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Pan de Vida

Jueves, 13 de abril de 2017
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JUEVES SANTO: LA CONFIANZA DE MARÍA

corazonmaria

*

Eran los días de la Pascua y después de tres años de vida pública, María, era muy consciente de los sentimientos encontrados que las palabras de Jesús, provocaban en unos y en otros. Sabía, por supuesto, que Jesús incomodaba a los sumos sacerdotes y poderosos y tenía miedo por él. Un miedo que no la paralizaba, que le hacía dejarlo todo en manos de Dios, confiar en El, esperar en El. Pasase lo que pasase, sabía que Dios estaría siempre a su lado, a nuestro lado, porque no sabe hacer otra cosa que amarnos.

María, la de la confianza, María la de la espera, María del perdón, María mujer fuerte… nadie tiene mayor amor, que quien conserva la bondad, el amor, la fe, aunque le hieran.

Me uno hoy a esta oración con María.

El Pan de Vida eres Tú
mi alimento, mi luz
la vida que no se contiene
y derrama su Amor sin perderse

El Pan de Vida eres Tú
mi alimento, mi luz
la fuerza que me abraza siempre
el abrazo, que espera paciente

EL PAN DE VIDA ERES TÚ
EL PAN DE VIDA ERES TÚ
EL PAN DE VIDA ERES TÚ
MI ALIMENTO Y MI LUZ

El Pan de Vida eres Tú
mi alimento, mi luz
la paz que me fortalece
para seguir viviendo de frente

El Pan de Vida eres Tú
mi alimento, mi luz
el pan que me compromete
el Amor que me invita a ofrecerme

EL PAN DE VIDA ERES TÚ
EL PAN DE VIDA ERES TÚ
EL PAN DE VIDA ERES TÚ
MI ALIMENTO Y MI LUZ
MI ALIMENTO Y MI LUZ

 *

Salomé Arricibita

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“Semana Santa: El miedo al Evangelio”, por José Mª Castillo

Miércoles, 12 de abril de 2017
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crucificado-campesinoDe su blog Teología sin Censura:

Una de las cosas que quedan más claras, en los relatos de la pasión del Señor, que la Iglesia nos recuerda en estos días de Semana Santa, es el miedo que da el Evangelio. Sí, la vida de Jesús nos da miedo. Porque, a fin de cuentas, lo que no admite duda alguna es que aquella forma de vivir – si es que los evangelios son el verdadero recuerdo de lo que allí pasó – llevó a Jesús a terminar sus días teniendo que aceptar el destino más repugnante que una sociedad puede adjudicar: el destino de un delincuente ejecutado (G. Theissen).

La muerte de Jesús no fue un “sacrificio religioso”. Es más, se puede asegurar que la muerte de Jesús, tal como la relatan los evangelios, fue lo más opuesto que, en aquella cultura, se podía entender como un sacrificio sagrado. Todo sacrificio religioso, en aquel tiempo, debía cumplir dos condiciones: se tenía que realizar en el templo (en lo sagrado) y se tenía que hacer cumpliendo las normas de un ritual religioso. Ninguna de estas dos condiciones se dio en la muerte de Jesús.

Más aún, Jesús fue crucificado, no entre dos “ladrones”, sino entre dos “lestaí”, una palabra griega de la que sabemos que se utilizaba para designar, no sólo a los “bandidos” (Mc 11, 17 par; Jn 28, 40), sino además a los “rebeldes políticos” (Mc 15, 27 par), como advierte F. Josefo (H. W. Kuhn; X. Alegre). Por eso se comprende que, en su hora final y decisiva, Jesús se vio traicionado y abandonado por todos: el pueblo, los discípulos, los apóstoles… Aquello, de religioso, tuvo los sentimientos del propio Jesús. Y sabemos que su sentimiento más fuerte fue la conciencia de verse abandonado incluso por Dios (Mt 27, 46; Mc 15, 34). La vida de Jesús aconteció de forma que acabó así: solo, desamparado, abandonado.

¿Qué nos viene a decir todo esto? La Semana Santa nos viene a decir, en los textos bíblicos que leemos estos días, que Jesús vino a poner en cuestión la realidad en que vivimos. La realidad violenta, cruel, en la que se impone “la ley del más fuerte” frente a “la ley de todos los débiles”.

Sabemos que Pablo de Tarso interpretó el relato mítico del pecado de Adán como origen y explicación de la muerte de Jesús, para redimirnos de nuestros pecados (Rom 5, 12-14; 2 Cor 12-14). Es la interpretación de la que echan mano los predicadores, que centran nuestra atención en la salvación del cielo. Eso es bueno. Pero tiene el peligro de desviar esa atención nuestra de la trágica realidad que estamos viviendo. La realidad de la violencia que sufren los “nadies”, la corrupción de los que mandan y, sobre todo, el silencio de quienes saben estas cosas y se las callan para no perder su poder, sus dignidades y sus privilegios.

La belleza, el fervor, la devoción de nuestras liturgias sagradas y de nuestras cofradías nos recuerda la pasión del Señor. Pero, ¿nos pone en cuestión la durísima realidad que están viviendo tantos millones de seres humanos? ¿Nos recuerda la vida que llevó a Jesús a su fracaso final? ¿O nos distrae con devociones, estéticas y tradiciones que utilizan la “memoria passionis”, el “recuerdo peligroso” de Jesús, para pasarlo bien con buena conciencia?

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“Ranking de felicidad”, por José Arregi

Sábado, 8 de abril de 2017
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33680600101_6568a61d99_zLeído en su blog:

No sabía que la ONU, hace cinco años, hubiese instaurado el 20 de marzo como día internacional de la felicidad. Un día más dedicado a lo que nos falta, como todos los “días de” algo. El día de la felicidad de la que carecemos y que todos buscamos como el bien más preciado y sin precio. ¿De qué nos sirve tenerlo todo si no somos felices? ¿Y quién no daría gustosamente todo lo que tiene a cambio de serlo?

Claro que la felicidad plena no existe, si bien a veces se encuentran personas que se dicen plenamente felices (¡dichosas ellas!). Quien pretenda ser plenamente feliz se vuelve infeliz y hace infelices a los demás. Pero todos querríamos –y podríamos– ser más felices. Cómo ser suficientemente felices o serlo un poco más: he ahí la cuestión.

Algo puede enseñarnos al respecto el Informe Mundial de Felicidad 2017 que la ONU acaba de publicar, como lo viene haciendo desde 2012, con ocasión del día de la felicidad.

Noruega es el país más feliz, seguido de Dinamarca, Islandia, Suiza y Finlandia; luego vienen Holanda, Canadá, Nueva Zelanda, Australia y Suecia. Junto a ellos, tan cerca y tan lejos, están los países más infelices, por orden descendente, me entristece nombrarlos: Ruanda, Siria, Tanzania, Burundi y República Centroafricana, la más infeliz. España se encuentra en el puesto 34; Francia, en el 31.

No es difícil adivinar los indicadores tenidos en cuenta por la ONU para medir la felicidad: ingreso per cápita, salud, expectativa de vida, libertad y libertades, generosidad, apoyo social, y ausencia de corrupción en las instituciones privadas y públicas. Son cosas bien importantes, y todos los países debieran aspirar y acceder a ellas. Pero no nos revelan el último secreto de la felicidad. Esos factores no son suficientes para que un país o una persona sean felices, y me atrevería a decir que no son esos los elementos más decisivos para serlo de verdad.

De hecho, es muy distinto el último ranking de felicidad elaborado por la Consultora Win/Gallup International Association en 2106, basándose en las respuestas de la gente a una pregunta: “En general, ¿se siente personalmente muy feliz, feliz, ni feliz ni infeliz, infeliz o muy infeliz?”. El país más feliz resultó ser Colombia. Y en el informe elaborado por el Instituto DYM a finales del 2015, el continente más feliz resulta ser ¡África! Y el más infeliz… Europa, sí, Europa con sus países nórdicos y su PIB y su Mediterráneo.

Estos resultados no son más contradictorios que el propio sentimiento de felicidad, tan difícil de precisar y medir. La felicidad es más que la mera euforia vital que pudiéramos sentir inyectándonos serotonina o dopamina. Depende mucho más de las expectativas que de la situación objetiva. Por supuesto, nadie debiera tener que vivir con un euro al día, pero lo cierto es que muchos logran ser felices con eso, y más cierto aun que muchos son más infelices cuanto más poseen. Deberíamos medir el progreso por la Felicidad Nacional Bruta más que por el PIB, como hace Bután, el único país.

Pero me temo que los rankings dificultan más que ayudan la felicidad. Hacen que el de arriba sufra porque puede bajar, y que el de abajo sufra porque no puede subir. No es más feliz quien tiene más, sino quien necesita menos o se conforma con lo que tiene.

Oigo cada día a nuestros gobernantes que debemos ser más competitivos. Es cierto que no podremos crecer y triunfar sin ser competitivos, pero más cierto aun que no podremos ser felices ni hacer una sociedad más feliz mientras sigamos empeñados en competir, crecer y triunfar, siempre a costa de otros, siempre creando rankings de riqueza y de pobreza. ¿Puede alguien ser feliz en Noruega o en España mirando de frente la miseria de África, o esquivando la mirada? No sería una felicidad indecente y cruel. No sería verdadera felicidad, sino violencia o engaño.

Solo la persona que abandona todo anhelo y obra sin intereses, libre del sentido del ‘yo’ y de ‘lo mío’, alcanza la paz, como enseñó el Bhagavad Gîta hindú hace 2300 años. Jesús de Nazaret lo dijo a su manera: “Bienaventurados los humildes, los mansos, los misericordiosos, los artesanos de paz. Bienaventurados los pobres solidarios de los pobres”. Él soñó y creyó en un mundo sin competitividad, y lo llamó “Reino de Dios”: un mundo justo, fraterno y feliz, un mundo sin rankings. ¿Lo soñamos todavía?

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La Esperanza

Sábado, 18 de marzo de 2017
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orar-entre-libros-otaloraGabriel Mª Otalora
Bilbao (Vizcaya).

ECLESALIA, 06/03/17.- El contenido de esta palabra languidece en nuestra cultura. No es un valor que se vive, sino un deseo que no acaba de concretarse en su derivada natural: la alegría. Como afirma Chesterton en El hombre eterno, “La desesperanza no reside en el cansancio ante el sufrimiento, sino en el hastío de la alegría. Y cuando lo bueno de una sociedad deja de funcionar roída por dentro, la sociedad empieza a declinar roída hacia la decadencia o declive de la cultura, las instituciones civiles, las relaciones sociales, los valores, la Iglesia y otras características principales de una civilización, por muy floreciente que haya sido“.

