Comentarios desactivados en Yo, Ignacio de Loyola…
“Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden.
Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participara los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia.
Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.
Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.
Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así.
Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida.
¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad?
Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios.
El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo
*
Karl. Rahner, Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy,
Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
En la fiesta de San Ignacio de Loyola
01.- DATOS BIOGRÁFICOS DE SAN IGNACIO
San Ignacio nace en Loyola, Azpeitia, en 1491. Militar en su juventud, cayó herido en 1521 en combate en la batalla de Pamplona frente a navarros y franceses que apoyaban el reinado de Enrique II de Navarra. En la larga convalecencia de Azpeitia comienza a fraguarse su conversión, que quedaría plasmada en Manresa en 1.522. De esta época data su obra “Ejercicios Espirituales“: especialmente su primera meditación: “Principio y Fundamento”.
Tras una peregrinación a Tierra Santa estudiará teología en Barcelona, Alcalá, Salamanca y París. En la Universidad de la Sorbona de París conoce a Francisco de Jasso y Azpilicueta: San Francisco Javier. Será en París donde se encuentra con un grupo de jóvenes compañeros universitarios: Pedro Fabro, Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás Bobadilla, etc. y en 1.534, el día de la Asunción en una capilla de Montmartre de París hacen los votos con la intención de marchar a Tierra Santa, pero si no podía hacerse este viaje antes de un año, marcharían a Roma para ponerse a disposición del Papa. En 1.540 el papa Paulo III aprueba solemnemente este nuevo movimiento religioso: La Compañía de Jesús, que junto con los “Ejercicios” es la segunda gran obra de San Ignacio. San Ignacio muere el 31 de julio de 1556 en Roma, donde está enterrado en la Iglesia del Gesù, (entre la segunda y tercera etapa del Concilio de Trento).
02.- “HOY LAS CIENCIAS ADELANTAN QUE ES UNA BARBARIDAD”
Es tradición que el gobierno vasco acuda a la basílica de Loyola por la fiesta de San Ignacio.
Hace todavía no muchos años, (¿20?, más o menos) el diputado general de Guipúzcoa, no entró en la basílica y se quedó dando cuatro pasos por la escalinata de la misma. Alegaba -para quedarse fuera sin entrar al acto religioso- el laicismo en el que viven la sociedad y la política actuales.
Dejando de lado cuestiones como el respeto al pueblo que representa, a la traditio de un pueblo, respeto a la libertad de expresión y admitiendo de buen grado una política y un estado laicos, me preguntaba y me pregunto si esa actitud constituye progreso, avance y mejoría de una comunidad humana, de un pueblo…
También hemos de preguntarnos qué nos ha pasado para que de los tiempos de San Ignacio a hoy se hayan producido estos cambios culturales-religiosos tan brutales y la fe “haya quedado fuera”…
¿A mayor progreso económico, político, cultural, mejor menos fe y religión?
Igualmente podemos preguntarnos si un pueblo es más noble, más sano, más libre cuando dinamita su traditio y su fe.
Yo creo que romper con nuestro pasado no significa progreso ni mejoría.
¿Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad?
03.- PRINCIPIO Y FUNDAMENTO (*)
La primera meditación de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio es -probablemente- la piedra angular y lo más importante de la vida de San Ignacio y de toda existencia humana.
¿Cuál es cimiento de nuestra vida, cuál es el fundamento de la vida, ¿Por qué y para qué vivo?
¿El “principio y fundamento” de la persona y de un pueblo es la patria, la etnia, el desarrollo económico, el nivel de vida, el armamento que posee?
No lo creo.
Podemos tener la mayor y mejor industria del mundo, un altísimo nivel de vida, un bienestar económico y social, pero como no tengamos cabeza: principio y fundamento, perderemos el aliento vital, la piedra angular que fundamente nuestra vida
El principio y fundamento de la existencia es Dios. Quien sabe que viene de Dios y hacia él va, ya sabe mucho y definitivo sobre la existencia
***
(*) Principio y Fundamento:
“El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas, cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados”.
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“Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden.
Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participara los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia.
Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.
Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.
Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así.
Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida.
¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad?
Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios.
El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo
*
Karl. Rahner, Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy,
Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.- San Ignacio y su tiempo
San Ignacio vivió en el siglo XVI, siglo y tiempos recios como decía JI Tellechea en su biografía de San Ignacio. Es la época en la que comienza la modernidad (Galileo, Copérnico…) son los tiempos de Lutero, del Concilio de Trento, de San Ignacio. En la Iglesia existía una gran corrupción y se imponía una Reforma que no terminaba de llegar desde Roma.
Finalmente la Reforma se desencadena en el norte de Europa, en Alemania, promovida por Lutero, “padre” del protestantismo naciente contra el que reaccionará Roma con su Contrarreforma tridentina.
Como fruto de la Contrarreforma (Trento) fueron surgiendo diversos movimientos e instituciones católicas con la buena finalidad de elevar un poco el nivel de una iglesia que se encontraba en una situación peor que decadente. Surgen varios movimientos sacerdotales: los jesuitas, el oratorio de sacerdotes de San Felipe de Neri (1515-1595), un poco más tarde los sacerdotes vicencianos (San Vicente de Paúl, 1576-1660), la Escuela sacerdotal francesa de San Sulpice del padre Olier ya en el siglo XVII, el movimiento sacerdotal promovido por el cardenal Bérulle (1575-1629), a su vez impulsado por San Francisco de Sales. Los jesuitas, fundados por san Ignacio (Compañía de Jesús) contribuirán también a esta reforma en la Iglesia.
02.- Principio y fundamento
S Ignacio contribuyó a su tiempo y a la historia de la Iglesia con los “Ejercicios Espirituales”. Sobre todo la primera meditación: principio y fundamento.
Francisco Javier y toda la espiritualidad ignaciana se cimentarán en esta Roca que es Dios.
El fundamento de la existencia es Dios.
Hoy en día vivimos en la llamada postmodernidad: después de lo moderno, después de la modernidad. Cultualmente vivimos en una gran frivolidad, superficialidad.
Han caído lo que llamábamos “grandes relatos”: el Éxodo, la libertad, incluso la justicia, la religión, etc. Y en estos tiempos que vivimos lo que nos interesa es el “relato pequeño”. A mí dame un buen sueldo a fin de mes, unas buenas vacaciones y déjame de libertad, de justicia, de idealismos, de patria, de honradez, de Dios, etc…
Podríamos aplicarnos aquello que decía JP Sartre (1905-1980) en su novela “La Náusea”: “Nacemos por casualidad, vivimos por inercia y morimos por accidente. Somos una pasión inútil“.
Nos hemos quedado sin principio ni fundamento. No tenemos cimiento, roca en la que cimentar nuestra vida. En lenguaje coloquial podríamos decir que “no tenemos fundamento” ni en la vida ni en la muerte.
Hace unos días decía el presidente Sánchez que su pretensión (la de su gobierno) era hacer la vida más fácil. Yo creo que se trata de hacer una vida más digna, más fundamentada, mejor anclada, con criterios idealistas sanos y fuertes. Una vida blanda no vale mucho la pena.
La vida no es un pasatiempo. Nos hará bien fundamentarla.
03.- También hoy la Iglesia necesita una gran reforma.
El obispo de Roma: Francisco.
Es evidente que la iglesia actual necesita una Reforma del peso y talante de la del siglo XVI.
El papa Francisco, jesuita, intenta como buenamente puede –y le dejan- llevar adelante otra reforma con la cuestión de la sinodalidad.
