Elredo de Rievaulx: Aprender a Amar
Hoy celebramos la fiesta de San Elredo de Rievaulx el gran cantor de la Amistad… Te queremos, hermano Bernardo Yoel.
Abad de Rievaulx, escritor de homilías e historiador, San Elredo, cuyo nombre también ha sido escrito como Aelred, Ailred, Æthelred y Ethelred, fue hijo de uno de aquellos sacerdotes casados de los cuales muchos se pueden encontrar en Inglaterra en los siglos once y doce.
A partir de sus escritos, notoriamente homofilos que lo revelan como homosexual (“practicante o no“, ya es otra cosa a descubrir buceando en sus estudios biográficos), circunstancia en la que están de acuerdo los investigadores, actualmente es patrono de algunos grupos homosexuales episcopales sajones.
Clásica referencia es su “La amistad espiritual”, que a partir de la distinción entre “amor físico” y “amor espiritual” establece las bases del sentido de amor entre hombres. Bien es cierto que de ahí deriva conclusiones religiosas, pero los fundamentos están sentados. Otro afortunado ejemplo, aparece en su obra “Speculum charitatis”, en cuyo capitulo 34, Elredo plantea una reseñable disgresion donde llora con sentimiento profundo la muerte de su amigo, el monje adolescente Simón.
Elredo nació en Hexham, pero a temprana edad conoció a David, el hijo menor de Santa Margarita, quien poco después fue Rey de Escocia, en cuya corte aparentemente actuó por algunos años como un tipo de paje, o acompañante para el joven Príncipe Enrique. No es descabellado suponer que fue este su primer gran amor hacia un compañero masculino.
El Rey David amaba al joven inglés, le promovió a su hogar, y deseaba hacerle obispo, pero Elredo decidió convertirse en monje cisterciense, en la recientemente fundada abadía de Rievaulx en Yorkshire. Pronto fue nombrado maestro de novicios, y por mucho tiempo fue recordado por su extraordinaria paciencia y ternura hacia aquellos a su cargo. En 1143 mientras Guillermo, Earl de Lincoln, fundó una nueva abadía cisterciense en sus tierras en Revesby en Lincolnshire, San Elredo fue enviado con doce monjes a tomar posesión de la nueva fundación.
Su estadía en Revesby, donde parece haber conocido a San Gilberto de Sempringham, no fue larga, pues en 1146 fue elegido abad de Rievaulx. En este puesto el santo no sólo fue superior de una comunidad de 300 monjes, sino que estuvo a la cabeza de todos los abades cistercienses en Inglaterra. Las causas le eran referidas, y con frecuencia tenía que hacer largos viajes para visitar los monasterios de su orden. Un viaje tal le llevó en 1153 a Escocia, donde se encontró con el Rey David por última vez y a su regreso a Rievaulx poco después le llegó la noticia de la muerte de David, por lo que trazó un bosquejo sobre el personaje del fallecido rey, a manera de pésame.
Parece haber ejercido influencia considerable sobre Enrique II en los primeros años de su reinado, y haberle persuadido de unirse a Luis VII de Francia para encontrarse con el Papa Alejandro III, en Touci en 1162. Aunque sufría de una complicación de males muy dolorosos, viajó a Francia para asistir a la reunión general de su Orden. Estuvo presente en la Abadía de Westminster, en la inhumación de San Eduardo el Confesor, en 1163, y en vista de este evento, escribió la biografía del santo rey y dio una homilía dedicada a él.
Al año siguiente Elredo efectuó una misión a las tribus bárbaras Pictish de Galloway, donde se dice que su jefe se conmovió tan profundamente por sus exhortaciones que se convirtió en monje. A través de sus últimos años Elredo dio extraordinario ejemplo de paciencia heroica al sufrir una serie de enfermedades. Lo que es más, era tan abstemio que se le describía “más como un fantasma que como un hombre.” Se supone en general que su muerte ocurrió el 12 de enero de 1166, aunque hay razones para pensar que el año realmente fue 1167.
Para amar a los enemigos, que es en lo que consiste la perfección de la caridad fraterna, nada nos anima tanto como considerar con agradecimiento la admirable paciencia del “más bello entre los hijos de los hombres” (Sal 44,3).
Considera, oh humana soberbia, oh altanera impaciencia, lo que soportó, quién y como lo soportaba. ¿Quién hay que ante este admirable cuadro no se sosiegue al punto en su cólera? ¿Quién, al escuchar aquella maravillosa voz llena de dulzura, de caridad y de imperturbable serenidad: “Padre, perdónalos” (Le 23,24), no abrazará inmediatamente a sus enemigos con todo afecto? ¿Podría añadir a esta petición algo más dulce y caritativo? Pues lo añadió y, pareciéndole poco el rogar, quiso además excusarles: “Padre”, dijo, “perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Así pues, para aprender a amar, el hombre no debe degradarse con los placeres de la carne. Para que no sucumba ante la concupiscencia carnal, derrame todo su afecto en la suavidad de la carne del Señor. Descansando así, más suave y perfectamente en el deleite de la caridad fraterna, también abrazará a sus enemigos con los brazos del verdadero amor. Y para que este divino fuego no se apague por la condición de las injurias, contemple continuamente con los ojos del alma la tranquila paciencia de su amado Señor y Salvador.
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Elredo de Rieval,
El espejo de la caridad, III, 5, passim
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Oración.
Tú conoces, Señor, mi corazón y sabes que todo cuanto me llegues a dar, deseo emplearlo en provecho de mis amigos y por ellos consumirlo. Yo mismo me gastaré de buena gana por ellos. Que así sea, Señor mío, que así se haga. Mis sentidos y mis palabras, mi descanso y mi trabajo, mis actividades, mi muerte, mi vida, mi salud, mi enfermedad; todo cuanto soy, mi vivir, sentir y pensar, todo lo gastaré por ellos, todo lo entregaré para ellos, por quienes Tú mismo te entregaste… Tú, Dios nuestro, misericordioso, escucha mis ruegos en favor de aquellos por quienes el cargo y el amor me obligan e inclinan a pedir. A ello me alienta la consideración de tu benignidad. Sabes, muy dulce Señor, cuánto les amo y cómo mi corazón y mi afecto se ocupan de ellos. (Del blog Católico y gay)
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