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Entradas Etiquetadas ‘Interioridad’

Vida espiritual

Sábado, 29 de febrero de 2020
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Estamos aún en los bajos fondos, en los sótanos de la vida espiritual: también nosotros, que algunas veces nos mostramos un tanto burócratas, debemos ascender a la planta superior. Subir a la planta superior significa en nuestro caso superar la frialdad de un derecho sin caridad, de un silogismo sin fantasía y sin inspiración, de un cálculo sin pasión. Significa superar la frialdad de un logos sin sophia, de un discurso sin sabiduría y sin corazón. Significa no contentarnos con el acopio de nuestras pequeñas virtudes humanas, como si éstas pudieran comprarnos el Reino de Dios, cuando sabemos que es el Señor quien nos da la fuerza para ser buenos y humildes. En efecto, el Señor no nos ama porque seamos buenos, sino que nos hace ser buenos porque nos ama… María, inquilina acostumbrada a la planta superior, nos alivia de un estilo pastoral «atareado», sin inspiración, de una experiencia de oración requerida sólo por el guión, sin sobresaltos de fantasía, sin emoción. Nos rescata del achatamiento de nuestra vida interior en el ámbito de las trivialidades, del afán de las cosas por hacer que nos impiden elevarnos a ti.

*

A. Bello,
Cirenei della gioia,
Cinisello B. 1995, pp. 44ss

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 Foto Freepiks

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Frei Betto: “Rescate rumbo a nuestra interioridad”

Jueves, 27 de febrero de 2020
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Nuevo-comienzo_2199990054_14290490_660x371Tal vez el fin y el inicio del año sean los momentos cuando más aflora la disposición para hacer un examen de conciencia. Saudade de estar exiliado de lo que realmente soy

Es hora de pagar nuestro rescate. De librarnos de la condición de rehenes insatisfechos de nuestros propios vicios e incoherencias

Hago una sencilla propuesta: meditar. Ese es un camino viable para todos. Basta contar con disposición y tiempo. Voluntad y método

El mundo es lo que hacemos de él. E incidimos en él por la participación o la omisión. La neutralidad no existe

Se inicia otro año. Es momento de recordar, examinar, evaluar. Y de trazarse propósitos para los próximos doce meses: comer menos, hacer ejercicios, ser más generoso,  prodigar elogios, votar en las elecciones municipales por quien realmente se dedique a garantizar la calidad de vida de la población… Dentro del corazón laten ansias de una vida y un mundo mejores. ¿Cómo alcanzarlos?

¡Quién soy yo para dar consejos! Conozco el tamaño de mis defectos, la dimensión de mis errores. No por eso dejo de compartir con los lectores media docena de opiniones que, aunque carezcan de fundamento, al menos avivan el debate.

Saudade. Un vocablo portugués que no tiene equivalente en muchos idiomas.[1] ¿De qué tenemos saudade? ¿Del amor perdido? ¿De la infancia feliz? ¿Del familiar fallecido? Sí, pero sobre todo de nosotros mismos.

Tal vez el fin y el inicio del año sean los momentos cuando más aflora la disposición para hacer un examen de conciencia. Saudade de estar exiliado de lo que realmente soy. Tiene saudade de sí quien anda exiliado de lo que realmente es. Se corre el riesgo de tener como epitafio el verso de Fernando Pessoa: “Fui lo que no soy”. No quiero ser lo que no soy. Pero admito la pertinencia de las palabras del apóstol Pablo: “No hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (Carta a los romanos 7,15).

Es hora de pagar nuestro rescate. De librarnos de la condición de rehenes insatisfechos de nuestros propios vicios e incoherencias. Rescatarse es emprender una ardua jornada rumbo a nuestra interioridad. No solo como lo hizo De Maistre dentro de su cuarto. Sino yendo a donde reside la verdadera identidad: a lo más profundo de nosotros mismos.

¿Cómo hacerlo? Para eso, el proceso psicoanalítico es muy valioso. No obstante, implica recursos que no siempre están al alcance de todos. Hago, pues, una sencilla propuesta: meditar. Ese es un camino viable para todos. Basta contar con disposición y tiempo. Voluntad y método.

Hace años que me relaciono con grupos de oración. Con ellos aprendo lecciones importantes concernientes a la meditación. No existe un método único. Los métodos son tantos como los meditantes. Cada persona debe descubrir y desarrollar el método que le conviene: sentado o andando, con los ojos cerrados o entreabiertos, al despertar o al final de la tarde, en silencio o al son de una suave melodía, concentrado en un mantra o en la respiración, etc. Un detalle resulta importante: reservar tiempo para la meditación, como se hace para las comidas, el sueño y el baño. Sin apartar un espacio en la agenda para ella, la meditación resulta difícil.

Es necesario tener disposición. Saber “perder tiempo”. Librarse de la idea utilitarista de que “el tiempo es dinero”. Sumergirse por un momento en el saludable espacio de la ociosidad espiritual. Disposición significa disciplina. No se medita sin darse tiempo.

A quienes se inician se les recomienda marcar en el reloj un tiempo mínimo de meditación. Sugiero 20 minutos. Mientras no suene el despertador, no cambie la postura escogida para meditar. Poco a poco se aumenta el tiempo en la misma proporción en que se consigue vaciar la mente y centrar la atención en el plexo solar, embebiéndolo de la presencia inefable de Dios. O del Vacío.

¿Qué hacer para mejorar el mundo? Hay pequeños gestos, como observar las normas de selección de la basura, economizar agua y electricidad, sembrar árboles y defender la preservación del medio ambiente. Hay gestos de más amplitud, como asociarse a un esfuerzo comunitario en una iglesia, un sindicato, un club, una ONG o una iniciativa volcada a la responsabilidad social. Los lazos de solidaridad se estrechan en trabajos voluntarios, luchas partidarias, presiones sobre el poder público o denuncias de abusos de empresas, como los anuncios lesivos a los niños o los productos con altas dosis de sustancias perjudiciales a la salud como los embutidos, los transgénicos y el amianto.

El mundo es lo que hacemos de él. E incidimos en él por la participación o la omisión. La neutralidad no existe. Y eso vale tanto para nuestra salud personal como para la salud colectiva. La indiferencia no suscita la diferencia.

[1] Así es. Se suele traducir al español como sentir nostalgia, añoranza. Quizás el sustantivo más cercano sea morriña.

