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“Salir” es ser tocado por la mano de Jesús

Lunes, 1 de julio de 2024
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IMG_5291Fr. Gregory Greiten

La publicación de reflexión de hoy es del P. Greg Greiten, sacerdote de la Arquidiócesis de Milwaukee. Actualmente, se desempeña como párroco de la parroquia St. Bernadette, Milwaukee, y es administrador de la parroquia Our Lady of Good Hope, Milwaukee. El P. Greg se declaró gay ante sus feligreses en una homilía de Adviento de 2017. Puedes leer relatos de esa experiencia aquí y aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el decimotercer domingo del tiempo ordinario se pueden encontrar aquí.

Antes de asistir al teatro con un amigo en marzo pasado, disfrutamos de una cena en el hotel Saint Kate-The Arts de Milwaukee. Mientras deambulamos por el vestíbulo, disfrutando del arte que decoraba las paredes, nos topamos con una sala de exposiciones titulada “El armario”.

Echando un vistazo al interior de la pequeña habitación, le dije alegremente a mi amigo: “Voy a volver al armario. ¿Me tomarías una foto para capturar este momento? Cuando entré momentáneamente en la exhibición del armario, mi amigo tomó la foto.

Rápidamente salté del armario y le dije: “Pasé demasiados años de mi vida encerrado en el armario. No deseo volver nunca más”.

IMG_5792Después de salir públicamente del armario como sacerdote católico romano en diciembre de 2017, finalmente pude vivir auténticamente y con integridad, sin ser silenciado por los líderes de nuestra Iglesia, sino siendo sincero acerca de quién soy. Al finalizar el Mes del Orgullo, quiero ofrecer amor y apoyo a aquellos en la comunidad LGBTQ+ que dejan que sus luces brillen intensamente para que otros las vean, especialmente a aquellos que pueden haber salido del armario, pero también a aquellos que no pueden. salir debido a las consecuencias negativas reales que tendrían que soportar.

La primera lectura litúrgica de hoy, del Libro de la Sabiduría, nos asegura que “Dios no hizo la muerte, ni se alegra de la destrucción de los vivos”. Más bien, este pasaje habla de la perspectiva dadora de vida de Dios, porque el Todopoderoso ha “formado todas las cosas para que existan”. Dios nos quiere plenamente vivos. Dios nos ama. ¡Dios nos ha formado a su imagen!

Esta idea se ilustra aún más en la historia del Evangelio de hoy, cuando el evangelista Marcos entrelaza la curación de la hija de Jairo cuando resucita de entre los muertos con la curación de la mujer con hemorragias que ha estado sufriendo durante doce años a causa de su enfermedad. Al contar una historia dentro de otra, Marcos demuestra magistralmente el poder de Jesús sobre la vida y la muerte.

La hija de doce años de Jairo está en el umbral de la condición de mujer y de la capacidad de dar vida, pero está a punto de morir. En la misma historia, la mujer con hemorragia ha ido drenando lentamente el flujo de vida de su cuerpo ya que ningún médico ha podido curarla. En su desesperada necesidad, acuden a Jesús en busca de esperanza, sanación y vida para poder sobrevivir, porque solo Dios puede salvarlos en este momento.

Jairo, un funcionario de la sinagoga, está convencido de que si Jesús pusiera sus manos sobre su hija, ella se recuperaría y su vida se salvaría. La mujer anónima está convencida de que si pudiera tocar incluso su ropa, recuperaría la salud.

Sin embargo, en aquellos días, Jesús sería inmediatamente etiquetado ritualmente impuro en ambos casos al entrar en contacto físico con cualquiera de estas mujeres. Aunque la ley consideraba que ambos eran intocables, para Jesús eso no importaba. A lo largo de sus viajes, Jesús nunca pasó por alto a aquellos que eran considerados extraños o marginados de la sociedad, o fuera de la vista.

Jesús los vio y los reconoció a ambos. Él se detuvo. Él notó. A veces, incluso comía y bebía con gente como ésta. Jesús se tomó el tiempo para ver y apreciar lo que otros nunca notaron. Cuando Jesús el sanador fue tocado por la mujer, hizo que su sangre dejara de fluir, y cuando Jesús tocó la mano de la niña y la llamó, hizo que su vida/sangre fluyera una vez más. La muerte dio paso a la vida. Por su fe y confianza radical en Dios, fueron salvos. Cuando todo parecía estar totalmente perdido, los personajes principales de esta historia demostraron cuán necesario era extender la mano y tocar, o ser tocados por, el poder sanador de Cristo.

IMG_5793P. Greg Greiten celebrando una Misa de Inclusión en la Iglesia St. Bernadette, Milwaukee, en 2017

En octubre de 2022, nuestra comunidad parroquial de St. Bernadette, Milwaukee, celebró una Misa de Inclusión para la comunidad LGBTQ+, familiares, aliados y feligreses en honor al Día Nacional de Salir del Armario. Quienes participaron fueron verdaderamente un grupo diverso que se reunió para compartir historias y compartir el pan juntos. Pero la semana anterior a la celebración, aproximadamente 20 manifestantes se presentaron a la misa dominical con un gaitero en un intento de que la comunidad parroquial cancelara la Misa de Inclusión. La noche del sábado de celebración, los manifestantes y su gaitero aparecieron nuevamente para hacer ruido afuera y llamar la atención. Mientras estábamos dentro de la iglesia, oramos, cantamos, partimos el pan, tomamos nota y fuimos testigos de la presencia increíblemente afirmativa del Espíritu Santo entre nosotros.

Nunca hubiera pensado que la comunidad de la Iglesia proclamando las palabras “Te amo” y “Dios te ama” a aquellos considerados marginados podría volverse tan amenazante para otros miembros de nuestra iglesia.

Sin embargo, incluso hoy en día, en muchos lugares de culto, todavía resulta amenazador para algunos que un grupo de personas LGBTQ+, sus familias y sus aliados se reúnan para celebrar la Eucaristía. A la comunidad LGBTQ+ se le sigue negando el lugar que le corresponde en la mesa. ¡Cuán difícil sigue siendo hoy para algunas personas amarnos y aceptarnos verdaderamente unos a otros como Dios nos hizo!

Los miembros de la comunidad LGBTQ+ saben lo que se siente al ser juzgados mal, marginados y, a veces, incluso expulsados por nuestra comunidad católica. Anhelamos que los pastores de nuestra iglesia se detengan y se fijen en nosotros, que nos busquen, nos encuentren y estén con nosotros. Muchas personas LGBTQ+ y sus familias han sentido exactamente lo contrario: experimentan un dolor increíble, rechazo, aislamiento, exclusión, ira, dolor y una profunda tristeza. Incluso yo he sentido todo esto por parte de mis pastores.

En el mes siguiente a la Misa de Inclusión, me convocaron a una reunión en las oficinas arquidiocesanas con el arzobispo y algunas otras personas para discutir la Misa de Inclusión. Me resultó evidente que el objetivo de esta convocatoria era insistir en que no se ofrecieran más Misas de Inclusión para la comunidad LGBTQ+.

Las lecturas de hoy subrayan que Dios es un Dios de vida y no de muerte. Jesús dio testimonio de que no tenía miedo de entrar en el mundo de aquellos que a menudo eran considerados forasteros y, a veces, incluso intocables. Jesús se detuvo y tomó nota para responder a sus necesidades más profundas.

Siempre que la vida se sienta abrumadora y el panorama parezca sombrío, debemos extender la mano, con la mayor confianza en Dios y con la fe más profunda, para tocar y ser tocados por el poder sanador de Cristo.

Mientras el Mes del Orgullo llega a su fin, invito a cada uno de mis hermanos LGBTQ+ junto con nuestros familiares, amigos y aliados a seguir dando esos pasos para salir del armario una y otra vez hacia una verdadera libertad en la que podamos descubrir la plenitud de nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestros espíritus.

Deja que la luz de tu arco iris brille para que todos la vean y se den cuenta. Cada vez que tocamos la mano de Cristo o incluso su manto, nos conectamos con un increíble poder curativo que restaura el flujo de vida a través de nosotros.

—P. Greg Greiten, 30 de junio de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Un espacio sin dominación masculina”. Domingo 13 Tiempo ordinario – B (Marcos 5,21-43).

Domingo, 30 de junio de 2024
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IMG_5689Una mujer avergonzada y temerosa se acerca a Jesús secretamente, con la confianza de quedar curada de una enfermedad que la humilla desde hace tiempo. Arruinada por los médicos, sola y sin futuro, viene a Jesús con una fe grande. Solo busca una vida más digna y más sana.

En el trasfondo del relato se adivina un grave problema. La mujer sufre pérdidas de sangre: una enfermedad que la obliga a vivir en un estado de impureza ritual y discriminación. Las leyes religiosas le obligan a evitar el contacto con Jesús y, sin embargo, es precisamente ese contacto el que la podría curar.

La curación se produce cuando aquella mujer, educada en unas categorías religiosas que la condenan a la discriminación, logra liberarse de la ley para confiar en Jesús. En aquel profeta, enviado de Dios, hay una fuerza capaz de salvarla. Ella «notó que su cuerpo estaba curado»; Jesús «notó la fuerza salvadora que había salido de él».

Este episodio, aparentemente insignificante, es un exponente más de lo que se recoge de manera constante en las fuentes evangélicas: la actuación salvadora de Jesús, comprometido siempre en liberar a la mujer de la exclusión social, de la opresión del varón en la familia patriarcal y de la dominación religiosa dentro del pueblo de Dios.

Sería anacrónico presentar a Jesús como un feminista de nuestros días, comprometido en la lucha por la igualdad de derechos entre mujer y varón. Su mensaje es más radical: la superioridad del varón y la sumisión de la mujer no vienen de Dios. Por eso entre sus seguidores han de desaparecer. Jesús concibe su movimiento como un espacio sin dominación masculina.

La relación entre varones y mujeres sigue enferma, incluso dentro de la Iglesia. Las mujeres no pueden notar con transparencia «la fuerza salvadora» que sale de Jesús. Es uno de nuestros grandes pecados. El camino de la curación es claro: suprimir las leyes, costumbres, estructuras y prácticas que generan discriminación de la mujer, para hacer de la Iglesia un espacio sin dominación masculina.

José Antonio Pagola

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“Contigo hablo, niña, levántate”. Domingo 30 de junio de 2024. Domingo 13º ordinario.

Domingo, 30 de junio de 2024
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38-ordinarioB13 cerezoLeído en Koinonia:

Sabiduría 1,13-15;2,23-24: La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo.
Salmo responsorial: 29. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
2Corintios 8,7.9.13-15: Vuestra abundancia remedia la falta que tienen los hermanos pobres.
Marcos 5,21-43: Contigo hablo, niña, levántate

Jairo viene de vuelta de la sinagoga. A pesar de ser jefe de esa institución no ha encontrado en ella la salvación para su hija; el judaísmo, representado por la institución más importante después del templo, no conduce a la vida; la hija de Jairo, imagen del pueblo, está abocada a una muerte irremediable. Por eso Jairo, tal vez desesperado y desilusionado con aquel viejo sistema, acude a Jesús, buscando vida para su hija. Y estando con él se entera de que su hija ha muerto: ¿Para qué molestar más al maestro?, le dicen. La gente piensa que se molesta al maestro pidiéndole que dé vida. No saben que “el ha venido para que tengan vida y vida abundante”, como dice el evangelista Juan. Jesús, en estas circunstancias extremas, no se arredra: “No temas, ten fe y basta…” Para quien cree –y Jairo ha comenzado ya a adherirse a Jesús, a creer en él, en la medida en que se ha distanciado de la sinagoga-, la muerte es un sueño del que se puede despertar. Los primeros cristianos lo entendieron así cuando comenzaron a llamar a la necrópolis (= ciudad de los muertos) cementerio (= dormitorio). No lo ve así la gente que, al enterarse de la muerte de la hija de Jairo, lloraba gritando sin parar –gesto de desesperanza total-, y que, cuando Jesús dice que la niña “no está muerta, sino dormida”, se reía de él considerando la situación irreversible. Ante tanta incredulidad no hay nada que hacer. Por eso, Jesús echa fuera a la gente –para quien no cree, la muerte es el final- y entra adonde está la niña con sus padres junto con tres de sus discípulos a quienes quiere mostrar especialmente la fuerza de vida que hay en él.

Curiosamente estos tres discípulos están presentes también en la transfiguración y en el Huerto y, en ambas escenas, se duermen. Este sueño es todo un símbolo. En la Transfiguración, Jesús habla con Moisés y Elías de su éxodo –esto es, de su paso de la muerte a la vida-; en el Huerto, Jesús pide a Dios fuerzas para aceptar el camino que le lleva a la muerte, como paso para la vida definitiva. Pedro, Santiago y Juan no tienen interés en aceptar este camino del maestro hacia la muerte, porque –al igual que los judíos- no creen que sea un paso hacia la vida definitiva. Tal vez, por esto, para que aprendan que Jesús es la imagen de un Dios que da vida, Jesús se los lleva consigo. Sorprende, no obstante, que, cuando Jesús devuelve la vida a la niña, insista vivamente a los discípulos para que no digan nada a nadie. Orden lógica, pues todavía no están capacitados para digerir y asimilar y proclamar este mensaje de vida.

Se asemeja a veces la sinagoga, de la que Jairo es jefe, a nuestra vieja iglesia y a algunos de sus jefes, que no son capaces de sanar los males del mundo por estar centrados en mantener unas estructuras que no dan vida. Al igual que Jairo, nuestra iglesia, si quiere seguir siendo la iglesia de Jesús, tendrá que salir al encuentro del maestro, rompiendo viejas estructuras que la mantienen cerrada al mundo. Y en ese encuentro con Jesús y su evangelio, oirá las mismas palabras que Jesús le dirigió a Jairo: “No temas, ten fe y basta”. Tal vez sea este el mal de nuestra iglesia: tiene demasiado miedo y poca fe, y este miedo a perder seguridades, prestigio y poder le impide lanzarse a la aventura de remediar los males de un mundo abocado a la muerte; tal vez tenga que adherirse más al mensaje de Jesús y a su estilo de vida pobre, libre, solidario y entregado a los que viven en las márgenes del mundo. Sólo así podrá devolver la vida a tanto muerto que hay vivo, a tantos que gritan llorando sin parar, lamentándose de que no es posible luchar contra este injusto sistema mundano que ha marginado a tanta gente, llevándola a las puertas de la muerte.

Pablo, en su carta a los corintios, invita a resolver el problema de la injusticia y la desigualdad con generosidad. Y para ello pone el ejemplo de Jesús que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” y hacer un mundo más igualitario donde “la abundancia de unos remedie la carencia de otros”, y brote la igualdad. Un verdadero milagro que está en nuestras manos realizar para devolver la vida a cuantos carecen de las mínimas condiciones de vida, para hacer de nuevo el milagro del maná por el que Dios impedía que unos acumulasen lo que era necesario para otros: “al que recogía mucho no le sobraba y al que recogía poco no le faltaba” (Ex 16,18). Un mundo de iguales, un mundo regido por un Dios que, como dice el libro de la Sabiduría, “no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera.. Dios creó al ser humano para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”…

Añadamos una «nota crítica» de precaución. Una lectura no crítica de la primera lectura evoca espontáneamente el tema del «pecado original» y deja claramente la idea de que la muerte sería consecuencia del pecado original, y que éste habría sido consecuencia de «la envidia del diablo» (Sb 2,24). Es todo un conjunto teológico y simbólico lo que es evocado aquí, como de paso, el pecado original. Es importante no caer en la facilidad de apoyarse acríticamente en ese supuesto, y hablar del mal o de la muerte, con toda naturalidad, como fruto del pecado o -peor aún- como introducida en el mundo por el diablo envidioso. Somos personas de hoy, y los oyentes de las homilías también lo son. Y aunque en alguna comunidad hubiera bastantes personas con una visión mítica atrasada, aun ellas merecen ser tratadas con dignidad, con una pedagogía crítica que le ayude a reconciliar su atrasada visión mítica con una religiosidad apta para los tiempos de hoy.

