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Asombro y desconcierto.

Lunes, 16 de septiembre de 2024
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jesus

No.
No estamos acostumbrados,
en estos tiempos que corren,
a un lenguaje tan directo,
tan claro y duro,
tan sorprendente y escandaloso,
tan incorrecto
política, social y culturalmente,
tan poco evangélico según los cánones prescritos…
¡y nos crea desconcierto!

No.
No estamos acostumbrados
a oír tu voz apasionada,
herida en lo más íntimo
cuando intentamos desviarte del camino
de tu propia identidad,
ésa que te hace ser Hijo,
y Mesías para tus hermanos…
¡y nos sobresalta
e intentamos dejarla en el olvido!

No.
No estamos acostumbrados.
Y aunque intentemos pasar de largo,
su eco resuena dentro y fuera,
como el viento llevándose
nuestras ambiguas construcciones,
palabras y declaraciones…
¡pues la fe que tú pides
es otra muy diferente:
fe sin justificaciones!

No.
No estamos acostumbrados
a decir con la cabeza y el corazón,
solamente, sí, no,
a llamar al pan, pan y al vino, vino,
sin ambiguas mezclas
que defienden el “todo vale”
porque no hay que herir voluntades
ni libertades de nadie…
¡y así nos va, aunque nos cueste reconocerlo!

No.
No estamos acostumbrados
a escuchar el eco de tu voz,
ésa que dirigiste a Pedro
y escuchó el resto de los discípulos
con asombro y desconcierto:
“¡Apártate de mí, Satanás!;
tú no ves las cosas como las ve Dios”
¡Y sin embargo, eso fue lo que salvó a Pedro
y os hizo más amigos!

No.
No estamos acostumbrados…
¡y así nos va!

*

Florentino Ulibarri

***

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En el sufrimiento nos pertenecemos unos a otros. En la solidaridad prevalecerá la paz.

Lunes, 16 de septiembre de 2024
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IMG_7536La reflexión de hoy es de Michael Sennett, colaborador de Bondings 2.0.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo cuarto domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

La lucha y el sufrimiento son partes inevitables de la experiencia humana, y las lecturas litúrgicas de hoy nos confrontan con estas realidades de frente. Desde el desafío de Isaías ante la persecución hasta el reconocimiento tajante de Jesús de su propio sufrimiento y muerte, se nos recuerda que el camino de la fe no está exento de dificultades.

Reflexionar sobre estas lecturas me ha llevado a darme cuenta de un mensaje más profundo: en el sufrimiento, nos pertenecemos unos a otros. Estamos llamados a estar presentes unos para otros, a llevar las cargas de los demás y a trabajar juntos por la liberación y la justicia en todas las tierras. Caminar unos junto a otros es donde nos encontramos con Dios.

En ningún otro lugar veo este espíritu de solidaridad con más claridad que en el pueblo de Palestina. Su camino hacia la liberación es una gran lucha: niños que crecen bajo asedio, familias destrozadas por bombas y balas, comunidades enteras que enfrentan la amenaza constante de muerte y desplazamiento. En medio de la violencia y la opresión, los palestinos siguen aferrándose unos a otros. Un compromiso feroz con la comunidad trasciende divisiones y diferencias.

Una amistad que comenzó en la universidad me ayuda a entender la profundidad del llamado a la solidaridad. Pasé mis años de estudiante en una universidad católica en el Medio Oeste de los Estados Unidos, un entorno no siempre acogedor para un estudiante transgénero. Uno de mis amigos, que es palestino, me acompañó en la navegación por los desafíos de la transfobia. A menudo era el primero en defenderme a mí y a otros estudiantes, y nunca dudó en hablar en contra de la injusticia.

Antes de que me cambiaran el nombre legalmente, me acercaba a mis profesores antes de que comenzaran las clases cada semestre para explicarles mi situación y pedirles que me llamaran “Michael“. Un profesor se negó y usó repetidamente mi nombre de nacimiento dentro y fuera de la clase. Mi amigo me acompañó en todas las discusiones con los administradores, aunque informar sobre la terrible experiencia resultó inútil. Cuando a los directivos de la escuela no les importaba, a él sí. Apoyó a los estudiantes en sus batallas contra los prejuicios raciales, las actitudes sexistas, los ataques homofóbicos y los sentimientos xenófobos.

Mi amigo enaltecía a la comunidad que lo rodeaba, pero muy pocos estudiantes lo defendieron cuando lo reprendieron una y otra vez después de pedir la liberación de Palestina. Me desilusiona admitir que antes me daba miedo solidarizarme con él. Temía que hablar abiertamente sobre el antisionismo se confundiera con el antisemitismo. Sin embargo, el silencio siempre favorece la opresión. Solo sirve para reforzar el sistema de ocupación israelí sobre la tierra palestina.

A pesar de la traición constante de nuestros compañeros, mi amigo siguió estando presente para los demás. Una vez, cuando me pregunté por qué era tan fiel a todos, me dijo: “Es porque todos estamos conectados. Mi liberación depende de la tuya y la tuya de la mía”. El Papa Francisco también ha dicho que “todo está conectado”. Pensar en su respuesta fortalece mi espíritu y da forma a mi propio compromiso con la comunidad.

Durante el Mes del Orgullo, los organizadores llamaron nuestra atención sobre las luchas de los palestinos y estadounidenses LGBTQ+, y cómo su camino hacia la justicia se cruza con el camino hacia una Palestina libre de ocupación.

La segunda lectura de hoy nos dice que la fe sin obras está muerta. La fe debe ser más que palabras; debe ser acción. Caminar con otros en su sufrimiento y crecer en comunidad es un movimiento hacia la justicia. Si no estamos dispuestos a arremangarnos y a involucrarnos en el caos del sufrimiento humano, nuestra fe está muerta al llegar. Estamos llamados a estar presentes, a darnos a nosotros mismos, a reconocer que nuestra propia libertad está entrelazada con la libertad de los demás. Mi amigo y la gente que he conocido en espacios de activismo palestino me inspiran a darle vida a mi fe.

La cruz de la que habla Jesús en la lectura del Evangelio no es un llamado al sufrimiento pasivo, sino un llamado a la solidaridad activa con los oprimidos. Tomar nuestra cruz significa oponernos a las estructuras violentas de opresión como la transfobia, la homofobia, la colonización y tantas otras, incluso cuando nos cuestan nuestra comodidad o seguridad. Significa perder nuestras vidas, nuestros privilegios, nuestra complacencia, por el bien de los demás, sabiendo que al hacerlo, prevalecen la paz y la liberación.

—Michael Sennett (él), 15 de septiembre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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Quiero Creer… que Tú eres el Mesías, el Hijo del hombre

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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© Carmelo Blazquez 2013

© Carmelo Blazquez 2013

Quiero Creer

Porque, Señor, yo te he visto
y quiero volverte a ver
quiero creer.

Te vi, sí, cuando era niño
y en agua me bauticé
y, limpio de culpa vieja,
sin velos te pude ver.
Quiero creer.

Devuélveme aquellas puras
transparencias de aire fiel,
devuélveme aquellas niñas
de aquellos ojos de ayer.
Quiero creer.

Limpia mis ojos cansados,
deslumbrados del cimbel,
lastra de plomo mis párpados
y oscurécemelos bien.
Quiero creer.

Ya todo es sombra y olvido
y abandono de mi ser.
Ponme la venda en los ojos.
Ponme tus manos también.
Quiero creer.

Tú que pusiste en las flores
rocío, y debajo miel.
filtra en mis secas pupilas
dos gotas, frescas de fe.
Quiero creer

Porque, Señor, yo te he visto
y quiero volverte a ver,
creo en Ti y quiero creer.

*

Gerardo Diego

***

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos:

“¿Quién dice la gente que soy yo?”

Ellos le contestaron:

“Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.”

Él les preguntó:

“Y vosotros, ¿quién decís que soy?”

Pedro le contestó:

“Tú eres el Mesías.”

Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos:

“El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.”

Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro:

“¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”

Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo:

“El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.”

*

Marcos 8, 27-35

***

¿Quién es Jesucristo para Ignacio Silone? Es la expresión más elevada, más pura, más fecunda de la humanidad. En él se encarnan y se sintetizan esos valores que constituyen la base de toda civilización y que determinan la verdad -es decir, la autenticidad y la grandeza- de todo hombre.

No elaboró un sistema filosófico o teológico, ni siquiera fundó una religión; no estableció pactos con el poder, no lisonjeó los bajos instintos del hombre, no vaciló en proponer una doctrina moral fuera de todos los esquemas, incluso «escandalosa», no tuvo miedo de ir contracorriente ni de introducir el desorden. Encarnando su mensaje en su persona, proclamó algunas verdades «locas», aunque sublimes y fecundas. En La aventura de un pobre cristiano, Pier Celestino dirige a Bonifacio VIII estas palabras: «Pero si se despoja al cristianismo de sus llamadas cosas absurdas para hacerlo agradable al mundo, tal como es, y apto para el ejercicio del poder, ¿qué queda de él? Sabéis que la racionabilidad, el sentido común, las virtudes naturales existían, ya antes de Cristo, y se encuentran también ahora en muchos que no son cristianos. ¿Qué es lo que Cristo nos ha traído de más? Precisamente, algunas cosas absurdas en apariencia. Nos ha dicho: amad la pobreza, amad a los humillados y a los ofendidos, amad a vuestros enemigos, no os preocupéis por el poder, por la carrera, por los honores; son cosas efímeras, indignas de almas inmortales…» (p. 244).

A causa de sus «absurdos», Jesús se ve o bien rechazado, o bien domesticado, o bien escarnecido. [El] prefirió el patíbulo de la cruz después de haber proclamado que quien quiera seguirle debe renegar de sí mismo y tomar su cruz. Pero los detentadores del sentido común y, sobre todo, los sacerdotes «cuentan con una experiencia secular en el arte de hacer la cruz inocua» (La semilla bajo la nieve, p. 159). Aliándose con el poder, han reducido el cristianismo a instrumento de estabilidad social, pese a que aquél se fundamenta en la injusticia. Todo eso es traicionar a Cristo. Sustituyendo la imagen de Jesús crucificado y agonizante por la del Jesús «clerical, resucitado y triunfante», ha traicionado la Iglesia a su Señor. Afortunadamente para nosotros, no puede impedir «que, de vez en cuando, algunos cristianos sencillos tomen la cruz en serio y actúen como locos» (La semilla bajo la nieve, p.159), ofreciéndose, a cuantos quieran verlo, como auténticos testigos de Jesús.

*

F. Castelli,
Rostros de Jesús en la literatura moderna,
Cinisello B. 1987.

***

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“¿Qué nos puede aportar Jesús?”. 24 Tiempo Ordinario – B (Marcos 8,27-35)

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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IMG_7067¿Quién decís que soy yo?”. No sé exactamente cómo contestarán a esta pregunta de Jesús los cristianos de hoy, pero tal vez podemos intuir un poco lo que puede ser para nosotros en estos momentos si logramos encontrarnos con él con más hondura y verdad.

Jesús nos puede ayudar, antes que nada, a conocernos mejor. Su evangelio hace pensar y nos obliga a plantearnos las preguntas más importantes y decisivas de la vida. Su manera de sentir y de vivir la existencia, su modo de reaccionar ante el sufrimiento humano, su confianza indestructible en un Dios amigo de la vida es lo mejor que ha dado la historia humana.

Jesús nos puede enseñar sobre todo un estilo nuevo de vida. Quien se acerca a él no se siente tanto atraído por una nueva doctrina como invitado a vivir de una manera diferente, más arraigado en la verdad y con un horizonte más digno y más esperanzado.

Jesús nos puede liberar también de formas poco sanas de vivir la religión: fanatismos ciegos, desviaciones legalistas, miedos egoístas. Puede, sobre todo, introducir en nuestras vidas algo tan importante como la alegría de vivir, la mirada compasiva hacia las personas, la creatividad de quien vive amando.

Jesús nos puede redimir de imágenes enfermas de Dios que vamos arrastrando sin medir los efectos dañinos que tienen en nosotros. Nos puede enseñar a vivir a Dios como una presencia cercana y amistosa, fuente inagotable de vida y ternura. Dejarnos conducir por él nos llevará a encontrarnos con un Dios diferente, más grande y humano que todas nuestras teorías.