Francisco podrá hacer mucho o poco. El tiempo, la historia y el bloque de cardenales, obispos, laicos y movimientos religiosos contrarios a Francisco dirán. (Es penoso el documento sobre la sinodalidad que ha sacado la Conferencia episcopal española).
Pero los gestos y símbolos de Francisco, su Magisterio son más evangélicos: los pobres, vivir en Santa Marta y no en las estancias pontificias, la reducción de protocolos litúrgicos y políticos, “menos doctrinarismo” y mayor acercamiento a los pobres, su preocupación continua por los emigrantes, su viaje a Canadá para pedir perdón a los indios y por la pederastia, la cuestión de los homosexuales, la empatía con la laicidad del Estado, la firme voluntad de cambio, de renovación y saneamiento de la Curia, de la Iglesia. Por otra parte, no hay homilía o discurso en el que no haya una palabra del Dios de misericordia.
Según me parece, Francisco podrá lograr poco, por lo que, quizás, habremos de quedarnos en el buen espíritu y tono vital-eclesial del papa Francisco. En mi opinión no se conseguirá mucho, pero no perdamos la memoria de que las cosas fueron y pueden ser de otro modo.
Hoy en día, como en tiempos de San Ignacio es necesaria una Reforma en la contrarreforma que surgió después del Concilio Vaticano II, un saneamiento a fondo de tantas cuestiones eclesiásticas que no tiene nada que ver con el Evangelio de Jesús.
Como san Ignacio habremos de volver al principio y fundamento que no es el mundo eclesiástico, sino Dios.
¿Quién podrá apartarnos del amor de Dios? (Romanos 8)
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“Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden.
Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participara los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia.
Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.
Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.
Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así.
Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida.
¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad?
Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios.
El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo
*
Karl. Rahner, Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy,
Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8.
Comentarios desactivados en “¿Nacemos por casualidad, vivimos por inercia y morimos por accidente” (Sartre). O ponemos un principio y fundamento (S Ignacio)?
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.- San Ignacio y su tiempo
San Ignacio vivió en el siglo XVI, siglo y tiempos recios como decía JI Tellechea en su biografía de San Ignacio. Es la época en la que comienza la modernidad (Galileo, Copérnico…) son los tiempos de Lutero, del Concilio de Trento, de San Ignacio. En la Iglesia existía una gran corrupción y se imponía una Reforma que no terminaba de llegar desde Roma.
Finalmente la Reforma se desencadena en el norte de Europa, en Alemania, promovida por Lutero, “padre” del protestantismo naciente contra el que reaccionará Roma con su Contrarreforma tridentina.
Como fruto de la Contrarreforma (Trento) fueron surgiendo diversos movimientos e instituciones católicas con la buena finalidad de elevar un poco el nivel de una iglesia que se encontraba en una situación peor que decadente. Surgen varios movimientos sacerdotales: los jesuitas, el oratorio de sacerdotes de San Felipe de Neri (1515-1595), un poco más tarde los sacerdotes vicencianos (San Vicente de Paúl, 1576-1660), la Escuela sacerdotal francesa de San Sulpice del padre Olier ya en el siglo XVII, el movimiento sacerdotal promovido por el cardenal Bérulle (1575-1629), a su vez impulsado por San Francisco de Sales. Los jesuitas, fundados por san Ignacio (Compañía de Jesús) contribuirán también a esta reforma en la Iglesia.
02.- Principio y fundamento
S Ignacio contribuyó a su tiempo y a la historia de la Iglesia con los “Ejercicios Espirituales”. Sobre todo la primera meditación: principio y fundamento.
Francisco Javier y toda la espiritualidad ignaciana se cimentarán en esta Roca que es Dios.
El fundamento de la existencia es Dios.
Hoy en día vivimos en la llamada postmodernidad: después de lo moderno, después de la modernidad. Cultualmente vivimos en una gran frivolidad, superficialidad.
Han caído lo que llamábamos “grandes relatos”: el Éxodo, la libertad, incluso la justicia, la religión, etc. Y en estos tiempos que vivimos lo que nos interesa es el “relato pequeño”. A mí dame un buen sueldo a fin de mes, unas buenas vacaciones y déjame de libertad, de justicia, de idealismos, de patria, de honradez, de Dios, etc…
Podríamos aplicarnos aquello que decía JP Sartre (1905-1980) en su novela “La Náusea”: “Nacemos por casualidad, vivimos por inercia y morimos por accidente. Somos una pasión inútil“.
Nos hemos quedado sin principio ni fundamento. No tenemos cimiento, roca en la que cimentar nuestra vida. En lenguaje coloquial podríamos decir que “no tenemos fundamento” ni en la vida ni en la muerte.
Hace unos días decía el presidente Sánchez que su pretensión (la de su gobierno) era hacer la vida más fácil. Yo creo que se trata de hacer una vida más digna, más fundamentada, mejor anclada, con criterios idealistas sanos y fuertes. Una vida blanda no vale mucho la pena.
La vida no es un pasatiempo. Nos hará bien fundamentarla.
03.- También hoy la Iglesia necesita una gran reforma.
El obispo de Roma: Francisco.
Es evidente que la iglesia actual necesita una Reforma del peso y talante de la del siglo XVI.
El papa Francisco, jesuita, intenta como buenamente puede –y le dejan- llevar adelante otra reforma con la cuestión de la sinodalidad.
Francisco podrá hacer mucho o poco. El tiempo, la historia y el bloque de cardenales, obispos, laicos y movimientos religiosos contrarios a Francisco dirán. (Es penoso el documento sobre la sinodalidad que ha sacado la Conferencia episcopal española).
Pero los gestos y símbolos de Francisco, su Magisterio son más evangélicos: los pobres, vivir en Santa Marta y no en las estancias pontificias, la reducción de protocolos litúrgicos y políticos, “menos doctrinarismo” y mayor acercamiento a los pobres, su preocupación continua por los emigrantes, su viaje a Canadá para pedir perdón a los indios y por la pederastia, la cuestión de los homosexuales, la empatía con la laicidad del Estado, la firme voluntad de cambio, de renovación y saneamiento de la Curia, de la Iglesia. Por otra parte, no hay homilía o discurso en el que no haya una palabra del Dios de misericordia.
Según me parece, Francisco podrá lograr poco, por lo que, quizás, habremos de quedarnos en el buen espíritu y tono vital-eclesial del papa Francisco. En mi opinión no se conseguirá mucho, pero no perdamos la memoria de que las cosas fueron y pueden ser de otro modo.
Hoy en día, como en tiempos de San Ignacio es necesaria una Reforma en la contrarreforma que surgió después del Concilio Vaticano II, un saneamiento a fondo de tantas cuestiones eclesiásticas que no tiene nada que ver con el Evangelio de Jesús.
Como san Ignacio habremos de volver al principio y fundamento que no es el mundo eclesiástico, sino Dios.
¿Quién podrá apartarnos del amor de Dios? (Romanos 8)
Comentarios desactivados en “La paradoja de Lucas”, por Gabriel Mª Otalora
De su blog Punto de Encuentro:
15.01.2022 | Gabriel Mª Otalora
Lucas es el evangelista considerado más social. Vivió en la marginalidad respecto a los centros de poder, conscientemente asumida, donde su comunidad trata de convertirse en Buena Noticia para que la evangelización llegue a ser socialmente relevante a través de la proclamación de la Palabra y con el ejemplo.
La preocupación lucana se centra en exhortar al uso adecuado de las riquezas. Su Evangelio es el que más habla de los pobres, aunque se dirige especialmente a los ricos y a un uso evangélico de las riquezas. En este contexto, propone también el ideal de compartir los bienes. Concretamente, en los Hechos de los Apóstoles nos dice: En la comunidad se vivía el servicio, no había pobres porque los que tenían bienes los ponían en común, y cada uno recibía según su necesidad.
