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“La santidad de los inocentes“, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Sábado, 28 de diciembre de 2024

IMG_9157En la Fiesta de los Santos Inocentes.

Dolorosa, aunque resignada, toda pena y protesta, la condena de Fyodor Dostojevski contra la arrogancia de los poderosos que se ensaña con los pobres y sobre todo con los niños inocentes: el último Fyodor Dostojevski es toda una pasión de transfiguración en la participación en tanto dolor inocente que parece hundir al hombre en el horror de lo insignificante e inútil.

El martirio de los Santos Inocentes se convierte en cambio para Charles Péguy en poema y prodigio de amor. El martirio para Péguy es una fiesta de amor, y el martirio de los tiernos niños, en brazos de sus madres desgarradas, es tal pero en un marco muy preciso: la celebración de la pureza que domina la parte anterior del admirable relato cristiano. Todo ello en el contexto de una robusta eclesiología que descansa en la divinidad del Hijo de Dios y la Comunión de los Santos en la asamblea celestial del Hombre-Dios, precedido por los Profetas y seguido por los Santos.

Jesús prefiere a los niños – es el Padre quien habla: «Es mi Hijo quien dijo una vez: sinite parvulos venire ad me, – dejad que los niños vengan a mí». Y el Hijo de Dios había dicho esto de unos niños que estaban jugando y que, acabando de recibir la bendición, lo dejaron para volver a jugar. Pero yo digo, pero se lo hacen decir a cada niño que nunca volverá a jugar…: ‘Si no es en mi Paraíso’. Y aquí Péguy, con admirable imaginación poética, describe el funeral de un niño precedido por la Cruz, las mujeres lloran pero el celebrante canta el viejo salmo de David: Bienaventurados los que son inmaculados en el camino – Bienaventurados los que no se manchan en el camino.

Los Santos Inocentes son los inmaculados, estos desdichados niños que los soldados de Herodes masacraron en los brazos de sus madres – Oh Santos Inocentes seréis por tanto los puros – Santos Inocentes seréis por tanto los inmaculados y blancos. – Benditos inmaculados en el camino. Benditos los inocentes, los sin mancha en el camino.

Y ahora el círculo lírico teológico se amplía y Cristo mismo entra a participar en la fiesta. «Ego sum via, veritas et vita. – Yo soy el camino, la verdad y la vida». Oh Santos Inocentes con la blancura original de toda vuestra inocente infancia. Los más cercanos a Cristo serán estos inmaculados e inocentes infantes, junto con el pobre Lázaro, que no han hecho nada en la vida ni en la existencia más que recibir un buen golpe del dolor y de la muerte. Es el triunfo de los puros en el Juicio Final junto al Cordero. No hay martirio más inaudito, más atroz, más espantoso… que los creyentes de todos los tiempos hayan sufrido por Cristo…

La conclusión final sólo puede ser la sencillez de la más alta alegría: «Así es mi paraíso, dice Dios. Mi paraíso es lo más sencillo: un altar, y los niños jugando con sus palmas y sus coronas. Y la ‘palmera’ -es el último toque de tanta poesía- siempre les sirve aparentemente de bastón». Así es como la liturgia celebra la gloria del «misterio de los Santos Inocentes» con la glorificación que hace la oración: un misterio de fe que llega hasta la gloria del Paraíso en los rayos del Apocalipsis de Juan.

Ciertamente, el misterio del mal, de la iniquidad, permanece: pero queda el «misterio de los Santos Inocentes», queda la dignidad de todo ser humano frente a toda tiranía. Desgraciadamente, la historia enseña que el ser humano prefiere la esclavitud a la libertad, que es la esclavitud del pecado según la Biblia de la que sólo Cristo nos ha liberado; es la esclavitud de las tinieblas que los hombres han preferido a la liberación de la luz. Pero el hijo de Dios que es el cristiano reza siempre para que «venga el reino de Dios» y para que «Dios nos libre del mal» (Mt. 5, 11 ss.).

Así, el misterio de los Santos Inocentes, que había escandalizado a Albert Camus e Ivan Karamazov, como misterio del mal invencible y prueba de la inexistencia de Dios, se convierte para el converso Charles Péguy en el signo del triunfo del amor de Dios y en la aurora de la esperanza de nuestra salvación.

Las voces de los pequeños víctimas de la violencia de todos los tiempos y de todos los lugares hoy se alzan en una acción de gracias a esta celebración. En su dolor está el sufrimiento de todos aquellos pequeños que todavía hoy pagan por el egoísmo de los adultos. La escena que propone hoy la liturgia golpea el corazón: el rey de Judea, atemorizado por lo que podría llegar a ser Jesús, es decir, un nuevo «gobernante» como anunciaban los Magos, decidió hacer matar a todos los niños nacidos al mismo tiempo.

La provocación es muy actual: ¿están dispuestos los adultos a dejar que las nuevas generaciones se conviertan en aquello a lo que están llamadas, o prefieren sofocar su destino para evitar cualquier «riesgo»? Creer significa también dar crédito al futuro, confiarse totalmente a un niño indefenso, nacido en una «periferia» y acostado en un pesebre. El verdadero inocente a los ojos de Dios es la criatura que no conoce la malicia, no conoce la mentira, no conoce la fealdad, y nadie es más inocente que un niño que se confía total, loca y amorosamente.

Es la inocencia la que está llena y es la experiencia la que está vacía. Es la inocencia la que gana y es la experiencia la que pierde. Es la inocencia la que es joven y es la experiencia la que es vieja. Es la inocencia la que sabe y es la experiencia la que no sabe. Es el niño el que está lleno y es el adulto el que está vacío.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

(Remitido por el autor)

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