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“Lilith, Clara Campoamor y Pedro Guerra”, por Juan José Tamayo

Miércoles, 6 de octubre de 2021
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156689-clara-campoamorClara Campoamor

El pasado 1 de octubre se conmemoraba el 90 aniversario del reconocimiento del voto a las mujeres en España  

 Durante mis largos años de estudios de Filosofía, Teología y Sagrada Escritura nunca oí hablar de Lilith. Mi descubrimiento fue muy tardío. La ignorancia sobre este personaje de la mitología hebrea -antes, babilónica- es casi enciclopédica

Quien sí conocía, y muy bien, el mito de Lilith era Clara Campoamor (Madrid, 1888-Suiza, 1972). Lo citó en su memorable discurso del 1 de septiembre de 1931 en el Congreso de los Diputados, en defensa del voto de las mujeres

“Esta historia de la guerra de los dos sexos es tan vieja como el mundo. La vieja leyenda hebraica del Talmud nos dice que no fue Eva la primera mujer de Adán, sino Lilith, que se resistió a acatar la voluntad exclusiva del varón y prefirió volver a la nada. Entonces, en la esplendidez del paraíso, surgió Eva, astuta y dócil para sumisión de la carne y del espíritu”

“El 1 de octubre de 1931 se aprobaba en la Constitución de la República el artículo 36 que reconocía a las mujeres el derecho al voto con 161 votos a favor y 121 en contra. Era la primera vez que en la historia de España se lograba tamaña conquista”

Lilith, desde mi interpretación feminista, ella es hoy uno de los símbolos más luminosos de la lucha contra el patriarcado. Quebranta lo establecido y niega el orden social de las cosas

En 2003, poco más de setenta años después del discurso de Clara Campoamor, y quizá inspirándose en él, el cantautor canario Pedro Guerra dedicó una canción a Lilith en su disco “Hijas de Eva” en la que le reconocía como la primera mujer que se negó a someterse al varón, a dejarse gobernar por él, y se decidió a volar

Durante mis largos años de estudios de Filosofía, Teología y Sagrada Escritura nunca oí hablar de Lilith. Mi descubrimiento fue muy tardío. La ignorancia sobre este personaje de la mitología hebrea -antes, babilónica- es casi enciclopédica.

Cuando explicaba la asignatura de “Las mujeres en el judaísmo en un curso de Humanidades de la Universidad Carlos III de Madrid -lo hice durante diez años con una numerosa asistencia, mayoritariamente de alumnas-, acostumbraba a preguntar el primer día de clase: “¿Quién fue la primera mujer de Adán?”. La respuesta era casi unánime: “Eva”. Pero siempre había una alumna que disentía y respondía: “Lilith”. Ella llevaba razón en contra de la mayoría, influida sin duda por la imagen de Eva como la primera mujer de Adán, muy presente en el imaginario social.

Quien sí conocía, y muy bien, el mito de Lilith era Clara Campoamor (Madrid, 1888-Suiza, 1972), abogada y política madrileña y una de las tres diputadas de las Cortes Constituyentes de la II República Española, quien lo citó en su memorable discurso del 1 de septiembre de 1931 en el Congreso de los Diputados, en defensa del voto de las mujeres.

En aquel discurso calificó de acto de profunda piedad y de profunda ternura “estatuir el divorcio en España, porque no hay matrimonios deliciosos, y es insensato querer condenar a la indisolubilidad del vínculo cuando no haya manera de que se soporten dos en la vida, arrastrando uno de los cónyuges, o tal vez los dos, el peso de esa cadena, a la manera que arrastraban antiguamente los presidiarios aquellas bolas de hierro que marcaban la perpetuidad de su pena”.

Había diputados que se oponían al divorcio alegando que supondría un ataque a las ideas y los sentimientos religiosos. Su respuesta no pudo ser más respetuosa, al tiempo que más coherente. Les reconoció de buen grado el derecho a que la sociedad respete sus creencias y a proteger el sacramento del matrimonio, pero les dijo que a lo que no tienen derecho es a imponer a todos su criterio y su voluntad.

