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Teresa de Jesús, hoy.

Martes, 15 de octubre de 2024
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Si la máxima de Ortega, “yo soy yo y mis circunstancias” fuera cierta, no lo sería menos referida a la espiritualidad del ser humano. En cualquier circunstancia, una espiritualidad que diera la espalda a la realidad histórica estaría renunciando a un componente muy sustancial de su propia identidad, y, por eso mismo, estaría acumulando sobrados motivos para ser tachada de engañabobos. Pero, a su vez, una espiritualidad religiosa, cristiana, que renunciara a la tras”-des”-cendencia”y “calidez” del misterio, sería, cuando menos, imperfecta y difícil de entender. Uniendo ambas dimensiones, el papa Francisco, desde su llegada al obispado de Roma, no cesa de clamar contra la“cultura de la indiferencia” y de proponer como revulsivo “la revolución de la ternura”.

La espiritualidad en las religiones siempre ha estado tentada por el escapismo o la huida de la realidad, y por refugiarse en mundos imaginarios y fantásticos frecuentemente aberrantes. La historia, como se irá evidenciando en estas páginas, está cuajada de ejemplos en este sentido. Pero simultáneamente se ha venido desarrollando otro tipo de espiritualidad, generalmente incomprendida por las instituciones, que, desde tiempos inmemoriales, se ha ido haciendo cargo de las irritaciones y desafíos de la realidad. Las tradiciones bíblicas —desde los primeros capítulos del libro del Éxodo, pasando por los Salmos, Job y los profetas hasta Jesús de Nazaret— no han cesado de preguntarse, desde el lado oscuro de la historia, “¿dónde está tu Dios?”. Porque el Dios bíblico, descubierto como amor, es también Dios de justicia; siendo la justicia la mejor imagen que representa al Dios que es amor.

Desde el último cuarto del pasado siglo, el teólogo J. B. Metz ha venido calificando este tipo de espiritualidad, profundamente bíblico, como “Mística de ojos abiertos” (cfr. Por una Mística de los ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad). Una espiritualidad samaritana que, en la terminología del mártir Ignacio Ellacuría, se hace cargo de, carga con, y se encarga de la realidad doliente. A juicio de este eminente teólogo de Münster, cofundador de la revista Concilium, se trata de una espiritualidad que, mirando de reojo al juicio evangélico de las naciones (Mt 25), asume como imperativo ético y político la centralidad y autoridad de las víctimas.

Pues la búsqueda incesante del ser humano por un más allá —que la teodicea reasume en la pregunta por Dios— solo se justifica plenamente desde el sufrimiento y la justicia debida a las personas que sufren y a las empobrecidas. Se trata entonces de una espiritualidad que sitúa en la encrucijada de la historia humana el conflicto entre la injusticia reinante (que proyecta el ser humano a una tarea mesiánica, liberadora) y la plenitud de la justicia que se espera del futuro.

Dedicamos estas páginas a Teresa de Ávila en el quinto centenario de su nacimiento. Es nuestro pequeño homenaje a esta mujer tan entrañablemente nuestra. Fue la suya una espiritualidad de “ojos abiertos”. Nos sigue cautivando aquel gracejo del que es ejemplo su disgusto ante el único retrato en su vida, que le hizo fray Juan de la Miseria: “Me habéis hecho fea y legañosa, fray Miseria, ¡Que Dios os lo perdone!”.

Nos sigue sorprendiendo la profundidad que una mujer “sin letras” —como ella misma se dice en el Libro de su Vida— llegó a cultivar su propio “huerto” y alcanzar una tal experiencia del ser humano y de la divinidad. Nos sobrecoge, sobre todo, su gran habilidad para moverse al filo de la censura doctrinaria de la institución y sortear las siempre amenazantes llamas de la Inquisición. La riqueza personal, de la que Teresa es plenamente consciente, la empuja a moverse con serenidad y sabiduría entre aquellas aguas turbulentas de la religión de su tiempo. El extraordinario temple de esta mujer singular se refleja plenamente en la confesión que le hizo a un fraile carmelita cuando ya rondaba los cincuenta años: “Sabed, padre, que en mi juventud me dirigían tres clases de cumplidos; decían que era inteligente, que era una santa y que era hermosa; en cuanto a hermosa, a la vista está; en cuanto a discreta, nunca me tuve por boba, en cuanto a santa, solo Dios sabe”.

Editorial del nº 127 de EXODO, espiritualidad: Teresa de Jesús, hoy

Espiritualidad , , , , , ,

Hombre nuevo.

Martes, 3 de septiembre de 2024
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Dorothy Day y Dan Berrigan, SJ

“Típico del hombre nuevo movido por el espíritu es que su motor no es el odio sino la misericordia  y el amor, porque ve en todos a hijos de Dios y no a enemigos por destruir

*

Ignacio Ellacuría

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***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , ,

Teresa de Jesús, hoy.

Sábado, 14 de octubre de 2023
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1572630141_4139682b84Leído en la página web de Redes Cristianas

Si la máxima de Ortega, “yo soy yo y mis circunstancias”fuera cierta, no lo sería menos referida a la espiritualidad del ser humano. En cualquier circunstancia, una espiritualidad que diera la espalda a la realidad histórica estaría renunciando a un componente muy sustancial de su propia identidad, y, por eso mismo, estaría acumulando sobrados motivos para ser tachada de engañabobos. Pero, a su vez, una espiritualidad religiosa, cristiana, que renunciara a la tras”-des”-cendencia”y “calidez” del misterio, sería, cuando menos, imperfecta y difícil de entender. Uniendo ambas dimensiones, el papa Francisco, desde su llegada al obispado de Roma, no cesa de clamar contra la “cultura de la indiferencia” y de proponer como revulsivo “la revolución de la ternura”.

La espiritualidad en las religiones siempre ha estado tentada por el escapismo o la huida de la realidad, y por refugiarse en mundos imaginarios y fantásticos frecuentemente aberrantes. La historia, como se irá evidenciando en estas páginas, está cuajada de ejemplos en este sentido. Pero simultáneamente se ha venido desarrollando otro tipo de espiritualidad, generalmente incomprendida por las instituciones, que, desde tiempos inmemoriales, se ha ido haciendo cargo de las irritaciones y desafíos de la realidad. Las tradiciones bíblicas —desde los primeros capítulos del libro del Éxodo, pasando por los Salmos, Job y los profetas hasta Jesús de Nazaret— no han cesado de preguntarse, desde el lado oscuro de la historia, “¿dónde está tu Dios?”. Porque el Dios bíblico, descubierto como amor, es también Dios de justicia; siendo la justicia la mejor imagen que representa al Dios que es amor.

Desde el último cuarto del pasado siglo, el teólogo J. B. Metz ha venido calificando este tipo de espiritualidad, profundamente bíblico, como “Mística de ojos abiertos” (cfr. Por una Mística de los ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad). Una espiritualidad samaritana que, en la terminología del mártir Ignacio Ellacuría, se hace cargo de, carga con, y se encarga de la realidad doliente. A juicio de este eminente teólogo de Münster, cofundador de la revista Concilium, se trata de una espiritualidad que, mirando de reojo al juicio evangélico de las naciones (Mt 25), asume como imperativo ético y político la centralidad y autoridad de las víctimas.

Pues la búsqueda incesante del ser humano por un más allá —que la teodicea reasume en la pregunta por Dios— solo se justifica plenamente desde el sufrimiento y la justicia debida a las personas que sufren y a las empobrecidas. Se trata entonces de una espiritualidad que sitúa en la encrucijada de la historia humana el conflicto entre la injusticia reinante (que proyecta el ser humano a una tarea mesiánica, liberadora) y la plenitud de la justicia que se espera del futuro.

Dedicamos estas páginas a Teresa de Ávila en el quinto centenario de su nacimiento. Es nuestro pequeño homenaje a esta mujer tan entrañablemente nuestra. Fue la suya una espiritualidad de “ojos abiertos”. Nos sigue cautivando aquel gracejo del que es ejemplo su disgusto ante el único retrato en su vida, que le hizo fray Juan de la Miseria: “Me habéis hecho fea y legañosa, fray Miseria, ¡Que Dios os lo perdone!”.

Nos sigue sorprendiendo la profundidad que una mujer “sin letras” —como ella misma se dice en el Libro de su Vida— llegó a cultivar su propio “huerto” y alcanzar una tal experiencia del ser humano y de la divinidad. Nos sobrecoge, sobre todo, su gran habilidad para moverse al filo de la censura doctrinaria de la institución y sortear las siempre amenazantes llamas de la Inquisición. La riqueza personal, de la que Teresa es plenamente consciente, la empuja a moverse con serenidad y sabiduría entre aquellas aguas turbulentas de la religión de su tiempo. El extraordinario temple de esta mujer singular se refleja plenamente en la confesión que le hizo a un fraile carmelita cuando ya rondaba los cincuenta años: “Sabed, padre, que en mi juventud me dirigían tres clases de cumplidos; decían que era inteligente, que era una santa y que era hermosa; en cuanto a hermosa, a la vista está; en cuanto a discreta, nunca me tuve por boba, en cuanto a santa, solo Dios sabe”.

Editorial del nº 127 de EXODO, espiritualidad: Teresa de Jesús, hoy

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El Salvador: los acusados de la masacre jesuita

Miércoles, 14 de junio de 2023
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Alfredo-Cristiani34 años después, el Fiscal General ha acusado a Alfredo Cristiani y a los ocho asesinos

“Los soldados del presidente Cristiani llegaron por la noche, forzaron la puerta principal de la casa, los dejaron salir al jardín y les dispararon en la cabeza. Los cerebros se esparcieron”

“Dijeron que apoyaban al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, eran su fachada ideológica, responsables de la violencia y de la guerra civil”

“El teólogo Sobrino conocía bien a sus colegas y amigos. Dijo después del cruel asesinato que todos eran cristianos de una sola pieza. Más bien, eran la fachada de las mayorías populares, los pobres y los oprimidos del país”

“El 5 de junio, 34 años después de la masacre, el Fiscal General ha acusado a Alfredo Cristiani y a los ocho asesinos”

(SettimanaNews).- El pasado 5 de junio, la Fiscalía General de la República de El Salvador presentó la acusación contra ocho personas –militares de alto rango– que estarían involucradas en la masacre de los seis jesuitas de la Universidad (UCA), la cocinera y su hija de 16 años. Acusado el ex presidente Alfredo Cristiani, quien habría organizado el plan implementado el 16 de noviembre de 1989.

El padre de Alfredo era un inmigrante de Bagnaria, provincia de Pavía, y su madre Marghot Burkard era descendiente de inmigrantes suizos.

Alfredo, nacido el 22 de noviembre de 1947, fue educado en la “escuela americana” de San Salvador, continuó sus estudios de economía en Washington, en la famosa Universidad de Georgetown. Al regresar a San Salvador, trabajó en nombre de la familia adinerada, que operaba principalmente en el comercio de café y algodón. Se casó con Margarita Llach en 1970.

Permaneció fuera de la política hasta 1980, cuando el conflicto armado con el movimiento FLMN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) alcanzó un punto crítico. Se involucró en la Alianza Nacionalista Republicana (ARENA), que había sido fundada por la “Escuela de las Américas”, dirigida por el oficial Roberto D’Aubuisson quien, en 1985, renunció tras el desastroso resultado de las elecciones presidenciales.

Cristiani se convirtió en líder del partido en 1988. En 1989 fue elegido presidente de El Salvador con el 53,8% de los votos.

Hace años, recogí el testimonio del conocido teólogo Jon Sobrino, que no estaba en casa el 16 de noviembre de 1989. Otro jesuita de la comunidad se había ido a dormir a otra comunidad. De ocho jesuitas, seis estuvieron presentes y fueron asesinados.

Los soldados del presidente Cristiani llegaron por la noche, forzaron la puerta principal de la casa, los dejaron salir al jardín y les dispararon en la cabeza. Los cerebros se esparcieron. Locos, los soldados tiraron máquinas de escribir, computadoras, grabaciones al suelo y robaron documentos y grabaciones. Entrando en la capilla de Mons. Romero, asesinado en marzo de 1980, apuntaron a la foto grande y le dispararon al corazón.

asesinato-de-los-martires-de-la-ucaEl poder de la derecha se enfureció contra la Universidad Jesuita porque estaban molestando a la gente. Los jesuitas fueron llamados comunistas y marxistas, antipatriotas, incluso ateos. El régimen de Cristiani quería silenciarlos, expulsarlos del país, dispersarlos, verlos muertos.

Se formularon acusaciones concretas contra la Universidad y los jesuitas: apoyaban al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, eran su fachada ideológica, responsables de la violencia y de la guerra civil.

El teólogo Sobrino conocía bien a sus colegas y amigos. Dijo después del cruel asesinato que todos eran cristianos de una sola pieza, convencidos de que estaban siguiendo a Jesús de Nazaret en la lucha por la liberación de la injusticia y el abuso. Conocían bien el marxismo para analizar la situación de opresión en el llamado Tercer Mundo, pero también eran conscientes de las serias dudas del análisis marxista.

El marxismo nunca fue su principal fuente de inspiración, como también se sostenía en la Curia romana. El rector, Ignacio Ellacuría, fue una celebridad como filósofo y teólogo, recuerda el teólogo Sobrino. Fue el Evangelio de Jesús el que inspiró la acción de los jesuitas. Seguían repitiendo que no apoyaban a un partido político o a un gobierno en particular o a un movimiento popular en particular.

Fueron fieles a las palabras del obispo masacrado Romero: “Los juicios políticos deben juzgarse según si benefician o no al pueblo”. Por esta razón apoyaron lo positivo en los movimientos populares y también en el FMLN, pero criticaron sus acciones terroristas y los asesinatos de civiles. Eran partidarios del diálogo y de la negociación con los líderes del movimiento. Hablaron de ello con el presidente Cristiani, con miembros del gobierno, con políticos y diplomáticos, incluidos algunos soldados, que se mantuvieron firmes en denunciar los abusos y violaciones de los derechos humanos por parte del ejército y los escuadrones de la muerte, denunciando la brutalidad de los crímenes.

cms-image-000007343Es una estupidez, me dijo Sobrino, decir que eran la fachada ideológica del FLMN. Más bien, eran la fachada de las mayorías populares, los pobres y los oprimidos del país. Sufrían cuando la Iglesia no era evangélica; cuando se miraba más a sí misma y a la institución que al dolor de la gente; cuando varios eclesiásticos de la jerarquía mostraron incomprensión e indiferencia ante el sufrimiento del pueblo y cuando silenciaron a Mons. Romero.

El 22 de marzo de 1990, a las 7 de la mañana, el obispo de Sao Félix (Brasil), el místico y poeta Pedro Casaldáliga, se dirigió al Centro Pastoral “Mons. Romero” para visitar el lugar de la masacre. Se encontró por casualidad con Obdulio, el esposo de Elba, el cocinero y el padre de Celina, ambos acribillados a balazos. Obdulio estaba ocupado en su trabajo. Estaba colocando plantas de rosas en el lugar del martirio. Los dos se abrazaron. Pedro quería darle algo a su esposo y a su padre. Tenía un rosario y se lo dio. Se lo puso alrededor del cuello. Al día siguiente, Casaldáliga, un conocido poeta, escribió estos versos dedicados a la UCA y a los heridos:

Ya sois la verdad en cruz
y la ciencia en profecía,
y es total la compañía,
compañeros de Jesús.
El juramento consumado,
la UCA y el pueblo herido

dictan la misma lección
que las cátedras-fosas
y Obdulio cuida las rosas
de nuestra liberación.

El 5 de junio, 34 años después de la masacre, el Fiscal General ha acusado a Alfredo Cristiani y a los ocho asesinos.

Fuente Religión Digital

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Juan Pablo II y Benedicto XVI frente a la Teología de la Liberación: Encarnizamiento y hostilidad

Jueves, 19 de enero de 2023
Comentarios desactivados en Juan Pablo II y Benedicto XVI frente a la Teología de la Liberación: Encarnizamiento y hostilidad

bajar-de-la-cruz-a-los-pobres-cristologa-de-la-liberacin-1-638“La Teología de la Liberación no es una ideología o una teoría. Es una manera de vivir el Evangelio”

“El 6 de agosto de 1984 la Curia Vaticana dio a conocer la ‘Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación’, firmada por Ratzinger que señalaba graves errores en la Teología de la Liberación. Se trataba de una interpretación subjetiva y equivocada de la misma”

“La Teología de la Liberación no es una ideología o una teoría. Es una manera de vivir el Evangelio en la proximidad y solidaridad con las personas excluidas y empobrecidas que tiene tres elemntos claves: la opción por los pobres y desvalidos, la memoria viva de los mártires y la esperanza de que otro mundo es posible”

“La Teología de la Liberación nació en las periferias sociales cristianas. Recoge el clamor de millones de pobres, de pueblos enteros oprimidos y excluidos”

“La liberación comienza por la transformación personal: Hasta que no hayamos derrotado el egoísmo, no habremos todavía realizado la liberación del ser humano”

“Los nuevos sujetos no nacen espontáneamente con las nuevas estructuras, sino que habrá que forjarlos al ritmo de la resistencia y de la lucha. La revolución ética es todavía una asignatura pendiente”

El 6 de agosto de 1984 la Curia Vaticana dio a conocer laInstrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación”, firmada por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y ratificada por el papa Juan Pablo II.

