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Los principios de la misericordia: Gracia, pobreza y universalidad

Sábado, 26 de noviembre de 2016
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shutterstock_103268435Del blog de Xabier Pikaza:

Está terminando el Año de la Misericordia, que Jesús instauró en Nazaret de Galilea (Lc 4, 18 ss) y que el Papa Francisco ha proclamado para toda la Iglesia este año 2016.

No es fácil valorar los resultados de propuesta del Papa, conforme al Espíritu de Jesús, en un tiempo en que domina dentro de la jerarquía de la Iglesia el miedo y fuera de ella (en la economía y la política) el deseo de tener y dominar, olvidando los valores humanos.

Pues bien, en ese contexto quiero proponer los tres principios de la misericordia que son, a mi juicio, la gracia, la pobreza y la universalidad, conforme al tema del libro que escribí hace un año con J. A. Pagola (Las obras de misericordia, Verbo Divino):

a. La misericordia asume el primado de la gratuidad . Por encima de la ley está la gracia, por encima de todo deber está el don generoso de la vida: Que todos “sean”, ese es el principio de la misericordia.

b. La misericordia pone de relieve la mediación de los pobres, es decir, de los expulsados y oprimidos, de los incapaces de defenderse por sí mismos en este mundo de violencia y opresión. Sin destacar el derecho de los pobres (de las víctimas) no se puede hablar de la misericordia.

c. La misericordia tiene como fin la universalidad: Que todos puedan vivir, que haya espacio y camino para todos todos, en línea de globalización.. Para que todos puedan vivir es preciso insistir en la gracia de la vida, en la ayuda de los pobres, como seguiré indicando.

Éstos son pues “los principios” de la misericordia:
-El primado de la gracia
-La mediación de la pobres
-La meta de la uniersalidad humana

1. Principio, el primado de la gratuidad .
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La misericordia no puede imponerse por medios políticos o económicos, sino que debe ofrecerse y extenderse gratuitamente, por el gozo de dar y compartir.

El peligro de (casi) todas las revoluciones (francesa, soviética…) ha estado en la toma de poder, y en el intento de imponer por la fuerza sus principios. Pues bien, en contra de eso, la revolución que proponemos desde las religiones no se puede realizar tomando el poder, pues si lo hiciera dejaría de ser revolución “religiosa”, en el nivel del mundo de la vida, y se convertiría en un elemento más del mecanismo del sistema.

Kant suponía que la globalización puede alcanzarse por medios racionales y económicos, que en el fondo terminan imponiéndose de un modo sistémico. Pues bien, sin negar el valor de ese nivel, los cristianos afirman que la globalización (es decir, la unión de todos los hombres) es un don o, quizá mejor, una revelación de Dios y que sólo así, en forma de don (revelación gratuita) puede extenderse.

Aquí se sitúa, a mi juicio, la gran “mutación evangélica” (y la experiencia del budismo): En el descubrimiento del valor creador de la gratuidad, superando el deseo impositivo/posesivo que nos lleva a luchar mutuamente. La vida verdadera no avanza en una línea de ley y posesión, de lucha mutua y de toma de poder, sino de gratuidad y comunicación universal. Por largos siglos, los hombres han pesando que los bienes de la tierra deben conquistarse por la fuerza y que sólo se puede conseguir la paz con imposiciones (sacrificando de algún modo a los demás). Pues bien, la lógica de Jesús invierte esa ley de imposición sacrificial y las disputas por la propiedad: La realidad es don (regalo) y sólo como regalo puede tenerse y compartirse.

Mientras los bienes del mundo eran tierras o metales preciosos, máquinas o petróleo, podía utilizarse la lógica de la oposición o sacrificio: tengo que quitar a los demás lo que tienen para tenerlo yo mismo, y así ser poderoso. Pero en el nuevo mundo de los bienes “inmateriales”, donde lo que importa es la “creación de vida”, esa lógica de la oposición puede y debe superarse. Estamos entrando en una era económica o social muy diferente, en la que pierden su prioridad los antiguos tipos de propiedad privada (entendida como fuente de enfrentamientos), de manera que el “mercado” (que estaba en el centro de la propuesta de Kant) puede expresarse y desplegarse en forma de donación mutua, sin propiedad privada de tipo impositivo.

Pueden ya cumplirse las “leyes del mercado” que había propuesto Kant, pero no en forma de compraventa, sino de gratuidad. Sólo aquellos que crean y dan (que regalan lo que son y lo que hacen) podrán vivir en el futuro, abriendo un camino de concordia universal. Sólo en un segundo momento se podrán concretar las mediaciones sistémicas de ese don supremo que es la vida regalada y compartida.

2. Mediación mesiánica: los pobres.

Kant había propuesto una paz de fabricantes y comerciantes, de gente que utiliza los medios económicos para relacionarse y enriquecerse, y su propuesta (¡quizá mal entendida!) condujo a un mercado de ricos, de burgueses propietarios egoístas. Ésta era la paz de los que pueden, es decir, de los fuertes y grandes, una paz que acaba estando al servicio de capital, que se concreta en los intereses de los privilegiados que dirigen el mercado. En contra de eso, la paz de Jesús puede y debe elevarse a partir de los pobres, es decir, de aquellos que no buscan la “toma de la riqueza” (en paralelo con lo que antes he dicho sobre la “toma de poder”), sino que dan y comparten lo que tienen, desde la pobreza, es decir, desde la gratuidad compartida.

El mundo actual busca la globalización desde la riqueza, es decir, desde la propiedad de unos bienes, convertidos en principio de posesión. Pues bien, como vengo diciendo, los bienes materiales siguen siendo importantes, pero ellos sólo pueden ser mediadores de comunicación universal en la que medida en que se convierten en don regalado y compartido. Ésta no es la pobreza del no tener, sino la que se expresa allí donde los hombres y mujeres se elevan de nivel, de tal forma que son por lo que dan y comparten.

Ésta es la segunda nota de la misericordia: la mediación de los pobres.
Dentro de una sociedad injusta y dividida, la gracia de Dios (es decir, el movimiento de la vida) viene a expresarse de manera peculiar y más intensa a través de los margi¬nados del sistema, es decir, de aquellos que salen del sistema, pero no de una manera puramente negativa, sino como representantes y testigos de un nivel más alto de realidad, en el plano del mundo de la vida.

Ésta no es una afirmación general de tipo filosófico; no es un principio de razón social abstracta sino una categoría mesiánica que brota de la misma acción del Cristo que ha querido encarnarse entre los pobres, expresando en el plan de Dios e iniciando con ellos un camino salvador abierto a todos, en línea de gratuidad compartida, no de posesión egoísta de los bienes. En este nivel se sitúa el budismo, cuando renuncia al deseo de bienes, para expresar y realizar la vida en el plano de la compasión universal.

Éste no es un principio negativo, un “no tener” (bajar de nivel), sino un principio positivo, que se expresa como un ascenso de nivel: Se trata de descubrir y desarrollar unos bienes más altos, en línea de comunión, en el nivel del mundo de la vida. Sólo desde ese plano superior podrá expresarse la mediación económica del sistema, que no estará ya al servicio de Mamón (el Dios capitalista), sino de la humanidad concreta.

3. Meta: paz religiosa y comunicación personal.

Frente a la universalidad del mercado, que regula los intercambios comerciales partiendo de los intereses de los ricos, Jesús promueve la universalidad de la vida, que se expresa en la comunicación personal entre los hombres, partiendo de los pobres. Frente a la universalidad de un imperio que reúne a todos desde el poder más alto del «imperator» o general en jefe, vinculándoles en la lucha contra un enemigo común (chivo emisario), Jesús destaca la comunicación múltiple de todos con todos, desde abajo, en forma de redes de vida y afecto, de fe compartida. La universalidad de Jesús no se funda en una jerarquía que dirige y domina al conjunto desde arriba, sino en la comunicación directa, desde abajo, a partir de los más pobres, de los excluidos del sistema.

Allí donde la vida es gracia (un regalo) y partiendo de los pobres (excluidos del orden militar, económico o religioso) puede alcanzarse la verdadera universalidad, entendida como diálogo múltiple y enriquecimiento mutuo de personas y grupos (incluso de religiones). Nosotros queremos destacar aquí el universalismo cristiano, pero sabiendo que se trata de un universalismo humano que tiene una base biológica (hombres y mujeres somos una misma especie) y una estructura dialogal: formamos una comunidad múltiple de dialogantes que comparten un lenguaje vital y un mismo camino de pobreza, es decir, de gratuidad compartida.

Pues bien, según el evangelio cristiano, la unidad de todos los hombres sólo puede realizarse desde los expulsados de los grandes sistemas del mundo. Esta es la universalidad que parte los pobres; no se trata de construir sistemas religiosos o sociales, sino de que los hombres (empezando por los más pequeños: pobres, marginados, excluidos) puedan comunicarse, como Cristo, «piedra que los arquitectos desecharon y que ahora es cabeza de ángulo y principio de todo el edificio» (Mc 12, 10 par; cf. Sal 118, 22-23) .

En esa línea, los cristianos afirman que Cristo (el mesías expulsado y crucificado) es la piedra desechada y que con ella no se puede construir un edificio al estilo del templo judío (o de una nueva catedral cristiana), ni un nuevo imperio social o religioso como el que habían fundado por entonces los romanos. Jesús hizo algo mucho más concreto y profundo: abrió unos espacios de comunicación desde los más pobres, como un bazar multiforme, pero no al estilo capitalista moderno, para imponer el propio y conseguir riquezas a base de los otros, sino simplemente para compartir experiencias y vivir enriquecidos.

Su movimiento se compara al de un grupo de gentes que se van reuniendo para hablar y vivir, como en una plaza abierta (cf. Ap 22, 2), donde cada uno aporta lo que tiene y todos pueden comunicarse de un modo directo, sin intermediarios superiores, sin leyes jerárquicas, sin otra norma que el deseo de ofrecer cada uno lo que tiene y el respeto a las necesidades de los otros. Jesús no ha querido ofrecer en este campo una respuesta teórica, no ha construido otro templo, no ha querido otro imperio, sino que ha iniciado un camino de humanidad, de diálogo concreto y universal, como en un gran bazar donde parece que reina el desorden absoluto y, sin embargo, hay un orden e intercambio más hondo que en todos los programas impositivos, de tipo social o religioso .

La universalidad verdadera solo es posible donde los hombres se miran y encuentran (dialogan) de un modo directo, pues los temas de la vida no están hechos y resueltos de antemano (como en una gran catedral, de diseño unitario), sino que se van resolviendo a medida que los hombres se dan y reciben la vida, se encuentran y dialogan (cf. Mt 25, 31-46). Esta globalización del Dios de Cristo no se resuelve con más dinero, poder o imposición religiosa (con dinero y poder se hacen catedrales y ejércitos, como suponen los relatos de la tentaciones: Mt 4 y Lc 4), sino desde la experiencia de amor compartido. Tiene que acabar la dialéctica de oposición: el principio de la acción (triunfo del fuerte) y reacción (venganza del más débil).

También tiene que caer el sistema interpretado como dictadura de algunos (jerarcas antiguos o nuevos) y también una ley que se aparece como expresión del conjunto (gran templo) que se impone sobre los hombres concretos. Debemos añadir que nadie triunfa ni se impone, ni siquiera el todo, pues no existe un «todo» dominante por encima de los individuos (Dios no es todo, sino fuerza que actúa en cada uno de los hombres). Sobre el imperio de la ley (talión universal), Jesús ofrece el mesianismo de la gracia.

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Ética del perdón

Viernes, 25 de noviembre de 2016
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el-abrazo-1976-juan-genoves-custom2No hay perdón sin misericordia, ni misericordia sin perdón y que me perdone Nietzsche, porque para él todo esto de la misericordia y el perdón, léase compasión, le suena a debilidad y a algo enfermizo, hasta el punto de que la muerte de Dios sobrevino por un exceso de compasión, ahogándose en ella. Sin embargo, Jesús de Nazaret hizo de la misericordia y el perdón la coordenada central de su programa ético-religioso. El “ojo por ojo” de la sociedad judía lo cambia radicalmente por la misericordia samaritana y por el que hay que perdonar hasta setenta veces siete (Mt. 18,21). No es el perdón una palabra al uso, escribe el papa Francisco, más bien, es una palabra que “en algunos momentos parece evaporarse… y es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más”.

Ante el inminente final del “Año de la misericordia” propuesto por el papa Francisco me atrevo a una reflexión de un tema un tanto espinoso y desacostumbrado ya sea individual, ya sea colectiva y socialmente. El “ojo por ojo” o el “homo hominis lupus” (el ser humano es un lobo para el ser humano) y la venganza está adherido en el ADN de la persona y desde esta perspectiva podemos decir con JP. Sartre que el “infierno son los otros”. Pero el imperativo ético tanto de la religiosidad como del ser antropológico de Jesús de Nazaret debe ser un factor imprescindible en nuestro día a día, en nuestra contingencia de un ser-ahí y de un ser-con de la ontología heideggeriana. Desde el punto de vista antropológico y personal es imprescindible convivir con la misericordia y el perdón, tanto el demandar perdón como el otorgarlo en situaciones de daños, sufrimientos o perjuicios que hacemos o recibimos. No es fácil esta experiencia, pues, como decía Ortega y Gasset atendiendo a la raíz de esta palabra en alemán, implica pensar con los pies, es decir, estar bien anclado en tierra, pues “el perdón es un acto propio de personas que han llegado a una auténtica madurez, pero… que tiene sus raíces en ciertas experiencias tempranas de la vida”, afirma el psicólogo suizo J. Paige, y además “la experiencia del perdón fortalece la convicción de que no estamos de más, de que podemos ser algo, de que no simplemente somos tolerados”.