Chesterton resulta original al invertir la idea preconcebida de que nadie se hastía de la alegría. Escribe con agallas que “el pesimismo llega cuando nos cansamos del bien” y permitimos secar las fuentes de la verdadera alegría. Que tanto la alegría como su antecedente, la esperanza, hay que trabajarlas; no existe atajo posible, porque no vienen solas. Tampoco el dinero sirve para comprarlas. Pretenderlas a través de los sentidos solo sirve para engañarnos con alegrías superficiales. Es otra la fuente la que permite activarlas para que broten dentro de cada persona ¿De dónde nace la esperanza? No nace, desde luego, aguardando a que el problema se solucione, a que la crisis pase o la situación cambie. Esta actitud solo produce añoranza y pasividad. La esperanza está más cerca de una respuesta activa de rebeldía positiva frente a la incertidumbre que nos desequilibra. Está emparentada con la incansable construcción del mañana desde el ahora y el presente. En la desesperación, en cambio, nos cegamos perdiendo el control y convirtiéndonos en el origen de muchas situaciones y conflictos que traerán graves consecuencias. Con la esperanza, en cambio, actuamos construyendo el futurocentrados en el trabajo del presente, el que constituirá las bases del mañana que pronto será hoy, antes de lo que imaginamos.

Para un cristiano, la esperanza es mucho más que optimismo; es la cualidad teologal que nunca defrauda. Esperar es la capacidad de ver aun cuando nuestros ojos no vean. No solo es un don del Espíritu sino una obligación el pedirlo. La fe en Cristo y la confianza subsiguiente nos invitan a madurar el “creer que” ocurrirán cosas hasta “creer en” Cristo y en su providencia por encima de toda adversidad. Ellas nos equilibran y guían con alegría al amor. No estéis tristes, exhorta el Evangelio, porque el plan de Dios insufla toneladas de esperanza para despertar el corazón hasta convertirlo en hechos de esperanza para otros. Cristo es el motivo angular de nuestra esperanza, la revolución en la historia a pesar de la limitación, el mal y la muerte, que nos impulsa a “esperar contra toda esperanza” (Romanos 4,18).

Pero nos cansamos del bien y nos volvemos pesimistas, como dice Chesterton. Decidimos que ya no merece la pena trabajarnos en la bondad y nos gusta vivir de las rentas de haber hecho el bien y haber esperado nuestra sola voluntad. Y entonces empezamos a dejar de vivir. Y nos marchitamos ¿Por qué? Porque no hacemos las cosas mirando a Cristo cuando las hacemos para los demás. No hay amor. Así pues, los demás, antes o después, también nos defraudan; somos humanos, débiles, sentimos la ingratitud creyendo que merecemos el reconocimiento de quienes deben valorar lo que hacemos. En realidad, lo exigimos en nuestro interior. Sentimos que la gente a la que ayudamos nos debe algo. Solo cuando nos cansamos de hacer el bien, descubrimos que el bien que hacíamos no lo estábamos haciendo para Dios. No era algo desinteresado, generoso, no era amor. Y descubrimos una crisis de motivos aun en los gestos en los que ponemos más generosidad cayendo en la desesperanza. Pero Dios acude a nuestra llamada, cumple sus promesas y nos renueva la fe

Y volveremos a empezar con humildad; entonces brotará de nuevo la alegría.

(*)  Orar entre libros“. Gabriel Mª Otalora. Grupo Editorial Monte Carmelo. Burgos, 2016

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Ante la Cuaresma”, por Gabriel Mª Otalora

Martes, 14 de marzo de 2017
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cuaresma_portada_01La palabra es una abreviatura del latinajo quadragesimam diem. Cuaresmal, por tanto, es sinónimo de cuadragesimal por el número de días elegidos para la maduración en la fe hecha vida ante el acontecimiento venidero más tarde de la Pascua. Es un tiempo de conversión, de cambio, de revisión de vida que significa orientarnos a producir efectos en nuestra tolerancia y misericordia. 

La liturgia de este tiempo ha cambiado poco desde el Concilio Vaticano II, pero la sociología que nos envuelve a los fieles y la teología actualizada, han convertido a estas semanas en otra historia. Los carnavales han tomado la calle y los cristianos constatamos que ya no tenemos el viento de popa que tan cómodamente nos llevaba entre penitencias y ritos. La conversión es ahora una tarea que nos descoloca ante la indiferencia generalizada frente al fenómeno religioso. La cuaresma actual parece un anacronismo ante la desconexión social con la fe y con el propio carnaval, que en algunos sitios ya se alarga hasta penetrar en la primera semana de Cuaresma.

Recuerdo la anécdota de unos cristianos de Namibia cuando fueron invitados por la iglesia Evangélica a visitar Alemania. No podían dar crédito a lo que veían: la enorme diferencia entre el nivel de vida alemán comparado con la raquítica expresión religiosa de la asamblea dominical luterana. No entendían que, a más bienes recibidos, hubiese menos actitud generosa y agradecida a Dios, origen de todo lo bueno. Cuando el ser humano cree que tiene todo el mérito de lo logrado, entonces sobra la conversión y la cuaresma. “¿Por qué rezáis tan poco con lo bien que os va?” fue la interpelación de estos africanos ante la paupérrima expresión de fe que vieron en sus hermanos en la fe alemanes.

La Cuaresma de hoy es más que nunca tiempo de cambio esperanzado así como una oportunidad para aflorar las contradicciones y repensarlas a la luz del evangelio. Convertirse es vivir lo que decimos creer. Por tanto, el signo de no comer carne los viernes ha perdido fuerza y puede ser incluso poco religioso si a la hora de comer pescado lo convertimos en una hipocresía insoportable; pensemos en las salchichas y el rodaballo. Los signos que nos transforman pasan por otros caminos que hagan de la cruz diaria (miserias personales, orgullos, envidias, egoísmos varios, dolores sobrevenidos…) un lugar de transformación personal en amor luminoso para nosotros y para quienes nos rodean, ansiosos como están de ver y de que alguien les muestre el Camino y el sentido de esta vida.

He dicho bien: convertirnos en amor que nos ilumine a nosotros primero, claro que sí, para iluminar después a los demás. Si no nos queremos y nos aceptamos como nos quiere y acepta el Padre, ¿cómo vamos a dar a los demás de lo que nos falta? Eso hizo Jesús de Nazaret y por eso se retiraba a orar para nutrirse de luz y de fortaleza. Por eso creo que la alegría tiene sitio en la Cuaresma pues todo intento de transformación a mejor lleva aparejado la esperanza, y esta es una virtud teologal que se fundirá en el día del Resucitado.

Que todo siga igual no tiene sentido. Por tanto, es la madurez cuaresmal la que se impone; trabajar para ser la mejor posibilidad de uno mismo y con los demás. Esta es la batalla silenciosa y difícil que debemos afrontar durante estas semanas en medio de nuestras dificultades personales y de un escenario materialista asfixiante. Pero si pensamos en el Maestro, no lo tuvo mejor en aquella sociedad teocrática más asfixiante todavía. Y además, tenemos su ejemplo.

¡¡Feliz singladura cuaresmal de la mano del Espíritu!!

Gabriel Mª Otalora

Fuente Fe Adulta

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“Teología de la desigualdad”, por José Mª Castillo

Sábado, 11 de marzo de 2017
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31536679513_cc495acb3bDe su blog Teología sin Censura:

Una teología de la desigualdad, nunca definida pero claramente aplicada, se encuentra bien formulada en el vigente Código de Derecho Canónico de la Iglesia católica. En el Código, como sabemos, las mujeres no son iguales en derechos a los hombres. Ni los laicos son iguales a los clérigos. Ni los presbíteros tienen los mismos derechos que los obispos. Ni los obispos se igualan con los cardenales. Y conste que no hablo de los poderes inherentes al gobernante, sino de los derechos que son propios de las personas. Ya sé que todo esto necesitaría una serie de precisiones jurídicas y teológicas, que aquí no tengo espacio para explicar. Para lo que en esta reflexión quiero indicar, valga lo dicho como mera introducción a la teología de la desigualdad en la Iglesia.

Como punto de partida, no olvidemos que la religión es generalmente aceptada como un sistema de rangos, que implican dependencia, sumisión y subordinación a superiores invisibles (W, Burkert). Superiores que se hacen visibles en jerarquías que hacen cumplir los rituales de sumisión, según las diversas religiones y sus estructuras correspondientes. En el caso de la Iglesia, durante los tres primeros siglos, las originales comunidades evangélicas fueron derivando hacia un “sistema de dominación”, con las consiguientes desigualdades, que todo sistema de dominación produce, y que quedó establecido en la Antigüedad Tardía (J. Fernández Ubiña, ed.).

Este sistema, como es bien sabido, alcanzó la cumbre de su fortaleza en su expresión máxima, la “potestad plena” (ss. XI al XIII). Un poder que se ejercía conforme a la normativa del Derecho romano (Peter G. Stein), que no reconoció la igualdad “en dignidad y derechos” de mujeres, esclavos y extranjeros.

Como es lógico, este sistema, no ya basado en las “diferencias”, sino en las “desigualdades”, sufrió el golpe más duro, que podía soportar, en las ideas y las leyes que produjo la Ilustración, concretamente en la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, que aprobó la Asamblea Francesa, en 1789. Un documento que fue denunciado y rechazado por el papa Pío VI. Lo que fue el punto de partida del duro enfrentamiento entre la Iglesia y la cultura de la Modernidad. Un enfrentamiento que se prolongó durante más de siglo y medio, hasta después de la segunda guerra mundial.

Naturalmente, esta legislación y esta forma de entender la presencia de la Iglesia en la sociedad se tenía que justificar desde una determinada teología. La teología de la desigualdad, que el papa León XIII recogió de una tradición de siglos, para rechazar las enseñanzas de los socialistas, que, a juicio de aquel papa “no dejan de enseñar… que todos los hombres son entre sí iguales por naturaleza” (Enc. Quod Apostolici. ASS XI, 1878, 372). Cuando en realidad, para León XIII, “La desigualdad, en derechos y poderes, dimana del mismo Autor de la naturaleza”. Y tiene que ser así, “para que la razón de ser de la obediencia resulte fácil, firme y lo más noble” (ASS XI, 372).

Así, el papado de aquellos tiempos pretendió aplicar a la sociedad civil el principio determinante del sistema eclesiástico, que quedó formulado por el papa Pío X, en 1906: “En la sola jerarquía residen el derecho y la autoridad necesaria para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad. En cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y, dócilmente, el de seguir a sus pastores” (Enc. Vehementer Nos, II-II. ASS 39 (1906) 8-9). La teología de la desigualdad quedó bien formulada, como una teoría y una práctica que, con otras palabras, ya había sido formulada desde Gregorio VII (s. XI) y afianzada por Inocencio III (ss. XII-XIII).

Uno de los componentes determinantes de la cultura es la religión. Por eso, una cultura como es el caso de lo que ha ocurrido en Occidente durante tantos siglos, la teología de la desigualdad ha marcado la mentalidad, el Derecho, la política, las costumbres y las convicciones, de la cultura occidental, mucho más de lo que seguramente imaginamos.

