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“De carteles y locutorios: El capitalismo mata”, por Pepa Torres

Martes, 28 de mayo de 2024
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IMG_4838“El individualismo no nos hace más libres, más iguales o más hermanos”

“Hace ya muchos años que José María Mardones nos ayudó a caer en la cuenta de que la religión más poderosa del mundo se llama capitalismo”

“Su dios es un dios selectivo que decide qué vidas cuentan y cuáles valen menos que la bala que los mata”

“‘Ir por libre’, ‘tú a lo tuyo’, ‘sálvese quien pueda’, no son consignas ingenuas sino creencias que se traducen en prácticas cotidianas y políticas que hacen cada vez un mundo más inhóspito y selectivo, en el que prima el darwinismo social”

“Sin embargo, son las tramas comunitarias y no el individualismo las que día a día sostienen el milagro de la vida frente a todo pronóstico”

(Cristianisme i Justícia).- Hace ya muchos años que José María Mardones nos ayudó a caer en la cuenta de que la religión más poderosa del mundo se llama capitalismo. El capitalismo es mucho más que un sistema económico. Es también una antropología, una forma de vida, una cosmovisión. Tiene dioses propios (el dinero), su credo (“fuera del mercado no hay salvación”), sus rituales y sus templos (la Bolsa, los maratones de consumo, etc.). Su dios es un dios selectivo que decide qué vidas cuentan y cuáles valen menos que la bala que los mata, que el banco que los desahucia o que la firma con que las grandes trasnacionales compran sus tierras y expulsan a las poblaciones originarias de ellas condenándolas a la exclusión. Pero una de las características más terribles de esta religión es que coloniza nuestras conciencias de manera imperceptible, a la vez que tremendamente eficaz, a través de los medios de comunicación, de las redes sociales y de la publicidad a su servicio.

Me sorprendió hace unos días en un escaparate de una tienda de móviles un gran cartel  con el mensaje: “Lo inteligente de ir por libre es que tiene muchas ventajas”, publicitando la red de fibra más rápida de España. “Ir por libre”, “tú a lo tuyo”, “sálvese quien pueda”, no son consignas ingenuas sino creencias que se traducen en prácticas cotidianas y políticas que hacen cada vez un mundo más inhóspito y selectivo, en el que prima el darwinismo social, como una nueva modalidad de selección de las especies. Por eso al salir de la tienda de móviles imaginé otros carteles animándonos, como dice el papa Francisco a “ampliar un nosotros cada vez más grande e inclusivo”, a “tejer común”, para ganarle territorio al individualismo dominante.

“Al salir de la tienda de móviles imaginé otros carteles animándonos, como dice el papa Francisco a ‘ampliar un nosotros cada vez más grande e inclusivo’, a ‘tejer común’, para ganarle territorio al individualismo dominante”

El individualismo no nos hace más libres, más iguales o más hermanos. La mera suma de intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad (FT 135). Su punto de partida es la idea de que el individuo no accede a su libertad más que en la medida en que se comprende a sí mismo como propietario de su persona y sus capacidades, antes que como un todo moral o como una parte de un todo social. Es fruto, a la vez que reproduce, una antropología depredadora, funcional y pragmática, en la que el interés privado o de unas élites está por encima del bien común. El individualismo se vincula también a la meritocracia, lo cual cuestiona radicalmente el reconocimiento de la universalidad de los derechos humanos y sociales. De este modo se termina por otorgar legitimidad ética a la desigualdad, que acaba siendo concebida como justo reconocimiento al trabajo y al esfuerzo.

Sin embargo, son las tramas comunitarias y no el individualismo las que día a día  sostienen el milagro de la vida frente a todo pronóstico. Es el poder de los vínculos, el poder de dar y el poder de recibir de cada persona el dinamismo que nos permite sobrevivir como género humano. En la crisis eco-social que atravesamos, estas tramas comunitarias son hoy más que nunca sacramentos de la esperanza que nutren y sostienen las de muchas gentes: acceder al sistema público de salud, no ser invisibles, no ser desahuciado, tener comida y material escolar para los hijos, no perder el trabajo, no estar solo, esperanzas muchas de la cuales pasan por la materialidad de la vida y remiten a compromiso con “las tres t”: Techo, tierra, trabajo. Pero no solo eso, sino que las tramas comunitarias son también signo de que “otro mundo está siendo posible” en medio de esta crisis civilizatoria. Son esos lugares en los que las sumas de nuestras derrotas se convierten en esperanza por el hecho de estar juntos, y donde la suma de nuestras oscuridades se convierte en luz para estar en conexión y atravesar la incertidumbre. [1]

Definitivamente, hay que cambiar los carteles de la puerta del locutorio.

[1] Yolanda Sáez. “Ecofeminismo. Tejiendo redes”, Mas allá de la pandemia al de la pandemia. Vivir en estado de excepción, Iglesia Viva (283), 2020.

