El sentimiento clave en la visión de Saramago es el rechazo ético del sufrimiento.
ADVERTENCIA
Algunos pasajes de “El Evangelio según Jesucristo”, de José Saramago, pueden herir nuestra sensibilidad cristiana.
Sin embargo la visión de un autor no creyente acerca de Jesús de Nazaret puede ayudarnos a los cristianos adultos a depurar nuestra fe de los excesos pedagógicos o teológicos de la cultura judeocristiana.
La costumbre de la fe, quizás su rutina, nos hace olvidar el vértigo del misterio. Y una fe sin vértigo es una fe que no se asoma a la profundidad del misterio. Y sin misterio no hay trascendencia, ni fe. Sin misterio se cae en una idolatría.
Por eso es necesario que alguien, sin la rutina de nuestra fe, sienta el vértigo del misterio y cuestione la tranquilidad de nuestra fe.
¿Por qué “según Jesucristo”?
Lo de evangelio se entiende, porque pretende narrar la vida de Jesús. También porque quiere ser una buena nueva de solidaridad. Pero ¿por qué lo denomina “según Jesucristo”? Las alteraciones de los datos biográficos y la actitud radicalmente distinta atribuida a Jesús, indican que se trata de un evangelio según Saramago.
Creo que Saramago admira a Jesús, pero rechaza la religión oprimente que ha fraguado en torno a él. Por eso quiere rescatarle interpretando la visión que tendría Jesucristo sobre su propia vida; es decir, cómo hubiera querido Jesucristo que se escribiera su evangelio.
Naturalmente sigue siendo una interpretación según los ideales de Saramago, y por tanto sigue siendo un evangelio “según Saramago”. Pero el título de “El Evangelio según Saramago” perdería fuerza literaria y, sobre todo, desvirtuaría la intención del autor de representar los sentimientos de Jesús de Nazaret.
LA CLAVE DEL EVANGELIO “SEGÚN SARAMAGO”
El sentimiento clave en la visión de Saramago, según mi interpretación, es el rechazo ético del sufrimiento. Este es su punto de partida y su valor supremo.
La concepción de “este evangelio” es ética y emocional, y se expresa no como una doctrina conceptual sino como un relato literario.
Su desarrollo conserva los hechos principales narrados por los evangelios canónicos, pero alterando profundamente tanto los hechos como su sentido original, y añadiendo nuevas escenas a conveniencia.
El narrador se presenta distante por los siglos transcurridos; adopta un talante humanista, profundamente preocupado con el sufrimiento humano, que considera agravado por la religión judeocristiana, y fabula esta crónica con una indulgente ironía.
El estilo es siempre digno y respetuoso, generalmente de gran belleza, lleno de alusiones bíblicas o rabínicas. Las situaciones eróticas que introduce están tratadas con expresiones del Cantar de los Cantares.
El relato escenifica las relaciones entre Dios, el Diablo, y Jesús, proyectadas sobre el problema del sufrimiento.
Veamos cada uno de estos aspectos, no para discutir una teoría que él no expone formalmente –y que puesta en boca de sus personajes puede no comprometerle del todo– sino para conocer su preocupación fundamental, que interroga nuestras cómodas explicaciones. No interesa aquí saber en qué se haya equivocado Saramago, sino interrogarnos en qué nos hemos equivocado nosotros para que nos haya interpretado así.
RECHAZO ÉTICO DEL SUFRIMIENTO
Creo que la raíz de la que brota todo este relato es el rechazo ético al sufrimiento; sobre todo la indignación ante el sufrimiento innecesariamente añadido.
El hilo conductor de la primera parte de la obra se basa en los remordimientos de san José, y de Jesús, por no haber impedido la matanza de los niños inocentes de Belén.
En la segunda parte, el autor renuncia a la soltura de su estilo narrativo para dejar constancia, en doce recargadas páginas, de los sufrimientos que habrían de sobrevenir por el martirio de los seguidores de Jesús –presentados por orden alfabético– por las penitencias de los ascetas, por las guerras religiosas, y por la Inquisición.