Fuente Religión Digital

Espiritualidad

Cristo es la Transparencia

Martes, 6 de agosto de 2019
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Dios mismo vino sobre la tierra como un pobre,
como un humilde.
Vino a través de Cristo Jesús.
Dios permanecería lejos de nosotros si
Cristo no fuera la transparencia.
Desde el comienzo Cristo estaba en Dios.
Desde el nacimiento de la humanidad,
era palabra viva.
Vino sobre la tierra para hacer accesible
la confianza de la fe.
Resucitado, hace su morada en nosotros,
nos habita por el Espíritu Santo.
Y descubrimos que el amor de Cristo se expresa ante todo
por su perdón y por su presencia continua dentro de nosotros.

*

“15 días con el Hermano Roger de Taizé “
escrito por Sofía Laplane
Editorial Ciudad Nueva

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***

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte para orar.

Mientras oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus vestidos se volvieron de una blancura resplandeciente.

En esto aparecieron conversando con él dos hombres. Eran Moisés y Elías,  que, resplandecientes de gloria, hablaban del éxodo que Jesús había de consumar en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros, aunque estaban cargados de sueño, se mantuvieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos que estaban con él.

Cuando éstos se retiraban, Pedro dijo a Jesús:

Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

Pedro no sabía lo que decía. Mientras estaba hablando, vino una nube y los cubrió, y se asustaron al entrar en la nube. De la nube salió una voz que decía:

Este es mi Hijo elegido; escuchadlo.

Mientras sonaba la voz, Jesús se quedó solo. Ellos guardaron silencio y no contaron a nadie por entonces nada de lo que habían visto.

*

Lucas 9,28b-36

***

Si supiéramos reconocer el don de Dios, si supiéramos experimentar estupor, como el pastor Moisés, ante todas las zarzas que arden en los bordes de nuestros caminos, comprenderíamos entonces que la transfiguración del Señor -la nuestra- empieza con un cierto cambio de nuestra mirada. Fue la mirada de los apóstoles la que fue transfigurada; el Señor permanece el mismo.

La cotidianidad de nuestra vida, trivial y extraordinaria, debería revelar entonces su deslumbrante profundidad. El mundo entero es una zarza ardiente, todo ser humano -sea cual sea la impresión que suscita en nosotros- es esta profundidad de Dios.

Todo acontecimiento lleva en él un rayo de su luz. Nosotros, que hemos aprendido a mirar hoy tantas cosas, ¿hemos aprendido los datos elementales de nuestro oficio de hombres? Se vive, en efecto, a la medida del amor, pero se ama a la medida de lo que se ve. Ahora, en la transfiguración, nuestra visión participa en el misterio, de ahí que el amor esté en condiciones de brotar de nuestros corazones como fuego que arde sin consumir, y así puede enseñarnos a vivir.

Debemos pasar de la somnolencia de la que habla el evangelio a la auténtica vela, a la vigilancia del corazón. Cuando despertemos se nos dará la alegría inagotable de la cruz. Al ver, por fin, en la fe, al hombre en Dios y a Dios en el hombre -Cristo- nos volveremos capaces de amar y el amor saldrá victorioso sobre toda muerte.

El Señor se transfiguró orando; también nosotros seremos transfigurados únicamente en la oración. Sin una oración continua, nuestra vida queda desfigurada. Ser transfigurados es aprender a ver la realidad, es decir, a nuestro Dios, a Cristo, con los ojos abiertos de par en par. Ciertamente, en este mundo de locos, siempre tendremos necesidad de cerrar los ojos y los oídos para recuperar un cierto silencio. Es necesario, es como una especie de ejercicio para la vida espiritual. Sin embargo, la vida, la que brota, la vida del Dios vivo, es contemplarlo con los ojos abiertos. Él está en el hombre, nosotros estamos en él. Toda la creación es la zarza ardiente de su parusía. Si nosotros «esperásemos con amor su venida» (2 Tim 4,8), daríamos un impulso muy diferente a nuestro servicio en este mundo .

*

J. Corbon,
La alegría del Padre, Magnano 1997

***

Durante el verano, vuestras hermanas y hermanos de Cristianos Gays rezan contigo y por tí. De hecho, nuestro deseo es vivir nuestra vida cotidiana, iluminados interiomente por medio de Jesucristo. Queremos estar cerca de los que pasan las pruebas.

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Itaca

Martes, 28 de mayo de 2019
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Del blog Nova Bella:

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Desde fuera
¿Quién sería el extraño que quisiera
conocer un paisaje como éste?
Desde fuera, la isla es infinita:
una vida resultaría escasa
para cubrir su territorio.
Desde fuera.
Pero Ítaca está dentro, o no se alcanza.
¿Y quién querría descender al fondo
de un silencio más vasto que el océano?
Silencio son sus habitantes,
silencio y ojos hacia el mar.
Desde fuera
las aguas son caminos
desde la playa son sólo frontera.
¿Y quién sería el torpe navegante
que entraría en un puerto sin faro?
Desde fuera, los dioses nos contemplan.
Desde aquí, no hay un pecho
capaz de cobijarlos:
los dioses son palabras; con el silencio, mueren.
¿Alguna vez la isla fue distinta?
Quién lo puede saber desde el aturdimiento.
Sin palabras, sin dioses, Ítaca es sólo el mar.
*

Francisca Aguirre

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¡Adentro!

Viernes, 7 de diciembre de 2018
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Del blog Nova Bella:

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En vez de decir: “¡Adelante!” o “¡Arriba!”, di: “¡Adentro!” Reconcéntrate para irradiar. Déjate llenar para que reboses luego, conservando el manantial. Recógete en ti mismo para mejor darte a los demás, todo entero e indiviso. “Doy cuanto tengo”, dice el generoso. “Doy cuanto soy”, dice el héroe. “Me doy a mí mismo”, dice el santo; di tú con él al darte: “Doy conmigo el universo entero”. Para ello tienes que hacerte universo, buscando dentro de ti. ¡Adentro!

*

Miguel de Unamuno

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“Interioridad y mindfulness”, por Natalia Tirador y Marta Digón

Miércoles, 26 de septiembre de 2018
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meditacion-mindfulnessLa Interioridad, una propuesta más allá del Mindfulness

La búsqueda de la trascendencia es connatural al ser humano; no se conoce época histórica en el que este anhelo profundo no haya acontecido. Durante siglos este anhelo ha tenido lugar en el marco de las religiones, donde se ofrecían los mapas para vehicular este acceso.