Sin embargo, resulta paradójico que Lucas, que es, si se me permite la expresión, el evangelista más “social” de los cuatro, sea el que a la vez muestra un interés especial en presentar a Jesús rezando en los momentos fundamentales de su vida, como algo que debemos entender dirigido también a cada uno de nosotros: en su bautismo (Lc 3, 21); en la elección de los Doce (Lc 6, 12); antes de forzar la elección en sus discípulos (Lc 9,18); en la transfiguración (Lc 9, 28); en la oración espontánea de alabanza (Lc 10, 21), cuando les enseña la oración de relación filial con el Padre (Lc 11) y por supuesto, antes del prendimiento y en su pasión y su muerte (Lc 22,32-41; 23,46).
Jesús acudía a la sinagoga como un judío cumplidor más, pero dedicaba muchos más ratos de oración. Nos dice Lucas Jesús se retiraba con frecuencia a lugares solitarios a orar (Lc 5, 16), incluso apartándose de la gente o aprovechando la madrugada para ir a un descampado a buscar esa relación íntima con el Padre que llamamos oración. Este era su alimento principal.
Es cierto que una fe sin obras es una fe muerta, pero la oración es esencial para vivir el ejemplo de Cristo. Y esto lo hemos arrinconado. La actitud que mostramos, el cómo hacemos es esencial y para eso necesitamos luz y fuerza. Pero se nos ha olvidado rezar y estar atentos a la escucha; no nos parece importante o nos parece difícil y por eso le dedicamos en todo caso un tiempo accesorio, como si evangelizar fuese obra nuestra, y no el plan de Dios. No es así como actuó Jesús, según nos cuentan los cuatro evangelios, especialmente el texto lucano, tan orientado a lo que hoy llamaríamos justicia social.
La oración cristiana es relación con el Padre, y eso hay que alimentarlo si queremos dar fruto en humildad, en la escucha mutua, la comprensión y el diálogo, ahora en la clave sinodal del Papa. Por eso es necesario orar siempre y no únicamente cuando estamos en una situación apurada.
Tomemos el ejemplo de la santa Teresa de Calcuta, incansable cada día con el sari blanco y sus listas azules, que pasaba por lo menos tres horas al día en oración. Esto suponía para ella el motor de toda su labor activa. Cuenta un periodista que le entrevistó que, ante la cantidad de necesitados que se agolpaban en su centro, él no entendía que esta mujer dedicara tanto tiempo a rezar, cada día. La respuesta de la Madre Teresa fue muy concreta: Sin oración yo no podría trabajar ni media hora. La fuerza que tengo, Dios me la da a través de la oración… Y añadía: “Lo más importante que puede hacer un ser humano es rezar”.
¿Y cómo rezar? Teresa responde: “Siempre empiezo a rezar en silencio, porque es en el silencio del corazón donde habla Dios. Dios es amigo del silencio: necesitamos escuchar a Dios porque lo que importa no es lo que nosotros le decimos sino lo que Él nos dice y nos transmite”.
Me parece que estamos ante nuestra principal asignatura pendiente, que no es otra que la desvalorización de la oración fiándolo todo a la acción. La paradoja de Lucas es la misma que encontramos en Teresa de Calcuta… en Teresa de Jesús, en Ignacio de Loyola, y en tantos más.
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De su blog Vivir y pensar en la frontera:
Kôan del Espíritu
Entre Murcia y Tokyo: Memoria del Maestro Kadowaki
12.10.2021 | Juan Masiá SJ
Entre Oriente y Occidente, via Zoom, cruzamos el ecuador del año ignaciano coincidiendo con el tercer aniversario de la entrada del Maestro Zen P. Juan Kakichi Kadowaki SJ . en la Vida de la vida.
Las Jornadas sobreZen y Ejercicios espirituales, patrocinadas en común por el Zendo Sincronía (en Murcia, Pedro Vidal) y el Seminario de Filosofía y Espiritualidad P.Kadowaki (en Tokyo, Juan Masiá SJ) se centraron en la obra del jesuita japonés integrador de la mística paulina e ignaciana con la tradición espiritual Zen: “Meditación y compasión con el cuerpo y espíritu enteros asentados en el Lugar del Espíritu de Vida”.
Las ponencias siguientes enfocaron desde tres ángulos el libro póstumo del homenajeado, Aliento de Vida y Luz del Camino. El Espíritu, intérprete de la Palabra:
1.- Cómo tratar los Kôan y ser tratado por ellos.
En los Ejercicios espirituales del Zen laico recogemos el legado de los Maestros K. Koyama y S. Itô sobre la asimilación de los Kôan, integrándolo con la búsqueda ignaciana de los Kôan del Espíritu por parte del Maestro Kadowaki, seguidor del Maestro laico Ômori Sogen, en la línea del Zen de la escuela de Rinzai. Para el Principio y fundamento (Origen y raíz) y la contemplación para alcanzar amor (para ser alcanzado por el amor) los kôan básicos son: “El Espíritu grita en nuestro espíritu: Abba!” (Rom 8, ) y “Dar gracias siempre por todo sin quejarme de nada” (Ef 5, 20). (Ponencia de Pedro Vidal, Maestro Zen laico)
2.-Despertar a la vida: caer en la cuenta de que “la Vida me vive”
El punto de partida es siempre salir de sí y del punto de vista del yo cerebral, superficial, razonador y egocéntrico, para “despertar a la realidad de la Vida que me vive y constituye el origen y raíz de mi yo profundo que vive siempre y en todo momento presente a la Vida eterna”. En los Ejercicios ignacianos esta es la corriente de vida que circula desde el “Fundamento” hasta la “Contemplación para alcanzar amor” pasando por el descubrimiento de la “vida verdadera” que muestra el Aliento de Vida al hacerme reconocer en Jesús el Camino hacia la Luz de Abba, Fuente de la Vida. (Ponencia de Toshiro Oka SJ)
3.- El hilo conductor de los Ejercicios ignacianos: ¿Qué dice y hace el Espíritu en nuestro espíritu cuando practicamos la meditación y la compasión?
Kadowaki no concibe la práctica de los Ejercicios ignacianos y su interpretación si no está atravesada desde el principio al fin por la escucha del Espíritu y articulada con el lenguaje del Espíritu. Los dos puntos estrella de la Segunda Semana: encuentro (llamamiento) con “el Camino” y discernimiento de los engaños y extravíos por “nuestros caminos”, se viven precisamente a la luz del Espíritu del Resucitado que hace reconocer a Jesús como Camino (1 Co 12, 3) y guía para descubrir los engaños que nos extravían, tanto cuando “pedimos señales” como cuando “buscamos saber”, sin poder comprender la “locura y la debilidad “ de una trascendencia anonadada (1 Co 1, 22-25) .
Si Kadowaki, tanto en su manera de acompañar a los ejercitantes como en su modo de interpretar el texto ignaciano (en su traducción al japonés, publicada en la colección clásica de la prestigiosa editorial Iwanami), es capaz de trasponer el meollo de los Ejercicios en lenguaje no necesariamente teista, pero sin caer en ambigüedades monistas, es porque medita, piensa y habla el lenguaje de la vida en el Espíritu: “Ni dos separados, ni uno indiferenciado, sino dos en uno”, solía repetir el Maestro señalando el punto en que convergen la experiencia india de no-dualidad, el budismo Mahayana del Sutra del Loto y la espiritualidad cristiana, sobre todo paulina y joanea (Gal 2, 20: Vivo yo, ya no yo… Jn 14, 20: Abba en mí y yo en Él, yo en vosotros y vosotros en mí (Ponencia de J. Masiá, SJ).