Ni la matanza de los inocentes ni el sufrimiento de los mártires son culpa de Jesús, pero se produjeron por su causa. Ahora bien, Saramago quiere justificarlo interpretando que se rebeló contra un destino que habría de causar tanto sufrimiento.
Según Saramago, Jesús no quiso morir como Hijo de Dios, porque eso justificaría el martirio y las penitencias de los que habrían de seguirle. Quiso morir simplemente como rey de los judíos, sin comprometer a los siglos venideros.
El final de este peculiar evangelio deja ver claramente cómo Saramago suplanta a su héroe agonizante en la cruz y corrige sus últimas palabras:
“Hombres, perdonadle, porque él (Dios) no sabe lo que hizo”.
El rechazo del sufrimiento induce a Saramago a renegar de Dios, porque la tradición judeocristiana lo ha asociado al dolor y la sangre.
“Y el padecimiento de esta pobre mujer (María) es igual al de todas las otras mujeres, como ha sido determinado por el Señor Dios cuando Eva erró por desobediencia: Aumentaré los sufrimientos de tu gravidez, tus hijos nacerán entre dolores, y hoy, pasados ya tantos siglos, con tanto dolor acumulado, Dios aún no está satisfecho y mantiene la agonía”
EL DIOS DEL EVANGELIO “SEGÚN SARAMAGO”
Creo que aquí se encuentra el problema conceptual de este evangelio.
El sentimiento ético de rechazo del sufrimiento se rebela ante un Dios que permite el mal, e incluso se satisface con el sufrimiento de los pecadores y de los inocentes. Ese es el Dios que Saramago ha visto en la religión judeocristiana.
Los sacrificios ofrecidos en el Templo de Jerusalén hacen exclamar al cronista
“Dentro, aquello es un degolladero, un macelo, una carnicería…. un alma cualquiera, que ni santa tendría que ser, simplemente de las vulgares, tendrá dificultad para entender que Dios se sienta feliz en esta carnicería, siendo, como dicen que es, padre común de los hombres y de las bestias”.
No ya un alma sencilla, sino el mismo diablo, en otro contexto exclama:
“Es necesario ser Dios para que le guste tanto la sangre”
Pero no son solamente los sacrificios de la Antigua Ley los que escandalizan al cronista. La religión sigue exaltando el sufrimiento: “El alma, para salvarse, necesita el sacrificio del cuerpo”.
Una vieja esclava le dice a Jesús:
“Oigo decir que todo cuanto ocurre en el mundo, incluso el sufrimiento y la muerte, sólo puede suceder porque Dios antes lo quiso“.
La conclusión, que el cronista atribuye a Jesús, afecta no ya al sufrimiento sino a la misma dignidad humana:
“Apenas había oído las palabras de Zelomi porque el pensamiento, como una súbita hendidura, se abrió hacia la ofuscadora evidencia de que el hombre es un simple juguete en manos de Dios, eternamente sujeto a hacer sólo lo que a Dios plazca, tanto cuando cree obedecerle en todo, como cuando en todo supone contrariarlo”.
Esta idea se repite obsesivamente. Los hombres son solamente “míseros esclavos de la voluntad absoluta de Dios”, “la humanidad fue puesta para adorar y sacrificar”.
De aquí que la voluntad de Dios resulte absoluta e incluso caprichosa.
“Todo cuanto la ley de Dios quiera es obligatorio, las excepciones también”. “Lo que mi voluntad quiere, se hace obligatorio en el mismo instante”. “Dios no perdona los pecados que manda cometer”.
Como veremos más adelante, esta voluntad es ambiciosa, y no le importa planificar la muerte de su Hijo para aumentar sus dominios sobre la tierra.
Las cosas que escapan a esa voluntad férrea suceden porque Dios estaba un poco distraído, o porque se lo impide el pacto con otros dioses, o porque no puede suprimir al diablo.