Todos, los predicadores de las homilías, y también los oyentes, tenemos la obligación de reivindicar un discurso «para hoy», que no repita -con frecuencia simplemente por pereza, o por miedo- las afirmaciones manidas afirmaciones míticas, y, más importante aún, que no las repita como si de afirmaciones reales (descriptivas de algo que realmente hubiera sucedido) se tratara. Se puede evocar el mundo simbólico del pasado para explicarlo y discernirlo, pero siempre con la obligación de dejar explícitamente claro que se trata de afirmaciones «simbólicas», que en otro tiempo fueron tomadas como literalmente reales (así fue, y hasta hace bien poco tiempo), pero que hoy sabemos que sólo son simbólicas, es decir, que tienen un valor para nuestra vida espiritual, pero que en su sentido literal no son históricas, o que incluso pueden ser contrarias a la verdad histórica.

En el caso que nos ocupa en concreto -aunque aquí no debamos justificarlo- la verdad original profunda es contraria a lo que tradicionalmente nos ha sido dicho: lo «original», lo que se dio en el principio, no fue un «pecado original», sino una «bendición original». [Matthew Fox es el teólogo que más emblemáticamente ha desarrollado esta afirmación, en su libro «La bendición original. Una nueva espiritualidad para el hombre del siglo XXI», Ediciones Obelisco, Barcelona – Buenos Aires 2002]. Leer más…

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29.6.24. Ni Pedro, ni Pablo, dos mujeres: Una se deja tocar por Jesús, otra le toca.

Domingo, 30 de junio de 2024
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Del blog de Xabier Pikaza:

Hoy, día de Pedro y Pablo, debería ocuparme de ellos, como vengo haciendo otros años. Pero como mañana (30.6.24, dom.13 TO ciclo B) es el día de la hija del archisinagogo y de la hemorroísa prefiero tratar de ellas, pues según el evangelio de Marcos son más importantes que el mismo Pedro y Pablo.

Dos problemas tenía y tiene la vida para ellas: Uno es aceptar la vida, hacerse mujer (historia de hija del archisinagogo, a los doce años), otro es ser aceptada como mujer doce años después (historia de la hemorroísa).

             Con su especial habilidad ha vinculado  Marcos la historia de estas dos mujeres, que debemos vincular a las del fin del evangelio(Mc 16). Pueden ser dos mujeres o una sola, curada por Jesús dos veces, un milagro o dos milagros en uno, una “historia”  que no ha sido en general entendida  ni aceptada por la iglesia, que deja a las niñas en su soledad de muerte, a los 12 años,  y las sigue condenando a su cárcel propia  a los 24, encerradas en un tipo de   “hemorragia” de sangre.

            Lea el texto quien quiera seguir. Siga leyendo, si quiere,  mi extenso comentario de Marcos, o mis comentarios de RD donde expongo muchas veces este tema, cf. entradas “hemorroisa”, “archisinagogo”, “sangre”, “menstruación”…

El texto, un emparedado

El relato está estructurado en forma de “emparedado”:

  • (a) empieza con la hija del Archisinagogo (Mc 5, 22-24a) que viene donde Jesús, para pedirle que cure a su hija.
  • (b) sigue con la hemorroísa (Mc 5, 24b-34) que viene por sí misma y quiere tocar a Jesús para vivir como mujer, persona.
  • (a’) Vuelve a la hija del Archisinagogo (Mc5, 35-43). Los dos textos se unen y, leídos así, forman la carta magna de la libertad de la mujer cristiana.

Se trata, evidentemente, de una libertad que empieza por el cuerpo, pero que es libertad para la vida total, para ser ellas mismas, en relación con otros hombres y mujeres, dentro de la iglesia. En el lugar donde la Misná pone el código Nashim (De las Mujeres), centrado en rituales que consagran el sometimiento femenino, ha colocado Marcos esta escena que avala para siempre la libertad de la mujer creyente, siempre que la iglesia sea capaz de pasar al otro lado de la vida sigue siendo para ella la mujer, a los 12 y a los 24 años :

Marcos 5,21-43

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga (archi-sinagogo), que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.” Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente [que lo apretujaba.

Y ha había por allí una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años (¡ojo, esta mujer con 12 años de hemorragia… es simbólicamente la misma hija del archisinagogo….)

Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando: “¿Quién me ha tocado el manto?”Los discípulos le contestaron: “Ves como te apretuja la gente y preguntas “¿Quién me ha tocado?”” Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.”

Todavía estaba hablando, cuando] llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: “Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?” Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: “No temas; basta que tengas fe.” No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: “¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.”

Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y dijo: “Talitha qumi”(que significa: “Contigo hablo, niña, levántate”). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

Tema

   Destacamos la unidad el texto con  la niña que se muere, hija del Archisinagogo, a los doce años… y la mujer encerrada tras doce años, toda la vida, fuera de la iglesia de los hombres.    Las dos mujeres (hemorroisa y niña que cumple doce años) están vinculadas por un mismo miedo a la vida y por un mismo deseo de superarlo y vivir mido. La hemorroisa vivía encerrada en su flujo constante e “impuro” de sangre menstrual, que duraba doce años (5, 25). Doce años de vida infantil ha recorrido la hija del Archisinagogo (5, 42). La hija del buen eclesiástico estado segura, se hallaba resguardada en el espacio de máxima pureza de Israel (casa de un jefe de sinagoga) y sin embargo, al descubrirse mujer, con el primer flujo de sangre que enciende su cuerpo, ella decide por dentro apagarse; no tiene sentido madurar en estas circunstancias.

Son muchas las niñas/mujeres que han sufrido y sufren al llegar a esa edad: pueden sentir el temor de su propia condición, su cuerpo deseoso de amor y maternidad, amenazado por la ley de unos varones (padres, hermanos, posibles esposos) que especulan sobre ellas, convirtiéndolas en rica y frágil mercancía; se saben objeto del deseo de unos hombres que no las respetan, ni escuchan, ni hablan. La niña del miedo Parece que esta niña no se atreve a recorrer la travesía de su feminidad amenazada: es víctima de su propia condición de mujer en un mundo de varones y se siente condenada a muerte por las leyes sacrales de su sociedad. Hasta ahora había sido feliz, niña en la casa, hija de padres piadosos (sinagogos), resguardada en el mejor ambiente. De pronto, al hacerse mujer, se descubre moneda de cambio, objeto de deseos, miedos, amenazas, represiones. Le bastan doce años de vida para sufrir en su cuerpo adolescente, que debía hallarse resguardado de todos los terrores, un terror que sienten de forma especial cierta mujeres marginadas: hemorroísas, leprosas…

Por su misma condición de niña haciéndose mujer empieza a vivir en condición de muerte. Sabemos que la sinagoga era lugar donde se escondía el poseso (Mc 1, 21-28), espacio donde el sábado valía más que la salud del hombre de la mano seca (3, 1-6). Para la sinagoga vive el Archisinagogo, símbolo de la institución sacral judía. Parece tenerlo todo y, sin embargo, no puede educar a su hija, acompañándola en la travesía de su maduración como mujer: mantiene con vida a su comunidad, pero tiene que matar (como nuevo Jefté) a su misma hija para conseguirlo.

La niña debería ser feliz, deseando madurar para casarse con otro Archisinagogo como su padre, repitiendo así la historia de su madre y las mujeres “limpias”, envidiadas, de la buena comunión judía. Pero a los doce años, edad de sus sueños, renuncia. No acepta este tipo de vida: carece de medios para iniciar un camino diferente; no le queda más salida que la muerte, en gesto callado de autodestrucción que, por la palabra final de Jesús ((dadle de comer!: 5, 43), parece tener rasgos anoréxicos. Entramos en el centro de una crisis familiar. No sabemos nada de la madre (que aparece al final, en 5,40), aunque podemos imaginar que sufre con la hija, identificándose con ella.

El drama se expresa y culmina desde el padre, capaz de dirigir una sinagoga (ser jefe de una comunidad, archi-obispo) pero incapaz de ofrecer compañía, palabra y ayuda, a su hija. Por eso, el verdadero milagro de Jesús es la conversión del padre, que debe transformarse, a través del testimonio de la hemorroisa, a fin de acoger y educar a la hija para la vida y no para la muerta. Que la hija del judaísmo viva, (que el jefe de la sinagoga se abra a la fe, creadora de familia), eso lo que quiere el Jesús de Marcos

Sigue la escena. Breve análisis  Un Archisinagogo busca a Jesús para pedirle que cure a su hija, thygatrion (5, 22-24b)). Sólo al final (5, 42) se dirá que ella tiene doce años, edad de maduración como mujer casadera… son los mismos  años de enfermedad (menstruación irregular de la hemorroisa: 5, 25). Las dos están unidas por un mismo dolor, vinculado a su condición femenina, en el contexto social israelita. Esta debía ser (hacerse ya) mayor y sin embargo el texto la presenta por dos veces como niña, en palabra significativa (paidion, korasion: 5, 40-41) que acentúa eso que pudiéramos llamar su rasgo infantil, presexuado.

Es como si negara su maduración de mujer, intentando quedarse en la infancia. Precisamente porque eso es imposible ella se muere. Como testigo de una estructura social y religiosa que no puede ofrecer vida a su hija, el Archi-sinagogo busca a Jesús pidiendo que le imponga las manos, ofreciéndole algo que él, archi-obispo, jefe judío oficial, no puede darle (5, 23).

Jesús tiene que hacer de archi-padre padre sinagogo, representante de un judaísmo que parece endemoniado (poseído por un espíritu impuro: cf. 1, 21-28; 3, 1-6), recorriendo  un largo camino de fe (Mc 5, 35-36). Tiene que hacer de padre, parece que tendría que correr y correr… Pero precisamente porque tiene muchísimo prisa por la niña se para….Está la niña muriendo (eskhatôs ekhei) y sin embargo él se detiene con la hemorroísa (5, 24b-34). Es un retraso mortal, la niña avanza hacia la muerte

Parada de Jesús. Sólo curando a la hemorroísa se puede curar a la niño

Paremos con Jesús, parecemos, La hemorroísa es una mujer encerrada en la cárcel de su sangre sin pausa…, en la cárcel de los miles de millones de varones de la historia que para viviré ellos expulsan, encierran, dominan a las mujeres, incluidos de un modo especial muchos hombres de Iglesia, de ayer y de hoy.

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“En busca de la mejor medicina”. Domingo 13. Ciclo B.

Domingo, 30 de junio de 2024
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B13h09Del blog El Evangelio del Domingo de José Luis Sicre sj:

La muñeca rusa (Mc 5,21-43)

En los evangelios, los relatos de milagros son como contenedores bien cerrados, unos juntos a otros, sin que se mezcle su contenido. El pasaje de Marcos que leemos hoy recuerda, en cambio, a las muñecas rusas: un milagro dentro de otro. Jesús va a curar a una niña y se cuela por medio una enferma con flujo de sangre. Esa mezcla da gran dramatismo e interés al conjunto. Indico los dos relatos con distintos colores.

En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en barca a la otra orilla, se reunió con él mucha gente, y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies rogándole con insistencia:

̶ Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella para que se cure y viva.

Jesús fue con él y lo seguía mucha gente, que lo apretujaba.

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con sólo tocarle el manto curaré». Inmediatamente, se secó la fuente de las hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba:

̶ ¿Quién me ha tocado el manto?

Los discípulos le contestaban:

̶ Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: ¿Quién me ha tocado?

Él seguía mirando alrededor para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. Él le dice:

̶ Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad.

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:

̶ Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?

Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:

̶ No temas; basta que tengas fe.

No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga, y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:

̶ ¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida.

Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:

̶ «Talitha qumi», que significa: «Contigo hablo, niña: ¡Levántate!».

La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

La medicina tradicional: imposición de manos

El comienzo parece normal: un padre preocupado por su hija gravemente enferma. Lo que no es normal es su convencimiento de que Jesús puede curarla con sólo ponerle la mano encima. En nuestra cultura, el enfermo agradece que el médico no le hable a distancia; que lo ausculte y lo palpe, si es preciso. En la cultura antigua, el hombre santo y el curandero ejerce su poder mediante el contacto físico. En el evangelio de Lucas se dice que «toda la gente intentaba tocarlo, porque salía de él una fuerza que curaba a todos» (Lc 6,19). En efecto, Jesús cura a la suegra de Pedro tomándola de la mano; imponiendo las manos cura a diversos enfermos (Mc 6,5; Lc 4,40), a un sordomudo (Mc 7,32), a un ciego (Mc 8,23.25), a la mujer tullida (Lc 13,13); poniendo barro en los ojos del ciego de nacimiento le devuelve la vista (Jn 9,15); y a los discípulos les concede el poder de curar enfermos imponiendo las manos (Mc 16,18). Quien se haya fijado en las citas, habrá visto que casi todas son de Marcos y Lucas. Parece que a Mateo y Juan no les entusiasmaba el procedimiento, podría causar la impresión de un poder mágico.

Una nueva receta: tocar el manto

            Si Jairo está convencido de que la imposición de manos de Jesús basta para salvar a su hija, la mujer con flujo de sangre va mucho más lejos: le bastaría tocar su manto. La idea del manto milagroso se encuentra también en otro relato posterior del mismo Marcos: «En cualquier aldea, ciudad, o campo adonde iba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejara tocar al menos la orla de su manto. Y los que lo tocaban se sanaban» (Mc 6,56 = Mt 14,36).

El relato acentúa la gravedad y persistencia de la enfermedad (¡doce años!), el fracaso de los médicos y el dineral gastado en buscarle solución. De repente, a la mujer le basta oír hablar de Jesús para depositar en él toda su confianza; ni siquiera en él, en su manto. ¿Fe o desesperación? Algunos de los primeros cristianos, amantes de aplicarse los relatos evangélicos, podrían identificarse fácilmente con la mujer. «Yo también estaba desesperado, oí hablar de Jesús, y todo cambió.»

La verdadera medicina: la fe

            La mujer se cura al punto. Pero el relato toma un sesgo dramático. Jesús nota que una fuerza especial ha salido de él y quiere saber quién la ha provocado. Pregunta, rechaza la excusa de los discípulos, mira con atención a su alrededor, hasta que la mujer se presenta temblorosa y asustada. (Marcos describe a Jesús de forma tan humana, tan poco ortodoxa, que Mateo suprimió toda esa parte en su evangelio: Jesús no necesita indagar, sabe perfectamente lo que ha pasado.)

            El lector termina poniéndose en contra de Jesús y a favor de la mujer. ¿Por qué le está haciendo pasar un rato tan malo? Es un recurso genial de Marcos, el mismo que utiliza en la curación de la hija de la mujer cananea: poner al lector en contra de Jesús y a favor del quien le suplica. ¿Para qué? Para que Jesús ofrezca al final la verdadera enseñanza.

            Imaginemos que la mujer se cura y Jesús no pregunta nada. El lector se dice: «Llevaba razón la mujer. Bastaba con tocarle el manto.» Quizá añadiría: «En realidad, quien cura es Jesús, no el manto.» Pero todo el teatro montado por Jesús sirve para llegar a una conclusión muy distinta: «Hija, tu fe te ha curado.» Ni Jesús ni el manto, «tu fe». Esta afirmación podrá parecer atrevida, casi herética, a algunos teólogos. Pero, en este caso, Mateo y Lucas coincidieron con Marcos al pie de la letra: «Hija, tu fe te ha curado.»