Este documento señalaba graves errores en la Teología de la Liberación. Pocos días después un grupo de teólogos y teólogas (laicos y laicas, sacerdotes y religiosas) nos reunimos en la ciudad de México. Leímos y analizamos la Instrucción y llegamos a la conclusión que era un documento injusto, ajeno a la realidad, porque lo que ahí se condenaba no era realmente lo que es en sí la Teología de la Liberación sino una interpretación subjetiva y equivocada de la misma.

“No comprendemos este encarnizamiento y hostilidad de Juan Pablo II y del cardenal Ratzinger con respecto a la teología de la liberación. Tal vez viene bien recordar aquellas palabras de Nietzsche “no se piensa igual de Dios en un palacio que en una choza”

Consideramos que es indecente condenar a los creyentes que han consagrado su vida —y somos decenas de miles de laicos y laicas, religiosas y religiosos, obispos, sacerdotes y misioneros de todas partes— los que hemos seguido el mismo camino. Ser discípulos de Jesús es imitarlo, seguirlo y actuar como él vivió. No comprendemos este encarnizamiento y hostilidad de Juan Pablo II y del cardenal Ratzinger con respecto a la teología de la liberación. Tal vez viene bien recordar aquellas palabras de Nietzsche “no se piensa igual de Dios en un palacio que en una choza”.

Ese día se encontraba entre nosotros un catequista refugiado guatemalteco y animador de una comunidad cristiana. Escuchaba en silencio. Al finalizar el análisis que hicimos, expresó: “Como el papa Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger no sufren lo que nosotros los campesinos sufrimos, por eso no nos entienden”.

En verdad no hemos necesitado leer a Karl Marx para descubrir la opción para los pobres
. Es el mensaje y la práctica de Jesús de Nazaret quien nos ha revelado que los pobres son un lugar teológico. Todo el Evangelio refleja la opción preferencial de Jesús por los pobres, los débiles y su oposición a los que abusan de ellos y los oprimen.

Un catequista refugiado guatemalteco: “En verdad no hemos necesitado leer a Karl Marx para descubrir la opción para los pobres. Es el mensaje y la práctica de Jesús de Nazaret quien nos ha revelado que los pobres son un lugar teológico”

La Teología de la Liberación no es una ideología o una teoría. Es una manera de vivir el Evangelio en la proximidad y solidaridad con las personas excluidas y empobrecidas. Esta teología tiene dos fuentes. Una es la experiencia de fe en el Dios de la vida, Padre y Madre de todos los hombres y mujeres, revelado en Jesús; y otra, el análisis de la realidad socioeconómica y política. Ha llevado a cabo una verdadera revolución metodológica al “incorporar las ciencias sociales y humanas en la epistemología teológica”, en palabras de Juan José Tamayo. Se mueve por el hambre y sed de Dios que hay en el pueblo y por el hambre de pan y de justicia. Es una teología que nace en el corazón del pueblo de Dios.

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Juan Pablo II y José Ratzinger

Hay tres elementos claves de la Teología de la Liberación:

*La opción por los pobres y desvalidos, siguiendo la práctica y el mensaje de Jesús. La parábola del buen samaritano (Lc 10, 30-23) ilumina esta opción, que es una exigencia evangélica: “Haz tú lo mismo”. Consecuentemente, existe siempre para el creyente una pregunta referencial: ¿Qué posición tomó Jesús frente a la realidad socioeconómica de su tiempo?

*La memoria viva de los mártires que nos desafía a continuar con la lucha y sueños por los que ellos dieron la vida. América Latina es tierra de mártires, tierra regada con la sangre de numerosos hombres y mujeres, laicos y laicas, religiosas y religiosos, sacerdotes y obispos, comprometidos con la justicia.

*La esperanza de que otro mundo es posible. Las comunidades cristianas son conscientes de que su causa es invencible porque es el sueño de Dios para la humanidad. Dios quiere hijos e hijas no esclavos, quiere hermanos y hermanas, no enemigos unos de otros. A veces las comunidades que han optado por la liberación integral de los pobres se sienten golpeadas, derrotadas e incomprendidas, pero siguen firmes en la esperanza. Como bien señalaba Pedro Casaldáliga, se sienten como soldados derrotados de una causa invencible. Es por eso que la esperanza es una característica fundamental del cristianismo liberador. La Teología de la Liberación manifiesta que el cambio que el mundo necesita exige hombres nuevos y mujeres nuevas que viven lo que proclaman y proclaman lo que viven.

La Teología de la Liberación nació en las periferias sociales cristianas. Recoge el clamor de millones de pobres, de pueblos enteros oprimidos y excluidos, indígenas, afroamericanos, campesinos, mujeres, pobladores de las barriadas marginales de las grandes ciudades…

El movimiento de la Teología de la Liberación cobró impulso con Juan XXIII y el Concilio Vaticano II y recibió reconocimiento oficial en la reunión del episcopado latinoamericano en Medellín, cuyo documento comienza diciendo que “No hay historia de la salvación sin salvación de la historia”.

 Los teólogos de la liberación no han hecho sino sistematizar la experiencia de fe del pueblo creyente. Recordamos entre estos, con especial admiración y respeto, a Gustavo Gutiérrez, padre de la Teología de la Liberación; a Leonardo Boff, a Ivone Guevara, Ignacio Ellacuría, Jon Sobrino, Carlos Bravo, Pablo Richard, Carlos Mesters, Giulio Girardi, José Comblin, Frei Beto, Oscar Beoso, Teófilo Cabestrero, Raquel Saravia, José Marins, Marcelo Barros, Benjamín Forcano, Juan José Tamayo…Y muchos más. Sería interminable mencionarlos a todos. Entre los teólogos y teólogas de la liberación los hay también de las iglesias protestantes, como Jorge Pisley, Elsa Támez, Julia Esquivel, Montiner… La teología de la liberación es de carácter ecuménico

El cristianismo liberador no tiene un proyecto socioeconómico propio, sino que analiza y descubre los signos del Espíritu de Dios en las distintas expresiones que buscan otro modelo económico alternativo y las apoya críticamente. Es consciente de que el mundo no necesita parches ni una refundación del capitalismo, sino que se requiere un cambio profundo y revolucionario, que comienza por uno mismo.

Al hablar de revolución muchos piensan en violencia. Las comunidades cristianas de América Latina entienden que la revolución es esencialmente defensora y promotora de la vida y la paz. No quieren la muerte. Quieren la vida, una vida digna para todos los hombres y mujeres. Si en una revolución hay violencia, ésta viene de los de arriba, de los que se resisten a que haya cambios. Por eso que defienden a capa y espada sus privilegios. La revolución hoy en América Latina apunta a cambios estructurales del sistema socioeconómico, que son interpretados como signos de la presencia del reino de Dios, cuya plenitud está más allá de la historia.

“Al hablar de revolución muchos piensan en violencia. Las comunidades cristianas de América Latina entienden que la revolución es esencialmente defensora y promotora de la vida y la paz. No quieren la muerte. Quieren la vida, una vida digna para todos los hombres y mujeres”

La conquista de una sociedad justa, libre y equitativa, sin explotados ni explotadores, no es el reino de Dios. El Reino es mucho más, infinitamente más. Pero el Reino exige pasar por ahí. Los procesos históricos de liberación son signos de la presencia del Reino. No puede haber reino de Dios si unos pocos acaparan los bienes de la tierra dejando en la pobreza a la mayoría, si hay gente que muere de hambre, si hay hombres y mujeres que son marginados por su condición social, étnica, cultural o religiosa.

Todo cambio sociopolítico exige transformaciones profundas en la conciencia de las personas. La liberación comienza por la transformación personal. Giulio Girardi se plantea: “¿Cuál es el objetivo fundamental de todo proceso liberador? Es conseguir la liberación humana. Que el rico se libere de la codicia que lo tiene alienado y que el pobre se libere de su indigencia y los egoísmos que pueda tener. La liberación del ser humano no significa sólo realizar la justicia social, no significa sólo derrotar la ignorancia. No podemos limitarnos a construir carreteras, viviendas, hospitales…

“Hasta que no hayamos derrotado el egoísmo, no habremos todavía realizado la liberación del ser humano”

Ciertamente, un día haremos posible el viejo sueño de construir casas para todo el pueblo… Esto, sin embargo, es sólo un aspecto de la liberación del hombre. Pero, hasta que no hayamos derrotado el egoísmo, no habremos todavía realizado la liberación del ser humano. Los sueños revolucionarios serán realidad cuando el ser humano viva para la comunidad, cuando no viva para sí mismo, sino que será capaz de abrir las puertas de su corazón y entregarlo a los demás.

Sólo los hombres y mujeres impregnados de actitudes éticas, serán capaces de aportar a la construcción de una nueva sociedad. Sólo los hombres y mujeres justos y libres podrán ser agentes de un mundo de justicia y libertad. Los nuevos sujetos no nacen espontáneamente con las nuevas estructuras, como bien señalaba Pablo Richard, sino que habrá que forjarlos al ritmo de la resistencia y de la lucha. La revolución ética es todavía una asignatura pendiente.

Fuente Religión Digital

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‘Hacerse cargo de la relidad. Sobre la teología-política de Ignacio Ellacuría’ de López de Goicoechea

Sábado, 3 de diciembre de 2022
Comentarios desactivados en ‘Hacerse cargo de la relidad. Sobre la teología-política de Ignacio Ellacuría’ de López de Goicoechea

ellacuria_1280x720_foto610x342Del blog de Juan José Tamayo:

Un libro que presenta a Ignacio Ellacuría como centinela del pueblo

‘Hacerse cargo de la relidad. Sobre la teología-política de Ignacio Ellacuría’, de Javier López de Goicoechea Zabala (editorial Comares)

“Ofrece una rigurosa reconstrucción de su filosofía, su teología y su teoría política, no aisladamente como si se tratara de compartimentos estancos, sino en su carácter unitario”

“López de Goicoechea elabora un lúcido perfil intelectual de Ellacuría a través de un amplio y riguroso recorrido por los años de su formación y la etapa de madurez”

“La obra de López de Goicoechea viene a confirmar de manera argumentada que Ignacio Ellacuría es uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo y que, treinta y tres años después de su asesinato, sigue iluminando la oscuridad del presente”

Desde el asesinato del filósofo y teólogo hispano-salvadoreño Ignacio Ellacuría, rector de la UCA (San Salvador), el 16 de noviembre de 1989, se han publicado sus obras completas en la editorial de la UCA, celebrado numerosos congresos y escrito importantes investigaciones sobre su pensamiento.

Coincidiendo con el 33 aniversario de su asesinato voy a comentar hoy la obra de Javier López de Goicoechea Zabala, doctor en filosofía y en derecho, profesor de la Facultad de Derecho y del Instituto de Ciencias de las Religiones de la Universidad Complutense y profesor invitado en la UCA, de San Salvador (El Salvador), Hacerse cargo de la realidad. Sobre la teología-política de Ignacio Ellacuría, que me parece una de las más clarividentes de la producción bibliográfica en torno a Ellacuría ya que ofrece una rigurosa reconstrucción de su filosofía, su teología y su teoría política, no aisladamente como si se tratara de compartimentos estancos, sino en su carácter unitario.

8B2AEA33-832C-4232-9420-B6CCBE800D88Y lo hace con rigor metodológico y fidelidad creativa al pensamiento de Ellacuría, del que destaca la originalidad de su método de historificación de los conceptos y su orientación emancipatoria. Un pensamiento que, en expresión zubiriana, se hace cargo de la realidad y cuyo resultado es una nueva teología-política, como praxis de liberación y transformación socio-económica a través de una correcta articulación de los tres elementos de su reflexión: ética, política y religión. Son tres elementos que suelen aparecer desconectados y Ellacuría los interconecta, pero sin caer en confesionalismos y respetando la autonomía de la ética y de la política.

López de Goicoechea elabora un lúcido perfil intelectual de Ellacuría a través de un amplio y riguroso recorrido por los años de su formación y la etapa de madurez, así como por los problemas filosóficos de su época: problema del ser, de la historia y de la deshumanización tecnificada del ser humano, y por las bases filosóficas de su pensamiento, de Aristóteles a Zubiri, pasando por Tomás de Aquino, Hegel, Marx, Ortega y Gasset, Ernst Bloch y la Escuela de Frankfurt (especialmente Herbert Marcuse).

Elabora una sugerente geografía en torno a cuatro ciudades que marcaron el peregrinaje intelectual de Ellacuría: Quito, Innsbruck, Madrid y San Salvador, mostrando “su apertura radical a un pensamiento a la intemperie, fruto de la época que le tocó vivir y de los problemas a los que tuvo que enfrentarse desde el rigor conceptual de la Filosofía”.

Ellacuria-Romero-Francisco-anos-Puebla_2176892291_14086215_660x371Pero su pensamiento no es discipular como si hiciera un seguimiento mimético de sus maestros -Rahner en teología, Zubiri en filosofía, monseñor Romero en espiritualidad-, sino que desemboca en un pensamiento propio muy sólido y consistente caracterizado por la creatividad y la ubicación contextual, en respuesta a los desafíos del momento histórico, siendo uno de los más graves el de la violencia en El Salvador, que analiza en sus diferentes niveles: estructural, revolucionario y terrorista, optando por la no violencia activa desde sus raíces pacifistas de inspiración evangélica.  Su respuesta sigue teniendo vigencia hoy y puede contribuir a enriquecer el pensamiento crítico, la praxis política y el horizonte liberador de las religiones, sobre todo de las monoteístas, cuya teología primera es la ética de la liberación.

La obra de López de Goicoechea viene a confirmar de manera argumentada que Ignacio Ellacuría es uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo y que, treinta y tres años después de su asesinato, sigue iluminando la oscuridad del presente. Asimismo, es el mejor reconocimiento a un maestro español de la filosofía, la teología y la teoría política; reconocimiento que, a mi juicio, no tiene, o al menos no de manera suficiente, en el actual panorama intelectual español.

    El libro comienza y termina con un poema de Ernesto Cardenal que se refiere a texto del profeta Isaías 21,11: “Centinela, ¿qué hora es de la noche? Centinela, ¿qué hora es de la noche” (según otras versiones: “Centinela, ¿cuánto queda de la noche?”), y López de Goicoechea lo aplica a Ellacuría de esta guisa:

“Toda la vida y el pensamiento de Ignacio Ellacuría evoca a ese centinela del poema de Ernesto Cardenal que en las lúgubres noches de cualquier país centroamericano nos ubica en el tiempo y en la realidad de pueblos sometidos al miedo y a la violencia extrema. Ellacuría, como aquel centinela, dedicó su vida intelectual a ejercer el papel de recordarnos siempre dónde estamos situados y cuál es nuestro compromiso urgente. Nos avisa de que estamos en un tiempo trágico y en una hora crucial. El mal común es la fría descripción de cuanto acontece a nuestro alrededor a la luz del candil que nos permite atisbar pueblos sometidos al desfavorecimiento y la exclusión social. Nos sitúa en un extraño mundo contradictorio donde el progreso económico, científico y tecnológico nos permite a muchos privilegiados disfrutar de cotas de bienestar nunca conocidas en la historia de la humanidad. Pero, a la vez, nos alerta del injusto reparto para tantos y tantos pueblos sufrientes de estos bienes preciados que este mundo ha alcanzado. La desigualdad extrema es el nuevo paradigma de nuestros tiempos, no el progreso, ni la ciencia y sus biotecnologías aplicadas” (p. 174).

 

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Me parece muy adecuada la presentación de Ellacuría como centinela del pueblo. Ciertamente, lo fue durante varias décadas y alertó de la noche oscura en la que vivían las mayorías populares sometidas a todo tipo de opresiones. Fue también el centinela que trabajó de pensamiento, palabra y obra por la liberación de dichas mayorías. Hoy sigue haciéndolo a través de su ejemplaridad de vida, de su obra y de su pensamiento. Es la mejor herencia que nos deja para seguir sus huellas.

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Teresa de Jesús, hoy.

Sábado, 15 de octubre de 2022
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1572630141_4139682b84Leído en la página web de Redes Cristianas

Si la máxima de Ortega, “yo soy yo y mis circunstancias”fuera cierta, no lo sería menos referida a la espiritualidad del ser humano. En cualquier circunstancia, una espiritualidad que diera la espalda a la realidad histórica estaría renunciando a un componente muy sustancial de su propia identidad, y, por eso mismo, estaría acumulando sobrados motivos para ser tachada de engañabobos. Pero, a su vez, una espiritualidad religiosa, cristiana, que renunciara a la tras”-des”-cendencia”y “calidez” del misterio, sería, cuando menos, imperfecta y difícil de entender. Uniendo ambas dimensiones, el papa Francisco, desde su llegada al obispado de Roma, no cesa de clamar contra la “cultura de la indiferencia” y de proponer como revulsivo “la revolución de la ternura”.