Desde esta perspectiva de la madurez humana la capacidad de perdonar y de recibir perdón, ese hacerse cargo de la ofensa o el sufrimiento infligido o recibido, debe ampliarse a nuestro camino existencial, individual y social. Nuestro ámbito social y político está escaso de perdón, y por ende de reconciliación, pues con demasiada frecuencia se actúa desde un querer imponer la propia verdad (habría que recordar el verso machadiano: “¿Tu verdad? No, la verdad y ven conmigo a buscarla”) y hasta la propia justicia, y así del adversario político o grupal se pasa al enemigo en toda regla, al ojo por ojo, y aquí el perdón y la reconciliación se convierten en la enfermiza debilidad nietzscheana. La política española, al menos de ahora, está falta de alguna dosis de perdón y de reconciliación; la convivencia social necesita un buen tratamiento vitamínico a base de perdón. Otro tanto habría que señalar en instituciones eclesiales, donde la ausencia de misericordia y de perdón es manifiestamente llamativa al referirse, sobre todo, a homosexuales, lesbianas o a la ideología de género, que se ha comparado con el nazismo, el marxismo o el ISIS yihadista. En estos días el arzobispo de Oviedo, con motivo de la beatificación de cuatro “mártires asturianos” de la guerra civil, ha arremetido despiadadamente contra la ley de Memoria histórica, un intento legal de perdón y de reconciliación; hubiera sido más acorde con ese acto entonar un mea culpa, entre otras cosas, por las implicaciones de la jerarquía católica en el golpe de Estado del general Franco, que tanto sufrimiento causó a la sociedad española, y en el apoyo incondicional a la posterior dictadura franquista.

Habría que decir que el perdón es un factor muy saludable tanto en el ámbito personal como social. Suma más que resta. El perdón hace que se recomponga el hilo umbilical por cualquier desavenencia con el otro; no hay que olvidar que, conforme a la definición aristotélica, el ser humano es un ser relacional. Y es saludable y positivo por varias razones:

Genera diálogo, es decir, cuando la palabra va fluida del uno al otro y del otro al uno sin recovecos, como una “razón con entrañas” en expresión de María Zambrano, se allana fácilmente el terreno y se facilita el encuentro, la reconciliación. El diálogo potencia la cultura del corazón, que habla desde la igualdad, desde la simetría, y no desde el fanatismo del que está convencido sin fisuras de su verdad y de sus posiciones estancas. El perdón rompe con esa estructura de incomunicación.

Hace posible la reconciliación, una vez establecido el diálogo, que no es otra cosa que, según la etimología, volver a la asamblea, a la reunión, al encuentro con el otro. Al aceptar ese encuentro se establece una relación de projimidad, como señala P. Laín Entralgo, de reconocimiento mutuo entre el yo y el otro. El abrazo viene a ser la puesta en escena del perdón. Nelson Mandela se quejaba de que su gente le tachase de cobarde por tender la mano a sus verdugos, y llevó hasta el final su reconciliación sentando a su carcelero blanco en la tribuna de honor en su investidura como presidente de Sudáfrica.

Restablece o inicia la amistad, un valor muy estimable, hasta el punto de que “sin amigos nadie querría vivir, aun cuando tuviera todos los otros bienes”, escribe Aristóteles en Ética a Nicómaco. A partir del perdón se recupera la empatía perdida, si es alguien cercano; y si es lejano, se acortan las distancias, se hace prójimo a nuestra realidad histórica. Se comparte así un nuevo caminar juntos, donde yo me hago responsable del otro y el otro se responsabiliza de mí. La amistad hace posible la solidaridad humana ante el sufrimiento tan variado como injusto.

Refuerza la “Si Dios se detuviera en la justicia, escribe el papa Francisco en la Misericordiae vultus, dejaría de ser Dios, sería como todos los hombres que invocan respeto por la ley. La justicia por sí misma no basta, y la experiencia enseña que apelando solamente a ella se corre el riesgo de destruirla”. No es fácil para las víctimas, directas o indirectas, escoger entre justicia y perdón, o perdonar cuando uno no es la víctima directa. Es lo que plantea Dostoievski en Los hermanos Karamázov en el intenso diálogo entre los hermanos Iván y Aliosha. Iván no puede entender que el “sufrimiento de los niños” sea un factor necesario en la creación divina y que tengan que “contribuir con sus sufrimientos al logro de la armonía”. Por eso Iván remata su densa y larga exposición: “¡No quiero, en fin, que la madre abrace al verdugo que ha hecho despedazar a su hijo por los perros! ¡Que no se atreva a perdonarle! Si quiere, que perdone al torturador su infinito dolor de madre; pero no tiene ningún derecho a perdonar los sufrimientos de su hijo despedazado”. A mi modo de ver el perdón refuerza la justicia, porque el verdugo, aquí en un sentido amplio, al ser perdonado reconoce el sufrimiento causado y acepta plenamente que se haga justicia. A este respecto hay que resaltar el increíble testimonio de algunas víctimas directas o indirectas de ETA y de los GAL que han perdonado a sus verdugos y éstos se hacen cargo del dolor causado. Todo esto sin esperar, como en el diálogo de los hermanos Karamázov, a que “cuando cielo y tierra se unan en un solo grito”, la madre, el niño y el verdugo “que ha hecho despedazar a su hijo por los perros” proclamen los tres con lágrimas en los ojos: “Tienes razón, Señor”. En definitiva, “si Dios se detuviera en la justicia, dejaría de ser Dios”, otro tanto ocurriría en el ser humano, que dejaría de serlo, si no perdona. De nuevo Aristóteles viene en nuestra ayuda: “Cuando los seres humanos son amigos, ninguna necesidad hay de justicia; pero, incluso siendo justos, necesitan de la amistad, y parece que los justos son los más capaces de amistad”; amistad que tiene su manantial en el perdón.

Recompone y afianza la paz. Una paz que se hace trizas por la ofensa dada o recibida. El poeta bíblico nos dice que la “justicia y la paz se besan” (Sam 84,11); si la justicia se refuerza por el perdón, otro tanto ocurre con la paz, esa “brisa malva/de armonía/; un astro luminoso/ para la senda de la esperanza/; un pan compartido/ sin hambre/… una exigencia existencial/ de la finitud y de la contingencia/” (Palabras para este tiempo).Todo ello es posible porque el perdón genera diálogo y amistad y contribuye a que las relaciones humanas sean justas, igualitarias, el verdadero humus de la paz. Aliosha inquiere a su hermano Iván: “Me has preguntado hace un momento: ¿existe en todo el mundo un ser que pueda perdonar y tenga derecho a hacerlo? Pues bien, ese ser existe, y puede perdonarlo todo, puede perdonarlo todo a todos y por todo, porque Él mismo ha dado su sangre inocente por todos y por todo”. Jesús de Nazaret ha señalado el camino y ha dado ejemplo claro y meridiano y, por eso, hizo de la misericordia y el perdón la coordenada central de su programa ético-religioso, donde los que luchan por la paz, han sido misericordioso y han perdonado, son bienaventurados, dichosos, han encontrado la felicidad.

El perdón es, en definitiva, “una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza” (Misericordiae vultus).

Antonio Gil de Zúñiga

Atrio

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“El año de Lutero”, por José Arregi

Miércoles, 23 de noviembre de 2016
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25348153509_558225611a_nLeído en su blog:

Hemos inaugurado el año de Martín Lutero, el mejor teólogo cristiano según nos enseñaba el profesor Daniel Olivier, sacerdote católico, en el Instituto Católico de París de los años ochenta. El 31 de octubre del 2017 se cumplirán 500 años desde aquel día en que Martín Lutero, rica personalidad, profundo creyente, brillante profesor, genial escritor, clavó en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg las 95 tesis contra la venta de indulgencias, puesta en marcha por el papa León X por toda Europa para la construcción de la fastuosa Basílica de San Pedro del Vaticano.

Puede que el episodio sea legendario, pero es seguro que Lutero redactó las 95 tesis y las envió al papa y a muchos teólogos, a fin de promover un debate libre. El papa León X afirmó que aquello lo había escrito “un borracho alemán” y que cuando se le pasara la borrachera “cambiaría de opinión”. Pero Lutero estaba muy sobrio y lúcido, y no cambió de opinión. El papa le amenazó con la excomunión a menos que se retractara. Lutero, por fidelidad al evangelio de Jesús y a la propia conciencia, no se retractó.

Por entonces, el clamor por la reforma, clamor del Espíritu, era general en la Iglesia de Europa. Y la mente y el corazón de un hombre extraordinario supieron percibirlo y formularlo para un tiempo nuevo que estaba naciendo, irresistible como el Aliento de la vida. Lutero no estaba solo. Con él estuvieron, al menos al principio, casi todos los espíritus más iluminados y abiertos: Erasmo, Moro, Valdés, Vives… Pero la jerarquía romana hizo lo peor que cabía: puso en marcha una Contrarreforma contra todo lo nuevo: una Contrarreforma de la que el Vaticano no se ha librado aún.

Los unos y los otros se aliaron con el poder, y Europa se enzarzó en lo peor de la religión, la guerra en su nombre, a favor o en contra de unos dogmas y unas instituciones que ya entonces carecían de sentido. Mucho más hoy. Todos los dogmas e instituciones religiosas son constructos humanos ligados a una cosmovisión, dependientes de una cultura, inseparables de un lenguaje. Son contingentes y pasajeros en su forma. Han de transformarse profundamente para que ayuden a la vida y no se conviertan en bandera de poderes religiosos y políticos, religiosos y políticos.

¿A quién le importan ya las indulgencias, ese perdón divino de un tiempo de pena que habría de sufrir el pecador en el purgatorio para expiar el “reato” o resto de la culpa que quedaría aun después de que la culpa hubiera sido perdonada por la confesión de los pecados ante un sacerdote? ¿A quién le interesa si los sacramentos son siete o son dos, como enseñó Lutero, y si la presencia de Cristo en la Eucaristía es real por la transustanciación o por el recuerdo vivo de la comunidad reunida en su nombre? ¿A quién le preocupa si María, la madre de Jesús, y los santos han de ser o no objeto de culto, y si Dios se revela únicamente en la Biblia o también en la Tradición, si Jesús instituyó o no a Pedro como papa y si quiso que tuviera sucesores (!), y cuál de las Iglesias es la auténtica heredera del “depósito” de la fe y de la “sucesión apostólica” y puede arrogarse por lo tanto la pretensión de ser la única “Iglesia verdadera”?

Son discusiones trasnochadas. Llevamos 500 años de retraso. No, mucho más: llevamos 2000 años de retraso, desde las Bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. O, mejor aun: 2500 años de retraso, desde Pitágoras y Heráclito, desde las profecías de Isaías y de Jeremías sobre la religión de la misericordia y de la liberación, desde la reforma ética y mesiánica de Zoroastro, desde las enseñanzas de Buda y Mahavira, reformadores del hinduismo más allá del teísmo, desde la sabiduría política de Confucio y mística de Laotsé, más allá de la palabra y de las formas religiosas.

Está bien celebrar el año de Lutero, y que Roma reconozca por fin, como ha sugerido el papa Francisco en su visita a Suecia, que Lutero fue profeta evangélico de un nuevo tiempo. Y es hora de que las diversas iglesias se reconozcan las unas a las otras en su diversidad. Ello bastaría para resolver nuestras vanas pendencias confesionales. Bastaría aceptar todas las diferencias existentes para resolver el problema ecuménico.

Pero no bastaría con eso. El gran reto para católicos y protestantes es reinventar a fondo sus iglesias –instituciones, doctrinas, lenguajes– para acoger y ofrecer aliento liberador a la Tierra y a los pobres de hoy.

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“El Cristo cósmico, una espiritualidad del Universo”, por Leonardo Boff

Lunes, 10 de octubre de 2016
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4509652_nUna de las búsquedas más persistentes entre los científicos que vienen generalmente de las ciencias de la Tierra y de la vida es la de la unidad del Todo. Dicen: «debemos identificar la fórmula que explica todo y así captaremos la mente de Dios». Esta búsqueda tiene como nombre “la Teoría de la Gran Unificación” o “la Teoría Cuántica de los Campos”, o por el pomposo nombre de “La Teoría de Todo”. Por más esfuerzos que hayan hecho todos acaban frustrándose o como el gran matemático Stephen Hawking, abandonando, por imposible, esta pretensión. El universo es por demás complejo para ser aprehendido por una única fórmula.

Sin embargo, investigando sobre las partículas subatómicas, más de cien, y las energías primordiales, se ha llegado a percibir que todas ellas remiten al llamado «vacío cuántico» que de vacío no tiene nada porque es la plenitud de todas las potencialidades. De ese Fondo sin fondo han surgido todos los seres y todo el universo. Se representa como un vasto océano, sin márgenes, de energía y de virtualidades. Otros lo llaman “Fuente Originaria de los Seres” o el “Abismo alimentador de Todo”.

Curiosamente, uno de los mayores cosmólogos, Brian Swimme, lo denomina lo Inefable y lo Misterioso (The Hidden Heart of the Cosmos, 1996). Pues bien, estas son características que las religiones atribuyen a la Realidad Última, que es llamada con mil nombres, Tao, Yavé, Alá, Olorum, Dios. El Vacío grávido de Energía si no es Dios (Dios es siempre mayor) es su mejor metáfora y representación.

Lo fundamental no es la materia sino ese vacío grávido. Ella es una de las emergencias de esta Fuente Originaria. Thomas Berry, el gran ecólogo/cosmólogo norteamericano, escribió: «Necesitamos sentir que nos carga la misma energía que hizo surgir la Tierra, las estrellas y las galaxias. Esa misma energía hizo surgir todas las formas de vida y la conciencia refleja de los humanos. Ella es la que inspira a los poetas, los pensadores y los artistas de todos los tiempos. Estamos inmersos en un océano de energía que va más allá de nuestra comprensión. Pero esa energía en última instancia nos pertenece, no por la dominación sino por la invocación» (The Great Work, 1999, 175), es decir, abriéndonos a ella.

Si es así, todo lo que existe es una emergencia de esta energía fontal: las culturas, las religiones, el propio cristianismo e incluso las figuras como Jesús, Moisés, Buda y cada uno de nosotros. Todo venía siendo gestado dentro del proceso cosmogénico en la medida en que surgían órdenes más complejos, cada vez más interiorizados e interconectados con todos los seres. Cuando se da determinado nivel de acumulación de esa energía de fondo, entonces ocurre la emergencia de los hechos históricos y de cada persona singular.