Hoy vivimos en un momento de cambio de paradigma en la vivencia espiritual, o por lo menos muchos de nosotros lo sentimos así. Esto quiere decir que vivimos, más allá de las religiones, una posibilidad de acceso a las profundidades de nuestro ser, un marco que nos ha dejado de contener, el lenguaje religioso ya no nos expresa, la experiencia de vida interior ha desbordado el continente, y el contenido ha encontrado otras vías de acceso para entrar en nuestro interior. Es como si los zapatos de hace un tiempo, que nos servían para caminar en su momento, nos aprietan y necesitamos cambiar de calzado, aunque el recorrido sea el mismo. Las categorías religiosas de antaño ya no nos expresan, están obsoletas, y  necesitamos otras vías para acceder a nuestro interior.

El mindfulness, como vía de acceso, posibilita este adentramiento desde el vivir con una actitud de atención plena y consciente en cada instante del día. Con la atención plena sacralizamos la vida ordinaria. En otro tiempo habría que retirarse del mundo para acceder a lo sagrado; en la dualidad el mundo estaba lleno de ruido y repleto de mensajes morales para llegar a un perfeccionamiento. Ahora entendemos que es todo uno, y que lo sagrado es la vida misma, que todo está contenido por lo que es, y que nada puede quedar fuera. No hay que salir al exterior de nosotros mismos para encontrar aquello que ya tenemos dentro. Este matiz sutil conduce a una praxis radicalmente diferente, nuestra vida entera pasa a ser toda ella sagrada, la presencia activada con la atención consciente del devenir de cada instante, nos conduce a ese espacio de paz que llamamos conciencia, o la vida  que nos vive, que sería la misma única cosa.

La física cuántica, como otra vía de acceso, nos dice que creamos la realidad con la observación y la atención consciente nos permite acceder a ese instante con todo nuestro ser, y entonces el instante se transforma en plenitud.

Al vivir en una realidad fractal sabemos que la parte contiene el todo, y entonces entendemos que en la minúscula porción del instante se juega la totalidad de nuestra existencia; cada instante empieza y acaba en una realidad única; ya no hay que esperar en consecuencia, al futuro para realizarse. Todo acontece en lo que ya está aconteciendo de manera perfecta en la totalidad de nuestra presencia activada.

El mindfulness nos invita al cuidado de cada minúscula porción: estoy donde estoy en el instante mismo que está ocurriendo, y lo manifiesto en la manera de comer, andar, acariciar, escuchar, lavarme, mirar y amar…

Pero el mindfulness no es un atender por atender, no se trata de estar atento porque estamos distraídos y tampoco recurrimos a ello para estar más relajados o ser más eficientes. Se trata de acceder a ese espacio diáfano, abierto, inmenso, innombrable, inabarcable que nos vive y nos contiene a todos, que es el Amor.

Con la atención constante observamos aquellos obstáculos, apegos, heridas…, que tiene el psicocuerpo y que a menudo interfieren en la expresión de ese amor. La observación y autoindagación sutil de lo que nos acontece por dentro, nos permiten explorar e investigar constantemente qué es eso de ser humanos, que no sabemos…. Es ir respondiendo a la pregunta: ¿quién soy yo? En esta autoindagación no se trata de realizar ningún tipo de análisis; al contrario, es ir desprendiéndose de capas e identidades que hemos ido creando y que ocultan nuestra esencia amorosa.

La observación es transformadora en sí misma, no hay que hacer nada con lo observado, ni terapeutizarlo, ni trabajarlo, ni rechazarlo, ni juzgarlo, ni compararlo, ni psicologizarlo…. Es más bien un “no hacer”, solo observar, porque la alquimia se produce en otro plano, y ese otro plano es transpersonal, transracional, transmental….

La verdadera transformación la opera la conciencia, la vida que nos vive. Ella sabe qué ir haciendo en nosotros para que vayamos siendo; solo nos tenemos que dejar. Es en esa rendición activa donde se produce todo lo que necesitamos para ser. Se da de forma natural, porque en realidad no hay separación alguna, podemos pelearnos constantemente con lo que es, o sencillamente fluir con lo que ya está siendo.

La rendición no es un acto cobarde –al contrario, es el paso consciente más valiente que podemos dar- y tampoco es resignación o pereza. Es sencillamente quitarse de en medio para que surja la sabiduría que posee todo ser humano en lo más hondo de sí mismo; es dejar que la vida campee a sus anchas, sin interferencias, cada vez más  ella en nosotros, para que al final no quede nada de nosotros, y quede solo ella siendo, que es nuestro verdadero ser.

El oleaje de la vida, si no ponemos atención en ello, nos puede llevar a lugares revueltos y a veces indeseados. Contemplar ese oleaje puede ser un ejercicio de mindfulness, de observación consciente y de profunda transformación para nuestro ego. Pero si queremos ir al fondo del mar, hemos de cambiar de nivel, y ese está más allá… Ese lugar es la interioridad y carece de ego, es lo que llamamos la Conciencia. Y en ese lugar reposa el Ser.

Natalia Tirador (Ixileku) y Marta Digón (Camí Endins) Camiendins

Fuente Boletín Semanal de Enrique Martínez Lozano

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“Interioridad e intimismo “, por Jesús Espeja

Jueves, 23 de agosto de 2018
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joven-caminando-con-jesusDe su blog La Iglesia se hace diálogo:

“Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho. Jesús les dijo: vamos a un sitio tranquilo porque eran tantos los que iban y venían que no tenían tiempo ni para comer. Se fueron al otro lago del lago pero al desembarcar Jesús vio una multitud, le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor y se puso a enseñarle con calma” ( evangelio)

Cuenta el evangelista Marcos que Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con él y enviarlos proclamar el Evangelio por las aldeas de Galilea. Los discípulos salieron a cumplir su misión, fueron bien acogidos por la gente, y volvieron a Jesús para contarle sus éxitos. Pero Jesús se dio cuenta que no debían olvidar algo importante: reunirse de nuevo con él y procesar sus actividades en un lugar silencioso y retirado, pues eran muchos los que iban y venían y apenas les quedaba tiempo para comer”. Sin embargo cuando ya están en el retiro deseado, Jesús ve a la gente, se compadece y otra vez se entrega con amor a la misión.

Al evangelista le interesa destacar el significado que tal relato puede tener para los primeros cristianos. El seguimiento de Jesucristo conlleva dos dimensiones inseparablemente unidas. Primera, “estar con Jesús”; en esa intimidad nace la confianza, caen los miedos y brota el coraje de futuro; sin ese clima de interioridad y contemplación no hay seguimiento. Pero en la espiritualidad cristiana no se confunde interioridad con intimismo, porque el encuentro auténtico con el Dios revelado en Jesucristo, nos lleva sin remedio, motivados por la compasión a preocuparnos de ayudar a quienes lo necesitan. Estar con Jesús y ser enviados son aspectos inseparables de la única experiencia que llamamos fe cristiana.

