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“Yo también he estado en el Camino Neo-Catecumenal”, por Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Domingo, 21 de diciembre de 2014
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el-papa-y-kiko_560x280Leído en la página web de Redes Cristianas

A raíz de la noticia de que el día 5 de este mes el Papa Francisco recibió media hora a Kiko Argüello, fundador del Camino Neo-Catecumenal, se han disparado en Religión Digital (RD) los comentarios sobre esa experiencia catecumenal de la Iglesia de hoy. La mayoría de ellos de personas que participaron del Camino durante años, y, al decidir salir, abandonar la experiencia, se han visto rechazados, postergados, y, a veces, desgraciadamente, humillados. Me lo creo porque yo, a pesar de ser presbítero, como ellos llaman a los curas, -y en eso tiene toda la razón, (mucho mejor que llamarnos sacerdotes)-, y con todo el perendengue con que tratan con que nos tratan a los clérigos, experimenté mucho de lo que bastantes ex-neocatecumenales expresan.

No, efectivamente, no son nada caritativos, ni misericordiosos, ni dulces, ni comprensivos, ¡ni cristianos!, sobre todo los catequistas, con los que abandonan el Camino. Te tratan como a un apestado, como a un hereje, como un renegado. Me sucedió en una celebración del Sacramento de la Confirmación, en la Iglesia del Tránsito, a la que asistí para concelebrar en la misma, pues se confirmaba mi sobrina Esperanza, miembro del Camino. Simplemente, ni me vieron, ni reconocieron, ni saludaron, cuando voluntaria y graciosamente, caminé con la tercera comunidad de esa parroquia dos años, participando de las preparaciones y celebraciones de la Palabra y de la Eucaristía.

Ahora os cuento por qué sucedió ese trato y ese rechazo. Pero como ahora tengo que celebrar misa, lo haré cuando pueda, por la tarde, o a la noche. Sigo. El curso 1986-87, estando haciendo en la casa provincial de los Sagrados Corazones una especie de año sabático, Kiko me pidió que le hiciera el favor de ir a Santander a cubrir la baja de un presbítero itinerante que había fallecido, y había dejado el equipo sin cura. Lo consulté con el padre provincial, José Luis Lozano, quien me permitió actuar como me pareciera mejor, pero mostrando su opinión de que no le apetecía nada que dejara el curso intensivo de inglés que estaba haciendo, muy bueno, pero muy caro, con vistas a ir a la universidad de Princeton, a intentar el doctorado en Filosofía de la Educación, para completar el Master en la misma materia, que había dejado sin concluir en la Pontificia Universidad Católica (PUC) de Sâo Paulo, Brasil. Me costó mucho, pero decidí no dejar tirado al equipo de Santander. Dimos una catequesis, en dos parroquias de la capital, y nacieron dos nuevas comunidades. La experiencia, sobre todo por la compañera catequista, no se me hizo nada agradable.

Pero lo peor fue en la convivencia de catequistas de fin de año, en el Valle de los Caídos, donde sin venir a cuento, ni tener nada que ver con la catequesis de que estábamos haciendo la presentación y la evaluación, me recordó algo de mi época de la parroquia del Tránsito, referente a una chica de la comunidad, con la que me relacionaba sin ningún tipo de información, ni fidedigna, ni no; simplemente, como le sucede con frecuencia a Kiko, por intuición y, por lo visto, por sus dotes casi taumatúrgicas de lector de conciencias, y de conocedor de intenciones profundas y de los misterios del corazón. Me lo reprochó en público, cuando yo, como responsable del equipo, presentaba el resultado de la catequesis. No me, callé y le afeé la pretensión de confundirme con algo que, como he dicho, no tenía nada que ver, y que habría sucedido casi dos años antes. Y todo porque esa chica había escogido para padrino de su hijo. El gran catequista Kiko no está acostumbrado a que nadie que no sea de su primera comunidad, y en petit comité, le responda. Así que se enfadó mucho, y me vino a buscar al fin de la comida para darme un repaso, con su equipo completo: con Carmen y Mario Pezzi. Intentó impresionarme con su áurea de gran fundador, y, entre otras cosas originales, me soltó eso tan sangrante de “has querido matar al padre”. Mi repuesta, además de la risa, fue que se quitara de la cabeza que yo tuviera con él alguna relación parecida a la paternidad espiritual, o de cualquier tipo, así como le solté que no le debía nada a él en el recorrido de mi experiencia de fe. Que, gracias a Dios, había comenzado mucho antes de conocerlo.

No sé quién lo contó, porque de mi boca no salió mi una palabra de ese encontronazo. Pero como fue público, alguien debió de largar a los catequistas del Tránsito. El caso es que me encontré con ese vacío y ese ostensible y nada disimulado desprecio. Y, sin embargo, Kiko es mucho más maduro que esos catequistas, porque después de ese affaire solicitó otra vez mi presencia para otra catequesis por Cantabria. Lo que me demuestra algo que me ha parecido percibir en la relación Kiko-catequistas, sobre todo más antiguos, del Camino: que Kiko no reprende a los catequistas más señalados, o si lo hace, no consigue que dejen de dar tan mal testimonio de la verdad y la seriedad de su comportamiento cristiano: me refiero, ni más ni menos, que al ABC del mismo: “amarás al prójimo como a ti mismo”, o, todavía más, “como yo os he amado”. Dan la impresión los más allegados a Kiko de que ese mandamiento sólo fuera válido en sus relaciones con su gran catequista, y, todo lo más, con lo más granado de los inicios del Camino. Pero no con los simples mortales del montón. Sobre todo si alguno de esos infelices y desorientados aprendices de cristianos tiene la osadía de poner en tela de juicio alguna de las genialidades de su padre y maestro.

Tal vez mis palabras han sonado un poco fuertes. Pero puedo asegurar, y aseguro, que me he quedado mas bien corto, y que tengo cosas más serias e importantes que comentar del comportamiento no ya cristiano, sino simplemente humano, y humanista, de los miembros del Camino Neocatecumenal, sobre todo de los equipos de catequistas más antiguos, en los que, creo, más se debería comprobar la validez y fortaleza del mandato del amor fraterno de Jesús.

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