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Convertir el corazón o la conciencia.

Domingo, 27 de junio de 2021
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talita-cumi550DOMINGO 13º T.O. (B)

(Mc 5, 21-43) Contigo hablo, niña, levántate.

Según Jesús, el corazón o la conciencia es el centro de la vida moral o el lugar donde se decide la voluntad de Dios. No se trata de cumplir unos preceptos legales sino de llevar a cabo la nueva justicia del Reino, que es defender a los vulnerables de la sociedad. De ahí la exigencia de convertir el corazón o la conciencia.

La referencia a la palabra de Dios no es en Jesús algo abstracto o individual sino referido a la comunidad creyente en medio de las situaciones históricas de injusticia en el “tiempo presente” a través de la lectura de los signos de los tiempos. El “amaros unos a otros” es la clave para afrontar los desamparos y los desvalimientos de las personas concretas.

La conciencia es el acontecimiento central de la interioridad o subjetividad cristiana, mediante la cual la persona creyente se siente relacionada íntimamente con Dios (aunque no siempre caiga en la cuenta de ello) en Jesucristo por medio de la fe. La fe genera energía para dar un paso adelante en momentos concretos, para abandonar la poltrona, las seguridades, la comodidad alienante, la indolencia interesada; en realidad, la fe mueve endorfinas, esa sustancia que elabora el cerebro para ponerse en acción, que dirían los entendidos. De la conciencia brotan las decisiones, el discernimiento, los juicios, etc., en el ámbito de las conductas, guiados por la palabra y la acción de Jesús que libera a las personas y proclama la buena noticia de que las cosas pueden cambiar.

Dice Esperanza Borús [1], que la primera de las curaciones que el alma necesita es no perderse en las identificaciones o enredos que nos ofrece engañosamente el mundo a fin de que el flujo de sangre (sangre = espíritu) sea cortado y todas esas energías vuelvan de nuevo a su fuente que es el Ser. El relato nos dice que la mujer había gastado sus bienes sin resultado alguno e incluso había empeorado. Esto es, el camino verdadero es aquel que nos lleva al núcleo mismo de nuestro Ser esencial. Los demás caminos nos desvían, nos desorientan y nos alejan de la íntima unión del alma con la Divinidad.

Mas cuando el alma roza, aun levemente, y experimenta la verdad del corazón, fuente de vida inagotable, y la fuerza necesaria para despertar, es cuando el Cristo oculto en nuestro interior reconoce al alma que lo busca; esa unión se profundiza y se abisma en el Amor.

Jesús al llegar a la casa de Jairo, echa a esos “egos” que no nos permiten acceder a la Verdad plena. Es entonces cuando el alma “despierta” y se levanta. Que el tiempo se ha cumplido viene expresado por el número doce, que indica perfección, y que el evangelista Marcos señala que es la edad de la niña y los años de búsqueda de la mujer que perdía sangre. Cuando buscamos fuera lo que llevamos en nuestro interior el encuentro íntimo no se produce.

Con frecuencia en los relatos donde se narran milagros de sanación o resurrección Jesús insiste en no divulgar lo sucedido. “Les insistió en que nadie lo supiera”, advertencia a ser prudentes y no exponer la Verdad a los extraños que puedan pisotearla, manipularla. El alma ha de nutrirse para fortalecerse. Por eso Jesús les pide que “le dieran a ella (al alma) de comer”.

Mas, ¿cuál es el vínculo entre corazón, conciencia y alma en búsqueda de la Verdad, del Amor? Esos signos o señales que la sociedad y el mundo actual nos ofrecen cada día. Para Jesús, el Reino de Dios era ante todo remediar el sufrimiento humano en todas sus formas y hacer posible la felicidad en cada circunstancia. Algo no siempre fácil y hasta arriesgado en determinadas ocasiones.

Vivimos en una sociedad enferma que da la espalda al dolor de las víctimas y sigue aplazando los temas de fondo que sacarían a muchos de situaciones de riesgo, especialmente las mujeres, sujetos seculares de explotación y sufrimiento. Francisco, en la Fratelli Tutti, nos recuerda que en la base de todo está la caridad que transforma e invita al compromiso por el Bien Común y el reconocimiento de la dignidad de todos los seres humanos. A pesar de que la comunidad internacional ha adoptado acuerdos para poner fin a la esclavitud y a todo desamparo, todavía hay millones de personas privadas de su libertad y obligadas a vivir en condiciones de esclavitud (FT 24).

En todo caso, la oración viene en nuestro auxilio para tener fuerza, para perder el miedo, para no sentirnos solos/as, para transformar la realidad. Cuando las noticias de cada día nos dejan helada la sangre, cuando el corazón se nos rompe de dolor, de impotencia, cuando los “por qué” quedan sin respuesta sólo nos queda la confianza de “Aquel que sustenta nuestra fe” pues “ahora” es Él quien está sosteniendo todas las cosas. Eso no es sólo cierto del universo físico, incluso nuestros cuerpos y todo lo que somos, sino que abarca las otras fuerzas y poderes en el mundo: psicológicos, sociales, espirituales y cuantos acontecimientos ocurren en él. Algo que solemos olvidar los cristianos tan acostumbrados a ver las cosas a través de los medios de comunicación sin caer en la cuenta de la fuerza que todo lo Unifica, por incomprensible que nos parezca.

Jesús se retiraba a orar una y otra vez. En Getsemaní agobiado por una angustia mortal, en la cruz, envuelto en tinieblas por el silencio de Dios, reza por todos incluso por aquellos que lo han condenado. Ora sin renunciar nunca a la confianza en su Abbá-Dios. Porque “incluso en el más doloroso de nuestros sufrimientos, nunca estamos solos”.

¡Contigo hablo, levántate! ¡No tengas miedo!

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

[1] Esperanza Borús, Luminarias y Asombros, Ed. Visión Libros, Madrid 201

Fuente Fe Adulta

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¡Levántate!

Domingo, 27 de junio de 2021
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VolarDomingo XIII del Tiempo Ordinario

27 junio 2021

Mc 5, 21-43

Para el autor del evangelio, tanto la mujer gravemente enferma como la niña fallecida son imagen del pueblo, al que considera “agonizando”. Y, en tal situación, quiere proponerle que se adhiera a Jesús, a quien muestra como fuente de salud y de vida.

  En el nivel de consciencia mítico es lógico atribuir la salvación y la vida a alguna fuerza exterior -los dioses o héroes de que hablan las mitologías- que posee ese poder. Trascendido ese nivel, se hace manifiesto que la vida no es “algo” que se pueda comunicar desde “fuera”, sino que constituye justamente la identidad última de todo lo que es. Somos vida…, aunque con frecuencia lo olvidemos o incluso vivamos ignorándolo.

  Afirmar que la salvación no viene de “fuera” no es una muestra de autosuficiencia o de orgullo espiritual, ya que el sujeto de aquella afirmación (“soy vida”) no es el yo particular, sino la propia Vida, nuestra verdadera identidad. Bien entendida, por tanto, esa afirmación implica una total desidentificación del yo, al que reconocemos solo como una “forma” en la que nos estamos experimentando, pero no como el “sujeto” de lo que somos.

  El camino de la comprensión nace exactamente donde se cruzan las dos palabras de Jesús: “Tu fe te ha curado” y “Levántate”. La “curación” está en nosotros, pero necesitamos “levantarnos”.

  Levantarse significa salir de la ignorancia y de la postración, soltar la queja y el victimismo y reconocer nuestra verdadera identidad, la vida que somos. “Levántate” significa: “Comprende lo que eres”. Desde ahí -lo decisivo siempre es el desde donde hacemos las cosas-, conectando con lo que realmente solemos, podremos “levantarnos”, ponernos en pie y “resucitar”.

   A partir de esa experiencia, vivida con gozo y gratitud, podremos ayudar a otros a “levantarse” de cualquier situación de postración. El compromiso nacerá de la comprensión y fluirá a través de nosotros de una manera gratuita y desapropiada.

¿Vivo en actitud de ponerme en pie y de ayudar a vivir?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Hacía doce años que la hemorroísa enfermaba, cuando nacía la niña de Jairo. ¡Esos viejos sistemas religiosos!

Domingo, 27 de junio de 2021
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resurreccion-de-la-hija-de-jairo_thumbDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Personajes del relato.

Jairo

         Era un personaje importante del mundo religioso judío, jefe de la sinagoga (un miembro destacado del sistema religioso judío. Jairo no encontraba remedio para su pequeña hija en el sistema religioso y acude a Jesús, un “excomulgado” del sistema. Jesús es quien confiere vida

A Jesús no le fue muy bien ni en el Templo ni en las sinagogas. Cuando Jesús termina de predicar en la sinagoga de su pueblo, Nazaret, los jefes de la sinagoga querían echarlo por un barranco, (Lc 4,28).

Sin embargo Jesús no duda en acoger y “sanar – levantar – resucitar” a la hija de Jairo. (Levantar es una de las palabras que el NT emplea para hablar de la resurrección de Jesús).

Jesús se fue con él… Jesús sana a todo aquel que se encuentra con él. Jesús devuelve la vida.

La hija de Jairo y la hemorroísa.

Dos mujeres. Las dos perdían la vida. La niña estaba dormida-muerta. A la hemo – rroísa: hemo: sangre / reo: correr (flujo) se le “iba” la vida. La niña “estaba en las últimas”.

Tampoco la hemorroísa halla solución al problema de la vida en el sistema religioso y, por ello, acude, se acerca a Jesús

Ambas, la niña y la mujer en situación de impureza por la muerte y por la pérdida de sangre. Según el judaísmo, nunca debieron acercarse a Jesús ni la hemorroísa, ni Jairo para pedir la curación de su hija, así como tampoco nunca debió acercarse Jesús a estas dos situaciones.

Aquella mujer perdía la vida. En las culturas primitivas creían que la vida estaba en la sangre, y quien perdía la sangre, perdía la vida. (No es una afirmación muy exacta, pero con cierto sentido común y coloquial (aunque no exactamente científico), cuando vemos que una persona tiene una hemorragia por un derrame, un accidente, “vemos” que pierde la vida.

No se trata de meramente un hecho biológico. Aquella mujer, como tantas personas perdía o perdemos  o “malgastamos” la vida.

Jesús “nunca debió” haber tratado con mujeres, ni tener discípulas, ni curar a una mujer. Pero “lo de Jesús” es algo muy diferente de la religión judía y -probablemente- de todas las religiones. Jesús se acerca a todo el mundo: hombres, mujeres y niños, judíos y paganos, buenos y malos. Y se acerca no para recriminar nada, sino para que tenga vida.

Jesús

         Es la figura central. Jesús se distancia del legalismo y de la religión judía. Antes es la vida que la ley. Se puso del lado de la mujer impura y le devuelve la salud, la dignidad y la felicidad. Jesús se muestra como  liberador de lo que esclaviza e infunde miedo al ser humano: la opresión -interna y externa-, la enfermedad, la marginación y la muerte.

Jesús -lejos de la religión oficial- se posiciona del lado de la mujer impura y le devuelve la salud, la dignidad, la serenidad que no había encontrado en la religión, ni en la sociedad.

En algún otro momento Jesús ya lo había dicho: Dios no es un Dios de muerte, sino de vida, (Lc 20,38).

  1. Símbolos del relato

Tocar el manto

Varias veces se repite en el relato de hoy la expresión “tocar, apretujar”.

Jesús se acerca a la niña, la coge de la mano y la levanta, la devuelve a la vida.

         La hemorroísa quiere tocar el manto. El manto era, significaba “el ámbito” de una persona, en este caso, el espacio de Jesús

         Tocar es entrar en contacto con Jesús. La presencia, la cercanía de Jesús transforma a la persona y la rehabilita y reintegra en la vida.