La espiritualidad en las religiones siempre ha estado tentada por el escapismo o la huida de la realidad, y por refugiarse en mundos imaginarios y fantásticos frecuentemente aberrantes. La historia, como se irá evidenciando en estas páginas, está cuajada de ejemplos en este sentido. Pero simultáneamente se ha venido desarrollando otro tipo de espiritualidad, generalmente incomprendida por las instituciones, que, desde tiempos inmemoriales, se ha ido haciendo cargo de las irritaciones y desafíos de la realidad. Las tradiciones bíblicas —desde los primeros capítulos del libro del Éxodo, pasando por los Salmos, Job y los profetas hasta Jesús de Nazaret— no han cesado de preguntarse, desde el lado oscuro de la historia, “¿dónde está tu Dios?”. Porque el Dios bíblico, descubierto como amor, es también Dios de justicia; siendo la justicia la mejor imagen que representa al Dios que es amor.

Desde el último cuarto del pasado siglo, el teólogo J. B. Metz ha venido calificando este tipo de espiritualidad, profundamente bíblico, como “Mística de ojos abiertos” (cfr. Por una Mística de los ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad). Una espiritualidad samaritana que, en la terminología del mártir Ignacio Ellacuría, se hace cargo de, carga con, y se encarga de la realidad doliente. A juicio de este eminente teólogo de Münster, cofundador de la revista Concilium, se trata de una espiritualidad que, mirando de reojo al juicio evangélico de las naciones (Mt 25), asume como imperativo ético y político la centralidad y autoridad de las víctimas.

Pues la búsqueda incesante del ser humano por un más allá —que la teodicea reasume en la pregunta por Dios— solo se justifica plenamente desde el sufrimiento y la justicia debida a las personas que sufren y a las empobrecidas. Se trata entonces de una espiritualidad que sitúa en la encrucijada de la historia humana el conflicto entre la injusticia reinante (que proyecta el ser humano a una tarea mesiánica, liberadora) y la plenitud de la justicia que se espera del futuro.

Dedicamos estas páginas a Teresa de Ávila en el quinto centenario de su nacimiento. Es nuestro pequeño homenaje a esta mujer tan entrañablemente nuestra. Fue la suya una espiritualidad de “ojos abiertos”. Nos sigue cautivando aquel gracejo del que es ejemplo su disgusto ante el único retrato en su vida, que le hizo fray Juan de la Miseria: “Me habéis hecho fea y legañosa, fray Miseria, ¡Que Dios os lo perdone!”.

Nos sigue sorprendiendo la profundidad que una mujer “sin letras” —como ella misma se dice en el Libro de su Vida— llegó a cultivar su propio “huerto” y alcanzar una tal experiencia del ser humano y de la divinidad. Nos sobrecoge, sobre todo, su gran habilidad para moverse al filo de la censura doctrinaria de la institución y sortear las siempre amenazantes llamas de la Inquisición. La riqueza personal, de la que Teresa es plenamente consciente, la empuja a moverse con serenidad y sabiduría entre aquellas aguas turbulentas de la religión de su tiempo. El extraordinario temple de esta mujer singular se refleja plenamente en la confesión que le hizo a un fraile carmelita cuando ya rondaba los cincuenta años: “Sabed, padre, que en mi juventud me dirigían tres clases de cumplidos; decían que era inteligente, que era una santa y que era hermosa; en cuanto a hermosa, a la vista está; en cuanto a discreta, nunca me tuve por boba, en cuanto a santa, solo Dios sabe”.

Editorial del nº 127 de EXODO, espiritualidad: Teresa de Jesús, hoy

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‘Llegaron de noche’, la película sobre la matanza de los jesuitas en El Salvador, se presentó en Málaga

Martes, 5 de abril de 2022
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1CD618E8-B20F-41C7-91BC-A9BBBF11FFEALa cinta ya puede verse en las salas españolas

Imanol Uribe presentó en Málaga su última película, “Llegaron de noche”, con un guion basado en la historia real de la única testigo del crimen de los jesuitas en El Salvador

“Creo que esta película tiene, por lo menos, la función de traer al presente lo que ocurrió y rememorarlo“, ha dicho el director vasco. “Y si puede aportar algo, fantástico”, ha resumido, con una sonrisa en la cara

El realizador compareció junto a Juana Acosta, que da vida a Lucía, la testigo, Carmelo Gómez, como el padre Tojeira y a Ben Temple, que interpreta al padre Tipton, mediador cuando la familia de Lucía peor lo estaba pasando

Uribe, nacido en El Salvador y educado con los jesuitas, tenía pendiente contar esta historia ocurrida en 1989, un suceso que ha permanecido fresco en su memoria

El título de la cinta, viene de la premonición del propio Ellacuría (Karra Elejalde) quien, en un momento de la película, comenta a sus compañeros “Si me matan de día sabrán que ha sido la guerrilla, pero si llegan de noche, serán los militares”

Imanol Uribe ha llegado hoy a Málaga para presentar su última película, “Llegaron de noche, con un guion basado en la historia real de la única testigo del crimen de los jesuitas en El Salvador, en la que fue asesinado el sacerdote y teólogo de la liberación, Ignacio Ellacuría.

“Creo que esta película tiene, por lo menos, la función de traer al presente lo que ocurrió y rememorarlo“, ha dicho el director vasco en una rueda de prensa en Málaga, donde la película compite en la Sección Oficial de la 25 edición del Festival de Cine de Málaga.

El realizador compareció junto a Juana Acosta, que da vida a Lucía, la limpiadora de la universidad donde vivían y fueron asesinados los sacerdotes, y única testigo del crimen; Carmelo Gómez, como el padre Tojeira, en su regreso “puntual” al cine, según se ha apresurado a precisar el leonés, y a Ben Temple, que interpreta al padre Tipton, mediador cuando la familia de Lucía peor lo estaba pasando.

“En este momento en el que la verdad está tan disociada y todo son ‘fakes’ y no sabes qué defender, el ejemplo de esta mujer humilde, que se jugó la vida -literalmente-, por defender la verdad, aun sin entender por qué no podía contarla -ha explicado Uribe-, me parece el mejor hilo conductor para contar la matanza de los jesuitas que defendían la Teología de la Liberación, a los que yo admiraba muchísimo”.

Uribe, nacido en El Salvador y educado con los jesuitas, tenía pendiente contar esta historia ocurrida en 1989, un suceso que ha permanecido fresco en su memoria.

Con guion de Daniel Cebrián, también presente en Málaga junto a los productores Gerardo Herrero (Tornasol) y María Luisa Gutiérrez (Bowfinger), “Llegaron de noche” se ha puesto inesperadamente de actualidad debido a que, 32 años más tarde, el caso de la matanza se ha reabierto tras la anulación el pasado año del proceso contra los autores intelectuales del asesinato.

El juicio, celebrado en la Audiencia Nacional de España hace un par de semanas, concluyó con uno de los militares implicados, Inocencio Montano, condenado a 133 años y 4 meses de cárcel por aquel asesinato la noche del 15 al 16 de noviembre de 1989.

La noticia nos pilló con la película rodada y terminando. Por lo menos a este le han caído 130 años, pero a la mayoría de los culpables los amnistiaron inmediatamente y prácticamente todos están de rositas por la calle”, se ha lamentado el director, aunque celebra que el caso se haya reabierto en El Salvador y haya una orden de detención contra el presidente Cristiani “para que se presente a juicio, porque quería escabullirse”.

“Algo se mueve ahí, y si la película puede aportar algo, fantástico”, ha resumido, con una sonrisa en la cara.

La imposibilidad de rodar en El Salvador hizo que la producción se trasladara a Cali, ciudad natal de Juana Acosta, que por su parte dedicó meses a preparar el papel de Lucía con la propia Lucía, en su casa de California -no dice el lugar concreto por miedo, explica la actriz colombiana-, aun cuando han pasado más de 30 años de la terrorífica experiencia.

Lucía y su familia fueron engañados por los servicios de inteligencia de los Estados Unidos, que los retuvieron y torturaron para que se echasen atrás en la versión de que los autores de la matanza de los jesuitas habían sido militares.

De ahí viene el nombre de la película, de la premonición del propio Ellacuría (Karra Elejalde) quien, en un momento de la película, comenta a sus compañeros “Si me matan de día sabrán que ha sido la guerrilla, pero si llegan de noche, serán los militares”.

Carmelo Gómez interpreta al padre Tojeira, uno de los supervivientes de la matanza, “no como un personaje, sino alguien lo mas parecido a la persona”, ha explicado Gómez, que asegura haberse conmovido el tiempo que convivió con los jesuitas para preparar la película por “cómo afrontan el compromiso con la vida, y con la muerte”.

“Llegaron de noche”, explica Gómez, “es una tragedia, con todos sus ingredientes, contada a través de una mirada fascinante, que es la de Juana (Lucía)”.

Gerardo Herrero ha agradecido la colaboración de los jesuitas, que aportaron “un montón de información” y el magnífico contacto de Lucía.

Por su parte, Gutiérrez ha abundado queesta película había que contarla; desgraciadamente, es muy actual, y ojalá sirva para remover conciencias y que se haga justicia sobre lo que pasó”.

“Yo creo que solo porque se haga justicia para esa familia que ha tenido que huir de su país del horror de una guerra como estamos viendo ahora tantas familias en Ucrania, solo por ellos, por honrarlos a ellos, debería ser vista esta película”, ha concluido Acosta.

Tras esta presentación, la cinta llegó el pasado viernes 25 a las salas españolas.

Fuente Religión Digital

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Volver a los barrios.

Viernes, 22 de octubre de 2021
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curas_obreros-small500El servicio es en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo. En esta tarea cada uno es capaz de dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los másfrágiles. […] El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su proximidad y hasta en  algunos casos la «padece» y busca la promoción del hermano.

Papa Francisco, Fratelli tutti (n.º 115)

Una de las cosas más terribles de la desigualdad económica son las consecuencias psicosociales que comportan: nos alejamos de los que no son como nosotros, disminuye la empatía y tendemos a creer que nos merecemos nuestro lugar (superior) en una escala social. La desigualdad nos hace perder la confianza en los otros y, por eso, se traduce en menos participación cívica y social, y en menos motivación por el bien común. Hablar de desigualdad hoy es hablar de segregación territorial. Si en la época de más efervescencia antifranquista muchos profesionales de izquierdas, militantes de partidos y cristianos de base, vivían o tenían presencia diaria y permanente en los barrios obreros, hoy ningún regidor del Ayuntamiento de Barcelona vive en Nou Barris, l distrito más pobre, y la mayoría de los arquitectos, periodistas, abogadas y artistas de este país jamás lo han pisado. Paralelamente, la extrema derecha gana ahí posiciones porque el discurso y las preocupaciones de los partidos y activistas de izquierda se sienten completamente alejadas de su realidad. La distancia física se ha convertido en una distancia emocional, cultural y simbólica.

El «Informe sobre exclusión y desarrollo social en España» de Cáritas/Fundación FOESSA de 2019, justo antes de la pandemia, ya mostraba una sociedad española y catalana completamente fragmentadas. En el caso catalán, se calcula un 45,5% de la población en situación de integración plena, un 35,1% en situación de integración precaria y un 19,3% en situación de exclusión (moderada o extrema). Gran parte de este país, en la cuerda floja o directamente excluida, vive en los barrios pobres, que las distintas administraciones y organismos territoriales tienen perfectamente identificados.

En esta sociedad cada vez más desvinculada, mientras en los barrios de clase media se habla de antirracismo a niños sin compañeros ni compañeras racializados o se promueve la meditación y la alimentación ecológica, en las escuelas y los Centros de Salud de los barrios más difíciles se dedican muchas horas a ejercer de puente con los servicios sociales.

Solo los profesionales más vocacionales aguantan. El resto huye. Hay también muchos técnicos y técnicas que gestionan proyectos sociales que son pura asistencia y contención, o que, con la mejor de las intenciones, trabajan por cohesionar comunidades de las que nunca formarán parte. Estos barrios son, hoy, barrios más frágiles que hace cincuenta años porque su diversidad ha añadido capas de complejidad.

El legado de la iglesia de base en los barrios: un testigo

Pues conocéis la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza (2Co 8,9).

Hubo un tiempo en el que no había ningún barrio empobrecido que no tuviera su «cura rojo» y una comunidad cristiana de base. Estaban en todos los barrios del extrarradio de las grandes ciudades, aquellos que habían crecido descontroladamente con la llegada de los migrantes de todo el Estado: el Pozo del Tío Raimundo en Madrid, el barrio del Picarral en Zaragoza o el de San Francisco en Bilbao. En Cataluña, los cristianos y las cristianas comprometidos fueron determinantes en el movimiento antifranquista y en el nacimiento del movimiento vecinal. Muchas asistentas sociales de Cáritas y muchas congregaciones, junto con los movimientos de la pastoral obrera, ayudaron a crear asociaciones, a canalizar demandas sociales y a dignificar los barrios.

Si hoy estoy escribiendo lo que escribo es porque esta iglesia de base fue también fundamental en el proceso de formación de muchos niños y adolescentes de aquellos barrios: fue una de las ventanas por las cuales escapamos tanto de la realidad de la marginalidad que nos rodeaba como del individualismo feroz que nos invitaba a subir por el ascensor social y a huir lo antes  posible de nuestro barrio y de nuestra clase social.

La parroquia de La Llum, en el barrio de la Florida de  ’Hospitalet, fue una de esas parroquias de curas y feligreses obreros donde se pronunciaron homilías contra el asesinato de Puig Antich, y cuyos locales se cedieron para organizar huelgas y acoger actividades antifranquistas.

En esos mismos locales, húmedos y humildes, empezamos muchos adolescentes la catequesis de confirmación a mediados de los ochenta, y la gente de la JOC nos trajo nuestra primera manifestación, que fue contra la entrada en la OTAN. Cuando mucha gente ya se daba por vencida por puro desencanto democrático y abandonaba la militancia social o política, nosotros empezábamos la universidad y nos convertíamos en catequistas y monitores.

Al mismo tiempo, desde el grupo de Pastoral de la Salud, montábamos nuestro primer grupo de voluntariado para acompañar a nuestros vecinos y vecinas enfermos de sida, que entonces tenían la edad de nuestros hermanos mayores, y morían por miles.

El barrio de Can Vidalet, en la parroquia de Sant Antoni, Xavi Alegre nos habló por primera vez de El Salvador y de la teología de la liberación, y con nuestros primeros sueldos cruzamos el Atlántico; y aquella nueva aventura se convirtió en un grupo de solidaridad que funcionó durante más de una década. Aunque salíamos de un barrio con importantes problemas de paro, abandono escolar, alcoholismo y heroína, y en América Central nos topamos con la guerra y la represión salvaje, allí entendimos muy bien y para siempre qué era la violencia estructural y por qué, como decía Ellacuría, era la peor violencia y la raíz de toda violencia. Con Jaume Botey y Pilar Massana, personas clave en otro barrio cercano, el de Can Serra, donde la iglesia la construyeron los vecinos con sus propias manos, hicimos muchas «cenas del hambre» y acampamos por el 0,7.

También viajamos a Chiapas y a Irak, y organizamos la consulta por la deuda y las movilizaciones contra la guerra y mil historias y compromisos más, hasta hoy.

Ahora que se discute tanto sobre la innovación educativa y que la escuela incorpora programas de aprendizaje servicio, aun le damos más valor a todo lo que aprendimos y a cómo lo aprendimos. Aquellas iglesias de base nos enseñaron a combinar la reflexión (a la luz del Evangelio) y la acción, con la palabra servicio siempre presente; nos ayudaron a desarrollar la capacidad de análisis y nos invitaron a compartirlo todo, a avanzar siempre en comunidad y a celebrar la vida y la fe. Nos ayudaron a crecer sin despegarnos de nuestra realidad, y a subir el listón de nuestras expectativas y de nuestros horizontes, sin olvidar jamás de dónde veníamos.

Gente como Xavi Alegre o Jaume Botey (a quien echamos mucho de menos) fueron los primeros profesores universitarios con tesis doctorales que conocíamos. Sabios humildes que sentíamos que podían vivir donde quisiéramos, pero que habían elegido vivir entre nosotros. Y eso nos hacía sentir bien y valiosos. Al contrario que aquella otra gente que, a veces, se dejaba caer desde los barrios ricos para «tocar la realidad», y nos hacían sentir pequeños y ridículos. De aquellos grupos de jóvenes salieron decenas de maravillosos profesionales que aún hoy dirigen su vida según muchos de los principios y valores que aprendieron y vivieron en aquellos grupos de reflexión, en aquellas comunidades y en aquellas celebraciones. Algunos, algunas, todavía mantienen vivos sus grupos de revisión de vida.Otros seguimos viviendo o trabajando en los mismos barrios, o haciéndolo para ellos.

Los barrios pobres como lugares teológicos

Los pobres no son solo misión de la Iglesia, son también su salvación, lugar depresencia de Cristo Salvador.

Ignacio Ellacuría

Ellacuría hablaba de la América Central de los años setenta y ochenta del siglo pasado, y de su gente, como un lugar teológico, allí donde hallamos a Dios en su máxima expresión. Hoy, como hace años, la pobreza y la desigualdad han convertido muchos barrios en lugares teológicos. La Florida y Can Vidalet, como tantos otros barrios, se han tenido que enfrentar a la pandemia sin haberse recuperado aún de la crisis anterior. Así, durante el confinamiento han surgido redes de soporte mutuo que han tenido que repartir alimentos porque ni Cáritas ni la Cruz Roja daban abasto. Aunque ahora los llamamos barrios desfavorecidos, frágiles, complejos o vulnerables, la realidad es la misma: los barrios con más problemas del país no pueden con ello.

