“Una Iglesia que no es perseguida no puede ser la Iglesia de Jesús”, por Ignacio Ellacuría
Ignacio Ellacuría [1].
“No es sólo que el mensaje cristiano tenga como término preferido a los pobres, es que sólo los pobres son capaces de sacar de ese mensaje su plenitud. Y esto es lo que afirma la teología de la liberación y esto es lo que condiciona su método de hacer teología”.
“No cualquier lucha por la justicia es la encarnación del amor cristiano, pero no hay amor cristiano sin lucha por la justicia cuando la situación histórica se define en términos de injusticia y de opresión; de ahí que la Iglesia como sacramento de liberación tenga la doble tarea de despertar y acrecentar la lucha por la justicia entre quienes no se han entregado a ella, y la de hacer que quienes se han entregado a ella lo hagan desde lo que es el amor cristiano. También aquí el ejemplo del Jesús histórico es decisorio: en su sociedad contrapuesta y antagónica, Jesús amó a todos, pero se situó al lado de los oprimidos, y desde allí luchó enérgica, pero amorosamente, contra los opresores”.
“Errarían los cristianos si buscaran solamente un tipo de liberación social. La liberación debe abarcar todo aquello que está oprimido por el pecado y por las raíces del pecado, debe abarcar tanto las estructuras injustas como las personas hacedoras de injusticia, tanto lo interior de las personas como lo realizado por ellas”.
“El carácter institucional de la Iglesia, derivado necesariamente de su corporeidad social, tiene exigencias claras que sólo idealismos anarquizantes pueden dejar de ver. Pero ese carácter institucional no tiene por qué configurarse, como a menudo sucede y ha sucedido, conforme a la institucionalidad que necesitan los poderes de este mundo para mantenerse en su condición de poderosos. Ese carácter institucional debe estar subordinado al carácter más profundo de la Iglesia como continuadora de la obra de Jesús”.
“La raíz última de por qué la Iglesia institucional puede convertirse en opresora de sus propios hijos no está en su carácter institucional, sino en su falta de dedicación a los más necesitados en seguimiento de lo que fue y de lo que hizo Jesús. Consiguientemente, sólo una puesta al servicio de los más pobres y necesitados puede desmundanizarla y, ya desmundanizada, dejará de caer en todos los defectos naturales de la organización y del poder cerrado sobre sí mismo”.
“Con las suavizaciones y espiritualizaciones de algunas partes del NT, se pretende no excluir a ninguna persona -todas están llamadas a la salvación, supuesta la debida y real conversión-, pero de ningún modo negar cuál era la preferencia real de Jesús. El peso masivo de la dedicación de Jesús a los pobres, sus ataques no escasos a los ricos y a los dominadores, la elección de sus apóstoles, la condición de sus seguidores, la orientación de su mensaje, dejan pocas dudas de cuál fue el sentir y la voluntad preferente de Jesús. Tanto es así que hay que hacerse pobre como él, aun con toda la historicidad que compete a la pobreza, para entrar en el Reino”.
“Consiguientemente, la Iglesia de los pobres no es aquella Iglesia que, siendo rica y estableciéndose como tal, se preocupa de los pobres; no es aquella Iglesia que, estando fuera del mundo de los pobres, les ofrece generosamente su ayuda. Es, más bien, una Iglesia en la que los pobres son su principal sujeto y su principio de estructuración interna; la unión de Dios con los hombres tal como se da en Jesucristo es históricamente una unión de un Dios vaciado al mundo de los pobres. Así la Iglesia, siendo ella misma pobre y, sobre todo, dedicándose fundamentalmente a la salvación de los pobres, podrá ser lo que es y podrá desarrollar cristianamente su misión de salvación universal. Encarnándose entre los pobres, dedicando últimamente su vida a ellos y muriendo por ellos, es el modo como puede constituirse cristianamente en signo eficaz de salvación para todos los hombres. El norte orientador de la constitución histórica de la misión de la Iglesia, por lo que toca a su destinatario primordial, no puede ser otro. No sólo se trata de que representen los pobres la mayor parte de la humanidad y, en este sentido, son lugar primario de universalidad; se trata, sobre todo, de que en ellos está especialmente la presencia de Jesús, una presencia escondida, pero no por eso menos real. De aquí que sean los pobres el cuerpo histórico de Cristo, el lugar histórico de su presencia y que sean los pobres la “base” de la comunidad eclesial”.
“Esto sitúa a la Iglesia latinoamericana en una posición difícil. Por un lado, le trae persecución, como le trajo persecución hasta la muerte al propio Jesús: La Iglesia latinoamericana y, más exactamente, una Iglesia de los pobres, debe estar convencida de que en un mundo histórico donde no se encuentre ella misma perseguida por los poderosos, no hay predicación auténtica y completa de la fe cristiana; pues, si no toda persecución es signo y milagro probatorio de la autenticidad de la fe, la falta de persecución por parte de quienes detentan el poder, en situación de injusticia, es signo, a la larga irrefutable, de la falta de temple evangélico en el anuncio de su misión“.
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[1] Recopilación ofrecida por Jaume Flaquer para el 25 aniversario del asesinato de Ignacio Ellacuría y de sus compañeros jesuitas en el Salvador. Textos extraidos de un artículo suyo editado por la revista Selecciones de Teología: Ignacio Ellacuría, “La Iglesia de los pobres: sacramento histórico de liberación” en Selecciones de Teología, vol. 70 (1979).
Fuente Cristianismo y Justicia
Imagen extraída de: EITB
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