Una medicina que, además de curar, resucita

            La acción vuelve a su origen, pero de forma trágica: la niña ha muerto. No hay que molestar al Maestro. Pero Jesús le recomienda al padre la medicina usada por la hemorroisa: «No tengas miedo; tú ten fe, y basta». Siguen hasta la casa y se sumergen en un mundo de llantos y lamentos.

La gente es lista, no se deja engañar por Jesús

            Cuando yo era joven, me indignaba leer que la gente se ríe de Jesús cuando dice que la niña no está muerta, sino dormida. Me parecía una tremenda falta de respeto. Pero estaba equivocado. La risa de la gente demuestra que Jesús no puede engañarlos. Él quiere pasar desapercibido, presentar lo que hace como algo normal, sin importancia; pero la gente sabe muy bien que la niña ha muerto, que Jesús ha realizado un gran milagro. El detalle final de darle a la niña de comer sirve para demostrar la realidad de la resurrección.

Resurrecciones en esta vida y fe en la vida futura

            La resurrección de la hija de Jairo (contada por Marcos, Mateo y Lucas) trae a la memoria otros relatos parecidos, pero peculiares: la resurrección del hijo de la viuda de Naín, que sólo cuenta Lucas; y la resurrección de Lázaro, que sólo cuenta Juan. ¿Cómo es posible que estos dos hechos tan famosos no se encuentren en los cuatro evangelios? Es cierto que la tradición oral olvida a menudo cosas y detalles. Pero resulta extraño que un evangelista no los conozca. Como un biógrafo de Beethoven que no ha oído hablar de la 9ª Sinfonía.

            A los evangelistas no les preocupaba, como a nosotros, el hecho histórico en cuanto tal, sino la realidad de lo que contaban. Lo importante no es que Jesús resucitase a Lázaro (que al cabo de los años volvería a morirse), sino que nos resucitará a todos a una vida sin fin. «Yo soy la resurrección y la vida» es también el gran mensaje de la resurrección de la hija de Jairo.

La victoria sobre Satanás (1ª lectura)

La 1ª lectura, tomada del libro de la Sabiduría, afirma que la muerte no es algo querido por Dios, sino que entró en el mundo por envidia del diablo. Aunque esto resulte discutible desde un punto de vista científico moderno, así lo interpretaban los judíos del siglo I. Con ello, la resurrección de la hija de Jairo adquiere un sentido nuevo. Marcos enfoca su evangelio como una lucha entre Jesús y Satanás. Y este es un ejemplo de su victoria sobre el que introdujo la muerte en el mundo por envidia.

No fue Dios quien hizo la muerte, ni se goza con el exterminio de los vivientes. Pues todo lo creó para que perdurase, y saludables son las criaturas del mundo; no hay en ellas veneno exterminador, ni el imperio del abismo reina sobre la tierra. Porque la justicia es inmortal, pero la injusticia atrae la muerte. Porque Dios creó al hombre para la incorrupción y lo hizo a imagen de su propio ser. Mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen.

 

Solidaridad en tiempos de migración (2 Corintios 8,7.9.13-15)

           Aunque no tenga relación con el evangelio, el fragmento de Pablo es de enorme actualidad en una época en la que miles de personas (hermanos nuestros) se encuentran en grave necesidad de acogida, comida, vestido, trabajo…

Pablo anima a los corintios a ayudar económicamente a la comunidad madre de Jerusalén, que sufre la terrible hambruna del tiempo del emperador Claudio. Su mejor argumento es recordarles el ejemplo de generosidad de nuestro Señor Jesucristo.

Hermanos: sobresalís en todo: en fe, en elocuencia, en ciencia, en vuestra preocupación por todo y en vuestro amor para conmigo; sobresalid también en esta obra de caridad. Esto no es una orden; os hablo de la buena disposición de otros para poner a prueba la sinceridad de vuestro amor. Vosotros ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual siendo rico se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. No se trata de que vosotros paséis estrecheces para que otros vivan holgadamente, se trata de que haya igualdad para todos. Por eso, ahora vuestra abundancia debe socorrer su pobreza, y un día su abundancia socorrerá vuestra pobreza. Y así reinará la igualdad, como dice la Escritura: Al que tenía mucho no le sobraba y al que tenía poco no le faltaba.

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Domingo XIII del Tiempo Ordinario. 30 de junio de 2024

Domingo, 30 de junio de 2024
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“No temas, solamente ten fe”

(Mc 5, 21- 43)

En el Evangelio de este domingo es necesario un punto de atención extra porque suceden muchas cosas. A Jesús y a sus discípulos les acaban de echar de un pueblo por curar a un hombre. Cruzan el lago y hay mucha gente esperándoles para encontrarse con ellos.

Si cerramos los ojos, podemos ver a Jesús a la orilla, sin mucha posibilidad de movimiento, con la gente queriéndose acercar y tocarle…, es entonces cuando se les acerca uno de los jefes de la sinagoga. Llama la atención que Marcos, décadas después de escribir el Evangelio, recordara el nombre de Jairo. Debió de ser alguien muy conocido. Este hombre importante se arrodilla a los pies de Jesús. Se trata de alguien que deja de lado su posición social y se acerca a Jesús con un corazón necesitado por su hija enferma.

Yendo de camino hacia la casa de Jairo, se nos habla de una mujer con hemorragias. Perdía su vida. Podemos imaginarnos a esta mujer, casi sin energía, haciéndose paso entre la multitud, impura según las costumbres judías por su mal, a empujones… Todo esto para poder llegar a tocar el manto de Jesús creyendo así poder curarse. El impulso que la mueve no es físico, ya no le quedan fuerzas, sino una fe muy profunda.

A veces creemos que a Jesús le seguía solo la gente humilde, pero hoy parece que no es así. Además de Jairo, se nos dice de la mujer que había tenido fortuna pero que se la había gastado en médicos deseando curarse de su enfermedad.

Tu fe te ha curado, escucha la mujer. No temas, solamente ten fe, escucha el jefe de la sinagoga cuando parece que su hija ha muerto. La fe nos cambia la vida. El miedo ahoga la fe, la oscurece, la pone en duda. Cuando nos dejamos llevar por el temor, descuidamos nuestra fe, aflojamos nuestra confianza en Dios y podemos perdernos en querer controlar y en organizarnos cada detalle de nuestra vida, sin dejarnos tocar, curar, mecer, por el amor de Dios.

Oración

Trinidad Santa, esculpe y fortalece nuestra fe. Haznos confiar a ti nuestros proyectos, nuestras dificultades, nuestra vida.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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¿En quién debemos confiar? Esta es la clave.

Domingo, 30 de junio de 2024
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DOMINGO 13ºcanaanite%2bwoman%2band%2bjesus

Mc 5,21-42

Del final del c. 4 de Mc, pasamos al final del c. 5. En este capítulo, antes del relato que vamos a leer, Jesús cura a un endemoniado y permite que los espíritus inmundos se metan en una piara de cerdos que se precipita en el mar. Jesús vuelve a atravesar el lago en dirección a Galilea, y allí encuentra de nuevo a la multitud que le busca. El domingo pasado nos hablaba del “poder” de Jesús sobre la naturaleza. Continúa el evangelio con la manifestación de “poder” sobre los espíritus inmundos. Hoy damos dos pasos más: “Poder” sobre la enfermedad; Y “poder” sobre la muerte (la hija de Jairo). No cabe una síntesis más clara, ordenada y progresiva de la actividad salvadora de Jesús.

En el doble relato de hoy, descubrimos un mensaje muy profundo. Por una parte, la niña y su padre son imagen de los sometidos a la institución. Jairo es un cargo público, aunque no estrictamente religioso. La mujer enferma representa a los marginados y excluidos por una interpretación demasiado legalista de la Ley. Este simbolismo se hace más claro por el anonimato de las dos mujeres, y los doce años de enfermedad de la mujer y los doce años de vida de la niña. El número doce es símbolo de Israel.

Jairo (símbolo de la institución) no encuentra salida en la religión y busca la salvación en Jesús, que había sido ya rechazado por sus jefes. La decisión es tan difícil que espera hasta el último momento para ir en busca de Jesús. La mujer enferma también se había gastado toda su fortuna en buscar salvación. Tampoco le quedaba otra salida. La religión no sólo no le daba solución, sino que la excluía hasta límites inimaginables hoy. Uno viola formalmente la Ley acudiendo a un proscrito. La otra viola literalmente la Ley tocando a Jesús. En ambos casos, Jesús apela a la fe-confianza como motor de salvación.

Para descubrir la importancia del relato hay que tener en cuenta las leyes de pureza que afectaban a la mujer. El Levítico dice: “La mujer permanecerá impura cuando tenga su menstruación o hemorragias”. La mujer considerada impura y causante de impureza. Podemos imaginar la tara psicológica que dejaba en la mujer esta considera­ción de impura. La hemorroísa tenía prohibido tocar y ser tocada. Ella sabe que el acto que puede salvarle está prohibido por la Ley. Sin embargo, doce años de sufrimiento la empujan. Esta valentía no está exenta de temor, se acerca por detrás. Tocar a Jesús no solo manifiesta la confianza en él, sino en sí misma. Su valentía la devuelve la salud.

Con una aguda sensibilidad más que humana, percibe que le han tocado (todos le están apretujando). Cuando Jesús pregunta “¿Quién me ha tocado?”, está dando a entender que alguien ha llegado hasta él buscando una respuesta a su opresión. Aceptando ser tocado, más allá de la norma, entra en la dinámica que la mujer había iniciado. Se abre a la comunicación profunda y sanadora a través del cuerpo. Los dos están expresando lo mejor de sí mismos. El cuerpo “impuro” de la mujer es reconocido y aceptado como normal. Dejándose tocar Jesús se coloca por encima de los códigos sociales y religiosos. Una relación que abarca todos los aspectos del ser, el físico, el psíquico y el religioso. La mujer se salta la Ley, pero Jesús va más allá y reacciona como si la Ley no existiera.

El milagro se produce sin que intervenga la voluntad de Jesús. La fe-confianza de la mujer desencadena la curación. Este relato es una mina para tratar de descubrir qué es lo que sucedía de verdad cuando el evangelio habla de “milagros”. No significa una acción en contra de las leyes de la naturale­za. Todo lo contrario, es dejar libre la naturaleza para que pueda desarrollar su ‘ley’ sin las trabas que le pone la racionalidad. Porque esa armonía no es lo normal, llamamos milagro a los procesos que serían los más naturales. Un ser humano liberado de sus complejos, de sus miedos, de una religión opresora. Un ser humano que puede empezar a ser él mismo, a valorarse porque se siente apreciado.

Se reanuda el relato de la hija de Jairo con la llegada de los emisarios, que traen noticias de muerte. Jesús es portador de vida y le dice a Jairo: basta que tengas fe. La multitud se pone de parte de los emisarios de muerte y se pone a llorar; pero Jesús no hace ningún caso y sigue adelante. Cogió de la mano a la muchacha, pero a diferencia de la suegra de Pedro, no la levanta, sino que le dice: ¡levántate!, el mismo verbo Mc emplea para hablar de resurrección. En contra de lo que dice expresamente la Ley, toca a un muerto, y en vez de quedar él contaminado de muerte, da la vida al cadáver.

Una pista importante: a la niña se le llama con distintos nombres. Primero hijita, luego hija, luego niñas y por fin joven casadera. Todo un proceso de maduración psicológica que va mucho más allá de una simple resurrección. Los doce años eran el tiempo de pasar de niña a persona adulta. Psicológicamente es un momento crucial para el equilibrio psíquico. Seguramente la niña no tuvo el apoyo necesario para superar el trauma. Recuperó su vitalidad cuando encontró el marco adecuado para dar el difícil paso.

No nos engañemos, la importancia de estos relatos no está en el hecho de curar o de resucitar, sino en el simbolismo que encierran. Pensar que la obra de Jesús se puede encerrar en tres resurrecciones y en una docena de curaciones, es ridiculizar su figura. Objetivamente, los curados volverían a enfermar y entonces no estará allí Jesús para curarlos. Los resucitados volverán a morir sin remedio. Jesús no puso el objetivo de su misión en una solución de los problemas. La salvación que ofrece Jesús es para todos y en cualquier circunstancia. También para los enfermos, marginados, explotados. Si no tengo esto en cuenta, puedo pensar que la salvación de Jesús no es para mí.

En el AT queda claro que Dios no hizo la muerte. Jesús va más allá y nos dice que Dios no quiere nada negativo para el hombre. Las limitaciones son inherentes a nuestra condición de criaturas. La salvación está siempre en un plano superior y más pleno que toda limitación. Se puede dar en plenitud, a pesar de cualquier limitación, incluida la muerte. La salvación que propone Jesús libera siempre. No se trata de un premio para privilegiados sino de una oferta absoluta de Dios para todos. Esa fuerza, que Jesús era capaz de poner en marcha, está disponible para todos; lo único que tenemos que hacer es dejar que actúe. Nos puede salvar, de la misma manera que tiene poder para bloquear los procesos naturales y causar así un daño a su propio ser o/y a los demás.

En los dos casos, la multitud queda al margen de la salvación. Para Jesús, los entes de razón (multitud, pueblo, iglesia) no pueden ser objetos de salvación. Lo que le importa es la persona, porque es lo único real. Esto lo hemos olvidado y hemos cometido el disparate de sacrificar a la persona en aras de la institución. También hoy tendría que ser nuestra principal tarea el liberar a tantos seres humanos atrapadas en las interpretaciones aberrantes de Dios y de su Ley. La religión seguirá oprimiendo y esclavizando mientras seguimos dando más importancia a la institución que a la persona.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Jairo

Domingo, 30 de junio de 2024
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«No temas, basta con que tengas fe»

Otro pasaje para contemplar; para dejar volar la imaginación y disfrutar.

De regreso a Cafarnaúm, ocurrió uno de esos sucesos extraordinarios capaces de generar por sí solos una leyenda. Habían zarpado de la otra orilla del lago después del amanecer, y tras varias horas de lucha contra el viento del Oeste atracaron por fin en la pequeña rada que servía de puerto natural a esta población. Era una mañana fresca, pero despejada, como tantas otras en aquella época del año.

Al acercarse a la aldea vieron que un buen número de personas salían presurosas a su encuentro. Al parecer alguien había divisado la vela de la embarcación de Pedro y había hecho correr la noticia de su regreso. Pero habitualmente eran pocos los que salían para contemplar las maniobras de atraque o la descarga del pescado, y en este caso el grupo era numeroso y su forma de caminar hacia ellos nada tenía que ver con la de los curiosos que se acercan al puerto a pasar el rato. «Algo raro está ocurriendo», comentó Pedro.

Y tenía razón. Cuando se acercaron más, vieron que Jairo —hombre conocido por todos— se separaba del grupo y se arrojaba a los pies de Jesús balbuciendo palabras ininteligibles entre sollozos. Aquello era todavía más raro; algo muy grave tenía que estar ocurriendo para que Jairo, jefe de la sinagoga, desautorizase con su actitud a los doctores de Jerusalén que habían acusado a Jesús de pactar con Belcebú…

Pero no lograban entender sus palabras.

Jesús le cogió de los codos y lo levantó. Todos los concurrentes permanecían en silencio contemplando la angustiosa escena que se desarrollaba ante sus ojos, y todos, también, sentían una profunda lástima porque conocían la tragedia que azotaba a la familia de Jairo. Jesús nada dijo mientras aquel hombre trataba de recobrar el sosiego, pero cuando vio que los hipos y sollozos se calmaron un poco, le preguntó en aquel tono amable que siempre empleaba con los que sufrían: «¿Qué te ocurre, Jairo?»«Mi hija de doce años está muy enferma. Ven e imponle las manos para que se cure y viva».

Jesús le cogió de un hombro en señal de consuelo, y le dijo: «Vamos».

