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Entradas Etiquetadas ‘Jeremías’

Seducido

Martes, 24 de octubre de 2023
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Del blog Nova Bella:

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Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir

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Jeremías

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“Necesitamos profetas”, por Gabriel Mª Otalora

Lunes, 22 de febrero de 2021
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gargallo4De su blog Punto de Encuentro:

 Quizá hubiese sido mejor un titular que resalte la necesidad de descubrir y seguir a los profetas de nuestro tiempo, pero un titular es algo más breve. Al menos lo destacamos al principio, cuando no pocos leen los textos proféticos bíblicos como sobre una pátina de alcanfor propia de un ropaje antiguo cuando sus mensajes son atemporales. Lo cierto es que algo fuerte expresan para que, por ejemplo del profeta Jeremías, los príncipes dijeran al rey: “Muera ese Jeremías, porque desmoraliza a los soldados que quedan en la ciudad y a todo el pueblo, con semejantes discursos” (Jer 38,4).

Profecía no significa prever el futuro sino la comprensión de los signos del tiempo presente a la luz de palabra de Dios. Y el don de ser verdadero profeta viene marcado por san Pablo: aunque posea el don de profecía e incluso tenga una fe que mueva montañas, si no tengo amor, no soy nada (Cor 13). Este tiempo nuestro  no facilita visualizar los profetas que, sin duda, el Espíritu nos pone para iluminar el verdadero camino de la evangelización conforme a nuestros carismas, regalo también del Espíritu. Sin embargo, no somos capaces de reconocer a los profetas actuales; ni siquiera consideramos como tal al Papa Francisco. Incluso el profeta nos parece una figura anacrónica, impropia del siglo XXI cuando lo cierto es que actúa con la máxima fidelidad al evangelio. Por eso hace chirriar nuestros goznes estructurales injustos mientras tildamos a su mensaje de soflama política en lugar de  como una verdadera denuncia profética.

La aspiración de toda denuncia profética es afirmar la vida, advertir y condenar los signos de muerte, pero siempre señalando senderos de esperanza con mano tendida. Y cuando es verdaderamente la voz de Dios, es también la voz del oprimido, la voz de los que no tienen voz. Recordemos que  los hubo bien humildes, como Moisés, al que Dios escoge siendo tartamudo para poner en él sus palabras sagradas. O como Oseas, un pastor elegido por Dios para enfrentarse nada menos que a las autoridades religiosas de su tiempo.

La denuncia profética no busca beneficios particulares sino el cambio o conversión, la instauración de la justicia, la construcción de nuevas relaciones basadas en la dignidad humana asumiendo el dolor de otros con un profundo sentido solidario. La voz profética de la Iglesia, en suma, es un gran compromiso en medio de una sociedad compleja y desnortada que necesita escuchar la voz de Dios para reorientar sus acciones.

Aunque algunos se empeñen en obstruir el evangelio sustituyendo la esperanza por conformismo (clericalismo y pasividad), la gracia de Dios supera cualquier obstáculo para llegar a quienes ansían que Él les llene y dé sentido, abiertos a la escucha. Si admiramos al Jesús que curó y sanó con enorme compasión y misericordia a los que más sufrían, no podemos obviar a este mismo Jesús denunció con dureza la hipocresía y la manipulación del verdadero mensaje de Dios. Él no murió por sanar, perdonar y curar, sino porque cuestionó las injusticias estructurales que se bendecían en nombre de Dios. La estructura asfixiaba su Palabra y la vivencia por lo que su buena noticia fue boicoteada desde el momento en que cuestionó el poder religioso de su época.

Lejos de la conversión, no pararon hasta convencer a los romanos que había que denigrarle socialmente con lo más ignominioso que había entonces: la crucifixión. Hoy todo es más sofisticado para mantenernos en una dormidera eclesial sin salirnos de la pasividad laical y del clericalismo presbiteral y laical porque a bastantes laicos les encanta el clericalismo a pesar de haber sido duramente criticado por el Papa.

En palabras de un líder no cristiano (Abdu´l-Bahá), “Una religión que no sea causa de amor y unidad no es una religión. Todos los santos profetas fueron como médicos para el alma; prescribieron un tratamiento para la curación de la humanidad.” Quizá no seamos profetas, pero todos somos testigos desde el bautismo. Y eso implica coherencia a nivel individual pero también como comunidad que sigue a Cristo evangelizando… ¡y pidiendo al Espíritu el don de reconocer y seguir a los profetas de nuestro tiempo!.