Eso sí. Para encontrarnos con Jesús en un nivel un poco auténtico hemos de atrevernos a salir de la inercia y del inmovilismo, recuperar la libertad interior y estar dispuestos a «nacer de nuevo», dejando atrás la observancia rutinaria y aburrida de una religión convencional.

Sé que Jesús puede ser el sanador y liberador de no pocas personas que viven atrapadas por la indiferencia, distraídas por la vida moderna, paralizadas por una religión vacía o seducidas por el bienestar material, pero sin camino, sin verdad y sin vida.

José Antonio Pagola

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“Tú eres el Mesías. . . El Hijo del hombre tiene que padecer mucho”. 15 de septiembre de 2024. Domingo 24º de tiempo ordinario

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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51-ordinarioB24 cerezoDe Koinonia:

Isaías 50, 5-9a: Ofrecí la espalda a los que me apaleaban.
Salmo responsorial: 114: Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
Santiago 2, 14-18: La fe, si no tiene obras, está muerta.
Marcos 8, 27-35: Tú eres el Mesías. . . El Hijo del hombre tiene que padecer mucho.

Cuando los cristianos se propusieron la transformación del mundo esclavista, inhumano y violento que había impuesto el imperio romano, no comenzaron su labor apelando al hambre de la gente, ni a sus deseos de «acabar con los opresores romanos», sino que apelaron a la conciencia. En efecto, los discursos que prometen remediar el hambre, sólo son efectivos en la medida en que la carencia, la desprotección y el abandono son vistos como injusticias. De lo contrario, no pasan de ser una búsqueda de satisfacciones inmediatas y poco duraderas. Lo mismo ocurre con el deseo de derrocar a los poderosos del imperio y colocar allí a la gente del pueblo. Al poco tiempo, los líderes se llenan de ambiciones y se convierten en tiranos implacables. La única alternativa que queda y de la cual nos habla la carta de Santiago, es la frágil dignidad humana. Si la comunidad no está dispuesta a transformar en su interior toda esa realidad de muerte, miseria y marginación, es inútil que se proponga transformarla afuera. La solidaridad de la comunidad no sólo es un camino para remediar la injusticia en «pequeña escala», es una alternativa de vida. La solidaridad de una comunidad nos permite descubrir que «otro mundo es posible» y que el destino no está atado a la destrucción y la barbarie. La fe cristiana no es tal si se contenta con mirar, desde la barrera, el circo en el que mueren tantas personas inocentes.

El profeta Isaías nos enseña que el camino de la justicia, de la misericordia y la solidaridad no es un idílico sendero tapizado de rosas. La persona que opta por la verdad y la equidad debe prepararse al rechazo más rotundo e, incluso, a una muerte ignominiosa. Esto puede sonar un poco «patético», sin embargo, basta leer cualquier página del evangelio para verificar que ésta es la realidad de Jesús, su opción y su camino.

El camino a Jerusalén estaba plagado de dificultades, incertidumbres y ambigüedades. Una de ellas, era la incapacidad del grupo de discípulos para reconocer la identidad de Jesús. Aunque él había demostrado a lo largo del camino que su interés no era el poder, en todas sus variedades, sino el servicio, en todas sus posibilidades, sin embargo, los seguidores se empeñaban en hacerse una imagen triunfalista de su Maestro. Jesús, entonces, debe recurrir a duras palabras para poner en evidencia la falta de visión de quienes lo seguían. Pedro, Juan y Santiago, líderes del grupo de Galilea, siguen aferrados a la ideología del caudillo nacionalista o del místico líder religioso y no descubren en Jesús al «siervo sufriente» que anunció el profeta Isaías.

Este episodio marca el centro del evangelio de Marcos y es el punto de quiebre en el cual el camino de Jesús sorprende a sus seguidores. Ninguno está de acuerdo con él, aunque él esté realizando la voluntad del Padre. En medio de esta crisis del grupo de discípulos, Jesús decide continuar el camino y tratar de enderezar la mentalidad de sus discípulos, torcida por las ideologías sectarias y triunfalistas.

El anuncio que Jesús hace de las dificultades que van a venir, la «Pasión», la «Cruz», debe ser tomada siempre como una consecuencia inevitable, no como algo buscado… Jesús no buscó la Cruz, ni debemos buscarla nosotros… Véase el amplio comentario que hacemos al respecto en este próximo día 14, fiesta de la «exaltación» de la Cruz. Leer más…

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14.9.(Santa Cruz); 15.9 (Dom 24.TO): Y como sabía vivir supo morir por los demás, llevando su cruz

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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IMG_7527Del blog de Xabier Pikaza:

Marcos 8, 27-35: Y empezó a instruirlos: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.” Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!” Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.”

Los animales no viven (=no saben que viven), ni saben que mueren… Por eso no pueden vivir para los demás, ni morir por ellos.  Los hombre, en cambio, saben que viven y pueden vivir por los demás, muriendo por ellos, como Jesús.

Pero muchos viven matando a los demás, y de esa forma se matan ellos mismos y mueren para siempre sin resucitar. Jesús, en cambio vive dando vida, tomando su cruz (la de los otros) para que ellos vivan, haciendo que resuciten y resucitando en ellos, como celebramos hoy (14.9: la Cruz de Septiembre)  y celebraremos mañana (15.9: Dm 24. TO), como dice el evangelio de Mc 8, el centro del Evangelio.

Introducción

Vegetales y animales ni nacen ni mueren, sino que forman parte de un continuo biológico, sin identidad personal. Sólo el hombre nace, sólo el hombre muere… Así lo pusieron de relieve los judíos, el pueblo de María.

Si no muriéramos no dejaríamos sitio en el mundo para los que vienen, no podríamos darles del todo aquello que hemos sido y somos. Si no muriéramos haríamos que fuera imposible la vida de nuestros sucesores. De esa forma morimos para que otros vivan, abriendo con nuestra vida y nuestra muerte un espacio (un cuerpo) en el que ellos puedan encarnarse y recorrer su camino en Dios en esta humanidad en la que habita Dios con los hombres.

La muerte nos da miedo, e incluso suscita en nosotros el terror supremo. Pero sólo sabiendo que hay muerte podemos gozar de verdad de la vida y regalarla a los demás, para que puedan vivir, y nosotros podamos per-vivir en ellos:

«Por la muerte, por el miedo a la muerte empieza el conocimiento del Todo… Todo lo mortal vive en la angustia de la muerte; cada nuevo nacimiento aumenta en una las razones de la angustia, porque aumenta lo mortal».

       Así comenzaba Rosenzweig su libro inquietante y luminoso de antropología judía (La Estrella de la Redención, Sígueme, Salamanca 1997 43-44). En un sentido, ese saber sobre la muerte es maldición, como ha visto el relato del «pecado ejemplar» de Adán/Eva, en Gen 2-3: «El día en que comas morirás…». Pero, en otro sentido, la muerte puede y debe convertirse en bendición: Es el momento culminante del sí a la vida, en Dios y con los otros.

Sólo los hombres pueden morir sabiendo que mueren, regalando la vida a los demás (con ellos, para ellos); sólo los hombres pueden abrir su cuerpo (dar  su vida), para que otros vivan por ellos (como hizo Jesús en su Pascua, como muchos cristianos han visto también en María, su madre). Sólo por saber que morimos podemos regalar y transmitir de verdad lo que somos y queremos a los otros. Un hombre condenado a no morir, sería un monstruoso, un ser de pura angustia, una momia, como las terribles momias de Egipto o de algunos lugares de la América pre-colombina.

Morir es duro. Pero más dura sería esta vida sin muerte, condenados a ser como piedras de menhir plantadas en la tierra, dólmenes sagrados sin aliento. Una vida sin muerte sólo tiene sentido en otra “tierra” muy distinta, cuando cambien en Dios las condiciones de este mundo, como ha querido Jesús, como han querido y quieren millones de personas, que esperan y desean una resurrección. Sólo muriendo a este mundo (regalando a otros la vida que tenemos, como Jesús en la cruz, como su madre rodeada de “apóstoles”) podemos esperar una resurrección como entrada a la vida sin muerte.

      Así lo ha enseñado Jesús en su sermón central de Cesarea de Felipe, bajo el monte Hermón  conforme a leyendas antiguas (libros de Henoc) bajaron los ángeles viejos haciéndose demonios y enseñando a los hombres a matar y violar para vivir. Jesús, en cambio, nos enseña a dar la vida, para que vivan otros y nosotros resucitemos en ellos.

Sólo quien acepta la muerte puede vivir plenamente. 

Muchos filósofos y pensadores han querido engañar a los hombres con una mentira piadosa, diciendo que son inmortales y añadiendo que la muerte no es más que una apariencia.   Los hombres mueren, es su destino; mueren y no son felices… pero todavía serían más infelices si no pudieran morir.

       Los hombres mueren, pero pueden descubrir en la muerte la mano de Dios y ofrecer su mano de amor a otros, como ha hecho Jesús. En ese contexto se sitúa la respuesta de la fe, cuando afirma que el sentido de la vida está en vivir para los demás… y que de esa forma la misma muerte, sin perder su bravura, dureza y enigma (¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?), se convierte en signo de solidaridad (de comunión de vida en todos y con todos).

  MORIR PARA DAR VIDA, dar vida muriendo

 Le mataron rápido, muy rápido, para que su cruz no estorbara el día de la fiesta. Le enterraron después de inmediato, por puro oficio, los sepultureros oficiales,judíos o romanos, con ganas de acabar muy pronto, antes de que llegara la noche, casi a escondidas, por puro oficio, para que el cadáver de Jesús no impidiera las celebraciones de pascua.

La vida histórica de Jesús acabó donde acaba la muerte de muchos condenados, descartados, asesinados, con juicio o sin juicio, para acabar encerrados o incinerados en la fosa común, de los que mueren y son expulsados, arrojados, aplastados, sin honor, en cualquier zanja de la humanidad triunfante.

Allí quisieron echarlo, allí lo echaron con los otros dos crucificados (quizá con la ayuda de un hombre bueno, llamado José de Arimatea), para que los otros (¡los judíos y romanos triunfadores, nosotros!) pudiéramos seguir celebrando la vida orgullosa de una Pascua dedicada al Dios de la victoria de los «buenos». Pues bien, de esa manera, Jesús bajó al infierno de la historia humana, a través de la fosa común, para dar vida a los muertos, según confiesa estremecida la tradición cristiana (el credo romano).

Lógicamente, las mujeres que fueron al “tercer día” (el sábado no se podía salir fuera de las murallas) no lograron encontrar su cuerpo. Quizá lo habían cambiado de fosa o sepultura. Quizá era imposible separar su cuerpo de los otros cuerpos de los ajusticiados. El evangelio de Marcos dice que las tres mujeres con aromas vieron el sepulcro “abierto”, pero no pudieron   encontrar su cuerpo, ni embalsamarlo con honor, ni llevarlo a casa, como quiso en locura de amor María Magdalena (Jn 20).

            No pudiera hacerlo simplemente porque era imposible en aquellas condiciones de persecución, de violencia, de miedo y de muerte. Pero pronto descubrieron que la razón era mucho más profunda, una razón de Dios, razón de Vida y Pascua: No podían encontrarle porque “no estaba allí”, porque se hallaba vivo, en la Vida del menaje que había proclamado, en la más intensa travesía del camino del Reino que él había iniciado y sembrado en la tierra:

¡Si el grano de trigo no muere…! (Jn 12, 24). Murió como el grano de trigo para que la espiga naciera, el ciento por uno, el millón por cada unos. Eso es vivir de verdad: morir dando vida por los demás, por todos,  sin buscar glorias ajenas, haciéndose semilla de vida, fermento de resurrección en la tierra.

            Por eso, no se le pudo enterrar en un glorioso sepulcro de mártir (como el de Mahoma en Medina, como el de los apóstoles en Roma, como el de Lenin en Moscú), pues su muerte se había trasformado en Vida para todos y en ellos (en nosotros) vivía y sigue viviendo. Y por eso el ángel de la pascua les dijo a las mujeres, en palabra de fe que nosotros seguimos escuchando:

«No está aquí, id a Galilea, es decir, al camino de su vida… Allí le encontraréis, con aquellos y en aquellos que aceptan su historia» (cf. Mc 16, 7-8).

