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Sábado Santo: El tema no es morir, sino dar vida a la muerte

Sábado, 8 de abril de 2023
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stazione_01Del blog de Xabier Pikaza:

Bajó a los Infiernos, ascendió a la Iglesia

El jueves era el amor, el viernes la muerte, el Sábado es el silencio creador que viene tras la muerte. La novedad del hombre no es morir, también los animales mueren, sino el morir por asesinato. La novedad no es morir, sino morir para encender la llama de la vida quedando en la memoria viva de los hombres y así resucitando, más allá del túnel, más allá del puro dolmen de piedra (imagen 1 y 2).

Este Sábado,día de luto oficial de la Iglesia, día sin liturgia, día que parece  contrario al Dios de la creación, que culminó en un sábado su obra (cf. Gen 2, 1-4) está lleno de Dios transformador, que está vivo en la terapia del llanto. Como dice el credo más antiguo de la Iglesia, Jesús bajó a los infiernos del odio y del fracaso… Pero sus amigos  entendieron, hicieron luto y creyeron, esperando la resurrección.

Una tradición, que viene de de antiguo, dice que Jesús resucitó al tercer día…, esto es, el día en que la muerte queda ya fijada para siempre. Pues bien, esos tres días (tarde del viernes, sábado entero, madrugada del domingo), que en realidad no fueron más que un día largo de luto y de muerte, de bajada al infierno, son el tiempo de luto y nacimiento de la Iglesia.

Esta es la tarea del sábado del Cristo Muerto, todo el Sábado judío, la eternidad de Dios, para el nacimiento de la Iglesia. Desde ese fondo surge la reflexión que sigue.

 Principio. Testigo de Dios en la muerte

dolmen sorginetxe 2Fue ajusticiado por rebelde y su condena (fuera o no legal en perspectiva moderna), responde a la justicia de los romanos, que le acusaron y condenaron por “rey de los judíos”. No se puede probar que esa condena fuera una arbitrariedad o capricho de un mal gobernador, sino exigencia de la política romana.

Jesús fue condenado a muerte por un tribunal militar [2].Roma era un poder “tolerante”, pero debía mantener “su” paz amenazada, de un modo especial en Jerusalén, en aquellos días peligrosos de pascua (cf. Mc 14, 2). La posible inocencia de Jesús resultaba secundaria, frente al orden del imperio que había pactado con los sacerdotes judíos.

Frente a un Dios Orden, que defiende el sistema imperial, había elevado Jesús la visión y programa del Dios Libertad (del Éxodo y los profetas). No quería un simple cambio en el sistema, para mejorar el poder, sino la transformación del poder o, quizá mejor, su negación, para que así se revelara la gracia de Dios y de su Reino en la vida de los hombres.

Profundización. Conflicto con el Dios del templo

icona-quadripartita-con-cristo-crocifissoMurió a un tiro de piedra del Templo, que había sido construido para que los justos no murieran. Pero murió precisamente porque el templo antiguo avalaba y necesitaba su muerte para  mantener su poder sagrado. Por mantener su mensaje a favor de los pequeños y expulsados (sin imperio ni templo),  fue condenado, de manera que su muerte no fue casualidad, sino resultado de la lógica propia de los imperios y templos [3].

–Sus adversarios creían mucho en Dios, pero en línea de ley, de imperio y de templo de un Dios que define y distingue a los hombre entre buenos (elegidos) y malos (culpables). Ellos eran los buenos, Jesús el malo; por eso le mataron.

–En nombre del Dios de las víctimas del mundo, Jesús había invitado al Reino a los proscritos y manchados según ley, declarando inútil (esto es, superado) el orden sacrificial/legal del templo.

  No fue una disputa sobre leyes especiales (como las de Hillel y Shammai), sobre ritos y calendarios (como en el caso de los esenios), dentro del conjunto “legal” del judaísmo eterno.