Esto nos lleva al problema conceptual de Dios, aunque a Saramago lo que le preocupa no son los problemas conceptuales sino la voluntad absoluta que permite e impone el sufrimiento.
“La sonrisa de Pastor (el diablo) se extinguió, la boca se contrajo en una mueca amarga. Sí, si existe Dios tendrá que ser un único Señor, pero mejor sería que fuesen dos, así habría un dios para el lobo y otro para la oveja, uno para el que muere y otro para el que mata… No sé cómo puede Dios vivir”.
Ya que no pueden existir dos dioses, toda la culpa del sufrimiento recae sobre el dios único. Sin embargo, como para Saramago no está nada claro el tema de Dios, apunta la posibilidad de que cada religión tenga sus dioses, y que exista un pacto entre ellos de no invadir los dominios terrestres de los otros.
Cuando Dios está desvelando el futuro de sufrimientos que sobrevendrán a los seguidores de Jesús, y especialmente las guerras con los seguidores de un nuevo dios (las Cruzadas), el diablo allí presente, interroga:
“Quién va a crear al dios enemigo. Jesús no sabía responder, Dios, si callado estaba, callado quedó, pero de la niebla bajó una voz que dijo. Tal vez este Dios y el que ha de venir no sean más que heterónimos. ¿De quién, de qué? preguntó curiosa otra voz. De Pessoa, fue lo que se oyó, pero también podría haber sido, De la Persona. Jesús, Dios y el Diablo hicieron como quien no ha oído, pero luego se miraron asustados, el miedo común es así, une fácilmente las diferencias” (mantenemos la puntuación y la grafía del texto).
Este pasaje me sugiere que tal vez Saramago sienta la necesidad de un cierto orden, y busca alguien superior a ese dualismo o multiplicidad de dioses. En tal caso, el verdadero Dios sería esa voz que permanece en el misterio; los otros, incluido el dios judeocristiano, serían dioses de segundo orden o, en nuestro lenguaje, ídolos creados, a nuestra imagen y semejanza, por nuestras explicaciones.
Esta idea de un Dios superior parece coincidir con algunas alusiones al destino. “El destino, que en todo es más sabio…” hace que la sepultura de José sea la que ha cavado Jesús, y que los hermanos de Jesús le encuentren a orillas del lago. Pero la acción decisiva del destino es la que lleva a Jesús a buscar ayuda en casa de una prostituta, María Magdalena. A partir de ese encuentro con el amor humano, cesan las pesadillas de sus sueños y se inicia el camino de su rebeldía frente a Dios.
EL DIABLO, SEGÚN SARAMAGO
El diablo está tan presente como Dios durante toda la vida de Jesús.
En el día de la concepción de Jesús aparece el diablo disfrazado de mendigo, y derrama en la escudilla que le ofrece María una tierra que produce mágicos destellos.
José lo ve junto a María durante un trecho en el camino a Belén. Ofrece, junto a otros pastores, sus presentes al Niño recién nacido. Reprocha a María el egoísmo y la cobardía al no evitar la matanza de los inocentes, y aparece a lo lejos cuando María le hace a Jesús esta confidencia.
Cuando Jesús abandona Nazaret, el mendigo vuelve para recoger la planta que había nacido de la tierra mágica. Ofrece trabajo a Jesús como pastor de su rebaño, y le impulsa hacia una vida libre y natural. Está presente en los dos encuentros de Jesús con Dios.
El ideario del diablo sería propio de un humanista, y en este ideal coincide con los comentarios que el cronista disemina en todo el relato. El diablo ama la vida y abomina del sufrimiento. Desde luego considera que no es culpable de las matanzas de religión:
“Todo el cuerpo es igual de digno” “Me he limitado a tomar como mío todo aquello que Dios no quiso, la carne con sus alegrías y sus tristezas… pero no es verdad que el miedo sea mi arma, no recuerdo haber sido yo quien inventó el pecado y su castigo y el miedo que en ellos siempre hay”.