Dios trasformó de esa manera la muerte del “maldito” Jesús (condenado a muerte y crucificado) en victoria de Vida. Desde ese fondo puede y debe leerse el relato simbólico de Mt 28, 1-4 que evoca la acción escatológica de Dios, que ha empezado a romper las tumbas de la vieja historia de muerte, para ofrecer una esperanza a los crucificados y muertos de la historia (cf. Mt 27, 51-53). Es muy difícil asegurar lo qué pasó físicamente con su cadáver, pero, según la tradición que hemos evocado, Jesús «bajó a los infiernos», entró hasta el fin en el reino de la podredumbre y muerte, para iniciar desde allí un camino de pascua (cf. 1 Pedro 3, 18-22).

SER TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN

Desde el trasfondo se entienden los bellísimos relatos de los evangelios sobre la tumba vacía, que la Iglesia ha transmitido no como prueba histórica de la resurrección, sino como signo de la fe pascual, que ella confiesa, porque los cristianos “han visto a Jesús resucitado”.

Lógicamente, esos textos poseen más valor antropológico integral que puramente físico. Por eso, en un plano de historia materialista (saber lo que externamente pasó) y de biología (saber cómo se descompuso o desmaterializó el cadáver de Jesús) debemos tener mucha sobriedad, pues resulta difícil alcanzar conclusiones «científicas».

  Parece que Jesús no tuvo un entierro honorable y su tumba (propiedad de un rico y famoso judío) se encontró después vacía, sin que humanamente se pudiera saber lo que pasó. Le enterraron como a un ajusticiado peligroso, para que ninguno de sus discípulos pudiera llegar hasta su tumba para robar su cadáver y proclamar la venganza por su muerte. Sus discípulos varones no hallaron su tumba, pero después afirmaron que él había “bajo al infierno” de la muerte para liberar de allí a los condenados.

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Encuesta, examen teórico, suspenso, y ejercicio práctico. Domingo XXIV Ciclo B

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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IMG_7459Cesarea de Felipe y monte Hermón

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La encuesta

Cesarea de Felipe, junto a las fuentes del Jordán, es uno de los lugares más hermosos de Israel. El peregrino actual, que parte generalmente de Nazaret, tarda poco más de una hora en un cómodo autobús con aire acondicionado. Jesús y los discípulos tuvieron que hacer el camino a pie, salvando un desnivel de unos 800 ms: desde los 200 bajo el nivel del mar (Lago de Galilea) hasta los 500-600 sobre él (pie del monte Hermón). No es un paseo cualquiera. Hay tiempo para callar y tiempo para hablar. En esos momentos de comunicación, Jesús pregunta a los discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?».

Hasta este momento, el evangelio de Mc ha ido planteando el enigma de quién es Jesús. Un personaje desconcertante, que enseña con autoridad y tiene poder sobre los espíritus inmundos (1,27), perdona pecados como si fuera Dios (2,7), escandaliza comiendo con publicanos y pecadores (2,16) y se considera con derecho a contravenir el sábado (2,27; 3,4). Los fariseos y los herodianos deciden muy pronto que debe morir (3,6), sus familiares piensan que está mal de la cabeza (3,21), los escribas que está endemoniado (3,22), y los de Nazaret no creen en él, lo siguen considerando el carpintero del pueblo (6,1-6). Mientras, los discípulos se preguntan desconcertados: «¿Quién es este que hasta el viento y el lago le obedecen?» (4,41). Ahora, cuando llegamos al centro del evangelio de Mc, Jesús aborda la cuestión capital: ¿quién es él?

En aquel tiempo salió Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó:

+ «¿Quién dice la gente que soy yo?».

Ellos le dijeron:

-«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los profetas».

Para la gente, Jesús no es un personaje real, sino un muerto que ha vuelto a la vida, se trate de Juan Bautista, Elías, o de otro profeta. De estas opiniones, la más «teológica» y con mayor fundamento sería la de Elías, ya que se esperaba su vuelta, de acuerdo con Malaquías 3,23: «Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible; reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra». En cualquier caso, resulta interesante que el pueblo vea a Jesús en la línea de los antiguos profetas. En ello pueden influir muchos aspectos: su poder (como en los casos de Moisés, Elías y Eliseo), su actuación pública, muy crítica con la institución oficial, su lenguaje claro y directo, su lugar de actuación, no limitado al estrecho espacio del culto.

Si la pregunta la hubiera formulado Jesús en nuestros días, la encuesta habría resultado más variada y desconcertante que entonces: Hijo de Dios, profeta, marido de la Magdalena, precursor de la dinastía merovingia…

Examen teórico

Él les dijo:

+ «Y vosotros, ¿quién decís que soy?».

Pedro tomó la palabra y dijo:

– «Tú eres el Mesías».

Jesús quiere saber si sus discípulos comparten esta mentalidad o tienen una idea distinta. Es una pena que Pedro se lance inmediatamente a dar la respuesta; habría sido interesantísimo conocer las opiniones de los demás. Según Mc, la respuesta de Pedro se limita a las palabras «Tú eres el Mesías».

¿Qué significaba este título? En el Antiguo Testamento se refiere generalmente al rey de Israel; un personaje que se concebía elegido por Dios, adoptado por él como hijo, pero normal y corriente, capaz de los mayores crímenes. Sin embargo, la monarquía desapareció en el siglo VI a.C., y los grupos que esperaban la restauración de la dinastía de David fueron atribuyendo al mesías esperado cualidades cada vez más maravillosas.

Los Salmos de Salomón, oraciones de origen fariseo compuestas en el siglo I a.C., describen detenidamente el papel del Mesías: librará a Judá del yugo de los romanos, eliminará a los judíos corruptos que los apoyan, purificará Jerusalén de toda práctica idolátrica, gobernará con justicia y rectitud, y su dominio se extenderá incluso a todas las naciones. Es un rey ideal, y por eso el autor del Salmo 17 termina diciendo: «Felices los que nazcan en aquellos días».

Si imaginamos al grupo de Jesús, que vive de limosna, peregrina de un sitio para otro sin un lugar donde reclinar la cabeza, en continuo conflicto con las autoridades religiosas, decir que Jesús es el Mesías implica mucha fe en el personaje o una auténtica locura.

Lo que piensa Jesús de sí mismo

Y Jesús les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Desde entonces comenzó a declararles que el hijo del hombre tenía que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los maestros de la ley, morir y resucitar al tercer día. Esto lo decía con toda claridad.

En contra de lo que cabría esperar, Jesús prohíbe terminantemente decir eso a nadie. Y en vez de referirse a sí mismo con el título de Mesías usa uno distinto: «Hijo del Hombre», que parece inspirado en Ezequiel (a quien Dios siempre llama «Hijo de Adán») y en Daniel. Lo importante no es el origen del título, sino cómo lo interpreta Jesús: el destino del Hijo del Hombre es padecer mucho, ser rechazado por las autoridades políticas, religiosas e intelectuales, morir y resucitar. En una concepción popular del Mesías, como la que podían tener Pedro y los otros, esto es inaudito. Sin embargo, la idea de un personaje que salva a su pueblo y triunfa a través del sufrimien­to y la muerte no es desconocida al pueblo de Israel. Un profeta anónimo la encarnó en el personaje del Siervo de Yahvé (Isaías 53).

Suspenso de Pedro

Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderle. Jesús se volvió y, mirando a sus discípulos, riñó a Pedro diciéndole:

+ «¡Apártate de mí, Satanás!, porque tus sentimientos no son los de Dios, sino los de los hombres». 

Igual que el poema del libro de Isaías, Jesús termina hablando de resurrección. Pero Pedro se queda en el sufrimiento. Se lleva a Jesús aparte y lo increpa, sin que Mc concrete las palabras que dijo.

Jesús reacciona con enorme dureza. Pedro lo ha tomado aparte, pero él se vuelve hacia los discípulos porque quiere que todos se enteren de lo que va a decirle: «¡Retírate, Satanás! ¡Piensas al modo humano, no según Dios!» La mención de Satanás recuerda lo ocurrido después del bautismo, cuando Satanás somete a Jesús a las tentaciones. El puesto del demonio lo ocupa ahora Pedro, el discípulo que más quiere a Jesús, el que más confía en él, el más entusiasmado con su persona y su mensaje. Jesús, que no ha visto un peligro en las tentaciones de Satanás, si ve aquí un grave peligro para él. Por eso, su reacción no es serena, sino llena de violencia.

Ejercicio práctico

Llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo:

+ «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará». 

De repente, el auditorio se amplía, y a los discípulos se añade la multitud. Las palabras que Jesús deberían desconcertarnos y provocar un rechazo. ¿Se imagina alguien a un político diciendo: «El que quiera votarme, que esté dispuesto a perder las elecciones e ir a la cárcel»? Pero el punto de vista de Jesús no es el de los políticos. No pretende ganar las elecciones en este mundo, sino en el futuro. Para Jesús, el mundo futuro es como un hotel de cinco estrellas; el mundo presente, una chabola asquerosa situada en el entorno más degradado imaginable. Todos podemos salir de la chabola y alojarnos en el hotel. Pero el camino es duro, empinado, difícil. Jesús se ofrece a ir delante, y deja en nuestras manos la decisión: el que se aferre a la chabola, en ella morirá; el que la abandone y lo siga, tendrá un durísimo camino, pero disfrutará del hotel.

Y tú, ¿quién dices que es Jesús?

            El evangelio de hoy no puede leerse como simple recuerdo de algo el pasado. La pregunta de Jesús se sigue dirigiendo a cada uno de nosotros, y debemos pensar detenidamente la respuesta. No basta recurrir al catecismo («Segunda persona de la Santísima Trinidad») ni al Credo («Dios de Dios, luz de luz…»). Tiene que ser una respuesta personal, sentida. En la línea del evangelio de Juan: «El camino, la verdad y la vida». Pero, sea cual sea la respuesta, es más importante aún la decisión de seguir a Jesús con todas las consecuencias.

La aceptación del sufrimiento y la certeza del triunfo (1ª lectura: Isaías 50,5-10)

 

El Señor Dios me ha abierto el oído y yo no he resistido, no me he echado atrás. He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a quienes me mesaban la barba; no he hurtado mi rostro a la afrenta y a los salivazos. El Señor Dios viene en mi ayuda; por eso soporto la ignominia, por eso he hecho mi rostro como pedernal y sé que no quedaré defraudado. Próximo está el que me hace justicia, ¿quién puede litigar conmigo? ¡Comparezcamos juntos! ¿Quién es mi demandante? ¡Preséntese ante mí! Si el Señor Dios me ayuda, ¿quién puede condenarme? Todos se gastarán como un vestido, la polilla los consumirá.

 

Jesús ha dicho en el evangelio que «el Hijo del hombre tiene que padecer y ser despreciado». Este breve poema anticipa esas ofensas: golpes, burlas, insultos, salivazos, antes de un juicio que se supone injusto. En este breve poema destacan dos detalles: la acción de Dios y la reacción del Siervo.

            La acción de Dios consiste en revelar a su servidor lo mucho que va a sufrir («me ha abierto el oído»), pero asegurándole que se mantendrá junto a él: «Mi Señor me ayudaba», «Tengo cerca a mi abogado», «El Señor me ayuda». Esto supone una gran novedad, porque en la teología habitual del Antiguo Oriente (y entre muchas personas de hoy día), el sufrimiento se interpreta como un castigo de Dios. En cambio, el Siervo está convencido de que no es así: el sufrimiento puede entrar en el plan de Dios, como un paso previo al triunfo, y en ningún momento deja Él de estar presente y ayudarle.

            Por eso, la reacción del Siervo es de entrega total: no se rebela, no se echa atrás, ofrece la espalda y la mejilla a los golpes, no oculta el rostro a bofetadas y salivazos.

