Del blog de Jairo del Agua:
¡Pues sí que se ha armado oiga! Esta larga meditación ha levantado ampollas y me han llovido improperios. Posiblemente porque no “meditaron” y solo leyeron. Sin embargo, fueron muchas más las bendiciones.
Me ha causado especial dolor la acusación de escandalizar a “los sencillos”, porque camino entre ellos huyendo de los simples.
Me es imposible callar “lo que he visto y oído” (He 4,20) precisamente porque ansío ayudar a “los hambrientos”, a los que buscan con sencillo corazón. “Los hartos”, estáticos en su hartura, llenos de sabiduría y rutina, inmunes a toda conversión, no me interesan. No es mi carisma.
Confieso mi sorpresa por las descalificaciones, insultos, ironías y ataques a mi catolicidad. Quienes así se manifiestan se sitúan fuera de la caridad y, por tanto, fuera del Evangelio. Aunque debo agradecerles sinceramente su vacuna contra toda vanidad.
Mis meditaciones se publican en diversos medios para hacer el bien. Las escribo con el corazón más que con la cabeza, desde experiencias más que desde teoría o ciencia. Son “confesiones de un pecador en proceso de conversión”, con muchos errores a su espalda. ¡Que nadie se ofenda, por favor!
Si no te hace bien lo que escribo, deséchalo. ¡Busca lo que te contagie vida! No dicto lecciones y mucho menos dogmas. No hago más que exprimir mis pequeños descubrimientos. Pero vayamos a las siete aclaraciones.
1. No descalifico la “oración de petición”
Es imprescindible para la fragilidad y pequeñez del ser humano (ver Parte II). El problema está en cómo oramos, qué pedimos y a quién. Es esencial ser conscientes de todo eso. La “oración de petición” no sólo es buena, puede ser óptima.
Hay oraciones sublimes bajo apariencia de petición, como el “Veni Creator Spíritus”, la secuencia “Veni Sante Spiritus”, las invocaciones “Alma de Cristo santifícame”, la oración al Crucificado “Miradme oh mi amado y buen Jesús”, la de san Buenaventura “Traspasa dulcísimo Jesús y Señor mío”, etc. Hoy apenas se usan, las consideramos demasiado almibaradas y anticuadas. Sin embargo, son un verdadero crepitar de corazones incendiados, expresión de aspiraciones profundas de enamorados.
Vengo defendiendo -aunque parezca un contrasentido- que en la “oración de petición” más que PEDIR hay que EXPRESAR nuestras aspiraciones y nuestras necesidades humanas. De esa manera las aspiraciones toman volumen, se expanden, crecen y, si es en comunidad, se contagian. Las necesidades al expresarlas, contarlas y sacarlas fuera, pesan menos, uno se desahoga y descansa en Quien nos cuida siempre.
Eso nos prepara para ACTUAR o ACEPTAR, verbos muy olvidados. Esto no es Teología es pura Sicología. Es justamente lo que hacen los que van al sicólogo. ¿Hay algún sicólogo mejor que Jesús de Nazarert?
Dios no necesita nuestras oraciones, ni le convencen de nada, ni le mueven a actuar de otra manera, ni va a retirarnos su favor sin ellas. Somos nosotros los que necesitamos la oración -esa bendita sicoterapia- para apoyarnos, afirmarnos y avanzar. Los milagros ya están dentro de ti, en las potencialidades que recibiste al nacer.
El “milagro de la espiga” ya está en el grano de trigo que se deja transformar en la oscuridad de la tierra. El “milagro de la bombilla” está en vaciarse y abrirse a la energía para incendiarse. Los “milagros de los santos” no son concesiones extraordinarias de lo Alto, son la manifestación de su transformación. La “imagen y semejanza” creció y les tomó, como el fuego convierte al hierro en pura incandescencia.
No hay posibilidad de milagro sin transformación. Los milagros nacen de “abajo”, no llegan de “arriba”: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: vete de aquí para allá, y se trasladaría; nada os sería imposible” (Mt 17,20). Lo que Dios quiere es que su vida -su reino la llama el evangelio- crezca en nosotros y nos haga felices: “en cambio, buscad que Él reine y lo demás se os dará por añadidura” (Lc 12,31).