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A su vez, a los diputados que se oponían al divorcio apelando a razones de fe cristiana es recordó que, en vez de cumplir la doctrina de Cristo, lo que hicieron fue “un pacto con el trono, y los pactos del altar con el trono…se han hecho siempre en beneficio del trono y con desdoro del altar”, y que la bandera de las causas humanitarias, “no de caridad”, que ellos no recogieron, es la que se quiere llevar al proyecto de Constitución. Les echó en cara que incumplieron su mandato de conciencia, se alistaran con los poderosos y sirvieran al trono. Y les dirigió esta pregunta: “¿cómo podéis quejaros ahora de que nosotros recojamos esa bandera olvidada y caída y tratemos de levantarla para instaurar de una vez…lo que es deber de ternura hacia los hermanos de todos los órdenes y en todas las esferas”.

Es en este momento del discurso en el que se refiere a Lilith como prueba de lo vieja que es “la lucha de los sexos” y la presenta como paradigma de mujer que se niega a acatar la voluntad del varón. En dicho mito descansa una parte fundamental de la argumentación de Clara Campoamor en favor del divorcio. Este es su razonamiento:

“Solo voy a haceros un pequeño recuerdo. Esta historia de la guerra de los dos sexos es tan vieja como el mundo. La vieja leyenda hebraica del Talmud nos dice que no fue Eva la primera mujer de Adán, sino Lilith, que se resistió a acatar la voluntad exclusiva del varón y prefirió volver a la nada, a los alvéolos de la tierra; y entonces, en la esplendidez del paraíso, surgió Eva, astuta y dócil para sumisión de la carne y del espíritu.  De las diecisiete Constituciones dadas después de la guerra, solo tres niegan o aplazan el voto de la mujer. Los hombres de esos países han reconocido que Adán no ganó nada con ligarse, en vez de a la mujer independiente, de voluntad propia y de espíritu amplio, a la Eva claudicante y sumisa  (cf. Isaías Lafuente, La mujer olvidada. Clara Campoamor y su lucha por el voto femenino, Temas de Hoy, 2011).

El 1 de octubre de 1931 se aprobaba en la Constitución de la República el artículo 36 que reconocía a las mujeres el derecho al voto con 161 votos a favor y 121 en contra. Era la primera vez que en la historia de España se lograba tamaña conquista: “Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de 23 años, tendrán los mismos derechos electorales con forme determinen las leyes”.

Volviendo a Lilith, desde mi interpretación feminista, ella es hoy uno de los símbolos más luminosos de la lucha contra el patriarcado. Es una mujer insubordinada y rebelde. Osa afirmar su propia identidad, cuestiona el rol dominante del varón y reclama paridad con él. Abandona a su compañero desobedeciendo a Dios, que le manda someterse a él. Se atreve a invocar el nombre de Dios, algo que estaba prohibido en el judaísmo, porque invocar su nombre era conocer su esencia y se consideraba un acto de soberbia.

526px-Virginia_Woolf_1927Virginia Woolf

Quebranta lo establecido y niega el orden social de las cosas. Aparece como mujer peligrosa por insumisa, en oposición a la mujer buena y sumisa asociada con la maternidad (Eva) y con la pureza (María). Abre la puerta a la transgresión e instiga el deseo prohibido. Es apátrida, extraña, autoexiliada. Creo que le es aplicable lo que dice Virginia Woolf de sí misma: “En mi condición de mujer, no tengo patria. Como mujer no quiero patria. Como mujer, mi patria es el mundo entero”.

A esta afirmación la teóloga feminista Jane Schaberg añade: “Como mujer, no tengo religión. No soy judía o cristiana o musulmana o pagana. Como mujer soy judía y cristiana, musulmana y pagana”. Igualmente puede aplicarse a Lilith la descripción que hace Virgnia Woolf de su amiga Ethel Smyth, compositora inglesa y dirigente del movimiento sufragista: “Pertenece a la raza de las pioneras, de las que van abriendo camino. Ha ido por delante, y talado árboles, y barrenado rocas, y construido puentes, y así ha ido abriendo camino para las que van llegando tras ella”.

En 2003, poco más de setenta años después del discurso de Clara Campoamor, y quizá inspirándose en él, el cantautor canario Pedro Guerra dedicó una canción a Lilith en su disco “Hijas de Eva”, en la que le reconocía como la primera mujer que se negó a someterse al varón, a dejarse gobernar por él, y se decidió a volar.

“¿Quién fue la primera mujer
la que se hartó de vivir para Adán
y se marchó del Eden?

¿Quién fue la mujer que pasó
del paraíso del bien y del mal
y sin pensarlo se fue?

Ni heroina, ni princesa,
ni voluble, ni perversa,
crece libre y no se deja
someter.