 – Al convocar para el Reino a los excluidos, impuros y pecadores, Jesús se enfrentó con un tipo de justos y puros(cf. Mc 2, 17; Lc 15, 4-10; Mt 7, 36-47), que defendían su ley, para así mostrarse dignos de la elección de Dios; Jesús en cambio ofrecía solidaridad mesiánica y promesa de reino, a los expulsados de la alianza. Otros reforzaban la buena ley, separándose de los impuros; pero Jesús la extendió a los de fuera (enfermos, hambrientos), enfrentándose a los justos (superando así un tipo de ley nacional o imperial, judía o romana).

– Jesús supera así un de orden imperial, de ley militar y de templo, no por simple rechazo, sino subiendo de nivel en el camino de la revelación de Dios y de la transformación humana (buscando una fidelidad más honda a los principios del amor abierto, cercano, universal…. De esa forma, él defiende con su vida y obra una experiencia radicalmente judía, pero la universaliza, de forma mesiánica, abriéndola a los pobres y excluidos (judíos o no judíos) [4 y 5].(

Crucifixion-cristo-kJQD--510x349@abcAlgunos dijeron que Jesús murió llamando a Elías, para que se vengara de sus enemigos.Pero no llamó a Elías, sino a Dios… al Dios que tras haberle enviado como mensajero de su Reino parecía abandonarle [6].

– El evangelio (anuncio mesiánico) era apuesta por la vida en contra de la muerte, un manifiesto de gratuidad contra el talión y la violencia (que es el Dios de Caín: Gen 4), una declaración a favor del Dios del Cantar de los Cantares y del Siervo de Yahvé, en la línea de la teología más universal y generosa del AT.

– Desde ese fondo ha de entenderse el grito de Jesús llamando a Dios, diciéndole por un lado ¿por qué me has abandonado? y sabiendo, por otro, que Dios estaba presente en su abandono. Su muerte fue un  grito  al Dios escondido en el velo de la muerte, al Dios de las ovejas perdidas, de todos los expulsados y sacrificados en el altar de los grandes imperios y templos [7].

Él se lo había buscado; debía saber que le matarían… pues lo había buscado.

15Murió por haber cometido  con su vida un delito de muerte  contra la autoridad establecida, al buscar ante todo la curación y libertad de los enfermos, excluidos y posesos. Éste fue su gran pecado: Él no se opuso a un tipo de ley particular (como en las disputas entre diversos grupos de rabinos, recogidas en la Misná, entre el II‒III d.C.), sino a la “ley total del pueblo”, esto es, a su propia identidad, tal como la interpretaban en conjunto los rabinos.

Jesús debía saber a qué se exponía  a quedar sin memoria ni futuro al oponerse a unos escribas de ley que le acusaban por ser como era, por acompañar y ayudar a los expulsados del sistema social y religioso.  Jesús había optado por aquellos que no tienen derecho a la vida, enfermos, impuros y posesos, queriendo constituir (=crear) a partir de ellos el nuevo pueblo de Dios, y para que no pudiera existir ee pueblo le mataron [8].

 Jesús debía saber que su proyecto de Reino resultaba peligroso pues, con la excusa ideal de crear una comunidad para el Reino de Dios, él parecía romper la unidad real del judaísmo en Galilea.  Había otros grupos de judíos (esenios, saduceos, incluso celotas…), pero todos buscaban, cada uno a su manera, el establecimiento de la comunidad nacional, centrada en el templo. Jesús, en cambio, parecía buscar un judaísmo opuesto a los intereses de la unidad nacional centrada en la ley y el templo.  Evidentemente, era un hombre incómodo y provocador para el  establecido del mejor imperio (Roma) del mejor templo (Jerusalén)

 No era un hombre cómodo (Mt 12, 18-21; Mt 23).

  Como acabo de decir, otros grupos “judíos” se disputaban un tipo de poder sagrado dentro de un campo social y religioso (legal) establecido, apareciendo como pequeñas variantes dentro de un contexto social establecido. Jesús, en cambio, sube de nivel y su “denuncia” no se sitúa ya ante un simple cambio de detalle, sino que abre una alternativa radical en un mundo de imperios y templos [9].