2. No niego que haya que rezar por otros
Lo que digo es que tendríamos que ser conscientes de a quién oramos y situarnos en coherencia. Mejor PRESENTAR al otro y nuestra aspiración a ayudarle que COLGARLE al Señor las necesidades del otro como si fuera un perchero milagroso.
Hay que partir de la convicción (fe) de que Dios ya está volcado por el otro y no hay que CONSEGUIR nada. Más bien hay que IMITAR sus actitudes hacia ese hermano: “¿Además de traerte a esta persona querida, Señor, qué puedo yo HACER por ella siguiendo tu ejemplo? – ¿Cómo puedo SER para ella tu abrazo, tu beso, tu consuelo?”. Puede que nos sorprendan las respuestas.
Las súplicas (incluidas las preces de la Misa) no deberían ser para COLGAR de Dios las necesidades humanas y apaciguar nuestra conciencia. Deberían ser para COMPROMETERNOS con las soluciones posibles hoy.
Nosotros somos las manos de Dios. Y, como son tan pequeñas, necesitamos hacerlas crecer. ¿La manera? VIVIFICAR nuestras aspiraciones identificándolas y expresándolas. GRITAR nuestro deseo de ayudar: ¡Quiero ayudar a esta persona, Señor, muéstrame cómo! Esa forma de pedir nos vitaliza y nos predispone a responsabilizarnos, a solidarizarnos, a MOVILIZAR nuestros recursos internos y externos para ayudar.
Saldríamos de la oración (o de la Eucaristía) más o menos “transformados”, según la intensidad con que hayamos vivido y expresado nuestras aspiraciones profundas. Por desgracia, solemos salir como entramos: “solitarios entre solitarios, codeándonos más que conociéndonos” (Marcel Legaut). Eso sí, con la conciencia anestesiada porque ya le hemos colgado a Dios o a los santos nuestras responsabilidades. Eso explica tanta atonía, tanta rutina, tanto aburrimiento y tanta desbandada.
Cuando hablo de responsabilidades no penséis en grandes cosas. Somos demasiado pequeños. Se trata de dar nuestro pasico de hoy, el que podamos. Se trata de VIVIR lo que decimos que creemos. ¿Cuánto cuesta un beso, un abrazo, una sonrisa, una palabra de aliento, una caricia, un piropo sincero, un “estoy contigo”, un “yo te acompaño a casa” o un “estamos en buenas manos”?… “Muéstrame tu fe sin obras (sólo intercesión) y yo con mis obras te mostraré mi fe” (Sant 2,18).
No tiene sentido que una ola interceda ante el Mar para que conceda agua a otras olas. Más bien la ola “intercesora” debería hacerse consciente de quién es y dónde está para aprovechar su fuerza y levantar las olas desvanecidas.
La fe no consiste en creer que puedo CONSEGUIR sino en FIARME del Mar -en el que estoy sumergido- y apretarme, fundirme, solidarizarme, abrazarme con esas otras olas por las que me preocupo. Cualquier oración comunitaria debería ser una “sinfonía de agua” cantando al Mar.
3. Tampoco niego la influencia de la Virgen y de los Santos en nuestras vidas
No soy un iconoclasta. Para mí, la presencia de Madre en mi vida es esencial. Lo que digo es que no son intermediarios y, por tanto, no se puede hablar de intercesión. Más que orar A los santos hay que orar CON los santos. Y con Madre, por supuesto. Más que pedir hay que VIVIR nuestras aspiraciones CON ellos y COMO ellos.
Nuestra Madre es justamente eso, una “madre” que educa, enseña, aconseja, consuela y acompaña. No es una “diosa menor” a la que haya que pedir milagros, ni el brazo misericordioso que los arranca de un “dios solemne y rígido”.
Es la Madre de nuestro Señor y nuestra, la llena de gracia, nada más y nada menos. Los “excesos católicos” en este tema propiciaron (y propician) la huida de hermanos nuestros, temerosos de caer en idolatría. Hay que reconocerlo por mucha carga popularista que tengamos en contra. Ella no es el Camino, solamente quien me impulsa por Él.