El coloquio de la mesa redonda conclusiva giró en torno del tema paulino que sirve a Kadowaki para conjugar mística y hermenéutica más allá de los estereotipos sobre “pseudo-orientalismos exóticos” y “pseudo-occidentalismos racionalizadores”: la clave está en “interpretar espiritualmente -con el lenguaje del Espíritu- lo espiritual para personas espirituales” (1 Co 2, 13: pneumatikois pneumatiká synkrinontes).
El discipulado hispano-japonés del Maestro Kadowaki tiene acceso a su obra en ambas lenguas. Ver: Paulo no Seirei ni yoru Seisho Kaishaku (Hermenéutica espiritual paulina), Ed. Chisen, Tokyo, 2010; Aliento de Vida y Luz del Camino. El Espíritu, intérprete de la Palabra, San Pablo, Madrid, 2020. (Ver también la página web Zen laico. Escuela Zen Sincronía: https://sincroniazen.com/https://sincroniazen.com/author/pedrovidal/ )
Comentarios desactivados en Agustín Moreno Fernández: Los ejercicios de Ignacio de Loyola.
Recensión del libro de Juan Antonio Estrada.
Este último libro de Juan Antonio Estrada viene a suponer, una vez más, una referencia ineludible en el panorama de los estudios sobre la religión en general, y entre aquellos que de forma interdisciplinar (concienzuda, fundamentada y sólidamente) entrecruzan la filosofía, la teología y otras disciplinas de las humanidades y las ciencias sociales, como la historia del cristianismo y la psicología en el volumen que nos ocupa. Muy particularmente, en esta ocasión, esta obra no puede ser obviada por quienes se interesen por la espiritualidad hoy, en concreto la cristiana y, en estas coordenadas, la de Ignacio de Loyola.
El estudio supone un comentario exhaustivo de sus ejercicios, conjugando la precisión del detalle y la visión panorámica. De la genealogía histórica a los caminos transitados por los ejercicios espirituales de san Ignacio a lo largo de los siglos, hasta llegar a la actualidad. Estos se comprenden en su integridad y en sus diversas versiones; en la plasmación de los debates interpretativos a su respecto; en la concreción de su práctica secular tanto en la Compañía de Jesús como en la Iglesia católica universal; a través de diversas ópticas, propias y ajenas, que el autor hace comunicar entre sí: de su inserción en la biografía de Ignacio y en sus coordenadas socio-históricas, culturales, religiosas, teológicas y espirituales del siglo XVI y sus antecedentes, a las interpretaciones efectuadas por planteamientos como la psicología de Jung, el estructuralismo de Barthes, o la teología de Rahner, en el siglo XX, por nombrar algunos ejemplos. A lo que hay que añadir la propia valoración experta del autor que, sin quedarse en una compilación de puntos de vista, realiza un balance crítico, ponderado, riguroso y ecuánime que posibilita el aggiornamento que él mismo propone para estos ejercicios espirituales como un clásico llamado a pervivir en el futuro más allá del contexto de la espiritualidad cristiana.
El libro Los ejercicios de Ignacio de Loyola es, pues, a un tiempo: un libro de historia, un libro de espiritualidad, un libro de teología, un libro de filosofía, una obra de carácter biográfico, psicológico, literario, amén de actual. Un estudio interdisciplinar que aborda, abarcando con una visión de 360º y de profundidad radiográfica, un texto del siglo XVI, a través de una profusa bibliografía especializada en las principales lenguas modernas, y en el que se ofrece una hermenéutica que poquísimas personas pueden forjar y aplicar, dadas las especialísimas virtudes y condiciones formativas, intelectuales y personales de su autor, como refleja su biografía pública, su trayectoria de indiscutible rigor y repercusión internacional, tanto en docencia como en investigación en filosofía y teología, y que no excluye el ámbito de los ejercicios espirituales. Entre otras virtudes, la honestidad con la verdad, la erudición al servicio de la propia creatividad y la autoexigencia, que aquí se hacen patentes, son dignas de destacar, como el hecho de que no se elude ninguna cuestión, por espinosa o prolija que pueda resultar.
El volumen se compone de siete capítulos: 1. Liberarse para encontrar a Dios. 2. Conciencia de pecado y división interna. 3. La cristología, un proyecto de sentido. 4. Discernir, buscar a Dios y elegir. 5. La crisis final del seguimiento. 6. Otra forma de ver la vida y 7. Las reglas para sentir en la Iglesia. Se va haciendo un recorrido por cada una de las cuatro semanas de las que se componen los ejercicios espirituales, considerando los diversos ejercicios, meditaciones y contemplaciones, estudiando también las reglas para el discernimiento de espíritus más propias para las dos primeras semanas. Se conjugan la exposición, el análisis y la síntesis; las referencias históricas, eruditas y multidisciplinares, que alumbran las consideraciones propias de Estrada al respecto de cada cuestión. El autor recalca que estamos ante un texto muy peculiar, el de Ignacio, que es un método más que una doctrina (aunque no esté exento de presuposiciones doctrinales de todo tipo que se elucidan sin falta); el testimonio de una experiencia espiritual, hecha instrucción y reglas para aquellos que han de dar los ejercicios, que además es sometida al escrutinio de la psicología profunda, a la interpelación de la pregunta filosófica, al cuestionamiento histórico, crítico, teológico, hermenéutico, filológico, en un rico y continuo balance de perspectivas.
Entre las tensiones y dialécticas propias de Ignacio y sus ejercicios, así como en torno a su recepción y críticas (que en ocasiones tornan lo dialéctico en dilemático), podemos subrayar las siguientes entre: antropología y teología, libertad y gracia, orden natural y gracia sobrenatural, praxis y misticismo, teocentrismo y humanismo naturalista… No resultando extrañas consecuentemente, y como se dice reiteradamente en el libro, las acusaciones a Ignacio, ora sospechoso de pelagianismo, ora de iluminismo, o a la vez de ambas cosas. Entre las amplias y diversas evaluaciones de Estrada al respecto del santo de Loyola y el mundo de referencias de su método de ejercitación espiritual, citamos algunas a modo de ejemplo. El cuestionamiento de la teología sacrificial anselmiana de la que es deudor, más paulina que jesuana, y patente tanto en lo referido a la eucaristía como a la Pasión. O los déficits en la consideración ignaciana de la naturaleza intersubjetiva y social de la persona, que no se subraya, y su paradójico prácticamente olvido del Espíritu Santo, salvo alguna excepción, incluso en el discernimiento de espíritus, interpretado por Estrada como posible cautela ante las acusaciones de hereje iluminado en su época. Otro aspecto que se cuestiona, de nuevo no ajeno al tiempo en que vive el personaje, es el de una concepción periclitada de una eclesiología en tanto que jerarcología con “tendencia papalizante”, superada al menos documentalmente por el Concilio Vaticano II. Y, junto con ella, se revisa una concepción de la obediencia en nombre de Dios que va aparejada, y a través de la que se ha ejercido la manipulación legitimando arbitrariedades de la superioridad jerárquica en la orden jesuita y en la Iglesia. Una obediencia revestida de un carácter sacrificial, dolorista y hasta sadomasoquista incluyendo un instrumentalizado sacrificio del intelecto, que confunde la fe con el mantenimiento decisionista de un subproducto ideológico; apuesta ciega, sentimiento irracional y opción irresponsable, opuesta a su carácter personal y dialogal (en términos de W. Kasper, citado en la obra). Como advierte Estrada: “¡Y qué mayor presión que hacer, querer y pensar algo, en contra de las propias evidencias, en nombre de Dios!” (p. 396). Algo de lo que se han servido no pocos corruptores eclesiales hasta en los últimos tiempos protagonizando escándalos con no pocas víctimas. El autor del libro aboga explícitamente por “corregir la regla trece desde un “disentimiento” fiel a la Iglesia, que es lo que practicó Ignacio cuando se sintió movido a dificultar las decisiones del Papa”, en un ejercicio de la libertad (ejemplificado también a continuación con una referencia a la Congregación General 32 y el desacuerdo con Pablo VI al respecto de la discusión del cuarto voto en la orden).