 En un  sentido, Jesús fue un hombre cercano, amigo de publicanos y prostitutas, sanador de enfermos, liberador de endemoniados… Pero, al mismo tiempo, por hacer lo que hacía y anunciar lo que anunciaba,  tuvo que ser un profeta duro, enviado por Dios para anunciar el Reino y denunciar los pecados de su pueblo, con un tipo de acusación retórica intensa, que implicaba en el fondo la superación (destrucción) de un tipo de sistema religioso establecido.

No fue un místico de la intimidad y de la superación del deseo como Buda, ni un sabio pedagogo, ocupado de las verdades eternas, como Sócrates. Fue profeta de amor a los excluidos, y precisamente porque les amaba debió enfrentarse con los que promovían un tipo de Ley que en el fondo mantenía sometidos o excluidos a un tipo de enfermos, pobres e impuros. Ésta fue su paradoja: (a) Por un lado, él aparece como “manso” (acoge a todos los pecadores‒enfermos). (b) Por otro lado, él proclama su condena contra los defensores de un sistema de poder religioso, por encima de marginados y pobres.

Amor que significa una amenaza

 Jesús abrió un camino de amor y esperanza de Reino, como indica certeramente F. Josefo, al decir que “aquellos que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo tras su muerte” (cf. Ant 18, 64).  Pero otros se sintieron amenazadas por él (como el mismo Pablo), dispuestos a perseguirle (a impedir que siguiera extendiendo su proyecto) [11].

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Sheol

Lunes, 20 de mayo de 2019
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Situacion-Lesbos-cadaveres-refugiados-ahogados_841427270_52504083_667x375Siempre me ha chocado esa expresión que decimos en el credo “Jesús después de morir en la cruz, descendió a los infiernos.” Igual es mejor traducirla por “bajó a lo más profundo”. Jesús muere como maldito. Ya no puede bajar más. Y así se une a los últimos de la sociedad. Muchas personas viven sin vivir, en el mundo de los difuntos, en el sheol. Y Jesús lo transforma todo, lo llena de vida y resurrección.

Qué bonita vida y mensaje para el Triduo Pascual. Bajar, descender, acercarnos, entrar en el mundo de los más marginados, de los que no cuentan, ni casi son; Y llenarlos de vida, de dignidad, de salvación. “Jesús se anonadó haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.” Pero es que no vivió como cualquier hombre, sino como los más débiles de la humanidad.

Es preciso entrar en el mundo, en el submundo de los “muertos”, de los marginados… Los que viven en los arcenes de la vida, viven o mal viven.

Me agrada mucho el que en varias capitales se suelte un preso, se le dé libertad. Es un pequeño gesto de liberación, en recuerdo de Cristo preso, muerto y resucitado. Por desgracia veo y siento a los pobres, desde la altura de mi vida normal. Es preciso bajar al fondo de la vida y compartir la vida sin vida de los pobres, de los sin techo, de los enfermos, de los muertos… Defender y luchar por una sociedad en la que todas las personas vivamos como hijos de Dios. Jesús lo hizo a lo largo de su vida y ahora lo expresa con esa acción que decimos de Él: bajar a los infiernos, lo de abajo de la vida. Todos los muertos, los que no son, los que no cuentan, reciben la vida y la plenitud.

“Por eso Dios lo exaltó y le concedió el nombre sobre todo nombre”. Son demasiados los muertos por violencia, por el mar, por el hambre. Son demasiadas las personas que mal viven y en las que domina la muerte.

Me maravilla el que, a pesar de los muertos por la violencia en tantas partes del mundo, siga habiendo misioneros, voluntarios, personas entregadas, hasta la muerte. Eso sí que es bajar a los infiernos.

Le doy muchas vueltas al ataque de Sri Lanka, ¿Cómo se puede curar y sanar esa realidad?  Son precisas todas las medidas, toda la cultura nueva de paz, toda la responsabilidad de las Naciones Unidas, todo el esfuerzo de cada habitante del mundo…Todo muy bueno y necesario. Pero saco en conclusión que solamente, y gracias a las personas buenas de toda religión que aman y gracias a un amor que es más fuerte que la muerte, se puede vencer este odio. “Bajó y sigue bajando a los infiernos”. Por eso será posible y llegará la paz a los vivos.