Los ojos de aquel hombre estaban enrojecidos por el llanto, sus hombros caídos, y todos sus gestos mostraban a un ser derrotado por un sufrimiento vivísimo. Jairo era una persona bondadosa, apreciada por sus vecinos, por lo que su desgracia pronto se había difundido por toda Cafarnaúm.

Entraron en la ciudad a buen paso, pues intuían que el tiempo era un factor que podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Delante del gentío marchaban Jairo y Jesús. Jairo volvía a llorar desconsolado, y Jesús le confortaba con palabras de ánimo. Por detrás se iban incorporando los vecinos que veían pasar tan triste cortejo, y el número de integrantes del grupo aumentaba sin cesar. Acuciado por la ansiedad, el paso que marcaba Jairo era cada vez más vivo, lo que provocaba carreras en la cola del grupo y apelotonamiento en su centro, pues las estrechas callejuelas por donde transitaban no estaban hechas para absorber semejante flujo de gente.

Frente a la casa del dignatario se abría una explanada de tierra compactada que servía para trillar las mieses y las legumbres. Cuando desembocó allí el gran grupo de gente —en el que ya se hallaba la práctica totalidad de los habitantes del pueblo— una mujer llorosa salió de la casa y se dirigió a Jairo, diciendo: «No molestes más al maestro; tu hija ha muerto».

Jairo se encogió como si hubiese sido alcanzado por un rayo y se echó las manos al rostro. Toda su figura reflejaba un duelo agudísimo. La gente estaba silenciosa; abrumada por la tragedia de aquel padre. De alguna forma, todos se sentían partícipes de ella y compartían su dolor. «No temas —le oyeron decir a Jesús—. Ten solo fe».

Le cogió del brazo y le empujó hacia la casa. Pedro, Santiago y Juan entraron también con ellos, pero todos los demás quedaron fuera.

La gente, preocupada y ansiosa, se arremolinaba en torno a cualquiera que pareciese poseer alguna noticia. Los hombres permanecían taciturnos mirando al suelo; las mujeres siseaban por lo bajo. Al cabo de unos minutos se abrió la puerta y apareció Jairo con la niña sana y sonriente. Le cogía de la mano con cariño, y sus lágrimas, aún abundantes, eran ahora de felicidad.

Jesús salió detrás de ellos y a él se dirigieron todas las miradas. Sabían que aquello había sido obra suya y le pedían con su mirada una explicación. Él, sonriente también, les dijo con sencillez: «Solo dormía».

Y discretamente se marchó por un costado de la casa.

Al comprobar el final feliz de este episodio, el gentío, entusiasmado, prorrumpió en un estruendoso clamor que se prolongó a lo largo de un buen rato. Luego buscaron a Jesús para encumbrarle, pero no le hallaron. Algunos dicen que se retiró al campo a orar y no regresó hasta el día siguiente. Profundo conocedor del alma humana, sabía que a su regreso la euforia del primer momento se habría aplacado y las cosas habrían vuelto a la normalidad.

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿Andamos por la vida entre miedos o nos movemos impulsados por la fe?

Domingo, 30 de junio de 2024
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talita-cumi550Marcos 5,21-43

Desde la situación en que estemos, nuestra fe nos pone en camino para ir a Jesús, un camino marcado por la confianza en Él, único Señor de la vida.

Escuchemos, como si fuera la primera vez que lo oímos, este relato cargado de imágenes y datos concretos, que facilita la visualización de lo que está narrando con frases claras y contundentes, que puede suscitar interés desde el inicio:

“Mi niña está en las últimas”, “Mucha gente que lo apretujaba” “Lo había gastado todo” “Se acercó asustada y temblorosa” “Se reían de él”  “La niña no está muerta está dormida” “Con solo tocarle el borde del manto”…

Nos introduce, sin mucho esfuerzo en la vida de dos personajes muy distintos:

– Una mujer sin nombre, de la que solo sabemos que está enferma. No podemos pensar en alguien en peor situación en Israel entonces: mujer, con una enfermedad de mujeres que la hace impura, marginada de la vida familiar y social, arruinada y desahuciada de los médicos

– Jairo, un hombre, citado con su nombre y categoría social, afirmando su rectitud y valía, que no teme por su vida sino por la de su hija seriamente enferma.

Ambos, es lo que afirma el evangelio, son testigos de una fe grande en Jesús y desde esta fe y su propia realidad se ponen en movimiento: La mujer sola, en silencio, asustada  y temblorosa se arriesga a saltarse las normas y acercarse a Jesús por detrás, convencida de que con el gesto de tocarle solo el manto en secreto, Él puede salvarla y la salvará de la enfermedad devolviéndole la vida.

Jairo se acerca de frente, acompañado, se presenta a Jesús, se postra ante Él, expresa su dolor y pide confiado su intervención. Escucha como Él le responde y se ponen en camino juntos acompañados, arropados, por mucha gente.

Caminos de fe muy distintos, tan ricos en matices que nos permiten sentirnos identificados con alguno de ellos en muchos momentos de nuestra vida. Pero ambos, caminos de fe seria y comprometida. Por eso el final es el mismo: Jesús les devuelve la paz, la salud, la vida, porque solo Él es el Salvador, el Señor, el Dios de la vida para todos. Esta es la afirmación, el mensaje central del evangelio.

Y ante esta afirmación lo que se nos plantea es la hondura de nuestra fe. ¿Creemos en Jesús? ¿Qué es lo que significa realmente para mí, en mi vida diaria, creer en Jesús? ¿Hasta donde llega mi confianza en Él? ¿Cómo es mi acercamiento a Jesús, en qué momento o situaciones lo hago?

En definitiva, ¿confío en Él cuando me siento como la mujer anónima, sola, que ve su vida sin salida, sumida en la enfermedad, en el fracaso, en situaciones de aislamiento o de muerte? ¿Y sigo confiando en Él cuando me siento como Jairo, con nombre y responsabilidad en la iglesia, en la comunidad parroquial, en la familia, con necesidad de clamar por otros, mi hija, mis proyectos, mis sueños… que parecen muertos aunque Jesús opina que solo están dormidos?

Jesús contrapone como en otras muchas ocasiones dos cosas importantes el miedo y la fe: “No tengas miedo, tan solo ten fe”.No tengas miedo a los que te van a echar si te ven acercarte a Jesús, por impura, por poco ortodoxa, por distinto, por mujer… No tengas miedo a los que te juzgan, critican y marginan. No tengas miedo a los que te dicen que dejes en paz al maestro que el proyecto ya está muerto, que no hay nada que hacer, que hay que aceptar resignadamente las “cosas como son en estos tiempos”…

Tan solo ten fe ante tu hija que parece muerta, ante tu obra de toda la vida que parece fracasada, ante los esfuerzos y entregas no reconocidos…  Ten fe ante tu propia impotencia, vulnerabilidad y a veces desanimo…

Pero, ¿cómo sabemos que realmente tenemos fe? Si, como la mujer o como Jairo, estemos donde estemos, nos ponemos en camino para ir a Jesús. Un camino marcado por la confianza que no se sostiene en lo que pasa, o en cómo evolucionan las cosas, sino solo en la fe en Jesús. Como dice el profeta “Aunque la higuera no eche yemas y las vides no den fruto… aunque no haya vacas en el establo y se acaben las ovejas del redil… Con todo, yo me alegraré en el Señor y me gozaré en el Dios de mi salvación.” (Habacuc 3, 17)

Y al final, en estos como en todos los milagros, Jesús afirma Tu fe te ha salvadote ha curado, te ha dado la paz, te ha devuelto la vida. Esa fe que es un don de Dios, sin duda. Pero también una tarea nuestra cuidar y alimentar.

Pidamos al Señor este domingo que nos saque de nuestros miedos y aumente nuestra fe.

 

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

Fuente Fe Adulta

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La vida no está amenazada

Domingo, 30 de junio de 2024
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IMG_5677Domingo XIII del Tiempo Ordinario

30 junio 2024

Mc 5, 21-43

En cuanto reducimos la vida a “algo” -un objeto o contenido de la consciencia-, empezamos a verla como una realidad impermanente y fugaz. La pensamos como la cara opuesta a la muerte, como si constituyeran dos polos absolutamente contradictorios que se eliminarían mutuamente. Con tal planteamiento, no es extraño terminar asumiendo, como absolutamente cierta, la idea de que la vida se halla constantemente amenazada.

Ahora bien, cuando comprendemos que la vida no es “algo”, sino -como la consciencia- lo único realmentereal, un proyecto inteligente y autodirigido en despliegue incesante, nuestra visión se modifica por completo.

Advertimos entonces que la muerte no es lo opuesto a la vida, sino al nacimiento. Que el nacer y el morir son sencillamente formas que la vida adopta. Y que la vida no corre nunca peligro ni está expuesta a ninguna amenaza. La vida es lo que es, en realidad -y hablando con rigor- lo único que realmente es.

Ahora bien, que la vida no esté amenazada no significa en absoluto que a nuestros yoes les vayan las cosas como pretenden, ni que se satisfagan sus expectativas. En cuanto formas impermanentes, los yoes se verán sometidos a altibajos y vaivenes de todo tipo -como cualquier otra forma-, padecerán cambios y pérdidas y terminarán en la muerte.

Hablamos con propiedad cuando decimos que somos Vida -el autor del cuarto evangelio lo pone en boca de Jesús en varias ocasiones-, pero el sujeto de tal expresión no es el yo particular que, envanecido, habría terminado absolutizándose. No; el sujeto que afirma ser vida solo puede ser el YO universal, ese “Yo” que todos los seres compartimos.

Y ahí nos topamos una vez más con nuestra paradoja: vistos desde un lado, somos el yo particular que se desenvuelve en el mundo de las formas: esa es nuestra personalidad; vistos desde el otro, somos vida, o mejor, la Vida es en nosotros: esa es nuestra identidad. ¿Con qué nos identificamos realmente? De ello dependerá todo lo demás.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Buena muerte no es eutanasia sino esperanza.

Domingo, 30 de junio de 2024
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resurreccion-de-la-hija-de-jairo_thumbDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- La muerte en la existencia humana

Probablemente el gran problema de la vida sea la muerte.

Las lecturas de hoy  nos emplazan ante el problema de la muerte: Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes (Sabiduría, 1ª lectura). la resucitación de la hija de Jairo, así como la sanación de aquella mujer que perdía la vida  (hemo-reo) en el Evangelio. (En la antropología bíblica perder la sangre era perder el “alma”, la vida).

02.- La muerte y la vida presente en todas las culturas.

        El problema de la muerte ha estado y está presente en todas las culturas y religiones, al menos hasta nuestros días. Y es que donde hay un ser humano, está el problema de la muerte.

          El mundo animal no entierra.

        Pero ya en Atapuerca y en muchas etapas de la evolución del ser humano, enterraban. Lo cual significa que ya desde esos comienzos de la hominización la muerte no es meramente un asunto biológico, sino humano. En un enterramiento, ya en Atapuerca, hay sentimientos, hay esperanza y por ello hay ritos, símbolos, algún tipo de celebración.

     Los egipcios desplegaron una gran cultura-religión sobre la muerte: las grandes sepulturas en las pirámides, y en las pequeñas sepulturas con sus ritos, vasijas, alimentos-comidas funerarias, etc. En el mundo más oriental han cultivado la reencarnación, el karma, la transmigración de las almas, la cremación con carácter religioso.

          Leía en Religión Digital que en los últimos doce meses (2023-2024) en Japón, el 70% de la población ha ofrecido comida, agua o bebidas para honrar o cuidar a sus antepasados. En Vietnam, el 86% de la población ha realizado este ritual en el último año.

           La civilización incaica también tenía sus ritos y su tratamiento de la muerte. Occidente, nuestra cultura, la filosofía y cultura griegas vivió la muerte desde la inmortalidad del alma. Israel, el pensamiento bíblico terminaron –no sin esfuerzo- llegando a la fe en la resurrección.

        Curiosamente hoy todo esto casi ha desaparecido de nuestra mentalidad, de nuestras costumbres.

        La muerte ha pasado de manos de la tradición, de la religión, de la fe a la “mortuary business” (el negocio mortuorio).

        La civilización actual elimina la muerte como problema muerte mejor no planteársela porque casi “no existe”, ni se sabe ya lo que es una buena muerte o, mejor: se entiende por buena muerte, una “buena eutanasia”.

        Recientemente, en 2023, G. Lohfink (buen teólogo alemán fallecido este mes de junio de 2024) publicaba un libro con un título provocativo: “Al final ¿la nada? Sobre la resurrección y la vida eterna”, en el libro plantea el problam de la muerte y de la vida, de lo que nos cabe esperar.

        Hoy eliminamos pronto y rápidamente la cuestión.

“Esperemos que se apruebe la eutanasia y se terminó la conversación”.

        Sin embargo el ser humano siempre tiene -tenemos-  nostalgia de vida y de vida plena. La muerte siempre aflora en nuestra existencia, en nuestras preocupaciones.

        Eliminar la muerte del campo de visión del ser humano, no es humanizar la vida.

        Una persona adulta tiene que habérselas -tenemos que habérnoslas- con la muerte y no como mero hecho biológico – médico.

03.- Una buena muerte.

        En nuestra tradición cristiana siempre ha existido el deseo y la oración por una buena muerte.

        Hoy también se habla del derecho a una muerte digna. Pero se dicen cosas muy distintas.

        La sola eutanasia no es ayudar a una buena muerte

        Los cuidados paliativos están muy bien, aliviar el dolor es algo muy noble. Paliar el dolor es ser buenos samaritanos en la vida y en la muerte.

        Aante el problema de la muerte, para ayudar a “bien morir” -como decía la fe de nuestros mayores- lo más importante no es la sedación, sino un puñado de amor y otro de esperanza. Una buena muerte es morir con esperanza.

        Demis Roussos lo cantaba espléndidamente:

        Si tengo que morir querré que estés ahí.
Sé que tanto amor me ayudará a descender al más allá.

Entonces diré adiós sin miedo y sin dolor
           En la soledad reviviré los años de felicidad.
           Para cruzar el umbral No deseo nada más

04.- Mi vida está en manos de Dios.

        Claro que todo esto requiere un humus de fe y esperanza en nuestro  Dios, que es Dios es de vida, que no quiere la muerte.

+      El hijo pródigo estaba muerto y volvió a la vida.

+      Jairo, el jefe de la sinagoga, confiaba en que Jesús devolvería la vida a su pequeña hija.

+      La mujer -hemorroísa [1]– que perdía la vida, creía que Jesús podía devolvérsela..

+      Jesús resucita al hijo de la viuda de Naím.

+      La familia de Lázaro, Marta y maría (la iglesia naciente) creían en que Jesús podía conferir vida a Lázaro.

+      El buen ladrón muriendo con Jesús en la cruz, le pide a Jesús que se acuerde de él cuando esté en la vida, en el Reino.

+    Desde el principio existía la vida…

        Quizás no podemos, no sabemos decir más: Dios ama la vida y nos quiere para la vida. Lo que sabemos del después de la muerte  es desde la fe. Por eso nuestro humilde actitud ante estas cosas sea la de confiar.

Mi espiritualidad a este respecto es la de unos salmos -personas orantes- del AT que confían en el Señor.

Salmo 16,9-11

v 9.       Yahvé es  mi bien … Por eso descanso en paz y confiado.

v  10     Dios no abandonará mi vida en el sheol (lugar de los muertos), no dejarás a tu fiel amigo conocer la fosa. (corrupción / muerte).

v  11      Me enseñarás el camino de la vida. Me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha

Salmo 49

v 16        Pero a mí (al salmista) Dios me salva: Dios rescatará mi vida, mi alma (me llevará consigo) de las garras del sheol (abismo) y me llevará consigo.

v 23        Yo siempre estaré contigo, tú agarrarás mi mano derecha.

v 24      Me guiarás según tus planes y me llevas  a un destino glorioso y al final en la gloria me tomarás.