Quien vio esta gestación de Cristo en el cosmos fue el paleontólogo y místico Teilhard de Chardin (+1955), aquel que reconcilió la fe cristiana con la idea de la evolución ampliada y con la nueva cosmología. El distingue lo «crístico» de lo «cristiano». Lo crístico se presenta como un dato objetivo dentro del proceso de la evolución. Sería aquel eslabón que une todo con todo. Porque estaba dentro de ella pudo irrumpir un día en la historia en la figura de Jesús de Nazaret, aquel por quien todas las cosas tienen su existencia y consistencia, en el decir de San Pablo.

Por eso, cuando lo crístico es reconocido subjetivamente y se transforma en contenido de la conciencia de un grupo, se transforma en «cristiano». Entonces surge el cristianismo histórico, fundado en Jesús, el Cristo, encarnación de lo crístico. De aquí se deriva que sus raíces últimas no se encuentran en la Palestina del siglo primero, sino dentro del proceso de la evolución cósmica.

San Agustín escribiendo a un filósofo pagano (Epistola 102) intuyó esta verdad: «La que ahora recibe el nombre de religión cristiana existía anteriormente y no estuvo ausente en el origen del género humano, hasta que Cristo vino en la carne; fue entonces cuando la verdadera religión que ya existía, empezó a ser llamada cristiana».

En el budismo se hace un razonamiento parecido. Existe la budeidad (la capacidad de iluminación) que venía forjándose a lo largo del proceso evolutivo hasta que irrumpió en Sidarta Gautama que se volvió Buda. Este solo pudo manifestarse en la persona de Gautama porque la budeidad estaba antes en el proceso evolutivo. Entonces se volvió Buda como Jesús se volvió Cristo.

Cuando esta comprensión es interiorizada hasta el punto de transformar nuestra percepción de las cosas, de la naturaleza, de la Tierra y del universo, entonces se abre el camino a una experiencia espiritual cósmica, de comunión con todo y con todos. Realizamos por esta vía espiritual lo que los científicos buscaban por la vía de la ciencia: un eslabón que unifica todo y lo atrae hacia delante.

Leonardo Boff es articulista del JB online y escribió El Evangelio del Cristo cósmico, 2010.

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“Corrupción”: relación entre el poder y el lucro, por José María Castillo

Martes, 19 de julio de 2016
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27998137491_d5c6e3aa18_nDe su blog Teología sin Censura:

Ya he dicho, en este blog, que el espinoso asunto de la “corrupción” es un problema no solamente político, sino además religioso. Ahora doy un paso más. Y digo que la “corrupción” es el ataque más directo y más grave que podemos hacer al sistema político, económico, social, cultural y religioso en que vivimos. Quiero decir, por lo tanto, que si no se controla y se suprime el virus de la “corrupción”, ese virus acabará liquidando el sistema de sociedad, de convivencia y de creencias en el que vivimos. O sea, si este problema no se ataja de raíz, lo más probable es que la sociedad en que vivimos no tendrá futuro. Y conste que no sería la primera vez que esto ocurre. Ya tendríamos que haber aprendido, de los antiguos imperios, que se hundieron precisamente cuando menos lo esperaban sus tranquilos ciudadanos, los “corruptos” de entonces.

Me explico. El conocido historiador irlandés (profesor en Oxford) Peter Heather, en su voluminoso estudio sobre “La caída del Imperio Romano”, nos informa de que, en el siglo IV, no se percibía ningún signo de que aquel imperio estaba “a punto de derrumbarse”. Y, sin embargo, el derrumbe, cuando nadie lo esperaba, no tardó en producirse. Por supuesto, y como es sabido, los ejecutores del derrumbe fueron los “bárbaros”, que vinieron de fuera del imperio. Pero la verdadera causa de aquel derrumbe estuvo dentro, en el imperio mismo, cuando en aquel imperio de siglos se traspasaron con creces “los límites de la gobernanza”.

Sencillamente, se produjo lo que se ha denominado “la corrupción del sistema romano”. Que no fue otra cosa que el destrozo de la relación normal (y honesta) entre el poder y el lucro. Quienes eran designados para ocupar cargos de poder, utilizaban aquel poder, no para servir al imperio y sus ciudadanos, sino para robar a la gente indefensa. Esto ocurrió cuando el nepotismo resultó ser un componente del sistema. La cosa era tan simple como destructiva. Por lo general “el nombramiento para un cargo se aceptaba como una oportunidad para hacer el agosto, y se daba poco menos que por descontado que se produciría un moderado grado de malversación” (P. Heather). Lo cual, dicho de forma más clara y contundente, significa que, si para algo se inventó el Derecho romano fue para defender y asegurar la propiedad, al tiempo que, si para algo se ejercía el poder y los cargos públicos, era para robar esa propiedad a quienes les correspondía.

Como es lógico, en un imperio en el que se había instalado semejante contradicción, tal imperio se veía minado en sus cimientos y en sus raíces. Y así fue. Es verdad que hubo emperadores, como fue el caso de Valentiniano (364-375), que tomaron enérgicas medidas contra la “corrupción”, pero ni siquiera Valentiniano trató de cambiar el sistema. Porque lo decisivo no era castigar determinados casos de corrupción, sino atajar la raíz de tales comportamientos en todo cuanto se movía utilizando el poder y sus privilegios, no para servir a los ciudadanos, sino para robar a tales ciudadanos. Pero eso no se podía evitar desde el momento en que los cargos públicos en aquella sociedad no eran ocupados por las personas más competentes y honestas, sino por quienes gozaban de la desmedida preferencia que el emperador (y sus más allegados) daban a sus parientes, amigos o personas del propio partido, que eso – ni más ni menos – viene a ser el nepotismo. Pero, es claro, un sistema que funciona así, termina por destrozar sus propios cimientos. En el caso del antiguo Imperio, porque allí ya no mandaban los más competentes, sino los más ladrones. Allí, ya no funcionaba la correcta relación “poder – derecho”, sino la incorrecta relación “poder – lucro”. Y de sobra sabemos que, tal como funciona la condición humana, cuando el poder se emplea a fondo, no para defender el derecho de todos, sino el lucro de algunos, no ya los defraudados, sino el sistema entero se destroza a sí mismo.

¿Es esto lo que tenemos ahora entre nosotros y con nosotros? Mucho me temo que efectivamente es así. No ya sólo por lo que ha ocurrido en los últimos años y en las últimas elecciones generales. La cosa viene desde mucho antes. No sabría fijar desde cuándo. En cualquier caso, es evidente que llevamos ya varias décadas en las que hemos ido viendo y viviendo cómo hemos pasado del hambre a la opulencia. Pero este cambio, tan deslumbrante (a primera vista), se ha hecho y se mantiene a base de ocultar y camuflar una realidad de la que nos tienen que dar cuenta y explicación todos los que, desde el poder, han gestionado con más eficacia el “lucro” de ellos mismos que la “igualdad y la dignidad” de todos. Y si esto ha sucedido así, es porque los cargos públicos han sido ocupados, no por los más honestos y competentes, los que se habían currado el cargo en unas pruebas exigentes y en unas oposiciones, sino por los más allegados y amiguetes de quien ha gestionado el poder mayor, sea cual sea su nombre o su color. En una sociedad gestionada así, se hace trizas la relación “poder – lucro”. Con esto quiero decir que el problema capital, que tenemos que afrontar en nuestro país en este momento, no está en acertar si debe mandar la derecha, el centro o la izquierda, si lo mejor es que nos gobierne este partido político o el otro. Eso es importante, por supuesto. Pero hay algo previo, que es lo que más urge resolver. Reducir al máximo posible la designación “a dedo” de cargos públicos. Solamente así podremos estar seguros de que quienes nos gobiernan ejercerán el poder, no para enriquecerse, sino para gestionar una sociedad más igualitaria, más humana y más justa.

Y todavía – si se me permite -, una observación. Cuando escribo algo, no puedo olvidar que he dedicado, y sigo dedicando, mi vida a la religión, a la Iglesia, a la teología. Por eso, no puedo dejar de preguntarme: ¿qué papel ha desempeñado en todo este asunto la Iglesia? No quiero despachar esta pregunta tan grave lanzando las diatribas de siempre contra el clero y sus representantes. El problema es mucho más complicado. Si la Iglesia tiene alguna razón de ser, es porque prolonga en el tiempo y hace presente en cada lugar el Evangelio, la forma de vivir y las convicciones que nos dejó aquel modesto galileo, que fue Jesús de Nazaret. Pues bien, si la Iglesia es eso y para eso, la pregunta que hay que hacerse (me parece a mí) es ésta: ¿Qué presencia ha tenido y tiene en España el Evangelio de Jesús? Si lo de Jesús significa algo para nosotros, es evidente que el Evangelio fue sumamente crítico con el uso que se hace del poder y del dinero. Pero de sobra sabemos que la Iglesia, en España, ha dado muestras, en demasiadas situaciones, de vivir más interesada en asegurar su dinero y su poder, que en identificar sus intereses con los intereses de los que carecen de poder y de dinero. La consecuencia ha sido que muchos ciudadanos de este país ven en la Iglesia religión y poder. Pero, ¿ven Evangelio? ¿sienten a Jesús presente entre nosotros? El día que esta pregunta tenga respuesta, ese día empezaremos seguramente a ver muchas cosas de otra manera.

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Artesanos de la Paz

Viernes, 8 de julio de 2016
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Cooperativa-manos-01La persona que no está en paz consigo mismo, será una persona en guerra con el mundo entero
(Gandhi)

3 de julio, domingo XIV del TO

Lc 10, 1-12. 17-20

“Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa.  Si hay allí gente de paz, descansará sobre ella vuestra paz

El profeta Isaías habla de la paz que alberga Jerusaléncomo anticipo de la  paz que será derramada por todo el mundo: “Porque así dice el Señor: Yo haré correr hacia ella, como un río, la paz; como un torrente en crecida las corrientes de las naciones”  (Is 66, 12). Nos la presenta como una Ciudad Santa renacida y, como tal, mostrada al mundo entero.

“Los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puentes”, dijo Newton. Un soñador cuya propuesta era el derrumbe de fortalezas enclaustradas –espirituales o no- y la apertura y el respeto a quienes piensan, hacen o son de otra manera. El poeta mejicano Amado Nervo cantó en dramáticas palabras las consecuencias de su incumplimiento: “Hay algo tan necesario como el pan, y es la paz de cada día. La paz sin la cual el pan es amargo”.

Necesidad que ha sido  clamor y anhelo de cada ser y de la Humanidad entera. Aunque Jesús con motivo de radicalizar el seguimiento, dice en Mt 4, 34 que “No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz sino espada”, el vocablo paz se convierte en leitmotiv del NT. Un breve pero sugestivo recorrido por el mismo lo evidencia. Se anuncia en la tierra a los hombres que la aman (Lc 2, 14); dice que hay que merecerla (Mt 10, 13); se canta en la entrada en Jerusalén (Lc 19, 38); es saludo del resucitado (Lc 24, 36); y dicha para los que trabajan por ella (Mt 5, 9); incluye la paz con Dios (Rom 5, 1); es don del Espíritu (Rom 8, 6 y Gál 5, 22); Jesús nos la trae a cada uno de nosotros, a la Iglesia, a los lejanos y a los cercanos (Ef 2, 14-17); y hay que buscarla con todos, pues sin ella nadie puede ver a Dios (Heb 12, 14).

Los apóstoles son misioneros del Reino y portadores de paz. El resultado de su apostólica labor y de la nuestra, la canta el Salmista en estos versos:

“Coronas el año con tus bienes
y tus carriles rezuman abundancia;
rezuman los pastos del páramo,
y las colinas se orlan de alegría”.

(Sal 65, 12-13)

El AT no anda parco en la significación del término. Como expone Schökel en su vocabulario de notas temáticas en su Biblia de nuestro pueblo, Paz es un concepto que pertenece al orden familiar, social, político y religioso. No solo dice ausencia de guerra, sino que incluye de algún modo la prosperidad, plenitud, bendición de Dios. Hay una paz cósmica (Os 2, 20 y una paz histórica (Lev 26, 6); el reino mesiánico será reino de paz (Is 9, 5), sin guerras (Is 2, 2-14), por acción del Mesías (Miq 5, 1-3). Hay una paz falsa que es la injusticia establecida (Jer 6, 14); porque la verdadera paz está ligada a la justicia (Sal 85, 11; 72, 3)

Una artesanía de primera división que corresponde jugar a todos los seres y países, que jugarán desde la paz consigo mismos. Al terminar habrá trofeos para todos. En los estadios no habrá gradas ni banquillo, sólo campo de juego. Mahatma Gandhi dijo: La persona que no está en paz consigo mismo, será una persona en guerra con el mundo entero.

El primero en saltar al campo y vestir camiseta de todos los colores fue Shiva, que piensa en cada hombre y ama a todos los seres como si fueran ángeles. Un metafórico y poético aforismo hindú nos lo confirma: “Dios duerme en las piedras, respira en las plantas, sueña en los animales y despierta en el hombre”.

TEXTO DE SABIDURÍA DEL UPANISHAD

Shiva habita en el Santuario de todos los seres.
Piensa en cada hombre
y ama cada ángel.
Por eso saben tratar
a cada piedra
como si fuera planta.
A cada planta
como si fuera un animal.
A cada animal
como si fuera un hombre
Y a cada hombre
como si fuera un ángel.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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El Misterio y la Misericordia

Jueves, 7 de julio de 2016
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miseriCreo en el Misterio de la Vida que me hizo nacer del abrazo amoroso; que me sustenta, me envuelve y me ayuda a respirar de otra manera; que me invita a ser más que a poseer; que es mi tierra fértil, mi latido y mi esperanza. Que me urge a la felicidad y la alegría, a celebrar cada día el gozo de estar vivo.

Creo que el Misterio se revela a los sencillos y se oculta a los poderosos y a quienes se creen saberlo todo. Habita en el hondón personal de cada mujer y cada hombre; en los árboles, los animales, los ríos y las montañas; en las estrellas, los agujeros negros, las galaxias…, el universo que nos asombra y fascina.

Creo que el Misterio es un eco y una llamada. El eco que resuena siempre en nuestro ser más íntimo, el eco que nos hizo abrir los ojos a la luz. La llamada a crecer en relación, sintiéndonos una fracción del Todo del que formamos parte y, a la vez, siendo también el Todo consciente, que camina, sufre y ama.