Fuente Cristianisme i Justícia

[Imagen de Mariakray en Pixabay]

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La revolución de lo pequeño

Miércoles, 13 de julio de 2022
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609625E5-13F0-4F9F-9A27-5742E04A2668– ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? ¿Te puedo echar una mano? ¡Con estos calores…!

– Estoy bien, muchas gracias. Tengo el coche ahí mismo, pero da gusto encontrarse con gente así, como tú.

Ella arrancó satisfecha, pues ya había cumplido. Se había detenido al verme parado junto a la enorme maleta tomando aire. Me había interpelado sólo por altruismo y ya no tenía sentido seguir hablando. La respuesta me salió del alma. Nada más lejos de mí echar flores huecas, sin genuino perfume, ni sentido.

No deberíamos perder tan fácilmente la fe en la humanidad, ni en su juventud. Las preguntas de la joven mujer se sucedieron con decisión y sin tregua. Venían para mi asombro desde un viejo coche que se detuvo a la par de mí. Yo remontaba el día pasado a pie, con un gran trasto sobre ruedas y evidente esfuerzo, la pequeña rampa desde la estación de tren de Altsasu al pueblo.

Es muy mala la costumbre de salir de casa con todas las letras, con todos los documentos, correos y archivos digitales a cuestas. Hay que saber viajar como sentenció el poeta, “ligeros” y sin pesados “gigas” a cuestas. No se puede ir por el mundo pegado a un enorme ordenador que impide remontar con agilidad las cuestas. Podría arramblar con el ordenador pequeñito, pero los ojos están muy hechos a la pantalla grande, muy mal acostumbrados a tener siempre toda la información a mano.

Es muy mal hábito adherirte de por vida a una máquina, porque después resoplarás en los días de calor tórrido y llamarás la atención de conductores y viandantes. De cualquier forma, me alegro de haber resoplado. Sí, yo estaba bien. Tan sólo un poco acalorado. En realidad, me sentía reconfortado en lo interno, cada vez más convencido de la revolución de las pequeñas cosas, de que son los cotidianos gestos de humanidad los que en realidad contribuyen a cambiar para bien nuestro mundo. Yo me sentía bien, feliz de constatar que hay una juventud que no tiene prisa para llegar a ningún lugar, que se detiene en su camino las veces que haga falta para asistir a quien lo pueda necesitar, al cabezón, por ejemplo, que se lleva a todas partes su entera vida a cuestas.

Ella arrancó desconocedora de que en realidad ya me había quitado el mayor peso, el de pensar que el humano a la salida de su estación, de su largo letargo egocentrista no tenía remedio, ni futuro. Estos días están cambiando los mapas políticos. Colombia, Francia y Andalucía acaparan la atención de los medios. Nos alegramos cuando nuestros colores ganan apoyo y ascienden.

“El  Gobierno de los nadies y para las nadies” se instalará felizmente en Bogotá. El país hermano camina a paso firme del miedo a la reconciliación, de la violencia a la paz. Nos complacemos cuando nos enteramos de que Gustavo Petro entra decidido a poner coto a una historia de abismales diferencias sociales, cuando las fuerzas de progreso en Francia toman más asientos en el Parlamento, cuando la moderación y el equilibrio ganan adeptos en las filas de los populares…, pero a la postre sabemos que todo ello carga con importante ficción. Queremos que desde lejanos despachos transformen un día a día que en realidad nos corresponde mayormente a nosotros y nosotras transformar.

Más que nuestra opción política prospere, más que el color del sobre que introduzcamos en la urna de cristal salga triunfante, es nuestra actitud de vida en medio del inmenso escenario planetario, son los gestos de ayuda y cooperación sencillos y diarios, los llamados a ir transformando poco a poco la realidad. A la postre es nuestra actitud solidaria para con el prójimo la que inaugurará un escenario local y global más halagüeño.

El “¿Estás bien…?, la preocupación y vigilancia del otro, el sentimiento de que el otro es con nosotros y nosotras, de que nos interesa, representa la antítesis de ese tentador “¡Sálvese quien pueda!” que igualmente cosecha sus adeptos en nuestra sociedad con fuerte impronta materialista. “¿Estás bien…?” ya sea por el calor intenso de estos días, la enfermedad, las llamas cercanas, las guerras más alejadas… El sencillo y elemental “¿Estás bien…?”, ante cualquier azar de la vida, ya inmediato, ya en apariencia distante, nos vacuna ante el virus más peligroso y despiadado que jamás hayamos podido llegar a conocer: el individualismo.

Koldo Aldai Agirretxe

Fuente Fe Adulta

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Consuelo Vélez: “Ser los primeros en apostar por el bien común en todos los casos”

Martes, 31 de agosto de 2021
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DC0DCC5A-7CFD-432B-A259-6D2792CAAF4BDe su blog Fe y Vida:

Libertades individuales y bien común.

Si el coronavirus es tan contagioso ¿cómo es posible que dudemos en tomar todas las medidas necesarias -y hasta exagerando- para evitar que los demás sean contagiados?”