Es importante distinguir entre interioridad e intimismo. Interioridad se refiere a ese ámbito de opciones, pensamientos y afectos de una persona, que no está en principio abierto al dominio público; lo vivimos en la intimidad y sin ese ámbito no podemos respirar. Intimismo en cambio evoca cerrazón en uno mismo, incomunicación asfixiante. Cuando en nuestra cultura la superficialidad se impone y la manipulación mediática nos zarandea, cada vez es más urgente cultivar la interioridad personal y la intimidad para ser nosotros mismos y relacionarnos saludablemente con los otros Pero el intimismo como cerrazón en nuestro “ego” aislándonos de los demás o aceptando solo a quienes son de nuestro grupo, es enfermedad que nos deshumaniza.

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Dentro

Lunes, 16 de julio de 2018
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Del blog Nova Bella:

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En el mar de la duda en que bogo
ni aun sé lo que creo:
¡sin embargo, estas ansias me dicen
que llevo algo
divino aquí dentro!

*

Gustavo Adolfo Bécquer

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San Benito

Miércoles, 11 de julio de 2018
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Sí, la Iglesia y el mundo, por diferentes pero convergentes razones, necesitan que San Benito salga de la comunidad eclesial y social y se rodee de su recinto de soledad y silencio, y desde allí nos haga escuchar el encantador acento de su sosegada oración, desde allí casi nos alabe y acaricie y nos llame a sus claustros, para ofrecernos el cuadro de un taller “del servicio divino”, de una pequeña sociedad ideal, donde finalmente reina el amor, la obediencia, la inocencia, la libertad de las cosas y el arte deusarlas bien, la prepondeancia del espíritu, de la paz. En una palabra, el Evangelio.

Que san Benito vuelva para ayudarnos a recuperar la vida personal; esa vida personal por la que hoy sentimos tanto ansia y afán y que el desarrollo de la vida moderna, a la que se debe el deseo exagerado de ser nosotros mismos, lo sofoca en tanto que lo despierta, lo decepciona al mismo tiempo que lo hace consciente.

Corría el hombre en un tiempo, en los siglos remotos, al silencio del claustro, como corría a ellos Benito de Nursia, para encontrarse a sí mismo. Hoy, no es la carencia de la convivencia social lo que impulsa al mismo refugio, sino la exuberancia. La excitación, el estruendo, la ansiedad, la exterioridad, la multitud amenazan la interioridad del hombre. Le falta el silencio con su genuina palabra interior, le falta el orden, le falta la oración, le falta la paz, le falta él mismo. Para recuperar el dominio y el gozo espiritual de nosotros mismos, tenemos necesidad de  volver a asomarnos al claustro benedictino.

Y una vez recuperado el hombre para sí mismo en la vida monástica, es recuperado para la Iglesia. El monje tiene un puesto de privilegio en el Cuerpo Místico de Cristo, una función tanto más providencial y urgente como nunca.

*

Pablo VI
Discurso después de la Consagración de la Basílica de Monte Casino el día 24 de octubre de 1964.

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Caminos de Libertad

Viernes, 29 de junio de 2018
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Del blog de los Amigos de Thomas Merton:

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De una carta a Victoria Ocampo del 13 de septiembre de 1958: “No hay nada en el mundo tan importante como el diálogo realmente vivo entre los seres vivos, los hijos de Dios, como lo somos nosotros: porque su diálogo no puede existir sin la intervención de Dios mismo. ¡Qué misterio maravilloso el lenguaje humano, en el que se manifiesta la Palabra de Dios!”.

De la misma carta anterior, sobre el SACERDOTE: “Lo peor del diálogo oficial entre un sacerdote y quienes no lo son es esta conciencia terrible de una diferencia que, en suma, no debería contar demasiado.  En efecto, uno termina por creer que el sacerdote está suspendido, como jerarca y burócrata, en la mitad exacta del abismo que separa a los hombres de Dios. No hace allí sino anunciar decisiones oficiales, dogmáticas, morales, canónicas. Es un poco menos amigable que el médico, el abogado, el psicoanalista. No se tiene en cuenta el hecho de que Dios no se separa nunca de los hombres, porque Dios y el hombre son uno en Cristo. Lo que importa en el sacerdote, hombre de Dios, es su humanidad, porque él prolonga, más que todos los demás, el misterio de la encarnación. Ahora bien, si el sacerdote está un poco deshumanizado por su formación en el seminario…”. Luego, sigue más adelante: “No crea jamás que soy un ser distinto de usted, que estoy aquí en un monasterio bien tranquilo, sin problemas como los suyos. Muy por el contrario, vivo en el corazón mismo de su problema, porque estoy en el corazón mismo de la Iglesia. Yo no me creería un verdadero monje, un verdadero sacerdote, si no fuera capaz de sentir en mí mismo todas las revueltas y todas las angustias del hombre moderno. Pero es necesario sentir todo esto, sufrir todo esto, pero no aislado y a la deriva, sino con Cristo que lo ha soportado todo y que lleva todo en nosotros”.

Verdaderamente, lo único que puede liberarnos es Cristo, pero no lo encontramos simplemente a través de las evasiones fáciles, de las renuncias pasivas. No podemos encontrarlo realmente por medio de una abdicación, porque encontrar la verdad supone la fidelidad más heroica a todos sus reflejos en nosotros mismos, comenzando por aquellos que nos muestran nuestra propia miseria y la de los demás” (La misma cita).

Usted sabe muy bien que encontrará a Dios en el centro de sí misma… búsquelo. No va a resolver todos sus problemas en un abrir y cerrar de ojos. Por el contrario, es el medio mismo de estos problemas donde encontrará a Dios y a Cristo, porque Él está con usted. Y es Él quien le hará salir de ellos. Pero piense en Él y no busque evadir las situaciones difíciles; tómese un poco más de tiempo para ser usted misma y encontrará sigilosamente, oscuramente, a Cristo” (Igual, 13 septiembre, 1958).

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Nada es si no es Él…

Jueves, 21 de junio de 2018
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Del blog Pays de Zabulon:

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“Sé lo que soy por la gracia de Dios,
Yo soy por tanto sólo lo que Dios es en mí y nada más;
y Dios también es esto mismo que está en mí.