Entre los aspectos que hacen que la espiritualidad ignaciana cobre especial resonancia en la actualidad se encuentran su sintonía con los vigentes planteamientos que enfatizan las inteligencias emocional y espiritual. La particular atención de Ignacio al cuerpo en la dinámica de la oración, con coincidencias con modos y prácticas orientales. El carácter práctico y aplicable a la toma de decisiones de su método de discernimiento espiritual, de nuevo atento a las (e)mociones y a la propia psicología, a la búsqueda y contemplación de Dios a través de todas las cosas. La consideración como “maestro de la sospecha” cristiano, consciente de las trampas y engaños de la subjetividad. La relevancia de la distinción entre medios y fines y su jerarquización para poner los primeros al servicio de los segundos en aras de un proyecto de vida y la clarificación de la propia identidad y el camino personal, donde es clave la noción de “indiferencia”, analizada excepcionalmente por Juan Antonio Estrada.
Quien tenga curiosidad por los debates intelectuales hallará relevantes disputas de contenido ignaciano como las encarnadas por Rahner y Kolvenbach (lectura renovada de acuerdo con coordenadas teológicas actualizadas vs. lectura tradicional), o entre Cusson y Fessard (acento del papel activo de la persona como agente de la historia junto con la gracia vs. relativización de ese papel y desconsideración del valor de las criaturas por sí mismas, solo supeditadas al fin supremo divino (incluso a pesar de ser valiosas para Dios mismo). Quien tenga interés por la filosofía y la teología hallará un variadísimo y enorme plantel de autores de toda la historia del pensamiento que sobrepasa las lindes del pensar filosófico y teológico y que se patentiza de forma dinámica y en diálogo múltiple entre ellos, seña característica del profesor Estrada, tanto en sus publicaciones como en su desempeño docente. Bien hubiera merecido la pena por parte de la editorial la confección de un índice onomástico al respecto al final del volumen.
La mera introducción al libro de Estrada es ya encomiable, como precisa justificación de cómo hemos de situarnos hermenéuticamente ante los clásicos, cual lo es san Ignacio con sus ejercicios, así como muestra de los propósitos y planteamientos que aborda el autor. Pueden resultar especialmente atrayentes los capítulos primero, tercero y cuarto, en tanto que son muy destacables cuestiones fundamentales de los ejercicios y que los trascienden, como la búsqueda de Dios y el discernimiento o la libertad, que se resalta en el insoslayable comentario en torno al texto del Principio y Fundamento (capítulo primero).
Podemos afirmar que estamos ante una nueva, ambiciosa y bien lograda empresa intelectual del catedrático de la Universidad de Granada Juan Antonio Estrada. Y que es ilustrativa de una distinción de Ignacio Ellacuría, citada en el libro, según la cual algo no se conoce si no se integran las tres dimensiones que distingue entre la noética de hacerse cargo de la realidad, la ética de cargar con ella y la praxis de transformarla. En este sentido cabe aseverar que el autor se hace cargo, carga y ayuda a actualizar la realidad práctica de los ejercicios ignacianos, asumiendo toda su complejidad y ambigüedades, que conoce fehacientemente, y que comenta situando a los lectores ante la perspectiva por él ya ganada al respecto de ellos, haciendo gala de un conocimiento no meramente teórico pero que jamás elude el componente teórico, que otros pretenderían esconder so pretexto de supuestas experiencias o revelaciones espirituales más o menos “puras”. Estrada no nos priva de nada en la exposición de todos los principios, en la letra y en el espíritu. Tanto los fundamentos y pilares de los ejercicios mismos de Ignacio, como los principios hermenéuticos. Tanto los presupuestos explícita e implícitamente asumidos por Ignacio, como los aplicados por él al analizarlos (sin eludir el principio de reflexividad), posibilitando la renovación en su aplicación práctica. Pues el estudio también se nutre –muestra de ello es además la bibliografía– de los ejercicios espirituales en sus desarrollos e interpretaciones a través de sus aplicaciones y ejercitaciones durante cinco siglos hasta llegar a nuestro hoy, en coherencia con la propuesta de la superación de límites y de reafirmación actualizada de su vigencia. Esta sería una de las mayores aportaciones del filósofo y teólogo Juan Antonio Estrada para todas aquellas personas cuya búsqueda espiritual es honesta y no están presas de la idiocia o el sectarismo teológico, espiritual, confesional, o filosófico de dogmas o escuela, incluido el dogmatismo escéptico. En particular, dado que el libro comenta el legado principal del fundador de una de las órdenes más señeras del catolicismo, la Compañía de Jesús, también será de utilidad para esta congregación. Eso sí, para quienes no entiendan que su pertenencia a ella o a sus instituciones debe ser sinónimo de sacralización y momificación, o acrítica beatería ingenua (o cínica) del legado de los ejercicios espirituales. Su dinamismo interno experiencial, el crítico ejercicio del discernimiento y la apertura mística que no es fuga mundi (sin exención a la tentación de caer en ella), indefectiblemente ligados a la biografía y al método del fundador de los jesuitas, trascienden las coordenadas concretas de su despertar espiritual y de su elaboración creativa e innovadora plasmada en los ejercicios. Si estos superan la tentación de su fetichización o esclerotización por dogmatismos píos o escépticos, ambos en la antítesis de una genuina búsqueda espiritual, pueden seguir siendo un aldabonazo en el primer cuarto del siglo XXI del segundo milenio del cristianismo, para seguir atendiendo a los signos de los tiempos en tantos ámbitos y fronteras y ante tantas cuestiones y retos del mundo actual, dentro y fuera de la órbita ignaciana y cristiana, objeto de estudio y de interés para las humanidades, la filosofía y las ciencias sociales. La contribución de Estrada resulta en este sentido una aportación de primer orden, llamada a ser un clásico en la literatura acerca de los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola.
Comentarios desactivados en Ignacio de Loyola: volver a Jesús, 500 años después, con Juan de la Cruz
Del blog de Xabier Pikaza:
Ignacio pensó que la Iglesia en conjunto había perdido la humanidad de Jesús… y quiso volver a ella , sabiendo que todo el resto de temas resultan accesorios para el cristianismo. Sólo Jesús, su historia pobre, su llamada al seguimiento, su persona.
El papa Francisco está siguiendo a Francisco de Asís (también centrado en la humanidad de Jesús), pero, al mismo tiempo, quiere volver a Ignacio, a su “ejercicio” personal de encuentro con Jesús. Así lo indican estas reflexiones, dentro del “año de Ignacio” (medio milenio después de su encuentro con Jesús, entre Pamplona y Loyola: 1521). Como segunda parte presentaré una comparación entre Ignacio y Juan de la Cruz, en su forma de entender y aplicar el Amor de Jesús.
| X. Pikaza Ibarrondo
1. IGNACIO, VOLVER A LA HISTORIA DE JESÚS
Ignacio fue un hombre de mundo: un señor de tierra vasca, guerrero, caballero, convertido, fundador universal, uno de los creadores de la Edad Moderna. Se dejó encontrar por Jesús y quiso caminar a su lado, en libertad. Por eso, sus “Ejercicios espirituales” (tras la primera semana de ajustes) son un ejercicio de encuentro radical con Jesús, a solas con el Evangelio.