Salmo 73

v 23            Yo siempre estaré contigo, tú agarrarás mi mano derecha.

v 24            Me guiarás según tus designios y me llevarás  a un destino feliz y al final en la gloria me tomarás.

        Mejor declinamos una curiosidad a la que no podemos responder: “dónde” ocurrirá, “cómo” será, “dónde” acontecerá…

        No lo sabemos. Lo que sucede después de la muerte solamente lo sabemos por la fe.

Solamente en Dios confía mi alma
Me basta con eso.

[1] Hemo: sangre (hematíes) / reo: correr (hemo – ragia).

hemorroisa_cortada

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“La curación de la hemorroísa como preanuncio de una iglesia sin exclusión en razón del sexo”, por Consuelo Vélez

Domingo, 30 de junio de 2024
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artworks-000121602575-x6rh7u-t500x500De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del domingo XIII del Tiempo Ordinario 30-06-2024

La hemorroisa pasa por encima de las normativas de su tiempo y toca el borde del manto de Jesús

Y su curación fue fruto de su acción, de su osadía, de su persistencia para buscar la salud; actitud que Jesús alaba

Si Jesús fue capaz de reconocer el poder de la mujer para la restitución de su dignidad, no menos tiene que hacer la institución eclesial frente a las peticiones de las mujeres

Cuando Jesús pasó otra vez en la barca al otro lado, se reunió una gran multitud alrededor de Él; y Él se quedó junto al mar.

Y vino uno de los oficiales de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle se postró a sus pies. Y le rogaba con insistencia, diciendo: Mi hijita está al borde de la muerte; te ruego que vengas y pongas las manos sobre ella para que sane y viva.

Jesús fue con él; y una gran multitud le seguía y le oprimía. Y una mujer que había tenido flujo de sangre por doce años, y había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía sin provecho alguno, sino que, al contrario, había empeorado; cuando oyó hablar de Jesús, se llegó a Él por detrás entre la multitud y tocó su manto. Porque decía: Si tan sólo toco sus ropas, sanaré. Al instante la fuente de su sangre se secó, y sintió en su cuerpo que estaba curada de su aflicción.

Y enseguida Jesús, dándose cuenta de que había salido poder de Él, volviéndose entre la gente, dijo:

 + ¿Quién ha tocado mi ropa?

Y sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te oprime, y dices: “¿Quién me ha tocado?”
Pero Él miraba a su alrededor para ver a la mujer que le había tocado.

Entonces la mujer, temerosa y temblando, dándose cuenta de lo que le había sucedido, vino y se postró delante de Él y le dijo toda la verdad.

Y Jesús le dijo:

+ Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz y queda sana de tu aflicción.

Mientras estaba todavía hablando, vinieron de casa del oficial de la sinagoga, diciendo: Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas aún al Maestro?

Pero Jesús, oyendo lo que se hablaba, dijo al oficial de la sinagoga:

+ No temas, cree solamente.

Y no permitió que nadie fuera con Él sino sólo Pedro, Jacobo y Juan, el hermano de Jacobo. Fueron a la casa del oficial de la sinagoga, y Jesús vio el alboroto, y a los que lloraban y se lamentaban mucho. Y entrando les dijo:

+ ¿Por qué hacen alboroto y lloran? La niña no ha muerto, sino que está dormida.

Y se burlaban de Él. Pero Él, echando fuera a todos, tomó consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con Él, y entró donde estaba la niña. Y tomando a la niña por la mano, le dijo:

+ Talita Kum (que traducido significa: niña, a ti te digo, ¡levántate!).

Al instante la niña se levantó y comenzó a caminar, pues tenía doce años. Y al momento se quedaron completamente atónitos. Entonces les dio órdenes estrictas de que nadie se enterara de esto; y dijo que le dieran de comer a la niña (Marcos 5,21-43)

 El evangelio de hoy tiene como protagonistas a una niña y a una mujer. La primera no tiene un papel activo, sino que es su padre el que pide para ella la curación. La segunda es protagonista de su propia curación. Si recordamos los evangelios que hemos comentado durante este año, a excepción de las mujeres a quienes Jesús se apareció en su resurrección, no hemos considerado otros pasajes en que las protagonistas sean mujeres. De ahí que el género femenino esté tan invisibilizado en la vida de fe. Los mismos escritores sagrados privilegiaron el protagonismo de los varones en la iglesia naciente y la predicación posterior ha contribuido a prestar más atención a dicho protagonismo que al de las mujeres. Pero el texto de hoy es supremamente significativo, especialmente, el texto de la hemorroisa. Ella se presenta como una mujer que transgrede las reglas de pureza de su tiempo. Por su condición de enferma con flujo de sangre no debería haber tocado a nadie y, menos a un varón. Pero ella pasa por encima de esas normativas y toca el borde del manto de Jesús. Y la curación es fruto de esa acción, de su osadía, de su persistencia para buscar la salud. Jesús no tiene más que palabras de alabanza hacia ella: “Hija, tu fe te ha sanado, vete en paz y queda sana de tu aflicción”.

Así hemos sido las mujeres en la historia. De una historia de siglos de subordinación, muchas mujeres han levantado su voz y, sin importar las consecuencias que sufrieron por tal osadía, abrieron las puertas para que hoy las mujeres tengamos derechos y sigamos pidiendo la eliminación de todo tipo de discriminación en razón del sexo. En la historia de la Iglesia la situación no ha sido muy distinta. La lectura literal de pasajes relativos a la mujer y su invisibilización, como dijimos antes, han llevado a una exclusión de las mujeres de las esferas de decisión y de los ministerios ordenados. Pero estas figuras bíblicas, como la hemorroísa que hoy recordamos, han contribuido a empoderar a las mujeres cristianas y ha exigir también, dentro de la iglesia, la superación de todas las exclusiones en razón del sexo. No esta siendo fácil la tarea y el sínodo de la sinodalidad que está llevando a cabo, lo está mostrando una vez más. Las peticiones hechas por las mujeres en la etapa de consulta han ido diluyéndose y, en la actualidad, solo queda en firme, la petición por el diaconado femenino. Sin embargo, frente a esta petición hay bastantes voces en contra. Pero nadie puede impedir que sigamos tirando del manto de la institución eclesial y, confiamos que, lleguen a entender que, si Jesús fue capaz de reconocer el poder de la mujer para la restitución de su dignidad, no menos tiene que hacer la institución eclesial frente a las peticiones de las mujeres. Deseamos que así suceda y seguimos en pie procurándolo.

Sobre la hija de Jairo, lo importante es reconocer la fe que se pone en acto también en este milagro, en ese caso por parte de un varón. Cuando ya la niña muere, la multitud le dice a Jairo que ya no moleste más al maestro. Pero el mismo Jesús es quien sale al paso, va hasta la casa y la revive. Una vez lo que está en juego es la fe que es capaz de conseguir lo imposible. Este milagro también podría ayudar para el empoderamiento de las mujeres. Ni la muerte de la niña, impide que Jesús le devuelva la vida. En nuestro caso, ni la negativa durante siglos a conferir a las mujeres el lugar igualitario con los varones, podrá impedir que algún día sea posible una iglesia de ministerios compartidos, de decisiones tomadas por todo el pueblo de Dios, de reconocimiento pleno de la dignidad fundamental de todo el pueblo de Dios y su sentido de la fe (sensus fidei) para tomar las decisiones necesarias para cada presente. Que el evangelio nos fortalezca para seguir pidiendo una reforma de la iglesia en el que una condición indispensable es el lugar de las mujeres en ella, con su plena participación en todas las instancias, en todos los ministerios.

(Foto tomada de: https://familiafranciscana.com/2018/06/24/la-hija-de-jairo-y-la-hemorroisa)

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Ella le dijo toda la verdad… (Mc 5,33). La maestra de Jesús

Martes, 29 de junio de 2021
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9e85a5a5-05ba-4033-8513-5dc464ea053bDel blog de Xabier Pikaza:

La iglesia posterior ha negado, en general, la palabra a la mujer, y sólo ha reconocido palabras de hombres varones, conforme a una mala glosa de un revisor de San Pablo (1 Cor 14, 34). Pero en el principio no fue así: Según el evangelio de Marcos, en 5, 33, como en 7, 28;14, 3-9 y 16, 1-8, la primera palabra en la iglesia ha sido siempre de mujeres.

La que hoy comento (y ella le dijo toda la verdad) se sitúa en el contexto del “milagro” de la hija del archisinagogo y de la hemorroísa, que ayer presenté en RD con ocasión del evangelio del domingo (27.6.21, cf. Mc 5, 21-43).

A fin de curar a la “hija” de 12 años del archisinagogo, Jesús tuvo que curar  primero la hemorroísa, que llevaba doce años encerrada por una ley de varones “religiosos” que le prohibían ser libre y expresarse, a través de un “milagro” ostentoso, pidiendo a la mujer que diga toda la verdad, la de su vida, la del judaísmo, la de la iglesia

Jesús cura a la hemorroísa, pero necesita que ella cuente “su historia” ante todo, que enseñe (proclame) ante todos ante todos su verdad.  Por eso le llama, le pide (le exige) que hable y diga su verdad, para aprender él  y para que aprendan todos (archisinagogos, jerarcas, pueblo)… Y, a pesar de que tiene miedo de todos aquellos, esa mujer cuenta su vida, les enseña toda la verdad.   

    | X Pikaza

Introducción

Jesús necesita saber la verdad de esta mujer, su experiencia de enferma y oprimida por una ley falsamente religiosa de varones, para seguir así curando, creando iglesia. Para responderle,  ella no saca la Misná judía ni lo que dice un tipo de pretendido dogma o catecismo  oficial sobre las mujeres (¡eso a Jesús no le importa, ya se lo sabe!). Esta mujer hace algo mucho más profundo: Cuenta a Jesús y a todos sus acompañantes su verdad de oprimida y hemorroísa, no solamente su anécdota particular de “tocadora” (buscadora) de un Jesús de carne, sino su verdad universal de mujer oprimida que quiere ser curada

            El texto dice que ella le cuenta toda la verdad (con eipen: la verdad se narra, no se demuestra con teorías inventadas) toda la verdad (pasan tên alethêian). No hay en el evangelio, ni en el Nuevo Testamento, ni en toda la historia de la Iglesia una “palabra” (una confesión) más importante que ésta. Sólo una mujer tiene y dice “toda la verdad”, ante el Dios de Cristo y de la Iglesia, y sólo tras escucharla y aprenderla, Jesús podrá seguir curando a la niña enferma del eclesiástico y a todos los demás.

            Hasta el día de hoy (año 2021), en su conjunto,  la iglesia no ha sabido (o querido saber) la verdad que cuenta (confiesa) esta mujer. He comentado este pasaje en un libro sobre la Familia en la Biblia  y en un comentario de Marcos.  Desde ese fondo, con la ayuda de dos comentarios de mujeres (de M. Navarro  y E. Estévez) quiero comentar este evangelio.

 Mujer con hemorragia (5, 24b-29) ( [1] )

             Mc 5 24b…. Y mucha gente lo seguía y lo estrujaba, 25 y una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, 26 y que había sufrido mucho con muchos médicos y había que gastado todo lo que tenía, sin provecho alguno, yendo más bien a peor, 27 habiendo oído hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. 28 Pues se decía: Si logro tocar aunque sólo sea su manto, quedaré curada. 29 E inmediatamente se secó la fuente de su sangre y supo por su cuerpo que estaba curada del flagelo.

Según la Misná judía y gran parte de la práctica eclesiástica cristiana, esta mujer es fuente y foco de impureza (¡tiene que  estar escondida en una casa de “arrecogías”, como monjas de clausura a la fuerza!), pero ella sale y avanza escondida y miedosa, en medio del gentío, pues si la reconocen tienen que expulsarla del grupo, haciendo un hueco en su entorno o incluso apedrearla.

            Nadie puede ponerse en contacto con ella, ni tocar sus pertenencia personales. Es una muerta viviente, expulsada de la sociedad y condenada a su propia soledad impura, por causa de una ley religiosa, defendida con celo por las «sinagogas» (por los archisinagogos, como éste al que Jesús acompaña). Pues bien, esta mujer, que no ha podido ser curada por la medicina (5,26), no se ha resignado a vivir como lo manda la ley israelita.

            Es persona sin familia. Conforme a la ley sacral judía, su condición de hemorroísa (mujer con hemorragia menstrual permanente) le expulsa de la sociedad: no puede tener relaciones sexuales ni casarse; no puede convivir con sus parientes ni tocar a los amigos, pues todo lo que toca se vuelve impuro a su contacto: la silla en que se sienta, el plato del que come…

  Es mujer condenada a soledad, maldición social y religiosa; pero ella se arriesga y sale para “tocar” y decir su verdad a Jesús. En este contexto,  el milagro de Jesús consiste en dejarse tocar, ofreciéndole un contacto purificador, contacto de persona a persona, de varón a mujer, de Dios con la humanidad. En el fondo del relato hay un recuerdo histórico (forma de actuar de Jesús) y una experiencia eclesial (la comunidad cristiana ha superado las normas de pureza humana y sexual del judaísmo) [2].

Jesús no la ayuda con el fin de llevarla después a su grupo; no le dice que venga a sumarse a la “familia” de sus seguidores, sino que hace algo previo: la valora como mujer, acepta el roce de su mano en el manto, ofreciéndole el más fuerte testimonio de su intimidad personal; le anima a vivir y le cura, para que sea sencillamente humana, persona con dignidad y para que construya el tipo de familia que ella misma decida. No la quiere convertir en nada (a nada) sino capacitarla para que ella sea, al fin y para siempre, humana. Socialmente impura era esta hemorroísa: rescatarla para la humanidad, para las relaciones personales, para la familia, esta ha sido una conquista capital del evangelio [3]:

 — Era hemorroísa desde hace 12 años (5, 25). Nadie podía acercarse a su cuerpo, compartir su mesa, convivir con ella. Como solitaria, aislada tras el cordón sanitario y sacral de su enfermedad, vivirá en la cárcel de su impureza femenina. No puede curarla la ley, pues la misma ley social y sacral la ratifica como enferma. Por eso no puede acudir a los escribas ni a los sacerdotes para curarse. Vive sin esperanza de curación humana, pues tampoco los muchos médicos (pollôn iatrôn; 5, 26) fueron incapaces de curarla. Lo ha gastado todo en sanidad y no ha sanado, como dice con ironía el texto [4].

Es mujer solitaria, pues su mismo “tacto” ensucia lo que toca, pero tiene un deseo de curarse que desborda el nivel de los escribas de Israel y de los médicos del mundo.Lógicamente, su misma enfermedad se expresa como búsqueda de “contacto” personal. Ha oído hablar de Jesús y quiere entrar relacionarse con él, de un modo personal, a nivel de “cuerpo”: ¡Si al menos pudiera tocar su vestido! (cf. 5, 27-28). No puede venir cara a cara, no puede avanzar a rostro descubierto, con nombre y apellido, mirando a los ojos a la gente que la estruja, porque todos tenderían a expulsarla, sintiéndose impuros a su roce. Por eso llega por detrás (opisthen), en silencio (5, 27).

 — Es mujer que conoce y sabe con su cuerpo (5, 29). Toca el manto de Jesús y siente que se seca la fuente “impura” de su sangre, se sabe curada. Alguien puede preguntar: ¿Cómo lo sabe? ¿De qué forma lo siente, así de pronto? ¿No será ilusión, allí en medio del gentío? Evidentemente no. Ella lo sabe por su cuerpo (egnô tô sômati…), que es la fuente y verdad del primer conocimiento. Los hombres tienden a conocer “a través de leyes” o por medio de razonamientos. Esta mujer, en cambio, conoce por su cuerpo, es decir, a través de la sensación interior por la que se expresa su corporalidad más honda.