Sugiero estas advocaciones: Virgen del Horizonte (imagen de una bellísima mujer judía, con la cabeza descubierta, ataviada para el viaje, con el brazo derecho extendido hacia un camino que se sumerge en el horizonte; en la peana esta leyenda: “Buscad su rostro”); Virgen de la Adoración (la misma mujer profundamente postrada con éste rótulo al pie: “Glorifica mi alma al Señor”); Virgen de la Alabanza (la misma mujer con los brazos extendidos a lo alto y esta frase a sus pies: “Salta de júbilo mi espíritu en Dios mi salvador”. Tal vez algún artista se atreva a plasmarlas.
Todos los que nos aman (en el cielo o en la tierra) NUNCA llegarán a amarnos y estar tan cerca de nosotros como el Padre. Ellos son sólo sus seguidores.
Pueden influir en nosotros pero no pueden influir en Dios porque es Inmutable. En esta afirmación -una evidencia para mí- podría resumirse todo lo que vengo diciendo sobre la intercesión.
4. “Cada uno hace lo que puede y es muy respetable”
Así me responde un comentarista enojado. ¡Tiene razón! No se puede hacer más que “lo posible” en cada momento. ¡Cierto! Otros me dicen que la intercesión es “de siempre” y figura citada expresamente en la Escritura. ¡También cierto!
Pero… el ser humano es progresivo, está llamado a crecer y madurar (“sed perfectos…”). Las potencialidades del hombre son enormes, bastaría observar el progreso material para darse cuenta. ¿Renunciaremos al progreso espiritual? ¿Nos quedaremos en “esto es lo que me enseñaron mis abuelas”, “se ha hecho o dicho así siempre”?
Estamos llamados a crecer -las citas del Evangelio serían interminables-. Y crecimiento significa “movimiento, cambio, progreso, maduración”. El inmovilismo, bajo cualquier ropaje sagrado o profano que se esconda, es totalmente negativo para el cuerpo y para el alma. Lo que hoy no veo o no puedo, tal vez lo vea o pueda mañana.
El cristianismo es Camino. No es posible permanecer en camino sin caminar.
El cristianismo es Verdad. No eres de la verdad si no te “desnudas” y te dejas penetrar por ella hasta lo más íntimo, aun “soltando” los libros.
El cristianismo es Vida. No estás vivo si no creces y maduras.
Hay quienes ven en la Escritura un límite, una gran cárcel, y la utilizan para encerrarse y encerrar a otros. Incluso para amenazarles, injuriarles, despreciarles y agredirles. No practican la Palabra sino “el palabrazo” que es, justamente, la negación de la Palabra.
Estoy convencido de que la Escritura es una oportunidad, un inmenso camino por recorrer, un precioso canto a la luz, la libertad y el amor, genes dominantes recibidos del Padre. Hay quien confunde la perla -me decía una lectora uruguaya inteligente- con la rugosa valva, la ostra o la baba.
Nos lo dejó dicho el Señor: “Muchas cosas tengo que deciros todavía, pero ahora no estáis capacitados para entenderlas. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad completa. Pues no os hablará por su cuenta, sino que os dirá lo que ha oído y os anunciará las cosas venideras“ (Jn 16,12). ¿Quién se atreverá entonces a enjaular la Luz? ¿Quién le pondrá cadenas al Espíritu?
No me preocupa que en la Escritura se mencione la judaizante “intercesión”. Si descubro que esa palabra u otras me impiden poner a Dios en el lugar supremo de mi vida, si me oscurecen su Rostro, si me impiden ver su Amor, es que no son perla.
5. La santa Misa
Algunos me golpean con el Misal llenito de intercesiones. La santa Misa es nuestra suprema oración comunitaria, la “celebración” gozosa de nuestras aspiraciones, especialmente adoración, alabanza y acción de gracias. Leer más…
Espiritualidad
Espacios para la Oración, Intolerancia
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