En efecto nada es nada, y lo que es, es;
y, por lo tanto yo no soy, si lo soy, más que lo que Dios es,
y nadie no es sino Dios;
y es por eso que yo no encuentro más que a Dios,
donde sea que penetre,
porque nada es
si no es Él, a decir verdad. “

*

Margarita Porete
(v.1250/1260, 1310)

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Fuente  foto : tohotdontmiss.tumblr.com


[No estoy completamente satisfecho con la elección de la foto: la persona parece esperar o buscar a Dios desde el exterior. En la experiencia mística de Marguerite Porète, es muy en lo interior donde se hace esta revelación, las consideraciones o las circunstancias exteriores no le afectan en absoluto.]

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En el dolor, un nuevo templo.

Miércoles, 13 de junio de 2018
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catedral-del-buen-pastorCarolina Abarca
Buenos Aires (Argentina).

ECLESALIA, 02/10/17.- El año pasado viajamos con mi familia a Europa a visitar a mi hermana, quien se encontraba viviendo allá con su marido. Recuerdo que llegamos a Madrid el domingo de Pascua y fuimos a misa juntos, a una iglesia cerca del Templo de Debod, en donde habíamos estado horas antes viendo el atardecer. Me acuerdo con sorprendente nitidez la sensación que tuve en esa misa. La homilía triste, seca y vacía que pronunció un cura entrado en años, contrastaba con el esplendor de la Iglesia en la que estábamos. Sentí que alguien tenía que avisarle al sacerdote y a las imágenes que poblaban la iglesia que era Pascua y estábamos festejando la resurrección de Cristo. A veces, nuestra religión parece olvidarse algo que la sana espiritualidad mantiene presente: Dios está vivo, cerca y presente.

Después de algunos días en Madrid, alquilamos un auto y emprendimos un roadtrip en el que recorreríamos Galicia y Asturias. Durante los diez días que duró, visitamos no solo ciudades emblema como Santiago de Compostela o Bilbao, sino también una innumerable cantidad de pueblitos. Y uno no puede creer que sean tan increíbles y estén ahí, silenciosos, aparentemente perdidos en el camino. No podría especificar con certeza la cantidad de iglesias que visitamos durante esos días, pero vale decir que fueron realmente muchas. Quizás influenciada por el sinsabor que me había dejado la misa de Pascua, no pude dejar notar que en todas ellas había demasiadas imágenes lúgubres y Cristos crucificados.

Recuerdo haber pensado dos cosas. Lo primero fue que difícilmente un niño se sienta a gusto dentro de esas iglesias, lo cual, como mínimo, me genera suspicacia. Cada vez confío más en el criterio de los niños que, en su inocente sabiduría, parecen saber más que los adultos sobre las cosas importantes. Lo segundo fue una pregunta con aire a reclamo: ¿cómo puede ser? ¿No hemos podido, en todos estos años de Iglesia, encontrar espacios, imágenes y signos que representen mejor al Dios de la Vida, de la Misericordia, del Amor y del Perdón? ¿No estamos subrayando demasiado exageradamente un renglón de la historia de Cristo y quitando luz a los demás que le dan sentido? A pesar de mi personalidad ansiosa, ya he aprendido que, si estamos atentos, más tarde o más temprano, Dios responde nuestras preguntas. Y esta no fue la excepción.

Cuando llegamos a San Sebastián, uno de nuestros últimos destinos, el usual ritual de conocer las iglesias de la ciudad nos llevó a la Catedral del Buen Pastor. Entré esperando encontrarla igual a todas las que ya habíamos conocido pero, para mi sorpresa, al terminar de recorrer la nave central noté que detrás del altar, en lugar de la tradicional cruz, se encontraba una escultura de Jesús Buen Pastor. Confieso que me conmovió ver esa imagen de Jesús manso, con su cayado, mirando y acariciando a su oveja. Me pregunté qué tipo de mella habrá hecho en nuestra fe y espiritualidad tanta imagen de Dios sufriente y muerto, y tan poca de buen pastor. Me senté a rezar contemplando esa imagen y, luego de unos minutos, pude casi escuchar a Dios diciéndome: “Mirá Caro, hubo alguien que se animó a construir un templo diferente donde hoy te estás encontrando conmigo. ¿No podés vos también hacer lo mismo?”.

Debo decir que este recuerdo no viene hoy casualmente hasta mí. Este ha sido un año difícil. Un año de pérdidas. El cáncer se llevó en el mismo puñado de meses a mi madrina y a la mamá de una de mis mejores amigas, a quien quería muchísimo. Uno cree que sabe algunas cosas, que es fuerte, que tiene fe, pero cuando la muerte o la pérdida toca de cerca, todo se vuelve difuso y parece quedar patas para arriba. Creemos conocer algunas respuestas por haber reflexionado sobre ellas, pero cuando toca sostener en un abrazo a una mejor amiga desarmada en lágrimas que, con la fe quebrantada pregunta sobre el cielo y dice que extraña tanto los abrazos de su mamá que daría cualquier cosa por tener uno más, todo lo que uno cree saber se vuelve silencio.

Hoy, mientras escribo estas líneas, mi madrina estaría cumpliendo 62 años. Tengo una mezcla de emociones que no logro terminar de procesar. Pienso en mi abuela, que perdió a su hija. En cómo mis primos estarán extrañando a su mamá y mi tío a su mujer. Pienso en mi propia mamá, que durante los meses de enfermedad de su hermana eligió acompañarla incondicionalmente y mantuvo la esperanza hasta el último minuto. Se me escapan algunas lágrimas que no dejan lugar para elucubraciones racionales y, sin tregua, interpelan mi fe. ¿Hay consuelo? Y si lo hay, ¿dónde está?

Lo que me viene una y otra vez al corazón en este momento está lejos de las lúgubres imágenes de Dios que todavía pueblan gran parte de nuestras iglesias, o de lo que algunos años de estudio me hicieron conocer sobre la religión. Hoy el alma me trae las palabras que me regaló una amiga hace algunas semanas al verme los ojos tristes y notar la fuerza que hacía para que no se notara tanto. Me dijo:  “Carito, no le tengas miedo al dolor, a la tristeza… Tranquila, dejate acompañar. Ya va a pasar y, si te lo permitís, te va a convertir en una mejor persona. Te va a hacer más sensible, menos omnipotente y más sabia. Te va a transformar en alguien mejor”. Me dijo esto, se paró y así, sin que se lo pidiera, me abrazó en silencio.