El olvido institucional y la falta de actuación decidida sobre algunas carencias estructurales confluyen con las dinámicas más perversas del capitalismo global y con el abandono cultural de los partidos y los movimientos sociales de izquierda.

Tal y como descubrió el Instituto de Gobierno y Políticas Públicas de la UAB cuando analizó el impacto de la crisis de 2008, los barrios más resilientes en los que surgieron experiencias de innovación social no fueron los más pobres, donde había mayores necesidades sociales, sino en aquellos con mayores capacidades y más “energías sociales”. Los barrios que más malvivían fueron los que menos pudieron autoayudarse porque arrastraban dos graves problemas de fondo, que habían provocado décadas de lucha feroz por los recursos escasos: la falta de articulación social y problemas de convivencia y autoestima.

Si hace veinticinco años muchos subíamos a un avión en busca del sur, hoy estos barrios son el sur. El sur global. Ahora que empiezan a irse los profetas que se instalaron en el barrio de Can Serra o en el de Verdum, o bien en la Amazonia brasileña, en los barrios más frágiles, nos preocupa que todo el mundo, también la iglesia comprometida, haya asumido que son vocaciones y misiones del pasado. Lo que hicieron esas iglesias y comunidades de base continúa siendo hoy tan necesario como antes: construir comunidad, organización y esperanza.

Construir y sostener las capacidades y energías sociales imprescindibles para resistir todos los ataques. Como decía Frei Betto, convivir con los pobres no es fácil, pero es mejor correr el riesgo de equivocarse con ellos que acertar, pero sin ellos. En un mundo donde cuesta tanto imaginar a Dios, solo se nos revelará rebelde estando al lado de las vidas y los entornos más frágiles. Solo allí su luz será deslumbrante.

Montse Santolino, periodista

Fuente Papeles Cristianisme i justicie

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Teresa de Jesús, hoy.

Viernes, 15 de octubre de 2021
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1572630141_4139682b84Leído en la página web de Redes Cristianas

Si la máxima de Ortega, “yo soy yo y mis circunstancias”fuera cierta, no lo sería menos referida a la espiritualidad del ser humano. En cualquier circunstancia, una espiritualidad que diera la espalda a la realidad histórica estaría renunciando a un componente muy sustancial de su propia identidad, y, por eso mismo, estaría acumulando sobrados motivos para ser tachada de engañabobos. Pero, a su vez, una espiritualidad religiosa, cristiana, que renunciara a la tras”-des”-cendencia”y “calidez” del misterio, sería, cuando menos, imperfecta y difícil de entender. Uniendo ambas dimensiones, el papa Francisco, desde su llegada al obispado de Roma, no cesa de clamar contra la “cultura de la indiferencia” y de proponer como revulsivo “la revolución de la ternura”.

La espiritualidad en las religiones siempre ha estado tentada por el escapismo o la huida de la realidad, y por refugiarse en mundos imaginarios y fantásticos frecuentemente aberrantes. La historia, como se irá evidenciando en estas páginas, está cuajada de ejemplos en este sentido. Pero simultáneamente se ha venido desarrollando otro tipo de espiritualidad, generalmente incomprendida por las instituciones, que, desde tiempos inmemoriales, se ha ido haciendo cargo de las irritaciones y desafíos de la realidad. Las tradiciones bíblicas —desde los primeros capítulos del libro del Éxodo, pasando por los Salmos, Job y los profetas hasta Jesús de Nazaret— no han cesado de preguntarse, desde el lado oscuro de la historia, “¿dónde está tu Dios?”. Porque el Dios bíblico, descubierto como amor, es también Dios de justicia; siendo la justicia la mejor imagen que representa al Dios que es amor.

Desde el último cuarto del pasado siglo, el teólogo J. B. Metz ha venido calificando este tipo de espiritualidad, profundamente bíblico, como “Mística de ojos abiertos” (cfr. Por una Mística de los ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad). Una espiritualidad samaritana que, en la terminología del mártir Ignacio Ellacuría, se hace cargo de, carga con, y se encarga de la realidad doliente. A juicio de este eminente teólogo de Münster, cofundador de la revista Concilium, se trata de una espiritualidad que, mirando de reojo al juicio evangélico de las naciones (Mt 25), asume como imperativo ético y político la centralidad y autoridad de las víctimas.

Pues la búsqueda incesante del ser humano por un más allá —que la teodicea reasume en la pregunta por Dios— solo se justifica plenamente desde el sufrimiento y la justicia debida a las personas que sufren y a las empobrecidas. Se trata entonces de una espiritualidad que sitúa en la encrucijada de la historia humana el conflicto entre la injusticia reinante (que proyecta el ser humano a una tarea mesiánica, liberadora) y la plenitud de la justicia que se espera del futuro.

Dedicamos estas páginas a Teresa de Ávila en el quinto centenario de su nacimiento. Es nuestro pequeño homenaje a esta mujer tan entrañablemente nuestra. Fue la suya una espiritualidad de “ojos abiertos”. Nos sigue cautivando aquel gracejo del que es ejemplo su disgusto ante el único retrato en su vida, que le hizo fray Juan de la Miseria: “Me habéis hecho fea y legañosa, fray Miseria, ¡Que Dios os lo perdone!”.

Nos sigue sorprendiendo la profundidad que una mujer “sin letras” —como ella misma se dice en el Libro de su Vida— llegó a cultivar su propio “huerto” y alcanzar una tal experiencia del ser humano y de la divinidad. Nos sobrecoge, sobre todo, su gran habilidad para moverse al filo de la censura doctrinaria de la institución y sortear las siempre amenazantes llamas de la Inquisición. La riqueza personal, de la que Teresa es plenamente consciente, la empuja a moverse con serenidad y sabiduría entre aquellas aguas turbulentas de la religión de su tiempo. El extraordinario temple de esta mujer singular se refleja plenamente en la confesión que le hizo a un fraile carmelita cuando ya rondaba los cincuenta años: “Sabed, padre, que en mi juventud me dirigían tres clases de cumplidos; decían que era inteligente, que era una santa y que era hermosa; en cuanto a hermosa, a la vista está; en cuanto a discreta, nunca me tuve por boba, en cuanto a santa, solo Dios sabe”.

Editorial del nº 127 de EXODO, espiritualidad: Teresa de Jesús, hoy

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“El pueblo crucificado en Ignacio Ellacuría y Michael Novak”, por Adán Vaquerano

Miércoles, 28 de abril de 2021
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f5e969af3a004b68917a3a37cc2f05cd“Ignacio Ellacuría fue y sigue siendo un importante exponente de la Teología de la Liberación, que puso su capacidad intelectual y escribió desde la realidad latinoamericana, especialmente la salvadoreña, como un compromiso y servicio a la liberación de los pobres y oprimidos de este mundo, o sea del pueblo crucificado”

“Michael Novak por su parte representa a un hombre de cuya vida y obra intelectual se desprende un tipo de pensamiento impregnado de conceptos de corte neoliberal”

“Aunque no lo creamos y nos escandalice, cristianamente los sujetos de la historia son aquellos individuos que padecen activamente las consecuencias de la historia, en otras palabras, el pueblo crucificado, los eschatoi, los últimos”

“Es en la realidad histórica del pueblo crucificado; de los pobres y oprimidos de ayer, de hoy y de siempre, que se ha jugado, se juega y se seguirá jugando el problema de la salvación para todos”

“San Romero e Ignacio Ellacuría establecían una relación directa entre Jesús de Nazaret y el pueblo crucificado”

La línea sobre la cual se guía esta reflexión es la de presentar un esbozo que ayude a explicar y visualizar cómo la palabra de Dios, ilumina la historia de los oprimidos, marginados, colonizados, explotados, etcétera, de este mundo. Focalizando la atención en responder la pregunta siguiente: ¿quiénes son el siervo de Yahvé y el pueblo crucificado en Ignacio Ellacuría y Michael Novak?; cuestionamiento que como cristianos nos debe hacer preguntarnos sobre cuál de los dos planteamientos teológicos responde más fielmente a la pregunta. Porque dar respuesta al cuestionamiento antes señalado, desde un punto vista cristiano es fundamental, dado que nos pone en línea con los sujetos de la historia descritos en las sagradas Escrituras.

El artículo se ha trabajado en cinco secciones, a saber: El tema y su importancia; Acerca de Ignacio Ellacuría y Michael Novak; Sobre los sujetos de la historia; El pueblo crucificado como el siervo de Yahvé hoy y; Reflexión teológica-crítica sobre el pueblo crucificado.

El tema y su importancia

Para dar respuesta al cuestionamiento de quién o quiénes son realmente el siervo de Yahvé y el pueblo crucificado, en este ensayo se ha recurrido a dos trabajos que han tomado como punto de reflexión teológico el siervo de Yahvé: El pueblo crucificado. Ensayo de soteriología histórico” de Ignacio Ellacuría y “Hacia una Teología de la Corporación” de Michael Novak.

En la búsqueda de una respuesta cristianamente aceptable al cuestionamiento antes planteado, es importante tener presente que el planteamiento teológico que mejor responda a esa interrogante será aquel que esté más apegado a la palabra escrita de Dios contenida en la Biblia y a la realidad de los pobres. Por lo tanto, el que mejor ilumina la historia de los oprimidos y marginados de este mundo.

Además, el cuestionamiento anterior resulta ser clave puesto que la respuesta al mismo, nos conectará con aquella visión teológica que esté más en concordancia con el Evangelio y la realidad del pueblo crucificado. En consecuencia será ese el planteamiento y percepción teológica que es más afín con la verdad; o sea, con la palabra escrita de Dios y la realidad de los crucificados.

En definitiva, es la visión teológica que está en línea con la promesa de Dios, que indiscutiblemente ha sido el motor de la historia tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Promesa que siempre es seguida de un cumplimiento, y que cuando se cumple da origen a otra promesa que también deberá ser cumplida y así, hasta el fin de los tiempos. Sin olvidar que ese encadenamiento de acontecimientos: promesa–cumplimiento, es el que apunta a Dios; al Dios verdadero.

Acerca de Ignacio Ellacuría y Michael Novak

avatars-000142155627-kof9aw-t240x240Ignacio Ellacuría fue y sigue siendo un importante exponente de la Teología de la Liberación, que puso su capacidad intelectual y escribió desde la realidad latinoamericana, especialmente la salvadoreña, como un compromiso y servicio a la liberación de los pobres y oprimidos de este mundo, o sea del pueblo crucificado. Su espíritu inquieto lo llevó constantemente a la búsqueda de un saber y praxis teológica objetiva y rigurosa que lo acercaba cada vez más a la realidad. Realidad que para el caso latinoamericano, y por ende, salvadoreño y mundial está saturado de estructuras de pecado que se materializan en sendas estructuras de poder que oprimen y crucifican a los pobres de El Salvador, América Latina y el mundo.

Se trata de un hombre cuya vocación a la verdad se desprende rápidamente en toda su obra teológica. Obra en la cual fácilmente se puede encontrar un hilo conductor que da continuidad a la misión profética iniciada pos san Oscar Arnulfo Romero de anunciar y promover la realización del reino de Dios en la historia.

Ignacio Ellacuría, hombre con una gran fe cristiana. Fe que enriqueció y potenció toda su labor intelectual. Fe que también fue grandemente influenciada por la labor profética desarrollada por san Oscar Arnulfo Romero, quien como la voz del sufrido pueblo salvadoreño marcó su hacer y praxis teológica comprometida con la libertad, la justicia y la paz. Razón por la cual su vida e intelecto son una fiel expresión de un comprometido servicio para la liberación, como manifestación histórica de la Buena Noticia anunciada por el Evangelio, en el que la causa de los pobres y oprimidos, o sea del pueblo crucificado fue su prioridad.

En definitiva, en el hacer teológico de Ignacio Ellacuría se descubre un hombre comprometido con hacerse cargo de la realidad desde la dimensión cognoscitiva, de cargar con la realidad desde un ámbito ético y de encargarse de la realidad desde su carácter práxico.

índiceMichael Novak por su parte representa a un hombre de cuya vida y obra intelectual se desprende un tipo de pensamiento impregnado de conceptos de corte neoliberal. Sin embargo, se debe recalcar que en un inicio, su labor como pensador se centró en solicitar que la Iglesia después del concilio Vaticano II se abriese a los problemas del desarrollo económico de la humanidad, promoviendo soluciones prácticas y concretas. Pero después de un tiempo dio un giro radical de 360 grados hacia un pensamiento sólidamente fundamentado en la teoría neoliberal; en el sistema capitalista neoliberal.

Según su visión, el juego de las dimensiones sociales de la economía libre, la libertad y la creatividad, están firmemente arraigados en la tradición ética católica. Puesto que el capitalismo forma moralmente mejores personas que el socialismo o cualquier otro sistema social. Dado que el sistema capitalista enseña a las personas a mostrar iniciativa e imaginación, a trabajar cooperativamente en equipos, amar y cuidar la ley. Es más, es el único Sistema que obliga a las personas no solo a confiar en sí mismas y en sus propias cualidades morales, sino también a reconocer esas cualidades morales en los demás y a cooperar con los demás libremente.

Michael Novak, es un fiel defensor de la idea que el sistema capitalista o el capitalismo democrático es la mejor opción para superar la pobreza en el mundo, pues en su ADN se encuentran las claves para aliviarla, así como para fomentar el crecimiento moral y cultural.

Definitivamente se trata de la primera persona que ha desarrollado un intento serio por construir una teología del capitalismo. Construcción teológica que busca señalar teológicamente las verdaderas bondades morales-culturales presentes en el sistema capitalista o capitalismo democrático, así como en sus principales instrumentos de expansión: las corporaciones o empresas.

 Sobre los sujetos de la historia

Una realidad que aquí se debe tener presente es que para afirmar que realmente se camina con el Espíritu, hay que liberarse de las tiranías autoritarias y legalistas, así como de la esclavitud de los superegos, situación que para muchos resulta un tanto escandalosa. Porque para hacer realidad el camino hacia la verdad y la justicia, es fundamental aquella iluminación del camino que viene dada en gran medida a través de los consejos y guías que nos ha proporcionado Dios a través de otras personas.

En tal sentido, en la búsqueda de una respuesta apropiada al cuestionamiento que nos atañe, una primera ruta debe ser el estudio o análisis de la realidad pasada, presente y futura de la humanidad en su totalidad. Al respecto, se debe apuntar que basta con echarle un vistazo rápido pero profundo a la historia, para caer en la cuenta que el sujeto de la historia no es Dios, dado que si así fuera, los seres humanos nos volveríamos unas marionetas en sus manos; o sea, unos seres sin libertad. Pero tampoco los sujetos de la historia son aquellas grandes figuras o personalidades que se presentan con tremendas autobiografías, es decir, los grandes líderes y hasta quizá aquellos que se nos presentan como los grandes héroes de la historia.

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En consecuencia, si no es Dios y tampoco son los grandes líderes de este mundo los sujetos de la historia, entonces ¿quiénes lo son?

Aunque no lo creamos y nos escandalice, cristianamente los sujetos de la historia son aquellos individuos que padecen activamente las consecuencias de la historia, en otras palabras, el pueblo crucificado, los eschatoi1, los últimos. Se trata por lo tanto de los pobres, los marginados, las víctimas, o sea, el conjunto de hombres y mujeres que en el Antiguo Testamento son llamados los anawim.

Porque al volverse las víctimas por excelencia del sistema de injusticias que impera en el contexto que envuelve a la historia, al dar el todo por el todo hasta las últimas consecuencias, se vuelven los mártires de la historia, y por lo tanto, los sujetos de la misma.

Solamente entendiéndolos así, podemos dimensionar lo que significa que cuando evitamos ver la realidad por la que pasa el pueblo crucificado, estamos evitando ver a los pobres, los marginados, las víctimas. En definitiva, a todo este conjunto de hombres y mujeres que representan vivamente a los anawim. O sea los responsables de decir la última palabra, de ser la voz de los sin voz y que hoy en día representan a las masificadas cruces de la historia, con lo cual nuestra sabiduría se convierte en un absurdo.

 En tal sentido, solamente caeremos en la cuenta de que la vida es bella y rica cuando nos hace querer creer en Dios, y por tanto, nos dejamos guiar por el buen Espíritu de Dios en este caminar hacia los últimos días. Es aquí donde el lúcido planteamiento teológico de Ignacio Ellacuría nos recuerda que la resurrección de Jesús de Nazaret en el Cristo no se debe ver como algo ahistórico, sino que debe verse en el contexto de las palabras del apóstol Pablo, que anuncian persecución para quienes continuarán la obra y misión de Jesús de Nazaret [cfr. ET II 143-144].

Porque en definitiva la pasión de Cristo todavía está en proceso a través de aquellos que continúan su obra, que para el caso ha sido, es y será el pueblo crucificado. Con lo cual debe quedar claro que el hecho que día a día nazcan y desaparezcan empresas o corporaciones, no tiene nada que ver con la continuación de la obra y misión de Jesús de Nazaret, tal como lo plantea la Teología del Capitalismo de Novak2. Aun cuando algunas de esas empresas o corporaciones promuevan una gran labor social.