Cuando Jesús, en el primer encuentro con Dios, cede y le sacrifica la oveja, el diablo le dice
“No has aprendido nada, vete… y quizás quisiese decir que no aprendió a defender la vida”.
Saramago acepta que el diablo es un ángel que fue castigado porque quiso ser como Dios. Sin embargo aventura que “quizás sea un ángel servidor de otro dios que vive en otro mundo, y “existe porque así lo exige el orden del mundo”. Constituye como el contrapunto de Dios.
En el segundo encuentro con Dios, en el lago, aparece también el diablo. Jesús ve que tienen intereses comunes, que si Dios prolonga su poder sobre los hombres también los prolongará el diablo, porque sus límites son comunes. Al final Jesús trata de rebelarse contra los dos
“Os llevaré hasta la orilla para que todos puedan, al fin, ver a Dios y al diablo en sus figuras propias, y que vean lo bien que se entienden y lo parecidos que son”.
Pero el diablo “tiene corazón” y al oír el anuncio de tanto sufrimiento y tanta muerte renuncia a su parte y propone a Dios que le perdone y le reciba en el último rincón de su cielo. Dios no le perdona “porque este Bien que yo soy no existiría sin ese Mal que tú eres”.
La figura del diablo, que se hace llamar Pastor, se asemeja al dios Pan, protector de los rebaños y de la naturaleza, no en su aspecto de sátiro, sino más parecido al Gran Pan del neoplatonismo.
JESÚS DE NAZARETH
Aunque nace como los demás niños, Dios había mezclado su simiente con la de José por lo que le reconoce como su hijo. Algunos pasajes inducen la sospecha de que el diablo puede haber tenido alguna influencia:
“Ser anunciado por ángel del cielo o ángel del infierno, las diferencias no son sólo de forma, son de esencia, sustancia y contenido”. “Es verdad que en estos asuntos (de paternidad), en general, no es prudente mostrar seguridades y menos una seguridad absoluta, pero yo la tengo, de algo me sirve ser Dios”.
Seguiremos las principales etapas de la evolución de Jesús desde que deja Nazaret: inicia su trabajo con el rebaño de Pastor (el diablo), tiene su primer encuentro con Dios en el desierto, vive con María Magdalena, y busca el segundo encuentro con Dios en el lago.
El primer encuentro con Dios se produce en el desierto.
Jesús va a buscar la oveja perdida, descalzo y desnudo “como Adán”. Cuando la encuentra se le aparece el Señor “como una columna de humo girando lentamente sobre sí misma”. Dios le promete “tendrás el poder y la gloria” pero todavía no le especifica ni cómo ni cuándo; a cambio le exige el sacrificio de esa oveja a pesar de que Jesús se resiste: “sacrifícala o no habrá alianza”, “y no olvides que a partir de hoy me perteneces por la sangre”.
El diablo, al ver que Jesús ha sacrificado la oveja, se lo reprocha “tú por ambición la mataste” y lo rechaza “no has aprendido nada, vete”.
Su amor con la Magdalena, su madurez humana, le prepara para rebelarse contra las exigencias de Dios en el segundo encuentro. Es el destino el que le conduce hasta la Magdalena.
“Quiso el destino que, al atravesar la ciudad de Magdala… También quiso el destino que el peligroso accidente ocurriera… casi enfrente de la puerta de una casa…”. “Ahora, María de Magdala le enseñaba…” la vida, el cuerpo, el amor. “Lo que me enseñas no es prisión, es libertad”. “Ahora me parece que he vuelto a nacer aquí en Magdala”. “Se encontraban protegidos y libres entre estas cuatro paredes, entre las cuales pudieron, por unos días, tallar un mundo a la simple imagen y semejanza de hombre y mujer, más a la de ella que a la de él, digámoslo de paso…”.
El segundo encuentro con Dios se produce en el lago durante 40 días.