Es loco, pero nos alejamos de Dios al dejar de encontrarlo en las iglesias, o por dejar de identificarnos con las imágenes que tenemos de Él, sin ser conscientes de que quizás esa crisis es Dios mismo diciéndonos que ya no entra en ellas, que han quedado obsoletas y quiere darnos más. Si ante el dolor y la pérdida nuestra fe no encuentra consuelo, quizás no se trate de que hemos perdido la fe, sino de que ha llegado el momento renovarla. Si es eso lo que sentimos, quizás aún esté vigente la pregunta que, sentí, me hizo Dios en San Sebastián: ¿vas a quedarte al margen, mirando los templos vacíos, o vas a animarte a construir uno nuevo donde podamos encontrarnos?

De seguro, no me siento capaz de responder a todas las preguntas a las que nos enfrenta el dolor de las pérdidas pero, aún así, tengo la irracional certeza de que mientras escribo estas palabras Dios está cerca, pidiéndome que haga lugar para él y ensanche una vez más mi tienda.

Si el dolor ha enfriado nuestra fe y sentimos que Dios se ha convertido en alguien lejano y obsoleto, quizás la clave esté en recordar lo que el alma sabe desde siempre: el Dios verdadero hace nuevas todas las cosas y el templo en donde quiere encontrarse con nosotros, no es ya un lugar físico. Sospecho que tiene mucho más que ver con encuentros como el que tuve con mi amiga ese día en el café de un aeropuerto. En la escena no había ni rastros de lo que tradicionalmente llamamos “templo” pero cuánto tuvo de sagrado: con su abrazo me tocó el alma y no recuerdo la última vez que sentí a Dios tan cerca

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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La fuente

Lunes, 30 de abril de 2018
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Del blog Nova Bella:

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Dentro de mí hay una fuente muy profunda. Y en esa fuente está Dios. A veces consigo llegar a ella; a menudo está cubierta de piedras y de arena: entonces Dios está sepultado. Es necesario, pues, desenterrarlo de nuevo. Me imagino que algunas personas rezan con los ojos dirigidos al cielo: buscan a Dios fuera de ellas. Hay otras personas que inclinan la cabeza profundamente, ocultándola entre sus manos. Creo que buscan a Dios dentro de sí.

*

Etty Hillesum

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Color Púrpura

Lunes, 23 de abril de 2018
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Del blog Nova Bella:

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*

Dios está dentro de ti y dentro de cada cual,

-dice Shug-.

Tú vienes al mundo con Dios.

Pero solo lo encuentra aquél que lo busca dentro de sí

*

Alice Walker,
El color púrpura

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De viaje

Viernes, 16 de marzo de 2018
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Del blog Nova Bella:

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“No hace falta para nada dar la vuelta al mundo,

pues ya posees el mundo entero,

en la hondura de tu ser,

en la soledad y el silencio.

Ya no hace falta irse lejos,

o marchar tras una quimera”

*

Un cartujo

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Permanece asiduamente en tu santuario interior…

Miércoles, 20 de septiembre de 2017
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Del blog de la Comunidad Anawin de Zaragoza:

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“Permanece asiduamente en tu santuario interior… No te des a nada en exceso; conténtate con el uso sencillo de las cosas presentes de las que hay que ocuparse cuando es preciso, sin que tu corazón se pegue a ellas. Remite a Dios enseguida todo acontecimiento triste o alegre, vive sin multiplicidad, a fin de que Dios permanezca presente a ti. Rechaza todo impedimento… No desees complacer a nadie, salvo a Dios sólo. Elige con María la mejor parte, no vagabundees de aquí para allá… Vuelve sin cesar a la soledad, a la conversación interior. El que tú buscas no puede encontrarlo ningún sentido ni ninguna inteligencia, sólo las almas puras lo reciben. Que Él sea tu pensamiento, tu búsqueda continua, y, pase lo que pase, sigue tu camino. Vuelve siempre así al interior donde está presente la verdad misma. No llegarás jamás allá en el borboteo inconsciente de las palabras. Guarda, pues, silencio, permanece en paz, soporta todo, ten confianza en Dios, haz lo que esté en tu poder, y pronto recibirás una maravillosa luz para conocer los caminos perfectos de la vida interior”

*

Juan Lanspergio

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Dr. Norberto Levy: La relación con Dios.

Miércoles, 30 de agosto de 2017
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2011-05-11-norberto-levy¿Es posible hablar con Dios?

Apelemos a una metáfora: imaginemos a un glóbulo rojo que tuviera conciencia de su vida individual y se percibiera único y diferente de todas las demás células. Y que a este glóbulo se le dijera: ¿sabías que además de ti existen millones y millones de glóbulos que cumplen tu misma función, que llevan oxígeno y traen anhídrido carbónico? Y no sólo eso, sino que además están coordinadas con millones y millones de otras, que realizan tareas muy distintas a la tuya, pero que todas en su conjunto forman parte de una misma unidad?

Imaginemos la sorpresa de este glóbulo al percibir semejante contraste entre su tamaño y el de esa unidad de la cual forma parte. Si él sólo se percibe a sí mismo en lo que tiene de diferente del resto, en su propio “nombre y apellido”, su sensación de pequeñez sería enorme, casi innombrable. Similar tal vez a la que uno siente cuando contempla la infinita vastedad del cielo estrellado.

Imaginemos ahora que a nuestro desconsolado glóbulo se le dijera después: Pero hay una parte tuya que es idéntica a esa vastísima unidad. Si te fijas con cuidado observarás que hay algo, que es tu código genético, que está presente por igual en todas esas millones de células….Y que él orientara su percepción hacia ese componente de su ser en donde está el código genético común. Mientras lo hace percibiría que su sensación de sí mismo, su identidad, trasciende los límites de su propio cuerpo y se enlaza con una vastedad desconocida para él. “¡Uuaauuh!!! Qué sorpresa!!! Me he conectado con Dios… Y está en mí…” La inmensidad de esa experiencia lo transformaría por completo, y cuando volviera a sus tareas “cotidianas” como glóbulo rojo, aunque siguiera haciendo lo mismo, él ya no sería el mismo. Y no lo sería porque ya sabe que él es mucho más que ese glóbulo, y simultáneamente, también es ese glóbulo. Y que cuando ese glóbulo cese, él no va a cesar.

En ese momento habrá completado el ciclo evolutivo de su conciencia individual.

¿Y cómo es esta experiencia en nosotros, los seres humanos?

