Una vez más se han impuesto los que matan: Soldados de todas las romas, sacerdotes de todos los jerusalenes e iglesias de muerte… Por eso, allí sobre el Calvario (la calavera de la historia) avanza Jesús hacia su muerte, con dos compañeros-colegas, que son todos los asesinados de la historia (a los que en general no solemos ver).
En esa línea al llegar el final, sólo puede decirse: Se ha cumplido, ha culminado la envidia asesina de los hombres sobre el amor de vida de Dios, de tal forma que el mismo Dios muere en Jesús, en todos los crucificados, pero no en contra, sino a favor de los mismos que le matan.
Se ha cumplido la maldad de los hombres, que empezaba con Caín, una sombra de muerte que cubre toda la historia. Pero se ha consumado el amor de Dios, revelándose al fin, plenamente, como vida que triunfa de la muerte. Para explicarlo he tenido que acudir a las palabras del mayor teólogo de la muerte de Dios que es vida de los hombres (Juan de la Cruz).
Por eso, la muerte de Jesús, con los dos que le acompañan, será resurrección, como dirá el domingo el ángel de la pascua, como indican las tres cruces de Urkiola, anunciando la pascua de todos, de Jesús en el centro, de los dos a sus lados, sobre la roca del fondo (imagen siguiente). En esa linea quiero hoy comentar las últimas palabras de Jesús, según el Evangelio de Juan
Jesús dijo: Está consumado (se ha cumplido, ha terminado) e inclinando la cabeza entregó el espíritu (Jn 19, 30).
Las últimas palabras de Jesús varían según los evangelios. Marcos y Mateo afirman que murió diciendo “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” (cf. tema 16). Según Lucas, él dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu” (Lc 23, 46). Juan, en cambio, afirma que exclamó, tetelestai (nislam, consummatum est) está consumado, según las tres variantes (griega, hebrea y latino) que comentaré, para ofrecer después una buena traducción castellana, siguiendo las huellas de Juan de la Cruz, alguien que sabía mucho del “fuego de Dios” que consuma sin consumir.
El original griego reza tetelestai, una palabra que viene de teleô, verbo que tiene varios significados, que nos permiten entender mejor el drama y camino de la vida de Jesús.
(a) Teleô significa ha terminado, ha llegado a su fin el camino. Es como si Jesús dijera “puedo descansar”, no me queda más por hacer. Todo acaba en el mundo, también la vida de Jesús ha terminado.
(b) Pero, en segundo lugar, en sentido más hondo, ese verbo significa se ha cumplido, como si dijera “he consumado mi tarea, he realizado el encargo recibido por Dios, ya no me queda nada que hacer sobre la tierra”. Por eso, Jesús inclina la cabeza y entrega su vida (Espíritu) en manos del Padre.
(c) Esta palabra significa finalmente pagar lo que se debe, y, en esa línea, telos que es “fin”, significa impuesto. Es como si Jesús dijera “he pagado al fin lo que debía, la deuda que había contraído al venir sobre la tierra, la deuda de los hombres, la redención de la historia”.
La traducción hebrea es nishlam, una palabra vinculada shalôm, paz, y significa estar en paz, sellar el pacto, cumplir la palabra. Es como si Jesús dijera al morir que ha cumplido su alianza con Dios, que ha superado la guerra, y que de esa forma está ya pacificado (y ha pacificado) a los hombres. Jesús viene a presentarse según eso, al final de su vida, como una encarnación y cumplimiento del pacto de Dios con los hombres, como el gran pacificador. Así dice que ha instaurado la paz, cumpliendo su tarea, y que él mismo ha sido el mediador o ejecutor de esa paz que ahora se abre por Dios, desde el Calvario, a toda la humanidad).
Habían existido, y eran muy numerosos en Israel, los “sacrificios por la paz”, que se llamaban shelem, ofrendas dedicadas a Dios (por ejemplo un cordero), que se quemaban en parte sobre el altar del templo, y que después se compartían entre los oferentes, que de esa manera se comprometían a vivir entre ellos en gesto solidario de amistad. Jesús mismo habría sido, por tanto, ese sacrificio por la paz, de manera que su vida terminaba de esa forma como una ofrenda para que los hombres alcanzaran la definitiva plenitud, la paz eterna, en la que él había entrado ya a través de su muerte fiel, cumpliendo hasta el fin su tarea.
Jesús muere en Dios y por Dios (reflexión con Juan de la Cruz)
En este contexto se entienden las palabras finales del texto “e inclinando la cabeza, entregó el Espíritu”. Jesús se había mantenido siempre con la cabeza alzada, dialogando con Dios y realizando su tarea en medio de los hombres. Pero ahora puede ya inclinarla y la inclina, como permaneciendo para siempre en el regazo eterno de Dios que le acoge, recibiendo su Espíritu (pneuma, ruah). De esa forma queda todo consumado y ya cumplido, conforme a un verso importante de Juan de la Cruz: Con llama que consume y no da pena (Cántico Espiritual B, estrofa 39).
Jesús aparece así como una luz de Dios que se “consuma”, alcanza su plenitud, llega a su meta, que se dice en griego teloj, telos, y el hebeo shalôm, en latin pax, la paz definitiva, abierta en amor a todos los hombres y mujeres de la tierra. De manera misteriosa, ese camino de la vida de Jesús se consuma al consumirse:
“porque, habiendo llegado al fuego (que es Dios), está el alma (es decir, toda la persona) en tan conforme y suave amor con Dios, que, con ser Dios, como dice Moisés, fuego consumidor (Hebr 12, 29), ya no lo sea, sino consumador y refeccionador” (cf. Dt 4, 24. Comentario Cántico B, 39, 14). Dios consume, por tanto, y consuma, es decir, refecciona (alimenta, da fuerzas, recrea).
Jesús muere, ciertamente, porque le han matado los poderes de violencia de la tierra, sacerdotes de Jerusalén, soldados de Roma. Muere como víctima, con los expulsados y aplastados. Pero, al mismo tiempo, muere por amor completo, porque ha puesto su vida en Dios y se ha identificado con su voluntad, de tal forma que Dios cumple y culmina en él su vida (su paz transformadora) en forma humana.
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