El contraste con esta teología está en el Evangelio. Jesús quiso, a toda costa, la igualdad en dignidad y derechos de todos los seres humanos. Por eso se puso de parte de los más débiles, de los más despreciados, de los más desamparados. Esto supuesto, yo me pregunto por qué hay tanta gente de la religión – o muy religiosa – que no disimula su rechazo y hasta su enfrentamiento con el papa Francisco. Más aún, yo me pregunto también si el profundo malestar, y hasta la indignación, que se está viviendo ahora mismo en España, no tendrá algo (o mucho) que ver con la teología de la desigualdad y sus defensores, los clérigos de alto rango. Es más, yo me atrevo a preguntar si España está prepara, en este momento, para aguantar un cambio tan radical, en nuestras leyes, jueces y fiscales, que no fueran los “robagallinas”, sino los más altos dirigentes de la política y de la economía los que se echaran a temblar.

¿Es o no es importante la teología de la desigualdad? En todo caso, yo no tengo soluciones. Ni esa es mi tarea en la vida. Me limito a plantear preguntas, que nos obliguen a todos a pensar.

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“Estos tipos se pelearían por coger los clavos para subir a Cristo en la cruz”

Lunes, 6 de marzo de 2017
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quentin-massys-ecce-homo-detailHaciendo el juego a HazteOir

“El silencio de los obispos vuelve a dejarles en fuera de juego”

(Jesús Bastante).-No lo esperaban ni en sus mejores sueños. Los ultracatólicos de HazteOir (algún amigo me sugiere que, simplemente, utilice el término “ultras”, sin el “católicos”, pero mientras los obispos no contesten a las preguntas que se les formulan, o no desautoricen oficialmente a este grupo, mientras otros prelados como Munilla, Reig Plá, Sanz o Demetrio continúen apoyándoles directa o veladamente, lamentablemente tendremos que seguir utilizándolo) están consiguiendo una publicidad impresionante a cuenta de su polémico autobús en el que lanzan, una vez más, un mensaje de odio, esta vez contra un colectivo doblemente perseguido: por ser menores, y por tener una identidad sexual diferente a la mayoritaria.

El presidente de HazteOir, Ignacio Arsuaga, no cabe en sí de gozo. Ocupa horas de televisión y radio, páginas enteras de diarios y revistas, y buena parte del espacio virtual de los portales especializados. Ha sido más sencillo de lo que parecería a simple vista. Una frase impactante, dura, dolorosa, zafia, y una campaña ciertamente original (hay que reconocerles su capacidad de impacto en las redes, y su formación en marketing), ha multiplicado la presencia de un pequeño grupúsculo que no representa a nadie, que no defiende la vida de los débiles ni la libertad de expresión, y que utiliza la agitación como leit motiv. Ni Evangelio, ni democracia, ni gaitas: estos tipos se pelearían por coger los clavos para subir a Cristo en la cruz.

Su éxito, en cambio, es una derrota de la sociedad de la comunicación, que vive en demasiadas ocasiones de lo accesorio, lo escandaloso, lo escabroso, la carroña. Y algo que debiera hacer pensar a los responsables de estos medios (autocrítica en la que me incluyo). ¿Qué logramos dando voz a esta gente?

En lo tocante a la Iglesia, una vez más, comprobamos cómo el silencio de los obispos vuelve a dejarles en fuera de juego. En privado, la práctica totalidad de los prelados muestran su disconformidad con los métodos de HazteOir y sus adláteres (por no hablar, ya lo haremos en otra ocasión, de sus vinculaciones con la sociedad secreta El Yunque). En público, sin embargo, ninguna respuesta. O el apoyo, más o menos directo, de los prelados más reaccionarios.

Cuando comenzó toda esta historia, no pude por menos que acordarme de Diego Neria, el transexual a quien el Papa Francisco recibió, junto a su novia Macarena. Dos espíritus libres, dos bellísimas personas, dos grandes seguidores de Jesús, que están llevando a cabo una magnífica labor en pro de la igualdad y la libertad. Sin más banderas que las del mensaje de liberación de Jesús de Nazaret. El mismo que hoy sería acusado de apóstata, gay, idólatra, asesino y blasfemo por los nuevos Sumos Sacerdotes. Que, pese a su lema, tienen muy poco oído.

arsuaga-y-reig

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“¿Qué urge más resolver en la Iglesia?”, por José Mª Castillo

Martes, 28 de febrero de 2017
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32753879911_6e8695e4ec_bLeído en su blog Teología sin Censura:

Los problemas, que hoy más preocupan a clérigos y laicos que actualmente se interesan por los asuntos de la Iglesia, ¿son los problemas más graves que tiene le Iglesia en este momento? ¿son esos los problemas que hay que afrontar cuanto antes?

Creo que es urgente afrontar estas preguntas porque no sé si lo más apremiante, en este momento, es aclarar si los divorciados vueltos a casar pueden o no pueden recibir la comunión. Como tampoco sé si no admite espera posible el hecho de que cuatro cardenales (y algunos grupos integristas) estén en desacuerdo con el papa Francisco. Por supuesto, es un asunto muy grave la cantidad abrumadora de abusos de menores, el hecho de que el Vaticano ni ha firmado, ni pone en práctica, los derechos humanos. Ni los puede poner mientras siga en vigor el actual Derecho Canónico. Con las enormes consecuencias que todo esto entraña.

No sé si estoy en lo cierto al plantear estas preguntas y estas dudas. En cualquier caso, a mí me parece que, debajo de estas cuestiones, hay un problema de fondo que nos asusta. Y nos asusta de verdad. Me refiero a la relación que tiene, mantiene y vive esta Iglesia, que tenemos, con el Evangelio de Jesús.

No estoy dudado de si la Iglesia cree o no cree en el Evangelio. Eso, por supuesto, está fuera de duda. Es más, si el Evangelio ha llegado hasta nosotros, eso se lo debemos a la Iglesia, que lo ha creído y lo ha enseñado a lo largo de los siglos. Pero es que el problema no está en si la Iglesia cree o no cree en el Evangelio. El problema está en si la Iglesia vive o no vive el Evangelio.

Más en concreto, a mí me parece que el problema está en si la Iglesia, tal como la vemos y la vivimos, “sigue” o “no sigue” a Jesús. Porque no olvidemos esto nunca: el problema más grave, que planteó Jesús (según los evangelios) fue el problema del “seguimiento”. De manera que incluso la fe, en Dios y en Jesús, se hace imposible cuando se divorcia y se desentiende del seguimiento de Jesús.

Y lo que yo veo, tanto en la Jerarquía como en los fieles, es que la Iglesia vive preocupada por la fidelidad de los cristianos a la fe. La fidelidad al seguimiento de Jesús no le quita el sueño a nadie. Y conste que, concretamente en los evangelios sinópticos, mientras que la fe se menciona 36 veces, del seguimiento se habla 57 veces.

Y es que la fe, como conjunto de creencias y prácticas religiosas, se puede reducir fácilmente a un asunto privado y a una serie de costumbres que integramos en nuestra vida sin demasiados problemas. Mientras que el seguimiento de Jesús, si nos atenemos a los relatos de los evangelios que lo explican, exige – como punto de partida – fiarse de Jesús hasta tal punto, que se renuncia a lo más fundamental (familia, trabajo, dinero, seguridad, proyectos…) porque asumir la forma de vida de Jesús es más determinante que todo lo demás.

¿No estamos haciendo en la Iglesia una especie de componenda entre fe y seguimiento, que termina no siendo ni lo uno ni lo otro? Me temo que estamos – y vamos a seguir – angustiados por temas marginales, mientras que, al problema capital de la Iglesia, nunca nos atrevemos a hincarle el diente.

Y así, nos interesan una serie de asuntos secundarios, al tiempo que la relación de fondo entre la Iglesia y el Evangelio, ahí está. Y seguirá estando hasta que el “ser o no ser” obligue a tomar en serio el problema que de verdad nos urge. Como urge un salvavidas al que se está ahogando.

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“Creo en Jesús de Nazaret”, por José María García-Mauriño

Miércoles, 22 de febrero de 2017
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medio-rostro-de-jesusMi afirmación es clara y nace de una convicción profunda, es el grito de mi fe. Algo que es difícil de expresar con palabras. Pero, es lo que intento en este escrito. No digo en qué Jesús creo, porque el descubrimiento que he hecho de El ha supuesto un lento y doloroso proceso de desmitificación a través de los años. He leído mucho y estudiado varias cristologías, por el enorme interés que tengo por su persona. Sin embargo, creo que una cosa es saber sobre Jesús y otra muy distinta creer en él. No quiero meterme en los estudios que se han hecho sobre el Jesús de la historia, el Jesús histórico y el Cristo de la fe. Estudios documentados los hay a montones. Jamás se me ocurriría meterme por esos caminos. También hay magníficas Cristologías, algunas muy modernas con enfoques sugestivos y con gran amplitud de miras. Otro campo en el que sería una ridícula osadía pretender entrar. De modo que descarto con toda claridad todo lo que pueda sonar a estudio o exposición científica de estos temas. Porque estoy convencido de que la fe no se basa en los conocimientos. Se puede conocer algo de Jesús de Nazaret, pero no creer en él, o creer muy poco, o no confiar plenamente en su persona. En mi vida lo importante es la convicción, mi creencia, mi fe. Y esta convicción no es ni será nunca demostrable por la evidencia de sus argumentos. Es algo que se escapa a las pruebas de la razón, es de otra dimensión. Las convicciones son la prueba de la autenticidad de mi fe en Jesús. He descubierto que lo importante no es estar seguro de una serie de conocimientos o de verdades, sino tener unas convicciones que se van traduciendo poco a poco en una forma de vivir, en comportamientos lo más coherentes posible con esta fe.

Proceso desmitificador:

Como toda persona creyente, para superar la fe del carbonero, me he hecho una serie de preguntas aunque no haya encontrado las respuestas, y me he dejado interpelar por la realidad en la que vivo. No quería que me engañaran más y cuando leía algún texto del Evangelio, me iba directo al griego a descubrir su verdadero significado. He soportado la perplejidad y el desconcierto, he convivido con la duda y hasta he experimentado el vértigo del agnosticismo o de la increencia. Me ha hecho polvo el silencio de Dios. Bonhoeffer, el teólogo protestante, lo formuló magníficamente: “Ante Dios y con Dios, vivimos sin Dios”. En el compromiso sociopolítico no interviene Dios para nada. La lucha por la liberación de los pobres, por su causa, como la de Jesús, tiene un componente ético de justicia y nada religioso. Y camino por esa senda con total desnudez. En una palabra, he tratado de seguir los pasos hacia la adultez cristiana, lo mismo que caminamos con mayor o menor éxito hacia la adultez humana.

1º) Jesús, ¿es Dios?

Y la primera pregunta sería ésta: ¿Jesús era Dios? Si Jesús era Dios y lo sabía todo, en realidad no llevaba una vida humana como el común de los mortales. Jugaba con doble baraja. Sabía lo que iba a pasar, cómo iba a reaccionar cada persona, a cada uno de los acontecimientos desde los más inmediatos hasta los más lejano en una palabra sabía el final de la película. ¿Es posible admitir que la vida de Jesús fue una inmensa comedia de cara a la galería? su asombro, su admiración, su extrañeza, su indignación o sus lágrimas, ¡eran puro teatro! Todo aquello estaba ya previsto en el guión. Me resisto rotundamente a esa farsa porque la considero totalmente irrespetuosa para con Dios y para con los seres humanos. ¿Qué idea tenemos de Dios? Creo que no tiene sentido esa pregunta, porque si desconocemos el predicado, no lo podemos afirmar del sujeto. No sabemos, ni podemos saber nada de Dios, quien es Dios, cómo es Dios. Diríamos al revés, no preguntarnos si Jesús es Dios, sino afirmar que Dios es Jesús. Es el único Dios que hemos conocido.