Creo que el Misterio queda mancillado y encubierto tras el lamento del dolor y la soledad, las lágrimas del sufrimiento, la sinrazón del odio, la indiferencia ante el hambre y la guerra. Y se manifiesta y visibiliza en la armonía, la belleza, la ternura, la solidaridad; en las sendas que sembramos con semillas de sensibilidad, justicia y misericordia.

Por eso creo en la Misericordia, que es la epifanía del Misterio. Que sana las heridas por nuestras manos, que acaricia con la mirada a quien se siente frustrado, que clama con nuestros gritos ante la exclusión, que acoge al refugiado, a la mujer maltratada, a pesar del miedo y la indiferencia general. Que es puro don gratuito.

Creo en la Misericordia, que se encarnó en la persona de Jesús de Nazaret y a la que llamó Abbá, Papá, Mamá: es el Hijo que nos invita a confiar como hijos y nos muestra el camino de la felicidad y la solidaridad; el Sanador que nos mueve a curar tantas heridas; el Hermano que nos convoca a vivir como hermanos en comunidad, abiertos a toda la humanidad y en profunda comunión con toda la creación.

Creo en la Misericordia, que es atención, paz e impulso, para poder escuchar y dar nuestro apoyo a las alternativas que surgen cada día, y así seguir construyendo ese otro mundo más justo, pacífico y fraterno, que está latiendo en nuestros corazones, que ya está aconteciendo en tantos proyectos a lo largo y ancho del planeta, por mínimos que parezcan.

Creo en la Misericordia, que anida en nuestro interior como un fuego, un desasosiego, un empeño. Que hay que alimentar para que no se apaguen sus brasas. Que hay que cuidar, para que siga siendo nuestra segunda piel y nuestro bálsamo para los demás. Felices quienes se muestran siempre misericordiosos porque, solo así, se sentirán afortunados y satisfechos del sentido que han dado a su vida.

Miguel Ángel Mesa Bouzas

Fuente Religión Digital

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“La Iglesia: de la lucha contra el sufrimiento de los pobres y excluidos, al establecimiento y potenciación de la propia autoridad”, por José Mª Castillo

Viernes, 1 de julio de 2016
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apostasiaDe su blog Teología sin censura:

Se suele decir (y es verdad) que la Religión Cristiana tiene su origen en Jesús de Nazaret. Como también suele decir (y también es verdad) que la Iglesia tuvo sus comienzos en la vida y las enseñanzas de Jesús. Pero tan cierto, como lo que acabo de decir, es que ni Jesús fundó (o instituyó) una Religión, ni fundó (o instituyó) una Iglesia. ¿Cómo iba a fundar una religión un hombre que provocó un conflicto mortal con los dirigentes de la religión, con el templo, con los sacerdotes, los rituales y normas que la religión imponía a la gente, de forma que todo aquello terminó en la condena de Jesús como un delincuente subversivo? Y por lo que se refiere a la Iglesia, ni siquiera el concilio Vaticano II se atrevió a decir que Jesús fue su “fundador”, sino que se limitó a indicar que la Iglesia tuvo su origen en la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios (LG 5, 1). Por supuesto, san Pablo les puso el nombre de “iglesias” a las “asambleas” que él fue organizando en sus viajes apostólicos. Pero sabemos que Pablo fue un judío de cultura griega, en la que el término “ekklesía” designaba la asamblea de los ciudadanos libres, que se reunían para votar democráticamente las decisiones importantes.

Entonces, ¿qué es lo que nos dejó Jesús a quienes creemos en él y, por tanto, pensamos que su legado es importante, incluso determinante y hasta decisivo? Leyendo y analizando a fondo los evangelios, lo que en ellos queda patente es que Jesús fue un profeta, que trasmitió a su posteridad un proyecto de vida, una forma de estar y de actuar en este mundo. Un proyecto de vida que se lleva a la práctica a partir de lo que fueron las tres preocupaciones fundamentales que vivió el propio Jesús: 1) La salud (relatos de “curaciones de enfermos”). 2) La alimentación (relatos de “comensalía”, la mesa compartida). 3) Las relaciones humanas (enseñanzas sobre la “felicidad, misericordia, justicia, perdón, amor…). Este “proyecto de vida”, en el lenguaje y en la teología del Evangelio, se resume y se condensa en el “seguimiento” de Jesús. De forma que la cristología se constituye primordialmente, no desde determinados dogmas y saberes, sino a partir del seguimiento de Jesús.

Pues bien, si lo que acabo de indicar fue constitutivo y determinante en los orígenes del cristianismo, en seguida se comprende – y se comprende sin dificultad – cómo y por qué la Iglesia encontró acogida en la Antigüedad o, por el contrario, cómo y por qué la Iglesia encuentra indiferencia y hasta rechazo en la Modernidad.

Quiero decir que, en los primeros siglos de su historia, cuando la Iglesia se fue organizando y se hizo presente en la sociedad de forma que lo central y determinante de su vida fue la lucha contra el sufrimiento y la acogida de toda clase de gentes marginadas, excluidas y despreciadas, fue entonces cuando la Iglesia se expandió por todo el Imperio, hasta llegar a ser la institución central y más valorada en aquellos tiempos. Como bien ha explicado el profesor E. R. Dodds, cuando el Imperio vivió una auténtica “época de angustia” (desde mediados del s. II hasta el s. IV), “la Iglesia ofrecía todo lo necesario para constituir una especie de seguridad social: cuidaba de huérfanos y viudas, atendía a los ancianos, a los incapacitados y a los que carecían de medios de vida…”. Y añade el mismo Dodds: “Debieron ser muchos los que se sintieron desamparados: los bárbaros urbanizados, los campesinos llegados a las ciudades en busca de trabajo, los soldados licenciados, los rentistas arruinados por la inflación y los esclavos manumitidos. Para todas estas gentes, el entrar a formar parte de la comunidad cristiana debía de ser el único medio de conservar el respeto hacia sí mismos y dar a la propia vida algún sentido. Dentro de la comunidad se experimentaba el calor humano y se tenía la prueba de que alguien se interesa por nosotros, en este mundo y en el otro”.

Con el paso de los tiempos, el centro de las preocupaciones de la Iglesia se fue desplazando: de la lucha contra el sufrimiento de los pobres y excluidos, al establecimiento y potenciación de la propia autoridad. Lo que desembocó en el desplazamiento del Evangelio de Jesús a la religión de los sacerdotes. Lo central en la Iglesia dejó de ser el “seguimiento” evangélico. Y lo fue, desde entonces, el “poder” eclesiástico, que antepone – en la práctica – la sumisión de los fieles a la solidaridad con los pobres, marginados y excluidos.

Así las cosas, mientras la religión fue un componente central de la cultura y la sociedad, la Iglesia se vio a sí misma como fiel a la misión que tenía que cumplir en este mundo. Hasta que, en el s. XVIII, la Ilustración puso en evidencia las contradicciones que la Modernidad encuentra en el hecho religioso. Contradicciones que, en los siglos XIX y XX, han tomado fuerza y presencia en la mentalidad de los ciudadanos de la moderna “cultura secular”. Lo que nos ha traído a la desconcertante situación que estamos viviendo. Si nos empeñamos en seguir intentando armonizar – y hasta identificar – “religión” y “Evangelio”, ni la mayoría de los ciudadanos pone en práctica la religión, ni la gente religiosa acaba de entender el Evangelio viviendo el seguimiento de Jesús. Como es lógico e inevitable, en estas condiciones, el presente y el futuro de la Iglesia se nos hace cada día más problemático. ¿Seguiremos afincados en nuestra tradicional religiosidad o nos decidiremos por la fidelidad definitiva al seguimiento de Jesús?

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Orar – desear

Miércoles, 1 de junio de 2016
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ensenanos-a-orar¿Quieres no dejar de orar? No dejes nunca de desear…

Y así, hazte hueco de deseo para que Dios se cuele, el Abba de Jesús. Un hueco infinito, no un espacio único para ti solo. Repite “Abba”, Padre, nuestro.

Jesús nos enseña a orar. No sabía hacer nada el Maestro sin ese tiempo de oración, y así nos lo encontramos muchas veces en los evangelios, orando, invitando y enseñando a orar. Quedaba patente su libertad y tenía claro de dónde le brotaba la fuente, cuál era el origen de lo que vivía y por eso necesitaba alimentarlo, mantenerlo. No es infrecuente verlo desaparecer, alejarse de las muchedumbres que lo requerían y esconderse en un lugar tranquilo y solitario para confrontarse con su Padre.

Los discípulos observaban, día a día, que a Jesús se le transformaba el rostro cuando oraba. Algo sucedía en esos momentos, algo único, fuera de su alcance. Finalmente deciden preguntar al Maestro, “Señor, enséñanos a orar”.

Hoy también expresamos esa misma petición.

Señor, enséñanos a orar,
que se nos cambie el rostro como a ti,
que se nos enternezca el corazón como a ti,
que sepamos mirar como miras tú.
A ti todo te lo ha dado tu Padre, por eso, enséñanos a orar.

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La plenitud humana consiste en darse

Martes, 31 de mayo de 2016
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8461417851_acfffa0646_zEscrito por 

Lc 9, 11-17

Es muy difícil no caer en la tentación de decir sobre la eucaristía lo políticamente correcto y dispensarnos de un verdadero análisis del sacramento más importante de nuestra fe. Son tantos los aspectos que habría que analizar, y tantas las desviaciones que hay que corregir, que solo el tener que planteármelo, me asusta. Hemos tergiversado hasta tal punto el mensaje original del evangelio, que lo hemos convertido en algo totalmente ineficaz para llevarnos a una verdadera vida espiritual. Para recuperar el sacramento debemos volver a la tradición. Lo malo es que para algunos acaba en Trento.

Lo último que se le hubiera ocurrido a Jesús, es pedir que los demás seres humanos se pusieran de rodillas ante él. Él sí se arrodilló ante sus discípulos para lavarles los pies; y al terminar esa tarea de esclavos, les dijo: “vosotros me llamáis el Maestro y el Señor. Pues si yo, el Maestro y el Señor os he lavado los pies, vosotros tenéis que hacer los mismo”. Esa lección nunca nos ha interesado. Es más cómodo convertirle en objeto de adoración, que imitarle en el servicio y la disponibilidad para con todos los hombres.

Hemos convertido la eucaristía en un rito puramente cultual. En la mayoría de los casos no es más que una pesada obligación que, si pudiéramos, nos quitaríamos de encima. Se ha convertido en una ceremonia rutinaria, que demuestra la falta absoluta de convicción y compromiso. La eucaristía era para las primeras comunidades el acto más subversivo que nos podamos imaginar. Los cristianos que la celebraban se sentían comprometidos a vivir lo que el sacramento significaba. Eran conscientes de que recordaban lo que Jesús había sido durante su vida y se comprometían a vivir como él vivió.

El mayor problema de este sacramento hoy, es que se ha desorbitado la importancia de aspectos secundarios (sacrificio, presencia, adoración) y se ha olvidado totalmente la esencia de la eucaristía, que es precisamente su aspecto sacramental. Con la palabreja “transustanciación” no decimos nada, porque la “sustancia” aristotélica es solo un concepto que no tiene correspondencia alguna en la realidad física. La eucaristía es un sacramento. Los sacramentos ni son ritos mágicos ni son milagros. Los sacramentos son la unión de un signo con una realidad significada.

El signo.- Lo que es un signo lo sabemos muy bien, porque toda la capacidad de comunicación, que los seres humanos hemos desplegado, se realiza a través de signos. Todas las formas de lenguaje no son más que una intrincada maraña de signos. Con esta estratagema hacemos presentes mentalmente las realidades que no están al alcance de nuestros sentidos. Ahora bien, todos los sonidos, todos los gestos, todos los grafismos, que sirven para comunicarnos, son convencionales, no se pueden inventar a capricho. Si me invento un signo que no dice nada a los demás, será solo un garabato.

El primer signo es el Pan partido y preparado para ser comido, es el signo de lo que fue Jesús toda su vida. La clave del signo no está en el pan como cosa, sino en el hecho de que está partido. El pan se parte para re-partirlo, y comerlo, es decir, el signo está en la disponibilidad de poder ser comido de inmediato. Jesús estuvo siempre preparado para que todo el que se acercara a él pudiera hacer suyo todo lo que él era. Se dejó partir, se dejó comer, se dejó asimilar; aunque esa actitud tuvo como consecuencia última que fuera aniquilado por los jefes oficiales de su religión. La posibilidad de morir por ser como era, fue asumida con la mayor naturalidad. Esto indica la calidad de su actitud vital.

El segundo signo es la sangre derramada. Es muy importante tomar conciencia de que para los judíos, la sangre era la vida misma. Si no tenemos esto en cuenta, se pierde el significado. Tenían prohibido tomar la sangre de los animales, porque como era la vida, pertenecía solo a Dios. Con esta perspectiva, la sangre está haciendo alusión a la vida de Jesús que estuvo siempre a disposición de los demás. No es la muerte la que nos salva, sino su vida humana que estuvo siempre disponible para todo el que lo necesitaba. El valor sacrificial que se le ha dado al sacramente no pertenece a lo esencial. Se trata de una connotación secundaria que no añade nada al verdadero significado del signo.

La realidad significada.- Se trata de una realidad trascendente, que está fuera del alcance de los sentidos. Si queremos hacerla presente, tenemos que utilizar los signos. Por eso tenemos necesidad de los sacramentos. Dios no los necesita, pero nosotros sí, porque no tenemos otra manera de acceder a esas realidades. Esas realidades son eternas y no se pueden ni crear ni destruir; ni traer ni llevar; ni poner ni quitar. Están siempre ahí. En lo que fue Jesús durante su vida, podemos descubrir esa realidad, la presencia de Dios como don. En el don total de sí mismo descubrimos a Dios que es Don absoluto y eterno.

El primero y principal objetivo al celebrar este sacramento, es tomar conciencia de la realidad divina en nosotros. Pero esa toma de conciencia tiene que llevarnos a vivir esa misma realidad como la vivió Jesús. Toda celebración que no alcance, aunque sea mínimamente, este objetivo, se convierte en completamente inútil. Celebrar la eucaristía pensando que me añadirá algo (gracia) automáticamente, sin exigirme la entrega al servicio de los demás, no es más que un autoengaño. Nos hemos conformado con realizar el signo sin tener en cuenta que un signo que no nos lleva a lo significado, es un garabato.