             El conocimiento intelectual y racional resultan en este caso secundarios. En el fondo de su vida, hombres y mujeres conocemos a través de la sensación, es decir, a través del cuerpo, de manera que podemos afirmar que somos “inteligencia sentiente”. Pues bien, frente a todas las razones religiosas de los escribas y sacerdotes de Israel, Jesús quiere volver y vuelve a este nivel más hondo de conocimiento corporal, que es fuente de salud humana, el principio de toda religión. En ese nivel, lo que importa de verdad es que ella sepa con su cuerpo, se sepa curada, que pueda elevarse y sentirse persona, rompiendo la cárcel de sangre que la tenía oprimida, expulsada de la sociedad por muchos años. Por eso es decisivo que sepa, se descubra limpia en contacto con Jesús. Así dice Marcos que ella “conoce por su cuerpo” [5].

El mismo gesto de esconder su enfermedad y avanzar entre el gentío, corriendo el riesgo de tocar a unos y otros a su paso, era una especie de protesta religiosa. Esta mujer no se había resignado a vivir condenada y aislada, como un cadáver ambulante, porque así lo diga una ley regulada por los sabios varones de su pueblo. Sin duda, ella iba rozando a muchos y expandiendo a todos (según ley) su contagio de impureza legal, pero nadie se daba cuenta, mostrando así la impotencia de esa ley (pues si todos están contagiados nadie lo está). Sólo Jesús advierte el toque «profundo» de la mujer, que no se atrevía ni a rozar su cuerpo, ni a tomar su mano, sino que le ha bastado con rozar manto (5,28) [6].

Jesús, la fuerza sanadora de Dios (5, 30-32)

Mc 5, 30 E inmediatamente, Jesús, conociendo en sí mismo la fuerza que había salido de él, volviéndose a la muchedumbre, preguntó: ¿Quién ha tocado mi manto? 31 Y sus discípulos le replicaron: Ves que la gente te está estrujando ¿y preguntas quién me ha tocado?

La salvación aparece así a nivel de contacto personal, como muestra el gesto de Jesús que busca a la persona que le ha tocado, y la conversación que sigue, que nos conduce al centro del poder purificador del evangelio. Jesús conoce “en su cuerpo” la fuerza que ha salido de él, lo mismo que la mujer ha conocido “en su cuerpo” la curación que ha recibido. Eso significa que Jesús es una persona en comunicación, un cuerpo que se pone en contacto con otros otros, de hombres y mujeres, en un nivel de solidaridad profunda y de acción transformadora, antes de toda racionalización. A partir de este “conocimiento” se entiende la conversación:

1) Jesús: «¿Quién ha tocado mi manto?» (5,30). Pregunta así porque sabe que él se ha puesto en contacto sanador (de solidaridad personal) con otro cuerpo/persona, a través de un manto, un vestido que mantiene su intimidad (le permite resguardad lo más profundo), pero que, al mismo tiempo, le comunica con los otros, haciendo así posible que todos le miren y le toquen. No pregunta “qué” me ha tocado (como si fuera una cosa), sino tis, es decir, quien, una persona. Notemos que no pregunta por aquellos que le han tocado en general, en roce de tipo ordinario. Quiere saber quién le ha tocado precisamente el manto, aludiendo de esa forma al simbolismo ya indicado del manto nupcial, pero, sobre todo, al signo de la comunicación corporal.

2) Los discípulos no entienden (5,31). Piensan que Jesús alude al toque ordinario de aquellos que caminan a su lado y le empujan u oprimen por curiosidad o falta de espacio. No conocen el poder de su vida (de su cuerpo), ni saben distinguir los roces de la gente: quedan en el plano físico de la gente que aprieta, en un nivel de encuentros materiales, como si fueran simples “cosas”. A diferencia de ellos, la mujer entenderá (5, 33). Sabe lo del manto y conoce el movimiento de su cuerpo sanado (conoce a nivel de corporalidad humana, no de contacto de cosas) [7].

3) Jesús, en cambio, distingue y reconoce que éste ha sido un roce de mujer (es decir, de una persona distinta, que en aquel contexto ha de venir escondido), pues el texto dice que,  antes de verla y conocerla externamente, se ha vuelto para descubrir tên touto poiêsasan, es decir, para ver a “la” que había hecho esto (5, 32), sabiendo que la persona que le ha tocado sólo podía ser una mujer creyente, alguien que cree en el poder liberador del contacto corporal (en contra de aquellos que le habían condenado por ley a ser impura). Éste es el principio de su gesto posterior (de su palabra de curación): Una mujer “distnta” (que según Ley debía alejarse de todos) le ha tocado, y él se deja tocar [8].

             El texto nos sitúa así ante el contacto de dos cuerpos. (a) El de una mujer que se encuentra expulsada de la sociedad y declarada impura por su trastorno de sangre. (b) Y el de Jesus que irradia pureza y purifica a la mujer que le ha tocado,  vinculándose a ese plano con la hemorroísa. Sólo ellos dos, en medio del gentío de curiosos legalistas, se saben hermanados por el cuerpo.

Al “tocar” a Jesús, ella le ha enseñado algo que quizá Jesús antes no sabía (o no había pensado expresamente): Que no hay un “cuerpo impuro” de mujer; que igual que ha podido “limpiar” al leproso (1, 39-45), él puede y debe curar a la mujer menstruante, declarada por otros impura. Al “tocar” a Jesús, esta mujer ha declarado que quiere ser pura y que lo es. Ésta es su verdad, es la primera palabra de esta mujer-persona, que quiere dejarse curar por el Dios de Jesús…, que conoce en el fondo a Jesús mejor que todos los hombres que le siguen y manejan, como son al archisinagogo y los mismos discípulos, que gobernarán después su iglesia. Al sentirse “tocado” en su cuerpo, Jesús descubre y declara que esta mujer está limpia.

Nos hallamos, por tanto, ante un “con-tacto” personal primigenio y salvador, ante el roce de dos cuerpos que no se rechazan, un roce humano, primigenio, de reconocimiento y de aceptación “mesiánica”, es decir, personal. A ese nivel ha tocado la mujer a Jesús; a ese nivel ha aprendido Jesús que ese “toque” no es impuro, no mancha. Jesús descubre así que, más allá de los que aprietan y oprimen de manera puramente física, le ha tocado una persona pidiendo su ayuda; evidentemente, él se la ha dado.

            Jesús se ha dejado sorprender por el “toque” de esta mujer  (que es como el “toque” sorprendente de Dios, del que han hablado algunos místicos, como Teresa de Jesús). Esta mujer ha “tocado” a Jesús en lo más hondo de su vida (de su persona), y él se ha dejado “tocar”, no ha rechazado su roce más hondo, y por la ha buscado con insistencia, logrando que ella venga, a la vista de todos, y se postre (pros-epesen)  a sus pies, como el archisinagogo se había postrado, confesando así el poder de Jesús, que le  ha “obligado” a confesar abiertamente lo que ha hecho (le ha tocado), declarando toda la verdad (pasan tên alêtheian), que es la verdad de su dolencia y de su curación (5,33).

            Esta mujer era invisible, estaba encerrada en la cárcel de su impureza (es decir, de la impureza y falta de palabra que habían impuesto sobre ellas los varones “falsamente religiosos” de un judaísmo de ley o de un cristianismo de derecho de varones), sin que nadie pudiera tocarla, ni ella tocar a nadie, bajo amenaza de fuerte condena. Por eso ha venido a escondidas, con miedo, pues quien la viera podía castigarla (5, 27). Pero Jesús se ha dejado tocar, y quiere decir ante todos lo que ha pasado, haciendo que ella pueda romper ese ocultamiento vergonzoso, hecho de represiones exteriores y miedos internos, que ahora podrá ya superar abiertamente.

Una mujer que cuenta toda la verdad (5, 32-34)

32 Pero él (Jesús) miraba alrededor para ver quién lo había hecho. 33 Pero la mujer, temerosa y temblorosa, conociendo lo que le había pasado, vino y se postró ante él y le dijo toda la verdad34. Él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu flagelo [9].

Jesús necesita que ella cuente toda la verdad (no sólo su verdad particular, sino toda la verdad del evangelio). En otras ocasiones, Jesús había pedido a los curados que no dijera nada, para que el “milagro” no rompiera el secreto mesiánico, ni pudiera convertirse en propaganda mentirosa sobre su persona (cf. 1, 34. 44; 3, 12).

Pero, en esta ocasión, él pide a la mujer que salga al centro y cuente a la muchedumbre lo que ha sido su vida en cautiverio y cómo ha conseguido la pureza de su cuerpo. De esa forma, le concede (o, mejor dicho, le devuelve) la palabra, para que así ella pueda mostrar en la plaza pública, ante todos los hombres legalistas y de un modo especial ante el Archisinagogo, lo que fue el tormento de su vida antes clausurada en la “impureza” que le imponían los demás, y lo que es la gracia de la curación que Jesús le ofrece.

Esta mujer viene a presentarse así como la primera maestra de la Iglesia, la doctora que enseña a Jesús, la el “ministro” superior de la palabra en la iglesia. Todos los dogmas posteriores de concilios y papas han sido y seguirán siendo secundarios. Esta mujer es la primera doctora  y maestra de la Iglesia de Jesús, porque ha sido maestra de Jesús.

            Es ella la que tiene que decirlo  (decirse a sí misma): tomar su palabra de mujer y persona, proclamando ante todos su experiencia, para que así descubran, por su palabra, apoyada por Jesús, que ella no es impura. Es una mujer que conoce lo que le ha pasado (eiduia ho gegonen autê, 5, 33) por su propio cuerpo (5, 29), una mujer que puede elevarse ante todo y declarar lo que había en el fondo de su exclusión, sin estar ya sometida a lo que otros dicen de ella a través de sus leyes.

Así dice toda  la verdad (pasan tên alêtheian, en absoluto)ante los varones de la plaza (y en especial ante el Archisinagogo, enseñándoles así con su propia experiencia. Ésta es la meta de la curación, éste es el principio de la iglesia mesiánica, que surge allí donde las mujeres pueden y deben decir lo que sienten y saben, lo que sufren y esperan, en una historia que deben oír los varones.

Ella cuenta y él ratifica lo que ha dicho esta mujer. De manera muy significativa, Jesús no añade nada, no se pone por encima de ella. No se atribuye la curación, no quiere ponerse en primer plano, sino que confirma, de manera cercana y personal, lo que ella ha hecho: ¡Hija! Tú fe (expresada en tu palabra) te ha salvado. Vete en paz (5, 34). Esta palabra ¡hija! (thygatêr), no hijita (thygatrion, en diminutivo, como ha dicho el archisinagogo al referirse a su hija/niña), es aquí el término apropiado.

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“Una ‘revolución ignorada’”. Domingo 13 Tiempo ordinario – B (Marcos 5,21-43).

Domingo, 27 de junio de 2021
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34_13_TO_B_1467538Jesús adoptó ante las mujeres una actitud tan sorprendente que desconcertó incluso a sus mismos discípulos. En aquella sociedad judía, dominada por los varones, no era fácil entender la nueva postura de Jesús, acogiendo sin discriminaciones a hombres y mujeres en su comunidad de seguidores. Si algo se desprende con claridad de su actuación es que, para él, hombres y mujeres tienen igual dignidad personal, sin que la mujer tenga que ser objeto del dominio del varón.

Sin embargo, los cristianos no hemos sido todavía capaces de extraer todas las consecuencias que se siguen de la actitud de nuestro Maestro. El teólogo francés René Laurentin ha llegado a decir que se trata de «una revolución ignorada» por la Iglesia.

Por lo general, los varones seguimos sospechando de todo movimiento feminista, y reaccionamos secretamente contra cualquier planteamiento que pueda poner en peligro nuestra situación privilegiada sobre la mujer.

En una Iglesia dirigida por varones no hemos sido capaces de descubrir todo el pecado que se encierra en el dominio que los hombres ejercemos, de muchas maneras, sobre las mujeres. Y lo cierto es que no se escuchan desde la jerarquía voces que, en nombre de Cristo, urjan a los varones a una profunda conversión.

Los seguidores de Jesús hemos de tomar conciencia de que el actual dominio de los varones sobre las mujeres no es «algo natural», sino un comportamiento profundamente viciado por el egoísmo y la imposición injusta de nuestro poder machista.

¿Es posible superar este dominio masculino? La revolución urgida por Jesús no se llevará a cabo despertando la agresividad mutua y promoviendo entre los sexos una guerra. Jesús llama a una conversión que nos haga vivir de otra manera las relaciones que nos unen a hombres y mujeres.

Las diferencias entre los sexos, además de su función en el origen de una nueva vida, han de ser encaminadas hacia la cooperación, el apoyo y el crecimiento mutuos. Y, para ello, los varones hemos de escuchar con mucha más lucidez y sinceridad la interpelación de aquel de quien, según el relato evangélico, «salió fuerza» para curar a la mujer.

José Antonio Pagola

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“Contigo hablo, niña, levántate”. Domingo 27 de junio de 2021. Domingo 13º ordinario.

Domingo, 27 de junio de 2021
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38-ordinarioB13 cerezoLeído en Koinonia:

Sabiduría 1,13-15;2,23-24: La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo.
Salmo responsorial: 29. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
2Corintios 8,7.9.13-15: Vuestra abundancia remedia la falta que tienen los hermanos pobres.
Marcos 5,21-43: Contigo hablo, niña, levántate

Jairo viene de vuelta de la sinagoga. A pesar de ser jefe de esa institución no ha encontrado en ella la salvación para su hija; el judaísmo, representado por la institución más importante después del templo, no conduce a la vida; la hija de Jairo, imagen del pueblo, está abocada a una muerte irremediable. Por eso Jairo, tal vez desesperado y desilusionado con aquel viejo sistema, acude a Jesús, buscando vida para su hija. Y estando con él se entera de que su hija ha muerto: ¿Para qué molestar más al maestro?, le dicen. La gente piensa que se molesta al maestro pidiéndole que dé vida. No saben que “el ha venido para que tengan vida y vida abundante”, como dice el evangelista Juan. Jesús, en estas circunstancias extremas, no se arredra: “No temas, ten fe y basta…” Para quien cree –y Jairo ha comenzado ya a adherirse a Jesús, a creer en él, en la medida en que se ha distanciado de la sinagoga-, la muerte es un sueño del que se puede despertar. Los primeros cristianos lo entendieron así cuando comenzaron a llamar a la necrópolis (= ciudad de los muertos) cementerio (= dormitorio). No lo ve así la gente que, al enterarse de la muerte de la hija de Jairo, lloraba gritando sin parar –gesto de desesperanza total-, y que, cuando Jesús dice que la niña “no está muerta, sino dormida”, se reía de él considerando la situación irreversible. Ante tanta incredulidad no hay nada que hacer. Por eso, Jesús echa fuera a la gente –para quien no cree, la muerte es el final- y entra adonde está la niña con sus padres junto con tres de sus discípulos a quienes quiere mostrar especialmente la fuerza de vida que hay en él.

Curiosamente estos tres discípulos están presentes también en la transfiguración y en el Huerto y, en ambas escenas, se duermen. Este sueño es todo un símbolo. En la Transfiguración, Jesús habla con Moisés y Elías de su éxodo –esto es, de su paso de la muerte a la vida-; en el Huerto, Jesús pide a Dios fuerzas para aceptar el camino que le lleva a la muerte, como paso para la vida definitiva. Pedro, Santiago y Juan no tienen interés en aceptar este camino del maestro hacia la muerte, porque –al igual que los judíos- no creen que sea un paso hacia la vida definitiva. Tal vez, por esto, para que aprendan que Jesús es la imagen de un Dios que da vida, Jesús se los lleva consigo. Sorprende, no obstante, que, cuando Jesús devuelve la vida a la niña, insista vivamente a los discípulos para que no digan nada a nadie. Orden lógica, pues todavía no están capacitados para digerir y asimilar y proclamar este mensaje de vida.