            Si Pedro hubiera conocido y comprendido este texto de Isaías, no se habría indignado con las palabras de Jesús, que representan el punto de vista de Dios, mientras que él se deja llevar por sentimientos puramente humanos. Pero debemos reconocer que nuestro modo de pensar se parece mucho más al de Pedro que al de Jesús.

Una polémica muy antigua: la fe y las obras (2ª lectura: Santiago 2,14-18)

            «Genio y figura, hasta la sepultura». Eso le pasó a san Pablo. Radical antes de convertirse, lo siguió siendo en algunas cuestiones después de la conversión. Y su forma de expresarse se prestaba a ser mal interpretado. En su lucha con los cristianos judaizantes, partidarios de observar estrictamente la ley de Moisés, como si fuera ella quien nos salva, defiende que la salvación viene por la fe en Cristo. Él no excluye que el cristiano deba comportarse dignamente, todo lo contrario. Pero insiste tanto en la fe y en la libertad del cristiano que sus adversarios le acusaban de negar la necesidad de las buenas obras.

            En esta polémica se inserta el texto de la carta de Santiago, atacando la postura del que presume de tener fe, pero no hace nada bueno. El ejemplo que utiliza, la respuesta egoísta del que presume de tener fe a un hermano que pasa hambre, es esclarecedor y sigue inquietándonos actualmente.

Hermanos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe si no tiene obras? Si un hermano o una hermana están desnudos y les falta el alimento cotidiano, y uno de vosotros les dice:

«Id en paz, calentaos y alimentaos», sin darles lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve esto? Lo mismo es la fe: si no tiene obras, está muerta en sí misma. Por el contrario, alguien dirá:

Tú tienes la fe, y yo las obras. Muéstrame, si puedes, tu fe sin obras, y yo con mis obras te mostraré la fe».

Si el autor de la carta y Pablo se hubieran reunido a charlar, habrían estado plenamente de acuerdo. Pablo podría haberle leído un fragmento de su carta a los Gálatas, en la que viene a decir lo mismo: «Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad, pero no vayáis a tomar la libertad como estímulo del instinto; antes bien, servíos mutuamente por amor» (Gal 5,13). Nos salva Jesús y la fe en él, pero esa fe debe impulsarnos a una vida que no se deja arrastrar por los bajos instintos (fornicación, indecencia, desenfreno, reyertas, envidias, borracheras, comilonas, etc.), sino que está guiada por los frutos del Espíritu de Dios (amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad…,) (Gal 5,19-25).

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Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. 15 de septiembre de 2024

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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Se lo explicaba con toda claridad.”

(Mc 8, 27-35)

“…, por el camino preguntó a sus discípulos…” Por el camino, de manera informal. Porque así son las cosas de nuestro Dios. No suele ceñirse a horarios ni lugares.

Nosotros construimos iglesias, pero luego Dios se hace el encontradizo en el silencio de la montaña o en el bullicio del mercado. Nosotros nos marcamos un tiempo para la oración o para las celebraciones. Pero luego va y resulta que el ENCUENTRO (con mayúsculas) es en una mirada o en una conversación.

Las cosas importantes de Dios pueden acontecer en cualquier lugar y a cualquier hora. Ah! Pero esta no es excusa para no dedicarle un tiempo y un espacio. Toda relación necesita de tiempos y espacios. La relación con Dios también. Pero le gusta “asaltarnos” cuando menos lo esperamos.

Y sé de más de una persona que en medio de sus idas y venidas tiene el rato de volver a casa en autobús como un momento “sagrado” en el que conversa tranquilamente con Dios. Hablan de como le ha ido el día, de lo que la inquieta… Y quizá en alguna ocasión Dios le pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo?

El autobús, el coche, mientras esperan la cola del supermercado, al acostarse o levantándose un poco antes. Hay un montón de gente conversando con Dios. Llenando el mundo de oración.

Luego también hay monjas y curas, religiosas y obispos, que también oran dentro y fuera de las iglesias, dentro y fuera de las celebraciones.

Y es que Dios es un gran conversador y tiene mucho que decirnos a cada uno de nosotros. Sabe que necesitamos escucharle y que son sus preguntas las que nos sacuden la pereza. Por eso insiste hasta hacernos comprender.

Por eso nos lo explica “con toda claridad” y nos ayuda a colocarnos en el lugar que nos corresponde. Como hizo un día con Pedro, pero ya lo había hecho con Adán y Eva, y con muchos otros.

Originales, originales no somos. Caemos todos en el mismo supino error. ¡Queremos quitarle el sitio a Dios! Y Él, con su infinita paciencia nos tiene que recordar que nuestro sitio está a SU LADO. Junto a Él.

Oración

Pregúntanos, incrépanos, pero no te vayas de nuestro lado. Somos torpes, ya nos conoces. Después de reconocerte nos volveremos a equivocar de lugar. Pero TÚ sabes que somos TUYAS.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Nunca descubriré quién es Jesús, si no vivo lo que él vivió.

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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DOMINGO 24º(B)

Mc 8,27-35

Responder a la pregunta de ¿quién es Jesús? es una tarea desorbitada. Desde el día de Pascua, los seguidores de Jesús no han hecho otra cosa que intentar responderla. Durante los tres últimos siglos, pero sobre todo en el pasado y lo que va de este, se ha dado un vuelco en la manera de entender los evangelios. Hasta ese momento nadie cuestionó que lo evangelios eran historia y había que entenderlos literalmente.

Hoy sabemos que son una interpretación de la figura de Jesús, condicionada por sus circunstancias de todo tipo. Nos transmitieron lo que ellos recordaban, pero no lo que fue en realidad Jesús. No podemos aceptar hoy su interpretación con la idea que hoy tenemos de ‘historia’. Hoy estamos en mejores condiciones para hacer una nueva interpretación de Jesús y no podemos desaprovechar la ocasión. Tenemos la obligación de intentar traducir su figura a un lenguaje más adecuado a la realidad.

Todo recuerdo es interpretación de lo que entra por los sentidos. Solo somos conscientes de una mínima parte de lo que vemos y oímos. De esa pequeña parte solo recordamos lo que tiene algún interés para nuestra vida. Si no fuera así, nos volveríamos todos locos. Los primeros seguidores de Jesús, todos judíos, no tenían otra herramienta que el AT para explicar lo que vieron y oyeron en él. Por eso la respuesta de Pedro no puede coincidir con el verdadero mesianismo de Jesús.

La obligación de un cristiano será siempre tratar de conocer a Jesús. Solo en la medida que le conozcamos mejor podremos vivir lo que él vivió. La idea que hoy tenemos de Dios del mundo y del hombre nos tiene que llevar a una comprensión más profunda del mensaje evangélico. Jesús fue un ser humano fuera de serie que nos empuja a una nueva comprensión de lo que significa ser plenamente humanos.

La doble pregunta de Jesús parece suponer que esperaba una respuesta distinta. La realidad es que, a pesar de la rotunda respuesta de Pedro: “tú eres el Mesías”, la manera de entender ese mesianismo estaba lejos de la verdadera comprensión de Jesús. Pedro, como se manifestará más adelante, sigue en la dinámica de un Mesías terreno y glorioso. Para él es incomprensible un Mesías vencido y humillado hasta la aparente aniquilación total. Apenas tres versículos después, Pedro increpa a Jesús por hablarles de la cruz.

El Hijo de hombre tiene que padecer mucho. Hijo de hombre significa, perteneciente a la raza humana, pero en plenitud. Por cierto, “este hombre es el único título que se atribuye Jesús a sí mismo. “Tiene que” no alude a una necesidad metafísica o a una voluntad de Dios externa, sino a la exigencia del verdadero ser del hombre. “Padecer mucho” hace referencia no solo a la intensidad del dolor en un momento determinado sino a la multitud de sufrimientos que se van a extender durante toda su vida.

Jesús proclama, con toda claridad, cuál es el sentido de su misión como ser humano. Diametralmente opuesta a la que esperaban los judíos y la que también esperaban los discípulos de un Mesías. Nada de poder y dominio sobre los enemigos, sino todo lo contrario, dejarse matar, antes de hacer daño a nadie. Pedro se ve obligado a decirle a Jesús lo que tiene que hacer, porque su postura equivocada le hace pensar que ni Dios puede estar de acuerdo con lo que acaba de proponer Jesús como itinerario de salvación.

Como Pedro habla en nombre de los apóstoles, Jesús responde de cara a los discípulos, para que todos se den por enterados del tremendo error que supone no aceptar la entrega al servicio de los demás y de la cruz. Ese mensaje es irrenunciable. Pedro le propone exactamente lo mismo que le propuso Satanás: el mesianismo del triunfo y del poder, por eso le llama Satanás. Claro que esa manera de pensar es la más humana (demasiado humana) que podríamos imaginar, pero no es la manera de pensar de Dios.

Lo que acaba de decir de sí mismo, lo explica ahora a la gente. “Si uno quiere venirse conmigo, que se niegue a sí mismo…” No es fácil aquilatar el verdadero significado de esta frase; sobre todo si tenemos en cuenta que el texto no dice negarse, sino renegar de sí mismo. Aquí el ‘sí mismo’ hace referencia a nuestro falso yo. El desapego del falso yo es imprescindible para poder entrar por el camino que Jesús propone.

El que quiera salvar su vida la perderá…” No está claro el sentido de ‘psykhe’: No puede significar vida biológica, porque diría ‘bios’; tampoco significa alma, porque los judíos no tenían el concepto de alma. No se trata de elegir entre dos vidas, sino buscar la plenitud de la Vida en su totalidad. El que solo se preocupa de su individualidad, malogra toda su existencia; pero el que, superando el egoísmo, descubre su verdadero ser y actúa en consecuencia, dándose a los demás, dará pleno sentido a su vida y alcanzará su plenitud.

La esencia del mensaje de Jesús sigue sin ser aceptada. Ni el instinto ni los sentidos ni la razón podrán comprender nunca que el fin del individuo sea deshacerse. Por eso hemos hecho verdaderas filigranas para terminar tergiversando el evangelio. Si creemos que lo importante es lo sensible, lo material que me da seguridades egoístas, lo defenderemos con uñas y dientes y no dejaremos que lo que vale de veras cobre su importancia.

¿Quién es Jesús? La respuesta no puede ser la conclusión de un razonamiento. No servirán de nada ni filosofías ni teologías. Los análisis externos de lo que hizo y dijo no nos lleva a ninguna parte, porque no son comprensibles. Solo una vivencia interior que te haga descubrir dentro de ti lo que vivió Jesús, podrá llevarte al conocimiento de su persona. Jesús desplegó todas las posibilidades de ser humano. La clave de todo el mensaje de Jesús es esta: dejarse machacar es más humano que hacer daño a alguien.

Debemos seguir preguntándonos quién es Jesús. Pero lo que nos debe interesar es un Jesús que encarna el ideal del ser humano, que nos puede descubrir quién es Dios y quién es el hombre. La pregunta que debo contestar es: ¿Qué significa, para mí, Jesús? Pero debemos dejar muy claro que no se puede responder a la pregunta si no nos preguntamos ¿Quién soy yo? No se trata del conocimiento externo. Ni siquiera se trata de conocer y aceptar su doctrina. Se trata de responder con mi propia vida.

La razón puede dejarse llevar de las exigencias biológicas y utilizar toda su capacidad para buscar el placer o para huir del dolor. Pero el hombre, desde su vivencia interior, puede descubrir que su meta no es el gozo inmediato, sino alcanzar la plenitud humana, que le llevará más allá de la satisfacción sensorial. Si la razón no cede a las exigencias del ego, y pretende imponerse un bien superior, la biología reaccionará produciendo dolor. Este dolor es el que Jesús propone como inevitable para alcanzar la plenitud.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¿Quién es ese hombre?

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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untaljesusMc 8, 27-35

¿Quién dicen los hombres que soy yo? … ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios

Retrocedamos un poco en la historia y vayamos al momento en que Jesús decide dedicar su vida a la misión. Acompañado de cuatro pescadores de Cafarnaún, va el sábado a la sinagoga y allí se suscita por primera vez la incógnita que nos sigue desafiando veinte siglos después: «¿Qué es esto?… ¿Una doctrina nueva y revestida de autoridad, que manda a los espíritus impuros y le obedecen?»… A partir de ese momento, tras cada hecho extraordinario o cada alocución genial de Jesús, la gente se pregunta lo mismo que hoy nos preguntamos nosotros: «¿Quién es ese hombre…?»