En la eucaristía se concentra todo el mensaje de Jesús, que es el AMOR. El Amor que es Dios manifestado en el don de sí mismo que hizo Jesús durante su vida. Esto soy yo: Don total, Amor total, sin límites. Al comer el pan y beber el vino consagrados, estoy completando el signo. Lo que quiere decir es que hago mía su vida y me comprometo a identificarme con lo que fue e hizo Jesús, y a ser y hacer yo lo mismo. El pan que me da la Vida no es el pan que como, sino el pan en que me convierto cuando me doy. Soy cristiano, no cuando “como a Jesús”, sino cuando me dejo comer, como hizo él.

El ser humano no tiene que liberar o salvar su “ego”, a partir de ejercicios de piedad, que consigan de Dios mayor reconocimiento, sino liberarse del “ego” y tomar conciencia de que todo lo que cree ser, es artificial y anecdótica y que su verdadero ser está en lo que hay de Dios en él. Intentar potenciar el “yo”, aunque sea a través de ejercicios de devoción, es precisamente el camino opuesto al evangelio. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestra religiosidad que solo pretende acrecentar el yo, y no solo aquí y ahora sino para siempre.

La comunión no tiene ningún valor si la desligamos del signo sacramental. El gesto de comer el pan y beber el vino consagrados es el signo de nuestra aceptación de lo que significa el sacramento. Comulgar significa el compromiso de hacer nuestro todo lo que ES Jesús. Significa que, como él, soy capaz de entregar mi vida por los demás, no muriendo, sino estando siempre disponible para todo aquel que me pueda necesitar. Es una pena que en estos días en que se celebran tantas primeras comuniones, hagamos pensar a los niños que lo importante es comulgar, sin hacerles ve que lo importante es celebrar la eucaristía en la que por primera vez, van a participar plenamente.

Todas las muestras de respeto hacia las especies consagradas están muy bien. Pero arrodillarse ante el Santísimo y seguir menospreciando o ignorando al prójimo, es un sarcasmo. Si en nuestra vida no reflejamos la actitud de Jesús, la celebración de la eucaristía seguirá siendo magia barata para tranquilizar nuestra conciencia. A Jesús hay que descubrirlo en todo aquel que espera algo de nosotros, en todo aquél a quien puedo ayudar a ser él mismo, sabiendo que esa es la única manera de llegar a ser yo mismo.

Meditación-contemplación

La Única Realidad es el Amor (Dios) que está en ti.
Los signos son solo medios para llegar a la realidad significada;
Pero son indispensables para nosotros los humanos.
Lo esencial es descubrir esa Realidad y vivirla.
……………………

Si descubro que ese AMOR me identifica con Él,
mi verdadero ser ya no soy yo sino Él.
Mi actuar no será ya mío, sino el de Él.
Solo por ese camino entraré en la dinámica del amor.
………………

En cada eucaristía que celebre,
debo sentir dentro de mí, lo que se significa en el rito.
Al comulgar, manifiesto y fortalezco la intención
de ser como Jesús, pan que se deja comer.
………………

Fray Marcos

Fuente Fe adulta

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José María Castillo: “Jesús vivía con la gente; ésa es la cristología que aprendieron los apóstoles”

Jueves, 26 de mayo de 2016
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jose-maria-castilloInteresante entrevista que hemos leído en Religión Digital:

El teólogo español, citado por el Papa, publica “La Humanidad de Jesús” (Trotta)

“En la Iglesia ha habido más dificultad para aceptar la humanidad de Jesús que su divinidad”

(Jesús Bastante).- Es uno de los mejores teólogos españoles. Tanto, que el propio Papa Francisco está tomando “prestados” algunos de sus conceptos, ligados a la Teología Popular. Ardoroso defensor de la libertad, José María Castillo presenta su último libro, La Humanidad de Jesús” (Trotta), donde defiende una fe frente a los que, hoy como ayer, prefieren lo artificioso y lo ritual. “Nos sobra religión y nos falta humanidad”.

¿Qué quieres decir con esta frase?

Cuando se estudia en Teología la figura de Jesús, resulta que históricamente, en la Iglesia ha habido más dificultad para aceptar la humanidad de Jesús que la divinidad de Jesús. Lo cual quiere decir, que si entendemos por lo divino todo aquello que se encarna en lo sagrado, en la Iglesia manda más lo sagrado que lo profano. Que, traducido al problema que yo planteo aquí, quiere decir que lo sagrado manda más que lo humano y se superpone a lo humano.

Nos encontramos con la dificultad que estamos experimentando con tanta frecuencia y en asuntos enormemente importantes. Por ejemplo, cómo en nombre de un presunto derecho divino se limitan o sencillamente se eliminan los derechos humanos.

En nombre de lo divino o sagrado, se limita la libertad para pensar, hablar, escribir… Cosas tan elementales como es amar. Y aprovecho para recordar un artículo que me impresionó mucho de Karl Rahner en el que se preguntó por qué para amar más a Dios, tenemos que amar menos a un ser humano. O tenemos que renunciar al amor humano.

Eso es muy extraño. Porque una de las cosas que más cautivan del Cristianismo es, precisamente que Dios se hace hombre para asumir todo el pecado de la humanidad y ofrecer una nueva puerta de salvación. Y sin embargo, la figura de Jesús que debería de ser el más humano de los hombres, se ha trasladado a una excesiva divinización de su figura, como planteas en el libro. Como si no fuera importante que Dios se hubiera hecho hombre, que es el germen del Cristianismo. Sin este hecho, es imposible que suceda la salvación.

Es la clave. No podemos olvidar que nosotros no somos de condición divina. Sino que somo seres humanos. Y desde lo humano tenemos que comprender lo transcendente. Lo divino. Y no nos es posible, porque Dios no está a nuestro alcance. Si lo estuviera, sería un ser todopoderoso, pero no Dios. Ni siquiera el concepto de infinito, porque esto significa lo humano, pero sin límites. Y Dios no es ni eso, es una realidad que está en un ámbito al cual no tenemos acceso. Es incomunicable en ese sentido.

El Cristianismo, ¿qué solución le ha dado a ese problema?, pues sencillamente, el “Misterio de la Encarnación”, donde el transcendente se ha hecho visible, tangible y cercano, humanizándose. Y se humanizó en Jesús que, sin dejar de ser divino, se hizo plenamente humano. De tal manera que en la medida en que conocemos la humanidad de Jesús, es el único camino que tenemos para conocer qué es Dios, cómo es y lo quiere.

Y sin embargo, durante siglos se ha ido sepultando esa figura humana en una serie de normas, ritos, judicaturas, misterios, dogmas de fe, etc., que han convertido la figura de Jesús en algo distinto. Hasta el punto en el que la Iglesia de hoy no se parece a lo que Jesús quería, o se parece a lo que fueron promoviendo otros. Tú te centras mucho en la figura de Pablo.

Aquí hay varias cosas.

Primera: Jesús fue plenamente humano y el hecho es que los evangelios, tal como han llegado a nosotros, así lo presentan. Lo primero con lo que se tenía que enfrentar, fue con lo religioso y lo sagrado, tal como en aquél tiempo se entendía. Y por eso, Jesús se enfrentó al templo, a los sacerdotes y los rituales, a las normas religiosas. Y el enfrentamiento fue tan duro, que llegó un momento en el que la institución religiosa se dio cuenta de que, o acababan con él o él acababa con ellos. El final del capítulo XI del Evangelio de San Juan, después de la resurrección de Lázaro, es clave. El Sanedrín se reunió de urgencia y plantearon: o él, o nosotros.

Es interesante eso que dices porque Lázaro es una figura muy relevante y muy olvidada.

Además, cada día va ganando terreno relacionar el Lázaro de Juan, hermano de Marta y María, con el Lázaro del que habla Lucas en la parábola, el epulón, el comilón. Aquél se murió y fue al paraíso, y este ricachón se murió sin importarle la gente que se moría de hambre delante de él. Exactamente lo que se está conociendo y viendo ahora mismo en España. Ricachones que se hinchan de dinero y como ya no les cabe en los bancos de España, lo guardan en los paraísos fiscales del mundo.

Ya verás cuando salga algún obispo en los famosos papeles de Panamá.

Yo estoy temiendo que pueda suceder.

Vamos a dejarlo ahí.

Y mientras, estamos viendo familias sin trabajo, chiquillos sin escuela, enfermos sin remedio ni curación…, el desastre. Esto es el Lázaro del evangelio de Lucas. También el rico se muere, como todos estos que tienen los paraísos fiscales a sus pies van a morir. El epulón aquél que vestía de púrpura y oro y con comida banqueteada todos los días. Que pidió desde el Hades que Lázaro volviera de entre los muertos a avisar a sus hermanos, que debían ser tan sinvergüenzas como él.Pero Abraham le dijo: “A Moisés y a los Profetas tienen; ¡que los oigan a ellos!”. Y eso es lo que toma el evangelio de Juan y conecta con la resurrección de Lázaro. Ahí está el muerto que resucita. ¿Qué decidieron los sumos sacerdotes?: matar de nuevo a Lázaro. Lo dice el evangelio de Juan, y por supuesto, a Jesús. Se reúne el Sanedrín de urgencia y allí se dieron cuenta de que el proyecto de Jesús era un conflicto imposible de conciliar. Y nosotros nos hemos apañado para hacerlo conciliable, que ni los sacerdotes del templo de Jerusalén ni Jesús lo hicieron. Nosotros lo hemos conciliado y así tenemos esta Iglesia. ¿Qué ha pasado? Que entre la muerte de Jesús y los evangelios aparece en el Nuevo Testamento la figura de Pablo.

Pero, si Jesús viene a modificar ese sistema, pues ese sistema le mata, y al final, con el paso del tiempo, conciliándolo, es ese sistema el que está venciendo en la Institución, ¿no estamos traicionando la nueva alianza que Jesús vino a traer entre Dios y los hombres?

La estamos traicionando y de ahí el conflicto, la tensión y los problemas que está sufriendo el papa Francisco. Porque el Papa es un hombre que por formación, su educación jesuita tuvo que ser más bien conservadora. Pero su humanidad es tan honda, tan sensible a todo lo que es el dolor humano, la injusticia contra los débiles, los niños, los enfermos…, que no puede callarse, ni aguanta el estar por encima de los demás, ni quiere tener privilegios. Hay teólogos que se preguntan por qué no toma decisiones más terminantes. Yo pondría a esos teólogos allí a que tomen las decisiones.

Además, yo tengo la opinión de que si este Papa u otro, quiere cambiar las cosas por medio de un golpe en la mesa, le estaría dando la razón a los que piensan que la Iglesia no tiene camino sinodal, dialogado. Pienso que está intentando repartir el juego y que todos nos sintamos responsables. Y los cambios que se están dando son porque el pueblo empuja. El concepto del pontificado de Francisco y el de Teología de José María del Castillo, son muy parecidos.

Bueno, es que cada día lo veo con más claridad, la cosa tiene que ir por ahí. Porque no se trata de cambiar cargos, ni en tomar decisiones en esto y lo otro. Lo importante es cambiar la manera de hacer Teología. La manera de gobernar. La manera de vivir cerca de la gente. Saber lo que demanda el pueblo. Leer más…

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María Magdalena escribe cartas de amor a Jesús de Nazaret

Domingo, 8 de mayo de 2016
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“No sé cómo amarte”, nueva novela de Pedro Miguel Lamet

“Quiere ser una novela de amor, de un amor insólito”

“María era, junto a Juan, el discípulo amado, la mujer más querida y privilegiada por Jesús, porque si no, no se explicaría que la eligiera para su primera aparición y para anunciar la resurrección a los discípulos”

Las relaciones de María Magdalena y Jesús de Nazaret, que han despertado tantas interpretaciones, es el tema que el escritor y periodista Pedro Miguel Lamet aborda en su nueva novela, No sé cómo amarte, que acaba de publicar Ediciones Mensajero.

Después de la crucifixión y muerte de Jesús, su famosa discípula envía a María, la madre del Maestro, 23 cartas, que nunca se atrevió a entregarle en vida y que contienen, en tono intimista y apasionado, tanto el relato biográfico de su peripecia humana como su experiencia y mirada femenina sobre los hechos evangélicos.
Nacida en Magdala e hija de un rico comerciante en salazón de pescado, que maltrataba a su madre, se ve obligada, todavía adolescente, a huir y atravesar duras y arriesgadas situaciones: desde un lupanar en Cesarea Marítima a ser vendida como esclava, favorita del rey de los Nabateos y famosa bailarina en Tiberíades, pasando por el amor de un centurión romano, la explotación de una banda de beduinos en el desierto y la amistad de un sabio griego y un médico judío. Fascinada por Jesús, que la cura de sus dolencias, se convierte en su más fiel seguidora hasta su muerte y resurrección.

La novela pretende retratar la psicología de una mujer buscadora, libre y compleja, ante la trágica experiencia de un amor tan espiritualmente grande como humanamente imposible, que la supera y la sublima. “Después de la saturación propiciada por él éxito de El Código da Vinci, de ínfima calidad literaria -declara el autor-, creo que faltaba una obra de ficción, que, basada en los textos evangélicos y en los datos históricos del contexto de la época, se adentrara en el íter psicológico y espiritual de la Magdalena. Quiere ser una novela de amor, de un amor insólito“.

“Intento reconstruir, como lo haría un pintor renacentista -añade Lamet-, el retrato de una mujer inteligente, insatisfecha y buscadora, aunque maltratada por la vida, que descubre un amor tan grande, que por una parte le explica el sentido de la vida y que al mismo tiempo se convierte en tragedia por el drama de Jesús y las exigencias de su misión”.