Nos lleva a todos consigo a su Reino aquí ya en la tierra.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

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31.3.18. Sábado Santo: Bajó al infierno, para acompañar (salvar) a los condenados

Sábado, 31 de marzo de 2018
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29694940_957837304393462_3820348719622014621_nDel blog de Xabier Pikaza:

Éste es el día de Sábado Santo, que podemos empezar llamando Sábado Maldito, el día nefasto de todas las condenas, de todos los infiernos donde bajó Jesús, compartiendo así la suerte de los condenados, para así liberarles.

Los judíos del tiempo de Jesús, como los adventistas cristianos del siglo XXI, seguían esperando el Sábado Final de la Gran Reconciliación, el Día Séptimo (Gen 1-2), la Paz definitiva, Shalom de concordia de Dios y de los hombres.

Pero murió Jesús (fue asesinado por sacerdotes y soldados) y llegó de esa manera el Sábado Maldito de las mil destrucciones, el sábado sin nombre de los ajusticiados sin justicia, de los enterrados sin tierra honrosa, de todos los que bajaron y siguen bajando al extremo final de la destrucción, a los siete infiernos actuales de Dante (Divina Comedia):

29573173_957837594393433_2427226669008096682_nJesús bajó (le bajaron) al infierno de los  muertos por hambre y asesinato, por violación y aborto, por “justicia” injusta y guerra,por persecución directa o por “sistema”…

Así compartió la suerte de los hombres, mujeres y niños de los siete infiernos de la tierra.

En ese contexto, unos aseguran que el Papa Francisco ha dicho que no hay infierno de condena final de los malos, al fuego lento de la venganza de Dios… y se escandalizan por ello, llamándole casi hereje.

Otros responden que que al Papa le importan (como a Jesús) los infiernos de la tierra, que él no ha entrado en el posible (¿improbable?) infierno eterno. Al Papa le importan los infiernos de los marginados, expulsados, condenados a la muerte en vida, por obra de un sistema de injusticia.

En ese contexto de Sábado Maldito, que Dios ha transformado por Jesús en Sábado Santo de Vigilia Pascual, quiero ofrecer mi pequeña propuesta, de base bíblica, a partir de mi Diccionario de la Biblia (Verbo Divino, Estella 2015). Lo hago en tres partes:

gran-diccionario-de-la-biblia---epub(a) Una introducción sobre el infierno, los infiernos en las diversas religiones y culturas.

(b) Una reflexión sobre el sentido del “infierno” al que bajó Jesús, en este Sábado maldito/santo,vigilia de Pascua, con los condenados y ajusticiados de la tierra.

(c) Sólo en ese fondo se puede plantear el tema del infierno histórico (muy real y concreto, evitable…) y del infierno eterno..

Sólo quien haya sentido en su cuello el aliento de esos siete infiernos a los que Jesús ha descendido por su muerte (como sabe y dice la liturgia de silencia de este día, conforme al icono de arriba, podrá entender y celebrar el misterio de la Pascua.

Introducción

Las religiones que no ponen en su centro la gracia de Dios y la libertad (individualidad) del hombre no pueden hablar de infierno o condena final, pues en ellas todo se mantiene en un eterno retorno de vida y de muerte. Sólo las religiones que acentúan la experiencia de la gracia y dejan al hombre en manos de su propia libertad (como el judaísmo y cristianismo) pueden hablar de un infierno o condena definitiva, interpretada como castigo de Dios, en la línea de un judaísmo, cristianismo e Islam tomados en su pleno desarrollo “dogmático”.

En esa línea, el Antiguo Testamento en cuanto tal apenas puede hablar de infierno, a no ser en sus últimos estratos y de un modo simbólico, como en Dan 12, 2 («Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua») en el libro de la Sabiduría (destrucción de los injustos).

El infierno, como lugar y estado perdurable de los condenados no aparece de un modo inequívoco y explícito en el conjunto de la Biblia; por otra parte, en el Nuevo Testamento, el infierno debería entenderse desde la gracia de Dios en Cristo, que es más fuerte que todas las posibles condenas de los hombres.