En situaciones de muerte, de depresión, de droga, de hundimientos personales, de pérdida de la vida, el encuentro con Cristo, devuelve la vida, nos devuelve a la vida.

Podemos ser viejos católicos, religiosos de toda la vida; solamente el encuentro con Cristo es el que nos liberará y nos dará o nos devolverá a la vida. La cercanía de Jesús transforma la existencia humana.

Doce

Curiosamente en las dos mujeres se repite la cifra: “Doce”. La niña tenía doce años y la hemorroísa llevaba doce años enferma. De otra manera: Hace “doce  años”, cuando la hija de Jairo nacía, enfermaba la vieja hemorroísa, como si fueran incompatibles la salud y las vidas de ambas en el viejo sistema religioso. No es casual, el simbolismo. El número doce es símbolo del pueblo judío, Israel. Doce es la totalidad de Israel.

Ambas mujeres representan a Israel, que no encuentra solución en sus instituciones ni en su religión -la sinagoga, la Torah (ley)-.

Después de haber buscado y hecho lo indecible –“se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor”-, hasta morir.

Podemos ser viejos católicos, religiosos de toda la vida; solamente el encuentro con Cristo es el que nos liberará y nos dará o nos devolverá a la vida.

  1. Estamos hechos para vivir y vivir bien.

Estamos llamados a la vida. Estamos hechos para vivir y para vivir bien.

Tres breves consideraciones

  1. El suicidio

En el otoño del 2004 se celebró en Roma (Vaticano) un Congreso médico-psicológico-teológico sobre la depresión y el suicidio. Las actas de tal Congreso están publicadas y las cifras son alarmantes: en Europa Occidental el índice de suicidio ha aumentado en un 60 % en los últimos 45 años. (En Euskadi se produce un suicidio cada dos días. En España se produce 10 suicidios al día).

Para que una persona quiera cesar en la vida ha tenido que pasar mucho y malo. Quien se toma un tubo de pastillas está gritando que no puede más y que “se va” porque precisamente quiere vivir.

Quizás el cliente del evangelio de nuestro tiempo no será el hombre pecador, sino el hombre proveniente del absurdo y del sinsentido.

De lo que no hay duda es que estamos hechos para vivir. Muchas veces lo problemático es el cómo.

  1. hijos de la ilustración.

En Europa Occidental somos hijos de la Ilustración (siglo XVIII) que nos ha metido en la cabeza y en el hábitat cultural en el que vivimos que la vida, la salvación, la felicidad nos vienen del progreso, de la razón-ciencia, de la tecnología, etc. La esperanza y la vida de la Ilustración, nuestra esperanza radican en el desarrollo. Pero bien sabemos que el hombre no puede darse a sí mismo la plenitud, la felicidad, la vida. Son un don, una gracia de Dios. El ser humano no termina de ser feliz por sus propios medios. Y esto no es una ideología, sino una experiencia existencial. La vida es un regalo, en último término una gracia de Dios.

C       ¿Qué es vivir bien?

         Confiamos y nos entregamos a aquella realidad de la que esperamos nos va a venir la vida, el bienestar, la felicidad.

  •  Cuando nuestros jóvenes amanecen somnolientos, si no en peores condiciones, tras una noche de placer, están buscando la vida.
  •  Quienes conciben la vida como unas vacaciones permanentes o viven en una continua dispersión o se vive en turismo de sexo o cosa parecida, también están buscando la vida.
  •  Todo este mundo de la macrobiótica, gimnasios, el culto al cuerpo y el mito de la eterna juventud, busca la vida.
  •  La ciencia y la tecnología nos ofrecen paraísos terrenales de vida.
  •  Las ideologías, el poder, el dinero pretenden garantizar y amarrar la vida.

Sin embargo la muerte y las situaciones de muerte nos embargan.

         A veces vivimos en situaciones que ponen al ser humano en las “últimas” como la niña hija de Jairo: penosas situaciones económicas, raciales, políticas, etc.

         En muchas ocasiones perdemos o derramamos sangre –vida-, como la mujer hemorroisa. Perdemos la vida.

         Y el ser humano, a pesar de estar hecho inmortal e incorruptible (Libro de la Sabiduría y todo el pensamiento griego) experimentamos la muerte.

  1. Dios de vida: Acercamiento a la vida.

         Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes. Nuestro Dios es de vivos y no de muerte.

         La actitud de Jesús es siempre de vida, de conceder o restablecer la salud: ciegos, leprosos, hemorroisa, el hijo pródigo. El evangelio de san Juan está plagado de referencias a la vida: Yo soy el pan, el agua de vida, yo soy la resurrección, he venido para que tengan vida,etc.

         Los dos momentos de vida que nos ofrece el evangelio de hoy muestran un acercamiento al que es la vida.

         El jefe de la sinagoga se acerca a Jesús, la hemorroisa toca aunque solamente sea a Jesús.

         Cristo es fuente de la vida.

El enigma del ser humano, incluida la muerte, quedan iluminadas desde la Vida que se manifiesta en Jesús.

Cada cual podemos reconocernos como Jairo que acude a Jesús, como la mujer que siente estar perdiendo su vida, o como la niña que escucha la palabra que le dice: “levántate“.

         Se trata de acercarse a Cristo, al Logos, a la verdad, de amar la vida a fondo perdido y trabajar por ella. La vida está en crisis en muchos aspectos y problemas éticos en nuestro momento cultural.

         En el principio existía la Palabra y la Palabra era vida. Acercarnos a Cristo tal vez signifique volver a la Palabra, al sentido de la vida, volver todos a ser razonables y sensatos ante los muchos problemas que debilitan o amenazan la vida.

Lo hemos escuchado en la primera lectura: Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes.

Y, a esa luz, podemos preguntarnos: ¿por dónde se me escapa la vida?, ¿qué es lo que me tiene hundido?, ¿tengo fuerzas para levantarme, vivir y trabajar por la vida?

         La cuestión crucial no es: ¿qué ocurre después de la muerte?, sino: ¿quiénes somos y cómo estamos en esta vida? ¿Estamos bajo el manto de Cristo? ¿Cristo está en nuestra vida?

Dios creó al hombre incorruptible, para la vida

El encuentro con Cristo es vida.

hemorroisa_cortada

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“La fe grande de una mujer”. Domingo 13 Tiempo ordinario – B (Marcos 5,21-43).

Domingo, 1 de julio de 2018
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13-852849-195x300La escena es sorprendente. El evangelista Marcos presenta a una mujer desconocida como modelo de fe para las comunidades cristianas. De ella podrán aprender cómo buscar a Jesús con fe, cómo llegar a un contacto sanador con él y cómo encontrar en él la fuerza para iniciar una vida nueva, llena de paz y salud.

A diferencia de Jairo, identificado como «jefe de la sinagoga» y hombre importante en Cafarnaún, esta mujer no es nadie. Solo sabemos que padece una enfermedad secreta, típicamente femenina, que le impide vivir de manera sana su vida de mujer, esposa y madre.

Sufre mucho física y moralmente. Se ha arruinado buscando ayuda en los médicos, pero nadie la ha podido curar. Sin embargo, se resiste a vivir para siempre como una mujer enferma. Está sola. Nadie la ayuda a acercarse a Jesús, pero ella sabrá encontrarse con él.

No espera pasivamente a que Jesús se le acerque y le imponga sus manos. Ella misma lo buscará. Irá superando todos los obstáculos. Hará todo lo que pueda y sepa. Jesús comprenderá su deseo de una vida más sana. Confía plenamente en su fuerza sanadora.

La mujer no se contenta solo con ver a Jesús de lejos. Busca un contacto más directo y personal. Actúa con determinación, pero no de manera alocada. No quiere molestar a nadie. Se acerca por detrás, entre la gente, y le toca el manto. En ese gesto delicado se concreta y expresa su confianza total en Jesús.

Todo ha ocurrido en secreto, pero Jesús quiere que todos conozcan la fe grande de esta mujer. Cuando ella, asustada y temblorosa, confiesa lo que ha hecho, Jesús le dice: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud». Esta mujer, con su capacidad para buscar y acoger la salvación que se nos ofrece en Jesús, es un modelo de fe para todos nosotros.

¿Quién ayuda a las mujeres de nuestros días a encontrarse con Jesús? ¿Quién se esfuerza por comprender los obstáculos que encuentran en algunos sectores de la Iglesia actual para vivir su fe en Cristo «en paz y con salud»? ¿Quién valora la fe y los esfuerzos de las teólogas que, sin apenas apoyo y venciendo toda clase de resistencias y rechazos, trabajan sin descanso por abrir caminos que permitan a la mujer vivir con más dignidad en la Iglesia de Jesús?

Las mujeres no encuentran entre nosotros la acogida, la valoración y la comprensión que encontraban en Jesús. No sabemos mirarlas como las miraba él. Sin embargo, con frecuencia, ellas son también hoy las que con su fe en Jesús y su aliento evangélico sostienen la vida de no pocas comunidades cristianas.

José Antonio Pagola

Audición del comentario

Marina Ibarlucea

 

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“Contigo hablo, niña, levántate”. Domingo 01 de julio de 2015. Domingo 13º ordinario.

Domingo, 1 de julio de 2018
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38-ordinarioB13 cerezoLeído en Koinonia:

Sabiduría 1,13-15;2,23-24: La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo.
Salmo responsorial: 29. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
2Corintios 8,7.9.13-15: Vuestra abundancia remedia la falta que tienen los hermanos pobres.
Marcos 5,21-43: Contigo hablo, niña, levántate

Jairo viene de vuelta de la sinagoga. A pesar de ser jefe de esa institución no ha encontrado en ella la salvación para su hija; el judaísmo, representado por la institución más importante después del templo, no conduce a la vida; la hija de Jairo, imagen del pueblo, está abocada a una muerte irremediable. Por eso Jairo, tal vez desesperado y desilusionado con aquel viejo sistema, acude a Jesús, buscando vida para su hija. Y estando con él se entera de que su hija ha muerto: ¿Para qué molestar más al maestro?, le dicen. La gente piensa que se molesta al maestro pidiéndole que dé vida. No saben que “el ha venido para que tengan vida y vida abundante”, como dice el evangelista Juan. Jesús, en estas circunstancias extremas, no se arredra: “No temas, ten fe y basta…” Para quien cree –y Jairo ha comenzado ya a adherirse a Jesús, a creer en él, en la medida en que se ha distanciado de la sinagoga-, la muerte es un sueño del que se puede despertar. Los primeros cristianos lo entendieron así cuando comenzaron a llamar a la necrópolis (= ciudad de los muertos) cementerio (= dormitorio). No lo ve así la gente que, al enterarse de la muerte de la hija de Jairo, lloraba gritando sin parar –gesto de desesperanza total-, y que, cuando Jesús dice que la niña “no está muerta, sino dormida”, se reía de él considerando la situación irreversible. Ante tanta incredulidad no hay nada que hacer. Por eso, Jesús echa fuera a la gente –para quien no cree, la muerte es el final- y entra adonde está la niña con sus padres junto con tres de sus discípulos a quienes quiere mostrar especialmente la fuerza de vida que hay en él.

Curiosamente estos tres discípulos están presentes también en la transfiguración y en el Huerto y, en ambas escenas, se duermen. Este sueño es todo un símbolo. En la Transfiguración, Jesús habla con Moisés y Elías de su éxodo –esto es, de su paso de la muerte a la vida-; en el Huerto, Jesús pide a Dios fuerzas para aceptar el camino que le lleva a la muerte, como paso para la vida definitiva. Pedro, Santiago y Juan no tienen interés en aceptar este camino del maestro hacia la muerte, porque –al igual que los judíos- no creen que sea un paso hacia la vida definitiva. Tal vez, por esto, para que aprendan que Jesús es la imagen de un Dios que da vida, Jesús se los lleva consigo. Sorprende, no obstante, que, cuando Jesús devuelve la vida a la niña, insista vivamente a los discípulos para que no digan nada a nadie. Orden lógica, pues todavía no están capacitados para digerir y asimilar y proclamar este mensaje de vida.

