y las viudas. Cuando recordamos la parábola del Juicio Final («porque tuve hambre…») se advierte que el autor de esta carta piensa igual que Jesús.

Mis queridos hermanos:

Todo buen regalo y todo don perfecto viene de arriba, procede del Padre de las luces, en el cual no hay alteración ni sombra de mutación.

Por propia iniciativa nos engendró con la palabra de la verdad, para que seamos como una primicia de sus criaturas.

Acoged con docilidad esa palabra, que ha sido injertada en vosotros y es capaz de salvar vuestras vidas. Poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos.

La religiosidad auténtica a intachable a los ojos de Dios Padres es esta: atender a huérfanos y viudas en su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo.

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