El pueblo crucificado como el siervo de Yahvé hoy

bajarcruzpobresEl pueblo crucificado es el pueblo que ha sido, es y seguirá siendo crucificado por causa de lo que ocurre día tras día en el mundo. Se trata de un pueblo que se caracteriza por tener impregnado en su ADN la existencia y experiencia del pecado. Un pecado que se apodera del corazón del hombre, es decir, de todo su ser. Se trata de un pecado histórico que reina sobre el mundo de manera colectiva y que es el mismo tipo de pecado que le dio muerte a Jesús de Nazaret. Se trata, por lo tanto, del pecado teologal y colectivo que mató a Jesús de Nazaret por nuestros pecados y que sigue haciendo reinar la muerte sobre el mundo [cfr. ET II 148].

Esa situación nos recuerda la profecía según la cual Jesús de Nazaret, tras su muerte, celebrará de nuevo la pascua y organizará un banquete en el reino de Dios. Reino que llegará necesariamente, dado que con la muerte de Jesús de Nazaret no se impidió la salvación futura de todos nosotros. Con lo cual queda claro que él no fue presa definitiva de la muerte. Percepción teológica ellacuriana que deja bien claro que el pueblo crucificado; es decir, los pobres y oprimidos que aparecen como los condenados de este mundo, son más bien los salvadores y liberadores del mismo [cfr. ET II 143].

 En consecuencia, un planteamiento teológico que no vea a la muerte de Jesús de Nazaret y la crucifixión del pueblo como hechos y resultados de acciones históricas debe ser considerada como una percepción teológica no congruente con el Evangelio. Dado que el mensaje contenido en las sagradas Escrituras es el punto medular y necesario que nos permite entender y caer en la cuenta de que en la realidad el que salva es el pueblo crucificado, pero comprendido desde un punto de vista histórico y no natural [cfr. ET II 147].

Realidad que en el hacer teológico de Ellacuría, está clara al plantear que la muerte de Jesús de Nazaret no se debe de entender como un discurso con el hilo lógico siguiente: pecado–ofensa–víctima–expiación, dado que su muerte no se explica a partir de consideraciones expiatorias y sacrificiales, sino más bien por la vida histórica que llevó. Vida de hechos y de palabras que incomodó a las estructuras responsables de promover el pecado colectivo–teologal. Pues él vio antes el valor salvífico de su persona, más en su vida que en su muerte. Porque es su vida la que le dio sentido a su muerte. Razón por la cual su muerte no debe ser vista como un sacrificio, pues fue con su vida que nos dio la salvación [cfr. ET II 149-153].

En tal sentido, la realidad de hoy en día al igual que en el pasado nos indica que es realmente la vida y muerte del pueblo crucificado la fuente de salvación, porque dicha vida y muerte les ha llevado a las mismas consecuencias que le llevaron la vida y muerte de Jesús de Nazaret. Porque efectivamente se trata de una vida y muerte que continúa aquí en la tierra y no solamente en los cielos. Situación que requiere de un tipo especial de espiritualidad de parte de la comunidad de Jesús de Nazaret, para que le siga dando continuidad histórica, a lo que él realizó y cómo él lo realizó [cfr. ET II 149-152].

Con lo cual, otra vez debemos caer en la cuenta de que resulta imposible el negar que la opresión de la gran mayoría de la humanidad representada por el pueblo crucificado tenga su origen en una necesidad material histórica que obliga a que muchos sufran para que unos pocos gocen; de que muchos sean desposeídos para que unos pocos posean. Porque, en efecto, se trata de una realidad material ante la cual no se puede negar la presencia masiva del pecado y de la muerte en la historia del hombre, pero de igual forma, tampoco se puede negar la presencia del bien y la gracia. Porque solamente ante la presencia del bien y la gracia, se puede entender el triunfo de la vida sobre la muerte. Triunfo preanunciado con la resurrección de Jesús de Nazaret, pero que debe ser ganado, siguiendo sus propios pasos [cfr. ET II 174].

 En definitiva, es en la realidad histórica del pueblo crucificado; de los pobres y oprimidos de ayer, de hoy y de siempre, que se ha jugado, se juega y se seguirá jugando el problema de la salvación para todos. Razón por la cual no debería resultar insostenible y mucho menos increíble el verlos como los sujetos responsables de la evangelización y salvación de la humanidad. Es decir, como un concepto escatológico, pues ellos tuvieron una presencia importante tanto en la predicación de los profetas como en la evangelización de Jesús de Nazaret, así como en los mejores tiempos de la Iglesia [cfr. ET II 171-173].

3ec6b39d07987d8743bf833b1afa0e6dAdemás, las enseñanzas bíblicas nos indican claramente que es en el pueblo crucificado donde se hace presente Dios, porque desde ellos es desde donde mejor se puede saber quién es Dios. Es decir, el Dios que recorre conjuntamente con el hombre el camino de la creación–encarnación y el camino de la muerte–resurrección, o sea, el Dios que con Jesús de Nazaret hace de los pobres y oprimidos su causa y misión, y por ende, la salvación [cfr. ET II 177].

Cabe afirmar también que es en ese sentimiento de incredulidad en donde se encuentra el problema fundamental de identificar al pueblo crucificado y a la pobreza como un concepto escatológico, con un carácter soteriológico. Sin embargo, si real, verdadera y cristianamente se mira a Jesús de Nazaret, entonces en él sí se descubre o encuentra la clave para revelar el carácter escatológico-soteriológico del pueblo crucificado y la pobreza, en el sentido que tanto el Jesús de Nazaret histórico como el pueblo históricamente pobre y oprimido terminan en la cruz, abatidos por la persecución. En consecuencia, tanto Jesús de Nazaret como el pueblo crucificado son los que traen la salvación real a este mundo. Y no las empresas o corporaciones que en un afán de lucha competitiva en el mercado mueren o se declaran en banca rota [cfr. ET II 184-185].

Aquí otra vez resuenan fuertemente aquellas palabras de Ellacuría que plantean que a Dios Padre le salieron muchos hijos pobres y oprimidos. Incluyendo entre ellos a Jesús de Nazaret. Realidad que abre el espacio para que muchos argumenten que la existencia del pueblo crucificado es el reflejo del fracaso de Dios [cfr. ET II 179].

Pero como verdaderos cristianos, les debemos recordar que el reflejo del triunfo de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo, está en el pueblo crucificado, dado que desde ellos es que se puede ver y encontrar a Dios. Porque solamente desde ellos se puede descubrir el Dios trinitario cristiano [cfr. ET II 179].

 De igual forma, se les debe recordar que es la existencia masiva de pobres en el mundo, la que sitúa en su justa proporción el “ya” pero “todavía no”. Creándose así una tensión real que implica un compromiso que hace sentir al pueblo crucificado realmente bienaventurado, al abrirle esperanza y volverlo digno en su lucha por liberarse de la opresión y la miseria [cfr. ET II 179].

En tal sentido, se debe concluir que si Cristo cumplió la redención en pobreza y persecución, dimensiones que en él y en el pueblo crucificado están estrechamente ligadas, entonces, la pobreza y la persecución llevan adelante la salvación, y es en ese sentido, que se debe hablar de un pueblo crucificado. Es decir, de un siervo de Yahvé colectivo e histórico, que carga con la mayor parte de los dolores del mundo, que apenas tiene figura humana, y que sin embargo, está llamado a implantar el derecho y la justicia, y así alcanzar la salvación para los hombres [cfr. ET II 185].

En definitiva, es la cruz histórica del pueblo crucificado la que interpela a sus verdugos y les demanda su conversión personal e histórica, para así liberar de la opresión y pobreza a la gran mayoría de la humanidad. Porque de lo que se trata es de evangelizar a los pobres y oprimidos, o sea al pueblo crucificado, para que desde su pobreza material alcance la conciencia y el espíritu necesario para salir de su indigencia y opresión, y así, terminar con las estructuras opresoras. Dado que solamente de esa forma se estaría dando vida al verdadero pueblo de Dios, donde el compartir prime sobre el acumular y donde siempre haya tiempo para escuchar y gozar la voz de Dios. Verdad que resulta insostenible en el ser y práctica cotidiana de las corporaciones o empresas alrededor del mundo [cfr. ET II 185-186].

Reflexión teológica-crítica sobre el pueblo crucificado

Toda reflexión teológica sobre la realidad humana debe tener como punto de inicio o principio fundamental el proceso salvífico de la humanidad. Proceso que abarca a todo el hombre y a toda la historia humana. En tal sentido, se hace necesario hoy en día el reflexionar teológica y cristianamente sobre este tema, centrándose en el hecho que la existencia de pobres y oprimidos como pueblo crucificado de Dios se convierte en un signo inequívoco con el cual Dios se nos manifiesta en la historia. Con lo cual, el propósito de este tipo de reflexiones teológicas y cristianas centrado en la opción por los pobres y oprimidos, es decir, por el pueblo crucificado adquiere un carácter soteriológico histórico, dado que él es el continuador de la obra salvífica de Dios a través de Jesús de Nazaret [cfr. ET II 190].

 En tal sentido, como cristianos debemos ser conscientes de que dependiendo de la corriente teológica, la interpelación a los verdugos puede encontrar opiniones diferentes. Así por ejemplo, para los defensores de la Teología del Capitalismo, que se guían por el enfoque de la teoría de la competitividad; es decir, aquella que sugiere que si alguien trabaja duro y gana, su recompensa debe aumentar significativamente. Con lo cual el ganar, acumular y reinvertir los recursos obtenidos a través de la actividad empresarial se ve como una lucha natural y normal, donde el más fuerte gana, sin importar las consecuencias o efectos que ello conlleve para las personas en su totalidad; es decir, la sociedad en general 3.

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Teresa de Jesús, hoy

Jueves, 15 de octubre de 2020
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teresaavilaLeído en la página web de Redes Cristianas

Si la máxima de Ortega, “yo soy yo y mis circunstancias” fuera cierta, no lo sería menos referida a la espiritualidad del ser humano. En cualquier circunstancia, una espiritualidad que diera la espalda a la realidad histórica estaría renunciando a un componente muy sustancial de su propia identidad, y, por eso mismo, estaría acumulando sobrados motivos para ser tachada de engañabobos. Pero, a su vez, una espiritualidad religiosa, cristiana, que renunciara a la tras”-des”-cendencia” y “calidez” del misterio, sería, cuando menos, imperfecta y difícil de entender. Uniendo ambas dimensiones, el papa Francisco, desde su llegada al obispado de Roma, no cesa de clamar contra la “cultura de la indiferencia” y de proponer como revulsivo “la revolución de la ternura”.

La espiritualidad en las religiones siempre ha estado tentada por el escapismo o la huida de la realidad, y por refugiarse en mundos imaginarios y fantásticos frecuentemente aberrantes. La historia, como se irá evidenciando en estas páginas, está cuajada de ejemplos en este sentido. Pero simultáneamente se ha venido desarrollando otro tipo de espiritualidad, generalmente incomprendida por las instituciones, que, desde tiempos inmemoriales, se ha ido haciendo cargo de las irritaciones y desafíos de la realidad. Las tradiciones bíblicas —desde los primeros capítulos del libro del Éxodo, pasando por los Salmos, Job y los profetas hasta Jesús de Nazaret— no han cesado de preguntarse, desde el lado oscuro de la historia, “¿dónde está tu Dios?”. Porque el Dios bíblico, descubierto como amor, es también Dios de justicia; siendo la justicia la mejor imagen que representa al Dios que es amor.

Desde el último cuarto del pasado siglo, el teólogo J. B. Metz ha venido calificando este tipo de espiritualidad, profundamente bíblico, como “Mística de ojos abiertos” (cfr. Por una Mística de los ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad). Una espiritualidad samaritana que, en la terminología del mártir Ignacio Ellacuría, se hace cargo de, carga con, y se encarga de la realidad doliente. A juicio de este eminente teólogo de Münster, cofundador de la revista Concilium, se trata de una espiritualidad que, mirando de reojo al juicio evangélico de las naciones (Mt 25), asume como imperativo ético y político la centralidad y autoridad de las víctimas.

Pues la búsqueda incesante del ser humano por un más allá —que la teodicea reasume en la pregunta por Dios— solo se justifica plenamente desde el sufrimiento y la justicia debida a las personas que sufren y a las empobrecidas. Se trata entonces de una espiritualidad que sitúa en la encrucijada de la historia humana el conflicto entre la injusticia reinante (que proyecta el ser humano a una tarea mesiánica, liberadora) y la plenitud de la justicia que se espera del futuro.

Dedicamos estas páginas a Teresa de Ávila en el quinto centenario de su nacimiento. Es nuestro pequeño homenaje a esta mujer tan entrañablemente nuestra. Fue la suya una espiritualidad de “ojos abiertos”. Nos sigue cautivando aquel gracejo del que es ejemplo su disgusto ante el único retrato en su vida, que le hizo fray Juan de la Miseria: “Me habéis hecho fea y legañosa, fray Miseria, ¡Que Dios os lo perdone!”.

Nos sigue sorprendiendo la profundidad que una mujer “sin letras” —como ella misma se dice en el Libro de su Vida— llegó a cultivar su propio “huerto” y alcanzar una tal experiencia del ser humano y de la divinidad. Nos sobrecoge, sobre todo, su gran habilidad para moverse al filo de la censura doctrinaria de la institución y sortear las siempre amenazantes llamas de la Inquisición. La riqueza personal, de la que Teresa es plenamente consciente, la empuja a moverse con serenidad y sabiduría entre aquellas aguas turbulentas de la religión de su tiempo. El extraordinario temple de esta mujer singular se refleja plenamente en la confesión que le hizo a un fraile carmelita cuando ya rondaba los cincuenta años: “Sabed, padre, que en mi juventud me dirigían tres clases de cumplidos; decían que era inteligente, que era una santa y que era hermosa; en cuanto a hermosa, a la vista está; en cuanto a discreta, nunca me tuve por boba, en cuanto a santa, solo Dios sabe”.

Editorial del nº 127 de EXODO, espiritualidad: Teresa de Jesús, hoy

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Tamayo, sobre la condena a Montano: “Escuché con emoción la sentencia. Se hizo justicia, pero no completa”

Jueves, 17 de septiembre de 2020
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Martires-UCA_2164893508_13973497_667x375Ignacio Ellacuría: Pasión por la justicia, compasión con las víctimas y amor por la verdad

Escuché con emoción la sentencia de la Audiencia Nacional que condena a Inocente Orlando Montano a 133 años de prisión como culpable de los asesinatos de Ignacio Ellacuría y de sus compañeros jesuitas españoles

Se hizo justicia pero no completa, ya que quedaron impunes los asesinatos de los salvadoreños el jesuita Joaquín López y López, la trabajadora doméstica Julia Elba Ramos y su hija Celina, de 15 años

Ellacuría es uno de los más cualificados creadores y cultivadores de la teología y de la filosofía de la liberación en América Latina

Su honestidad intelectual le llevó a ser fiel a la realidad, una realidad transida de muerte, pero abierta a la esperanza de vida; una realidad aparentemente plana y opaca, pero cargada de potencialidades ocultas que él quiso sacar a la luz

El acto primero de su teología fue el pueblo crucificado de El Salvador, su lucha histórica por vencer a la muerte provocada por el triángulo oligarquía-ejército-gobierno, su compromiso por la vida

Encarnó la máxima del filósofo griego Epicuro: “Vana es la palabra del filósofo (y yo añado: del teólogo) que no sirva para curar algún sufrimiento de los seres humanos”

La lectura de su obra y el conocimiento más preciso de su actividad política y universitaria nos permiten valorar en sus justos términos el sentido crítico de su pensamiento, la autenticidad de su experiencia religiosa, su vocación pacificadora

El desarrollo y la profundización de de estas ideas se encuentran en mi libro, escrito en colaboración con José Manuel Romero, Ignacio Ellacuría. Teología, filosofía y crítica de la ideología (Anthropos, Barcelona, 2019)

El caso jesuitas y la búsqueda de la verdad, por José María Tojeira

El viernes pasado, 11 de septiembre, escuché con profunda emoción y lágrimas de alegría la sentencia de la Audiencia Nacional que condenaba a Inocente Orlando Montano a 133 años de prisión como culpable de los asesinatos de Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad José Simeón Cañas (UCA), y de sus compañeros jesuitas españoles Segundo Montes, Ignacio Martín Baró, Amando López y Juan Manuel Moreno la madrugada del 16 de noviembre de 1989. Se hizo justicia pero no completa, ya que quedaron impunes los asesinatos de los salvadoreños el jesuita Joaquín López y López, la trabajadora doméstica Julia Elba Ramos y su hija Celina, de 15 años.

“Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”

 “Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”: Este texto poético, de José Martí, tiene aire del Atahualpa Yupanki y recuerda el mensaje utópico de los viejos profetas de Israel y la proclama liberadora de Jesús de Nazaret. Con él comienzo esta evocación de Ignacio Ellacuría, con quien colaboré intensamente en libros, conferencias y congresos. Cuando se creó la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones en la Universidad Carlos III de Madrid, el rector Gregorio Peces-Barba me pidió le pusiera el nombre de un teólogo español fallecido. “Ignacio Ellacuría”, le respondí sin dudar un minuto. El método seguido en los cursos y las publicaciones de la Cátedra es el de la historificación de los conceptos filosóficos, teológicos y políticos, que él creó e inspira mi teología.

