“¡Acordaos!”, por Gema Juan OCD
Hace mucho tiempo… en octubre de 2013, apareció en los medios una noticia desgarradora. Ya entonces, figuraba como una más, junto a las habituales noticias, destinada a diluirse rápidamente en la catarata informativa que cada periódico contiene.
Ochenta y siete inmigrantes de Níger habían muerto de sed en el desierto. Intentando salir hacia una vida mejor, buscando un agua que no iban a encontrar. Familias enteras, mujeres y niños en su mayor parte, cayeron, muertos de sed, en mitad del Sáhara.
El dolorismo no suele traer nada positivo ni productivo. Ese sentimiento, a lo más, calma la conciencia, como si realmente uno se hubiera ocupado del problema. Sin embargo, el recuerdo comprometido sí puede generar algo bueno.
Cuando Teresa de Jesús decía a sus hermanas: «Acordaos», estaba activando algo mucho más fuerte que ese dolorismo, porque ella pedía que el recuerdo fuera acompañado de la vida.
No se lo decía solo a sus hermanas, aunque su condición de mujer y monja, en el momento que le tocó vivir, no le permitía excederse de sus tareas femeninas, asignadas de antemano —y ella ya lo hacía escribiendo y fundando. Sin embargo, se le escapan, en más de una ocasión, cosas como esta: «En lo que escribiré… parece desatino pensar que puede hacer al caso a otras personas». Es decir, estaba pensando que, realmente, podía llegar a otras personas.
Recientemente, J.L. Iriberri ha publicado, en Cristianismo y justicia, un cuaderno que dice lo mismo que Teresa: «Acordaos». Y está anclado en lo que de verdad genera futuro para todos: la solidaridad y la esperanza.
El cuaderno Diez barcas varadas en la playa. Diez relatos sobre la migración africana subsahariana, contiene diez narraciones estremecedoras, que no están cerradas todavía pero que terminan, de momento, mejor que el dramático episodio del desierto.
El distintivo de esos relatos es la esperanza. Hablan de unas vidas forjadas en el dolor pero, por encima de él, en la lucha y la confianza. Por ello, pulsan las conciencias y piden respeto y compromiso. Son un aguijón benéfico, sacuden las esperanzas edulcoradas. Recuerdan –dice el autor– que hay otra oportunidad para buscar la paz y vivir juntos de una manera más justa y, también, para lograr una «Declaración de Derechos de los Migrantes» para todo ser humano.
En esas vidas contadas –y en tantas desconocidas–, muchas mujeres relatan casamientos forzados o vejatorios —«sujetas a un hombre, que muchas veces les acaba la vida», decía Teresa, con preocupación. Puede sorprender que ellas repitan experiencia pero, mentalidades aparte, muchas veces hay un motivo poderoso: estar con un hombre es indispensable para sobrevivir. Este matiz debería dar pistas para repensar la situación de tantas mujeres.
Teresa había escrito: «Acordaos qué de pobres enfermos habrá que no tengan a quién se quejar; pues pobres y regaladas, no lleva camino. Acordaos también de muchas casadas. Yo sé que las hay y personas de suerte, que con graves males, por no dar enfado a sus maridos, no se osan quejar, y con graves trabajos».
Pide tener presentes a quienes sufren. Su dolor y su soledad, el desamparo que padecen. Se conmueve con quienes pasan «mucha malaventura y sin descansar con nadie». Pero, para ella, sentir es comprometer la vida.
Decía: «Pobres y regaladas, no lleva camino». Quería decir que el recuerdo auténtico implica la vida, transforma el modo de pasar por el mundo y el uso que se hace de las cosas. Esta memoria afecta directamente al modo de vivir y de portarse con los demás. Por eso –dirá– hay que mirar cómo se anda, para no aferrarse solo al interés propio, a «rentas o dineros», y lo mismo «en casa, en vestidos, en palabras… en el pensamiento», para pasar por la vida sin acumular, como Jesús.
Recordar conlleva simplificar la vida, elegir decrecer en lo posible, abrirse a ser cuestionado por la esperanza y las carencias de otros seres humanos. Y comprender el agradecimiento que debe impregnar todo, cuando se vive de este «lado». Del lado en el que –por duras crisis que existan–, no hay vallas imposibles de saltar ni desiertos que tragan la vida ni barcazas sobrecargadas, en busca de un futuro no solo más digno sino, sencillamente, posible.
Recordar supone, también, hacerse preguntas habitualmente, para no dar por sentado todo lo que se tiene. Preguntas como la que se hacía J.L. Iriberri, mientras trabajaba en Casablanca: «Muchas veces durante los últimos tres años he pensado en mis manos blancas, y me he preguntado por qué Dios me dio la oportunidad de ser un hombre blanco nacido en Europa».
No es una pregunta retórica, es una actitud comprometida que lleva a hacerse cargo de los demás. Como Teresa, cuando decía: «¡Estáis libres de grandes trabajos del mundo, sabed sufrir un poquito por amor de Dios sin que lo sepan todos!». Es darse cuenta del lugar que se ocupa en el mundo y ser consecuente, «acordarse» de la vida y las esperanzas de los menos favorecidos, con «deseo de remediarlos», de acompañarles y permanecer junto a ellos.
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