2º) Jesús, ¿es hijo de Dios?

Desde luego, no me creo que Jesús sea Hijo de Dios, es decir, que sea la “segunda persona” de la Santísima Trinidad. Creo que la Trinidad no existe, me parece que es un constructo humano, algo así como un mito o leyenda que también tienen otras religiones. No es lo mismo Hijo de Dios, que “Dios Hijo”. Se trata de la influencia griega que juega con conceptos filosóficos: Hijo de Dios es entendido en términos de naturaleza y esencia y no de fe. Decían que en Jesús había dos naturalezas, divina y humana, (perfectus Deus, perfectus homo, propio del siglo IV del concilio de Calcedonia) pero una sola persona, porque “como Dios todo lo tiene presente”. Desde siempre hemos considerado los términos Dios e Hijo de Dios como sinónimos. Pero, está claro que no era ése el sentido corriente en las culturas de la época. Hijo de Dios era el faraón desde el momento en que llegaba al poder. Hijo de Dios era el emperador romano, revestido del poder divino. Hijo de Dios era el rey de Israel y, de forma colectiva, todo el pueblo elegido. Está claro que, en estos contextos, “Hijo de Dios” no tiene el sentido fuerte que después ha ido adquiriendo en la teología. Por otra parte, conviene recordar que la expresión Hijo de Dios aparece 38 veces en los Evangelios frente a las 98 veces que usa la fórmula: Hijo del hombre. Parece bastante seguro, desde el punto de vista histórico, que Jesús nunca reivindicó para sí el título de Hijo de Dios. En cambio, se apropia el título de Hijo del hombre. No es casualidad. Se trata de un planteamiento muy madurado. Es decir, el centro del mensaje de Jesús no es Dios sino el hombre, todo ser humano.

La afirmación es mucho más osada y más desconcertante. Lo que se deduce del prólogo de Juan es que Dios se refleja en Jesús. Efectivamente, avanzamos desde lo conocido (Jesús) hacia lo desconocido (Dios). El término cercano e inmediato es Jesús, su forma de vivir y su forma de morir. Su manera de apostar por la felicidad y por la vida. A partir de su vida tomada en su totalidad podemos barruntar lo que es Dios. Porque a Dios nadie la ha visto nunca; es el Hijo único, que es Dios, y está al lado del Padre, quien lo ha explicado (Jn 1,18).

3º) La filosofía griega:

Desde la perspectiva de Jesús, necesita una severa revisión el Dios de la filosofía griega. No tiene nada que ver con el Dios de Jesús la imagen de un dios lejano e inaccesible, impasible e inmutable, ajeno y ausente de los avatares humanos. El Dios, motor inmóvil de Aristóteles, resulta difícilmente conciliable con el Dios de Jesús. La tendencia intelectualista griega ha puesto la teoría por encima de la práctica, el dogma por delante de la ética, la doctrina por encima de la vida, la ortodoxia en vez de ortopraxis. Dios no es persona, porque la palabra persona es propia de la filosofía griega. Nos han presentado un dios que todo lo tiene en un puño: el presente, el pasado y el futuro; para quien no hay sorpresas ni imprevistos, que lo tiene todo bajo control. Es el dios todopoderoso que permite el mal y los desastres naturales. Así han presentado los artistas a Jesús, como el “pantocrator”, el dios todopoderoso sustituto del dios Júpiter de los romanos. Yo creo en un dios débil que se identifica con los débiles, descarto que Dios sea todopoderoso.

4º) Jesús es la Vida.

Nunca comprendí la introducción al evangelio de Juan en el que se dice que en el principio existía el Verbo. Luego, el Verbo fue traducido por “logos” y en otra parte traducido por Palabra. Se van aclarando las cosas: Verbo, Palabra, Proyecto. Me gusta la interpretación de Juan Mateos. Textualmente: La traducción del v. 1 puede hacerse así: Al principio ya existía el Proyecto, y el Proyecto se dirigía / interpelaba a Dios, y un ser divino era el Proyecto. El Proyecto de Dios es la vida, una Vida con mayúscula, en su sentido más pleno y totalizador. Desde el nivel biológico (¡pan para todo el mundo!) hasta las calidades de vida que podemos ir añadiendo a medida que nuestro desarrollo va ganando en sensibilidad: la paz, la alegría, la felicidad, la comunicación humana, el bienestar, la ternura, la armonía con la naturaleza, etc. La vida personal, la colectiva y la planetaria. La Vida es la luz de los hombres. El criterio ético por antonomasia, el punto de referencia para calibrar las actitudes y las decisiones es justamente aquello que crea vida. Quienes aceptan el Proyecto se van haciendo hijos de Dios. Una visión dinámica de la maduración humana y de la filiación divina al alcance de cualquier bolsillo. Hacerse hijos de Dios significa imitar a Dios en su capacidad de crear vida, de suscitar esperanza y confianza entre las personas. Porque quienes mantienen la adhesión al Proyecto, esos han nacido de Dios. Y el Proyecto se hizo hombre. Se traducía “el Verbo de Dios se hizo carne”. “Carne” (sarx) dice el texto del prólogo. Con el doble sentido de realidad visible, palpable, verificable y también de fragilidad/debilidad humana. No es puro sueño el Proyecto de Dios. Ni es tampoco una realidad para el mundo futuro. La apuesta por la vida se hace aquí, en esta tierra, con estas personas que nos rodean o que viven a miles de kilómetros. Aquel hombre, Jesús, se fue haciendo hijo de Dios a lo largo de su vida. Su comportamiento se fue pareciendo cada día más a la forma de comportarse Dios.

Está claro que Jesús no hace teorías, no especula ni construye edificios filosóficos o teológicos. Jesús vive. Entra en contacto con la realidad y se deja interpelar por ella. A partir de los hechos, reacciona a favor de la vida, defiende la vida allí donde ésta se encuentra más amenazada. Ese es el sentido profundo de su cercanía a los excluidos y marginados, a las prostitutas y a los publicanos… No sienten necesidad de médico los sanos sino los que se encuentran mal (Lc 5,31).

5º) Jesús no lo sabe todo.

Al dudar de que Jesús sea Dios, no se puede decir que su vida esté de antemano prevista y programada. Una vida que se sustrae a los avatares propios de la vida humana: la incertidumbre ante el futuro, el desconcierto o la perplejidad, el error y la metedura de pata, el no saber muchas veces qué hacer. Si fuera un Dios que todo lo sabe y todo lo puede, quedarían eliminadas todas las angustias y todas las dudas. ¡Menudo chollo! Durante siglos hemos estado repitiendo un Credo, donde el hombre Jesús queda literalmente anulado por el Verbo de Dios. La vida de Jesús se reduce a su nacimiento de María, la virgen, y a su muerte en cruz. El resto de su vida no interesa. ¿Cómo vivió? ¿Qué hizo y qué dijo? ¿Qué sentía ante los acontecimientos, las relaciones humanas, la vida? Jesús crecía, se desarrollaba como todo ser humano, y tuvo el proceso de maduración propio de todo ser humano. No tenía nada previsto, ni programado. Era un ser que se despojó de todos los “privilegios” de la divinidad, y en un total vaciamiento (kenosis) de todo lo divino, se humanizó de tal manera que se fundió y se confundió con todo lo humano. Con el sufrimiento de los que nada tienen, los que mueren de hambre cada día, con la angustia de los parados de larga duración, con el dolor de las muertes causadas en las terribles guerras entre pueblos, con la exclusión de tantos inmigrantes, con el sufrimiento de los enfermos, con la pobreza y la miseria de todos los pobres de la tierra. Era un ser tan asombrosamente humano que llegó a ser un modelo de vida para toda la humanidad, aunque no sea Dios, porque no podemos saber qué es Dios.

6º) La muerte de Jesús

Otro interrogante crucial ¿Y la muerte de Jesús?: ¿por qué murió crucificado? Su muerte en cruz, ¿fue pura casualidad, estaba ya prevista o tiene que ver algo con su forma de vivir? El Credo ya se encarga de decir que fue crucificado “por nuestra causa”, por nuestros pecados, pero nos deja, como quien dice, con los mismos interrogantes. La muerte de Jesús fue horrenda, injusta y despiadada. Fue crucificado precisamente en medio de dos subversivos políticos. El término “lestai” en griego significa eso, subversivos políticos, no que fue crucificado entre dos ladrones vulgares. Fue un asesinato político y religioso. Se lo cargaron los poderes del Imperio romano y los poderes de la religión judaica. Su muerte en cruz es la prueba más descorazonadora de que Dios lo ha abandonado. El propio Jesús clamó dando una gran vozDios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15,34). Esta es la única “palabra” que pronunció Jesús en la cruz, según Marcos y Mateo. Aquel hombre, Jesús, se vio sometido al desconcierto total, a la oscuridad y a la duda más aterradora: ¿de verdad lo había abandonado Dios? Porque hasta su experiencia de la paternidad divina queda aquí en entredicho.

Para tratar de solucionar el problema ante aquel desastre se dice que “todo estaba ya escrito”. Fórmula que desde nuestra perspectiva resulta ambigua y hasta escandalosa, porque nos suena a fatalismo. Como si toda la vida de Jesús y su trágico desenlace estuvieran ya diseñados y programados desde toda la eternidad. Según algunos, Jesús no podía sufrir porque gozaba siempre de la visión beatífica divina, pero en la cruz hizo un milagro: ocultó misteriosamente su visión beatífica de Dios… ¡para poder sufrir! Resulta realmente asombrosa y espeluznante esta visión de Jesús y del sufrimiento. La muerte de Jesús no estaba prevista, ni programada. Podemos decir, eso sí, que una posible muerte violenta era incluso altamente previsible. No se desafía impunemente a los poderes establecidos. Sobre todo cuando ese desafío se realiza desde la desnudez de la palabra y desde la solidaridad con los excluidos religiosos y sociales. Jesús fue víctima de su propia manera de vivir, de su enfrentamiento con una religión ritualista y alienante, de su cercanía hacia las personas marginadas. En una palabra, fue víctima de su propia ingenuidad al proponer una sociedad alternativa basada en cosas tan sencillas como el servicio fraternal frente a toda forma de poder y la mesa compartida frente a la riqueza acumuladora.