El autor jesuita reconoce que se mueve entre dos aguas: la imagen tradicional de la “pecadora” y la que sostienen algunos biblistas actuales, para los que los famosos “siete demonios” eran meras enfermedades físicas o depresiones. Ser mujer en aquel medio judío equivalía a ser nada, aún menos, bazofia pisoteada. Sostiene que, según los evangelios, María era, junto a Juan, el discípulo amado, la mujer más querida y privilegiada por Jesús, porque si no, no se explicaría que la eligiera para su primera aparición y para anunciar la resurrección a los discípulos varones. “Hay otros muchos testimonios evangélicos sobre esta forma contracultural de tratar Jesús a las mujeres y en general a los pobres y marginados”. En el relato aparecen también los roces obvios con Pedro y los otros rudos pescadores, y no faltan los celos de algunas mujeres del grupo. “De ahí a que las rocambolescas tesis de que el Maestro la prefiriera como papisa o sobre una estirpe de Jesús, como defiende una literatura de consumo, hay un abismo”, declara el novelista.

Con esta nueva obra, Pedro Miguel Lamet quiere exponer además una visión trasversal del amor. “Al lado de Jesús esta mujer, bella y sensible, va aprendiendo que todo amor brota de un Amor total; que no hay diferencia, sino continuidad entre el amor humano y el amor divino, porque tienen una única fuente. Y que todo el amor está dentro de ella, aunque no obtenga toda la respuesta que desea, ya que el amor que siente, ese único amor, es humano y a la vez infinito, salta a la eternidad“.

Al mismo tiempo el escritor pretende, con sus hallazgos y respuestas, ofrecer una vía liberadora de ayuda, consuelo y crecimiento interior a cuantos, desde la soledad, el dolor y la marginación, se enfrentan hoy con los envites propios de un mundo cruel e injusto. El libro ha sido lanzado también en edición digital.

Fuente Religión Digital

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Caminar con Jesús hacia la liberación – Parte 3

Lunes, 2 de mayo de 2016
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Seguimos caminando durante el tiempo pascual con un artículo de José A. Pagola que nos ofrece pautas sobre el seguimiento de Jesús como impulsor de un proceso de liberación individual y social. Se ofrece en tres partes.

Amigo liberador de la mujer

Jesús pone fin al privilegio machista de los varones judíos, que podían repudiar a sus esposas expulsándolas del hogar, y defiende el proyecto original de Dios sobre el matrimonio. Dios «los ha creado varón y mujer» a su imagen. No ha creado al varón con poder sobre la mujer. No ha creado a la mujer sometida al varón. Con esta posición, Jesús está destruyendo de raíz el fundamento del patriarcado bajo todas sus formas de control, sometimiento e imposición del varón sobre la mujer.

Dios no bendice ninguna estructura que genere dominación del varón y sumisión de la mujer. En el reino de Dios tendrán que desaparecer. Por eso, acoge Jesús en su seguimiento no solo a varones, también a mujeres. Todos son hermanos y hermanas, con igual dignidad. Desaparece la autoridad patriarcal. No llamarán a nadie Padre, solo al del cielo (Mateo 23,9). La nueva familia que se va formando en torno a Jesús es un espacio sin dominación masculina.

La verdad de Jesús nos hará libres

Hay un rasgo básico que define la libertad profética de Jesús: su voluntad de vivir en la verdad de Dios. Jesús no solo dice la verdad, sino que busca la verdad y solo la verdad de Dios que quiere un mundo más humano para todos sus hijos e hijas. Habla con autoridad porque habla desde esa verdad. No habla como los fanáticos que tratan de imponer su verdad, ni como los funcionarios que la defienden por obligación. No se siente guardián de la verdad, sino testigo.

Jesús es libre para gritar la verdad del Dios del reino. Su promesa es clara: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8,31-32). Si nos mantenemos en la Palabra de Jesús, conoceremos la verdad que nos hará libres:

  • Nos liberaremos de miedos que ahogan la alegría y la creatividad en la Iglesia, nos impiden buscar con sinceridad la verdad del evangelio y nos paralizan para abrir caminos al reino de Dios.
  • Romperemos silencios. Se despertará en la Iglesia la libertad profética. Se escuchará la palabra del pueblo de Dios, enmudecida durante siglos. Los creyentes sencillos pronunciarán en voz alta palabras buenas, curadoras, consoladoras. Se escuchará no solo la palabra de quienes hablan en nombre de la institución, sino también la de quienes viven animados por el evangelio.
  • Despertaremos la esperanza. Siguiendo a Jesús, «seremos voz de los sin voz, y voz contra los que tienen demasiada voz» (Jon Sobrino). Esta voz humilde, pero libre y fuerte es más necesaria que nunca en el interior de la comunidad mundial y en el seno de la Iglesia. Esta voz puede reavivar la esperanza en la liberación final, cuando «Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo habrá pasado» (Apocalipsis 21,4).

José Antonio Pagola

Fuente Grupos de Jesús

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HOAC y JOC apuestan por “repensar un trabajo decente que construya humanidad”

Domingo, 1 de mayo de 2016
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hoac-y-joc-ante-el-dia-del-trabajo“Como Juan, Eloísa, David, Ana… hay en nuestro país 4.094.770 personas paradas”

“No permanecemos indiferentes y denunciamos esta situación inadmisible”

“El trabajo ha pasado de ser un bien para la vida a ser un instrumento para la producción, con mayor crudeza en estos últimos años. El trabajo se ha degradado de tal manera que es difícil reconocerlo”

(HOAC/JOC).- «Juan, tras 20 años en la misma empresa, se encuentra en el paro con 48 años y pronto dejará de percibir la prestación. Eloísa, su mujer, ha conseguido ir a limpiar por horas sueltas, sin contrato, a la vez que atiende a su madre enferma. David, el hijo mayor, ha dejado la universidad al recortarle la beca. Ana, la segunda hija, está pendiente del móvil por si la llaman para cubrir alguna baja. Y Tamara, la tercera hija, estudia 3º ESO y falta bastante a clase para cuidar de su sobrina de 2 años».

Como Juan, Eloísa, David, Ana… hay en nuestro país 4.094.770 personas paradas, y 1.556.600 familias tienen a todos sus miembros en paro. Además:

■ El 12,6% de los trabajadores en España son pobres (su salario no les permite salir de la pobreza).

■ 608 trabajadores fallecieron en 2015 víctimas de accidentes laborales, dos muertes al día.

■ Si miramos al mundo, 21 millones de personas son víctimas de trabajo forzoso (según la OIT).

■ La desigualdad sigue creciendo. El 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el otro 99%. En España, las 20 personas más ricas disponen de tanto dinero como los 14 millones de personas más pobres.

De nuevo este 1º de mayo, Día Internacional del Trabajo, la HOAC y la JOC, movimientos de Acción Católica especializada en el mundo obrero y del trabajo, no permanecemos indiferentes y denunciamos esta situación inadmisible.

El trabajo ha pasado de ser un bien para la vida a ser un instrumento para la producción, con mayor crudeza en estos últimos años. El trabajo se ha degradado de tal manera que es difícil reconocerlo. Muchos trabajadores y trabajadoras están sufriendo una gran precariedad. Muchos de ellos no pueden optar al tipo de trabajo para el que se han formado ni participar en la decisión de sus condiciones laborales, el horario, el sueldo, la duración del contrato, el tipo de jornada, etc. Esta precarización del trabajo que estamos padeciendo supone también la degradación de la empresa y de la economía, por lo que estamos llamados a repensar el sentido y la función que realmente deben tener para que sirvan al bien común.

Ante la situación de insolidaridad estructural que se vive en todo el mundo respecto a los trabajadores y trabajadoras, y más si cabe respecto a jóvenes que quieren y no pueden trabajar, la persona debe ser y estar en el centro de la actividad económica, de la política, de las relaciones laborales, del trabajo.

Es necesario repensar el sentido del trabajo, la economía y la empresa, devaluado en nuestra sociedad. Para ello tenemos que exigir a los políticos, gobernantes y poderes económicos unos derechos que son básicos y fundamentales y que deben promoverse siempre, y que a menudo no son respetados:

■ El derecho al trabajo, a una justa remuneración, a unas condiciones dignas con horarios y condiciones que permitan el adecuado desarrollo de la vida personal, familiar y social.

■ El derecho a un ambiente de trabajo saludable que no atente contra la integridad física ni psíquica, y que permita el desarrollo de la propia personalidad en el trabajo.

■ El derecho a prestaciones sociales, y al descanso.

■ El derecho de reunión y de asociación, a la negociación colectiva y a la huelga, y a la participación en la organización del trabajo.

Afirmamos que el trabajo es esencial para la vida de las personas porque ayuda a construir nuestra humanidad. A través de él potenciamos, desarrollamos y expandimos nuestras capacidades y cualidades, y podemos aportar lo mejor de nosotros para la construcción de la sociedad en la que vivimos. El trabajo está «en función del hombre» y no el hombre «en función del trabajo» (Juan Pablo II, Laborem exercens 6).

Ante esto, nos sentimos llamados y llamadas, e invitamos a toda la sociedad a:

■ Romper la actual lógica de pensar y organizar el trabajo, poniendo en el centro a la persona y no la economía y los intereses de unos pocos.

■ Plantear el sentido y el valor del trabajo más allá del empleo: distribuir de manera justa y digna el empleo y reconocer socialmente todos los trabajos de cuidados necesarios para la vida humana.

■ Establecer unos ingresos mínimos suficientes para cubrir las necesidades básicas de todas las personas y familias por el hecho de serlo.

■ Articular de forma humanizadora el trabajo y el descanso.

■ Luchar por condiciones dignas de empleo: sin la lucha por la afirmación de los derechos de las personas en el empleo no es posible humanizar el trabajo.

■ Denunciar que actualmente el capital no tiene fronteras (especialmente con el TTIP), mientras que las personas sí las tenemos, lo cual crea una mayor injusticia social.

■ Repensar el modelo económico y productivo, para que sea respetuoso con la vida y que permita la de generaciones futuras.

Como creyentes en Jesús de Nazaret, quienes integramos la JOC y la HOAC animamos a todas las personas a denunciar las situaciones injustas que se padecen en el mundo obrero y del trabajo, y a promover el derecho a tener un trabajo decente que no niegue la dignidad de los trabajadores y trabajadoras, ya que el trabajo es para la vida.

Os invitamos a celebrar este 1º de mayo, participando en los actos que se convoquen para denunciar esta forma de entender el trabajo, y defendiendo que éste sea un bien de la persona y de la sociedad al servicio de la vida.

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Fuente Religión Digital

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“El Dios de Jesús y el Dios de Pablo”, por José Mª Castillo, teólogo

Martes, 26 de abril de 2016
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11_saul-conversionDe su blog Teología sin Censura:

Según es el Dios en el que cada cual cree, así es la vida que cada cual lleva. El que tiene su fe puesta en el dinero, pongamos por caso, será sin duda un individuo cuya vida estará regida por la codicia. Y lo más probable es que semejante sujeto termine siendo un corrupto o un ladrón. Un tipo así, aunque diga que es ateo, en realidad no lo es. Porque Dios es la realidad última que da sentido a nuestra vida. Una realidad a la que sus “creyentes” están dispuestos a servir. Por esto, sin duda, el Evangelio dice que el contrincante de Dios es el dinero: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24; Lc 16, 13)), el “mamón” personificado como un poder que está siempre en conflicto con lo que Dios exige y la honradez demanda (H. Balz).

Esto supuesto, si hablamos de Dios, tal y como todo el mundo entiende la palabra “Dios”, es importante saber que, en los orígenes del cristianismo, esta palabra no siempre tuvo el mismo significado. Concretamente, no es lo mismo el Dios, que se nos revela en Jesús, que el Dios del que nos habla Pablo de Tarso. Lo que lleva en sí consecuencias de enorme importancia, como después indicaré.

En cuanto al Dios de Pablo, la experiencia que Pablo vivió, en el camino de Damasco, no fue una “conversión” (“metánoia”), en el sentido propio de esa palabra. Ante todo, porque Pablo no se aplica a sí mismo el vocabulario específico de la conversión, en los repetidos relatos que el mismo Pablo nos dejó (Gal 1, 11-16; 1 Cor 9, 1; 15, 8; 2 Cor 4, 6) y de los que Lucas, en el libro de los Hechos, ofrece tres relatos detallados (9, 1-19; 22, 3-21; 26, 9-18). Pablo, después de lo que vivió en el camino de Damasco, siguió creyendo en el mismo Dios en el que siempre había creído, “el Dios de los Padres” (Hech 22, 14), y viviendo la religión en la que había sido educado (S. Légasse). Por eso, cuando Pablo habla de Dios, se refiere al Dios de Abrahán y a las promesas hechas a Abrahán (Gal 3, 16-21: Rom 4, 2-20) (U. Schnelle). Ahora bien, sabemos que el Dios de Abrahán es el Dios que le pidió a Abrahán que matara y ofreciera, en “sacrificio” religioso, a su hijo querido (Gen 22, 1-2). Es, pues, el Dios que necesita sufrimiento, sangre y muerte para perdonar, según la sobrecogedora afirmación que recoge la carta a los Hebreos: “sin derramamiento de sangre no hay perdón” (Heb 9, 22).

El contraste con el Dios de Pablo es el Dios del que nos habla constantemente Jesús y que se nos da a conocer en la vida y enseñanzas de Jesús. Se trata del Dios al que Jesús presenta siempre como Padre. Pero no desde el modelo del “paterfamilias”, el patrón y dueño del grupo familiar, que se definía a partir del “poder”. No. Jesús habla siempre del Padre, que se entiende desde el “amor”, la bondad y la misericordia. Así, en la parábola del hijo extraviado (Lc 15, 11-32), al que el padre acoge, perdona y le hace fiesta, sin pedirle cuentas, ni explicaciones, ni justificación alguna. Es el Padre “que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5, 45). Y, sobre todo, el Padre que se nos dio a conocer en Jesús (Jn 1, 18), de manera que quien veía a Jesús, por eso mismo y por eso solo veía al Padre (Jn 14, 9). El Padre de la misericordia, que acoge a pecadores y convive con ellos (Lc 15, 1-2; Mc 2, 15-17; Mt 9, 10-13; Lc 5, 29-32). El Padre que, en la vida y conducta de Jesús, dejó patente que sus tres grandes preocupaciones fueron el sufrimiento de los enfermos, la indigencia de los pobres y las mejores relaciones personales entre los seres humanos.