Lo que nosotros intentamos nombrar con la palabra Dios y lo que sentimos al acercarnos a esa dimensión es similar a lo que el glóbulo sentiría al percibir esa zona de su ser que está más allá de su identidad particular. Aníbal Sabatini, un querido maestro que tuve decía: “Los seres humanos somos células integrantes y conscientes del gran organismo universal”. La vivencia de tomar contacto con la pertenencia a ese organismo es lo que llamamos experiencia trascendente, experiencia transpersonal o experiencia mística.

¿Y dónde se la encuentra?

Cuando uno habla de Dios, en última instancia está hablando del Amor. Y el Amor no es algo misterioso o estrafalario, es simplemente una calidad de relación. Es respeto, solidaridad y cooperación. Esa es la esencia. Luego adoptará las diferentes formas según el vínculo en el que se active: puede ser el amor pasional, el amor a los hijos, a la naturaleza, a una mascota, etc.

Cuando uno siente esa calidad de sentimiento sabe lo que es disolverse gozosamente en algo más grande. El amor en sí adquiere presencia en sí misma, es como otra identidad, que a uno lo trasciende y lo incluye. En esos momentos uno siente que es amor, siente a Dios en uno y se siente uno con Dios.

Sentir a Dios en uno no es arrogancia, no es algo especial o exclusivo, es algo natural, que siempre y en todos está. Es la posibilidad que tiene “lo creado” de tomar contacto con el creador.

Un estudiante de budismo estaba meditando con la foto del Buda enfrente reverenciando la conciencia y el amor de esa figura, y lo hacía arrojando pétalos de rosa sobre esa foto…hasta que en un momento tuvo una intensa revelación y, espontáneamente, continuó arrojando los pétalos, pero también sobre sí mismo. La revelación había sido el encontrar en él mismo lo que antes percibía sólo en el Buda.

¿A Dios se le habla con la mente o con el corazón?

Tal vez habría que revisar la idea misma de la opción: La mente “o” el corazón. En el nivel de la opción: es con el corazón. Si trascendemos ese plano y dejamos de pensar en términos excluyentes te diría que le hablamos con ambos simultáneamente. No encuentro ninguna razón para retirarle a la mente la posibilidad intrínseca que también existe en ella de hablar con Dios. Se dice y con razón que la mente es un terrible amo y un excelente sirviente. Cuando la mente, en su crecimiento, alcanza la madurez y recupera su rol esencial de excelente sirviente, desde ahí es también un digno y noble interlocutor de Dios.

¿Dios también puede estar en la mirada de otra persona o en un atardecer?

Puede estar en la mirada, en la nariz, en la boca, en cualquier parte de su cuerpo…y en cualquier hora del día. Sin duda que hay momentos, como los que nombras, que estimulan más esa conexión: No por nada a los ojos se los llama la ventana del alma. Pero la trama amorosa e inteligente que constituye la vida se manifiesta en todo lugar, y en todo momento. La Madre Teresa de Calcuta decía: “Cuando cuido a un mendigo enfermo de lepra, a quien yo veo y siento que estoy cuidando es a Cristo mientras atraviesa uno de sus momentos más difíciles“.  De modo que no es tanto dónde está, si no cómo son los ojos que lo miran.

¿El amor es un sentimiento?

Es también un sentimiento pero es mucho más que eso. Es una calidad de energía, una calidad de relación. Para presentarlo en su dimensión más simple: ¿Qué es lo que hace que dos células cooperen para realizar una tarea necesaria para el organismo? Esa energía básica es el Amor. Y esto está presente en cada una de las células, en relación con cada una de las otras. Millones y millones de veces, segundo tras segundo. Si simplemente pudiéramos imaginar ese universo comenzaríamos a percibir hasta qué punto estamos impregnados de Amor, y que en última instancia somos ese Amor. No sólo en el nivel microscópico sino también en su opuesto, el macroscópico. Se dice que el Amor es el pegamento que mantiene unido al universo. Goethe lo expresó con mucha belleza cuando dijo: “He visto el Amor que mueve al sol y las demás estrellas”. Cuando podemos entrar en contacto con esta calidad de energía en nuestro ser logramos comprender mejor la actitud del estudiante que comenzó a arrojarse pétalos de rosa, o al glóbulo rojo imaginario que sintió el éxtasis de estar en contacto con Dios.

¿En los seres humanos el amor esta sólo en el nivel celular?

Claro que no. Ese es sólo un nivel. Por eso es necesario alinear el cuerpo, las emociones, la mente y el alma (que sería nuestro código genético cósmico) para realizar nuestra unión consciente con Dios. Algunos místicos dicen que si contáramos los granos de arena de la playa sabríamos las veces que como seres humanos hemos intentado realizar la Unicidad con Dios.

¿Cómo saber si estamos hablando con El o con un impostor, una fantasía creada por nosotros mismos?

Para conocer a Dios primero es necesario aprender a escuchar todas las voces interiores: la del miedo, el enojo, la venganza, el deseo de dominación… Cuando uno ha aprendido a escucharlas, identificarlas y asistirlas, más sencillo se hace reconocer la amabilidad, el calor y la luz de la propia sabiduría interior.

Pero no podemos conocer su aspecto o su figura. Así como el glóbulo rojo no puede conocer cómo es el ser humano en el que vive porque no tiene los medios para acceder a esa dimensión, nuestra mente humana es demasiado pequeña para poder percibir esa vastedad. Por esta razón algunas religiones prohíben nombrar o representar a Dios a través de alguna imagen. Es una manera de decir que quien ha accedido a esa vastedad sabe que no puede abarcarla. Quien cree que la puede abarcar y entonces le da una forma es porque no la ha conocido. Esto conduce a cierta humildad natural que reconoce sus límites y sabe que puede reconocer la existencia de algo más vasto, que puede sentir su presencia pero no puede ir más allá.

¿Qué hacer si los consejos de Dios van en contra de nuestros intereses personales?

El alejamiento de Dios fue el inicio de un viaje de amor. La conciencia individual pretende, a través de la experiencia humana, conocerse a sí misma por completo y poder regresar así a la Unicidad con un conocimiento mayor. Ese es un supremo acto de amor que implica momentos de olvido, escisión, desconexión. De la fricción de esos momentos, de las peripecias humanas con su cuota de duda, dolor, aprendizaje, es que se va gestando el crecimiento de la conciencia individual. Cada vez que se inicia un movimiento humano de alejamiento del Orden Divino ya está implícito en él, con las vicisitudes y el tiempo que sea, el camino de retorno, con su aprendizaje y su crecimiento.

Todo está latiendo: la galaxia, la tierra, las células del propio cuerpo, la separación de Dios y el regreso a Él.
Se trata del latido creador del universo.