El nombre infierno (de inferus, lo inferior, lo de abajo) proviene de la versión latina de la Biblia (la Vulgata), que traduce con esa palabra diversos nombres y conceptos de la Biblia hebrea, que en general tienen un sentido genérico de muerte o de mundo inferior (sheol) donde se cree que están los que han muerto.

Según el Nuevo Testamento, no se puede hablar desde Dios del infierno, porque Dios es sólo Padre de Vida, es amor y cielo, pura gracia. Sólo la ausencia de Dios sería “infierno”. ¿Será el hombre capaz de negar a Dios de tal manera que se vuelva infierno? ¿Será un hombre capaz de negar a los restantes hombres, de manera que se queda aislado, sólo, separado, convirtiéndose en infierno, es decir, en negación de ser, de gracia?

Imágenes fundamentales.

El tema del infierno recibe en la tradición bíblica diversos sentidos y aplicaciones… y se debe entender desde la perspectiva de la historia de la “salvación”, como lo opuesto a Dios. Así aparecen signos e imágenes de infierno:

(a) Se puede hablar del infierno de los ángeles perversos, que han sido condenados a vivir en un «abismo de columnas de fuego que descienden», como templo invertido, donde penan y purgan su pecado (1 Hen 21, 7-10). «Aquí permanecerán los ángeles que se han unido a las mujeres. Tomando muchas formas, ellos han corrompido a los hombres y los seducen, para que hagan ofrendas a los demonios como a dioses, hasta el día del gran juicio en que serán juzgados, hasta que sean destruidos. Y sus mujeres, las que han seducido a los ángeles celestes, se convertirán en sirenas» (1 Hen 19, 1-3).

En esa línea se sitúa el simbolismo de Mt 5, 41, donde Jesús, Hijo de Hombre, dirá a los injustos: «apartaos de mi, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles» (Mt 25, 41). Los hombres pueden participar, según eso, de una condena eterna, que deriva de la falta de solidaridad que han tenido con los necesitados.

(b) Se puede hablar de un infierno entendido como «vergüenza y confusión perpetua», propia de aquellos que resucitan al fin de los tiempos para la condena (Dan 12, 2). Aquí no se destaca el fuego de la destrucción, como en el caso anterior, sino la «falta de honor», la deshonra de aquellos que no participan en el brillo de la gloria de Dios.

(c) El signo más utilizado del infierno es la gehenna. Parece claro que Jesús ha puesto de relieve la imagen de la Gehenna, pequeño valle hacia el sur de Jerusalén donde se quemaban las basuras de la ciudad, como signo de la perdición. Esta imagen se encuentra especialmente vinculada con el pecado del escándalo: «si tu mano te escandaliza córtatela…; te es mejor entrar manco en el reino que ir con las dos manos a la Gehenna» (cf. Mc 9, 42-46 par).

Ella aparece también en textos parenéticos, en los que se invita a no tener miedo a los que pueden quitar la vida, pero no pueden mandar al hombre a la Gehenna, como puede hacerlo Dios (cf. Mt 10, 38; Lc 12, 5). Es evidente que esta imagen pone de relieve el riesgo de perdición en que se encuentra el hombre, pero quizá no puede aplicarse sin más a un tipo de infierno eterno. La Gehenna no es de Dios, pero puede ser un riesgo humano.

El infierno del Apocalipsis, experiencia cristiana.

Siguiendo tradiciones orientales, el libro del Apocalipsis concibe el lugar/estado de ruptura y destrucción total de los humanos como estanque o lago de fuego y azufre que arde sin cesar (Ap 19, 20; 20, 10.14.15; 21, 8), al parecer al fondo de la tierra, como pozo del abismo. No es el hades de la tradición griega, donde los muertos esperan aún la salvación, sino el estado final de aquellos que no han querido recibir al Cristo Cordero y no están inscritos en su Libro y/o en la Ciudad final, la nueva Jerusalén (cf.2, 10-15); es lugar de muerte sin fin.