Ignacio de Loyola ha ofrecido (en su libro de los Ejercicios Espirituales, en torno al 1530. el más poderoso e influyente de todos los retablos espirituales (literarios, meditativos) de la vida de Jesús para los tiempos modernos. Su tratamiento de la vida de Jesús es radicalmente bíblico y moderno… La iglesia actual, con Francisco papa jesuita, experto en Ignacio, Papa necesita volver a la historia de Jesús, con urgencia, con radicalidad… Todo lo demás son añadiduras.
Estos son los 51 momentos de su “historia de Jesús” a la que tenemos que volver… Es evidente que algunos de los temas de sus meditaciones se pueden y deben actualizar, ajustándolos mejor a la crítica histórica de la Biblia: Pero sería difícil hacer un esquema mejor de las tres semanas de Jesús…, es decir, de los momentos de su historia, con nacimiento, vida pública, pasión y pascua…
Nacimiento (Ejercicios 262-274): 1. Anunciación. 2. Visitación. 3. Nacimiento. 4. Pastores 5. Circuncisión 6. Magos 7. Purificación 8. Huida Egipto 9. Vuelta de Egipto 10. Vida oculta 11. Niño en templo 12. Bautismo 13. Tentación
Pasión (Ejercicios 288-298) 27. Predica. Templo 28. Última Cena 29. Cena-Huerto 30. De Huerto a Anás 31. De Anás a Caifás 32. De Caifás a Pilato 33. Juicio Herodes 34. Vuelta a Pilato 35. De Pilato a Cruz 36. Cruz 37. De Cruz a Sepulcro
Pascua (299-312) 1. Apar. Madre (apócrifa) 2. Ángel pascua (Mc 16) 3. Apar. mujeres (Mt 28) 4. Apar. Pedro (Lc 24, 33) 5. Emaús (Lc 24) 6. Jn 20: Disc. sin Tomás 7. Jn 20: Tomás 8. Jn 21: pesca final 9. Mt 28, 16-20 Misión 10. 1Cor 15, 7: 500 hermanos 11. 1Cor 15: Santiago 12. José de Arimatea (apócrifa) 13. San Pablo 14. Ascensión (Hech 1)
He querido recordar los temas de oración y encuentro con Jesús de Ignacio de Loyola, un hombre de Dios, de uno de los creadores no sólo de la nueva iglesia católica, sino del cristianismo y del pensamiento occidental moderno. Fue un precursor del racionalismo, de la organización eficaz, de la unidad de la empresa misionera de la Iglesia.
Pero fue, al mismo tiempo, un hombre de visiones y experiencias interiores, en contacto personal con el Dios que le hablaba por dentro, sin necesidad de visiones exteriores. Este Ignacio de la experiencia sigue siendo para nosotros un guía y maestro, no para hacer sin más lo que él hizo, sino para buscar al Dios de Jesús como él le buscó. Peregrino fue ignacio, peregrinos seguimos siendo nosotros
(Los textos que cito están tomados San Ignacio de Loyola, Obras completas, BAC, Madrid 1992; hay un desarrollo más extenso de esta vertiente espiritual de Ignacio en mi libro Enquiridion Trinitatis, Sec. Trinitario, Salamanca 2005, y, sobre todo, en Diccionario de Pensadores Cristianos, Verbo Divino, Estella 2011. Imagen 1: Herido en Pamplona. 2: Llega a Loyola. Libro sobre Juan de la Cruz).
IGNACIO Y JUAN DE LA CRUZ, TESTIGOS FUNDAMENTALES DEL DIOS DE JESÚS
Era tiempo de recrear el cristianismo, y lo hicieron, de formas distintas y complementarias, dos hombres que habían surgido del dolor y de un impulso superior de gracia, Ignacio de Loyola y Juan de la Cruz. Ambos realizaron su misión a partir de una experiencia personal, y a partir de ella abrieron caminos que aún seguimos recorriendo muchos.
Ignacio, militar de media nobleza, herido en el sitio Pamplona (1521), quiso hacerse soldado de Jesús, aplicando con sus compañeros un proceso de iniciación apostólica llamado Ejercicios Espirituales, con el que acabó asentándose en Roma, para crear, en el centro de la iglesia (1540), una sociedad llamada Compañía de Jesús, para reforma y revitalización católica. Su impulso y estilo misionero han marcado desde entonces la vida del catolicismo.
Juan de Yepes, llamado también de la Cruz (= SJC), pobre de solemnidad, apresado en un convento de Toledo (1577/78), descubrió al Jesús amado y salió a buscarle, formulando su experiencia en treinta canciones, que él mismo explicó y comentó, tras fugarse de la cárcel, a discípulos y amigos, especialmente mujeres, trazando así un tipo de guía (Declaración) que tituló Ejercicio de Amor. No quiso reformar la Iglesia, sino iniciar en ella un proyecto de amor, desde una zona, en apariencia marginal, de Andalucía.
Los Ejercicios de Ignacio, con su estrategia de seguimiento de Jesús y su organización casi militar, tuvieron un éxito fulgurante y fueron llevados desde Roma a todo el mundo, de la mano de los enviados de su Compañía (SJ), marcando hasta hoy la Contra-Reforma católica. Por el contrario, el Ejercicio de amor de Juan de Yepes, centrado en la experiencia de unión con el Amado, quedó casi oculto en comunidades de monjas, que lo copiaron y extendieron de forma generosa, aunque en privado, por miedo a inquisidores, hasta París y Flandes, donde se publicó primero (en francés: París 1622; en castellano: Bruselas 1627).
Los Ejercicios de Ignacio se extendieron de un modo abierto, promoviendo una visión universal de Jesús Capitán, en línea de meditación de sus misterios y compromiso apostólico. Por el contrario, el Ejercicio de Juan de Yepes se centró en el misterio único de Jesús Amado, y fue comunicando de un modo silencioso, entre grupos de iniciados (sobre todo religiosas), bajo un aire de sospecha, con riesgo de ser condenado, de manera que sólo apareció como plenamente ortodoxo, en unión con otros libros, en apariencia más ascéticos (Subida, Noche, Llama), cuando SJC, fue beatificado como penitente extremo el mismo año en que M. de Molinos publicó, también en Roma, su Guía Espiritual (1675), un libro que sería pronto condenada (y su autor encarcelado hasta su muerte, el año 1696, sin poder escaparse como hizo SJC).
A pesar de todo, el Ejercicio de Amor, que recibiría el nombre de Cántico Espiritual(edición de Madrid, 1630) se fue extendiendo a modo de guía espiritual de minorías, como obra de menor calado, hasta que la misma hondura de su experiencia y mensaje hizo que se entendiera y expandiera más tarde, ya en el siglo XX, como itinerario supremo de vida, en la Iglesia y fuera de ella, situándose en el centro de la conciencia y misión cristiana, con los Ejercicios espirituales de Ignacio, los dos testimonios y métodos de vida cristiana más significativos del catolicismo. Por eso he querido volver a comentarlo, en un momento en que el ciclo jesuítico de los Ejerciciosempieza a matizarse.
Es importante unir ambos testimonios, el camino de los Ejercicios espirituales Ignacio (centrado en la vida de Jesús herido y humillado, a pesar de sus ecos marciales) y el Ejercicio de Amor del Cántico Espiritual de SJC, como experiencia y palabra base del evangelio, en este tiempo de crisis, a los quinientos años de la “conversión” de Ignacio (2021).