¿Sólo podemos comunicarnos con Dios rezando o meditando?

Es bueno distinguir el camino de la meta. Rezar o meditar son caminos pero no los únicos. Nos comunicamos con Dios cuando nos conectamos con la trama amorosa básica que nos constituye y de la cual estamos hechos. Y eso puede ocurrir en cualquier situación, generalmente cuando nos sentimos amando, ya sea a otra persona, o a la vida misma en cualquiera de sus formas.

¿De qué manera nos habla?

El código es muy personal. Esa sabiduría interior puede llegar a través de un sueño, de una imagen, de una palabra, de una resonancia distinta que se produce ante un mismo hecho habitual, y tantas otras formas… Y también es variable la contundencia con la que lo percibimos. A veces tenemos la clara certeza de su verdad, otras veces aparece como un susurro que nos invita en cierta dirección y que requiere de nosotros un acompañamiento para observar qué nos produce…es decir, que no es tanto una fotografía estática y definitiva sino más bien una película que se va desenvolviendo.

¿Sus respuestas tardan en llegar?

Lo que tarda es muy variable. Lo que sí es seguro es que el tiempo no depende, y muchas veces no coincide, con el de nuestro deseo personal.

¿Es pecado pedirle ganar más dinero?

De ninguna manera. Vivimos en un mundo físico y el dinero es un medio para obtener los objetos materiales que necesitamos para vivir en este mundo. Lo que es importante es descubrir qué hacemos con ese dinero, al servicio de qué lo ponemos. Si de la expansión, el disfrute y la cooperación, o al servicio del dominio y la explotación. De modo que el tema no es el dinero sino el uso que cada uno le da.

¿Qué sucede si desobedecemos sus consejos?

Por supuesto que no hay tal cosa como penitencia o castigo. Es una oportunidad más para observar cómo siguen los acontecimientos y realizar el aprendizaje hasta donde podamos. En este sentido es similar a ese relato en el que la abuela le dice al nieto: “No te sientes allí porque te vas a quemar“. Cuando la abuela se aleja, el niño, atraído por su curiosidad, va y se sienta. Estalla en llanto por el dolor, la abuela viene, se da cuenta de lo que pasó…, le dice: “¡Yo te avisé!” y le coloca una pomada donde se quemó. Tal vez ni hace falta que le dijera que le avisó. El niño ya hizo su aprendizaje, en otro escalón en donde por cierto hay mucho más dolor, pero es al que necesitó llegar para comprender lo que no entendía. Leer más…

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San Benito

Martes, 11 de julio de 2017
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Sí, la Iglesia y el mundo, por diferentes pero convergentes razones, necesitan que San Benito salga de la comunidad eclesial y social y se rodee de su recinto de soledad y silencio, y desde allí nos haga escuchar el encantador acento de su sosegada oración, desde allí casi nos alabe y acaricie y nos llame a sus claustros, para ofrecernos el cuadro de un taller “del servicio divino”, de una pequeña sociedad ideal, donde finalmente reina el amor, la obediencia, la inocencia, la libertad de las cosas y el arte deusarlas bien, la prepondeancia del espíritu, de la paz. En una palabra, el Evangelio.

Que san Benito vuelva para ayudarnos a recuperar la vida personal; esa vida personal por la que hoy sentimos tanto ansia y afán y que el desarrollo de la vida moderna, a la que se debe el deseo exagerado de ser nosotros mismos, lo sofoca en tanto que lo despierta, lo decepciona al mismo tiempo que lo hace consciente.

Corría el hombre en un tiempo, en los siglos remotos, al silencio del claustro, como corría a ellos Benito de Nursia, para encontrarse a sí mismo. Hoy, no es la carencia de la convivencia social lo que impulsa al mismo refugio, sino la exuberancia. La excitación, el estruendo, la ansiedad, la exterioridad, la multitud amenazan la interioridad del hombre. Le falta el silencio con su genuina palabra interior, le falta el orden, le falta la oración, le falta la paz, le falta él mismo. Para recuperar el dominio y el gozo espiritual de nosotros mismos, tenemos necesidad de  volver a asomarnos al claustro benedictino.

Y una vez recuperado el hombre para sí mismo en la vida monástica, es recuperado para la Iglesia. El monje tiene un puesto de privilegio en el Cuerpo Místico de Cristo, una función tanto más providencial y urgente como nunca.

*

Pablo VI
Discurso después de la Consagración de la Basílica de Monte Casino el día 24 de octubre de 1964.

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Exiliados

Viernes, 3 de febrero de 2017
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Del blog Nova Bella:

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Nosotros no tenemos ninguna necesidad de abandonar nuestro país para llegar al reino de los cielos, ni cruzar el mar para adquirir la virtud. Porque el Señor ha dicho, “el reino de los cielos está dentro de vosotros”. La virtud no tiene necesidad más que de vuestro querer, puesto que está en nosotros y nace de nosotros.

*

San Atanasio

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“Monólogos y soliloquios”, por Dolores Aleixandre

Lunes, 23 de enero de 2017
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De su blog Un grano de mostaza:

Al evangelista Lucas parecen interesarle los monólogos internos de sus personajes: al administrador sinvergüenza lo presenta como si lo conociera hasta los tuétanos y sus pensamientos le fueran transparentes: “El administrador pensó: ¿Qué voy a hacer…? Para cavar no tengo fuerzas, mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer…” (Lc 16, 3). Del rico que había tenido abundante cosecha también nos revela cuáles eran sus cavilaciones: “Empezó a pensar: «¿Qué puedo hacer? Porque no tengo donde almacenar mi cosecha». Y se dijo: «Ya sé lo que voy a hacer; derribaré mis graneros, construiré otros más grandes, almacenaré en ellos todas mis cosechas y mis bienes, y me diré…” (Lc 10, 17).

Es una lástima que el contenido de las reflexiones de ambos gire en torno a cómo enriquecerse más y tampoco consuela mucho que el hijo pródigo salga del agujero negro en el que estaba gracias a que “entró en sí” y se dijo “me levantaré…, iré…le diré…” (Lc 15, 17): la realidad es que tenía un hambre tan feroz que sus pensares le fluían desde el estómago.

Menos mal que aparece María, la madre de Jesús, con una interioridad “decente” y respiramos al saber que ella rumiaba otras cosas y todo lo que tenía que ver con su Hijo “lo guardaba dándole vueltas en su corazón” (Lc 2,19). Santa Teresa hablará después de “un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma…

Qué suerte contar con maestras que orienten nuestros soliloquios en otra dirección…

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