Para sus seguidores, Jesús es un profeta o el mesías esperado, y para sus enemigos, un impostor peligroso al que había que eliminar. Desde el momento de su muerte, se desarrollan sobre Jesús cristologías que tratan de poner de manifiesto su condición divina; desde la más primitiva, de carácter ascendente y formulada por Pedro: «Dios estaba con él», hasta la que terminó prevaleciendo (de carácter descendente) que Juan formula en los siguientes términos: «El verdadero Dios se hizo hombre para salvarnos». Siguiendo la estela de Juan, los concilios de Nicea y Constantinopla lo declaran “Segunda Persona de la Santísima Trinidad”… y en ello estamos.

Fuera del ámbito cristiano, los filósofos de la ilustración francesa reducen la figura de Jesús a su dimensión antropológica, pero toman buena parte de su enseñanza para formular su código ético basada en la razón. Hegel llega a escribir una “vida de Jesús”, pues afirma que su praxis es la única capaz de integrar a las personas en un “nosotros” que constituye el Espíritu Universal. Nietzsche se muestra tan entusiasmado con él en un periodo de su vida, que llega a calificarlo de precursor de su “superhombre”… Gandhi se declara gran admirador de Jesús, y no se recata en decir que su movimiento de la no violencia estuvo inspirado en el capítulo sexto de Mateo… Y así muchos más.

Pero ¿quién es ese hombre…?

Podemos concebir a Jesús como maestro de sabiduría, como un hombre lleno del espíritu de Dios o como Dios mismo hecho hombre, pero lo más importante para un cristiano es entenderlo como visibilidad de Dios, porque así se convierte en su mejor referencia de vida y le ayuda a vivir. El prólogo solemne del evangelio de Juan termina así: «A Dios nadie le ha visto jamás, el Hijo Unigénito que está en el seno del Padre nos lo ha dado a conocer» … En el capítulo 14, Juan añade: «¿Tanto tiempo que he estado con vosotros, y todavía no me conoces, Felipe? … El que me ha visto a mí, ha visto a mi Padre».

Como decía Ruiz de Galarreta: «El quicio fundamental de quienes nos llamamos cristianos es creer en Jesús visibilidad de Dios sin poner en duda su humanidad. Creemos que en un ser humano, tan humano como nosotros, podemos ver a Dios».

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿Quién decís que soy yo?

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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Scene 07/53 Exterior Galilee Riverside; Jesus (DIOGO MORCALDO) is going to die and tells Peter (DARWIN SHAW) and the other disciples this not the end. Mc 8,27-33

El Evangelio de este domingo ocupa un lugar central en la narración de Marcos y nos recuerda una vez más que la Buena noticia de Jesús, su estilo de vida y propuesta es liberadora y felicitante, pero tiene consecuencias que hemos de afrontar. El Evangelio no es un tranquilizante, sino más bien un despertador de conciencias, como leemos también en la primera lectura de este domingo: El Señor me abrió el oído; y no resistí ni me eché atrás (Is 50, 5-9ª). Un aguijón que nos empuja a salir de nuestras zonas de confort hasta hacer del mundo un banquete sin primeros ni últimos.

Por eso el episodio de Cesarea puede resultarnos sumamente familiar. Jesús y sus discípulos atraviesan este lugar caracterizado en aquel tiempo por su gran diversidad cultural y religiosa, al igual que muchos de nuestros barrios y ciudades hoy. Por eso un primer aprendizaje que podemos sacar del texto es constatar como a Jesús transitar estos no le resultan amenazantes, sino una oportunidad desde donde compartir la Buena Noticia de la universalidad del Amor, la fraternidad y la sororidad humana. Es desde este lugar concreto, en esa realidad diversa y plural donde conviven distintos cultos y ofertas de sentido donde Jesús se interroga sobre sí mismo y su proyecto: ¿Quién dice la gente que soy yo?, o dicho de otra manera: ¿Qué sentido tiene para la gente la propuesta de vida que comparto? ¿En qué y cómo conecta con sus búsquedas y anhelos más hondos, sus esperanzas y sus interrogantes más profundos?

Jesús, al hacer esta pregunta, nos recuerda implícitamente que la fe ha de dialogar siempre con las culturas y tomarse en serio a sus interlocutores e interlocutoras. Los otros y otras no son meros destinarios u objetos de evangelización, sino sujetos y por tanto también portadores del Misterio,  donde el espíritu y el misterio de Dios también habitan, con capacidad de ser oyentes de la Palabra (Rahner). Retomar estas preguntas como comunidades cristianas y dejarnos afectar por las respuestas para hacer cambios pertinentes, en nuestros lenguajes, formas, y modo de acercamiento a la realidad y a las personas, sigue siendo uno de nuestros mayores desafíos como iglesia.

Pero la pregunta de Jesús se hace aún más incisiva cuando se dirige directamente a sus más íntimos: ¿Y vosotros quién decís que soy yo? Como le sucedió a los discípulos, el modo de responder a ella no es una mera formulación teórica sino una posición existencial, una forma de situarnos en la vida y ante los demás al modo de Jesús. Confesarle como Cristo significa narrar en gestos y palabras su buena Noticia de liberación en nuestros ambientes, desde la vulnerabilidad asumida pero también, desde la confianza que nos recuerda la primera lectura: “El Señor Dios me ayuda” (Is) y hacerlo asumiendo todas sus consecuencias.

Porque el mesianismo de Jesús no es triunfalista, sino compasivo y kenòtico y conlleva siempre una dimensión conflictiva. Algo que a nosotras y nosotros, como a sus discípulos, nos cuesta reconocer, resistiéndonos a ella. Pero para Jesús, negarla como hace Pedro no es solo una ingenuidad, sino edulcorar la profecía del Evangelio y tentar a Dios. Hacer de la memoria peligrosa de Jesús, una memoria domesticada. Esta es quizá una de las principales paradojas del Evangelio, que es a la vez Bienaventuranza, Buena Noticia pero también signo de contradicción. ¿Quién es para nosotros y nosotras Jesús hoy y qué aspectos de su mesianismo compasivo y kenótico se nos hacen más cuesta arriba en este momento de nuestra vida?

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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¿Qué puede significar “cargar con la Cruz”?

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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Cruz-salvacion_2223687624_14524239_1777x1024Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

15 septiembre 2024

Mc 8, 27-35

El terrible suplicio de la crucifixión parece proceder de Persia o incluso de Asiria. Posteriormente, los romanos la adoptaron como un método de ejecución particularmente cruel y humillante.

El condenado podía morir en cuestión de horas o al cabo de varios días, dependiendo de las circunstancias, pero en cualquier caso resultaba una imagen terrible que el imperio utilizaba como medio de escarmiento y advertencia: en el siglo I a.C., tras aplastar la revuelta de esclavos liderada por Espartaco, unos 6.000 prisioneros fueron crucificados a lo largo de la Vía Apia. Por todo ello, la cruz despertaba en el mundo antiguo un horror particularmente intenso.

Sin embargo, a partir del siglo V d.C., lo que había sido el símbolo de la tortura más arroz, se difunde ampliamente como símbolo del cristianismo. ¿Qué es, por tanto, la cruz?

Lo que era un instrumento de tortura empieza a ser visto y venerado, en el ámbito cristiano, como signo de salvación, en la medida en que la propia muerte de Cristo se interpreta como misterio salvador.

Con el paso del tiempo, en la cultura popular se ha utilizado este término para referirse a todo aquello percibido como dolor, molestia o simple incomodidad. De ahí que fuera común la expresión “¡qué cruz!” para aludir a cualquier circunstancia desagradable, desde una enfermedad hasta una relación conflictiva.

Sin embargo, si se quiere hablar con propiedad, lacruz” no es cualquier dolor, sino aquel que es consecuencia de la fidelidad asumida o de la entrega a los otros. Tanto la persona que quiere ser fiel a sí misma como aquella que hace una opción comprometida a favor de los demás, sobre todo de los más vulnerables, sabe que, antes o después, el dolor hará acto de presencia. Esto fue lo que le ocurrió a Jesús y esto es lo que sucede a toda persona fiel y entregada.

“Cargar con la cruz” -por retomar la expresión evangélica- significa asumir, de manera lúcida, las consecuencias dolorosas de una opción de vida marcada por la fidelidad y la entrega.

Tal actitud es posible en la medida en que la persona avanza en la desidentificación del propio ego. Así, mientras este rehúye la cruz, la persona que crece en comprensión la asume de modo consciente. Hasta el punto de que, leída en clave simbólica o espiritual, la cruz puede entenderse como símbolo de la “muerte” al  (a la identificación con el) propio ego, que queda clavado -definitivamente entregado- en ella.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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¿La gente se pegunta hoy por Cristo?

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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4a704a0f07f8c60c4d8f1dfb362f3f6eIMG_7406Del blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:

01.- ¿Quién es este? 

        La pregunta acerca de quién era Jesús es constante en el NT y también en la historia, al menos hasta ahora,  porque  Jesús ni fue, ni es alguien banal e insignificante. De ahí que provocara y suscite, polémicas, adhesiones y contradicciones. ¿Quién dice la gente que soy yo?

    La ejecución de Juan Bautista por capricho de Herodes les debió haber causado un fuerte impacto. Juan Bautista  no era un saltimbanqui o arrivista de los aledaños del templo, no era un hombre convencional, no se casaba ni con Herodes ni con  Pilatos, ni con el Templo.

        ¿Jesús sería otro Juan Bautista? ¿Quizás un profeta, un nuevo Elías: hombres recios, que se alzaban con voz profunda para criticar las injusticias o animar al pueblo en sus tristezas?

    Las respuestas respecto de Jesús ni fueron ni son uniformes, sino más bien muy diferentes.

     Hoy en día también hay respuestas dispares: ¿Qué Jesús late tras la Teología de la Liberación o tras los movimientos ultraconservadores?

        Podemos preguntarnos, ¿quién es Cristo para mí? ¿Un personaje acomodaticio que no supone ninguna renuncia a mis pequeñas ambiciones e intereses? ¿Qué me supone ser cristiano y en qué afecta a mi vida, al ambiente en que vivo: familia, sociedad? ¿Cambiaría mi vida si no creyera en Cristo?

02.- La sedación de las preguntas

        Tal vez la cuestión hoy en día en nuestra sociedad no es ya ¿quién es JesuCristo? o  ¿Qué tipo de cristianismo (de Iglesia) vivimos?

    Posiblemente gran parte de la población no se pregunta por Cristo (¿ni por nada transcendente?).

        Incluso hoy en día hay una corriente –no digo de pensamiento, porque piensan poco o nada- que niega la existencia de Jesús. Jesús no existió (¡).

Decir que no creo, no tengo fe en Cristo, es razonable, pero decir que Jesús no existió, es necio.  Yo no creo en Marx, pero Marx existió en el siglo XIX.

        Quiero decir que en nuestro tiempo, al menos en nuestro contexto socio-cultural, la pregunta por Cristo ha sido dinamitada, eliminada. Basta darse un paseo por las aulas escolares-universitarias. El pasado viernes, día 6 de septiembre, comenzaba el curso escolar. Nadie les hablará a los alumnos de JesuCristo: missing.

        Los criterios que predominan en el estilo de vida que llevamos, la ansiedad en la que estamos sumidos no permite que afloren las grandes cuestiones. Si brotan las grandes preguntas es en los momentos límite de la vida: enfermedad, depresiones, fracasos, sufrimientos, muerte, es decir, cuando es tarde y los problemas surgen patológicamente y “casi todo” termina en el testamento vital y en si es legítima la eutanasia.

        Pero eliminar las grandes preguntas de la vida no es humanizar.

     Se trata de dar una respuesta a las grandes cuestiones de la existencia, al menos intentarlo. No es sano (salud) dejar el sentido de la vida para la consulta con el psiquiatra. Habrá que intentar fundamentar  antes la vida. No es del todo razonable dejar la moral y la ética en manos de los parlamentos, políticos y economistas. Tampoco es muy sensato organizar toda la vida desde el gimnasio y la macrobiótica.