Se asemeja a veces la sinagoga, de la que Jairo es jefe, a nuestra vieja iglesia y a algunos de sus jefes, que no son capaces de sanar los males del mundo por estar centrados en mantener unas estructuras que no dan vida. Al igual que Jairo, nuestra iglesia, si quiere seguir siendo la iglesia de Jesús, tendrá que salir al encuentro del maestro, rompiendo viejas estructuras que la mantienen cerrada al mundo. Y en ese encuentro con Jesús y su evangelio, oirá las mismas palabras que Jesús le dirigió a Jairo: “No temas, ten fe y basta”. Tal vez sea este el mal de nuestra iglesia: tiene demasiado miedo y poca fe, y este miedo a perder seguridades, prestigio y poder le impide lanzarse a la aventura de remediar los males de un mundo abocado a la muerte; tal vez tenga que adherirse más al mensaje de Jesús y a su estilo de vida pobre, libre, solidario y entregado a los que viven en las márgenes del mundo. Sólo así podrá devolver la vida a tanto muerto que hay vivo, a tantos que gritan llorando sin parar, lamentándose de que no es posible luchar contra este injusto sistema mundano que ha marginado a tanta gente, llevándola a las puertas de la muerte.

Pablo, en su carta a los corintios, invita a resolver el problema de la injusticia y la desigualdad con generosidad. Y para ello pone el ejemplo de Jesús que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” y hacer un mundo más igualitario donde “la abundancia de unos remedie la carencia de otros”, y brote la igualdad. Un verdadero milagro que está en nuestras manos realizar para devolver la vida a cuantos carecen de las mínimas condiciones de vida, para hacer de nuevo el milagro del maná por el que Dios impedía que unos acumulasen lo que era necesario para otros: “al que recogía mucho no le sobraba y al que recogía poco no le faltaba” (Ex 16,18). Un mundo de iguales, un mundo regido por un Dios que, como dice el libro de la Sabiduría, “no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera.. Dios creó al ser humano para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”…

Añadamos una «nota crítica» de precaución. Una lectura no crítica de la primera lectura evoca espontáneamente el tema del «pecado original» y deja claramente la idea de que la muerte sería consecuencia del pecado original, y que éste habría sido consecuencia de «la envidia del diablo» (Sb 2,24). Es todo un conjunto teológico y simbólico lo que es evocado aquí, como de paso, el pecado original. Es importante no caer en la facilidad de apoyarse acríticamente en ese supuesto, y hablar del mal o de la muerte, con toda naturalidad, como fruto del pecado o -peor aún- como introducida en el mundo por el diablo envidioso. Somos personas de hoy, y los oyentes de las homilías también lo son. Y aunque en alguna comunidad hubiera bastantes personas con una visión mítica atrasada, aun ellas merecen ser tratadas con dignidad, con una pedagogía crítica que le ayude a reconciliar su atrasada visión mítica con una religiosidad apta para los tiempos de hoy.

Todos, los predicadores de las homilías, y también los oyentes, tenemos la obligación de reivindicar un discurso «para hoy», que no repita -con frecuencia simplemente por pereza, o por miedo- las afirmaciones manidas afirmaciones míticas, y, más importante aún, que no las repita como si de afirmaciones reales (descriptivas de algo que realmente hubiera sucedido) se tratara. Se puede evocar el mundo simbólico del pasado para explicarlo y discernirlo, pero siempre con la obligación de dejar explícitamente claro que se trata de afirmaciones «simbólicas», que en otro tiempo fueron tomadas como literalmente reales (así fue, y hasta hace bien poco tiempo), pero que hoy sabemos que sólo son simbólicas, es decir, que tienen un valor para nuestra vida espiritual, pero que en su sentido literal no son históricas, o que incluso pueden ser contrarias a la verdad histórica.

En el caso que nos ocupa en concreto -aunque aquí no debamos justificarlo- la verdad original profunda es contraria a lo que tradicionalmente nos ha sido dicho: lo «original», lo que se dio en el principio, no fue un «pecado original», sino una «bendición original». [Matthew Fox es el teólogo que más emblemáticamente ha desarrollado esta afirmación, en su libro «La bendición original. Una nueva espiritualidad para el hombre del siglo XXI», Ediciones Obelisco, Barcelona – Buenos Aires 2002]. Leer más…

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Dom 1.7.18. Conversión del archisinagogo: Liberación de dos mujeres

Domingo, 1 de julio de 2018
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hemorroisa1Del blog de Xabier Pikaza:

Dom 13 tiempo ordinario, ciclo b. Mc 5, 21-43. Se trata de cu rar al archisinagogo (nombre emparentado con arzi-obispo, arci-preste), para que pueda vivir él, y puedan vivir con él, en libertad las mujeres de su casa (la hija moribunda) y las de fuera, la hemorroísa de la calle.

Éste es uno de los temas más sorprendentes y actuales de transformación del evangelio, un tema de fondo histórico, pero de inmensa actualidad en la Iglesia y en la humanidad actual:

En el centro de la escena emerge un hombre necesitado (el Archisinagogo) y con él dos mujeres, víctimas de opresión personal y familiar, cultural y religiosa:

— Una es joven, su misma hija, que al parecer no tiene más remedio que morir, habiendo cumplido doce años (al hacerse mayor), porque es imposible crecer y vivir en la casa (iglesia) de aquel archisinagogo (símbolo de un tipo de clero que al cerrarse en su religión impide que vivan las mujeres de su misma casa).

— La otra es mayor, lleva doce años de mal flujo de sangre, expulsada de la iglesia, encerrada en su casa… La misma religión del archisinagogo le impide vivir en libertad.

hija-de-jairoAmbas están vinculadas por una misma enfermedad y son signo de impotencia de un tipo de judaísmo (de un tipo de iglesia, humanidad) que oprime a estas mujeres . Curando al archisinagogo, Jesús cura (y viceversa): les permite que sean ellas mismas, no para que vuelvan al orden antiguo, sino para que inicien un camino de humanización evangélica en el que merezca la pena crecer, ser mujer, realizarse en familia.

Pasamos del espacio extenso y de la problemática político-militar del mundo pagano (escena anterior de Mc 5, con geraseno, con magistrados de la ciudad y con porqueros) a un espacio que parece más vinculado a las preocupaciones familiares, donde resulta central la cuestión de la mujer en su doble perspectiva de niña que no puede madurar (5,21-24a 35-43) y de adulta vencida por su misma impureza de sangre (5,24b-34).

Lo que sigue está tomado básicamente de mi Comentario sobre Marcos, sin notas críticas, que el lector interesado deberá buscar en el texto impreso. Añado al final un texto que puede estar emparentado con la palabra de Jesús a la hija del Archisinagoo: Te libero de un tipo de bondad particular, sé tu misma.

Buen fin de semana a todos.

Texto entero

(a. Archisinagogo) 21 Y cruzando Jesús de nuevo al otro lado en la barca, se aglomeró mucha gente ante él, y él estaba a la orilla del mar. 22 Y llegó uno de los archisinagogos, llamado Jairo y viéndole se echó a sus pies 23 y le suplicaba con insistencia, diciendo: Mi hijita está agonizando; ven a imponer las manos sobre ella para que se cure y viva. 24 E iba con él…

(b 1. Hemorroisa) 24b…. Y mucha gente lo seguía y lo estrujaba, 25 y una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, 26 y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todo lo que tenía, sin provecho alguno, yendo más bien a peor, 27 habiendo oído hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. 28 Pues se decía: Si logro tocar aunque sólo sea su manto, quedaré curada. 29 E inmediatamente se secó la fuente de su sangre y supo por su cuerpo que estaba curada del flagelo.

(b 2. Tu fe te ha salvado). 30 E inmediatamente, Jesús, conociendo en sí mismo la fuerza que había salido de él, volviéndose a la muchedumbre, preguntó: ¿Quién ha tocado mi manto? 31 Y sus discípulos le replicaron: Ves que la gente te está estrujando ¿y preguntas quién me ha tocado? 32 Pero él miraba alrededor para ver quién lo había hecho. 33 Pero la mujer, temerosa y temblorosa, conociendo lo que le había pasado, vino y se postró ante él y le dijo toda la verdad 34. Él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu flagelo.

(c 1. Ha muerto) 35 Todavía estaba hablando cuando llegaron unos (de casa) del Archisinagogo diciendo: Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro. 36 Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al Archisinagogo: No temas. Sólo ten fe. 37 Y no permitió que nadie le acompañara, sino sólo al Roca, a Jacob y Juan, el hermano de Jacob. 38 Y llegaron a casa del Archisinagogo y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos, 39 entró y les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto, sino que duerme. 40 Pero ellos se burlaban de él.

(c 2 Talita koum) Pero él, echando fuera a todos, tomó consigo al padre de la niña, a la madre y a los que estaban con él, y entró a donde estaba la niña. 41 Y agarrando a la niña de la mano y le dijo: Talitha koum, que significa: Niña, a ti te hablo, levántate. 42 Y de pronto la jovencita se levantó y echó a andar, pues tenía doce años; y ellos quedaron inmediatamente fuera de sí, con gran admiración. 43 Y él les insistió mucho en que nadie lo supiera y les dijo que le dieran de comer .

Son dos historias de mujeres. A diferencia de Mc 5,1-20 y 2, 23-3,6, no hay demonios ni disputas exteriores Todo parece realizarse en calma y, sin embargo, en el fondo late un intenso potencial de ruptura humana (y de liberación evangélica), en perspectiva femenina.

Posiblemente, en su redacción actual, el texto haya recibido influjos de textos de milagros de Elías-Eliseo (cf. 1 Re 17,17-24, 2 Re 4,25-37), y quizá también de tradiciones de resurrecciones (cf. Lc 7,11-17; Jn 11; Hch 9,36-43), pero Marcos ha construido una historia muy nueva, que trata de una adolescente “resucitada”, cuya enfermedad y curación se entrelaza con la curación de la hemorroísa, en forma de tríptico o sándwich (que formalmente responde al esquema de 3, 20-35, donde teníamos también una introducción y una “historia” intercalada en la otra):

− a. Introducción: un archisinagogo (5,21-24a). Jairo tiene una hija que enferma al hacerse mayor (al cumplir doce años) y él es incapaz darle vida. Por eso acude a Jesús (condenado por los escribas: 3, 22-30), buscando vida por encima de su ley y sinagoga, confesando de esa forma su impotencia. En el lugar de máxima pureza del entorno, en la casa de un archisinagogo o Jefe de la comunidad judía de Cafarnaúm, una adolescente muere. La pura religión de su sinagoga de Ley es incapaz de curarla

− b1 y b2. La hemorroisa (5, 24b-34). Mientras Jesus se dirige a la casa de la adolescente, Marcos introduce el relato de una mujer que lleva doce años enferma de flujo de sangre, para retardar la narración y producir mayor suspense. Esta mujer no puede casarse, tener relaciones sexuales o comunicarse de forma cercana con los otros Por eso viene escondida en su enfermedad, llena de vergüenza, para tocar a Jesus, que es principio de limpieza superior, en medio de la calle. Le toca, se se cura, Jesús la envía a casa El Archisinagogo aprende al verla y escucharla.