La consecuencia de todo lo dicho se comprende fácilmente. Empecé diciendo que según es el Dios en el que cada cual cree, así es la vida que lleva. A primera vista, parece que el Dios más duro y exigente es el Dios de Pablo. En realidad no es así. El Dios de Pablo exige sacrificio y culto. A nosotros no nos pide ya eso. Nos pide que repitamos el “sacrificio ritual”, que rememora y actualiza el sacrificio de Cristo en la cruz. Por eso vamos a misa. Y si no podemos, pagamos misas. Porque es importante dejar la conciencia tranquila, en paz, para sentirse perdonado. El Dios de Jesús, tal como se nos reveló en la vida, en las enseñanzas y la conducta de Jesús, no pidió rituales del culto en el templo. Lo que pidió fue que respetemos a todos, que perdonemos a todos, que amemos siempre a todos, que seamos siempre buenos y que nos sintamos libres para trabajar a fondo por una vida y una sociedad más igualitaria, más justa, más feliz, sobre todo para los que más sufren.

Pues bien, así las cosas, queda patente que el Dios que nos da verdadero miedo, al que más nos resistimos, no es el de Pablo, sino el de Jesús. De hecho, en la Iglesia, y en la teología, ha tenido (y sigue teniendo) más presencia el Dios de Pablo que el de Jesús. ¿No será eso así porque con el Dios de Pablo es posible mantener el solemne tinglado clerical que mantenemos, mientras que con el Dios de Jesús, si lo tomamos en serio, tendríamos que modificar cosas y conductas que no estamos dispuestos a cambiar?

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Caminar con Jesús hacia la liberación – Parte 2

Lunes, 25 de abril de 2016
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Seguimos caminando durante el tiempo pascual con un artículo de José A. Pagola que nos ofrece pautas sobre el seguimiento de Jesús como impulsor de un proceso de liberación individual y social. Se ofrece en tres partes.

Libertad para liberar la vida

Jesús es libre, pero no para vivir cultivando obsesivamente su propia autonomía. Es libre, pero no para reclamar y ejercitar egoístamente sus propios derechos. Es libre, pero no para realizarse a sí mismo, al margen de los que sufren. La libertad de Jesús es una libertad para hacer el bien y construir un mundo más humano. Una libertad que nace de su experiencia de un Dios liberador y se orienta siempre a liberar la vida de todo lo que puede deshumanizarla y destruirla. La libertad de Jesús es una Buena Noticia para todos.

Jesús es libre para denunciar el pecado y para sentarse a comer amistosamente con los pecadores. Libre para bendecir y para maldecir, para defender a los oprimidos y para hospedarse en casa del poderoso Zaqueo. Libre para acudir en sábado a la sinagoga y para violar allí mismo la ley del descanso para curar a un enfermo. La libertad de Jesús es una libertad sumamente libre, que solo se deja guiar por el proyecto liberador del Padre, y es capaz de entregar su vida por hacerlo realidad para todos. «Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente» (Juan 10,18).

Impulsor de un proceso de liberación individual y social

Cuando Jesús se acerca a los enfermos, no busca solo resolver un problema físico, sino liberar su vida sanándola desde sus raíces. Al contacto con Jesús, el enfermo recupera la confianza en el Dios, amigo de la vida; se libera de la culpa y del miedo; se reafirma en su dignidad; se siente reconciliado con la vida; liberado de la exclusión y de la mendicidad; devuelto de nuevo a la convivencia con sus seres queridos.

Al mismo tiempo, Jesús pone en marcha un proceso de curación social para caminar hacia una convivencia más sana y liberada. Pensemos en sus esfuerzos por crear unas relaciones más humanas entre personas que se respeten más, se comprendan mejor y se perdonen sin condiciones (Mateo 5,21-26; 7,15; 18,21-22). Sus llamadas a una vida liberada de la esclavitud del dinero y la obsesión por las cosas (Mateo 6,21; 6,24). Su empeño en liberar a todos del miedo para vivir desde la confianza absoluta en el Padre (Mateo 10,30-31; 6,25-34). Su ofrecimiento del perdón a personas hundidas en el fracaso moral y la ruptura interior (Marcos 2,1-12; Lucas 7,36-50; Juan 8,1-11).

Hemos de destacar el esfuerzo de Jesús por curar la religión liberándola de tantos comportamientos patológicos de raíz religiosa (legalismo, hipocresía, rigorismo, culto vacío de justicia y de amor). Jesús fue un gran curador de la religión: libera de miedos religiosos, no los introduce; hace crecer la libertad, no las servidumbres; atrae hacia el amor de Dios, no hacia la ley; despierta la compasión, no el resentimiento.

José Antonio Pagola

Fuente Grupos de Jesús

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Caminar con Jesús hacia la liberación – Parte 1

Martes, 19 de abril de 2016
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Seguimos caminando durante el tiempo pascual con un artículo de José A. Pagola que nos ofrece pautas sobre el seguimiento de Jesús como impulsor de un proceso de liberación individual y social. Se ofrece en tres partes.

Jesús profeta libre y liberador

Dios no se ha encarnado en un sacerdote del templo, ocupado en cuidar la religión. Tampoco en un maestro de la ley, dedicado a defender el orden legal de Israel. Ha tomado carne en un profeta, entregado enteramente a liberar la vida. Los campesinos de Galilea ven en los gestos liberadores de Jesús y en sus palabras de fuego un hombre movido por el espíritu profético: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros» (Marcos 1,27).

Jesús es un profeta libre. No forma parte de la estructura imperial de Roma. No pertenece a la institución religiosa del templo del templo de Jerusalén. No es ordenado ni ungido por nadie. Su autoridad no le viene de ninguna institución. No se basa en ninguna tradición. Solo obedece al Padre. Solo busca abrir caminos a un Dios que quiere un mundo nuevo, liberado de todo mal.

Jesús es un profeta liberador. Dos gritos nos descubren su proyecto liberador.

  • El primero se dirige al imperio de Roma: «Los jefes de las naciones (los romanos) las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros»” (Mateo 20,25-26). Dios está contra todo poder opresor.
  • El segundo está dirigido a Jerusalén: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos… Atan cargas pesadas y las echan a la espalda de la gente, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas» (Mateo 23,2-4). No ha de ser así. Dios está contra toda religión opresora.

La experiencia de un Dios libre

Jesús vive su actividad profética desde la experiencia de un Dios que es libre para abrir caminos a su proyecto de liberar el mundo de la esclavitud, la opresión y los abusos contra sus hijos e hijas. No tiene por qué seguir los caminos que le señalan los dirigentes religiosos que se cierran a toda novedad, considerándola una amenaza para el orden establecido. No tiene por qué ajustarse a las ambiciones de los poderosos que explotan sin piedad a sus pobres.

Por eso, mientras los dirigentes religiosos vinculan a Dios con su sistema religioso, y se preocupan de asegurar el culto del templo, el cumplimiento de las leyes o la observancia del sábado, Jesús pone a Dios al servicio de una vida liberada. Lo primero es el proyecto liberador del reino, no la religión; la curación de los enfermos, no el sábado; la reconciliación social, no las ofrendas que lleva cada uno hacia el altar.

Y, por eso también, Jesús pone a Dios, no al servicio de los poderosos y privilegiados, sino a favor de los pobres: los excluidos por el imperio y los olvidados por el templo. Dios no es propiedad de nadie. No pertenece a los buenos: «hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mateo 5,45). No está atado a ningún templo ni lugar sagrado. No es de los sacerdotes de Jerusalén ni de los maestros de la ley. Desde cualquier lugar, todo ser humano puede elevar los ojos al cielo e invocarlo como Padre.

José Antonio Pagola

Fuente Grupos de Jesús

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“Resucitar”, por José Arregi

Lunes, 11 de abril de 2016
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resucitadoLeído en su blog:

No frecuento las salas de cine, y solo por la prensa y algún tráiler conozco la película recién estrenada Resucitado. El director –no tiene poco mérito solo por haberse atrevido– vuelve a la historia de Jesús de Nazaret narrada por los Evangelios y a centrarse en la cuestión más espinosa: ¿Qué pasó con Jesús después de su terrible muerte en la cruz?

Su cadáver ha desaparecido y en Jerusalén circulan rumores de que ha vuelto a la vida. Si fuera así, sería el Mesías. Pilato, el procurador romano que lo había condenado a la terrible pena de la cruz, empieza a temer y encarga al centurión Clavius que busque el cadáver como sea, para acabar con los rumores y evitar un posible levantamiento “cristiano” o “mesiánico” (que significan lo mismo) por parte de los seguidores del profeta nazareno. Pero el cadáver no aparece, y el mismo Clavius empieza a dudar: ¿será el Mesías?

Parece que la película acierta a construir una historia que capta y sostiene el interés del espectador. No creo, sin embargo, que acierte a tratar el asunto de fondo, la resurrección, como nuestro tiempo lo demanda. A pesar de ello, la película, según cuenta Religión Digital, ha contado con el visto bueno del Vaticano y del propio Papa Francisco, y también con el del arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, que incluso ha posado con los actores.

Como cristiano que quiero ser y busco decir mi fe de manera creíble, me da pena, no por la película –que será buena si la historia, la ambientación y los actores son buenos, y parece que lo son–, sino porque constato de nuevo que la institución eclesial sigue anclada en parámetros del pasado. En parámetros que se han vuelto totalmente ajenos para nuestra sociedad en masa desde los 65 años para abajo. ¿Quieren hablar de Dios, de Jesús, de la Pascua, solo a los jubilados, y aun solo a una pequeña parte de ellos? ¿Creen realmente que el Evangelio puede ser todavía levadura y aliento para nuestra sociedad moderna del conocimiento? ¿O han desistido del todo? ¿O piensan que pueden seguir hablándonos hoy con el lenguaje de ayer? Nadie les entiende.

La institución eclesial y la teología oficial –y esta película de ahora– siguen encerrando el anuncio pascual, el mensaje de la resurrección, la buena noticia de la Vida en imágenes, conceptos, cosmovisiones del pasado: la resurrección como un hecho físico ocurrido al tercer día, la desaparición milagrosa del cadáver, la aparición igualmente milagrosa y selectiva de Jesús resucitado solo a algunos… Es como seguir diciendo que este mundo maravilloso fue creado en seis días, que el ser humano apareció en nuestro planeta por una intervención divina “especial” o que el sol gira en torno a la luna.

Es verdad que la Biblia y los evangelios lo cuentan así, pero seguir leyendo la Biblia y los evangelios de esa manera, a la letra, y empeñarnos en que la fe pascual conlleva la creencia literal en todo ese aparato imaginario y conceptual equivale a ser profundamente infieles al mensaje de la Biblia y del Evangelio.

La resurrección no sucede en nuestros parámetros de tiempo y lugar. No es temporal ni intemporal, sino transtemporal. No es espacial ni a-espacial, sino transespacial. No es histórica ni a-histórica, sino transhistórica. No la podemos imaginar, porque nuestras neuronas solo pueden imaginar 3 dimensiones. Pero la Resurrección o Dios o el Espíritu Vital no se pueden encerrar en nuestras 3 dimensiones ni en todas las otras que pudiéramos conocer o manejar.

Así pues, Jesús no resucitó “al tercer día” en Jerusalén, sino cada día de su vida, cuando respiraba el Espíritu de la Vida lleno de confianza, cuando era prójimo bueno y feliz, alentaba a los pobres a liberarse de su miseria, se enfrentaba al poder político y religioso, anunciaba y realizaba un mundo libre y fraterno, contaba parábolas consoladoras y provocadoras, curaba enfermos y les decía: “Levántate”, compartía la mesa con los excluidos de la sociedad y de la religión… Jesús resucitó en su vida, cuando vivía y hacía vivir. Por eso resucitó también en la cruz, cuando entregó del todo su aliento vital.

Lo mismo nosotros. No resucitaremos “al fin del mundo”, ni en el “valle de Josafat” o en “el otro mundo”. Como Jesús, resucitamos en cada instante de bondad creativa –por incipiente y fragmentaria que sea– de nuestra vida cotidiana. Resucitamos a la Vida cuando acogemos a los refugiados –el Viviente se nos hace presente en ellos–, y si no los acogemos nos morimos. Resucitamos a la Vida cuando resucitamos a los que mueren: está en nuestras manos. Está en nuestras manos, por ejemplo, resucitar a esos niños –2 cada día– que se ahogan en el Egeo y el Mediterráneo, y van más de 340 niños y niñas ahogadas en los últimos 6 meses en el Mediterráneo, convertido en “la fosa común más grande del mundo” (Nuria Díaz, portavoz de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado). ¿Cómo los resucitaremos? Recibiendo en nosotros, respirando hondamente su tierno, poderoso, aliento vital, y haciéndolo revivir en todos los niños y niñas amenazadas de muerte. Resucítalos y estarás resucitando.

Si tus entrañas se compadecen, si tus manos se abren, si en tu desaliento te levantas, si vuelves a confiar en el otro, si tu mirada se amplía, entonces resucitas como Jesús, como toda vida buena, como la semilla y la hoja en primavera.

Escucha en lo más hondo de ti las palabras del resucitado a María de Magdala: “¿Por qué lloras, María? ¿Por qué buscas el cadáver? ¿Por qué te aferras al pasado? No te apegues a la forma perdida. Descubre la vida, la presencia nueva. Vive”. Escucha lo que dice el misterioso caminante pascual a la pareja de Emaús: “¿Por qué volvéis atrás y camináis cabizbajos? ¿Por qué creéis en el poder de Pilato, en las mentiras europeas, en la dictadura financiera más que en el poder del Espíritu? ¿Por qué creéis en la muerte más que en la vida? Abrid vuestra mente, vuestro corazón, vuestras manos. Creed en la vida nueva. Construid un futuro nuevo. Resucitad cada día al ‘más allá’ divino que es el corazón del ‘más acá’”.