         Sin embargo las grandes preguntas son consideradas como cuestiones religiosas y, por lo tanto, de poco interés. Quizás por eso las eliminamos (¿).

        Me parece que hoy en día humanizar y evangelizar significan: despertar, Effetá ¡Abre los oídos, la cabeza! (que escuchábamos el pasado domingo) , espabilar, pensar.

03.- Jesús es el Mesías.

      La respuesta de Pedro a la pregunta de ¿quién es Jesús? es muy entusiasta, como el mismo Pedro, siempre fogoso: ¡Tú eres el Mesías! Probablemente tras la respuesta de Pedro hay un contenido político. Tú eres nuestro libertador de la opresión romana… Era normal que Pedro contestase así en aquel momento sociopolítico de aquel pueblo.

        Por eso Jesús le corta inmediata y un poco violentamente: ¡Quítate de mi vista, Satanás!

        Y Jesús les hace conscientes a los discípulos de su mesianismo

       El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado, y resucitar a los tres días

        No es un mesianismo triunfal, grandioso, de masas. Es el mesianismo que intuyó el AT, Isaías (y que lo hemos escuchado hoy y lo evocamos en el Viernes santo:

        Ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.

        Una religión, una iglesia triunfalista y prepotente tiene poco que ver con Jesús Mesías, siervo de Yahvé.

        La humildad de tantos misioneros “perdidos” en los lugares más recónditos, el servicio de tantos voluntarios en las parroquias, la atención y acogida de los inmigrantes, la atención  a los ancianos, a los enfermos, el trabajo humilde y callado es el mesianismo de Jesús, la Iglesia de Jesús.

04.- ¿En qué Mesías creemos nosotros?

        Es cierto que hay personas muy cristianas entre nosotros. Hombres y mujeres nobles que siguen al Señor.

       No es menos cierto que también pulula en nuestra iglesia un gran sector de una ideología ultramontana.

       Pero también  circula un cristianismo más bien blando, edulcorado  y “con sabor a fresa” o cosa perecida, que tiene poco que ver con lo que hemos escuchado en el evangelio de hoy.

      En junio pasado fallecía el buen teólogo G. Lohfink [1] (1934-2024). En  su última publicación dejó escrito el siguiente comentario sobre el cristianismo que abunda en muchas personas y grupos cristianos:

        “Hoy se dicen como en un bucle frases como: ¡sé completamente tú mismo!, ¡Entra en armonía contigo mismo! ¡Hazte uno contigo mismo!, ¡Ten fe en ti mismo! ¡Escucha los sueños de tu corazón!, ¡Sé bueno contigo mismo!, ¡No te hagas daño!, ¡Afírmate incondicionalmente a ti mismo!, ¡Sé bueno contigo mismo!, ¡No te hagas daño!, ¡Perdónate por fin! ¡Toma las riendas de tu vida”.

        Es una literatura que preside algunos círculos actuales, catequesis, homilías, grupos, etc. Pero me da que es una literatura edificante cristiano-esotérica.

       Posiblemente sea una actitud “higiénica” desde el punto de vista psiquiátrico por aquello de la “autoestima”, pero no tiene mucho que ver con el seguimiento de Jesús:

      El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.

        Lejos de mí pensar que el cristianismo haya de ser masoquista, pero tampoco creo que el cristianismo sea el opio del pueblo, como decía Marx, ni tan siquiera el cristianismo es el “valium u orfidal” de siglo XXI.

        El que quiera ganar su vida, la perderá.

      Jesús no nos llama a amarnos a nosotros mismos, a cuidar nuestro ego, sino a dar y a entregar nuestra vida como Él la entregó.

       Buscarse siempre a sí mismo como un “narciso”, no lleva a la vida. La vida se tiene y se potencia en la creatividad, en el trabajo, la entrega, en el esfuerzo por los demás, en la generosidad: el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.

       La vida humana no es individual, es comunitaria. La comunidad integra y realiza a las personas individuales. La persona es persona en tanto en cuanto lo es con los demás. El ser humano no es un Robinson Crusoe aislado. Sin la comunidad las personas no viven, no se realizan, no logran la plenitud humana. El ser humano es por naturaleza un ser social y comunitario.

     La persona es una presencia abierta hacia las demás personas. Ser persona es relacionarse profundamente con los demás. Y ser cristiano es dar la vida por los demás. Existo en tanto en cuanto existo con y para los demás.

        Uno se posee en tanto que se da. Uno es persona y cristiano en tanto en cuanto es solidario y vive en una comunidad.

         El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.

[1] G. Lohfink, Las palabras más importantes de Jesús, Estella, Ed Verbo Divino, 2024, 109.

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“Es indispensable entender quién es Jesús y en qué consiste su mesianismo”, por Consuelo Vélez

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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IMG_7439De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del domingo XXIV del Tiempo Ordinario 15-09-2024

Jesús espera que sus discípulos, quiénes han compartido la vida con Él, hayan entendido quién es Él y el mesianismo que realiza, pero Pedro muestra que no acaban de entenderlo.

Jesús es un mesías crucificado y quien esté dispuesto a seguirlo, ha de correr su misma suerte

Este evangelio nos invita a entender quién es Jesús y en qué consiste su mesianismo

Revisemos nuestra comprensión de la persona de Jesús y busquemos seguirle en lo que Él es y no acomodándolo a nuestros intereses personales.

Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesárea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos:

 ¿Quién dicen los hombres que soy yo?

Ellos le dijeron:

– Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.

Y él les preguntaba:

+Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?

Pedro le contesta:

– Tú eres el Cristo.

Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él.

Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente.

Tomándole aparte. Pedro, se puso a reprenderle.

Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole:

¡Quítate de mí vista, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.

Llamando a la gente, a la vez que, a sus discípulos, les dijo:

Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. (Mc 8, 27-35)

El evangelio de Marcos comienza en el capítulo 1,1 diciendo: “comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios“. Esto es lo que se va a ir desarrollando a lo largo del evangelio y en el texto de hoy encontramos la primera confesión de fe sobre quién es este Jesús, dada por la boca de Pedro: Tu eres el Cristo, es decir, el Mesías, el Ungido. Con esta confesión de fe se cierra la primera parte del evangelio. En el capítulo 15,39, la confesión del centurión romano será la segunda confesión de fe sobre Jesús: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.

Previo a llegar a esta primera confesión de fe, Jesús interroga a los discípulos sobre quién dicen las gentes que es él. Las respuestas son generales: unos que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que los profetas. Jesús sabe que su misión es entendida de varias formas, como se ha visto a lo largo del evangelio. Pero aquí viene la confrontación a los mismos discípulos. Jesús espera que ellos, ya que han compartido su vida con Él, verdaderamente hayan entendido quién es Él y cuál es la clase de mesianismo que viene a realizar. Pedro toma la palabra, pero su respuesta adelanta la incomprensión que el mismo Jesús sufrirá, no solo con los de fuera, sino entre los de dentro, entre los suyos. Aunque parece que Pedro conoce bien la respuesta: “Tu eres el Cristo”, razón por la que Jesús se anima a explicarles mejor qué tipo de mesianismo está realizando, pero rápidamente se da cuenta, que no lo han entendido. Y tanto no lo han entendido que Pedro comienza a reprenderlo por decir que sería reprobado por las instituciones religiosas de su tiempo, sería asesinado y, solo después, habría de resucitar.

Jesús es un mesías crucificado y quien esté dispuesto a seguirlo, ha de correr su misma suerte. Pero Pedro no parece estar dispuesto a ello. Por eso Jesús le llama Satanás, dándole las razones de tal nombre: Pedro, y seguramente la mayoría de los discípulos, están esperando un mesianismo de gloria, de triunfos, de aceptación, de acogida, de realización plena. No han comprendido que los valores del reino son contraculturales a los valores aceptados por la mayoría. Pedro necesita entender que seguir a Jesús es asumir su mismo camino, sus mismas opciones, su fidelidad incondicional al mensaje del reino, su disposición para afrontar lo que venga en aras de permanecer fiel al mensaje que se anuncia.

Este texto sigue vigente en nuestra comprensión de Jesucristo. O lo hemos convertido en un Dios al que le pedimos bendiciones y nuestras oraciones se limitan a pedir y demandar; o lo hemos convertido en un Dios del culto, como lo dijimos la semana pasada, al que solo le interesa el rito, la norma, el mandato; o lo hemos convertido en un Dios a nuestra medida que justifica nuestros estilos de vida. Así,  sucesivamente, podríamos describir tantas y tan variadas deformacionesde la persona de Jesús.

Una vez más como Jesús lo hizo con los discípulos, este evangelio nos invita a entender quién es Jesús y en qué consiste su mesianismo. Él ha venido para mostrarnos los valores del reino que son justicia, igualdad, fraternidad/sororidad, servicio, transformación. Quien se dispone a vivir estos valores, sabe que no está exento de sufrir la misma suerte del maestro. Pero en eso consiste el seguimiento. Revisemos, entonces, nuestra comprensión de la persona de Jesús y busquemos seguirle en lo que Él es y no acomodándolo a nuestros intereses personales.

(foto tomada: http://blog.pucp.edu.pe/blog/victornomberto/2021/09/12/quien-dice-la-gente-que-soy-yo/)

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“Manual para huéspedes”, por Dolores Aleixandre.

Sábado, 14 de septiembre de 2024
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IMG_7191 De su blog Un grano de mostaza:

Transitar hacia un modelo de “atención centrada en las relaciones” 

Dice Jose Carlos Bermejo en un artículo reciente que en el mundo de la salud –  y no sólo en ese ámbito, pienso yo -, hay que ir transitando del modelo “atención centrada en la persona” al de  “atención centrada en las relaciones”. Parece ser que, con tanta fervorosa dedicación a cuidar y defender la propia autonomía, se nos va hinchando como un globo, ocupa todo el espacio y solo entiende el lenguaje de los derechos y las reclamaciones.

Las recomendaciones de Jesús a los discípulos al enviarlos en misión (Mc 6, 7-13) son una guía perfecta para evitar semejante atrofia y facilitar el tránsito hacia la alteridad: el ir sin provisiones ni repuestos les pone en el modo confianza , teniendo que depender – palabra tabú, lagarto, lagarto- de la hospitalidad que les ofrezcan. Tienen que sacudirse la preocupación por ir bien equipados (- no olvidar otros zapatos por si llueve, espero que no haya comida procesada,  ¿habrá wifi…?), dispuestos a ofrecer lo que tienen y a recibir con naturalidad lo que necesitan.

No llegan como  huéspedes autónomos,  empoderados y  suficientes que espetan al llegar: “-No necesito nada, muchas gracias, traigo todo lo que me hace falta:  mariposa cervical, repelente anti mosquitos, leche sin lactosa y pan integral”.  Esa  suficiencia es una embolia que detiene el flujo del sencillo compartir y no hay otro anti-coagulante más eficaz que el reconocimiento de las propias carencias y la gratitud por la generosidad ajena. Se instaura un modo de relación más allá del trueque o el intercambio, en la que no se generan deudas sino redes y vínculos.

 Dar gratis lo recibido gratis. Si eran portadores – como nosotros- de un Evangelio del que no eran dueños, había que confiar en que se abriría camino misteriosamente, a través de sus desvalimientos y torpezas.

Porque el Evangelio es, – lo decía Karl Rahner-  una pesada carga ligera: crees que eres tú quien lo lleva, pero es él el que te lleva a ti.

Vida Nueva, Agosto 2024

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El desplome de la práctica religiosa: veamos el porqué, pensemos el cómo y hablemos de la calidad cristiana de ambos

Miércoles, 11 de septiembre de 2024
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IMG_7065¿Solo por “la radical secularización de la sociedad“?