− c1 y c2. Hija del archisinagogo (5, 35-43). Ha muerto, dicen, pero Jesus afirma que está dormida. De la sinagoga, que 1, 21-28 y 3, 1-6 aparecía como lugar de impureza e impotencia, pasamos a la casa de muerte del archinagogo, convertida por Jesús en casa de resurrección y vida (iglesia). Jesús entra en cuarto de la niña, le da la mano y la levanta, introduciéndola así en el camino de su vida madura, de mujer y de persona, que tiene doce años, la edad para el amor y matrimonio en el oriente Leer más…

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“En busca de la mejor medicina”. Domingo 13. Ciclo B.

Domingo, 1 de julio de 2018
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B13h09Del blog El Evangelio del Domingo de José Luis Sicre sj:

La muñeca rusa (Mc 5,21-43)

En los evangelios, los relatos de milagros son como contenedores bien cerrados, unos juntos a otros, sin que se mezcle su contenido. El pasaje de Marcos que leemos hoy recuerda, en cambio, a las muñecas rusas: un milagro dentro de otro. Jesús va a curar a una niña y se cuela por medio una enferma con flujo de sangre. Esa mezcla da gran dramatismo e interés al conjunto. Indico los dos relatos con distintos colores.

En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en barca a la otra orilla, se reunió con él mucha gente, y se quedó junto al lago. Llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y, al ver a Jesús, se echó a sus pies rogándole con insistencia:

̶  «Mi hijita se está muriendo; ven a poner tus manos sobre ella para que se cure y viva».

Jesús fue con él.

Lo seguía mucha gente, que lo apretujaba. Y una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado toda su fortuna sin obtener ninguna mejoría, e incluso había empeorado, al oír hablar de Jesús, se acercó a él por detrás entre la gente y le tocó el manto, pues se decía: «Con sólo tocar sus vestidos, me curo». Inmediatamente, la fuente de las hemorragias se secó y sintió que su cuerpo estaba curado de la enfermedad. Jesús, al sentir que había salido de él aquella fuerza, se volvió a la gente y dijo:

̶  «¿Quién me ha tocado?».

Sus discípulos le contestaron:

̶  «Ves que la multitud te apretuja, ¿y dices que quién te ha tocado?».

Él seguía mirando alrededor para ver a la que lo había hecho. Entonces la mujer, que sabía lo que había ocurrido en ella, se acercó asustada y temblorosa, se postró ante Jesús y le dijo toda la verdad. Él dijo a la mujer:

̶  «Hija, tu fe te ha curado; vete en paz, libre ya de tu enfermedad».

Todavía estaba hablando, cuando llegaron algunos de casa del jefe de la sinagoga diciendo:

̶  «Tu hija ha muerto. No molestes ya al maestro».

Pero Jesús, sin hacer caso de ellos, dijo al jefe de la sinagoga:

̶  «No tengas miedo; tú ten fe, y basta».

Y no dejó que le acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, Jesús vio el alboroto y a la gente que no dejaba de llorar y gritar. Entró y dijo:

̶  «¿Por qué lloráis y alborotáis así? La niña no está muerta, está dormida».

Y se reían de él. Jesús echó a todos fuera; se quedó sólo con los padres de la niña y los que habían ido con él, y entró donde estaba la niña. La agarró de la mano y le dijo:

̶  «Talitha kumi», que significa: «Muchacha, yo te digo: ¡Levántate!».

Inmediatamente la niña se levantó y echó a andar, pues tenía doce años. La gente se quedó asombrada. Y Jesús les recomendó vivamente que nadie se enterara. Luego mandó que diesen de comer a la niña.

La medicina tradicional: imposición de manos

talita kumEl comienzo parece normal: un padre preocupado por su hija gravemente enferma. Lo que no es normal es su convencimiento de que Jesús puede curarla con sólo ponerle la mano encima. En nuestra cultura, el enfermo agradece que el médico no le hable a distancia; que lo ausculte y lo papel si es preciso. En la cultura antigua, el hombre santo y el curandero ejerce su poder mediante el contacto físico. En el evangelio de Lucas se dice que «toda la gente intentaba tocarlo, porque salía de él una fuerza que curaba a todos» (Lc 6,19). En efecto, Jesús cura a la suegra de Pedro tomándola de la mano; imponiendo las manos cura a diversos enfermos (Mc 6,5; Lc 4,40), a un sordomudo (Mc 7,32), a un ciego (Mc 8,23.25), a la mujer tullida (Lc 13,13); poniendo barro en los ojos del ciego de nacimiento le devuelve la vista (Jn 9,15); y a los discípulos les concede el poder de curar enfermos imponiendo las manos (Mc 16,18). Quien se haya fijado en las citas, habrá visto que casi todas son de Marcos y Lucas. Parece que a Mateo y Juan no les entusiasmaba el procedimiento, podría causar la impresión de un poder mágico.

Una nueva receta: tocar el manto

Si Jairo está convencido de que la imposición de manos de Jesús basta para salvar a su hija, la mujer con flujo de sangre va mucho más lejos: le bastaría tocar su manto. El relato acentúa la gravedad y persistencia de la enfermedad (¡doce años!), el fracaso de los médicos y el dineral gastado en buscarle solución. De repente, a la mujer le basta oír hablar de Jesús para depositar en él toda su confianza; ni siquiera en él, en su manto. ¿Fe o desesperación? Algunos de los primeros cristianos, amantes de aplicarse los relatos evangélicos, podrían identificarse fácilmente con la mujer. «Yo también estaba desesperado, oí hablar de Jesús, y todo cambió.»

La verdadera medicina: la fe

La mujer se cura al punto. Pero el relato toma un sesgo dramático. Jesús nota que una fuerza especial ha salido de él y quiere saber quién la ha provocado. Pregunta, rechaza la excusa de los discípulos, mira con atención a su alrededor, hasta que la mujer se presenta temblorosa y asustada. (Marcos describe a Jesús de forma tan humana, tan poco ortodoxa, que a Mateo por poco le dio un infarto y suprimió toda esa parte de su evangelio: Jesús sabe perfectamente lo que ha pasado.)

El lector termina poniéndose en contra de Jesús y a favor de la mujer. ¿Por qué le está haciendo pasar un rato tan malo? Es un recurso genial de Marcos, el mismo que utiliza en la curación de la hija de la mujer cananea: poner al lector en contra de Jesús y a favor del quien le suplica. ¿Para qué? Para que Jesús ofrezca al final la verdadera enseñanza.

Imaginemos que la mujer se cura y Jesús no pregunta nada. El lector se dice: «Llevaba razón la mujer. Bastaba con tocarle el manto.» Quizá añadiría: «En realidad, quien cura es Jesús, no el manto.» Pero todo el teatro montado por Jesús sirve para llegar a una conclusión muy distinta: «Hija, tu fe te ha curado.» Ni Jesús ni el manto, «tu fe». Esta afirmación podrá parecer atrevida, casi herética, a algunos teólogos. Pero, en este caso, Mateo y Lucas coincidieron con Marcos al pie de la letra: «Hija, tu fe te ha curado

Una medicina que, además de curar, resucita

La acción vuelve a su origen, pero de forma trágica: la niña ha muerto. No hay que molestar al Maestro. Pero Jesús le recomienda al padre la medicina usada por la hemorroisa: «No tengas miedo; tú ten fe, y basta». Siguen hasta la casa y se sumergen en un mundo de llantos y lamentos.

La gente es lista, no se deja engañar por Jesús

Cuando yo era joven, me indignaba leer que la gente se ríe de Jesús cuando dice que la niña no está muerta, sino dormida. Me parecía una tremenda falta de respeto. Pero estaba equivocado. La risa de la gente demuestra que Jesús no puede engañarlos. Él quiere pasar desapercibido, presentar lo que hace como algo normal, sin importancia; pero la gente sabe muy bien que la niña ha muerto, que Jesús ha realizado un gran milagro. El detalle final de darle a la niña de comer sirve para demostrar la realidad de la resurrección.

Resurrecciones en esta vida y fe en la vida futura

La resurrección de la hija de Jairo (contada por Marcos, Mateo y Lucas) trae a la memoria otros relatos parecidos, pero peculiares: la resurrección del hijo de la viuda de Naín, que sólo cuenta Lucas; y la resurrección de Lázaro, que sólo cuenta Juan. ¿Cómo es posible que estos dos hechos tan famosos no se encuentren en los cuatro evangelios? Es cierto que la tradición oral olvida a menudo cosas y detalles. Pero resulta extraño que un evangelista no los conozca. Como un biógrafo de Beethoven que no ha oído hablar de la 9ª Sinfonía.

A los evangelistas no les preocupaba, como a nosotros, el hecho histórico en cuanto tal, sino la realidad de lo que contaban. Lo importante no es que Jesús resucitara a Lázaro (que al cabo de los años volvería a morirse), sino que nos resucitará a todos a una vida sin fin. «Yo soy la resurrección y la vida» es también el gran mensaje de la resurrección de la hija de Jairo.

La victoria sobre Satanás (1ª lectura)

La 1ª lectura, tomada del libro de la Sabiduría, afirma que la muerte no es algo querido por Dios, sino que entró en el mundo por envidia del diablo. Aunque esto resulte discutible desde un punto de vista científico moderno, así lo interpretaban los judíos del siglo I. Con ello, la resurrección de la hija de Jairo adquiere un sentido nuevo. Marcos enfoca su evangelio como una lucha entre Jesús y Satanás. Y este es un ejemplo de su victoria sobre el que introdujo la muerte en el mundo por envidia.

No fue Dios quien hizo la muerte, ni se goza con el exterminio de los vivientes. Pues todo lo creó para que perdurase, y saludables son las criaturas del mundo; no hay en ellas veneno exterminador, ni el imperio del abismo reina sobre la tierra. Porque la justicia es inmortal, pero la injusticia atrae la muerte. Porque Dios creó al hombre para la incorrupción y lo hizo a imagen de su propio ser. Mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen.

Una llamada a la solidaridad en tiempos de migración (2ª lectura)

            Aunque no tenga relación con el evangelio, el fragmento de Pablo es de enorme actualidad en una época en la que miles de personas (hermanos nuestros) se encuentran en grave necesidad de acogida, comida, vestido, trabajo…

            Pablo anima a los corintios a ayudar económicamente a la comunidad madre de Jerusalén, que sufre la terrible hambruna del tiempo del emperador Claudio. Su mejor argumento es recordarles el ejemplo de generosidad de nuestro Señor Jesucristo.

Hermanos: sobresalís en todo: en fe, en elocuencia, en ciencia, en vuestra preocupación por todo y en vuestro amor para conmigo; sobresalid también en esta obra de caridad. Esto no es una orden; os hablo de la buena disposición de otros para poner a prueba la sinceridad de vuestro amor. Vosotros ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual siendo rico se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. No se trata de que vosotros paséis estrecheces para que otros vivan holgadamente se trata de que haya igualdad para todos. Por eso, ahora vuestra abundancia debe socorrer su pobreza, y un día su abundancia socorrerá vuestra pobreza. Y así reinará la igualdad, como dice la Escritura: Al que tenía mucho no le sobraba y al que tenía poco no le faltaba.

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Domingo XIII del Tiempo Ordinario. 01 de julio de 2018

Domingo, 1 de julio de 2018
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“No temas, solamente ten fe”

(Mc 5, 21- 43)

En el Evangelio de este domingo es necesario un punto de atención extra porque suceden muchas cosas. A Jesús y a sus discípulos les acaban de echar de un pueblo por curar a un hombre. Cruzan el lago y hay mucha gente esperándoles para encontrarse con ellos.

Si cerramos los ojos, podemos ver a Jesús a la orilla, sin mucha posibilidad de movimiento, con la gente queriéndose acercar y tocarle…, es entonces cuando se les acerca uno de los jefes de la sinagoga. Llama la atención que Marcos, décadas después de escribir el Evangelio, recordara el nombre de Jairo. Debió de ser alguien muy conocido. Este hombre importante se arrodilla a los pies de Jesús. Se trata de alguien que deja de lado su posición social y se acerca a Jesús con un corazón necesitado por su hija enferma.