7º) Jesús resucitó:

No tengo ni idea de lo que esto significa. No es un hecho que se pueda probar ni comprobar no es un milagro. Solo puedo entender algo de manera confusa que Jesús sigue viviendo, es el Gran Viviente, que supera las formas de existencia humana, el tiempo y el espacio, propios de la historia humana. No todo terminó en la cruz. Él tiene razón para seguir viviendo, y creo que sigue vivo, aunque no entiendo sus razones. También admito la posibilidad de que voy a resucitar, es decir, a seguir viviendo de forma misteriosa, enigmática. No entiendo nada de esto, pero tengo la creencia, la sospecha, no la certeza, de que pueda resucitar junto con todos los pobres de la tierra que no gozaron de la vida a la que tenían derecho. Si alguien tiene “derecho” a resucitar son ellos los que principalmente han de resucitar. Me parece que no se puede decir que la injusticia triunfará al final. Tengo muchas dudas de que haya otra vida definitiva que va más allá de esta; a pesar de que él lo ha dicho. Yo me fío de El, confío de tal manera en él y en su mensaje que se con una certeza absoluta que Él no me va a fallar, no que vaya a resucitar. Vivo tranquilo y con mucha paz, aunque tenga muchas dudas. No tengo otros apoyos, vivo en una dura soledad, en una clara pobreza económica, “no tengo donde caerme muerto”, en casi completa desnudez psicológica, tampoco tengo otras seguridades sobre un futuro incierto, ese “más allá”, que traspasa las fronteras de mi existencia terrena. Sólo le tengo a Él, del que me fío y confío plenamente.

José María García-Mauriño

Fuente Fe adulta

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¿Y mi vida?

Miércoles, 25 de enero de 2017
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Sí, esa es la pregunta, ¿qué pasa con tu vida?

No es lo mismo que te quiten algo a que lo entregues. Entra en juego la libertad y la voluntad. Cuando te quitan algo ni tienes voluntad ni libertad, además se crea violencia; sin embargo cuando lo entregas, ambas cosas, la voluntad y la libertad son necesarias y entonces se crea paz y plenitud, realmente es cuando tu vida se acrecienta. Ese algo puede ser por ejemplo tu tiempo, o tu vida a pedacitos o completa. No es lo mismo que se te quite tiempo, tu trabajo, tu familia, tus amigos o tus circunstancias, a que lo entregues.

Empezamos este año escuchando el Evangelio de Marcos donde Jesús nos enseña estas cosas. Su vida es una entrega cotidiana, entrega su tiempo con quienes le buscan, su prestigio con los excluidos, su llamada, su palabra, su presencia, su atención… su todo. Vive entregándose para mostrarnos que ése es el camino de la plenitud. Así que, como nos dice desde el principio, convirtámonos.

No dejes que te quiten la vida, entrégala.

Recibe y entrega, en ese bello compás que nos propone la armonía de Dios, que es nuestra propia respiración física y que, por ende, nos oxigena el alma.

Respirar es una buena “arma” no sé si secreta pero sí al menos muy desconocida. Respirar oxigena el cuerpo, y limpia la mente, serena el espíritu, relaja las tensiones, estimula la atención, te conecta con la profundidad… Es el ejercicio de la recepcion y de la entrega, ambos movimientos sumergidos en la humildad.

Dar y recibir.

Dar y recibir.

Es a enseñanza de Jesús, el Maestro de Nazaret.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Amor de todo amor

Martes, 24 de enero de 2017
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Del blog de la Communion Béthanie:

El hermano Roger es una profeta de nuestro tiempo. Centró toda su vida en Cristo, en cuyo nombre dio la bienvenida a cualquier persona, cualquiera que sea su ori gen, su pasado, su edad, su religión. Hombre de oración, el fundador de la comunidad ecuménica de Taizé no ha dejado de animar a los hombres a reconciliarse. Su testamento espiritual continúa sosteniendo a aquellos que deseen desarrollar un monaquismo interior. Os proponemos oraciones y palabras del hermano Roger para alimentar cada semana la vida interior en el seguimiento del Dios uno y trino. (Citas sacadas del libro “Vivir para amar” Ed. Les Presses de Taizé, 2010).

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“Amor de todo amor, Cristo es ardor en ti.

Y cuando el amor es perdón, tu corazón probado vuelve a vivir.

La contemplación de su perdón se hace resplandor de misericordia en un corazón sencillo.

Y la santidad de Cristo ya no es  inalcanzable.

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Frère Roger de Taizé,

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“Monólogos y soliloquios”, por Dolores Aleixandre

Lunes, 23 de enero de 2017
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De su blog Un grano de mostaza:

Al evangelista Lucas parecen interesarle los monólogos internos de sus personajes: al administrador sinvergüenza lo presenta como si lo conociera hasta los tuétanos y sus pensamientos le fueran transparentes: “El administrador pensó: ¿Qué voy a hacer…? Para cavar no tengo fuerzas, mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer…” (Lc 16, 3). Del rico que había tenido abundante cosecha también nos revela cuáles eran sus cavilaciones: “Empezó a pensar: «¿Qué puedo hacer? Porque no tengo donde almacenar mi cosecha». Y se dijo: «Ya sé lo que voy a hacer; derribaré mis graneros, construiré otros más grandes, almacenaré en ellos todas mis cosechas y mis bienes, y me diré…” (Lc 10, 17).

Es una lástima que el contenido de las reflexiones de ambos gire en torno a cómo enriquecerse más y tampoco consuela mucho que el hijo pródigo salga del agujero negro en el que estaba gracias a que “entró en sí” y se dijo “me levantaré…, iré…le diré…” (Lc 15, 17): la realidad es que tenía un hambre tan feroz que sus pensares le fluían desde el estómago.

Menos mal que aparece María, la madre de Jesús, con una interioridad “decente” y respiramos al saber que ella rumiaba otras cosas y todo lo que tenía que ver con su Hijo “lo guardaba dándole vueltas en su corazón” (Lc 2,19). Santa Teresa hablará después de “un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma…

Qué suerte contar con maestras que orienten nuestros soliloquios en otra dirección…

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Jesús y su proyecto

Martes, 17 de enero de 2017
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2603aBruno Álvarez
Mendoza (Argentina).

ECLESALIA, 13/01/17.- Tengo 26 años y soy de Mendoza, Argentina.  Me encantan, o, más bien, me fascinan, los teólogos y filósofos españoles; los leo y  releo con frecuencia, y muchos de ellos han sido, para mí, una maravillosa guía tanto intelectual como espiritualmente. Pero, quizá, me esté yendo del tema…

Soy un apasionado de la figura de Jesús de Nazaret, al cual considero, al decir de Spinoza, “el más grande de los filósofos”; pero reducir su extraordinaria existencia al más grande de los filósofos es una aporía deleznable: es, quizá, el más importante de los hombres, el más sabio, y no necesitó de un lenguaje abstruso ni de revoluciones empuñando las armas para suscitar la más grandes de las insurrecciones: la del amor y la del perdón al prójimo. Jesús, como dice José Antonio Pagola, es patrimonio de la humanidad, y tanto mejor para los creyentes que así sea. ¿Por qué el galileo debería ser propiedad de los cristianos cuando su mensaje sigue removiendo, con el paso de los siglos, tanta admiración y devoción para los que aman sin Dios? ¿Por qué su vida no puede inspirar a los que vivimos sin iglesias y sin dogmas si él nos enseñó, mejor que nadie, que Dios no se encuentra en los templos sino en las personas que sufren? ¿No nos dio a entender, acaso, que aquellos que transitan su existencia de espalda a los que padecen el azote del hambre y la enfermedad son los más desgraciados de los hombres?

Sí: amo su proyecto del Reino de Dios, aunque no sea, estrictamente hablando, creyente. ¿Pero qué importancia tiene? ¿Por qué mi falta de fe, con la que he luchado insistentemente desde mi adolescencia con sus respectivos vaivenes, debería impedirme querer formar parte de ese grandioso proyecto? Con Dios tengo las cuentas claras: si existe, sé que me entendería, que me perdonaría o, quizá, todavía esté esperando el momento propicio para irrumpir inesperadamente en mi vida…

¿Por qué redacto estas líneas? Porque mientras más leo a Jesús y más me embarco en la aventura de su vida, más contradictorio me resulta el binomio inquebrantable entre Jesús y la Iglesia. Por un lado, la sencillez, la humildad, la vida ejemplar itinerante de quien pretendió ver un mundo más justo y feliz; por el otro, esa pomposidad, esa grandilocuencia casi risible, esa  perversa indiferencia (hay gente, dentro de la Iglesia, claro que está,  que realmente se preocupa por la felicidad de las personas) de quienes dicen ser cristianos pero  que no se diferencian, o apenas lo hacen, de quienes no lo son…

Me permito una digresión o, si se quiere, una confesión: la última vez que pisé una iglesia, hace poco más de un año, regresé tan desilusionado que no tuve  intención de volver: más ritos que amor, más aburrimiento que alegría, más protocolo que entusiasmo, discursos vacíos e inverosímiles…; pero la gota que rebalsó el vaso fue observar cómo la gente que salía de la iglesia hizo vista gorda con un niño que pedía comida en la puerta ésta, impasible ante sus piecitos descalzos y sucios, en detrimento con el mensaje de Jesús de Nazaret. ¿De qué sirve ir a la Iglesia si la indiferencia sigue estando? La gente no se divide, en materia religiosa, entre creyentes y no creyentes, sino entre buenas y malas personas. Lo importante son los actos, no las profesiones de fe; todo lo demás es irrisorio.

Si hay algo que la vida me ha enseñado es que no podemos confinarla en doctrinas o en ideologías, pues hay algo más importante que los dogmas: la justicia; y algo más importante, a mi entender, que la fe: el amor.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Reforma Eclesial. “Ecclesia semper reformanda”

Sábado, 14 de enero de 2017
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iglesia-en-obrasJosé Antonio Revuelta
Palencia

ECLESALIA, 02/12/16.- Reformadores los hubo siempre: civiles, que proponían proyectos a reyes y gobernantes para mejorar la nación. Y religiosos. A modo de ejemplos actuales podríamos señalar a algunos más profundos y radicales, cargados de buena voluntad: Yves Congar (+), Víctor Codina –SJ, John Shelby Spong (episcopaliano y obispo emérito de Newark /USA), José María Vigil –CMF, Comisión Teológica Internacional de la EATWOT /ASETT …y ¡el Papa Francisco!

A vino nuevo, odres nuevos” (Mc 2, 22)

El tópico de que vivimos un cambio de época, un cambio de paradigma global ha penetrado en todos los ámbitos y capas sociales. Sea en su visión pesimista u optimista. En esta coyuntura, la única manera de abrir caminos a la novedad creadora del Reino de Dios, acaso sea dar por terminado aquello que alimenta una religión caduca que no genera la vida que Dios quiere introducir en el mundo. Respetando siempre a aquellos que, teórica o prácticamente, continúan anclados en formas del viejo paradigma. Tal vez les sirva por algún tiempo.

Aunque quedarse corito (sic) para vestirse con la “nueva condición humana” es duro y produce inseguridad y vértigo. Máxime si se ha vivido desde pequeño. Máxime si se lleva siglos reiterando los mismos dogmas, gestos y fórmulas. Máxime si nos movemos entre algo sedicente ‘sagrado’. Pero no hay de otra.

Tampoco se puede cambiar a golpe de ‘gong’. “Natura non facit saltus” –proclamaban los escolásticos.