Ellacuría es, sin duda, uno de los más cualificados creadores y cultivadores de la teología y de la filosofía de la liberación en América Latina, y constituye todo un ejemplo de coherencia entre pensar y vivir, teología y praxis, biografía y bibliografía, pasión por la justicia y compasión con las víctimas, amor a la verdad y compromiso con la liberación de las personas y los sectores empobrecidos. En él no había compartimentos estancos ni doblez: vivía como pensaba, pensaba como vivía. Su vida fue la mejor ejemplificación de su pensamiento; su pensamiento, la más nítida explicación de su vida.

Siempre me impresionó su serenidad, cualidad de los espíritus libres y equilibrados que, como la naturaleza, no dan saltos en el vacío, sino que saben estar en cada situación de manera ecuánime y sin hace concesiones a las ideológicas.

Ellacuría era una persona de una pieza, un hombre cabal, que armonizaba de manera espontánea y sin fisuras la ética y la política, la fe y la esperanza, la reflexión y la praxis de liberación. La ética resultaba ser en él la bisagra y el punto de conexión entre la doble dimensión de la fe: la mística y la política. La causa de la liberación, y por ende de la libertad, no era algo accidental, de lo que se ocupara en ratos de ocio, sino consustancial. Esa causa guió su pensar y vivir, su punto de partida y de llegada. Quizá no haya otra causa más noble, más gratuita e interesada a la vez, en cuanto estaba vinculada a intereses de emancipación.

Intelectual honesto y fidelidad a lo real

Su honestidad intelectual le llevó a ser fiel a la realidad, una realidad transida de muerte, pero abierta a la esperanza de vida; una realidad aparentemente plana y opaca, pero cargada de potencialidades ocultas que él quiso sacar a la luz.

La fidelidad a lo real le convirtió en un intelectual honesto: le llevó a analizar la realidad en toda su complejidad, con un instrumental científico riguroso, desde unos presupuestos éticos de justicia y solidaridad. Él mismo solía repetir, siguiendo a su maestro Xabier Zubiri, que la inteligencia debe aprehender la realidad y enfrentarse con ella, siguiendo estos tres pasos: a) hacerse cargo de la realidad, que consiste en un estar “real” en la realidad de las cosas a través de las mediaciones materiales y activas; b) cargar con la realidad, esto es, tener en cuenta el carácter ético fundamental de la inteligencia; c) encargarse de la realidad, que significa asumir hasta sus últimas consecuencias la dimensión práxico-emancipatoria de la inteligencia.

Pero lo más importante de esta caracterización de la inteligencia es que Ellacuría fue capaz de encarnarla vitalmente y de convertirla en praxis histórica martirial, acompañando al pueblo de El Salvador y a los “pueblos crucificados” con la luz de la inteligencia y la radicalidad del Evangelio.

Supo articular, en su vida y pensamiento , el análisis de la realidad a través del recurso a las ciencias sociales, políticas y económicas, el quehacer teológico a través de la mediación hermenéutica y la reflexión filosófica bajo guía de Xavier Zubiri, de quien fue primero el discípulo sobre quien hizo su tesis doctoral y después el colaborador más cercano, cuyo pensamiento recreó. Sorprendía gratamente comprobar cómo armonizaba la seriedad metodológica con la sensibilidad hacia las mayorías empobrecidas, la precisión científica con la sintonía crítica hacia los proyectos de las organizaciones populares de El Salvador.

Nada tiene que ver el teólogo Ellacuría con la irónica definición que de los teólogos daba el que fuera arzobispo de Canterbury, Willian Temple: los teólogos son, afirmaba, “personas que consumen toda una vida irreprochable en dar respuestas exactísimas a preguntas que nadie se plantea”. El acto primero de la teología de Ellacuría fue el pueblo crucificado de El Salvador, su lucha histórica por vencer a la muerte provocada por el triángulo oligarquía-ejército-gobierno, su compromiso por la vida, su anhelo de resurrección, expresado por monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado en 1980 en su afirmación “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”, grabada a la entrada de la capilla de la UCA, donde está enterrados los mártires jesuitas.

La convergencia con monseñor Romero, cristiano cabal que le precedió en el martirio, era total. Ambos creían en la “fuerza histórica de los pobres” para liberarse de las cadenas de la opresión y construir la fraternidad-sororidad desde abajo. La muerte de ambos era una “muerte anunciada”, pero también estaba anunciada su victoria sobre la muerte, como anticipara monseñor Romero en la frase antes citada.

Bajar de la cruz a los pueblos crucificados

Ni una sola línea de sus escritos ni una sola acción de su itinerario vital le alejaron de su pasión por los pueblos crucificados, no para dejarlos ahí colgados, sino para bajarlos de la cruz. Creo que cualquier teología o filosofía que pase por alto las densas y significativas preguntas surgidas del infierno de la muerte de los inocentes y de las situaciones de explotación que viven los pueblos empobrecidos en el Norte Gobal y en el Sur Global, termina por convertirse en un estéril ejercicio de retórica vacua o en un gran acto de cinismo.

Ellacuría encarnó la máxima del filósofo griego Epicuro: “Vana es la palabra del filósofo (y yo añado: del teólogo) que no sirva para curar algún sufrimiento de los seres humanos”, que no está tan lejos de las palabras del profeta Oseas “Misericordia quiero, no sacrificios”, puestas por los evangelistas en boca del profeta Jesús de Nazaret.

La vida y el pensamiento de Ignacio Ellacuría plantean a la sociedad y a las religiones, al pensamiento filosófico y teológico del Norte Global la necesidad de un giro copernicano, de un cambio de dirección en las siguientes alternativas: del individualismo a la comunidad; de la civilización de la riqueza a la cultura de la austeridad; de la retórica de los derechos humanos a la defensa de los derechos de las personas empobrecidas y de los pueblos oprimidos; de la historia entendida como como progreso lineal de los colectivos privilegiados a la historia como cautiverio e interrupción; del “fuera de la Iglesia no hay salvación” al “fuera de los pobres no hay salvación”; de la moral privada a la ética pública: En suma, de la razón instrumental inmisericorde, en que ha desembocado la razón ilustrada, a la razón compasiva.

“Hombre de compasión y misericordia”

Ellacuría encarnó la máxima del filósofo griego Epicuro: “Vana es la palabra del filósofo (y o añado: del teólogo) que no sirva para curar algún sufrimiento de los seres humanos”, que está en plena sintonía con las palabras del profeta Oseas puestas por los evangelistas en boca de Jesús: “Misericordia quiero, no sacrificios”. Es la base de la ética de la compasión.

Los numerosos estudios sobre la vida y el pensamiento de Ellacuría que se han sucedido ininterrumpidamente a lo largo de los treinta años tras su asesinato, nos han descubierto nuevas dimensiones de su personalidad, en la que convivían armónicamente el profesor universitario y el analista político, el crítico del poder y el defensor de las personas víctima de la violencia del sistema, el filósofo de la realidad histórica y el teólogo de la justicia, el intelectual comprometido y el creyente sincero, el lúcido polemista y el mediador para la paz, el pensador y el activista de los derechos humanos, el testigo y el creyente en el Dios de la esperanza y en Jesús de Nazaret, el Cristo Liberador .

La lectura de su obra y el conocimiento más preciso de su actividad política y universitaria nos permiten valorar en sus justos términos el sentido crítico de su pensamiento, la autenticidad de su experiencia religiosa, su vocación pacificadora en medio de los conflictos, su compromiso ético con los pobres de la tierra, la vigencia de muchos de sus análisis políticos, el horizonte emancipador de su filosofía y la perspectiva liberadora de su teología. Su vida fue ejemplo de coherencia entre pensar y actuar, fe cristiana y compromiso con los excluidos, reflexión y solidaridad con las víctimas. El filósofo y amigo personal de Ellacuría, Pedro Laín Entralgo le definió como Pharmakós por su pasión en reconciliarnos con el ser humano que somos. Jon Sobrino le llama “hombre de compasión y misericordia”. Dos definiciones que comparto.

El desarrollo y la profundización de de estas ideas se encuentran en mi libro, escrito en colaboración con José Manuel Romero, Ignacio Ellacuría. Teología, filosofía y crítica de la ideología (Anthropos, Barcelona, 2019)

Fuente Religión Digital

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“Aquella fatídica madrugada de noviembre”, por Juan José Tamayo.

Sábado, 13 de junio de 2020
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dia-mataron-Ellacuria_2176592399_14086101_660x371Juan José Tamayo, al presunto responsable del asesinato de Ellacuría: “La historia no le absolverá”

“No tenía nada en contra de los jesuitas”: Montano se declara inocente del asesinato de Ellacuría, pero sólo responde a las preguntas de su abogado

Ildefonso Camacho: “La consigna era eliminar a Ignacio Ellacuría, pero sin dejar testigos”

En el mes de agosto, durante mi estancia en San Salvador como profesor invitado en la Universidad Don Bosco y la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), leí la novela Noviembre, del escritor salvadoreño Jorge Galán, que se inspira en el asesinato de seis jesuitas -Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Juan Ramón Moreno. Amando López y Joaquín María López y López-, y dos mujeres -Elba Ramos, empleada doméstica, y su hija Celina, de 15 años-, por el sanguinario batallón Atlacatl, del Ejército salvadoreño. Sucedió en la UCA la fatídica madrugada del 16 de noviembre de 1989. La novela aporta luz sobre los hechos y se adentra en otros crímenes impunes contra religiosos y religiosas de El Salvador como el jesuita Rutilio Grande, monseñor Romero, arzobispo de San Salvador, y cuatro religiosas de Estados Unidos. Recoge el testimonio de Alfredo Cristiani, entonces presidente del país centroamericano, que reconoce la autoría militar de los crímenes de los jesuitas.

El novelista se vio obligado a abandonar el país por las amenazas de muerte recibidas. La obra se caracteriza por un insobornable compromiso ético, una profunda sensibilidad hacia el sufrimiento de las víctimas y la valentía para denunciar a los autores materiales y a los responsables intelectuales, a quienes pone nombre. Ha sido galardonada con el Premio de la Real Academia Española 2016 por ser “una novela y una construcción literaria llena de verdad histórica y humana”.

Leí el libro de Jorge Galán recorriendo algunos de los escenarios donde sucedió el óctuplo asesinato. Visité las aulas donde impartían clases los profesores. Conocí la residencia donde vivía la comunidad de jesuitas. Toqué el césped del Jardín de Rosas donde se encontraron los cadáveres, así llamado porque en él plantó Obdulio, esposo de Elba y papá de Celina, un círculo de rosas rojas y en el centro dos rosas amarillas en memoria de su hija y de su esposa. Entré en la capilla y me detuve ante sus tumbas. Visité el Memorial de los Mártires del Centro Monseñor Romero donde están expuestos algunos de los enseres personales de los muertos, entre ellos el libro ensangrentado El Dios crucificado, del teólogo alemán Jürgen Moltmann, que se encontraba en la estantería de la habitación de Jon Sobrino y cayó al suelo cuando fue arrastrado el cuerpo de uno de los asesinados. Es todo un símbolo en plena sintonía con Ellacuría, para quien la realidad histórica de los “pueblos crucificados” es el lugar social y hermenéutico de su teología.

Los militares entraron en la UCA con la voluntad de eliminar a su rector, Ignacio Ellacuría, una de las figuras más relevantes de la teología y de la filosofía de la liberación, y a sus compañeros jesuitas, prestigiosos intelectuales que analizaban críticamente la realidad del país centroamericano desde diferentes disciplinas: ciencias sociales, psicología social, filosofía, teología, teoría política, filosofía de los derechos humanos, etcétera. El múltiple asesinato, la autoría militar del mismo y la forma irracional como se produjo conmovieron a El Salvador, a América Latina y al mundo entero.

Mientras leía la novela y recorría los lugares de la vida y de la muerte de los mártires me rondaba una pregunta: ¿Por qué los mataron? Y encontré varias respuestas.

Para los sectores eclesiásticos salvadoreños aliados con el Ejército, la oligarquía y el poder político, el asesinato se debió a que los jesuitas se habían alejado de su misión pastoral y se habían implicado en la actividad política del lado de los guerrilleros revolucionarios. “¡Se lo tenían merecido!”, pensaban para sus adentros.

Jon Sobrino, compañero de las víctimas, que se libró de la muerte por encontrarse fuera de El Salvador, piensa de manera muy distinta: los mataron “porque analizaron la realidad y sus causas con objetividad. Dijeron la verdad del país con sus publicaciones y declaraciones públicas. Desenmascararon la mentira y practicaron la denuncia profética. Por ser conciencia crítica de una sociedad de pecado y conciencia creativa de una sociedad distinta, la utopía del reino de Dios entre los pobres. ¡Y eso no se perdona!”

No puedo compartir la respuesta de los sectores eclesiásticos conservadores, sí la de Sobrino, a la que añadiría: los mataron por haber vivido el cristianismo no como opio del pueblo, sino como liberación de los oprimidos, denunciar la triple alianza del poder político, económico y militar, trabajar por la paz y la justicia desde la no violencia y anticipar con su estilo de vida la utopía de otro mundo posible.

Juan José Tamayo

Fuente El País

Juan José Tamayo es director de la Cátedra “Ignacio Ellacuría” de la Universidad Carlos III de Madrid y codirector de Ignacio Ellacuría: utopía y teoría crítica (Tirant lo Blanch, 2014).

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Ignacio Ellacuría: Filosofía de la realidad histórica y teología de la liberación

Lunes, 18 de noviembre de 2019
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ellacuria_1280x720_foto610x342Denunció “la mentira ideológica de las apariencias democráticas” del capitalismo

El que fuera rector de la UCA “30 años después de su asesinato sigue vivo y activo en sus obras, muchas de ellas publicadas póstumamente”

“Era jesuita, científico social, analista político e impulsor de la teoría crítica de los derechos humanos”

“Para el teólogo hispano-salvadoreño, la ética es la teología primera y el profetismo la manifestación crítico-pública de la ética”

Todo El Salvador se volcó en el 30 aniversario de la masacre de la UCA

¿Beatificará el Papa a Ellacuría?

Treinta años de los mártires de la UCA

“Mártires” Jesuitas: Antorchas de luz y esperanza

“Los mártires nos enseñaron lo que significa amar; y lo hicieron más con obras que con palabras

Arturo Sosa, sj.: “Fueron asesinados por su compromiso con la fe y la justicia”

Michael Czerny sj: “El martirio de nuestros compañeros no fue casual, no fue un accidente ni una equivocación”

Juan José Tamayo

“Ellacuría debe ser eliminado y no quiero testigos”. Fue la orden que dio el coronel René Emilio Ponce al batallón Atlacatl, el más sanguinario del ejército salvadoreño. La orden se cumplió el noche del 16 de noviembre de 1989 en que fueron asesinados con premeditación, nocturnidad y alevosía seis jesuitas y dos mujeres, Elba Ramos, trabajadora doméstica, y su hija Celina, de 15 años, en la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, de San Salvador (UCA). Entre los asesinados se encontraba el jesuita vasco, nacionalizado salvadoreño, Ignacio Ellacuría, rector de la UCA, discípulo de Rahner y de Zubiri, estrecho colaborador de este y editor de algunas de sus obras. Era filósofo y teólogo de la liberación, científico social, analista político e impulsor de la teoría crítica de los derechos humanos, dimensiones que son difíciles de encontrar y de armonizar en una sola persona, pero, en este caso, convivieron no sin conflictos internos y externos, y se desarrollaron  con lucidez intelectual y coherencia vital.

“Revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección”; “sanar la civilización enferma”, “superar la civilización del capital”; “evitar un desenlace fatídico y fatal”, “bajar a los crucificados de la cruz”, “solo una Iglesia que se deja invadir por el Espíritu renovador y que está atenta a los signos de los tiempos puede convertirse en el cielo nuevo que necesitan el ser humano y la tierra nuevos”; denunció “la maldad intrínseca del sistema capitalista y la mentira ideológica de las apariencias democráticas que lo acompañan” (son afirmaciones suyas): estos fueron los grandes desafíos a los que quiso responder con la palabra y la escritura, el compromiso político y la vivencia religiosa. Y lo pagó con su vida.

30 años después de su asesinato Ellacuría sigue vivo y activo en sus obras, muchas de ellas publicadas póstumamente. En 1990 y 1991 aparecieron dos de sus libros mayores: Conceptos fundamentales de la teología de la liberación, de la que es editor junto con su compañero Jon Sobrino, entonces la mejor y más completa visión global de dicha corriente teológica latinoamericana, y Filosofía de la realidad histórica, editada por su colaborador Antonio González, cuyo hilo conductor es la filosofía de Zubiri, pero recreada y abierta a otras corrientes como Hegel y Marx, leídos críticamente. Es parte de un proyecto más ambicioso trabajado desde la década los setenta del siglo pasado y que quedó truncado con el asesinato.  Posteriormente la UCA publicó sus Escritos Políticos 3 vols., 1991; Escritos Filosóficos, 3 vols., 1996, 1999, 2001; Escritos Universitarios, 1999; Escritos Teológicos, 4 vols., 2000-2004.

En los treinta años posteriores a su asesinato se han sucedido ininterrumpidamente los estudios, monografías, tesis doctorales, congresos, conferencias, investigaciones, cursos monográficos, círculos de estudio, Cátedras universitarias con su nombre (la que yo dirijo, creada en 2002 en la Universidad Carlos III de Madrid, se llama Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría), que demuestran la “autenticidad” de su vida y la creatividad y vigencia de su pensamiento en los diferentes campos del saber y del quehacer humano: política, religión, derechos humanos, universidad, ciencias sociales, filosofía, teología, ética, filosofía política, etc.