Yendo de camino hacia la casa de Jairo, se nos habla de una mujer con hemorragias. Perdía su vida. Podemos imaginarnos a esta mujer, casi sin energía, haciéndose paso entre la multitud, impura según las costumbres judías por su mal, a empujones… Todo esto para poder llegar a tocar el manto de Jesús creyendo así poder curarse. El impulso que la mueve no es físico, ya no le quedan fuerzas, sino una fe muy profunda.

A veces creemos que a Jesús le seguía solo la gente humilde, pero hoy parece que no es así. Además de Jairo, se nos dice de la mujer que había tenido fortuna pero que se la había gastado en médicos deseando curarse de su enfermedad.

Tu fe te ha curado, escucha la mujer. No temas, solamente ten fe, escucha el jefe de la sinagoga cuando parece que su hija ha muerto. La fe nos cambia la vida. El miedo ahoga la fe, la oscurece, la pone en duda. Cuando nos dejamos llevar por el temor, descuidamos nuestra fe, aflojamos nuestra confianza en Dios y podemos perdernos en querer controlar y en organizarnos cada detalle de nuestra vida, sin dejarnos tocar, curar, mecer, por el amor de Dios.

Oración

Trinidad Santa, esculpe y fortalece nuestra fe. Haznos confiar a ti nuestros proyectos, nuestras dificultades, nuestra vida.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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¡Basta que tengas confianza!

Domingo, 1 de julio de 2018
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canaanite%2bwoman%2band%2bjesusMc 5, 21-42

Del final del c. 4 de Mc, pasamos al final de c. 5. En este capítulo, antes del relato que vamos a leer, se narra un episodio muy raro: Jesús cura a un endemoniado y permite que los espíritus inmundos se metan en una piara de cerdos, que, acto seguido, se precipita en el mar. Jesús vuelve a atravesar el lago en dirección a Galilea, y allí encuentra de nuevo a la multitud que le busca. Tomando un poco de perspectiva descubrimos que el domingo pasado nos hablaba del “poder” de Jesús sobre la naturaleza (la tempestad calmada). Continúa el evangelio con la manifestación de “poder” sobre los espíritus inmundos (curación del endemoniado en Gerasa), que no hemos leído. Hoy damos dos pasos más: “Poder” sobre la enfermedad (la hemorroísa); Y “poder” sobre la muerte (la hija de Jairo). No cabe una síntesis más clara, ordenada y progresiva de la actividad salvadora de Jesús.

En el doble relato de hoy, descubrimos un mensaje muy profundo. Por una parte, la niña y su padre son imagen de los sometidos a la institución. Jairo es un cargo público, aunque no estrictamente religioso. La mujer enferma representa a los marginados y excluidos por una interpretación demasiado legalista de la Ley. Este simbolismo se hace más claro por el anonimato de las dos mujeres, y los doce años de enfermedad de la mujer y los doce años de vida de la niña. El número doce es símbolo de Israel.

Jairo (símbolo de la institución) no encuentra salida en la religión y busca la salvación en Jesús, que ya había sido rechazado por sus jefes. La decisión es tan difícil que espera hasta el último momento para ir en busca de Jesús. La mujer enferma, también se había gastado toda su fortuna en buscar salvación, sin hallarla. Tampoco le quedaba otra salida. La religión no sólo no le daba solución, sino que la marginaba y la excluía hasta límites inimaginables hoy. Uno viola formalmente la Ley acudiendo a un proscrito. La otra viola literalmente la Ley tocando a Jesús. En ambos casos, Jesús apela a la fe-confianza como motor de salvación.

Para descubrir la importancia del relato hay que tener en cuenta las leyes de pureza que afectaban a la mujer. El Levítico dice: “La mujer permanecerá impura cuando tenga su menstruación o hemorragias”. La mujer era considerada impura y causante de impureza. Podemos imaginar la tara psicológica que dejaba en la mujer esta considera­ción de impura. La hemorroísa tenía prohibido tocar y ser tocada. Ella sabe que el acto que puede salvarle, está expresamente prohibido por la Ley. Sin embargo, doce años de sufrimiento la empujan. Esta valentía no está exenta de temor, se acerca por detrás. Tocar a Jesús no solo manifiesta la confianza en él, sino en sí misma. Su valentía le devuelve la salud.

Con una aguda sensibilidad más que humana, percibe que le han tocado (todos le están apretujando). Cuando Jesús pregunta “¿Quién me ha tocado?”, está dando a entender que alguien ha llegado hasta él buscando una respuesta a su opresión. Aceptando ser tocado, más allá de la norma, entra en la dinámica que la mujer había iniciado. Se abre a la comunicación profunda y sanadora a través del cuerpo. Los dos están expresando lo mejor de sí mismos. El cuerpo “impuro” de la mujer, es reconocido y aceptado como normal. Dejándose tocar Jesús se coloca por encima de los códigos sociales y religiosos. Los cuerpos son instrumentos de encuentro liberador. El tabú de la impureza queda roto. Una relación que abarca todos los aspectos del ser, el físico, el psíquico y el religioso. La mujer obra saltándose la Ley, pero Jesús va aún más allá, y reacciona como si la Ley no existiera.

El milagro se produce sin que intervenga la voluntad expresa de Jesús (una fuerza especial que sale de él. La fe-confianza de la mujer desencadena los aconteci­mientos. Este relato es una mina para tratar de descubrir qué es lo que sucedía de verdad cuando el evangelio habla de “milagros”. No significa una acción que va en contra de las leyes de la naturale­za. Todo lo contrario, es dejar libre la naturaleza para que pueda desarrollar su ley sin las trabas que le pone la racionalidad. Porque estar en armonía con la naturaleza no es lo normal, llegamos a llamar milagro los procesos que serían los más naturales del mundo cuando no hay obstrucción a esas fuerzas. Claro que se produce un milagro, una verdadera maravilla. Mucho más grande que convertir una piedra en pan. Un ser humano liberado de sus complejos, de sus miedos, de una religión opresora e inhumana. Un ser humano que puede empezar a ser él mismo, que empieza a valorarse porque se siente apreciado.

Se reanuda el relato de la hija de Jairo con la llegada de los emisarios, que traen noticias de muerte. Jesús es portador de vida y le dice a Jairo: basta que tengas fe. La multitud se pone de parte de los emisarios de muerte y se pone a llorar; pero Jesús no hace ningún caso y sigue adelante. Cogió de la mano a la muchacha, pero a diferencia de la suegra de Pedro, no la levanta, sino que le dice: ¡levántate!, el mismo verbo Mc emplea para hablar de resurrección. En contra de lo que dice expresamente la Ley, toca a un muerto, y en vez de quedar él contaminado de muerte, comunica la vida al cadáver.

No os engañemos, la importancia de estos relatos no está en el hecho de curar o de resucitar, sino en el simbolismo que encierran. Pensar que la obra de Jesús se puede encerrar en tres resurrecciones y en una docena de curaciones, es ridiculizar la figura de Jesús. Objetivamente, los curados volverán a enfermar y entonces no estará allí Jesús para curarlos. Los resucitados volverán a morir sin remedio. Sabemos que Jesús no puso el objetivo de su misión en una solución de los problemas. La salvación de Jesús es para todos y en cualquier circunstancia. También para los enfermos, marginados, explotados. Si no tenemos esto en cuenta, puedo pensar que la salvación de Jesús no es para mí.

Ya en el AT queda muy claro que Dios no hizo la muerte. Jesús va más allá y nos dice que Dios no quiere nada negativo para el hombre. Aunque las limitaciones son inherentes a nuestra condición de criaturas, la salvación de Dios es siempre de un plano superior y más pleno que cualquier limitación; por eso se puede dar en plenitud, a pesar de cualquier limitación, incluida la muerte. La verdadera salvación, la que propone Jesús, libera siempre. No se trata de un premio para unos pocos privilegiados, sino de una oferta absoluta de Dios desde lo hondo de cada ser. Esa fuerza, que Jesús era capaz de poner en marcha, está disponible para todos, lo único que tenemos que hacer, es dejar que actúe en nosotros. No se trata de magia sino de conocimiento de las posibilidades que el ser humano tiene de utilizar las leyes de la naturaleza a su favor. De la misma manera que tiene poder para bloquear los procesos naturales y causar así un daño a su propio ser y/o a los demás.

En los dos casos, la multitud queda al margen de los acontecimientos y de la salvación que representan. Para Jesús, los entes de razón (multitud, pueblo, iglesia) no pueden ser objetos de salvación. Lo único que le importa es la persona, porque es lo único real. Esto lo hemos olvidado, y hemos cometido y seguimos cometiendo, el disparate de sacrificar a la persona en aras de la institución. Nada hay más antievangélico que este atropello. También hoy tendría que ser nuestra principal tarea el liberar a tantos seres humanos atrapadas en las interpretaciones aberrantes de Dios y de su Ley. La religión seguirá oprimiendo y esclavizando mientras seguimos dando más importancia a la institución que a la persona.

Meditación

En el orden espiritual, es imprescindible la fe-confianza.
Sin confianza en el OTRO no daremos un paso.
Tu lámpara está capacitada para iluminarse.
Toda la energía está a tú disposición.
Solo tienes que dejar que fluya la energía.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¿Quién me ha mirado?

Domingo, 1 de julio de 2018
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artworks-000121602575-x6rh7u-t500x500“Escuchar con nuestros ojos y ver con nuestros oídos nos enseña cómo abrir nuestras orejas y mentes en un nivel más profundo de receptividad y escucha” (Mark Coleman)

1 de julio. Domingo XIII del TO

Mc 5, 21- 43

Él miraba alrededor para descubrir a la que lo había tocado

La hemorroísa del evangelio de este domingo no se atrevía a hablar y utiliza el lenguaje corporal expresando con un gesto lo que quería decirle a Jesús. Como el propio Jesús, sensible siempre a los problemas humanos, advirtió que: “Alguien me ha tocado, yo he sentido que una fuerza salía de mí” (Lc 8, 46).

¿Sabía que el Maestro de Nazaret, siguiendo el ejemplo del maestro cordobés y filósofo latino Lucio Anneo Séneca (4 a.C- 65 d.C) aconsejaba: “escucha aún a los pequeños, porque nadie es despreciable en ellos”? Y así como hay un arte del bien hablar, existe también un arte del bien escuchar.

Tu enfermedad se esfumó de tu cuerpo y se cumplió en ti lo que Gong Li, protagonista de la película china Adiós a mi concubina (1993) dirigida por Chen Kaige exclamó: La vida en este mundo es como una noche en primavera”. Y tú, querida hemorroísa, la viste florecer en tu cuerpo y tu espíritu. Y también te encontraste con Jesús, como Saulo en el camino de Damasco; en aquella ocasión fue él quien le miro, pero en esta quien le miró fuiste tú. El poeta escocés Robert Burns (1759-1796), escribió un poema que comienza con unos versos referidos igualmente a floraciones estacionales:

 “O my Luve’s like a red, red rose,

That’is newly sprung in June”.

Una imagen -en este caso una mirada- dice mucho más que mil palabras, dice el refrán. El contacto visual es un arma facilitadora de la seducción, que bien utilizada, nos asegurará el éxito en nuestro quehacer de conquistadores: un cruce de miradas en medio de la multitud, una mirada fugaz que se pierde entre la gente, una mirada penetrante que te gana la de la persona que te gusta. El contacto con los ojos apenas dura unos segundos, pero la información que podemos obtener de ellos es mucho más de lo que necesitamos para lanzarnos hacia la deseada conquista.