Dos cambios previos (Con ellos se resuelve el 99% del resto)

1º- Volver a las fuentes cristianas; reemprender el camino desde Jesús de Nazaret. Sin olvidar las intuiciones de los Padres de la Iglesia y de los Santos. Sin renunciar al océano inmenso de obras de arte de contenido e inspiración cristianos.

Vamos a listar unas posibles transformaciones necesarias. Fracasarán si no les precede un cambio de actitud, un cambio de mentalidad. Veo que se emiten homilías, se desarrollan conferencias, se redactan artículos y libros…con el entramado mental de siglos pasados. Así todo va a seguir igual, salvo alguna creatividad puntual o alguna metamorfosis cosmética. Hoy, las nuevas ciencias –sobre todo la cuántica, la cosmología, las del conocimiento- responden mejor que la religión a las grandes preguntas del hombre. Es necesario un nuevo diálogo religión-ciencias.

* Es imprescindible desmontar todo el constructo de dogmas, mitos, sacramentos, fórmulas, gestos…y partir del corazón del cristianismo: Jesús de Nazaret, su vida y sus actitudes; cómo es Dios (Padre-Madre) y su proyecto (el Reino). Sabemos que va a costar, después de milenio y medio de ahondar. Pero es condición sine qua non. Lo que tenemos ahora no es el tronco, sino alargadas ramas y ramitas. Volvamos al tronco.

2º- Desterrar el clericalismo efectivamente: Como con Jesús de Nazaret, los Apóstoles y Pablo, no tiene que haber “ordenación sacerdotal”, sino “asignación ministerial”. En el Nuevo Testamento no aparece por ninguna parte ni el sacerdocio sacramental ni el sacerdocio común de los fieles, propiamente dichos. El clericalismo -contra el sueño de Jesús- ha sido y es el sida, el cáncer de la Iglesia. De base, todos somos laicos, personas iguales, hijos de Dios. Ni tiene sentido el dualismo profano / sagrado.

Algunas reformas concretas (Evidentes; sin comentarios)

  • Desmontar el ministerio petrino.

  • Dejar de ser Jefe de Estado el Papa.

  • Sospechar del poder sagrado de la Iglesia.

  • Desterrar restos históricos que ya sirvieron, como nuncios, cardenales…

  • Participar el pueblo cristiano en la elección de los obispos.

  • Revisar la colegialidad episcopal, hoy solo de nombre.

  • Practicar los derechos humanos con los teólogos, por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

  • Abrirse a la lógica ‘ordenación’ de los casados, con celibato voluntario.

  • Reconocer los derechos humanos de la mujer en la Iglesia: ‘ordenación’, etc.

  • Promocionar al laicado en formación y autonomía.

  • Respetar los carismas de la Vida Consagrada: Religiosas, sacerdotes…

  • Relanzar humildemente el ecumenismo y el diálogo interreligioso.

  • Transmutar totalmente el formato “misa” y su sentido.

  • Defender los grandes principios del campo de la sexualidad y género; y abandonar la casuística, que pertenece más a la conciencia de la persona y a las ciencias.

  • Renovar el lenguaje eclesial, anacrónico, repetitivo y fuera de onda. De ese modo es imposible la comunicación.

  • Etc, etc.

“Las nuevas tecnologías y el cambio axial religioso superan el paradigma religioso del neolítico, centrado en el sacerdote, el templo y el sacrificio” [Codina, V. (2014). Revista Latinoamericana de Teología /31, p. 281].

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Dignidad”, por José Ignacio González Faus, sj

Martes, 10 de enero de 2017
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mafaldaDe su blog Miradas cristianas:

Otra de nuestras grandes palabras. Y quizá una de las que más podrían enfrentar al cristianismo con la cultura moderna: pues, aunque coinciden ambos en que el ser humano tiene una dignidad absoluta, pueden diferir en el sentido de esa dignidad.

Hace pocos años apareció una organización pro eutanasia titulada “derecho a morir dignamente”. Es innegable que se debe evitar toda obstinación terapéutica que cause al enfermo sufrimientos inútiles, que la medicina a veces no alarga la vida sino que retarda la muerte. Llegan momentos en que ya no se debe luchar contra la muerte sino contra el dolor aunque, al menos a mí, me gustaría morir entregando mi vida de una manera activa. Pero no vamos a hablar de eutanasia.

Jesús de Nazaret murió de la manera más “indigna” que se conocía entonces. Un cristiano ve en aquella muerte el acto más supremo de dignidad: esa es, por ejemplo, una de las tesis del cuarto evangelio. A niveles más sencillos he comprobado a veces la ternura y delicadeza con que algunas cuidadoras atienden a enfermos y ancianos de esos que preferiríamos no ver nunca. Un día, viéndolas, se me ocurrió pensar estremecido: “¡están haciendo poesía con el sinsentido” y dando una nueva dignidad al enfermo!. Pero tampoco es momento de temas sanitarios, sino de buscar el contenido de la dignidad humana.

De pequeños nos enseñaban que determinadas vulgaridades, vg. en vestido y vivienda, pueden ser tolerables en quienes no son nadie, pero son “indignas” de gentes cultivadas y de clases altas; de hecho, la tendencia anti-corbata ha brotado muchas veces como protesta contra ese modo de pensar. “Las mujeres de verdad tienen curvas”, se tituló una película que polemizaba contra esa presunción de que la persona mejor vestida, más esbelta y mejor maquillada posee más dignidad que la que se ensucia o se deforma o se estropea las manos lavando y cuidando. La película mostraba que la dignidad es fundamento de un respeto que los demás me deben, pero no necesariamente título de un derecho a mejor apariencia material y más comodidad.

Desde una óptica cristiana, el horizonte y fundamento último de la dignidad está en eso que llamamos Dios. Se crea o no se crea en Dios, si algún contenido daríamos todos a esa palabra es el de la máxima Dignidad concebible. La blasfemia, nos decían de niños, es una ofensa a “la dignidad de Dios”: por eso es tan grave. Y en aquellos días de dictadura en que no había ley de reforma laboral, leíamos en avisos públicos: “la blasfemia se castiga con el despido” Pero, cristianamente hablando, a Dios le dolía más aquel despido que la supuesta blasfemia: pues la mayoría de ese tipo de blasfemias no le llegan a Dios, o le entran por un oído y le salen por el otro.

Dejemos estar también lo que hubiera de estupidez o de falsa educación en aquellos contextos de mi infancia. Lo importante es contraponer esa mentalidad descrita con la forma como los cristianos creemos que Dios se reveló en Jesucristo: no exhibiendo su dignidad, sino desnudándose de ella por amor a nosotros. Y creemos además que ahí se puso en juego la mayor dignidad de Dios: no la dignidad del poder sino la del Amor.

Pero siempre que subimos hasta Dios en nuestro lenguaje, es para bajar después al ser humano. También para nosotros cabe más dignidad en el amor y el servicio, que en el poder y la distancia. El gobernante o el monarca no serán más dignos porque lleven coronas o mantos imperiales, o cambien de traje cada día, sino por mancharse la piel en servicio de los suyos. Un papa no será más digno por vivir en un palacio de 600 metros cuadrados ni por vestirse en la mejor sastrería de Roma, sino por entregarse más totalmente a las víctimas de este mundo doliente e injusto. Y un cura tampoco irá más acorde con su dignidad si se viste en Armani (me consta de alguno que apela para eso a su “dignidad sacerdotal”) sino más bien cuando no tenga reparo en “oler a oveja”. Tampoco damos a Dios un culto más digno celebrando la eucaristía con vasos de oro y perlas, sino haciéndolo con un corazón limpio, desprendido y dispuesto a compartir.

En resumen: la dignidad, una de las palabras más ambiciosas de nuestro lenguaje es, sobre todo, un valor o una cualidad espiritual, no meramente material. A veces, en situaciones de igualdad casi perfecta, será muy lógico que eso espiritual se exprese y se visibilice en algo material. Pero repito: en situaciones de justa igualdad material. Cuando ésta no se dé (como pasa hoy en nuestro mundo) más coherente con la dignidad serán la mera pulcritud y la cercanía que la distancia, la ostentación y la distinción. Éstas últimas, en esos casos, tendrán más de hipocresía que de dignidad.

Si esto es así, debemos temer que algunas apelaciones a nuestra dignidad sólo sean en verdad excusas camufladas para una mayor comodidad material. Y pensar que, por ejemplo, Amnistía Internacional o Médicos Sin Fronteras responden mejor a la dignidad humana que muchas de nuestras cómodas suntuosidades.

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La estrella

Jueves, 29 de diciembre de 2016
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375_0_estrella-belen-portada1Del blog de José Arregui:

Amiga, amigo: ¡Feliz Navidad! O, si prefieres, feliz solsticio de invierno: la noche empieza a acortarse en nuestro hemisferio Norte, aunque sucede justo lo contrario en el hemisferio Sur. El Sol que muere nace y muere y renace. Cuando unos lo vemos ascender en el cielo, otros lo ven descender, pero a todos los vivientes nos regala su energía, aliento vital, de día y de noche, de solsticio en solsticio y de equinoccio en equinoccio. Loado seas, hermano padre Sol con nuestra hermana madre Tierra.

Es imagen de la Vida que no nace ni muere, que ES “en el principio”, mucho antes que el Sol y todas las estrellas, “antes” de todo antes y después, en lo más profundo del presente. Lo llamamos “Dios” y no sabemos decir qué es, sino que ES, y solo lo podemos decir con imágenes torpes. Es Espíritu o Aliento, Impulso, Eros o Amor infinito, Presente o Presencia absoluta. No es nadie ni nada que tenga forma, pero es Todo en todas las formas. Es Yo/Tú, Él/Ella, Nosotros/Nosotras. Es Palabra, Relación, Comunión universal. Es creatividad infinita. Es infinita bondad creadora, que se manifiesta en todo lo que es bueno o para bien, en todos los seres, en todos los vivientes, en todos los humanos. Es el Sol que renace cada día en el fondo de tus sombras, como en el solsticio de invierno.

Míralo, agradécelo, déjate alumbrar. Y, en tu pobreza, encárnalo, sé lo que eres: compadece, acompaña, consuela, subvierte. Así lo encarnó Jesús de Nazaret, hijo de María y de José, o hijo del Espíritu de la Vida, como todo viviente. Fue un profeta bueno y subversivo de una aldea oscura en un rincón de Palestina hace 2000 años. Llegó a ser lo que era. Creyó en la bondad, activó la esperanza, anunció la liberación a todos los oprimidos, curó enfermos de alma y de cuerpo, hizo frente a la autoridad religiosa y al poder imperial. Fue libre y bueno. Fue feliz, porque tuvo entrañas. No fue perfecto (¿qué es eso?), sino humano, hecho de arcilla frágil e inacabada, como tú y como yo. En la bondad de su humanidad inacabada, encarnó a Dios, el Misterio de la Vida, en forma a la vez parcial y plena, pues en la parte se halla el Todo. Algunos hombres y mujeres, al verlo, como los magos de Oriente perdidos en el camino, se dijeron: “Hemos encontrado la estrella que nos guía”. Y lo siguieron.