Ignacio había presentado a Jesús más bien como “sumo y verdadero Capitán”(Ejercicios espirituales, 139). SJC le llama siempre Amado. Ambos títulos (Capitán y Amado) marcan la experiencia cristiana de la modernidad. Sin duda, el Amado del Ejercicio de Juan es el mismo Capitán de los Ejercicios Ignacio, pero ofrece una experiencia distinta de amor universal (¡mi Amado, las montañas…!), y puede ofrecerse hoy como ejemplo y texto base de la reforma y recreación universal del cristianismo (año 2021), en línea de evangelio.
Comentarios desactivados en Yo, Ignacio de Loyola…
“Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden.
Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participara los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia.
Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.
Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.
Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así.
Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida.
¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad?
Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios.
El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo
*
Karl. Rahner, Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy,
Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
San Ignacio (Azpeitia, 1491- Roma, 1556) y el Padre arrupe (Bilbao, 1907 – Roma, 1991).
Allá en Roma, en la iglesia del Gesù (Jesús), están enterrados san Ignacio de Loiola y el Padre Arrupe.
Jesuitas, y no jesuitas bien-pensantes consideran a ambos como los dos fundadores de la Compañía de Jesús: Ignacio la crea en el siglo XVI y el Padre Arrupe la reconduce en pleno siglo XX.
Los dos partieron o volvieron al principio y fundamento de la vida a Dios.
San Ignacio tras una primera parte más que turbulenta de su vida, vuelve a la piedra angular: al Señor. Ignacio de Loyola con su meditación fundamental que son los Ejercicios.
El P Arrupe, (Bilbao, 1907-Roma, 1991) hombre creyente y místico a fondo perdido, encauza la Compañía de Jesús hacia los pobres, marginados, (Teología de la Liberación).
En la ya histórica Congregación General (n 32) de la Compañía de Jesús, celebrada el 2 de diciembre de 1974, entre otras cosas los jesuitas dijeron y aprobaron:
o Nuestra Compañía no puede responder a las graves urgencias del apostolado de nuestro tiempo si no modifica su práctica de la pobreza. Los compañeros de Jesús no podrán oír “el clamor de los pobres”, si no adquieren una experiencia personal más directa de las miserias y estrecheces de los pobres» (n. 5)
o «Es absolutamente impensable que la Compañía pueda promover eficazmente en todas partes la justicia y la dignidad humana, si la mejor parte de su apostolado se identifica con los ricos y poderosos o se funda en la seguridad de la propiedad, de la ciencia o del poder» (n. 5).
Ser conscientes del momento viviendo desde el principio y fundamento tanto personal como eclesialmente. Reformas y contra-reformas.
No es fácil ser lúcido en el momento histórico -personal y comunitario- en el que nos toca vivir a cada cual, a la sociedad y a la iglesia. Las turbulencias suelen ser grandes, uno no ve por dónde tirar en las variables históricas que requieren discernimiento personal, eclesial, social, político, etc. Pero es bueno ser lúcido, humildemente lúcidos: El Señor es mi luz y mi salvación (salmo 26). Ser consciente, vivir despiertos y con las lámparas encendidas es una actitud muy humana y cristiana.
Allá por el siglo XVI, tiempos de Lutero, del Concilio de Trento y de San Ignacio, era necesaria una Reforma en la Iglesia que no terminaba de llegar. Finalmente vino del norte de Europa, de Alemania, promovida por Lutero, “padre” del protestantismo naciente, contra el que reaccionará Roma con su Contrarreforma tridentina.
Como fruto de la Contrarreforma fueron surgiendo diversos movimientos e instituciones católicas con la buena finalidad de elevar un poco el nivel de una iglesia que se encontraba en una situación peor que decadente. Surgen varios movimientos sacerdotales: los jesuitas con S Ignacio, el oratorio de sacerdotes de San Felipe de Neri (1515-1595), un poco más tarde los sacerdotes vicencianos (San Vicente de Paúl, 1576-1660), la Escuela sacerdotal francesa de San Sulpice del padre Olier ya en el siglo XVII, el movimiento sacerdotal promovido por el cardenal Bérulle (1575-1629), a su vez impulsado por San Francisco de Sales.
Fruto de esta Contrarreforma será una mejoría notable en la vida eclesial, que durará hasta mediados del siglo XIX, más o menos. A partir del s XIX surgirá un movimiento eclesiástico decadente en su teología, antimodernista a carta cabal. Esto llegará hasta nuestros tiempos con el paréntesis del Vaticano II, que supuso un paréntesis de libertad, de creatividad, modernidad.
También hoy la Iglesia necesita una gran reforma.
El obispo de Roma: Francisco.
Es evidente que la iglesia actual necesita una Reforma del peso y talante de la del siglo XVI. Buena prueba de ello es la renuncia de Benedicto XVI. ¿A qué se debe, si no, que Benedicto XVI se retirara? Benedicto fue muy consciente de que la Iglesia necesita una Reforma a fondo para la que ya se sentía sin fuerzas. Y dejó la puerta abierta…
Probablemente la Iglesia se enquistó en el siglo XVIII, se le atragantaron la Ilustración y la modernidad y todavía estamos pagando las consecuencias.
Dice Joao Libanio (teólogo jesuita brasileño) que durante treinta años, desde 1978 hasta la elección del papa Francisco hemos tenido dos pontificados en los que se paralizó cualquier avance.
Ahora, el papa Francisco tiene otro modo de entender las cosas, el cristianismo y la Iglesia. Es evidente que Francisco no es Benedicto, mucho menos todavía Juan Pablo II. Podrá hacer mucho o poco, el tiempo, la historia y los contrarios a Francisco dirán. Pero el Magisterio de y sus gestos, sus símbolos son más evangélicos: los pobres, vivir en Santa Marta y no en las estancias pontificias, reducción de protocolos litúrgicos y políticos, “menos doctrinarismo” y mayor acercamiento a los pobres, viaje a Lampedusa: puerto de las pateras, la empatía con la laicidad del Estado, una firme voluntad de cambio, de renovación y saneamiento de la Curia, de la Iglesia. No hay homilía o discurso en el que no haya una palabra del Dios de misericordia. Un hombre que no ha sacado a relucir los graves pero cansinos temas de los últimos tiempos eclesiásticos: la condena de teólogos, la homosexualidad, divorcios, bioética, etc.
A esta voluntad de reforma de Francisco se debe el frontal enfrentamiento de un buen puñado de cardenales, obispos y curas, además de laicos.
Hoy en día, como en tiempos de San Ignacio es necesaria una Reforma en la contrarreforma que surgió después del Concilio Vaticano II, un saneamiento a fondo de tantas cuestiones eclesiásticas que no tiene nada que ver con el Evangelio de Jesús.
Motivos para la esperanza.
El centro de la Iglesia no es el papa, ni el obispo, sino Cristo y el pueblo de Dios. No perdamos nunca de vista estas referencias. Pero es bueno que el Obispo de Roma sea un hombre que inspire esperanza y ánimo. Un hombre cercano al Evangelio y, por tanto, a los pobres, a los que sufren, etc.
Una Iglesia así es más creíble a la que hemos vivido estos últimos treinta años, más o menos.
Con Francisco, tal vez comenzamos a asistir a una recuperación de una Iglesia más limpia, más libre y más evangélica. Como diría san Ignacio: para mayor gloria de Dios y bien de la humanidad.