Tu vida, floreció como la del mundo, como la del camino, como la de la primavera y el verano. En el AT encontramos elocuentes imágenes varias de transformación. Por ejemplo: el cayado de Moisés, en serpiente (Éx 7, 10); la roca de Horeb en fuente de agua fresca (Éx 17, 6). Imágenes bíblicas que nos muestran la posibilidad de transformar nuestro interior, sin dejar de ser nosotros mismos.

Vincent van Gogh (1853-1890), pintor holandés, lo expresó de este modo considerando su vida llena de nuevos comienzos, cambios de paisaje e ideas de cosas cada vez mejor: transformación constante. Y así lo quiso representar en su cuadro Rama de almendro en flor, sobre un cielo iluminado de azul: óleo sobre lienzo (Museo Van Gogh, Ámsterdam, Países Bajos).

Jesús te miró a ti y tú le miraste a él. Y así tu enfermedad se esfumó de tu cuerpo a no sabemos dónde, y amanecieron en ti sugerentes floraciones estacionales.

“Escuchar con nuestros ojos y ver con nuestros oídos nos enseña cómo abrir nuestras orejas y mentes en un nivel más profundo de receptividad y escucha” (Mark Coleman).

Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), religiosa mexicana de la Orden de San Jerónimo y escritora exponente del Siglo de Oro de la literatura en española, canta en el siguiente poema la relación amorosa entre Jesús y los necesitados:

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me viese deseaba.

Y Amor, que mis intentos ayudaba,
Venció lo que imposible parecía,
pues entre el llanto que el amor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste,
no te atormenten los celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Dejemos de perder la vida.

Domingo, 1 de julio de 2018
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talita-cumi550Este evangelio nos toca de una manera especial a las mujeres de cualquier edad y condición aunque el mensaje es universal y no va dirigido únicamente a nosotras.

Me impresiona ver a  Jesús  buscando la liberación radical de las personas, de todo lo que pudiera ser un obstáculo en sus relaciones, crecimiento personal, realización total.

Si nos quedamos únicamente en su capacidad de sanar enfermedades, es una visión de Jesús demasiado superficial sin captar el deseo de devolver a cada persona su identidad más profunda.

Él, por su experiencia de Dios, libre de las ataduras de la cultura, de las costumbres, hasta de la imagen de Dios proporcionada por la autoridad religiosa, es capaz de mirar a la persona y ver en ella una hija de Dios como Él.

Por eso el evangelio nos ilustra a través de sus enseñanzas y de sus obras el mensaje profundo de Dios de querer que sus hijos e hijas se desarrollen en plenitud.

Por eso en esa doble actuación de Jesús, en cada uno de los detalles que nos presenta el evangelista hay un sinfín de mensajes en los que no nos podemos parar pero intentaremos remarcar alguno que nos ayude en nuestro caminar de fe.

Nos encontramos con  la situación de dos mujeres, a ambos extremos de la vida: la hemorroísa lleva doce años enferma, (el tiempo de maduración de una mujer), y la muchacha que apenas empieza a vivir (como persona adulta desde la visión de ese tiempo), con doce años. Su condición por género hace que se les considere como pertenencia del varón y todas las consecuencias que eso  trae para sus vidas. Y todo ello en nombre de la religión.

La mujer madura, cansada de sufrir física y moralmente por su enfermedad (la pérdida constante de sangre) rompe con las normas que le separan de los demás, incluso de Dios y busca a quien pueda devolverle la salud.

Para ello rompe con todas las normas de alejarse de todo lo que puede contaminar por su impureza y en su deseo de ser sanada se abre camino entre la multitud para llegar a Jesús de quien le han  hablado muchos.

Jesús nota que alguien le toca el manto, de una manera especial y ante su pregunta, ¿quién me ha tocado?, la mujer se lo cuenta todo. “Tu fe te ha salvado”, es lo que obtiene como respuesta.

Jesús le recuerda el poder y la confianza que existe dentro de ella. Es esa confianza la que dignifica a la persona. De ahora en adelante no tendrá que depender de nadie. Esta es la gran enseñanza de Jesús: descubre tu propia dignidad y camina de acuerdo con ella.

La grave enfermedad de la joven, que apenas empieza a abrirse a la vida con doce años, contrasta con lo que parece que el destino tiene preparado para ella, la muerte inminente que de hecho se confirma antes de que Jesús se pueda acercar a ella.

Dentro de la cultura judía esta niña está a punto de pasar de la pertenencia al padre a la del esposo, a vivir en una situación donde el varón y la religión dirigida por una mentalidad patriarcal, deja muy poco espacio a la mujer para realizarse, para ser ella misma. Por eso Jesús dice: “La chiquilla no ha muerto, está durmiendo”. Todavía hay esperanza; al cogerla de la mano la levanta (la resucita) como a la hemorroísa y se la devuelve a los padres para que pueda vivir como hija de Dios.

Tanto una mujer como la otra han entrado dentro la nueva vida que comunica Jesús a través de sus palabras y obras.

¿Quién les salva y les devuelve su salud? Ciertamente que es a través de Jesús que recobran la vida y renacen de nuevo pero en los dos casos Jesús pone el énfasis en su fe y confianza. Es tu fe, tu confianza la que te hace volver a tu ser original.

No nos resultan tan extrañas hoy estas historias de mujeres, de niños cuya dignidad es pisoteada por intereses personales en situaciones de guerra, conflictos, trata de personas… refugiados huyendo de sus países en situaciones infrahumanas.

Es un gran interrogante para los países que nos consideramos cristianos la manera en que olvidamos la manera de actuar de Jesús, cerrando los ojos a realidades que nos pasan por delante cada día.

Hoy, igual que ayer, hay una gran cantidad de gente que busca la liberación, clama por su dignidad como hija de Dios.

Carmen Notario

www.espiritualidadintegradoracristiana.es

Fuente Fe Adulta

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El encuentro con Cristo es vida.

Domingo, 1 de julio de 2018
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resurreccion-de-la-hija-de-jairo_thumbDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. NOTA PREVIA: UN RELATO PECULIAR.

Marcos construye este relato con dos momentos de vida: la curación de la hemorroísa y la resurrección de la hija de Jairo. Es un relato cargado de simbolismo.

Recientemente decía el teólogo Juan Masiá que no entenderemos la Palabra, la Biblia si no tenemos un sentido poético.

Para comprender estos relatos nos hace falta sensibilidad poética, intuir los símbolos con los que están construidos. De otro modo nos quedaremos en una lectura literalista que nos abrirá las puertas del fanatismo.

02. PERSONAJES DEL RELATO.

JAIRO

Era un personaje importante, jefe de la sinagoga.

A Jesús no le fue muy bien ni en el Templo ni en las sinagogas. Cuando Jesús termina de predicar en la sinagoga de su pueblo, Nazaret, los jefes de la sinagoga querían echarlo por un barranco, (Lc 4,28).

Sin embargo Jesús no duda en acoger y “sanar – levantar” a la hija de Jairo.

Jesús sana a todo aquel que se encuentra con él. La misericordia es también para con sus enemigos.

(Levantar es una de las palabras que el NT emplea para hablar de la resurrección de Jesús).

LA HIJA DE JAIRO Y LA HEMORROÍSA.

Dos mujeres. Las dos perdían la vida.

La niña estaba dormida-muerta.

La hemo – rroísa: hemo: sangre / reo: correr (flujo) perdía también la vida.

Se trata de dos mujeres, enfermas de gravedad –una terminará en la muerte, que se curan y viven al encuentro con Jesús.

Por otra parte, es sabido que la mujer en el mundo judío no era lo más mínimo considerada ni valorada. Jesús “nunca debió” haber tratado con mujeres, ni tener discípulas, ni curar a una mujer. Pero “lo de Jesús” es algo muy diferente de la religión judía (probablemente de todas las religiones). Jesús se acerca a todo el mundo: hombres, mujeres y niños, judíos y paganos, buenos y malos. Y se acerca no para recriminar nada, sino para que tenga vida.

TOCAR

Jesús se acerca a la niña, la coge de la mano y la levanta, la devuelve a la vida.

Se entienda como se entienda la situación de aquella niña, Jesús la devuelve a la vida, la levanta.

La hemorroísa toca el manto de Jesús y queda curada. Tocar el manto no significa tocar mágicamente una reliquia o el pie de la estatua de San Pedro en el Vaticano. El manto significaba el “entorno” de Jesús, entrar en el ámbito de Jesús

En situaciones de muerte, de depresión, de droga, de hundimientos personales, de pérdida de la vida, el encuentro con Cristo, devuelve la vida, nos devuelve a la vida.


DOCE

Curiosamente en las dos mujeres se repite la cifra: “Doce”. La niña tenía doce años y la hemorroísa llevaba doce años enferma.

No es casual, el simbolismo es evidente.

El número doce es símbolo del pueblo judío, Israel. Doce es la totalidad de Israel.

Ambas mujeres representan a Israel, que no encuentra solución en sus instituciones ni en su religión -la sinagoga, la Torah-, sino que se va extinguiendo, después de haber hecho lo indecible –“se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor”-, hasta morir.

Podemos ser viejos católicos, religiosos de toda la vida; solamente el encuentro con Cristo es el que nos liberará y nos dará o nos devolverá a la vida.

JESÚS

Es la figura central.

Jesús se muestra como liberador de aquello que más nos asusta y esclaviza: la opresión –interna y externa-, la enfermedad, la marginación y la muerte.

En algún otro momento Jesús ya lo había dicho: Dios no es un Dios de muerte, sino de vida, (Lc 20,38).

En la Eucaristía de hoy lo hemos escuchado en la primera lectura: DIOS NO HIZO LA MUERTE NI GOZA DESTRUYENDO LOS VIVIENTES.

El enigma del ser humano, todas las realidades humanas, incluida la muerte, quedan iluminadas desde la Vida que se manifiesta en Jesús.

NOSOTROS.

Cada cual podemos reconocernos como Jairo que acude a Jesús, como la mujer que siente estar perdiendo su vida, o como la niña que escucha la palabra que le dice: “levántate”.

Y, a esa luz, podemos preguntarnos: ¿por dónde se me escapa la vida?, ¿qué es lo que me tiene hundido?, ¿tengo fuerzas para levantarme, vivir y trabajar por la vida?

Y es muy probable que, creyente o no, en la respuesta a esos interrogantes, se reconozca a sí mismo en la persona, la vida y el mensaje del Maestro de Nazaret.

La cuestión crucial no es: ¿qué ocurre después de la muerte?, sino: ¿quiénes somos y cómo estamos?

El encuentro con Cristo es vida.

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“Heridas secretas”. 13 Tiempo Ordinario – B (Marcos 5,21-43).

Domingo, 28 de junio de 2015
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13-852849-195x300No conocemos su nombre. Es una mujer insignificante, perdida en medio del gentío que sigue a Jesús. No se atreve a hablar con él como Jairo, el jefe de la sinagoga, que ha conseguido que Jesús se dirija hacia su casa. Ella no podrá tener nunca esa suerte.

Nadie sabe que es una mujer marcada por una enfermedad secreta. Los maestros de la Ley le han enseñado a mirarse como una mujer «impura», mientras tenga pérdidas de sangre. Se ha pasado muchos años buscando un curador, pero nadie ha logrado sanarla. ¿Dónde podrá encontrar la salud que necesita para vivir con dignidad?

Muchas personas viven entre nosotros experiencias parecidas. Humilladas por heridas secretas que nadie conoce, sin fuerzas para confiar a alguien su «enfermedad», buscan ayuda, paz y consuelo sin saber dónde encontrarlos. Se sienten culpables cuando muchas veces solo son víctimas.