“El bien común limita nuestra libertad individual, impide que tengamos más beneficios propios, deja en segundo lugar los intereses particulares para que el bien de los demás se ponga en primer plano”

“Si los que nos decimos creyentes no vamos ‘de primeras’ mostrando que creemos en el Padre/Madre de todos y por eso posponemos los propios intereses en favor del bien común ¿de qué fe estamos hablando?”

La tensión entre las libertades individuales y el bien común siempre existirá refiriéndose a muchas situaciones de cada día. Con el coronavirus de nuevo esa tensión ha salido a la luz y no es fácil ponerse de acuerdo. Desde Francia y otros países que se precian de la defensa de las libertades individuales hasta los países que ni siquiera tienen todavía acceso a las vacunas, hay muchos que piensan que no les deben imponer nada porque sería violentar sus libertades, como muchos otros que defienden la necesidad de que haya regulaciones y se decreten las medidas necesarias para garantizar la marcha de la sociedad. Y así seguiremos en ese debate y tal vez nunca logremos estar de acuerdo.

Pero me quiero referir a las experiencias religiosas y, concretamente al cristianismo, en el que la propuesta central es la fraternidad/sororidad, el bien común, la defensa del más desfavorecido, el compartir de bienes, etc., para cuestionar si, en verdad, nuestra fe se pone en primer plano para funcionar en la sociedad, si nuestro testimonio es claro y creíble, si lo que predicamos lo aplicamos.

Independientemente de que el Estado regule o no, la coherencia entre lo que creemos y vivimos podría ser mucho más evidente en nuestra sociedad. Si el coronavirus es tan contagioso ¿cómo es posible que dudemos en tomar todas las medidas necesarias -y hasta exagerando- para evitar que los demás sean contagiados? Si la muerte ha golpeado tan real y de manera indiscriminada a tantos, ¿cómo no evitar a toda costa que las personas mueran y que se colasen los servicios de salud pública? Sinceramente a mi me parece tan obvio que, desde la fe, lo que nos interese sea el bien común, que no logro entender por qué tantas personas de fe, no se disponen con diligencia y generosidad a pensar en los otros/as antes que en sí mismos.

Ya en la Conferencia Episcopal Latinoamericana y Caribeña celebrada en Puebla (1979) la Iglesia se preguntaba cómo era posible que, en un continente creyente, fuera tan inmensa la brecha entre ricos y pobres, tan inmensa la injusticia estructural. Y han pasado más de cuarenta años y la pregunta sigue vigente porque quienes luchan por erradicar la injusticia estructural y buscan caminos de transformación social, muchas veces son las personas menos creyentes, mientras que tantas otras que se precian de ser cristianas, engrosan cada vez más las tendencias neoliberales y las visiones de extrema derecha, fundamentadas en el beneficio propio, en las libertades individuales, en la mayor ganancia, en el progreso de los más fuertes.

La vida cristiana ¿no debería sacudirse de su ceguera evangélica y lanzarse a vivir lo más propio de ella: la acogida del reino de Dios que se inauguró con Jesús, en la comunidad de hermanos y hermanas que testimonian la fraternidad/sororidad de los hijos e hijas de Dios?. Esto implicaría que fuéramos los primeros en apostar por el bien común en todos los casos, en todas las circunstancias, en todos los momentos. Por supuesto el bien común limita nuestra libertad individual, impide que tengamos más beneficios propios, deja en segundo lugar los intereses particulares para que el bien de los demás se ponga en primer plano.

Esto es lo que Francisco expresó muy bien en la Encíclica Fratelli Tutti (n. 120), refiriéndose a la propiedad privada: “(…) Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. En esta línea recuerdo que la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. El principio del uso común de los bienes creados para todos es el primer principio de todo el ordenamiento ético-social, es un derecho natural, originario y prioritario. Todos los demás derechos sobre los bienes necesarios para la realización integral de las personas, incluidos el de la propiedad privada y cualquier otro, no deben estorbar, antes, al contrario, facilitar su realización (…). El derecho a la propiedad privada sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados, y eso tiene consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de la sociedad. Pero sucede con frecuencia que los derechos secundarios se sobreponen a los prioritarios y originarios, dejándolos sin relevancia práctica”.

Y más sencillo aún, el mandamiento del amor: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo” (Mc 12, 28-31) es a la vez, tan claro y tan determinante, que solo con tenerlo presente podría ser suficiente para que los cristianos antepongamos el bien común, frente al propio interés. Hablar de comunidad no es un slogan, una moda o una característica abstracta. Es vivir con otros/as en la vida real, con lo que ella nos trae cada día y que en este tiempo pasa por el control del coronavirus, la distribución de los bienes de la tierra, el cuidado de la casa común, y tantos otros desafíos actuales que reclaman mucha calidad humana, mucha honestidad y verdaderos principios éticos. Y si los que nos decimos creyentes no vamos ‘de primeras’ mostrando que creemos en el Padre/Madre de todos y por eso posponemos los propios intereses en favor del bien común ¿de qué fe estamos hablando?

(Foto tomada de: https://blog.fevecta.coop/Alianza-entre-cooperativismo-y-sindicalismo-para-el-bien-comun/)

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