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Mi causa

Sábado, 9 de mayo de 2020
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Del blog Nova Bella:

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Señor del universo,

que examinas las entrañas y el corazón,

a ti he confiado mi causa

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Jeremías

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Imagen: “Cristo en brazos de la muerte”, de Ricardo Flecha

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Monseñor Agrelo: “Emigrantes dejados como plástico a la deriva por nuestra indiferencia”

Lunes, 19 de agosto de 2019
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“Los vemos como un incordio a las puertas de nuestra abundancia, pero son voceros de Dios”

“Los emigrantes son una alarma activada por el amor de Dios en nuestro mundo de frivolidades”

“Son una llamada a la conciencia de los distraídos por si todavía queremos darnos una oportunidad de salvación”

Emigrantes_2043105693_12053359_667x375Crucificados como Jeremías, como Jesús, los emigrantes, siempre los pobres: Empujados a la muerte por la miseria; abandonados a su suerte por nuestro egoísmo; dejados como plástico a la deriva por nuestra indiferencia.

Sus vidas son un grito: “Dios mío, sálvame, que me llega el agua al cuello: me estoy hundiendo en un cieno profundo y no puedo hacer pie; he entrado en la hondura del agua, me arrastra la corriente”.

Jeremías, Jesús, los emigrantes, los pobres: nosotros los vemos como un incordio a las puertas de nuestra abundancia, pero son voceros de Dios, son sus profetas, una alarma activada por el amor de Dios en nuestro mundo de frivolidades, una llamada a la conciencia de los distraídos por si todavía queremos darnos una oportunidad de salvación.

Emigrantes-patera_2144195596_13805701_667x375Todos tenemos nuestras buenas razones para el abandono de los pobres al frío de la muerte, pero son las mismas buenas razones con las que dejo a Dios fuera de mi vida, fuera de mi rosario –perverso- y de mi eucaristía –escandalosa- y de mi corazón –petrificado-…

La Iglesia que hoy celebra la Eucaristía sabe que pertenece a Cristo, y hace suya la palabra de Cristo y comulga con su Señor.

Tú sabes que eres un solo cuerpo con Cristo; sabes que tu destino es el de los pobres, el de los profetas, el de Cristo.

Bautizada, olvidada, desechada, crucificada, estás llamada a ser siempre presencia viva de Cristo pobre entre los pobres, pobre tú también y enviada a los pobres como evangelio de salvación.

Habrás de desear ese bautismo por el que pasó Jesús; habrás de desearlo como lo deseó Jesús, habrás de desear con todo el corazón verte entregada con él, seguirlo a él abrazada a tu cruz…

Emigrantes-muertos_2144495545_13806700_667x375Ese bautismo, esa comunión con Cristo Jesús en su entrega de amor hasta la muerte, es la chispa que encenderá el fuego que él vino a prender en el mundo. Por esa puerta de la entrega amorosa entrará el Espíritu de Jesús que hará posible un mundo nuevo, un mundo hijos de Dios, el reino de Dios, un mundo en el que los pobres podrán decir con verdad –lo podrán decir a una con Jesús-: “Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito. Me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies… aseguró mis pasos… El Señor se cuida de mí”.

Feliz domingo, Iglesia de Cristo. Feliz bautismo en la muerte de Cristo. Feliz comunión con Cristo resucitado.

Fuente Religión Digital

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“Abusar de Dios”, por José Ignacio González Faus, teólogo.

Viernes, 18 de abril de 2014
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kyris 1Leído en su blog Miradas cristianas

Hay en la Biblia unas páginas menos conocidas, que presentan el dolor humano con una intensidad dramática y belleza expresiva pocas veces alcanzadas. Son las llamadas “Lamentaciones”, atribuidas antaño a Jeremías pero no suyas. Y cantan la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor, conjugando imágenes de orfandad con las de abuso, maltrato o violación de la mujer querida, madre, novia o esposa.