Personas buenas que se sienten indignas de acercarse a recibir a Cristo en la comunión; cristianos piadosos que han vivido sufriendo de manera insana porque se les enseñó a ver como sucio, humillante y pecaminoso todo lo relacionado con el sexo; creyentes que, al final de su vida, no saben cómo romper la cadena de confesiones y comuniones supuestamente sacrílegas… ¿No podrán conocer nunca la paz?

Según el relato, la mujer enferma «oye hablar de Jesús» e intuye que está ante alguien que puede arrancar la «impureza» de su cuerpo y de su vida entera. Jesús no habla de dignidad o indignidad. Su mensaje habla de amor. Su persona irradia fuerza curadora.

La mujer busca su propio camino para encontrarse con Jesús. No se siente con fuerzas para mirarle a los ojos: se acercará por detrás. Le da vergüenza hablarle de su enfermedad: actuará calladamente. No puede tocarlo físicamente: le tocará solo el manto. No importa. No importa nada. Para sentirse limpia basta esa confianza grande en Jesús.

Lo dice él mismo. Esta mujer no se ha de avergonzar ante nadie. Lo que ha hecho no es malo. Es un gesto de fe. Jesús tiene sus caminos para curar heridas secretas, y decir a quienes lo buscan:

«Hija, hijo, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»

José Antonio Pagola

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“Contigo hablo, niña, levántate”. Domingo 28 de junio de 2015. Domingo 13º ordinario.

Domingo, 28 de junio de 2015
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38-ordinarioB13 cerezoLeído en Koinonia:

Sabiduría 1,13-15;2,23-24: La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo.
Salmo responsorial: 29. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
2Corintios 8,7.9.13-15: Vuestra abundancia remedia la falta que tienen los hermanos pobres.
Marcos 5,21-43: Contigo hablo, niña, levántate

Jairo viene de vuelta de la sinagoga. A pesar de ser jefe de esa institución no ha encontrado en ella la salvación para su hija; el judaísmo, representado por la institución más importante después del templo, no conduce a la vida; la hija de Jairo, imagen del pueblo, está abocada a una muerte irremediable. Por eso Jairo, tal vez desesperado y desilusionado con aquel viejo sistema, acude a Jesús, buscando vida para su hija. Y estando con él se entera de que su hija ha muerto: ¿Para qué molestar más al maestro?, le dicen. La gente piensa que se molesta al maestro pidiéndole que dé vida. No saben que “el ha venido para que tengan vida y vida abundante”, como dice el evangelista Juan. Jesús, en estas circunstancias extremas, no se arredra: “No temas, ten fe y basta…” Para quien cree –y Jairo ha comenzado ya a adherirse a Jesús, a creer en él, en la medida en que se ha distanciado de la sinagoga-, la muerte es un sueño del que se puede despertar. Los primeros cristianos lo entendieron así cuando comenzaron a llamar a la necrópolis (= ciudad de los muertos) cementerio (= dormitorio). No lo ve así la gente que, al enterarse de la muerte de la hija de Jairo, lloraba gritando sin parar –gesto de desesperanza total-, y que, cuando Jesús dice que la niña “no está muerta, sino dormida”, se reía de él considerando la situación irreversible. Ante tanta incredulidad no hay nada que hacer. Por eso, Jesús echa fuera a la gente –para quien no cree, la muerte es el final- y entra adonde está la niña con sus padres junto con tres de sus discípulos a quienes quiere mostrar especialmente la fuerza de vida que hay en él.

Curiosamente estos tres discípulos están presentes también en la transfiguración y en el Huerto y, en ambas escenas, se duermen. Este sueño es todo un símbolo. En la Transfiguración, Jesús habla con Moisés y Elías de su éxodo –esto es, de su paso de la muerte a la vida-; en el Huerto, Jesús pide a Dios fuerzas para aceptar el camino que le lleva a la muerte, como paso para la vida definitiva. Pedro, Santiago y Juan no tienen interés en aceptar este camino del maestro hacia la muerte, porque –al igual que los judíos- no creen que sea un paso hacia la vida definitiva. Tal vez, por esto, para que aprendan que Jesús es la imagen de un Dios que da vida, Jesús se los lleva consigo. Sorprende, no obstante, que, cuando Jesús devuelve la vida a la niña, insista vivamente a los discípulos para que no digan nada a nadie. Orden lógica, pues todavía no están capacitados para digerir y asimilar y proclamar este mensaje de vida.

Se asemeja a veces la sinagoga, de la que Jairo es jefe, a nuestra vieja iglesia y a algunos de sus jefes, que no son capaces de sanar los males del mundo por estar centrados en mantener unas estructuras que no dan vida. Al igual que Jairo, nuestra iglesia, si quiere seguir siendo la iglesia de Jesús, tendrá que salir al encuentro del maestro, rompiendo viejas estructuras que la mantienen cerrada al mundo. Y en ese encuentro con Jesús y su evangelio, oirá las mismas palabras que Jesús le dirigió a Jairo: “No temas, ten fe y basta”. Tal vez sea este el mal de nuestra iglesia: tiene demasiado miedo y poca fe, y este miedo a perder seguridades, prestigio y poder le impide lanzarse a la aventura de remediar los males de un mundo abocado a la muerte; tal vez tenga que adherirse más al mensaje de Jesús y a su estilo de vida pobre, libre, solidario y entregado a los que viven en las márgenes del mundo. Sólo así podrá devolver la vida a tanto muerto que hay vivo, a tantos que gritan llorando sin parar, lamentándose de que no es posible luchar contra este injusto sistema mundano que ha marginado a tanta gente, llevándola a las puertas de la muerte.

Pablo, en su carta a los corintios, invita a resolver el problema de la injusticia y la desigualdad con generosidad. Y para ello pone el ejemplo de Jesús que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” y hacer un mundo más igualitario donde “la abundancia de unos remedie la carencia de otros”, y brote la igualdad. Un verdadero milagro que está en nuestras manos realizar para devolver la vida a cuantos carecen de las mínimas condiciones de vida, para hacer de nuevo el milagro del maná por el que Dios impedía que unos acumulasen lo que era necesario para otros: “al que recogía mucho no le sobraba y al que recogía poco no le faltaba” (Ex 16,18). Un mundo de iguales, un mundo regido por un Dios que, como dice el libro de la Sabiduría, “no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera.. Dios creó al ser humano para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”…

Añadamos una «nota crítica» de precaución. Una lectura no crítica de la primera lectura evoca espontáneamente el tema del «pecado original» y deja claramente la idea de que la muerte sería consecuencia del pecado original, y que éste habría sido consecuencia de «la envidia del diablo» (Sb 2,24). Es todo un conjunto teológico y simbólico lo que es evocado aquí, como de paso, el pecado original. Es importante no caer en la facilidad de apoyarse acríticamente en ese supuesto, y hablar del mal o de la muerte, con toda naturalidad, como fruto del pecado o -peor aún- como introducida en el mundo por el diablo envidioso. Somos personas de hoy, y los oyentes de las homilías también lo son. Y aunque en alguna comunidad hubiera bastantes personas con una visión mítica atrasada, aun ellas merecen ser tratadas con dignidad, con una pedagogía crítica que le ayude a reconciliar su atrasada visión mítica con una religiosidad apta para los tiempos de hoy.

Todos, los predicadores de las homilías, y también los oyentes, tenemos la obligación de reivindicar un discurso «para hoy», que no repita -con frecuencia simplemente por pereza, o por miedo- las afirmaciones manidas afirmaciones míticas, y, más importante aún, que no las repita como si de afirmaciones reales (descriptivas de algo que realmente hubiera sucedido) se tratara. Se puede evocar el mundo simbólico del pasado para explicarlo y discernirlo, pero siempre con la obligación de dejar explícitamente claro que se trata de afirmaciones «simbólicas», que en otro tiempo fueron tomadas como literalmente reales (así fue, y hasta hace bien poco tiempo), pero que hoy sabemos que sólo son simbólicas, es decir, que tienen un valor para nuestra vida espiritual, pero que en su sentido literal no son históricas, o que incluso pueden ser contrarias a la verdad histórica.

En el caso que nos ocupa en concreto -aunque aquí no debamos justificarlo- la verdad original profunda es contraria a lo que tradicionalmente nos ha sido dicho: lo «original», lo que se dio en el principio, no fue un «pecado original», sino una «bendición original». [Matthew Fox es el teólogo que más emblemáticamente ha desarrollado esta afirmación, en su libro «La bendición original. Una nueva espiritualidad para el hombre del siglo XXI», Ediciones Obelisco, Barcelona – Buenos Aires 2002]. Leer más…

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Dom 28.6.15. Una mujer que toca, una mujer que dice (la hemorroísa)

Domingo, 28 de junio de 2015
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11071121_459757214201476_1819303381447838761_nDom 13, tiempo ordinario. Marcos 5,21-43. Este evangelio nos sitúa ante dos mujeres, víctimas de opresión personal y familiar:

una es joven, hija del archisingogo, y al parecer no tiene más remedio que morir, habiendo cumplido doce años (pues la vida mayor no le ofrece ningún aliciente);
la otra es ya madura, pero lleva sufriendo doce años de mal flujo de sangre, y las autoridades sanitarias y sociales no le dejan tocan, ni dicer.

Ambas están vinculadas por una enfermedad que es parecida, la enfermedad de ser mujer en aquel contexto y circunstancia. Pero Jesús deja que le toquen; les da la mano y les cura, no para que vuelvan al orden antiguo, sino para iniciar con ellas un camino de humanidad.

Hoy comentaré el tema de la hemorroísa. Dejo para mañana el de la hija del archisinagogo. Retomo así un motivo usual en este blog, y lo haré siguiendo básicamente mi Evangelio de Marcos (Verbo Divino, Estella 1012), sin notas críticas, que el lector interesado deberá buscar en el libro impreso.

big_stcatherine-sightseeing-tours-from-sharm-marina-by-sunray-tours01Ese pasaje de la hemorroísa ofrece dos mensajes antiguos, dos enseñanzas que siguen siendo nuevas también en nuestro tiempo, para hombres y mujeres:

a. Que la mujer pueda “tocar”, que pueda relacionarse corporal y humanamente con la vida, es decir, con los otros sin cortapisas ni limitaciones externas de género… Que no le impongan otros (sacerdotes y escribas) aquello que ha de hacer y sentir, cómo ha de vivir, aceptándose a sí misma, y así “tocar” al hombre, si ella quiere, como quiera, siempre que sea en respeto, para ser así persona.

b. Que la mujer pueda “contar”, decir lo que ha sentido; que recobra de esa forma la palabra, y diga lo que siente ante el corro de hombres que parecían dispuestos a imponer sobre ella su visión del mundo y de la vida. La verdad (toda la verdad, como en los juicios leales) es lo que ella tiene que decir, como verá quien siga leyendo.

Se trata de devolver la palabra a la mujer, dejar que ella diga y se diga, escucharla, y compartir con ella la trama de la vida.

La imagen 1 evoca el relato de la hemorroísa, en un fondo de sangre de vida.
La mujer de la imagen 2 es Catalina de Siena, que dice al papa y a la iglesia de su tiempo lo que ha de ser un papa y una iglesia.

Buen fin de semana a todos.

Texto: Mt 5, 24-34

(a. Una mujer quiere tocar…). 24 Y mucha gente lo seguía y lo estrujaba, 25 y una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, 26 y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todo lo que tenía, sin provecho alguno, yendo más bien a peor, 27 habiendo oído hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. 28 Pues se decía: Si logro tocar aunque sólo sea su manto, quedaré curada. 29 E inmediatamente se secó la fuente de su sangre y supo por su cuerpo que estaba curada del flagelo.