A pesar de las imágenes de Ap 14, 9-11, el Apocalipsis no insiste en la condena o fracaso de los perversos como castigo-dolor sino como muerte (no vida). Por eso, en contra de la tradición simbólica posterior, reflejada por ejemplo en la Divina Comedia de Dante, el Apocalipsis no ha situado en paralelo el cielo y el infierno, como dos posibilidades simétricas de la vida.

Conforme a la visión del Apocalipsis, sólo existe una culminación verdadera: la ciudad de los justos (Ap 21, 1-22, 5); el infierno no está al lado del cielo, como si fuera el otro platillo de una balance judicial, sino que es sólo una posibilidad: la de no recibir la gloria que Dios ofrece a todos los hombres en Cristo.


En principio, el mensaje pascual del cristianismo es sólo experiencia de salvación, que se funda en el amor de Dios que ha dado a los hombres su propia vida, la vida de su Hijo (cf. Jn 3, 16; Rom 8, 32). Desde esa perspectiva deben replantearse todos los datos bíblicos anteriores, incluido el lenguaje de Jesús sobre la Gehenna y la amenaza de Mt 25, 41.

Ese replanteamiento no es una labor de pura exégesis literal de la Biblia, sino de interpretación social y cultural del conjunto de la revelación bíblica y de la historia de las religiones. En este campo queda por hacer una gran labor, que resultará esencial en los próximos decenios de la teología y de la vida de la iglesia, cuando se superen en ella una serie de supuestos legalistas y dualistas que han venido determinándola desde el surgimiento de las iglesias establecidas de occidente, a partir del siglo IV d. C.

Pero una vez que se replantea y se supera el tema del infierno escatológico (del fuego final de un juicio de Dios) viene a surgir con mucha más fuerza el tema del infierno histórico, creado por la injusticia de los hombres que oprimen a otros hombres y por los diversos de enfermedad y opresión que sufren especialmente los pobres. Éste es el infierno del que se ocupó realmente Jesús; de ese infierno quiso liberar a los hombres y mujeres, para que pudieran vivir a la luz de la libertad y del gozo del Reino de Dios. El tema de fondo de Mt 25, 31-46 (y de la parábola del rico Epulón) no es el infierno “más allá” (tras la muerte), sino el infierno de este mundo, el infierno al que condenamos a los demás, el infierno del hambre, de la soledad y de la muerte.

Entendidas así, las parábolas en las que hay un reino del diablo que se opone al de Dios (como algunas de Mt 13 y 25) pertenecen a la retórica religiosa, más al corazón del mensaje de Jesús, a no ser que se interpreten en forma de advertencia, para que los hombres no construyan sobre este mundo un infierno.

SÁBADO SANTO, EL INFIERNO DE JESÚS

. El credo oficial más antiguo de la iglesia (el apostólico o romano) dice que Cristo bajó a los infiernos, poniendo así de relieve el momento final de su encarnación: bajó al infierno para liberar a los que estaban sometidos a la muerte irremediable. Sólo desde ese fondo se puede entender la posibilidad (o, mejor dicho, la imposibilidad) de un infierno cristiano. Jesús bajó al infierno para liberar a los allí condenados.

Fundamento bíblico

(a) Bajó a los infiernos. Quien no muere del todo no ha vivido plenamente: no ha experimentado la impotencia abismal, el desvalimiento pleno de la vida humana. Jesús ha vivido en absoluta intensidad; por eso muere en pleno desamparo. Ha desplegado la riqueza del amor; por eso muere en suma pobreza, preguntando por Dios desde el abismo de su angustia. De esa forma se ha vuelto solidario de los muertos. Sólo es solidario quien asume la suerte de los otros. Bajando hasta la tumba, sepultado en el vientre de la tierra, Jesús se ha convertido en el amigo de aquellos que mueren, iniciando, precisamente allí, el camino ascendente de la vida.