Se asemeja a veces la sinagoga, de la que Jairo es jefe, a nuestra vieja iglesia y a algunos de sus jefes, que no son capaces de sanar los males del mundo por estar centrados en mantener unas estructuras que no dan vida. Al igual que Jairo, nuestra iglesia, si quiere seguir siendo la iglesia de Jesús, tendrá que salir al encuentro del maestro, rompiendo viejas estructuras que la mantienen cerrada al mundo. Y en ese encuentro con Jesús y su evangelio, oirá las mismas palabras que Jesús le dirigió a Jairo: “No temas, ten fe y basta”. Tal vez sea este el mal de nuestra iglesia: tiene demasiado miedo y poca fe, y este miedo a perder seguridades, prestigio y poder le impide lanzarse a la aventura de remediar los males de un mundo abocado a la muerte; tal vez tenga que adherirse más al mensaje de Jesús y a su estilo de vida pobre, libre, solidario y entregado a los que viven en las márgenes del mundo. Sólo así podrá devolver la vida a tanto muerto que hay vivo, a tantos que gritan llorando sin parar, lamentándose de que no es posible luchar contra este injusto sistema mundano que ha marginado a tanta gente, llevándola a las puertas de la muerte.

Pablo, en su carta a los corintios, invita a resolver el problema de la injusticia y la desigualdad con generosidad. Y para ello pone el ejemplo de Jesús que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” y hacer un mundo más igualitario donde “la abundancia de unos remedie la carencia de otros”, y brote la igualdad. Un verdadero milagro que está en nuestras manos realizar para devolver la vida a cuantos carecen de las mínimas condiciones de vida, para hacer de nuevo el milagro del maná por el que Dios impedía que unos acumulasen lo que era necesario para otros: “al que recogía mucho no le sobraba y al que recogía poco no le faltaba” (Ex 16,18). Un mundo de iguales, un mundo regido por un Dios que, como dice el libro de la Sabiduría, “no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera.. Dios creó al ser humano para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”…

Añadamos una «nota crítica» de precaución. Una lectura no crítica de la primera lectura evoca espontáneamente el tema del «pecado original» y deja claramente la idea de que la muerte sería consecuencia del pecado original, y que éste habría sido consecuencia de «la envidia del diablo» (Sb 2,24). Es todo un conjunto teológico y simbólico lo que es evocado aquí, como de paso, el pecado original. Es importante no caer en la facilidad de apoyarse acríticamente en ese supuesto, y hablar del mal o de la muerte, con toda naturalidad, como fruto del pecado o -peor aún- como introducida en el mundo por el diablo envidioso. Somos personas de hoy, y los oyentes de las homilías también lo son. Y aunque en alguna comunidad hubiera bastantes personas con una visión mítica atrasada, aun ellas merecen ser tratadas con dignidad, con una pedagogía crítica que le ayude a reconciliar su atrasada visión mítica con una religiosidad apta para los tiempos de hoy.

Todos, los predicadores de las homilías, y también los oyentes, tenemos la obligación de reivindicar un discurso «para hoy», que no repita -con frecuencia simplemente por pereza, o por miedo- las afirmaciones manidas afirmaciones míticas, y, más importante aún, que no las repita como si de afirmaciones reales (descriptivas de algo que realmente hubiera sucedido) se tratara. Se puede evocar el mundo simbólico del pasado para explicarlo y discernirlo, pero siempre con la obligación de dejar explícitamente claro que se trata de afirmaciones «simbólicas», que en otro tiempo fueron tomadas como literalmente reales (así fue, y hasta hace bien poco tiempo), pero que hoy sabemos que sólo son simbólicas, es decir, que tienen un valor para nuestra vida espiritual, pero que en su sentido literal no son históricas, o que incluso pueden ser contrarias a la verdad histórica.

En el caso que nos ocupa en concreto -aunque aquí no debamos justificarlo- la verdad original profunda es contraria a lo que tradicionalmente nos ha sido dicho: lo «original», lo que se dio en el principio, no fue un «pecado original», sino una «bendición original». [Matthew Fox es el teólogo que más emblemáticamente ha desarrollado esta afirmación, en su libro «La bendición original. Una nueva espiritualidad para el hombre del siglo XXI», Ediciones Obelisco, Barcelona – Buenos Aires 2002]. Leer más…

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Dom 27.6.21. Terapia de familia. La hija del archisinagogo (Mc 5, 21-24.36-45)

Domingo, 27 de junio de 2021
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hemorroisa1Del blog de Xabier Pikaza:

Una familia que “mata” a los niños. A los cinco años de Amoris Laetitia

El evangelio de este domingo (13 del TO) consta de dos “terapias de mujeres” (la hija del archinagogo y la hemorrosia), unidas entre sí. Trataré de la hemorroísa el próximo día. Hoy me ocupo de la hija del archisinagogo, que está en trance de morir, y que hubiera muerto, si es que Jesús no hubiera curado primero a su padre.

Este es un milagro de familia. Lo más importante del mundo es que una niña, como esta hija “desgraciada” (¿desamorada?) del archisinagogo pueda vivir, lo que exige que el padre “cambie” (sea de verdad padre).

El Papa Francisco ha querido que este año 2021, a los cinco de su encíclica “Amoris Laeticia”, esté dedicado a la familia, como seguiré poniendo de relieve en este blog.

Muchos estamos sobrecogidos no sólo por las últimas noticias de pederastia en ciertos espacios clericales, sino por el “internamiento” y en parte la muerte de niños indígenas de Canadá (en instituciones de Iglesia) hasta finales del siglo XX.

Por eso quiero dedicar cierta atención a este relato de la hija de archisinagogo, uno de los que mejor recogen y proclaman la identidad del evangelio y la terapia de familia de Jesús

25.06.2021 | X Pikaza

Texto. Mc 5, 21-24.35-43)

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga (archisinagogo), que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.” Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente   que lo apretujaba….

(Se introduce el texto de la hemorroísa: Mc5, 25-34)

     Todavía estaba hablando, cuando]llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: “Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?” Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: “No temas; basta que tengas fe.” No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: “¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.”

          Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y dijo: “Talitha qumi” (que significa: “Contigo hablo, niña, levántate”). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

(He desarrollado este motivo de familia en mi libro sobre la Familia en la Bibliay en mi comentario de Marcos. Allí podrá verse un estudio más completo de los temas, que resume en  reflexión que sigue).

Introducción

Éste es el primer milagro de familia (de niños y padres) en Marcos. Un milagro sorprendente, entretejido con toda la trama del evangelio, mirado aquí desde la perspectiva de un judaísmo sinagogal que parece impedir que sus hijos (y en especial sus hijas) crezcan y vivan. Este “sinagogo” principal es un hombre importante del sistema socio-religioso de Israel, debería ser un modelo de padre de familia, pero tiene una hija enferma, y no encuentra manera de curarla y por eso acude a Jesús pidiéndole ayuda.

            Como dice el texto, Jesús acepta la petición del archisinagogo, y se pone a andar con él…, pero cuando comienza a caminar hacia su casa para curar a la niña, se interpone una hemorroísa (mujer condenada al aislamiento, por su flujo irregular de sangre), que le toca y queda así sanada. Es como si, antes de llevarnos a la casa de la niña enferma, el evangelio quisiera introducirnos en el problema de una mujer que vive aislada (condenada como impura) por un tipo de enfermedad “femenina”. El problema y curación de esta mujer (¡doce años enferma!) resulta esencial para entender el problema de esta niña de doce años, que parece morirse, en la casa del archisinagogo.

  1. Enfermedad de familia.

 En ese contexto, el “milagro” de la hija de Jairo se vincula, en forma de sándwich o tríptico con la curación de esta hemorroísa que está condenada a la soledad (sin marido, sin hijos), mostrando así que ambos temas (niña que se niega a crecer y mujer que no puede amar, vivir en libertad y engendrar), aunque distintos, se encuentran vinculados, y suponen (exigen) una nueva forma de entender y vivir la familia.

            Como seguiremos viendo, en nuestro caso, el verdadero enfermo es el padre, y por su culpa se muere la niña. Por eso,  que quien debe cambiar desde el principio es el archisinagogo, responsable del “orden” (o desorden) de un tipo de familia israelita.

La hemorroísa (Mc 5, 24-34) había vivido encerrada en su enfermedad durante doce años por flujo constante de sangre menstrual, de manera que no podía tener verdadera familia: casarse, engendrar, entablar relaciones sociales cercanas y afectivas. En línea convergente, la hija del Archisinagogo, resguardada hasta entonces en el espacio de máxima pureza de Israel (casa de su padre), parece apagarse y morir al descubrirse mujer, con el primer flujo de sangre, a los doce años, como diciendo que no tiene sentido madurar a la vida (sometimiento) de mujer en estas circunstancias.

Ésta es una niña/adolescente que se nieva a vivir de esa manera, en la casa del archisinagogo, un hombre de la buena sociedad, posiblemente rico. Esta niña, de casa rica y “santa”, se nieva a vivir así, a asumir su “responsabilidad” personal en aquel tipo de familia que debía estar resguardado por el archisinagogo.

Son muchas las niñas/mujeres que han sufrido y sufren al llegar a esa edad, dominadas bajo un gran trastorno personal y de familia. Es normal que sientan la condición y exigencia de su cuerpo, diferente ya y diferenciado, preparado para el amor y la maternidad, pero amenazado por un duro control familiar y una ley de varones (padres y hermanos, vecinos y posibles esposos) que especulan sobre ellas, convirtiéndolas en rica y frágil mercancía. Se descubren objeto del deseo de unos hombres que quizá no las respetan, ni escuchan, y así responden de la única forma que pueden, enfermando, a no ser que alguien les conceda fuerza para vivir.

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“En busca de la mejor medicina”. Domingo 13. Ciclo B.

Domingo, 27 de junio de 2021
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B13h09Del blog El Evangelio del Domingo de José Luis Sicre sj:

Los relatos de milagros son como contenedores bien cerrados, unos juntos a otros, sin que se mezcle su contenido. El pasaje de Marcos que leemos hoy recuerda, en cambio, a las muñecas rusas: un milagro dentro de otro. Jesús va a curar a una niña y se cuela por medio una enferma con flujo de sangre. Esa mezcla da gran dramatismo e interés al conjunto.

 En busca de la mejor medicina (Mc 5,21-43)

En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en barca a la otra orilla, se reunió con él mucha gente, y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies rogándole con insistencia:

̶ Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella para que se cure y viva.

Jesús fue con él y lo seguía mucha gente, que lo apretujaba.

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con sólo tocarle el manto curaré». Inmediatamente, se secó la fuente de las hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba:

̶ ¿Quién me ha tocado el manto?

Los discípulos le contestaban:

̶ Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: ¿Quién me ha tocado?

Él seguía mirando alrededor para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. Él le dice:

̶ Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad.

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:

̶ Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?

Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:

̶ No temas; basta que tengas fe.

No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga, y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:

̶ ¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida.

Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:

̶ «Talitha qumi», que significa: «Contigo hablo, niña: ¡Levántate!».

La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

La medicina tradicional: imposición de manos

El comienzo parece normal: un padre preocupado por su hija gravemente enferma. Lo que no es normal es su convencimiento de que Jesús pueda curarla con sólo ponerle la mano encima. En nuestra cultura, el enfermo agradece que el médico no le hable a distancia; que lo ausculte y lo palpe, si es preciso. En la cultura antigua, el hombre santo y el curandero ejercen su poder mediante el contacto físico. En el evangelio de Lucas se dice que «toda la gente intentaba tocarlo, porque salía de él una fuerza que curaba a todos» (Lc 6,19). En efecto, Jesús cura a la suegra de Pedro tomándola de la mano; imponiendo las manos cura a diversos enfermos (Mc 6,5; Lc 4,40), a un sordomudo (Mc 7,32), a un ciego (Mc 8,23.25), a la mujer tullida (Lc 13,13); poniendo barro en los ojos del ciego de nacimiento le devuelve la vista (Jn 9,15); y a los discípulos les concede el poder de curar enfermos imponiendo las manos (Mc 16,18). Quien se haya fijado en las citas, habrá visto que casi todas son de Marcos y Lucas. Parece que a Mateo y Juan no les entusiasmaba el procedimiento, podría causar la impresión de un poder mágico.

Una nueva receta: tocar el manto

Si Jairo está convencido de que la imposición de manos de Jesús basta para salvar a su hija, la mujer con flujo de sangre va mucho más lejos: le bastaría tocar su manto. La idea del manto milagroso se encuentra también en otro relato posterior del mismo Marcos: «En cualquier aldea, ciudad, o campo adonde iba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejara tocar al menos la orla de su manto. Y los que lo tocaban se sanaban» (Mc 6,56 = Mt 14,36).

El relato acentúa la gravedad y persistencia de la enfermedad (¡doce años!), el fracaso de los médicos y el dineral gastado en buscarle solución. De repente, a la mujer le basta oír hablar de Jesús para depositar en él toda su confianza; ni siquiera en él, en su manto. ¿Fe o desesperación? Algunos de los primeros cristianos, amantes de aplicarse los relatos evangélicos, podrían identificarse fácilmente con la mujer. «Yo también estaba desesperado, oí hablar de Jesús, y todo cambió.»

La verdadera medicina: la fe

La mujer se cura al punto. Pero el relato toma un sesgo dramático. Jesús nota que una fuerza especial ha salido de él y quiere saber quién la ha provocado. Pregunta, rechaza la excusa de los discípulos, mira con atención a su alrededor, hasta que la mujer se presenta temblorosa y asustada. (Marcos describe a Jesús de forma tan humana, tan poco ortodoxa, que Mateo suprimió toda esa parte en su evangelio: Jesús no necesita indagar, sabe perfectamente lo que ha pasado).

El lector termina poniéndose en contra de Jesús y a favor de la mujer. ¿Por qué le está haciendo pasar un rato tan malo? Es un recurso genial de Marcos, el mismo que utiliza en la curación de la hija de la mujer cananea: poner al lector en contra de Jesús y a favor del quien le suplica. ¿Para qué? Para que Jesús ofrezca al final la verdadera enseñanza.

Imaginemos que la mujer se cura y Jesús no pregunta nada. El lector se dice: «Llevaba razón la mujer. Bastaba con tocarle el manto.» Quizá añadiría: «En realidad, quien cura es Jesús, no el manto.» Pero todo el teatro montado por Jesús sirve para llegar a una conclusión muy distinta: «Hija, tu fe te ha curado.» Ni Jesús ni el manto, «tu fe». Esta afirmación podrá parecer atrevida, casi herética, a algunos teólogos. Pero, en este caso, Mateo y Lucas coincidieron con Marcos al pie de la letra: «Hija, tu fe te ha curado.»

Una medicina que, además de curar, resucita

La acción vuelve a su origen, pero de forma trágica: la niña ha muerto. No hay que molestar al Maestro. Pero Jesús le recomienda al padre la medicina usada por la hemorroisa: «No tengas miedo; tú ten fe, y basta». Siguen hasta la casa y se sumergen en un mundo de llantos y lamentos.

La gente es lista, no se deja engañar por Jesús

Cuando yo era joven, me indignaba leer que la gente se ríe de Jesús cuando dice que la niña no está muerta, sino dormida. Me parecía una tremenda falta de respeto. Pero estaba equivocado. La risa de la gente demuestra que Jesús no puede engañarlos. Él quiere pasar desapercibido, presentar lo que hace como algo normal, sin importancia; pero la gente sabe muy bien que la niña ha muerto, que Jesús ha realizado un gran milagro. El detalle final de darle a la niña de comer sirve para demostrar la realidad de la resurrección.