Algunas expresiones son dignas de la Ilíada, aunque la obsesión por componer en forma de acróstico obliga a repeticiones y frases de relleno que diluyen su belleza: “Jerusalén ha quedado viuda, se pasa las noches llorando, ha perdido toda su hermosura… A las criaturas se les pega la lengua al paladar de pura sed; sus jóvenes con venas como zafiros están ahora más negros que el hollín y nadie los reconoce; manos de mujeres delicadas cuecen a sus propios hijos y se los comen… El gozo del corazón se ha vuelto duelo. Y Dios se ha envuelto con nubes para que no le alcancen mis plegarias”

Más allá de consideraciones literarias impacta la relación de los autores con Dios. El pueblo se sabe pecador y lo reconoce; llega a confesar que había tomado el amor de Dios como patente de corso para hacer lo que le diera la gana: como Dios nos quiere y está de nuestra parte, Jerusalén nunca será conquistada: “ni los reyes ni los habitantes del orbe creían que un enemigo lograría entrar por las puertas de Jerusalén”… “Tus profetas ofrecían visiones engañosas y falsas”. Hasta que tamaña ceguera fue desenmascarada por el impacto de aquel primer holocausto.

Pero, aun con ese reconocimiento, la tragedia ha sido tal y está descrita con tanto dramatismo que lleva al autor a preguntarse si la justicia de Dios no será excesiva y hasta cruel, por el castigo que les ha enviado: “El Señor ha clavado en mis entrañas todas las flechas de su aljaba; ¿es que tu cólera no tiene medida?”. A pesar de esa duda, las Lamentaciones recobran fuerza para acabar con un acto de confianza y esperanza en Yahvé: “su misericordia no termina, su compasión no se acaba y su fidelidad se renueva cada mañana”.

Ahí está encerrada toda la antinomia y la grandeza de la fe judía, a la que Jesús vendrá a añadir un dato decisivo. La muerte de Jesús, a quien “nadie podía argüir de pecado” (Jn 8,46), no puede ser vista como castigo de Dios, ni como enviada por Dios. Desde ella, tampoco la caída de Jerusalén debe ser vista como castigo enviado por un Dios justiciero. Simplemente obedecen ambas a dos leyes de esta historia, a la que Dios respeta y en la que no interviene como un agente más intrahistórico.

Lo que le ocurrió a Jerusalén es que abusó tanto de su situación privilegiada que acabó perdiéndola (“tanto va el cántaro a la fuente que al fin se rompe”). Y lo que ocurrió a Jesús es lo que expresa otro refrán posterior (quien se mete a redentor sale crucificado): en este mundo injusto y criminal, nadie lucha a favor de las víctimas y denuncia a sus opresores sin que acabe desatando una reacción en contra, tan desesperada como disfrazada de honorabilidad.

Lo que algunos biblistas califican como “el principio de Caifás” (aludiendo a Jn, 11,50: “vale más que muera ese hombre para que nos salvemos nosotros”) rige casi toda la política humana. Ambos son principios de sabiduría histórica con los que tropezamos cada día en la práctica.

Pero, al margen de esos principios, situada la pasión de Jesús en el contexto de las Lamentaciones, cambia en buena parte la imagen veterotestamentaria de Dios: Jesús sabe que Dios no le envía su pasión, aunque debe respetar que Dios no intervenga en esta historia “enviando legiones de ángeles” (Mt 26,54) a salvarle, como esperaría la piedad veterotestamentaria. Sabe también que, a pesar de ese silencio de Dios, puede confiar en su amor y encontrar en Él la fuerza para morir exclamando: “Padre, en tus manos pongo mi vida”. Ello le da fuerzas incluso para morir perdonando sin esperar un castigo vengador de Dios sobre sus verdugos.

Para un cristiano puede resultar bueno estos días leer las Lamentaciones del Antiguo Testamento junto con la pasión. Y de paso preguntarse si nosotros tenemos hoy un peligro similar al de los antiguos moradores de Jerusalén: convertir el amor de Dios en una especie de seguro del que podemos usar y abusar; patente de corso para mil autoengaños y caprichos, que hacen del Dios-Amor un Dios consentidor, cuando el amor siempre es exigencia de más. Una experiencia ya larga enseña que quienes entienden así el amor de Dios se quedan en cristianos enclenques; mientras que quienes reconocen la exigencia que Dios supone, maduran hasta ser personas fuertes.

Nuestro dilema como creyentes es éste: todo ser humano puede (y con frecuencia suele) abusar del amor. Y Dios es amor pero no por eso es (como se formula hoy) “un Dios a la carta” o a la medida de mis deseos. No es un Dios opresivo, de ningún modo, pero tampoco es un Dios permisivo. Por eso acaba resultando para todos un Dios subversivo.

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