(b) Jesús fue enterrado y su sepulcro es un momento de su despliegue salvador (cf. Mc 15, 42-47 y par; l Cor 15, 4). Sólo quien muere de verdad, volviendo a la tierra, puede resucitar de entre los muertos. Jesús ha bajado al lugar de no retorno, para iniciar allí el retorno verdadero. Como Jonás «que estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches…» (Mt 12, 40), así estuvo Jesús en el abismo de la muerte, para resucitar de entre los muertos (Rom 10, 7-9). Leer más…

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Sábado Santo. Descendió a los infiernos, un compromiso en la historia

Sábado, 15 de abril de 2017
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17903930_775496642627530_7979820271437443145_nDel blog de Xabier Pikaza:

La confesión pascual fundante del NT incluye la certeza de que Jesús fue sepultado, como indican de formas convergentes tradición paulina (1 Cor, 15, 4) y evangelios (cf. Mc 15, 42-47 par). Pues bien, el Credo de los apóstoles añade que descendió a los infiernos expresando de esa forma un misterio de muerte y de victoria sobre la muerte, que pertenece a la experiencia más honda de la iglesia antigua y de la moderna ortodoxia (icono de la resurrección).

Ese infierno se ha entendido de forma básicamente “moral” (en plano intimista o social), y así lo ha destacado Dante A. en la Divina Comedia, recreando con rasgos cristianos pero también (y sobre todo paganos, e incluso musulmanes) la vida de los condenados, en sus diez círculos, divididos a veces en varios giros. En sentido estricto, Dante no presenta sólo el infierno de más allá, sino el infierno de la historia humana, ofreciendo el retrato más sangrante de los males (de los malos) de este mundo.

Ciertamente, el infierno sigue siendo un tema moral y psicológico…, pero tiene también unos elementos sociales. Y en ese sentido podemos y debemos hablar de diversos círculos de infierno (y compararlos con los 10 círculos del Infierno de Dante):
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1. El infierno del dolor, de la enfermedad y la tortura…
2. El infierno del hambre, de la opresión social, de la exclusión (Mt 25, 31-46)
3. El infierno de la droga, con sus implicaciones personales y sociales
4. El infierno de la trata de niños y mujeres, de las disputas familiares…
5. El infierno del miedo, del miedo al infierno, que a veces han cultivado los mismos que debían superar el infierno de este mundo con su vida y su entrega por los otros.

Al papa Francisco nos habla cada día de la necesidad de descender a los infiernos de la historia humana (cárceles, lugares de opresión, bolsas de hambre, hospitales…) para liberar a los hombres de los infiernos actuales del mundo, esperando la gran liberación final de Dios.

Hablaré quizá otro día de los diversos tipos de infierno… no sólo el de Dante, sino el que vio y sintió Santa Teresa. Hoy quiero detenerme en el infierno de la “muerte” salvadora de Jesús, es decir, a su “descenso” al infierno de la historia, según el Credo de los Apóstoles… para indicar también la forma en que los comprometidos por Jesús han de bajar a los infiernos históricos, para liberar a los que allí sufren oprimidos.

Hablaré en esa línea de los tres infiernos… deteniéndome al final en la posibilidad de un infierno eterno… que desde la perspectiva de Dios es imposible, pero que podría ser posible desde la maldad humana (a pesar de Dios).

1. Muerte e infierno.

Porque asume nuestra vida en finitud, Jesús ha tenido que aceptar nuestro destino, expresando su misterio radical de Hijo de Dios en nuestra propia condición de seres para la muerte. Porque asume nuestra condición de pecado (violencia), ha tenido que penetrar en el abismo de la lucha interhumana, introduciendo el cielo del amor y gracia de Dios en el infierno de conflictividad de nuestra historia, donde envidia y violencia le han matado.

Algunos iconos de Oriente presentan la cuna de Jesús como sepulcro donde el mismo Dios comienza a morir ya cuando nace como humano. Pues bien, invirtiendo esa figura, el evangelio ha interpretado la muerte como nuevo nacimiento y cuna de la historia. Lógicamente, esa muerte puede presentarse como principio de discernimiento: para que se revelen los pensamientos interiores (dialogismoi) de muchos corazones (cf. Lc 2, 35).