Resurrecciones en esta vida y fe en la vida futura

La resurrección de la hija de Jairo (contada por Marcos, Mateo y Lucas) trae a la memoria otros relatos parecidos, pero peculiares: la resurrección del hijo de la viuda de Naín, que sólo cuenta Lucas; y la resurrección de Lázaro, que sólo cuenta Juan. ¿Cómo es posible que estos dos hechos tan famosos no se encuentren en los cuatro evangelios? Es cierto que la tradición oral olvida a menudo cosas y detalles. Pero resulta extraño que un evangelista no los conozca. Como un biógrafo de Beethoven que no ha oído hablar de la 9ª Sinfonía.

A los evangelistas no les preocupaba, como a nosotros, el hecho histórico en cuanto tal, sino la realidad de lo que contaban. Lo importante no es que Jesús resucitase a Lázaro (que al cabo de los años volvería a morirse), sino que nos resucitará a todos a una vida sin fin. «Yo soy la resurrección y la vida» es también el gran mensaje de la resurrección de la hija de Jairo.

La victoria sobre Satanás (Sabiduría 1,13-15; 2,23-24)

La 1ª lectura, tomada del libro de la Sabiduría, afirma que la muerte no es algo querido por Dios, entró en el mundo por envidia del diablo. Aunque esto resulte discutible desde un punto de vista científico moderno, así lo interpretaban los judíos del siglo I. Con ello, la resurrección de la hija de Jairo adquiere un sentido nuevo. Marcos enfoca su evangelio como una lucha entre Jesús y Satanás. Y este es un ejemplo de su victoria sobre el que introdujo la muerte en el mundo por envidia.

Dios no ha hecho la muerte, ni se complace destruyendo a los vivos. Él todo lo creó para que subsistiera, y las criaturas del mundo son saludables; no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo reina en la tierra. Porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre incorruptible y lo hizo a imagen de su propio ser. Mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que de su bando.

 

Solidaridad en tiempos de migración (2 Corintios 8,7.9.13-15)

Aunque no tenga relación con el evangelio, el fragmento de Pablo es de enorme actualidad en una época en la que miles de personas (hermanos nuestros) se encuentran en grave necesidad de acogida, comida, vestido, trabajo…

Pablo anima a los corintios a ayudar económicamente a la comunidad madre de Jerusalén, que sufre la terrible hambruna del tiempo del emperador Claudio. Su mejor argumento es recordarles el ejemplo de generosidad de nuestro Señor Jesucristo.

Hermanos: sobresalís en todo: en fe, en elocuencia, en ciencia, en vuestra preocupación por todo y en vuestro amor para conmigo; sobresalid también en esta obra de caridad. Esto no es una orden; os hablo de la buena disposición de otros para poner a prueba la sinceridad de vuestro amor. Vosotros ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual siendo rico se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. No se trata de que vosotros paséis estrecheces para que otros vivan holgadamente, se trata de que haya igualdad para todos. Por eso, ahora vuestra abundancia debe socorrer su pobreza, y un día su abundancia socorrerá vuestra pobreza. Y así reinará la igualdad, como dice la Escritura: Al que tenía mucho no le sobraba y al que tenía poco no le faltaba.

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Domingo XIII del Tiempo Ordinario. 27 de junio de 2021

Domingo, 27 de junio de 2021
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“No temas, solamente ten fe”

(Mc 5, 21- 43)

En el Evangelio de este domingo es necesario un punto de atención extra porque suceden muchas cosas. A Jesús y a sus discípulos les acaban de echar de un pueblo por curar a un hombre. Cruzan el lago y hay mucha gente esperándoles para encontrarse con ellos.

Si cerramos los ojos, podemos ver a Jesús a la orilla, sin mucha posibilidad de movimiento, con la gente queriéndose acercar y tocarle…, es entonces cuando se les acerca uno de los jefes de la sinagoga. Llama la atención que Marcos, décadas después de escribir el Evangelio, recordara el nombre de Jairo. Debió de ser alguien muy conocido. Este hombre importante se arrodilla a los pies de Jesús. Se trata de alguien que deja de lado su posición social y se acerca a Jesús con un corazón necesitado por su hija enferma.

Yendo de camino hacia la casa de Jairo, se nos habla de una mujer con hemorragias. Perdía su vida. Podemos imaginarnos a esta mujer, casi sin energía, haciéndose paso entre la multitud, impura según las costumbres judías por su mal, a empujones… Todo esto para poder llegar a tocar el manto de Jesús creyendo así poder curarse. El impulso que la mueve no es físico, ya no le quedan fuerzas, sino una fe muy profunda.

A veces creemos que a Jesús le seguía solo la gente humilde, pero hoy parece que no es así. Además de Jairo, se nos dice de la mujer que había tenido fortuna pero que se la había gastado en médicos deseando curarse de su enfermedad.

Tu fe te ha curado, escucha la mujer. No temas, solamente ten fe, escucha el jefe de la sinagoga cuando parece que su hija ha muerto. La fe nos cambia la vida. El miedo ahoga la fe, la oscurece, la pone en duda. Cuando nos dejamos llevar por el temor, descuidamos nuestra fe, aflojamos nuestra confianza en Dios y podemos perdernos en querer controlar y en organizarnos cada detalle de nuestra vida, sin dejarnos tocar, curar, mecer, por el amor de Dios.

Oración

Trinidad Santa, esculpe y fortalece nuestra fe. Haznos confiar a ti nuestros proyectos, nuestras dificultades, nuestra vida.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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¡Basta que tengas confianza!

Domingo, 27 de junio de 2021
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canaanite%2bwoman%2band%2bjesusMc 5, 21-42

Del final del c. 4 de Mc pasamos al final de c. 5. En este capítulo, antes del relato que vamos a leer, Jesús cura a un endemoniado y permite que los espíritus inmundos se metan en una piara de cerdos que se precipita en el mar. Jesús vuelve a atravesar el lago en dirección a Galilea, y allí encuentra de nuevo a la multitud que le busca. El domingo pasado nos hablaba del “poder” de Jesús sobre la naturaleza. Continúa el evangelio con la manifestación de “poder” sobre los espíritus inmundos. Hoy damos dos pasos más: “Poder” sobre la enfermedad; Y “poder” sobre la muerte (la hija de Jairo). No cabe una síntesis más clara, ordenada y progresiva de la actividad salvadora de Jesús.

En el doble relato de hoy, descubrimos un mensaje muy profundo. Por una parte, la niña y su padre son imagen de los sometidos a la institución. Jairo es un cargo público, aunque no estrictamente religioso. La mujer enferma representa a los marginados y excluidos por una interpretación demasiado legalista de la Ley. Este simbolismo se hace más claro por el anonimato de las dos mujeres, y los doce años de enfermedad de la mujer y los doce años de vida de la niña. El número doce es símbolo de Israel.

Jairo (símbolo de la institución) no encuentra salida en la religión y busca la salvación en Jesús, que había sido rechazado por sus jefes. La decisión es tan difícil que espera hasta el último momento para ir en busca de Jesús. La mujer enferma también se había gastado toda su fortuna en buscar salvación. Tampoco le quedaba otra salida. La religión no solo no le daba solución, sino que la excluía hasta límites inimaginables hoy. Uno viola formalmente la Ley acudiendo a un proscrito. La otra viola literalmente la Ley tocando a Jesús. En ambos casos, Jesús apela a la fe-confianza como motor de salvación.

Para descubrir la importancia del relato hay que tener en cuenta las leyes de pureza que afectaban a la mujer. El Levítico dice: “La mujer permanecerá impura cuando tenga su menstruación o hemorragias”. La mujer considerada impura y causante de impureza. Podemos imaginar la tara psicológica que dejaba en la mujer esta considera­ción de impura. La hemorroísa tenía prohibido tocar y ser tocada. Ella sabe que el acto que puede salvarle está prohibido por la Ley. Sin embargo, doce años de sufrimiento la empujan. Esta valentía no está exenta de temor; se acerca por detrás. Tocar a Jesús no solo manifiesta la confianza en él, sino en sí misma. Su valentía le devuelve la salud.

Con una aguda sensibilidad, más que humana, percibe que le han tocado (todos le están apretujando). Cuando Jesús pregunta “¿Quién me ha tocado?”, está dando a entender que alguien ha llegado hasta él buscando una respuesta a su opresión. Aceptando ser tocado, más allá de la norma, entra en la dinámica que la mujer había iniciado. Se abre a la comunicación profunda y sanadora a través del cuerpo. Los dos están expresando lo mejor de sí mismos. El cuerpo “impuro” de la mujer es reconocido y aceptado como normal. Dejándose tocar, Jesús se coloca por encima de los códigos sociales y religiosos. Una relación que abarca todos los aspectos del ser: el físico, el psíquico y el religioso. La mujer se salta la Ley, pero Jesús va más allá y reacciona como si la Ley no existiera.

El milagro se produce sin que intervenga la voluntad de Jesús. La fe-confianza de la mujer desencadena la curación. Este relato es una mina para tratar de descubrir qué es lo que sucedía de verdad cuando el evangelio habla de “milagros”. No significa una acción en contra de las leyes de la naturale­za. Todo lo contrario. Es dejar libre la naturaleza para que pueda desarrollar su ‘ley’ sin las trabas que le pone la racionalidad. Porque esa armonía es lo normal. Llamamos milagro a procesos que serían los más naturales: Un ser humano liberado de sus complejos, de sus miedos, de una religión opresora; Un ser humano que puede empezar a ser él mismo, a valorarse porque se siente apreciado.

Se reanuda el relato de la hija de Jairo con la llegada de los emisarios, que traen noticias de muerte. Jesús es portador de vida y le dice a Jairo: basta que tengas fe. La multitud se pone de parte de los emisarios de muerte y se pone a llorar; pero Jesús no hace ningún caso y sigue adelante. Cogió de la mano a la muchacha, pero a diferencia de la suegra de Pedro, no la levanta, sino que le dice: ¡levántate!, el mismo verbo que Mc emplea para hablar de resurrección. En contra de lo que dice expresamente la Ley, toca a un muerto, y en vez de quedar contaminado de muerte, da la vida al cadáver.

No nos engañemos, la importancia de estos relatos no está en el hecho de curar o de resucitar, sino en el simbolismo que encierran. Pensar que la obra de Jesús se puede encerrar en tres resurrecciones y en una docena de curaciones, es ridiculizar su figura. Objetivamente, los curados volverán a enfermar y entonces no estará allí Jesús para curarlos. Los resucitados volverán a morir sin remedio. Jesús no puso el objetivo de su misión en una solución de los problemas. La salvación de Jesús es para todos y en cualquier circunstancia; También para los enfermos, marginados, explotados. Si no tengo esto en cuenta, puedo pensar que la salvación de Jesús no es para mí.

En el AT queda claro que Dios no hizo la muerte. Jesús va más allá y nos dice que Dios no quiere nada negativo para el hombre. Las limitaciones son inherentes a nuestra condición de criaturas. La salvación está siempre en un plano superior y más pleno que toda limitación. Se puede dar en plenitud, a pesar de cualquier limitación, incluida la muerte. La salvación, la que propone Jesús, libera siempre. No se trata de un premio para privilegiados sino de una oferta absoluta de Dios para todos. Esa fuerza, que Jesús era capaz de poner en marcha, está disponible para todos; lo único que tenemos que hacer, es dejar que actúe. Nos puede salvar, de la misma manera que tiene poder para bloquear los procesos naturales y causar así un daño a su propio ser y/o a los demás.

En los dos casos, la multitud queda al margen de la salvación. Para Jesús, los entes de razón (multitud, pueblo, iglesia) no pueden ser objetos de salvación. Lo que le importa es la persona, porque es lo único real. Esto lo hemos olvidado y hemos cometido el disparate de sacrificar a la persona en aras de la institución. También hoy tendría que ser nuestra principal tarea el liberar a tantos seres humanos atrapados en las interpretaciones aberrantes de Dios y de su Ley. La religión seguirá oprimiendo y esclavizando mientras seguimos dando más importancia a la institución que a la persona.

 

Meditación

En el orden espiritual, es imprescindible la fe-confianza.
Sin confianza en el OTRO no daremos un paso.
Tu lámpara está capacitada para iluminarse.
Toda la energía está a tu disposición.
Solo tienes que dejar que fluya la corriente.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¿Quién me ha mirado?

Domingo, 27 de junio de 2021
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artworks-000121602575-x6rh7u-t500x500“Escuchar con nuestros ojos y ver con nuestros oídos nos enseña cómo abrir nuestras orejas y mentes en un nivel más profundo de receptividad y escucha” (Mark Coleman)

Domingo XIII del TO

Mc 5, 21- 43 “Él miraba alrededor para descubrir a la que lo había tocado”

La hemorroísa del evangelio de este domingo no se atrevía a hablar y utiliza el lenguaje corporal expresando con un gesto lo que quería decirle a Jesús. Y él, sensible siempre a los problemas humanos, advirtió: “Alguien me ha tocado, yo he sentido que una fuerza salía de mí” (Lc 8, 46).

Quizás sabía que el Maestro de Nazaret, siguiendo el ejemplo del filósofo latino Lucio Anneo Séneca (4 a.C- 65 d.C) aconsejaba: “escucha aún a los pequeños, porque nadie es despreciable entre ellos” Y así como hay un arte del bien hablar, existe también un arte del bien escuchar.

Tu enfermedad se esfumó de tu cuerpo y se cumplió en ti lo que Gong Li, protagonista de la película china Adiós a mi concubina (1993) dirigida por Chen Kaige, exclamó: La vida en este mundo es como una noche en primavera”. Y tú, querida hemorroísa, la viste florecer en tu cuerpo y tu espíritu. Y también te encontraste con Jesús, como Saulo en el camino de Damasco; en aquella ocasión fue él quien le miro, pero esta vez quien le miró fuiste tú. El poeta escocés Robert Burns (1759-1796), escribió un poema que comienza con unos versos referidos igualmente a floraciones estacionales:

 “O my Luve’s like a red, red rose,

That’is newly sprung in June”.

Una imagen -en este caso una mirada- dice mucho más que mil palabras, asegura el refrán. El contacto visual apenas dura unos segundos, pero la información que podemos obtener de ellos es mucho más de lo que pudiéramos sospechar.

Tu vida, floreció como la del mundo, como la del camino, como la de la primavera y el verano. En el AT encontramos elocuentes imágenes varias de transformación. Por ejemplo: el cayado de Moisés en forma de serpiente (Éx 7, 10); la roca de Horeb que se convierte en fuente de agua fresca (Éx 17, 6). Imágenes bíblicas que nos muestran la posibilidad de transformar nuestro interior, sin dejar de ser nosotros mismos.

Vincent van Gogh (1853-1890), pintor holandés, lo expresó de este modo considerando su vida llena de nuevos comienzos, cambios de paisaje e ideas de cosas cada vez mejor: transformación constante. Y así lo quiso representar en su cuadro Rama de almendro en flor, sobre un cielo iluminado de azul: óleo sobre lienzo (Museo Van Gogh, Ámsterdam, Países Bajos).

Jesús te miró a ti y tú le miraste a él. Y así tu enfermedad se esfumó de tu cuerpo a no sabemos dónde, y amanecieron en ti sugerentes floraciones estacionales.

“Escuchar con nuestros ojos y ver con nuestros oídos nos enseña cómo abrir nuestras orejas y mentes en un nivel más profundo de receptividad y escucha” (Mark Coleman).

Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), religiosa mexicana de la Orden de San Jerónimo y escritora exponente del Siglo de Oro de la literatura en español, canta en el siguiente poema la relación amorosa entre Jesús y los necesitados:

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me viese deseaba.

Y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía,
pues entre el llanto que el amor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste,
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu inquietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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