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Simone Weil, Pensamiento Social y Ética desde la Espiritualidad de la Justicia

Martes, 5 de abril de 2016
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simone-weil2Del blog de Agustín Ortega:

Ciencia desde los crucificados de la historia

Una buscadora incansable de la verdad, de la belleza y del bien

Este testimonio espiritual de Simone Weil bebe del pozo de la fe cristiana, de Jesús Pobre y Crucificado en solidaridad liberadora con los esclavos u oprimidos de la tierra

(Agustín Ortega).- Simone Weil (SW) nace en 1.909 en París y muere prematuramente a los 34 años. Fue una pensadora, filosofa y profesora muy significativa, una persona comprometida y entregada. En SW, pensamiento y experiencia-acción son inseparables. Para ella, su vida y obra o pensamiento fueron un don o regalo inmerecido que, advertía, se podía frustrar con una existencia mediocre. SW pensaba y creía que la creación o el mundo es un don gratuito que se nos da y que nos vivifica, que satisface nuestras necesidades vitales y alimenta nuestras posibilidades.

La existencia y pensamiento de SW gira en torno al amor y com-pasión, a la solidaridad y compromiso radical (profundo) con el dolor y sufrimiento de la humanidad, con los más pobres y oprimidos. Por ejemplo, con los obrero/as explotados por el capitalismo industrial. Como se observa, de forma alternativa al relativismo y a la superficialidad que rige en buena medida hoy día, ella fue una buscadora incansable de la verdad, de la belleza y del bien que la entendía como un compromiso solidario por la justicia con los oprimidos. De forma similar a la teoría crítica, por ejemplo a Adorno, SW alienta una estética desde las víctimas de la historia que, más allá de las meras apariencias o formas superficiales, penetra en lo más hermoso y belleza profunda. Esto es, en la compasión, solidaridad y compromiso liberador con los explotados y pobres de la tierra.

Para SW, el pensamiento, la filosofía y el conocimiento (epistemología) se realizan: desde la experiencia, corporalidad, trabajo (manual) y servicio-acción o compromiso en el mundo, practicando el amor y el bien; desde el sufrimiento y la injusticia que padecen los más oprimidos y marginados. Este pensamiento o enfoque del conocimiento, sintoniza con lo mejor de la filosofía y de las ciencias sociales contemporáneas en este campo epistemológico. De ahí que en su existencia, SW realizara experiencias de enseñanza o formación en universidades populares y en ateneos con los obreros, experiencias de vida y trabajo en las fábricas. Para compartir la mísera vida y condiciones de los obreros, de los pobres, en una solidaridad radical (profunda).

Es la ciencia desde los crucificados de la historia– parafraseando a E. Stein-, que busca el bien, la justicia, no el poder y la fuerza, más actual que nunca. Su filosofía, pensamiento y la ciencia que proponía tiene, pues, un claro carácter ético-político que, mas allá de conocer y comprender la realidad, busca transformarla desde la verdad, la belleza y el bien o la justicia. Pretende una promoción liberadora de la injusticia con los explotados y excluidos.

De esta forma, para realizar adecuadamente esta ciencia y conocimiento, frente a todo idealismo e individualismo, tiene que desaparecer mi yo y dejar manifestarse a las cosas, a la realidad y su sentido, significado o trascendencia más profunda. En línea similar a como propuso también otra gran pensadora de nuestro tiempo, María Zambrano.

Este conocimiento o compresión de la realidad, se hace desde los polos o dialéctica de la fuerza y, su consecuencia, la miseria o sufrimiento. Una fuerza o dominación que, al ejercerse, transporta a esta realidad y a las personas a una realidad violenta y sin humanidad o vida, la cosifica. Y es que SW tiene una perspectiva humanizadora, ética-crítica de la realidad y de las ciencias humanas o sociales, muy significativa en la historia, teoría o metodología del pensamiento y ciencia social. Con una sensibilidad por el sufrimiento, que visibiliza la opresión e injusticia, fruto de la dominación y tiranía ejercidas por colectivos o estratos sociales. Es la conocida como estratificación social, con sus estructuras-sistémicas que oprimen y empobrecen a otros grupos o capas de la población, que son explotadas y marginadas.

SW nos propone una antropología dialéctica e integral, en donde la persona es, por una parte, abierta, solidaria y encarnada en el sufrimiento de los otros, de los más oprimidos, oponiéndose así al individualismo o liberalismo burgués-capitalista; y por otra, el ser humano es autónomo o independiente-crítico, en el sentido de que no deja que cualquier colectividad o sistema la quiera manipular u oprimir, frente a un colectivismo estatalista.

En el fondo de esta visión de la persona que no muestra SW, se encuentra lo más valioso de la antropología o ciencia social actual. Las cuales nos enseñan como la persona está en relación con los otros y dinamiza o transforma la comunidad y sociedad, lo contrario de lo que nos impone el neoliberalismo y el colectivismo. Y que la sociedad, con sus estructuras y sistemas, condiciona e influye en la persona, como tampoco acepta este individualismo neo-liberal. Es una inter-relación constante, permanente y transformadora entre persona y sociedad.

Su análisis y propuesta o pensamiento más social, uno de los más importante de nuestra época tal como ha observado A. Camus, se basa en identificar la especialización, la separación o primado de lo técnico-instrumental o deshumanización frente al trabajo manual o humano, como raíz de la opresión social. Un diagnostico de lo peor de la modernidad, en el que coincide, desde diferentes posiciones, con Weber, Ortega o la Escuela de Frankfurt.. En este sentido, SW propone este trabajo manual o humano, a las personas, como centro de la realidad y vida social. Una alternativa de sociedad basada en la libertad e igualdad o justicia para todos, desde la amistad. En línea parecida a lo que propuso I. Ellacuría, frente a la civilización del capital y de la riqueza, la acumulación posesiva con derroche y sin freno, la civilización del trabajo y la pobreza, la humanización, austeridad o el compartir solidario.

SW pretende echar raíces sobre la realidad y sociedad. Ya que las personas y, en especial, los obreros, los oprimidos y excluidos se encuentran en una situación de desarraigo vital y social, les han sido arrancados o expropiados el fruto de su trabajo (bienes y recursos), su dignidad y vida. Un enraízamiento e implantación o religación con la realidad, como también nos enseñó a su modo X. Zubiri, que permita desarrollar al ser humano en todas sus posibilidades y capacidades, que posibilite soportar y resistir la expropiación o alienación a la que se ve sometido, por parte de las fuerzas o poderes.

Como se observa, con sus aciertos o luces y posibles límites, en la filosofía o pensamiento social y ético de SW, en su obra y vida, late el corazón de la mística y espiritualidad de la pobreza solidaria en la justicia liberadora con los pobres de la tierra; frente a los ídolos del poder y de la riqueza, del mercado y capital convertidos en falsos dioses. Este testimonio espiritual de SW bebe del pozo de la fe cristiana, de Jesús Pobre y Crucificado en solidaridad liberadora con los esclavos u oprimidos de la tierra. Y se inserta en toda la historia de la santidad, del amor de una iglesia pobre en justicia con los pobres que da vida, vida digna, plena, eterna…como asimismo está enseñando y testimoniando el Papa Francisco.

Fuente Religión Digital

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Semana Santa para no creyentes.

Jueves, 24 de marzo de 2016
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jesus-nazarethDel blog de El Catalejo del Pepe:

Amiga, amigo, disculpa esta invitación que quizá no te interese. Si es así, dale un clic y lo tiras fuera.

Pero si me aceptas el mensaje, será ocasión de dialogar la amistad que te ofrezco de mi parte.

En primer lugar, hay que precisar algunos conceptos:

  • Admitir la existencia histórica de un tal Jesús, de Nazaret. No me refiero a

escritores cristianos sino a historiadores o cronistas paganos como Suetonio, Tácito, Plinio El Joven. También escritores judíos no cristianos como Josefo y Filo Judeo.

  • Esos escritores testifican que ese tal Jesús fue un predicador judío con características de taumaturgo, y que fue considerado por las autoridades como revoltoso, por lo cual fue condenado a muerte.
  • Los seguidores de ese agitador popular lo consideraron con carisma y aptitudes sobrehumanas. De ahí, el paso siguiente, fue considerarlo divino. Lo creyeron viviente, después de haberlo visto muerto mediante el castigo de los criminales; y esa creencia se fue comunicando de boca en boca, de grupo en grupo, de pueblo en pueblo, hasta crear una vasta comunidad de seguidores que se autocalificaron con su nombre: cristianos.
  • Todo lo referente a su vida, sus actividades, su destino final, ya no se puede comprobar por medios neutros, sino que pertenece al imaginario de sus seguidores. Lo que se conoce de él es a través de escritos hechos por sus adeptos, lo que le quita seguridad científica a lo que se afirma de él.
    Con el paso del tiempo, las comunidades que llevaban su nombre y mantenían su fe en él, pasaron de ser perseguidas y maltratadas a ser dominadoras del espacio social, en Occidente y el Oriente cercano. Aún más: se convirtieron en predicadoras y buscaron prosélitos en las cinco partes del mundo. Después, al revertirse la situación, ellos se declararon dominadores y se pusieron a perseguir a los demás.
  • Admitida la existencia histórica de Jesús, habrá que conocer lo que dicen sus seguidores respecto a la llamada semana santa de los cristianos.

JUEVES:

Jesús se reúne a comer con su grupo de amigos más cercanos. Unos dicen que se trató de la comida ritual de los judíos en la celebración del Pésaj, que recordaba la liberación del pueblo de la esclavitud en Egipto. Otros dicen que fue, al menos, un día antes de la comida ritual, por lo que las viandas ofrecían un menú más amplio; por ejemplo, se podía comer diversas verduras (no solamente lechugas amargas); con más comodidad, es decir tirados sobre almohadones y no de pie (como se exigía para el Pésaj); se podía comer pan normal y no el pan ritual del Pésaj que debía ser sin levadura.

Lo cierto es que pudo ser una cena de amigos y amigas (en ciertas comidas de fiestas había incluso bailarinas que danzaban para alegría de los comensales).

Y en esa ocasión, Jesús habló con el corazón en la mano: manifestó su estado de ánimo, su preocupación por los acontecimientos que estaban afectando a su vida, y advirtió que uno de sus más cercanos amigos le había hecho traición denunciándolo a las autoridades que buscaban eliminarlo. Debió ser una comida con sentimientos encontrados muy fuertes. El que quiera conocer más en detalle lo que allí se dijo puede leerlo en el evangelio de Juan, capítulo XIII y siguientes.

Finalizada la comida, el grupo se dirigió a un huerto cercano donde podían cobijarse bajo los olivos. Allí hacían alguna oración y dormitaban junto a alguna fogata.

Allí llegó también una patrulla de soldados romanos, guiados por Judas Iscariote, un amigo de Jesús, para llevarlo prisionero ante las autoridades. Lo acusaban de agitador.

En realidad Jesús había mantenido un discurso subversivo que lo llevó a la muerte.

El lo suponía. Porque todo el que anuncia liberación de cadenas que oprimen el crecimiento humano, todo el que denuncia las corrupciones, tiene el mismo fin. La historia de la humanidad ha sido testigo de esto.

Y como Jesús no pertenecía al templo (sacerdotes y funcionarios del culto), ni pertenecía a la clase militar, ni tampoco tenía titulo de perito en la legislación judía (ley de Moisés), no tuvo defensa alguna. Era simplemente un hombre de la calle, un judío marginal; que además estaba tachado de impuro: se mezclaba con gente de mala clase, no cumplía algunas normas severas como el respeto al día de descanso; se había hecho continuador de la predicación de Juan el bautizador del río Jordán diciendo su mismo discurso: había que enderezar los caminos sociales y religiosos para que pudiera avanzar la liberación.

Esa noche del jueves, Jesús enfrentó su prueba de fuego. Hay que ser bien gallo para mirar cara a cara al destino y no huir del martirio. Pudo haberlo hecho. ¡Tantos valentones en la historia han salido corriendo a buscar refugio después de haber asegurado a sus pueblos que darían la vida por una causa!

Por esa actitud de valentía, Jesús merece el reconocimiento de los que valoramos la dignidad.

VIERNES:

Dicen, los que fueron testigos del acontecimiento, que al hombre se lo llevaron maniatado hasta las autoridades.

Fue como el anticipo de lo que pasaría después en la historia de los pueblos. Cuando no se puede acallar una voz que molesta porque desencuaderna los esquemas de abuso y prepotencia, hay que maniatarlo, condenarlo y sacrificarlo.

Veintisiete años estuvo Mandela encerrado en una cárcel por defender los derechos de los negros en Sud Africa; de un balazo le quitaron la vida a Martin Luther King, a Oscar Arnulfo Romero, a Camilo Torres, a Ernesto Guevara, pero no pudieron acallar sus voces.

Con cuatro clavos quisieron impedir la predicación liberadora de Jesús, acusado de “no ser amigo del César”.

Vano intento en todas esas pretensiones. Las voces libertarias no las calla ni la muerte.

El hecho es que a Jesús lo juzgaron y condenaron a muerte por crucifixión, que era el castigo para los rebeldes, los esclavos y los criminales.

 SABADO:

Tras su muerte, su cuerpo fue colocado en la cripta funeraria de uno de sus seguidores, desde donde desapareció un par de días después.

DOMINGO:

Algunos de sus seguidores (discípulos) dijeron algo inaudito: que lo habían visto, habían compartido con él y habían recibido sus palabras y mensajes, porque había resucitado. No había vuelto a esta vida, sino que estaba vivo pero en otra dimensión: un verdadero misterio que se ha mantenido hasta el día de hoy.

Y a partir de ese momento, el rumor se fue extendiendo, esa creencia fue alimentando la vida de sus seguidores.

Lo que aconteció, según la fe de ellos, está resumido en una frase, cuando a Pablo de Tarso lo llevaron a juicio, tras haberse convertido de perseguidor en un predicador: lo llevaron preso “a causa de un tal Jesús, muerto, del que Pablo dice que está vivo” (Hech 25,19).

Siguiendo esa misma proclamación, millones y millones de personas han mantenido esa fe aún por encima de persecuciones y martirios.

De todo esto, lo invito a hacer tres consideraciones:

1. Puede ser que todo esto sea un cuento bien urdido. Habrá que tomarlo como tal.
2. Puede ser que todo eso haya sido realidad vivida, pero que no afecta en nada a las personas hoy día.
3. Puede ser que sea una verdad que afecta a la vida de la gente, y en ese caso vale la pena tomarla en serio.

Aceptar cualquiera de las dos primeras consideraciones, es inocuo. No pasa nada.

Pero si se acepta la tercera, es un compromiso vital, y por eso mismo puede pasar mucho.

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad , ,

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