Lo que descubrimos con la publicación de sus escritos y los estudios sobre su pensamiento es que Ellacuría tuvo excelentes maestros: Pedro Elizondo, que le introdujo en la espiritualidad ignaciana; Aurelio Espinosa, que le abrió al humanismo de la cultura clásica; Rahner en teología; Zubiri en filosofía; monseñor Romero en espiritualidad y compromiso liberador; Jon Sobrino, colega en la UCA, que fue su maestro en cristología.

De ellos aprendió a pensar y actuar alternativamente. Pero su discipulado no fue escolar, sino creativo, ya que, inspirándose en ellos, desarrolló un pensamiento propio y él mismo se convirtió en maestro, si por tal entendemos no solo el que da lecciones magistrales en el aula, sino, en expresión de Kant aplicada al profesor de filosofía, el que enseña a pensar. Ciertamente, Ellacuría enseñó a pensar con sentido crítico a varias generaciones de estudiantes en su cátedra de la UCA, a ciudadanos y ciudadanas de todo el mundo a través de sus artículos, libros y conferencias.

Ellacuría parte del pensamiento de sus maestros, pero no se queda en ellos; avanza, va más allá, los interpreta en el nuevo contexto y, en buena medida, los transforma. Ahí radica su originalidad. Su relación con ellos es, por tanto, dialógica, de colaboración e influencia mutuas. Sus obras así lo acreditan y los estudios sobre él lo confirman.

Teología

Su colega y amigo Jon Sobrino ha escrito páginas de necesaria lectura sobre el “Ellacuría olvidado”, en las que recupera tres pensamientos teológicos fundamentales suyos: el pueblo crucificado; el trabajo por una civilización de la pobreza, superadora de la civilización del capital; la historización de Dios en la vida de sus testigos, que Ellacuría acuñó con una aforismo memorable “con monseñor Romero Dios pasó por la historia”.

Martires-UCA_2164893508_13973497_667x375Mártires de la UCA

Yo he profundizado en sus aportaciones sobre “Utopía y profetismo en Américas Latina”, que pueden considerarse su testamento teológico, ya que fue uno de sus últimos textos que escribió. Ellacuría vincula intrínsecamente utopía, profetismo y esperanza. Su reflexión hasta llegar a la utopía concreta sigue estos pasos: a) la utopía solo puede construirse sobre el profetismo, al tiempo que este es necesario para la utopía; b) existe una utopía cristiana que es la utopía del reino de Dios; c) que debe explicitarse en términos histórico-sociales para no caer en idealismo y espiritualismo; d) historizarse y hacerse operativa a través de las mediaciones históricas en dirección a la utopía concreta.

Ellacuría entiende la teología de la liberación como teología histórica a partir del clamor ante la injusticia, establece una correcta articulación entre teología y ciencias sociales y asume un compromiso por la transformación de la realidad histórica desde los análisis políticos y desde su función como mediador en los conflictos. La teología es el momento teórico de la praxis de liberación.

La ubicación social de la teología y de la filosofía es lo que separa y diferencia unas teologías y filosofías de otras. Considera fundamental la necesidad de optar por un determinado lugar social, y este es el de la verdad histórica y el de la verdadera liberación, “los despojados, los injustamente tratados y los que sufren, los condenados de la tierra, los oprimidos”. El lugar social debe ser iluminado por una valoración ética.

El teólogo austríaco Sebastián Pittl recupera la primera idea destacada por Sobrino y la interpreta teológicamente: la realidad histórica de los pueblos crucificados como lugar hermenéutico y social de la teología. Asimismo hace una lectura de la concepción ellacuriana de la espiritualidad radicada en la historia desde la opción por los empobrecidos.

El resultado es una teología posidealista cuyo método no es el trascendental de sus maestros, sino la historización de los conceptos teológicos y el punto de partida, la praxis histórica. La teología de Ellacuría tiene un fuerte componente ético-profético. Aplicándola a ella, la consideración lévinasiana de la ética como filosofía primera, bien podría decirse que, para el teólogo hispano-salvadoreño, la ética es la teología primera y el profetismo la manifestación crítico-pública de la ética.

Filosofía

El objeto de la filosofía ellacuriana es la realidad histórica como unidad física, dinámica, procesual y ascendente. De aquí emanan los conceptos y las ideas fundamentales de su filosofía: historia (materialidad, componente social, componente personal, temporalidad, realidad formal, estructura dinámica), praxis histórica, liberación, unidad de la historia. Su método es la historización de los conceptos filosóficos y políticos como principio de desideologización, crítica de la ideología y verificación práctica de la verdad-falsedad, justicia-injusticia. El filósofo Héctor Samour, uno de los mejores especialistas e intérpretes de Ellacuría, reinterpreta al maestro relacionando su pensamiento con la realidad histórica contemporánea, al tiempo que considera la filosofía de la historia como filosofía de la praxis.

iglesia-puebloTeología de la liberación del pueblo

Recientemente se está desarrollando una nueva línea de investigación del pensamiento filosófico del intelectual hispano-salvadoreño: la que hace una lectura pluridimensional con las siguientes derivaciones creativas, que enriquecen, recrean y reformulan su filosofía:

a) Su conexión con la dialéctica hegeliano-marxista, que implica analizar la concepción que Ellacuría tiene de la dialéctica, la utilización del método dialéctico en su análisis político e histórico, y la dialéctica entre historia personal –biografía- e historia colectiva –el pueblo salvadoreño-, en otras palabras, el impacto y la capacidad transformadora de su vida y de su muerte en la historia de El Salvador (Ricardo Ribera).

b) Su conexión con la teoría crítica de la primera Escuela de Frankfurt, que integra dialécticamente las diferentes disciplinas dando lugar a un conocimiento emancipador, así como su incidencia en la negatividad de la historia (Luis Alvarenga).

c) Su conexión con la filosofía utópica de Bloch en uno de los últimos textos más emblemáticos de Ellacuría: “Utopía y profetismo en América Latina” (Tamayo).

d) Su original teoría del “mal común” como mal histórico, la crítica de la civilización del capital y las diferentes formas de superarla (Hector Samour).

e) La recuperación filosófica del cristianismo liberador (Carlos Molina).

f) La fundamentación moral de la actividad intelectual y la relevancia del lugar de los oprimidos en los diferentes campos y facetas de quehacer teórico (José Manuel Romero).

g) La crítica de la ideología, en cuanto conciencia que invierte la realidad, “fundada en las formas de apariencia social necesaria de la sociedad burguesa” (José Manuel Romero).

Teoría crítica de los derechos humanos

Ellacuría ha hecho aportaciones relevantes –aunque al principio poco estudiadas- en el terreno de la teoría y de la fundamentación de los derechos humanos. Cabe destacar a este respecto su contribución a la superación del universalismo jurídico abstracto y de una visión desarrollista de de los derechos humanos, y a la elaboración de una teoría crítica de los derechos humanos (J. A. Senent, A. Rosillo).

El pensamiento de Ellacuría no es intemporal, sino histórico, y debe ser interpretado no de manera esencialista (aun cuando algunas de sus primeras obras escritas bajo el discipulado escolar y la influencia de Zubiri tuvieron esa orientación), sino históricamente, en diálogo con los nuevos climas culturales. Así leído e interpretado puede abrir nuevos horizontes e iluminar la realidad histórica contemporánea.

 Fuente Religión Digital

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“El día que mataron a Ellacuría”, por Pedro Miguel Lamet

Sábado, 16 de noviembre de 2019
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ellacuria_1280x720_foto610x342Hoy, 30 años después,lo recuerdo como si fuera hoy. me causó un impacto especial en aquellos momentos de duda y reflexión…

Los mártires son testimonio que desafía nuestra incoherencia en el seguimiento del Jesús del Evangelio.

Leído en su blog:

Pocos días antes que lo mataran Ignacio Ellacuría vino a verme y me dijo: “Pedro: las cosas están muy mal en El Salvador. Quieren matarme. Pero no creo que lleguen a tanto. Lo que te aseguro es que no callaré”.

Los nombres que están detrás de la matanza de los jesuitas en El Salvador. “Un militar dijo: ‘Son curas, no hay problema. No tienen armas'”

El testimonio de los mártires sigue interpelándonos

Julio L. Martínez, sj.: “Estos mártires son la voz de la conciencia, testigos de la apertura a la verdad y a sus exigencias”

El 16 de noviembre de 1989 día que mataron a Ellacuría -este sábado hará 30 años- yo estaba en un restaurante, almorzando con los informadores religiosos de los medios  de Madrid. Presidía el “patriarca” de entonces, Martín Descalzo, que pocos días antes había escrito en ABC un artículo contra Ellacuría. Me llamaron al teléfono del restaurante -entonces no había móvil- para darme la noticia del asesinato de los jesuitas y las cocineras de la UCA. Lo comuniqué a mis colegas y se quedaron de piedra.

Tres días antes había venido a mi casa a verme Ignacio Ellacuría. Manteníamos relaciones estrechas, porque él seguía con interés el semanario “Vida Nueva” de entonces, que a la sazón yo dirigía,  y muchas veces le había llevado en mi coche por las calles de Madrid. En ocasiones para visitar a Carmen Conde, esposa de Zubiri, del que Ignacio era especialista. Meses antes él, Sobrino y Jon Cortina me invitaron a comer para pedirme que escribiera una biografía de Rutilio Grande, otro mártir jesuita salvadoreño, muy amigo de monseñor Romero, que ahora está en avanzado proceso de canonización y que ya cuenta con una bunea biografía. Pero aquel día Ignacio me pidió que montara la Facultad de Comunicación de la UCA. Le dije que estaba muy cogido entonces por el periodismo y los libros y le presenté a Norberto Alcover, que finalamente se encargó de lo de la facultad.

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Podéis imaginar cómo me quedé cuando escuché la noticia. Me impresionó el impacto unánime con que respondieron los medios de comunicación españoles e internacionales. Sólo Martín Descalzo no se atrevió a escribir sobre el tema, por haberlo descalificado semanas antes. Que medios laicos como “El País” dieran al caso tanta cobertura probaba que hay causas como la justicia, que en  este caso brotaba de un compromiso cristiano, que son indiscutibles. Era la herencia de una línea marcada por Pedro Arrupe y el  el famoso Decreto IV asumido por la Congregación General de la Compañía. Hoy han muerto más de un centenar de jesuitas en todo el mundo por defender los derechos de los pobres. Pero ni El Salvador ni en la Iglesia se ha hecho justicia. Los culpables siguen libres. El proceso de beatificación y canonización de estos hombres, sacerdotes y religiosos, que dieron su vida desde la fe por el Cristo de carne y hueso crucificado en El Salvador. (Como lo hizo Romero, felizmente canonizado) está en espera, pues la Postulación de la Compañía anda muy ocupada con Rutilio Grande y el gran padre Arrupe.

¿Ellacu y sus compañeros no tenían defectos? Claro que sí, como cualquier hombre y como  todos los mártires y santos. A Ignacio, por ejemplo, le acusaban, como suele suceder a los que tienen capacidad de liderazgo, de ser un poco dictador en la Universidad. Pero lo grande es dar la vida cuando uno es débil y frágil. Ellacuría también lo era. Se puede apreciar en su voz un poco temblorosa. Aquella tarde que estuvo en mi casa me dijo: “Pedro: las cosas están muy mal en El Salvador. Quieren matarme. Pero no creo que lleguen a tanto. Lo que te aseguro es que no callaré”. Me limité a darle un abrazo y sentir vergüenza. ¡Regresó a El Salvador al día siguiente sabiendo que seguramente lo iban a matar! Al fin y al cabo mis riesgos eran sólo de papel y tinta,  y de que  acabaran borrándome, como sucedió años después, durante algún tiempo de los medios. Pero él fue asesinado; yo aquí sigo, vivo y coleando.

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Hoy me atrevo a rezarles:

Querido Ignacio y Compañeros Mártires: Rogad por la Iglesia, para que siga como vosotros dando su vida y su sangre por amor y  la liberación integral de los pobres, deprimidos, maltratados y olvidados de este mundo. Amén.

También he querido honrar su memoria en este soneto:

EL JARDÍN DE LA SANGRE
(A los mártires de El Salvador)

Se ha quebrado la noche enamorada
en el jardín de sangre de la vida
donde nacieron rosas de una herida
y se enterraron sueños de alborada.

Se pudre en el silencio y sepultada
aquella carne noble y abatida,
mientras pierden los pobres la partida
en la guerra del dólar desatada.

Pero esa voz que calla entre los muertos
sigue gritando al mundo con más bríos
la plenitud que vuestra muerte inicia,

que es hora de cambiar nuestros desiertos
por el mar que anunciaban vuestros ríos:
¡Amor es combatir por la justicia!

Pedro Miguel Lamet

Mi entrevista sobre el tema con Radio ECCA de Canarias:

http://www.ivoox.com/hace-20-anos-el-salvador-audios-mp3_rf_155391_1.html

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“Ellacuría, Romero y Francisco a los 40 años de Puebla”, por Agustín Ortega

Sábado, 16 de noviembre de 2019
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Ellacuria-Romero-Francisco-anos-Puebla_2176892291_14086215_660x371De su blog Acción-formación social y ética:

Recientemente, el Papa Francisco ha hecho memoria del martirio de I. Ellacuría, I. Martin-Baro y el resto de compañeros jesuitas de la UCA (El Salvador). Al igual que los obispos latinoamericanos en Aparecida (DA 396), Francisco reconoce la fecundidad de todos estos mártires latinoamericanos para la vida de fe, la misión y el constitutivo compromiso social por la justicia con los pobres de la tierra. El martirio de santos reconocidos como Mons. Romero, con el que Ellacuría y los jesuitas de la UCA colaboraron estrechamente, o el de tantos otros del pueblo, esos cristianos mártires anónimos: son modelo e impulso para el seguimiento de Jesús.

En mis próximas actividades académicas y formativas, en esta semana que conmemoramos el 30 aniversario del martirio de los queridos Ellacuría y jesuitas de la UCA, estaré presentando el libro “Ellacuría en las fronteras”, editado por la Universidad Jesuita Ibero de México. En dicha publicación soy co-autor y hago un capitulo con el título: “Filosofía de la acción-formación social en el horizonte de la espiritualidad. Claves desde Ellacuría, Martín-Baró y los jesuitas mártires de la UCA”. Haremos esta presentación en algunos centros universitarios de Lima, donde actualmente realizo mi misión en América Latina y soy profesor, enseñando los documentos de su iglesia como la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Puebla, de la que se cumple asimismo su 40 aniversario.

En el camino del Concilio Vaticano II y de Medellín con Puebla, expondremos como Romero, Ellacu y en la actualidad el Papa Francisco: nos muestran esta “martyría” (testimonio) de la fe que, desde la Gracia de Dios, se realiza en el servicio al Reino de Dios que nos regala la vida y la salvación en el amor, la paz, la dignidad y la justicia con los pobres que nos libera integralmente de todo mal, pecado, muerte, opresión, esclavitud e injusticia. La misión testifica con la fe y vida esta salvación que nos dona el Dios Encarnado en Jesucristo pobre (crucificado-resucitado) y que ya se va efectuando en el mundo e historia con la liberación integral, personal, social e histórica-escatológica culminado en la tierra nueva y los cielos nuevos.

La Gracia asume toda la naturaleza e historia para su realización y llevarla a plenitud con el amor fraterno, el respeto de la vida en todas fases o aspectos y la justicia con los pobres. De esta forma, ya se va anticipando la salvación en la realidad histórica con la liberación del pecado personal, estructural y de toda muerte que consuma la historia en la trascendencia de la vida plena-eterna.

La antropología bíblica-católica, con la unidad inseparable del cuerpo y el alma, articula e incluye la gracia y la naturaleza, la creación y la salvación, la fe y la justicia, el amor a Dios y al otro promoviendo el bien más universal (1 Jn, 4-20), la espiritualidad y el compromiso moral, la mística y política. Esa caridad interpersonal y política que busca la civilización del amor, el bien común y los derechos humanos que hay que historizar en la verdad real, en la realidad histórica para que se verifique realmente la justicia con los pueblos, con los pobres, víctimas y oprimidos.

La misión de la iglesia tiene pues, en este servicio al Reino de Dios siguiendo a Jesús, como elementos constitutivos la promoción humana, el desarrollo liberador e integral que nos promueve la conversión al Evangelio, el cambio personal, moral y la transformación socio-estructural. La salvación, que nos regala la Gracia de Dios en Cristo, ya se va incoando en la liberación integral, en toda estas liberaciones personales, sociales e históricas para ser libres de todo mal, pecado e injusticia. Y, en este sentido, amar a los otros con la responsabilidad por la justicia liberadora de toda esclavitud, muerte e ídolo de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia.

La sabiduría de la fe, honrada con lo real, inspira toda esta inteligencia de la razón que se hace cargo de la realidad. La inteligencia ética para cargar con la realidad en la misericordia compasiva, que asume solidariamente el sufrimiento e injusticia que padece el otro. Y la inteligencia practica que se encarga de la realidad, con la praxis liberadora por la justicia en la promoción de las personas, de los pueblos y la opción por los pobres como autores de su liberación integral.