Nos lo cuentan los evangelios, sean canónicos o apócrifos. Pero todo eso no es historia, dirán muchos, sino leyendas de fe. Tienen razón en buena parte. El Jesús de los evangelios es una figura profundamente recreada por la fe de sus discípulas y discípulos. No sabemos, por supuesto, en qué día nació. Solo en el siglo IV se estableció en la mayoría de las iglesias la celebración de su natividad el 25 de diciembre, al final de las fiestas del solsticio.

Y es lógico, pues ese día celebraban los romanos el nacimiento del sol y de Apolo, los mitraicos el nacimiento de Mitra, los germanos el de Frey (y luego los aztecas el de Huitzilopochtli, los incas el de Inti…). Los nombres son distintos, pero la luz es la misma. La luz que brota del fondo de todo, que nos infunde el calor de la vida, y que nosotros hemos de encender. No hay nada más verdadero.

No importa el día en que nació Jesús, sino la figura luminosa que los evangelios presentan, la del hombre libre y hermano. Diré más: ni siquiera importaría que nada de lo que nos cuentan dichos evangelios, de manera por cierto tan distinta y a veces contradictoria, sea propiamente histórico. Lo que importa, al final, es que se abran los ojos para verlo todo de manera nueva, para ser lo que fue Jesús, lo que somos de verdad.

Lo más real de Jesús no son los dichos y hechos que pudieran probarse como históricos, sino la hondura de la Vida que le hizo y nos hace más libres y humanos. Solo puede decirse en parábolas, poemas y evangelios. El anuncio de un ángel a María y a José y a los pastores de Belén, el nacimiento virginal, el viaje de los magos guiados por la estrella que aparece y desaparece… nunca sucedieron como hechos históricos, como no sucedieron la multiplicación de los panes o la resurrección física con la tumba vacía y tantas cosas más. Pero ¿hay algo más real que “eso indecible” que nos quieren narrar?

¿Qué es eso? Es lo que narra el mito, sugiere el poema, sueña el niño, anuncia el profeta, emprende el rebelde. La bondad creadora: he ahí la estrella.

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Dios en el pesebre, allí lloraba y gemía (el villancico de San Juan de la Cruz)

Miércoles, 28 de diciembre de 2016
Comentarios desactivados en Dios en el pesebre, allí lloraba y gemía (el villancico de San Juan de la Cruz)

navidad-nacimiento-del-nino-dios-en-la-gruta-de-la-montanaDel blog de Xabier Pikaza:

Éste es quizá el más hermoso y profundo de los villancicos o cantos al Dios recién nacido:

— Es el villancico del Dios que ha querido aprender a llorar, para saber así lo que es ser hombre, para saber de verdad lo que es ser Dios…

— Éste es el Dios que llora, para compartir la suerte de los hombres que lloran, pero no para quedarse en eso, sino para que ellos puedan reir y gozar.

— Es el villancico del Dios en el pesebre vacío de la historia, un pesebre de animales, en forma de cuna/sepulcro (comos sabe la tradición oriental). Llora donde unos hombres hacen llorar a otros hombres…

Este villancico forma la conclusión del Romance de la Trinidad y de la Encarnación, un gran poema en el que San Juan de la Cruz (SJC) canta la historia de amor de Dios en sí, de Dios con los hombres.

Con su estilo habitual, SJC expone en este Romance (RomTrin) el amor de Dios como matrimonio (es decir, como intimidad de amor) de sí mismo y de los hombres… Es como un canto de ciego en la noche que ilumina la vida de la humanidad, en la que Dios mismo llora y gime entre animales.

Este romance consta de nueve canciones, la última es la del Nacimiento, que hoy quiero presentar y recordar. Viene al final de un largo recorrido, que empieza en Dios como principio de amor, sigue con la creación y la historia de los hombres, para desembocar en el nacimiento del mismo Hijo de Dios, entendido como matrimonio eterno de Dios con los hombres, dice así (versos 289-310)

Ya que era llegado el tiempo /en que de nacer había,
así como desposado / de su tálamo salía
abrazado con su esposa,/ que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre / en un pesebre ponía,
entre unos animales / que a la sazón allí había.
Los hombres decían cantares, / los ángeles melodía,
festejando el desposorio / que entre tales dos había.

Pero Dios en el pesebre / allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa / al desposorio traía.
Y la Madre estaba en pasmo / de que tal trueque veía:
el llanto del hombre en Dios, /y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro / tan ajeno ser solía

Éste es el tema, éstos son algunos de sus rasgos:

— El Esposo es Jesús, que nace desposándose con la humanidad, es decir, haciéndose humanidad sufriente, en amor a todos.

La Madre es evidentemente María, que le acoge en pasmo, en experienia mística suprema. Vivir es nacer en Dios, nacer Dios con los hombres…

— Jesús nace entre animales, rechazado por la Gran Humanidad de los poderoso… Ésta es la ecología suprema, la encarnación de Dios en todos los seres…

— Éste es el “trueque” de Dios…que allí lloraba y gemía, este es el gran “comercio”, que consiste en ponerse en el lugar del otro, Dios en el hombre, el hombre en Dios.

Sería bueno comentar todo el Romance, sus 310 versos, quizá la obra de teología más excelsa de los nuevos tiempos. Yo me limito aquí a presentar los romances finales de la encarnación, con los últimos versos que acabo de citar, presentando la Encarnación y el Nacimiento como una historia de amor.

Éste es el misterio del llanto de Dios en los hombres, que ha puesto de relieve, de un modo especial, la iconografía y liturgia orienntal. Buen tiempo de Navidad a todos.

Encarnación, una historia de amor (Romance de la Trinidad 221-310)

Ésta es la última parte Romance, y se divide en dos partes. En la primera trata del abajamiento de Dios (es decir, de su kénosis profunda, para comunicarse de esa forma con los hombres) y en la segunda de su “matrimonio” con ellos. La Trinidad de Dios se expande y expresa de esta forma en la historia de la humanidad a través de la encarnación del Hijo Jesucristo.

La lógica de fondo es la misma que hemos venido evocando en las partes anteriores: El amor como entrega de sí, para que surja el otro (estableciendo así con él la comunión). Pero esa lógica, que es siempre la misma, se expresa ahora un modo distinto, en otro plano: Dios como Trinidad sale de sí y se realiza plenamente, como ser divino, en la historia de los hombres.

a. Abajamiento de Dios

Hemos hablado hasta aquí de la bajeza de la esposa humanidad, viniendo a inter¬pretarla no como pecado, sino como signo de su mayor perfección, de esperanza más honda y de su abandono más perfecto en brazos del esposo. Conforme a una visión también paulina (Gal 3-4), distinta de la que aparece en el texto del pecado “original” de Adán, los hombres fueron al principio como niños, pero Dios los fue “educando” poco a poco con su Ley (el yugo de Moisés, RTrin 225-226), para que así fueran madurando hasta el tiempo del “rescate” de la esposa (RTrin 223), un rescate que se expresa y define no como sacrificio para satisfacer a Dios por algún pecado, sino como expresión de amor intenso, de plena encarnación.

Jesús no viene para rescatar a la esposa de algún tipo de pecado y la condena, como en las teologías del pecado original y de la muerte redentora de Jesús, sino para cumplir su esperanza, según la promesa de Dios, como él mismo se lo comunica al Hijo:

Ya ves, Hijo, que a tu esposa / a tu imagen hecho había,
y en lo que a ti se parece / contigo bien convenía;
pero difiere en la carne, / que en su simple ser no había.
En los amores perfectos / esta ley se requería,
que se haga semejante / el amante a quien quería
(RTrin 229-238).

Estos versos nos sitúan ante el tema radical cristiano, que ahora interpretamos como “abajamiento”, es decir, como “encarnación” de Dios. El hombre es imagen de Dios y por eso está empeñado en encontrarle, para vincularse a él en plenitud. Pero la imagen debe hacerse semejanza, es decir, identidad natural para que ambos puedan mirarse y darse vida, cara a cara, en pleno matrimonio, y para eso es necesario que Dios “baja”, se haga carne. De esa forma, Dios mismo se introduce en nuestro mundo, asumiendo nuestra bajeza, nuestra nada. Sólo así la nada (ser del hombre) puede convertirse en todo: ser abierto plenamente a lo divino, porque Dios mismo se ha hecho carne, se ha hecho nada.

Recordemos que el misterio (Dios, creación…) tiene en Juan de la Cruz una forma esponsal. Había creado Dios una esposa para el Hijo; pero el Hijo no aca¬baba de tomarla: no ha venido a su vera, no se ha hecho asemejado a ella. Pues bien, ahora ha llegado el tiempo: el Hijo asume la voluntad del Padre y se encarna por María (“de cuyo consentimiento / el misterio se hacia”,RTrin 271-272). Así viene a contarse:

Ya que era llegado el tiempo /en que de nacer había,
así como desposado, / de su tálamo salía,
abrazado con su esposa, /que en sus brazos la traía
(RTrin 287-291).

El Hijo de Dios sale del tálamo nupcial, del secreto de Dios, que se realiza en el seno de María. Sale como esposo eterno e infinito, abrazado ya a su esposa tan pequeña, reflejada y condensada en la propia humanidad de Cristo. Esta es la escena triunfal que el romance había preparado largamente en su relato: el Hijo de Dios tomaría en sus brazos a la esposa humani¬dad, para abrazarla y elevarla con él hacia la altura de los cielos, para introducirla ya en su propio misterio trinitario. Así lo prometían varios tex¬tos primordiales:

Reclinarla he yo en mi brazo, /y en tu amor se abrasaría (RTrin 95-96).
A la cual (esposa) él tomaría / en sus brazos tiernamente
y allí su amor la daría; / que así juntos en uno
al Padre la llevaría (RTrin 174-158).

Éste es el misterio de la fe, es la confesión fundante del credo que SJC ha ido trazando en su Romance. La unión de las dos naturalezas de Cristo (Dios y hombre) se interpreta en categorías de unidad nupcial.

El Nacimiento aparece ya en el fondo como Pascua y pleni¬tud final de bodas, como aquel encuentro victorioso de Dios y de los hom¬bres que el Apocalipsis de Juan ha prometido como meta de los tiempos. Estamos ante una condensación genial y nueva del misterio cristiano. El Padre ha creado una esposa para su Hijo, pero ella se encontraba alejada, separada, sumida en su bajeza y desconsuelo. Para superar esa distancia y realizar el matrimonio, el Hijo se ha encarnado, entrando así en el propio espacio de la esposa.

Dios se hace hombre en Cristo… para desposarse de esa forma con los hombres, con todos los hombres, en amor de matrimonio. El mismo nacimiento humano de Cristo se entiende por tanto como Bodas de Dios con los hombres. Al presentar el misterio de la encarnación como desposorio de Dios con (en) los hombres, SJC ha superado el riesgo de los docetas y de los nestorianos (tal como normalmente suelen ser entendidos…).