“Más profundamente necesario es ver qué debemos hacer para dotar de identidad cristiana a nuestras propuestas y evaluaciones”

“Si la secularización es radical y nuestra respuesta es evitarla lo más posible y a nuestra medida neoconservadora; si la politización social y vasca de la fe es un exceso y nuestra respuesta es espiritualizarla hasta la evaporación de la Encarnación; si el cristianismo no es un humanismo sustentado en sí mismo y nuestra respuesta es sustituirlo por un solipsismo poético de Jesús te ama, te elige, te espera y te salva…”

Cierto estudio de la agencia apablo.com, a partir de los datos del CIS sobre la práctica religiosa de los españoles, ha puesto sobre la mesa algo ya esperado. El 80% de los españoles, o lo que es igual, cuatro de cada cinco, no práctica religión alguna, por tanto, se reconocen ateos, o agnósticos, o indiferentes, o creyentes no practicantes.

Hablamos, por tanto, de ausencia de práctica religiosa en todos ellos y no tanto de si son personas religiosas. Sin duda serán relaciones próximas pero no es lo mismo. El trabajo además desglosa esta conclusión por las autonomías de España, pudiéndose observar diferencias notables, que no absolutas, entre ellas, con especial significado a la baja en cuanto a Cataluña, País Vasco, Galicia, Andalucía… No es lo más interesante en unas breves líneas reflejar el cuadro de datos región por región, por lo demás al alcance de cualquier lector de la red; importa mucho más intentar una reflexión de más calado ante los datos y su evolución; no hay problema en reconocer que seguramente es negativa en la mayoría de los casos, pero habría que verlo con detalle.

Lo interesante es que el estudio ha sido valorado entre nosotros, desde el Obispado de Vitoria, y en referencia a nuestra pobre realidad vasca de práctica religiosa, en todos, pero más aún en los jóvenes, se ha lamentando “la radical secularización de la sociedad y, en particular, que “no es normal este desapego de la juventud vasca con sus raíces, con su ADN y con su cultura intrínsecamente ligada a la Iglesia”.

Abundando en el tema, que “algo está fallando en la transmisión de la fe, no solo en las familias, sino también en los centros educativos de la Iglesia“, 19 en Álava, y “tanto más que a escasos kilómetros las cifras son muy distintas, con una juventud que participa de la vida de la iglesia y se definen como cristianos”. Quien sea que haya hecho esta declaración, sabemos que representa bien a su Obispo diocesano y es clara.

La cuestión primera de nuevo es situar la afirmación mayor, es decir, si las diferencias regionales son muy importantes o no; la respuesta, que si bien son importantes en algún caso, sobre todo del País Vasco en relación a Navarra, muy importantes no lo creo. Es un tema que se puede explicar. Más profundamente necesario es ver qué debemos hacer para dotar de identidad cristiana a nuestras propuestas y evaluaciones.

Dicho de otro modo, volver a que la secularización es agobiante, o que los curas vascos han estado y están politizados por el nacionalismo, o que han atendido sin medida al humanismo social… es volver a repetir lugares comunes para no asumir ninguna posibilidad seria de mejora. Si la secularización es radical y nuestra respuesta es evitarla lo más posible y a nuestra medida neoconservadora; si la politización social y vasca de la fe es un exceso y nuestra respuesta es espiritualizarla hasta la evaporación de la Encarnación; si el cristianismo no es un humanismo sustentado en sí mismo y nuestra respuesta es sustituirlo por un solipsismo poético de Jesús te ama, te elige, te espera y te salva; si el mundo avanza en reconocimiento de derechos humanos y se excede en tropiezos morales, y nosotros tenemos un remedio que opera como astucia para sus malas prácticas y condescendencia con las propias, entonces no hay buena salida.

No es posible desentrañar todo esto en cuatro líneas, pero es imprescindible rebajar el valor del “número” en la cualificación cristiana de un proyecto pastoral; es necesario subordinar el valor de unas prácticas espirituales privadas o públicas al cuajo de bondad, justicia y sobriedad en que se expresan socialmente; es necesario aceptar que la mayoría de los líderes consagrados y ordenados lo somos bajo principios y cualidades que sustentan fácilmente una clericalismo asfixiante en la comunidad y en la lectura doctrinal que la domina; hemos de ser muy críticos con las fidelidades sociales a la Iglesia masivamente identificadas, incluso entre los jóvenes, con los idearios sociales más conservadores del statu quo.

Un examen de conciencia de este calado, con las referencias preferenciales en la vida de Jesús, la que cualifica qué Mesías o Cristo de Dios es Jesús, no resolvería todo lo que nos pasa, y menos en términos de número, pero sí nos situaría en condiciones de sustituir el qué nos ha pasado por el qué nos va a seguir pasando y cómo podemos evitar sustituirlo en falso. El cristianismo es una “religión” de la encarnación de Jesús, de su seguimiento, de modo que la eucaristía de una vida justa y buena con los más ignorados y desvalidos del mundo es, en la Misa, una eucaristía en plenitud, y todas las jerarquías religiosas, sociales y políticas van a chirriar en su encuentro, y al deseo de purificarnos en la bienaventuranzas y verlo en aquello que anunciamos, seguimos y celebramos, ningún número de nuevos cristianos lo puede sustituir. Desde luego, ¿cómo no fallar? Reconocer que elegimos el camino samaritano, vaciado de sí y abajado de Jesús, el Señor al que matan por cómo vive.

Fuente Religión Digital

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Por qué una cura no es todo lo que deseo

Lunes, 9 de septiembre de 2024
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IMG_7341La reflexión de hoy es de la colaboradora invitada Lily (ellos/él/ella), estudiante de doctorado en una gran universidad pública del Medio Oeste, donde investigan instituciones internacionales y estudios queer. Tienen experiencia en organización interreligiosa y educación en justicia social, y les apasiona facilitar el diálogo sobre cómo los jóvenes de fe pueden participar en movimientos por la paz y la justicia social.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Recientemente, tuve la oportunidad de leer el libro de Amy Kenny My Body Is Not A Prayer Request: Disability Justice In The Church, y me sorprendió la afirmación de Kenny de que la Iglesia se está perdiendo el testimonio profético y la bendición de (las personas discapacitadas y por tanto) discapacidad. Entre una serie de otros puntos bellamente aclarados, Kenny establece una distinción importante que creo que los católicos de todo el mundo deben tener en cuenta al enfrentar la liturgia de hoy; la diferencia entre curar y sanar.

Como explica Kenny, la curación es un proceso rápido, individual y físico con el único propósito de eliminar la enfermedad o la discapacidad. Es lo que nosotros, en la sociedad occidental, buscamos a menudo cuando visitamos el consultorio de un médico, con la esperanza de encontrar una manera de solucionar cualquier síntoma que estemos experimentando. La curación, por otro lado, es un proceso mucho más rico, profundo, lento, complicado y complejo de restaurar el bienestar comunitario. Implica restaurar la interdependencia, el bienestar espiritual y las relaciones interpersonales y, a menudo, puede tener lugar incluso sin la eliminación de la enfermedad o la discapacidad.

Como católica queer que también vive con enfermedades crónicas, estoy bastante familiarizada tanto con la búsqueda de la curación como con la búsqueda de una cura. Hoy espero compartir con ustedes cómo veo que mi fe encaja en ambas actividades, con la esperanza de que puedan sacar de mi reflexión al menos una idea que complica su comprensión de la relación entre las personas discapacitadas y con enfermedades crónicas. tener con la Iglesia.

No todas las personas con enfermedades crónicas buscan una cura, pero resulta que yo sí. Con frecuencia estoy saltando de un consultorio médico a otro, con la esperanza de encontrar el medicamento/suplemento/régimen de terapia que me quite el dolor y la fatiga con los que he vivido durante casi tres años. Muy a menudo, sentado en una sala de espera, me encuentro rezando por una cura, rezando para que este nuevo médico sea quien tenga la clave para que yo pueda vivir la vida de una persona de 23 años “sana”. viejo (lo que sea que eso signifique); que mañana podré despertarme sin cansancio ni dolor.

Sin embargo, en ese momento de oración, con frecuencia elijo ignorar un par de hechos inconvenientes: incluso si encontrara una cura y me despertara sano y salvo mañana, seguiría cargando conmigo el dolor de todo el tiempo que aparentemente perdí mientras estar enfermo, la ira por no haber encontrado la cura más rápido, el peso de todas las relaciones y oportunidades que se me escaparon por todas esas veces que no podía levantarme de la cama o no podía subir un tramo de escaleras. y mucho más. Ni siquiera los mejores médicos pueden hacer que desaparezcan.

Si bien, por un lado, desearía nunca haber desarrollado esta enfermedad crónica, también soy muy consciente de cómo me ha unido a algunos increíbles activistas por la justicia de las personas con discapacidad y me ha mostrado cómo ser solidario con algunos de los ahora marginado del pueblo de Dios, dejó claro cómo mi liberación está entrelazada con la de muchos otros grupos, y me expuso la forma en que la Iglesia no es capaz de cuidar de un montón de comunidades. Entonces (aunque a veces a regañadientes) acepto que este dolor aparentemente sin sentido es de alguna manera parte del plan de Dios para mi vida.

En ausencia de una cura para mi sufrimiento (o incluso si existe), ¿cómo puede ser entonces la curación, especialmente en el contexto de la Iglesia? La respuesta a esta pregunta es notablemente similar a la respuesta a otra pregunta a la que me enfrento con bastante frecuencia: en ausencia de mi capacidad para casarme con mi pareja en la Iglesia Católica, ¿cómo puede verse una afirmación de mi personalidad plena por parte de la Iglesia? ¿como?

Mientras todavía estoy pensando en mi respuesta completa a esta segunda pregunta, inmediatamente me vienen a la mente algunas sugerencias. La Iglesia puede brindar atención pastoral que sea sensible a las necesidades y experiencias de los católicos queer, centrándose en la comprensión, la compasión y el acompañamiento, reconociendo las luchas que enfrentamos. Puede afirmar públicamente la dignidad inherente de los católicos queer al hablar contra la discriminación, la violencia y el trato injusto basado en la orientación sexual o la identidad de género. Puede condenar oficialmente prácticas como la terapia de conversión, cuyo objetivo es cambiar la orientación sexual o la identidad de género de un individuo, reconociendo el daño que tales prácticas causan. Puede reevaluar su lenguaje respecto a cuestiones LGBTQ+, evitando términos o frases duras o excluyentes.

En la misma línea, la Iglesia puede apoyar la curación de personas discapacitadas y con enfermedades crónicas, para aquellos que desean y aún no han encontrado la curación, adoptando enfoques holísticos y comunitarios que enfaticen el bienestar espiritual, las prácticas inclusivas y las redes de apoyo. El trabajo debe comenzar primero abordando el capacitismo dentro de la iglesia, deshaciéndonos de cualquier complejo de salvador y promoviendo la accesibilidad no solo dentro de las liturgias sino también en toda la programación. La iglesia también debe hacer el trabajo de abogar por la justicia social y la accesibilidad para abordar los problemas sistémicos que enfrentan las personas discapacitadas o con enfermedades crónicas, reconociendo que las experiencias individuales de discapacidad están determinadas por otros aspectos de su identidad, como la raza, el género y la orientación sexual. y estatus socioeconómico. Lo más importante es que, mientras participa en este trabajo, la Iglesia debe seguir comprometida a priorizar las necesidades y deseos de las personas discapacitadas o con enfermedades crónicas, y comprometerse a rendir cuentas ante aquellos más afectados por los males del capacitismo.

Mientras tanto, a veces me encontrarás orando por una cura, pero casi siempre orando por sanación.

—Lirio, 8 de septiembre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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Effetá… Ábrete

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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Hoy, ante el drama humanitario que estamos viviendo, esta Palabra se hace realidad más que nunca… Una vez más, los hijos De Dios son víctimas del odio… Mientras Herodes le persigue y sus secuaces pretenden impedir su éxodo mostrando su más inmisericorde falta de hospitalidad (ese fue y no otro el pecado de Sodoma, señores ultracatólicos) … otros ojos indiferentes no quieren ver la tragedia… Effeta, Ábrete…  ¿Qué más tiene que pasar para que la derecha y ultraderecha europea adquiera un gramo de humanidad?