Es esta sabiduría e inteligencia la que posibilita una educación y formación humanizadora, ética, social, espiritual e integral de la persona solidaria para el conocimiento y transformación de la realidad (sociedad-mundo). Siguiendo a Jesús, la iglesia convertida al Reino de Dios y su justicia, es la iglesia-sacramento universal de salvación y liberación integral en la historia, que se consuma en la eternidad. Iglesia pobre con los pobres como sujetos de la misión evangelizadora, protagonistas de su promoción liberadora e integral (Lc, 1, 46-55: 4, 18; 6, 20-49).

Desde la Gracia de Jesús pobre (2 Cor 8, 9) y crucificado (Flp 2) por el Reino de Dios, los pobres, victimas y crucificados de la historia nos evangelizan, traen luz y salvación como presencia (sacramento) real de Cristo pobre (Mt 25, 31-46), que nos libera de todas estas idolatrías del dinero, del poseer y tener. Los sufrimientos e injusticia que padecen los pobres, fruto del pecado del mundo y de la inequidad estructural, nos llaman a la conversión y honradez con toda esta realidad de los pueblos crucificados, que son el signo permanente de los tiempos.

 El lugar teologal y social donde El Espíritu, que habita la creación e historia, clama en el grito de los pobres y gemidos de la tierra (Rm 8, 22-39). El amor en la verdad del Evangelio de Jesús requiere toda esta liberación de la injusticia (Rm 1, 18-32), ya que de la fe brota la justicia (Rm 9,30) y nos libera del mal y mentira del mundo (Rm 12,2). Es la sabiduría escondida de los pobres y excluidos que, en Cristo pobre y crucificado, nos hacen libres del pecado del poder y la riqueza (1 Cor 1).

Se trata de revertir la historia y lanzarla en otra dirección, en esta “locura” evangélica de la civilización de la pobreza y del trabajo frente a la de la riqueza y el capital. La vida y dignidad de la persona trabajadora, de todo ser humano con sus derechos como es un salario justo, está  antes que el capital. Una economía al servicio de las necesidades y capacidades de las personas, los pueblos y los pobres con el destino universal de los bienes, la equidad en la distribución de los recursos, que tiene la prioridad sobre la propiedad. La civilización de la pobreza va logrando el sentido y la felicidad del ser humano con la solidaridad compartida de la vida, de los bienes y el compromiso por la justicia con los pobres frente a los falsos dioses de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia.

Es el buen vivir con la ecología integral en esta comunión solidaria desde Dios con los otros, con los pobres y con toda la creación para el cuidado de la vida en todas sus formas, fases y dimensiones que expresa toda una bioética global. El cuidado y la defensa de la vida, con la opción por los pobres, es el principio ético-practico que debe guiar toda la realidad humana, social e histórica que no puede ir nunca en contra de esta vida y dignidad de la persona. Hay que inspirar con todo este espíritu a lo real y a la civilización para que se oriente en la verdad, la belleza y el bien más universal buscando y hallando a Dios en todas las cosas, con estos pobres de espíritu y la civilización de la pobreza para la vida solidaria, fraterna y justa.

Los mártires por tanto nos llaman al profetismo, a la utopía y la esperanza. Desde el Dios de la vida, revelado en Jesús, “sólo utópica y esperanzadamente puede uno creer y tener ánimos para intentar con todos los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección” (Ellacuria). Hagamos siempre memoria de todo estos mártires que, como nos dice Aparecida, “han ofrecido su vida por Dios, por la Iglesia y por su pueblo”.

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Teresa de Jesús, hoy

Martes, 15 de octubre de 2019
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teresaavilaLeído en la página web de Redes Cristianas

Si la máxima de Ortega, “yo soy yo y mis circunstancias” fuera cierta, no lo sería menos referida a la espiritualidad del ser humano. En cualquier circunstancia, una espiritualidad que diera la espalda a la realidad histórica estaría renunciando a un componente muy sustancial de su propia identidad, y, por eso mismo, estaría acumulando sobrados motivos para ser tachada de engañabobos. Pero, a su vez, una espiritualidad religiosa, cristiana, que renunciara a la tras”-des”-cendencia” y “calidez” del misterio, sería, cuando menos, imperfecta y difícil de entender. Uniendo ambas dimensiones, el papa Francisco, desde su llegada al obispado de Roma, no cesa de clamar contra la “cultura de la indiferencia” y de proponer como revulsivo “la revolución de la ternura”.

La espiritualidad en las religiones siempre ha estado tentada por el escapismo o la huida de la realidad, y por refugiarse en mundos imaginarios y fantásticos frecuentemente aberrantes. La historia, como se irá evidenciando en estas páginas, está cuajada de ejemplos en este sentido. Pero simultáneamente se ha venido desarrollando otro tipo de espiritualidad, generalmente incomprendida por las instituciones, que, desde tiempos inmemoriales, se ha ido haciendo cargo de las irritaciones y desafíos de la realidad. Las tradiciones bíblicas —desde los primeros capítulos del libro del Éxodo, pasando por los Salmos, Job y los profetas hasta Jesús de Nazaret— no han cesado de preguntarse, desde el lado oscuro de la historia, “¿dónde está tu Dios?”. Porque el Dios bíblico, descubierto como amor, es también Dios de justicia; siendo la justicia la mejor imagen que representa al Dios que es amor.

Desde el último cuarto del pasado siglo, el teólogo J. B. Metz ha venido calificando este tipo de espiritualidad, profundamente bíblico, como “Mística de ojos abiertos” (cfr. Por una Mística de los ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad). Una espiritualidad samaritana que, en la terminología del mártir Ignacio Ellacuría, se hace cargo de, carga con, y se encarga de la realidad doliente. A juicio de este eminente teólogo de Münster, cofundador de la revista Concilium, se trata de una espiritualidad que, mirando de reojo al juicio evangélico de las naciones (Mt 25), asume como imperativo ético y político la centralidad y autoridad de las víctimas.

Pues la búsqueda incesante del ser humano por un más allá —que la teodicea reasume en la pregunta por Dios— solo se justifica plenamente desde el sufrimiento y la justicia debida a las personas que sufren y a las empobrecidas. Se trata entonces de una espiritualidad que sitúa en la encrucijada de la historia humana el conflicto entre la injusticia reinante (que proyecta el ser humano a una tarea mesiánica, liberadora) y la plenitud de la justicia que se espera del futuro.

Dedicamos estas páginas a Teresa de Ávila en el quinto centenario de su nacimiento. Es nuestro pequeño homenaje a esta mujer tan entrañablemente nuestra. Fue la suya una espiritualidad de “ojos abiertos”. Nos sigue cautivando aquel gracejo del que es ejemplo su disgusto ante el único retrato en su vida, que le hizo fray Juan de la Miseria: “Me habéis hecho fea y legañosa, fray Miseria, ¡Que Dios os lo perdone!”.

Nos sigue sorprendiendo la profundidad que una mujer “sin letras” —como ella misma se dice en el Libro de su Vida— llegó a cultivar su propio “huerto” y alcanzar una tal experiencia del ser humano y de la divinidad. Nos sobrecoge, sobre todo, su gran habilidad para moverse al filo de la censura doctrinaria de la institución y sortear las siempre amenazantes llamas de la Inquisición. La riqueza personal, de la que Teresa es plenamente consciente, la empuja a moverse con serenidad y sabiduría entre aquellas aguas turbulentas de la religión de su tiempo. El extraordinario temple de esta mujer singular se refleja plenamente en la confesión que le hizo a un fraile carmelita cuando ya rondaba los cincuenta años: “Sabed, padre, que en mi juventud me dirigían tres clases de cumplidos; decían que era inteligente, que era una santa y que era hermosa; en cuanto a hermosa, a la vista está; en cuanto a discreta, nunca me tuve por boba, en cuanto a santa, solo Dios sabe”.

Editorial del nº 127 de EXODO, espiritualidad: Teresa de Jesús, hoy

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Teresa de Jesús, hoy

Lunes, 15 de octubre de 2018
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teresaavilaLeído en la página web de Redes Cristianas

Si la máxima de Ortega, “yo soy yo y mis circunstancias” fuera cierta, no lo sería menos referida a la espiritualidad del ser humano. En cualquier circunstancia, una espiritualidad que diera la espalda a la realidad histórica estaría renunciando a un componente muy sustancial de su propia identidad, y, por eso mismo, estaría acumulando sobrados motivos para ser tachada de engañabobos. Pero, a su vez, una espiritualidad religiosa, cristiana, que renunciara a la tras”-des”-cendencia” y “calidez” del misterio, sería, cuando menos, imperfecta y difícil de entender. Uniendo ambas dimensiones, el papa Francisco, desde su llegada al obispado de Roma, no cesa de clamar contra la “cultura de la indiferencia” y de proponer como revulsivo “la revolución de la ternura”.

La espiritualidad en las religiones siempre ha estado tentada por el escapismo o la huida de la realidad, y por refugiarse en mundos imaginarios y fantásticos frecuentemente aberrantes. La historia, como se irá evidenciando en estas páginas, está cuajada de ejemplos en este sentido. Pero simultáneamente se ha venido desarrollando otro tipo de espiritualidad, generalmente incomprendida por las instituciones, que, desde tiempos inmemoriales, se ha ido haciendo cargo de las irritaciones y desafíos de la realidad. Las tradiciones bíblicas —desde los primeros capítulos del libro del Éxodo, pasando por los Salmos, Job y los profetas hasta Jesús de Nazaret— no han cesado de preguntarse, desde el lado oscuro de la historia, “¿dónde está tu Dios?”. Porque el Dios bíblico, descubierto como amor, es también Dios de justicia; siendo la justicia la mejor imagen que representa al Dios que es amor.

Desde el último cuarto del pasado siglo, el teólogo J. B. Metz ha venido calificando este tipo de espiritualidad, profundamente bíblico, como “Mística de ojos abiertos” (cfr. Por una Mística de los ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad). Una espiritualidad samaritana que, en la terminología del mártir Ignacio Ellacuría, se hace cargo de, carga con, y se encarga de la realidad doliente. A juicio de este eminente teólogo de Münster, cofundador de la revista Concilium, se trata de una espiritualidad que, mirando de reojo al juicio evangélico de las naciones (Mt 25), asume como imperativo ético y político la centralidad y autoridad de las víctimas.

Pues la búsqueda incesante del ser humano por un más allá —que la teodicea reasume en la pregunta por Dios— solo se justifica plenamente desde el sufrimiento y la justicia debida a las personas que sufren y a las empobrecidas. Se trata entonces de una espiritualidad que sitúa en la encrucijada de la historia humana el conflicto entre la injusticia reinante (que proyecta el ser humano a una tarea mesiánica, liberadora) y la plenitud de la justicia que se espera del futuro.

Dedicamos estas páginas a Teresa de Ávila en el quinto centenario de su nacimiento. Es nuestro pequeño homenaje a esta mujer tan entrañablemente nuestra. Fue la suya una espiritualidad de “ojos abiertos”. Nos sigue cautivando aquel gracejo del que es ejemplo su disgusto ante el único retrato en su vida, que le hizo fray Juan de la Miseria: “Me habéis hecho fea y legañosa, fray Miseria, ¡Que Dios os lo perdone!”.

Nos sigue sorprendiendo la profundidad que una mujer “sin letras” —como ella misma se dice en el Libro de su Vida— llegó a cultivar su propio “huerto” y alcanzar una tal experiencia del ser humano y de la divinidad. Nos sobrecoge, sobre todo, su gran habilidad para moverse al filo de la censura doctrinaria de la institución y sortear las siempre amenazantes llamas de la Inquisición. La riqueza personal, de la que Teresa es plenamente consciente, la empuja a moverse con serenidad y sabiduría entre aquellas aguas turbulentas de la religión de su tiempo. El extraordinario temple de esta mujer singular se refleja plenamente en la confesión que le hizo a un fraile carmelita cuando ya rondaba los cincuenta años: “Sabed, padre, que en mi juventud me dirigían tres clases de cumplidos; decían que era inteligente, que era una santa y que era hermosa; en cuanto a hermosa, a la vista está; en cuanto a discreta, nunca me tuve por boba, en cuanto a santa, solo Dios sabe”.

Editorial del nº 127 de EXODO, espiritualidad: Teresa de Jesús, hoy

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“Tu pueblo te hizo santo”: El Salvador se prepara para la canonizacion de Romero

Viernes, 5 de octubre de 2018
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santoromero_560x280Tojeira presidirá una misa que unirá los martirios del arzobispo y los de Ellacuría y los jesuitas de la UCA

El 14 de octubre, Roma se convertirá en la capital del pequeño país centroamericano, que tendrá a su primer santo

(J. B./Vatican News).-Tu pueblo te hizo santo. Este es el lema con el que la Iglesia de El Salvador se está preparando para la canonización del arzobispo mártir, Óscar Romero. Y lo hará con un encuentro nacional de fe para celebrar al primer santo salvadoreño.

Para el cardenal Gregorio Rosa Chávez, quien conoció de cerca a Romero, esta “expresión de fe” se realizará en cuatro grandes momentos, desde la mañana del 13 de octubre hasta la misma ceremonia de la canonización.

Uno de los momentos más especiales se dará a las ocho de la tarde (hora salvadoreña), cuando el padre José María Tojeira, director del Instituto de derechos humanos de la UCA, presidirá una homilía, donde se unirán el martirio de Romero y los de Ellacuría y sus compañeros, masacrados nueve años después del arzobispo.

A las dos de la mañana ya del 14 de octubre, se transmitirá en pantallas gigantes, la ceremonia de canonización desde el Vaticano, que finalizará a las cuatro y media de la madrugada. Desde el Salvador con cantos en la cripta de la catedral metropolitana.

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Las actividades que se harán en torno a la ceremonia de canonización antes, durante y después serán las siguientes: El 7 de octubre en la catedral se llevará cabo la misa de envío a los peregrinos que irán al Vaticano. El 10 de octubre, el Colectivo para la canonización junto a Concertación Romero, impulsarán una marcha en la cual pedirán justicia por el asesinato de Mons. Oscar Arnulfo Romero y el 28 de octubre será la misa de agradecimiento a nivel nacional con los obispos salvadoreños y se ha invitado también a los obispos centroamericanos.

El padre Joaquín Alvarez, representante de las comisiones que están organizando todas las celebraciones de la canonización, y miembro del Consejo presbiteral, dijo en la conferencia, que cuando desde Roma, en el Salvador estén presenciando la ceremonia de canonización, y al momento en que el Papa Francisco pronunciará el nombre de Mons. Romero, a partir de allí se ha planificado una gran fiesta, con fuegos pirotécnicos, grupos de danza, mil guitarristas que entonarán un canto para Mons. Romero, se soltarán globos. Después de ese momento, cuando finalice la ceremonia de canonización todos los presentes irán a la cripta de la Catedral, para vivir un momento más íntimo con Mons. Romero, habrá una actividad artística-religiosa. Habrá una marimba, dijo el sacerdote, un instrumento que le gustaba mucho a Mons. Romero.

En Roma: antes durante y después

El martes 9 y el miércoles 10 conferencias en el Vaticano y en el colegio Pio Latinoamericano, sobre la vida del futuro santo y el Papa Pablo VI, el martes; y el miércoles Mons. Romero cuando fue seminarista.

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El jueves 11 y el viernes 12 dos eventos culturales dedicados al santo: un recital que cantará la cantante de música cristiana salvadoreña, Inés de Viaud. Y la presentación del musical “Romero“, dirigido por el padre Lucas Pandolfi.

El sábado 13 de octubre, en los Jardines Vaticanos se rezará el Rosario ante la imagen de la Patrona del País, Nuestra Señora de la Paz, y luego en Roma, en la zona del Eur, será descubierta una escultura de Mons. Romero. En la tarde será celebrada una misa presidida por el presidente de Caritas Internationalis, cardenal Luis Antonio Tagle, y testimonios sobre Mons. Romero y Pablo VI. Y más testimonios, cantos que hablan de Romero, “el sonido de su voz”. El evento es organizado por Caritas Internationalis. Mons. Oscar Romero es Patrono de Caritas.

A las nueve de la noche dará inicio la vigilia en la iglesia de Santa María in Campitelli, dirigida por la asociación amigos de Romero.

El domingo 14 de octubre, después de la ceremonia de canonización, a las tres de la tarde en la iglesia de Santo Spirito in Sassia se asistirá a la oración diaria de la Coronilla de la Divina Misericordia. También se presentará un documental suizo sobre Mons. Romero. Y el lunes por la tarde, en la basílica de Santa María in Trastevere, se dará una misa de acción de gracias.

Tour en Roma, el tour Romero como seminarista, es un recorrido a la ciudad en lugares donde él estuvo y comentó sus impresiones. Serán la plaza de San Pedro, Basílica, catacumbas, etc. Habrá también una “noche salvadoreña”, donde se le cantará al nuevo santo, se contarán anécdotas. Horario y lugar aún por definir. Habrá una exposición de fotos sobre Romero, lo organizan periodistas salvadoreños, que explicarán cómo fue vista la muerte de Mons. Romero en el mundo.

Como es tradición, el Papa Francisco recibirá el lunes 15 de octubre a los peregrinos venidos a la ceremonia de Canonización, en el Aula Pablo VI a las once de la mañana.

Fuente Religión Digital

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