Cristo es totalmente Dios haciéndose un hombre, en gesto de kénosis radical, entendida como salida y entrega de sí mismo, en gesto que amplía y despliega el misterio trinitario. Hemos visto ya que el Hijo sólo existe sí saliendo de sí mismo y viviendo así en el Padre. Pues bien, de un modo semejante, Jesús, Hijo encarnado, tiene que salir también de sí mismo, dando a los hombres todo lo que es y lo que tiene, para compartir la vida y el amor con ellos, en gesto de amor total, de matrimonio originario. Leer más…

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“La descomposición del cristianismo”, por José Mª Castillo

Jueves, 15 de diciembre de 2016
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pastor-9De su blog Teología sin Censura:

Escribo esta breve nota el día 3 de diciembre, fiesta de san Francisco Javier. Acabo de leer el Evangelio que corresponde a la misa de hoy, el texto de Mt 9, 35 – 10, 1. 6-8. Y he recordado enseguida lo que el papa Francisco indicaba, hace pocos días: una de la cosa que más daño hace a la Iglesia es el clericalismo. El Evangelio afirma que Jesús, al ver a las pobres gentes de Galilea, “sentía compasión”, le daba pena. Porque aquellas gentes andaban y vivían “como ovejas que no tienen pastor”. Al decir esto, el Evangelio no culpa a la gente. Culpa a los “pastores”, que, en el lenguaje de los profetas de la Biblia, eran los “sacerdotes”.

Pues bien, al llegar a este punto, resulta inevitable recordar la amenaza impresionante que el profeta Ezequiel les lanza (y les sigue lanzando) a los sacerdotes, los de entonces y los de ahora: “Me voy a enfrentar con los pastores: les reclamaré mis ovejas, los quitaré de pastores de mis ovejas, para que dejen de apacentarse a sí mismos, los pastores” (Ez 34, 8-7. 10).

Jesús no fundó el clero. Ni fundó sacerdocio alguno.
Eso no consta en ninguna parte, en todo el Nuevo Testamento. Y mucho menos, a Jesús ni se le ocurrió instituir un cuerpo o estamento de “hombres sagrados”, una especie de funcionarios de “lo santo”, que viven de eso y con eso salen del anonimato de los hombres corrientes, para constituirse en una “clase superior”. Jesús no pensó en nada de esto. Lo que Jesús quiso es “discípulos” que le “siguen”, es decir, que viven como vivió Jesús. Dedicado a curar dolencias, aliviar penas y sufrimientos, acoger a las gentes más perdidas y extraviadas. Así nació el “movimiento de Jesús”. Y así se expandió por el Imperio. Hasta que, progresivamente, la creciente importancia del clero y sus ceremonias, sus templos, sus normas… desplazando el centro: del Evangelio a la Religión. De la compasión por los que sufren a la observancia y la sumisión a la religiosidad establecida.

Y así, paulatinamente, insensiblemente, el discipulado evangélico se convirtió en carrera, en dignidad, en poder sagrado, en rango y jerarquía, en clero, con el consiguiente peligro de derivar hacia el clericalismo. Justamente, lo que el papa Francisco ha lamentado recientemente. Y aprovecho la ocasión para insistir, una vez más, que los cánones de la Sesión VII del concilio de Trento, sobre los sacramentos, no son definiciones dogmáticas, vinculantes para la Fe católica. Porque los Padres del concilio no llegaron a ponerse de acuerdo sobre si lo que condenaban o prohibían eran “errores” o “herejías” (cf. DH 1600).

Nos quejamos de la falta de clero, de los abusos de no pocos clérigos, de los privilegios que se le conceden a la Iglesia, de la falta de ejemplaridad de no pocos curas…. Todo eso se puede discutir. Todo eso se debe precisar y ajustar a la realidad, para no difamar a totas buenas personas, que, desde su vocación religiosa, trabajan por los demás. Esto es verdad. Y se ha de tener muy en cuenta. Pero más importante y más apremiante, que todo lo dicho, es el hecho de que, paulatinamente, progresivamente, el desplazamiento, del “discipulado evangélico” al “clero eclesiástico”, ha sido – y sigue siendo – la raíz y la causa de la descomposición del proyecto original de Jesús. El Evangelio perdió fuera a costa del poder que alcanzó y sigue ejerciendo el Clero y, lo que es peor, el Clericalismo.

Mientras este problema no se afronte y se resuelva, hasta sus últimas consecuencias, la Iglesia seguirá como se encuentra ahora mismo: desplazada, en unos casos, y desorientada (sin saber qué hacer) en tantas ocasiones. Los incesantes enfrentamientos (o desacuerdos disimulados) de tantos clérigos con el Papa actual son la prueba más patente de que este asunto es capital y decisivo para la Iglesia en este momento.

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Vuelve a enseñarnos a evangelizar… Id y anunciad lo que estáis viendo y oyendo

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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Juan-Bautista-John-Baptist

A BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

Los Pobres te han jugado la partida
de una Iglesia mayor, de un Dios más cierto:
contra el bautismo sobre el indio muerto
el bautismo primero de la vida.

Encomendero de la Buena Nueva,
la Corte y Salamanca has emplazado.
Y ese tu corazón apasionado
quinientos años de testigo lleva.

Quinientos años van a ser, vidente,
y hoy más que nunca ruge el Continente
como un volcán de heridas y de brasas.

¡Vuelve a enseñarnos a evangelizar,
libre de carabelas todo el mar,
santo padre de América, las Casas!

*

Pedro Casaldáliga
Todavía estas Palabras, 1994

***

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos:

“¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”

Jesús les respondió:

“Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:

“¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.” Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.”

*

Mateo 11,2-11

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“La tumba de Jesús: Mensajes y enigmas”, por José Luis Ferrando Lada

Sábado, 3 de diciembre de 2016
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mideast-jerusalem-jes_cavaHace unos días, por primera vez en cientos de años, la piedra de mármol sobre la tumba de Jesucristo en la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén fue levantada como parte de las renovaciones que están realizándose en el lugar santo. La renovación de la estructura empezó hace varios meses después de que se alcanzó un acuerdo histórico entre las tres iglesias principales –la ortodoxa griega, la católica y la armenia– que comparten un acuerdo de “statu quo” en Jerusalén.

Los funcionarios de antigüedades advirtieron sobre el estado de la estructura. A raíz de esto, los representantes de las tres iglesias que participan en el funcionamiento del sitio comenzaron a celebrar negociaciones y, finalmente llegaron a un acuerdo. Según este, la renovación estaría dirigida por la Universidad Técnica Nacional de Atenas bajo la supervisión del Patriarcado Ortodoxo Griego y la Custodia de Tierra Santa de los Franciscanos.

La renovación es sustancial e incluye el desmantelamiento de los cables metálicos puestos por los británicos, en 1947, y poner grandes barras de metal en el interior de las columnas y la inyección de materiales similares al cemento dentro de las grietas y hendiduras en las piedras para reforzarlas.

Parte de la estructura en sí también se puede desmontar para ser restaurada de forma independiente antes de que se vuelva a colocar en el lugar sagrado. Una renovación a fondo para preservar este lugar sagrado. El hecho de levantar la losa ha suscitado en Jerusalén y en todo el mundo no sólo grandes emociones y expectativas, sino también leyendas urbanas, alimentadas por la imaginación y la creatividad. El cine y la literatura están llamando a la puerta… Tiempo al tiempo.

En cualquier caso, a mis profesores Virgilio Corbo y Bellarmino Bagatti, les hubiera gustado estar presentes en el momento del levantamiento de la losa. Corbo es de los últimos en realizar un amplio estudio del área del Sepulcro, publicado por el Estudio Bíblico de los Franciscanos de Jerusalén en cuatro volúmenes, pero siempre en las áreas cercanas, nunca en el interior del templete. Por eso, desde la arqueología será tan importante el estudio de todo el material existente debajo de la losa y alrededores.

Sin duda, el trabajo de mi compañero Eugenio Alliata, arqueólogo encargado por los Franciscanos del seguimiento de las obras y del estudio de esa área, será decisivo.

Es muy importante, sobre todo, autentificar el trabajo realizado por los arquitectos de la época constantiniana, siglo IV, al desmantelar la zona de la “Aelia Capitolina” del emperador Adriano (siglo II), que escondía debajo los monumentos sagrados del Calvario y del Santo Sepulcro. Esto es fundamentalmente el “quid” de la cuestión.

Ahora hay que dejar que la arqueología trabaje con tranquilidad y sosiego, al margen de los posibles sensacionalismos, siempre tendenciosos. El momento para realizar un re-estudio de la zona con las modernas tecnologías es desde luego óptimo, por eso antes de avanzar cualquier conclusión será importante una serena espera. El enigma más importante es corroborar todos los datos literarios y arqueológicos en torno al Santo Sepulcro, desde los primeros tiempos de la Iglesia hasta nuestros días.

Algunas especulaciones teológicas en torno a la Resurrección que se han suscitado en estos días, desde ámbitos fundamentalistas, están bastante obsoletas. Estamos ante un sepulcro siempre vacío. Así ha sido y así será…como dice mi amigo, Jesús Bastante: “A la espera de más detalles, lo cierto es que el misterio sobre la muerte y Resurrección de Jesús continúa. Y también que, más allá de un cuerpo o no, la verdad de la fe se basa en el mismo relato de Lucas: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado”.

Evidentemente, aún teniendo en cuenta el grave deterioro del monumento, el hecho de ponerse de acuerdo las tres grandes Iglesias en la restauración del mismo es un gran mensaje ecuménico. En un lugar, en el que cada milímetro cuadrado está en disputa, es un milagro esta posibilidad.

Sin duda, el ecumenismo práctico que propugna el Papa Francisco está contribuyendo a estas iniciativas. Esperemos que desde ahora desaparezcan esas escenas de violencia por los conflictos de uso y propiedad de los santos lugares. No me cabe la menor duda, que el anterior Custodio, y actualmente, Administrador Apostólico del Patriarcado de Jerusalén, Pizzaballa, habrá contribuido positivamente a esta iniciativa.

No estaría de más que cundiera el ejemplo en Jerusalén y en Tierra Santa para que algunos otros lugares, que están pendientes desde hace siglos, pudieran ser examinados de manera sistemática por los arqueólogos. Por ejemplo: la Tumba de los Patriarcas en Hebrón o el área de Templo de Jerusalén. Esto, hoy por hoy, es utópico. La ciencia y la fe todavía casan mal en esas tierras. Sin olvidar la situación política del conflicto palestino-israelí, en su vertiente de la disputa por la propiedad de los lugares santos, en permanente discusión en la UNESCO.

En cuanto a la restauración sería importante -aun manteniendo el misterio del sepulcro vacío- que desde las nuevas tecnologías constructivas se facilite la visibilidad de la tumba y del acceso a los millones de peregrinos que visitan este lugar sagrado. Un sistema de acristalamiento sólido, parecido al que se encuentra en el Calvario, y que permite ver la roca sería ideal. Eso eliminaría a muchos curiosos, que se conformarían con la visión del lugar, y dejaría más espacio para los peregrinos, que a veces en condiciones deplorables, tienen que esperar horas y horas para entrar. Aunque lo previsto, al parecer es, después de reforzar cada elemento deteriorado, mantener el templete actual, a pesar de que estéticamente no sea lo más deseable.

José Luis Ferrando

Fuente: Religión Digital

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