– La muerte de Jesús es el momento del máximo pecado, c

omo muestran las palabras de los sacerdotes que pasan y pasan, en torno al patíbulo, diciendo:”Tú, que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, ¡sálvate a ti mismo y baja de la cruz si eres el Hijo de Dios! Ha salvado a otros y a sí mismo no puede salvarse ¡Dice ser rey de Israel! Que baje de la cruz y creeremos en él.

Había puesto su confianza en Dios; que Dios le salve ahora, si es que de verdad le quiere, pues se había presentado como Hijo de Dios “(Mt 27, 42-43). Así ríen de Jesús los que le acusan y expulsan como chivo emisario de sus males. Ellos le entierran en el infierno de la violencia suprema, haciéndose (haciéndole) culpable “de toda la sangre de los justos derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la de Zacarías” (Mt 23, 35).

– Pero la muerte de Jesús aparece, al mismo tiempo, como principio de resurrección,

fuente de gracia: “Entonces se rasgó el velo del templo, tembló la tierra, las piedras se quebraron y se abrieron los sepulcros, de tal forma que volvieron a la vida muchos cuerpos de los justos muertos… Al ver lo sucedido, el centurión glorificaba a Dios diciendo: ¡Realmente; este hombre era inocente! Y todas las gentes que habían acudido al espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron a la ciudad golpeándose en el pecho (cf. Mt 27, 51-53; Lc 23, 47-48; Mc 15, 39: ¡Era Hijo de Dios!).

Del infierno de condena, desde el mismo subsuelo de la historia donde Jesús ha descendido brota la esperanza de la vida.

Todos los seres humanos, lo sepan o lo ignoren, se encuentran unidos al Cristo que grita en la noche (¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?: Mc 14, 34) y de un modo igualmente intenso están unidos al Señor de la aurora pascual que abre los sepulcros, ofreciendo esperanza a los humanos (cf. Mt 28, 1-3).

Desde ese fondo queremos evocar la palabra quizá más extraña y misteriosa del Credo: ¡bajó a los infiernos!, al lugar donde todos los humanos estábamos unidos en el destino común de la muerte, como rebaño para de perdición. Jesús ha penetrado en ese abismo, llegando así a lo que la iglesia llama “los infiernos”, el sub-mundo donde mueren los difuntos.

Estos infiernos no son condena anticristiana de aquellos que rechazan la salvación de Jesús, sino perecimiento pre-cristiano de aquellos que mueren aplastados por la finitud de la vida y la violencia de la historia. Conforme a la visión tradicional del judaísmo y de la iglesia antigua, este infierno (scheol, hades, seno de Abrahán…) es el destino de muerte de todos los humanos, a no ser que Dios venga a liberarles por el Cristo. La muerte misma en cuanto destrucción: eso es el infierno. Pues bien, el credo afirma que Jesús “ha descendido” al lugar o estado de ese infierno, para liberar a los humanos de la muerte, ofreciéndoles su resurrección.

2. Bajó a los infiernos. Misterio de pascua.

Diciendo que bajó a los infiernos el credo destaca el abismo de dureza, destrucción y muerte donde Cristo culminó su solidaridad con los humanos. Quien no muere del todo no ha vivido plenamente todavía: no ha experimentado la impotencia poderosa, el total desvalimiento. Jesús ha vivido en absoluta intensidad; por eso muere en pleno desamparo.

Ha desplegado la riqueza del amor; por eso muere en suma pobreza, preguntando por Dios desde el abismo de su angustia. De esa forma se ha vuelto solidario de los muertos. Sólo es solidario quien asume la suerte de los otros. Bajando hasta la tumba, sepultado en el vientre de la tierra, Jesús se ha convertido en el amigo de aquellos que mueren, iniciando, precisamente allí, el camino ascendente de la vida:

– Jesús fue enterrado (cf. Mc 15, 42-47 y par; l Cor 15, 4). Sólo quien muere de verdad puede resucitar “de entre los muertos”: Jesús ha bajado al lugar de no retorno, para iniciar allí el retorno verdadero.

– Como Jonás “que estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches…” (Mt 12, 40), así estuvo Jesús en el abismo de la muerte, para resucitar de entre los muertos (Rom 10, 7-9). Leer más…

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