“Ya no es un muchacho asustado, es un hombre” y quiere saber cuál es la parte del contrato que él tiene que cumplir. Su papel será de mártir para fundar una iglesia sobre la sangre del hijo de Dios. De este modo Dios extenderá sus dominios, más allá del pequeño pueblo judío, hasta los confines del mundo. Por ello obtendrá el poder y la gloria después de su muerte, en el cielo, junto a Dios.
Jesús Trató de romper el contrato y “se sintió vivo y alegre, con un vigor fuera de lo común” pero no pudo porque está en manos de Dios y terminó por aceptar: “entonces no tengo salida”, “hágase en mí tu voluntad”. La sangre de la oveja sacrificada en el primer encuentro tiñe ahora el lago. Dios le descubre el río de sufrimiento a lo largo de la historia y Jesús suplica
“Padre, aparta de mi ese cáliz, El que tú lo bebas es condición de mi poder y de tu gloria, No quiero esa gloria, Pero yo quiero ese poder”.
Después de este encuentro cumple como un autómata la voluntad de Dios pero, como hemos dicho, en la cruz, trata de rebelarse muriendo no como hijo de Dios sino como rey de los judíos. Pero de nuevo fracasa su intento porque resuena por toda la tierra la voz de Dios
“Tú eres mi Hijo muy amado, en ti pongo toda mi complacencia. Entonces comprendió Jesús que vino traído al engaño, como se lleva al cordero al sacrificio, que su vida fue trazada desde el principio de los principios para morir así… y clamó al cielo abierto donde Dios sonreía, Hombres, perdonadle porque él no sabe lo que hizo”.
Al morir, semiconsciente, recuerda la conversación con José, su padre,
“Ni yo puedo hacerte todas las preguntas,
ni tú puedes darme todas las respuestas”
CONCLUSIÓN
Esta obra es un alegato contra explicaciones que, en vez de combatir el sufrimiento, parecen justificarlo y alentarlo con doctrinas de expiación dolorosa y de resignación ante la voluntad de Dios.
Bajo el relato subyace un enfrentamiento conceptual entre un humanismo naturalista y una religión centrada en el sufrimiento. Dios, el Dios judeocristiano, representa esa religión y se lleva todas las iras del cronista. Jesús nace en esa religión y es rescatado primero por el diablo – el dios Pan – y luego por la Magdalena, el amor humano.
Saramago podría haber arremetido contra la religión y haber respetado la imagen que Jesús tenía del Padre. Le ha impresionado más la imagen tiránica de Dios que ha captado de la religión, y ha preferido rescatar a Jesús de esa imagen. Una idea más aproximada sobre Dios aparece en otra obra de Saramago: “Dios es el silencio del universo, y el ser humano es el grito que da sentido a ese silencio”
Saramago no ha escrito un evangelio ni una biografía. Ha imaginado su propia epopeya sobre Jesús de Nazaret.
La teología, por su parte, ha desarrollado un concepto muy antropomórfico de Dios. Ha racionalizado demasiado el misterio, ha insistido en el poder absoluto de Dios, en el pecado y en la expiación. Y esto puede chocar con un sentimiento de libertad y de rechazo del sufrimiento.
De Jesús de Nazaret tenemos una imagen clara: su vida. Ésa es también para nosotros la imagen válida de Dios. “Quien me ve a mí, está viendo al Padre” (Jn 14,9). Aferrarse dogmáticamente a otras explicaciones puede alejarnos más que acercarnos a él.
La teología es necesaria porque la inteligencia se esfuerza por comprender. Fides quaerens intellectum, (la fe que busca comprender) según san Anselmo. Pero la teología es una explicación parcial de algunos aspectos del misterio; y por ser conceptual y parcial siempre admite réplica conceptual, y más aún desde una intuición holística.
Lo malo no es que Saramago no haya comprendido a Dios; porque nadie puede comprenderlo. Lo malo es que lo haya interpretado mal. Pero lo peor es que lo haya interpretado mal por nuestra culpa.
Gonzalo Haya
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