(b. Esa mujer tiene que decir) 30 E inmediatamente, Jesús, conociendo en sí mismo la fuerza que había salido de él, volviéndose a la muchedumbre, preguntó: ¿Quién ha tocado mi manto? 31 Y sus discípulos le replicaron: Ves que la gente te está estrujando ¿y preguntas quién me ha tocado? 32 Pero él miraba alrededor para ver quién lo había hecho. 33 Pero la mujer, temerosa y temblorosa, conociendo lo que le había pasado, vino y se postró ante él y le dijo toda la verdad 34. Él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu flagelo.

1. Una mujer quiere tocar, esta mujer quiere vivir

Es una hemorroísa, mujer que los hombres declaran maldita, por su “menstruación irregular”… Fuente y foco de impureza para los hombres es esta mujer que avanza escondida y miedosa, en medio del gentío, pues si la reconocen deben hacer un hueco en torno a ella, expulsándola del grupo. Nadie puede ponerse en contacto con ella, ni tocar sus cosas.

Es una muerta viviente, expulsada de la sociedad y condenada a su propia soledad impura, por causa de una ley religiosa, defendida con celo por las «sinagogas» (por los archisinagogos, como éste al que Jesús acompaña). Pues bien, esta mujer, que no ha podido ser curada por la medicina (5,26), no se ha resignado a vivir como lo manda la ley israelita.

Es persona sin familia. Conforme a la ley sacral judía, su condición de hemorroísa (mujer con hemorragia menstrual permanente) la expulsa de la sociedad: no puede tener relaciones sexuales ni casarse; no puede convivir con sus parientes ni tocar a los amigos, pues todo lo que toca se vuelve impuro a su contacto: la silla en que se sienta, el plato del que come… Es mujer condenada a soledad, maldición social y religiosa. El milagro de Jesús consiste en dejarse tocar por ella, ofreciéndole un contacto purificador. En el fondo del relato hay un recuerdo histórico (forma de actuar de Jesús) y una experiencia eclesial (la comunidad cristiana ha superado las normas de pureza humana y sexual del judaísmo) .

Jesús no la ayuda para llevarla después a su grupo, ni le dice que venga a sumarse a la familia de sus seguidores, sino que hace algo previo: La valora como mujer, aceptando el roce de su mano en el manto y ofreciéndole el más fuerte testimonio de su intimidad personal; le anima a vivir y le cura, para que sea sencillamente humana, persona con dignidad, y para que construya el tipo de familia que ella misma decida. No la quiere convertir a nada (en nada) sino capacitarla para que ella sea, al fin y para siempre, humana. Socialmente impura era esta hemorroísa: rescatarla para la humanidad, para las relaciones personales, para la familia, esta ha sido una conquista capital del evangelio .

— Era hemorroísa desde hace 12 años (5, 25). Nadie podía acercarse a su cuerpo, compartir su mesa, convivir con ella. Como solitaria, aislada tras el cordón sanitario y sacral de su enfermedad, vivirá en la cárcel de su impureza femenina. No puede curarla la ley, pues la misma ley social y sacral la ratifica como enferma. Por eso no puede acudir a los escribas ni a los sacerdotes para curarse. Vive sin esperanza de curación humana, pues tampoco los muchos médicos (pollôn iatrôn; 5, 26) fueron incapaces de curarla. Lo ha gastado todo en sanidad y no ha sanado, como dice con ironía el texto . Leer más…

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“En busca de la mejor medicina”. Domingo 13. Ciclo B.

Domingo, 28 de junio de 2015
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B13h09 Del blog El Evangelio del Domingo de José Luis Sicre sj:

La muñeca rusa (Mc 5,21-43)

En los evangelios, los relatos de milagros son como contenedores bien cerrados, unos juntos a otros, sin que se mezcle su contenido. El pasaje de Marcos que leemos hoy recuerda, en cambio, a las muñecas rusas: un milagro dentro de otro. Jesús va a curar a una niña y se cuela por medio una enferma con flujo de sangre. Esa mezcla da gran dramatismo e interés al conjunto. Indico los dos relatos con distintos colores.

En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en barca a la otra orilla, se reunió con él mucha gente, y se quedó junto al lago. Llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y, al ver a Jesús, se echó a sus pies rogándole con insistencia:

̶  «Mi hijita se está muriendo; ven a poner tus manos sobre ella para que se cure y viva».

Jesús fue con él.

Lo seguía mucha gente, que lo apretujaba. Y una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado toda su fortuna sin obtener ninguna mejoría, e incluso había empeorado, al oír hablar de Jesús, se acercó a él por detrás entre la gente y le tocó el manto, pues se decía: «Con sólo tocar sus vestidos, me curo». Inmediatamente, la fuente de las hemorragias se secó y sintió que su cuerpo estaba curado de la enfermedad. Jesús, al sentir que había salido de él aquella fuerza, se volvió a la gente y dijo:

̶  «¿Quién me ha tocado?».

Sus discípulos le contestaron:

̶  «Ves que la multitud te apretuja, ¿y dices que quién te ha tocado?».

Él seguía mirando alrededor para ver a la que lo había hecho. Entonces la mujer, que sabía lo que había ocurrido en ella, se acercó asustada y temblorosa, se postró ante Jesús y le dijo toda la verdad. Él dijo a la mujer:

̶  «Hija, tu fe te ha curado; vete en paz, libre ya de tu enfermedad».

Todavía estaba hablando, cuando llegaron algunos de casa del jefe de la sinagoga diciendo:

̶  «Tu hija ha muerto. No molestes ya al maestro».

Pero Jesús, sin hacer caso de ellos, dijo al jefe de la sinagoga:

̶  «No tengas miedo; tú ten fe, y basta».

Y no dejó que le acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, Jesús vio el alboroto y a la gente que no dejaba de llorar y gritar. Entró y dijo:

̶  «¿Por qué lloráis y alborotáis así? La niña no está muerta, está dormida».

Y se reían de él. Jesús echó a todos fuera; se quedó sólo con los padres de la niña y los que habían ido con él, y entró donde estaba la niña. La agarró de la mano y le dijo:

̶  «Talitha kumi», que significa: «Muchacha, yo te digo: ¡Levántate!».

Inmediatamente la niña se levantó y echó a andar, pues tenía doce años. La gente se quedó asombrada. Y Jesús les recomendó vivamente que nadie se enterara. Luego mandó que diesen de comer a la niña.

La medicina tradicional: imposición de manos

talita kumEl comienzo parece normal: un padre preocupado por su hija gravemente enferma. Lo que no es normal es su convencimiento de que Jesús puede curarla con sólo ponerle la mano encima. En nuestra cultura, el enfermo agradece que el médico no le hable a distancia; que lo ausculte y lo papel si es preciso. En la cultura antigua, el hombre santo y el curandero ejerce su poder mediante el contacto físico. En el evangelio de Lucas se dice que «toda la gente intentaba tocarlo, porque salía de él una fuerza que curaba a todos» (Lc 6,19). En efecto, Jesús cura a la suegra de Pedro tomándola de la mano; imponiendo las manos cura a diversos enfermos (Mc 6,5; Lc 4,40), a un sordomudo (Mc 7,32), a un ciego (Mc 8,23.25), a la mujer tullida (Lc 13,13); poniendo barro en los ojos del ciego de nacimiento le devuelve la vista (Jn 9,15); y a los discípulos les concede el poder de curar enfermos imponiendo las manos (Mc 16,18). Quien se haya fijado en las citas, habrá visto que casi todas son de Marcos y Lucas. Parece que a Mateo y Juan no les entusiasmaba el procedimiento, podría causar la impresión de un poder mágico.

Una nueva receta: tocar el manto

Si Jairo está convencido de que la imposición de manos de Jesús basta para salvar a su hija, la mujer con flujo de sangre va mucho más lejos: le bastaría tocar su manto. El relato acentúa la gravedad y persistencia de la enfermedad (¡doce años!), el fracaso de los médicos y el dineral gastado en buscarle solución. De repente, a la mujer le basta oír hablar de Jesús para depositar en él toda su confianza; ni siquiera en él, en su manto. ¿Fe o desesperación? Algunos de los primeros cristianos, amantes de aplicarse los relatos evangélicos, podrían identificarse fácilmente con la mujer. «Yo también estaba desesperado, oí hablar de Jesús, y todo cambió.»

La verdadera medicina: la fe

La mujer se cura al punto. Pero el relato toma un sesgo dramático. Jesús nota que una fuerza especial ha salido de él y quiere saber quién la ha provocado. Pregunta, rechaza la excusa de los discípulos, mira con atención a su alrededor, hasta que la mujer se presenta temblorosa y asustada. (Marcos describe a Jesús de forma tan humana, tan poco ortodoxa, que a Mateo por poco le dio un infarto y suprimió toda esa parte de su evangelio: Jesús sabe perfectamente lo que ha pasado.)

El lector termina poniéndose en contra de Jesús y a favor de la mujer. ¿Por qué le está haciendo pasar un rato tan malo? Es un recurso genial de Marcos, el mismo que utiliza en la curación de la hija de la mujer cananea: poner al lector en contra de Jesús y a favor del quien le suplica. ¿Para qué? Para que Jesús ofrezca al final la verdadera enseñanza.

Imaginemos que la mujer se cura y Jesús no pregunta nada. El lector se dice: «Llevaba razón la mujer. Bastaba con tocarle el manto.» Quizá añadiría: «En realidad, quien cura es Jesús, no el manto.» Pero todo el teatro montado por Jesús sirve para llegar a una conclusión muy distinta: «Hija, tu fe te ha curado.» Ni Jesús ni el manto, «tu fe». Esta afirmación podrá parecer atrevida, casi herética, a algunos teólogos. Pero, en este caso, Mateo y Lucas coincidieron con Marcos al pie de la letra: «Hija, tu fe te ha curado

Una medicina que, además de curar, resucita

La acción vuelve a su origen, pero de forma trágica: la niña ha muerto. No hay que molestar al Maestro. Pero Jesús le recomienda al padre la medicina usada por la hemorroisa: «No tengas miedo; tú ten fe, y basta». Siguen hasta la casa y se sumergen en un mundo de llantos y lamentos.

La gente es lista, no se deja engañar por Jesús

Cuando yo era joven, me indignaba leer que la gente se ríe de Jesús cuando dice que la niña no está muerta, sino dormida. Me parecía una tremenda falta de respeto. Pero estaba equivocado. La risa de la gente demuestra que Jesús no puede engañarlos. Él quiere pasar desapercibido, presentar lo que hace como algo normal, sin importancia; pero la gente sabe muy bien que la niña ha muerto, que Jesús ha realizado un gran milagro. El detalle final de darle a la niña de comer sirve para demostrar la realidad de la resurrección.

Resurrecciones en esta vida y fe en la vida futura

La resurrección de la hija de Jairo (contada por Marcos, Mateo y Lucas) trae a la memoria otros relatos parecidos, pero peculiares: la resurrección del hijo de la viuda de Naín, que sólo cuenta Lucas; y la resurrección de Lázaro, que sólo cuenta Juan. ¿Cómo es posible que estos dos hechos tan famosos no se encuentren en los cuatro evangelios? Es cierto que la tradición oral olvida a menudo cosas y detalles. Pero resulta extraño que un evangelista no los conozca. Como un biógrafo de Beethoven que no ha oído hablar de la 9ª Sinfonía.

A los evangelistas no les preocupaba, como a nosotros, el hecho histórico en cuanto tal, sino la realidad de lo que contaban. Lo importante no es que Jesús resucitara a Lázaro (que al cabo de los años volvería a morirse), sino que nos resucitará a todos a una vida sin fin. «Yo soy la resurrección y la vida» es también el gran mensaje de la resurrección de la hija de Jairo.

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