¿Quién fue la mujer que también
surgió del polvo y la arcilla y no fue
hueso del hueso de Adán?

¿Quién fue la mujer que creció
en la subversión y no quiso entender
el se*o sin libertad?

Ni heroína, ni princesa,
ni voluble, ni perversa,
crece libre y no se deja
someter.

Lilith fue la primera mujer,
Lilith fue la primera mujer,
la primera mujer.

¿Quién fue la mujer que cansada
de vivir infeliz y atrapada
se decide a volar?

¿Quién fue la primera mujer
que independiente en su forma de ser
no se dejó gobernar?

Ni heroina, ni princesa,
ni voluble, ni perversa,
crece libre y no se deja
someter.

Lilith fue la primera mujer,
Lilith fue la primera mujer,
la primera mujer”.

Ahora se entenderá el porqué del título de este artículo en efemérides tan significativa.

Juan José Tamayo es teólogo feminista de la liberación y autor de ‘Religión, género y violencia’ (Dykinson, 21019, 2ª ed.)

Fuente Religión Digital

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¿Merece la medalla?

Martes, 6 de mayo de 2014
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Ignacio-Gonzalez-Antonio-Varela-Comunidad_EDIIMA20140502_0336_13Ignacio González ha concedido la medalla de oro de Madrid al cardenal Rouco Varela. Entre los elogios, ha valorado el presidente madrileño el acierto con el que ha dirigido la diócesis, cosa que tendría que premiar el Vaticano si corresponde. También ha destacado que Rouco ha sido referencia intelectual, espiritual y moral para millones de madrileños. No lo ponemos en duda.

Pero esa presunta virtud se neutraliza con los ataques que otros millones de madrileños han recibido de su eminencia por defender una mirada laica de la vida, por sus posiciones abiertas respecto a asuntos como el aborto, la educación o el matrimonio homosexual que para Rouco y otros pastores de su diócesis han sido siempre las fronteras del infierno. Porque Rouco, como escuché a Iñaki Gabilondo el día que dejó la Conferencia Episcopal, es un gran intelectual que sin embargo nunca aprendió a sumar, sólo a dividir.

Fuente Isaías Lafuente, cadena Ser

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Para reflexionar: “¿Al violador no se le excomulga?”, por Jesús Bastante.

Miércoles, 19 de febrero de 2014
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hidalgo-y-costilla1Leído en su blog El Barón Rampante:

El apunte no es mío, sino de Isaías Lafuente, en la cadena Ser. Con sus prejuicios, sin notas a pie de página y con alguna falta de conocimiento acerca del Derecho Canónico. Pero con preguntas que se hace el común de los ciudadanos. También los creyentes. Y que, lamentablemente, no suelen obtener respuesta por parte de nuestra jerarquía. Se titular “¿Al violador no se le excomulga?” y da que pensar. Y sería extrapolable a otras violencias, como las que lamentablemente vivimos en El Estrecho, en los CIE o entre el silencio de muchas familias rotas. Para reflexionar. Se admiten opiniones.

El exportavoz de la conferencia Episcopal Martínez Camino recordó que todas aquellas personas que participan en un aborto incurren en excomunión automática. Nos llamó la atención porque después de casi 30 años de aborto legal en España, con una media de 100.000 anuales y añadiendo los profesionales que intervienen en ellos, tendría que estár excomulgada media España.

Y nos sorprendió porque el castigo eclesiástico se extiende, según sus palabras, incluso a los abortos fruto de una violación, pero no al violador. ¿Fue un olvido de Camino? Pues no, lo que ocurre es que el Código Canónico sólo incluye el aborto entre otros delitos puramente religiosos, la apostasía, la herejía o el cisma. Se contempla también la violencia física contra el papa, pero la violencia física contra la mujer, no. Tampoco los abusos contra menores, que pueden llevar a la expulsión del clero pero no a esa excomunión automática.

Intuyo que, en general, entre las razones de las españolas en esta dura decisión no pesará mucho la amenaza de excomunión. Tampoco se le ha visto muy activa a la Iglesia española en la publicación del número de excomuniones por aborto.

Lo que sorprende es que mientras el papa pide “no seguir insistiendo en asuntos como la homosexualidad, los anticonceptivos y el aborto” y dice que el confesionario “no puede ser una sala de tortura” para la mujer que ha abortado, otros sigan empeñados en mostrar las puertas del infierno.

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