 

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Effetá

Ruidos.
Nos rodean.
Nos envuelven.
Nos aturden.
Tertulias, canciones,
opiniones,
discursos, eslóganes.
Anuncios, promesas,
noticias, debates,
conversaciones.
Ruido, ruido incesante,
que termina
atronando
a base de exceso
hasta que las palabras
ya no significan nada.
Mientras,
como un rumor de fondo,
la Palabra trata de hacerse oír.
Habla de justicia,
de amor verdadero,
de camino, verdad y vida.
Toca, Señor, nuestros oídos,
que se abran de nuevo
al rumor de tu presencia.
Sé la Voz que grita,
en el desierto
de los indiferentes,
de los que están de vuelta,
de los ensordecidos.
Voz que despierta
los anhelos más nobles
que llevamos escritos
en la sangre y la entraña.

*
José Mª Rodríguez Olaizola, sj

***

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En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.

Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo:

“Effetá”, esto es “Ábrete”.

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.

Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:

“Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”

*

Marcos 7, 31-37

***

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Para seguir a Jesús sería preciso abandonar las enseñanzas y actuar sólo como quisiéramos que obraran los otros. Sería menester reconocer, en verdad, que eso es precisamente lo que hace él. Tras haberle conocido de cerca, ahora sé que me ama, como ama a cualquiera de los ‘am ha’aresh que le siguen, sea un árabe, un griego, un romano o qué se yo. Más aún, ama a un extraño del mismo modo que ama a su madre, a sus parientes, a sus discípulos. Y cuando digo del mismo modo entiendo por ello que ya no existe diferencia alguna entre los que están unidos por este amor suyo universal. Ningún amor verdaderamente grande implica una gradación de valores; pues bien, su amor no parece tener límites. No puedo imaginar que sea capaz de negar nada a nadie, sea quien sea. La gente le pide milagros del mismo modo que pediría un préstamo que sabe ya por anticipado que no tendrá que devolver: y él se los concede. Los hace exaltando la misericordia, la bondad del Altísimo, o sea, señalando que todas las curaciones que a diario y en gran número realiza son una demostración evidente de que Adonai no puede obrar de otro modo con aquellos que confían en él.

        Parece decir: «Mira cómo es misericordioso y lo que puedes esperar aún de él. Esto debe mostrarte que puedes tener fe en él»

*

Jan Dobraczynski,
Cartas de Nicodemo,
Editorial Herder, Barcelona 1977

***

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“Salir del aislamiento”. 23 Tiempo Ordinario – B (Marcos 7,31-37)

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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IMG_7216La soledad se ha convertido en una de las plagas más graves de nuestra sociedad. Los hombres construyen puentes y autopistas para comunicarse con más rapidez. Lanzan satélites para transmitir toda clase de ondas entre los continentes. Se desarrolla la telefonía móvil y la comunicación por Internet. Pero muchas personas están cada vez más solas.

El contacto humano se ha enfriado en muchos ámbitos de nuestra sociedad. La gente no se siente apenas responsable de los demás. Cada uno vive encerrado en su mundo. No es fácil el regalo de la verdadera amistad.

Hay quienes han perdido la capacidad de llegar a un encuentro cálido, cordial, sincero. No son ya capaces de acoger y amar sinceramente a nadie, y no se sienten comprendidos ni amados por nadie. Se relacionan cada día con mucha gente, pero en realidad no se encuentran con nadie. Viven con el corazón bloqueado. Cerrados a Dios y cerrados a los demás.

Según el relato evangélico, para liberar al sordomudo de su enfermedad, Jesús le pide su colaboración: «Ábrete». ¿No es esta la invitación que hemos de escuchar también hoy para rescatar nuestro corazón del aislamiento?

Sin duda, las causas de esta falta de comunicación son muy diversas, pero, con frecuencia, tienen su raíz en nuestro pecado. Cuando actuamos egoístamente nos alejamos de los demás, nos separamos de la vida y nos encerramos en nosotros mismos. Queriendo defender nuestra propia libertad e independencia caemos en el riesgo de vivir cada vez más solos.

Sin duda es bueno aprender nuevas técnicas de comunicación, pero hemos de aprender, antes que nada, a abrirnos a la amistad y al amor verdadero. El egoísmo, la desconfianza y la insolidaridad son también hoy lo que más nos separa y aísla a unos de otros. Por ello, la conversión al amor es camino indispensable para escapar de la soledad. El que se abre al amor al Padre y a los hermanos no está solo. Vive de manera solidaria.


José Antonio Pagola

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“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.” Domingo 8de septiembre de 2024. Domingo 23º del tiempo ordinario

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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49-ordinarioB23 cerezoDe Koinonia:

Isaías 35, 4-7a: Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará.
Salmo responsorial: 145: Alaba, alma mía, al Señor.
Santiago 2, 1-5: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres para hacerlos herederos del reino?.
Marcos 7, 31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

El profeta Isaías es el profeta de la consolación. El pueblo en medio del dolor que ha generado el destierro, necesita de una voz de aliento y esperanza, por eso el profeta los invita a tener valor a que «no tengan miedo», es necesario confiar en Dios pues él va a salvar a su pueblo de la esclavitud.

El profeta evoca con sus palabras el recuerdo de la tierra de Palestina con sus riquezas naturales, torrentes y manantiales, una tierra fértil y espaciosa, un paraíso o una tierra prometida, que les espera después del exilio, a la que regresarán como en un nuevo éxodo. En esta tierra se volverán a instaurar y reconstruirán el Templo, la ciudad y la historia. Y vivirán en plenitud, llenos de vida y salud, con sus órganos de los sentidos completos, capaces de percibir lo que está pasando a su alrededor. En las mismas palabras del profeta, se puede descubrir la fuerza de Dios, que busca reanimar a los abatidos y transformar la tierra devastada. El profeta anuncia tantos bienes que parece la llegada de los tiempos mesiánicos.

La carta de Santiago es un reclamo fuerte a la fraternidad. El que hace distinción de personas en la asamblea, es decir, en la celebración litúrgica, no puede ser cristiano. Santiago en su carta nos habla de diferencias y desigualdades en el interior de la misma comunidad, paradójicamente donde se tendría que construir otro modelo que prefigure la relación que los seres humanos deben construir en la vida social. En una palabra: la fraternidad, como fruto del mandamiento del amor, empieza en la misma celebración litúrgica y se debe hacer realidad en las relaciones sociales de los miembros de la comunidad.

Cada vez que el cristiano celebra la eucaristía debe asumir el compromiso del amor real, un amor que se hace efectivo en las obras que enriquecen la vida y la llenan de contenidos de humanización. Ésta es una tarea que tenemos que asumir para hacer de la celebración cristiana un espacio de vida abundante y de experiencia profunda de amor.

El evangelio de hoy nos dice que los paganos también fueron destinatarios del anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús. Que saliendo Jesús de nuevo de la región de Tiro se dirigió por Sidón hacia el mar de Galilea, por en medio de los límites de la Decápolis, todo en territorio pagano. Y le trajeron un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Es una de las poquísimas veces que vemos a Jesús fuera de su país; si creemos a los evangelios, Jesús, prácticamente, no viajó al extranjero. Es importante señalar que en aquel entonces, ir al «extranjero» es también ir al «mundo de los paganos»… no como hoy. En este fragmento del evangelio de Marcos observamos a Jesús pues en medio de gente de otra religión… Puede ser muy significativo para nosotros el comportamiento que tenga hacia esas personas que no creen en el Dios de Abraham que cree Jesús…

En efecto. Vemos en primer lugar cómo Jesús no está entre los gentiles o paganos con una actitud «apostólica», no lo vemos preocupado por catequizarles. Tampoco parece preocupado por hacer entre ellos proselitismo religioso: no trata de convertir a nadie a su religión, a la fe israelítica en el Dios de Abraham. Y tampoco vemos que Jesús aproveche su paso para «impartir la doctrina», «enseñar y divulgar las santas máximas de su religión». Más aún: observemos que ni siquiera predica, no da discursos religiosos. Más bien, simplemente «cura». Es decir: no teoría, sino práctica. Hechos, no dichos.

No podemos decir que Jesús pase por el territorio pagano con indiferencia, o con los ojos cerrados, como si no tuviera nada que hacer allí… Más bien diríamos que lo que considera es que no tiene mucho que decir. No lo vemos discurseando, ni dando su «servicio de la palabra», sino curando y sanando. No habla del Reino (lo que es su «profesión» y hasta su «obsesión» dentro de los límites de Israel); fuera de su territorio religioso calla sobre el Reino y «hace Reino». O como dice la gente al verle: «hace el bien», no habla sobre el bien. (Y ya sabemos que «ubi bonum, ibi Regnum», «donde se hace el bien, allí está el Reinado de Dios», una fórmula que nos hace caer en la cuenta de una cierta tautología que se da entre «bien» y «Reino»; ya lo decía la antífona-canto del salmo 71: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es Gracia, tu Reino es Amor…»).

Bien mirado, aunque Jesús no predica en esa región pagana, sí «ev-angeliza», en el sentido más exacto de la palabra: da la «buena noticia» («eu-angelo»). No «informa sobre ella», no trata de trasmitir «conocimientos salvíficos», ni siquiera de «poner signos» o de simplemente «anunciar-decir», sino de «hacer presente», de «poner ahí», de construir esos «hechos y prácticas» que son, por sí mismos, la «buena noticia». «Evangelización práctica», pues, sin teorías, ni palabras. (No estamos despreciando la teoría, la doctrina, la teología, la palabra… ni creemos que para Jesús no tuviera importancia… Lo que estamos queriendo decir -fijándonos en Él- es que también para nosotros, como para Él, el puesto de estas dimensiones «teóricas» es un puesto segundo; el primer puesto es para la Vida, para la acción, para la práctica del bien que identifica el Reino, no para la palabra que lo anuncia. Lo último que en definitiva perseguimos, es la práctica, los hechos, la realidad. La teoría, la palabra, la concienciación… también forman parte de la realidad, pero no como objetivos, sino como «instrumentos» para su consecución plena).

Excelente lección para nuestros tiempos de pluralismo religioso y de diálogo interreligioso. Tal vez nuestro histórico celo apostólico y misionero por la «conversión de los infieles», por la «llamada de los gentiles a la fe cristiana», por la «cristianización de las naciones de otra religión», o por «la expansión de la Iglesia» o su «implantación en otras áreas geográficas»… debieran mirar a Jesús y tomar nota de su peculiar conducta misionera. Tal vez hoy necesitaríamos, como Jesús, callar más y simplemente actuar. Es decir, dialogar interreligiosamente comenzando –como se suele decir técnicamente- con el «diálogo de vida»: juntarnos con los «otros» y conjugar nuestros esfuerzos en la construcción de la Vida (en la construcción del bien –«¡ibi Regnum!», ¡allí está el Reino!-). Porque si logramos estar unidos en la construcción del «Reinado de Dios» (no importa el nombre con que se designe, claro está), estaremos de hecho unidos en la adoración (práctica) del Dios del Reino. La doctrina, el dogma, la teología… vendrán después. Y caerán por su propio peso, como fruta madura, cuando el diálogo ya sea una realidad palpable en la práctica de la vida diaria.

«Todo lo hizo bien, hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos»; este versículo 37 tal vez sea una mala traducción, o una derivación de la exclamación que, más probablemente, brotó a los observadores de la conducta de Jesús: «Ha hecho todo el bien [que ha podido], hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos». O sea, sí que predicó Jesús a los gentiles, pero con «el lenguaje de los hechos», y no pidiendo una conversión “mental” a su religión, o a una nueva Iglesia que él no estaba pensando fundar, sino compartiendo con ellos su «conversión al Reino». Jesús no trataba de convertir a nadie a una nueva religión, sino de convertir a todos al Reino, dejando a cada uno en la religión en la que estaba. La conversión importante no es hacia una (u otra) religión, sino hacia el Reino, sea cual sea la religión en la que se dé.

La misión del misionero cristiano se inspira en Jesús. El misionero -todos nosotros, en determinadas circunstancias- no debe buscar la conversión de los «gentiles» a la Iglesia, como su primer objetivo, sino su conversión al Reino (sea cual sea el nombre con el que el “otro” lo llame, y recordando que de nominibus non est quaestio, que «acerca de los nombres no hay que discutir»). Y esa conversión, claro está, no es de diálogo teórico, ni de predicación doctrinal solo… sino de «diálogo de vida» y de construcción del Reino. Leer más…

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