En muchos momentos de la vida nos puede embargar la tristeza, la decepción, él “no saber por dónde tirar”, podemos vivir desarbolados, en un desconcierto. Calma: en tiempos de desolación no hacer mudanza, decía san Ignacio. Es bueno, hace bien volver al principio y fundamento de la vida, que no coincide siempre con las posiciones históricas que se han dado, que nos han llevado a fundamentalismos fanáticos como los que hemos vivido y todavía conocemos y padecemos. Tanto personal como eclesialmente (incluso social y éticamente) hay que ir a los fundamentos. Ni el Derecho canónico coincide con el Evangelio ni lo eclesiástico con el Reino de Dios.
¿Quién podrá apartarnos del amor de Dios? (Romanos 8)
Cuando los vientos arrecian en el orden personal e institucional: crisis, problemas, situaciones, etc., es saludable (salud) permanecer en la roca que nos salva, tomar la mano que nos sostiene (salmo 94), cimentarnos en la piedra angular, en el principio y fundamento que decía San Ignacio.
Vivir superficialmente y huyendo hacia adelante con el peso de un supuesto pasado, no conduce a nada, los problemas siguen y nos persiguen.
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«Ver nuevas todas las cosas en Cristo» es salir al camino, para ir descubriendo a ese Dios que habita y trabaja en todas las criaturas, y contemplarlo en todo lo que nos acontece.
“La conversión es un proceso constante. Estamos invitados a afrontar heridas para curarlas; a hacer un camino espiritual profundo; a una aceptación de la diversidad de la propia vida, y de la de otros; y abrirnos a un mundo que sigue sorprendiéndonos, y sigue cambiándonos”, afirma el provincial, Antonio España, sj
Ignacio conecta con toda persona que desee llevar una vida plena, y nos enseña que es necesario pararse y ver quiénes somos, qué nos gusta, qué nos llena, hacia dónde queremos orientar nuestros esfuerzos
“Hoy, la sociedad también está herida. Un virus nos tiene a todos postrados. Lo que va a vivir Ignacio es que, aún herido, se sintió que no estaba abandonado. Podemos estar heridos, pero nunca abandonados”
Quinientos años de una herida, de un camino, de una conversión, de unos ejercicios espirituales. Medio milenio del momento en que el joven rico, Íñigo de Loyola, es herido en batalla contra los franceses en Pamplona. “Una herida que lo cambió todo”, señaló esta mañana el provincial de los jesuitas españoles, Antonio España, sj., durante la presentación de los actos de este Año Ignaciano.
Bajo el lema ‘Ignatius 500’, los jesuitas no quieren recordar su fundación, ni quedarse solo en lo que significa la Compañía. Quieren ir mucho más allá, buscando las raíces, en el dolor, el sufrimiento, la soledad y la búsqueda.
“Ignacio pasó, de gentilhombre, a ser un servidor de Cristo. Vive un proceso de cambio y transformación, para ver todas las cosas nuevas en Cristo. Eso es la conversión, eso son los ejercicios espirituales”, glosó el provincial de la Compañía. “Celebramos medio siglo de conversión, y de camino, de Ignacio de Loyola”. Y lo hacen con multitud de actos en el ámbito educativo, social, artístico, juvenil, turístico, religioso… Con Loyola, origen, y Manresa, destino, como ejes de unas celebraciones que arrancarán en la catedral de Pamplona el próximo 20 de marzo, y que tendrán un momento especial con la Eucaristía de celebración mundial, presidida por el Papa Francisco en Il Gesú de Roma. Muerte y vida, pasión, camino y resurrección.
Heridas cerradas, conversión y convocación
El provincial glosó las raíces de este Año Ignaciano en cuatro palabras, cuatro símbolos. En primer lugar, la herida cerrada, porque “uno no queda herido para siempre, hay sanación”. En segundo lugar, un camino espiritual, con “un maestro de un sendero espiritual en quien nos podemos ver estimulados”; una experiencia integral, “la conversión, que le lleva a florecer, y a lanzar una experiencia fundante”; y, finalmente, un ser abierto, porque “el itinerario personal de Ignacio se torna comunitario, lleno de ventanas a otras personas”. Y a la vocación se suma la ‘convocación’.
“En este recorrido surge la Compañía de Jesús”, explicó Antonio España, sj., “pero la conversión no es solo para la Compañía, sino para todo el entorno jesuita, para todos los que viven el fondo y el proceso de estos ejercicios”. Y aquellos lugares, las famosas periferias de Arrupe (y de Francisco), adonde llegan los seguidores de Ignacio. Con las víctimas, los niños, los inmigrantes y refugiados, las mujeres maltratadas, la ecología, la educación, la acogida… Y es que, añadió, “la conversión es un proceso constante. Estamos invitados a afrontar heridas para curarlas; a hacer un camino espiritual profundo; a una aceptación de la diversidad de la propia vida, y de la de otros; y abrirnos a un mundo que sigue sorprendiéndonos, y sigue cambiándonos”.
Qué movió a Ignacio
Por su parte, Abel Toraño sj., coordinador de ese Año Ignaciano, recalcó cómo lo importante “no es lo que hizo Ignacio, sino “¿qué le movió?”. “¿Qué movió a Ignacio a abrir una casa para atender a mujeres en situación de abusos, a enviar a compañeros a todo tipo de misiones, a promover una red de instituciones educativas? No es el qué hizo, sino qué le movió por dentro”.
“Al comienzo siempre hay una herida”, añadió. “Hoy, la sociedad también está herida. Un virus nos tiene a todos postrados. Lo que va a vivir Ignacio es que, aun herido, se sintió que no estaba abandonado. Podemos estar heridos, pero nunca abandonados”.
Ojalá viviéramos como sociedad lo que vivió Ignacio: la herida es posibilidad de camino, y encuentro. Justo este hombre quebrado en las piernas, va a ser peregrino”. ¿Una propuesta para hoy?
Lo importante es conocer a Jesús
Sí, respondieron los jesuitas. Porque, en realidad, “que la gente conozca a Ignacio es lo de menos, lo importante es conocer a Jesús. Ignacio no va a cambiar la vida de nadie, tiene que ser el pretexto para llegar a Jesús. Lo importante es que te cambie la vida Jesús”.
Toraño destacó los actos principales en España:
Misa de apertura: 20 de mayo jueves, en la catedral de Pamplona. Ese día hace 500 años cayó herido Ignacio (conmemorar una herida)
Apertura de la puerta santa de Manresa: 31 de julio (Experiencia fundante, ejercicios espirituales, que aconteció en la Cova de Manresa). El padre Rupnik ha renovado toda la iglesia del santuario, las ocho capillas laterales
Clausura en Loyola el 31 de julio de 2022. También Loyola está en una renovación de la santa casa, donde Ignacio, postrado en su lecho, empezó a pensar qué hacer con su vida
Otra fecha, a nivel global: el 12 de marzo de 2022. Ese día fueron canonizados Ignacio, Francisco Javier, Teresa de Jesus, Isidro Labrador y Felipe Neri, y habrá una jornada central de celebración en todo el mundo, con una Eucaristía en Il Gesú, presidida por el Papa Francisco.
Propuesta de Ignacio, propuesta de Evangelio
“Ahora que lo religioso está fuera del mapa, el foco está en Cáritas o en los misioneros. Tenemos que ver cómo lo hacemos, ser creativos”, recalcó el provincial, quien admitió que “la clave de lo que Ignacio puede ofrecer hoy es una integración personal, una experiencia que se da en el Evangelio y en la Iglesia. Esa es nuestra gran propuesta”.
¿Qué nos enseña Ignacio hoy?, cerró Toraño. “Que todos tenemos deseos de plenitud en nuestras vidas. Ignacio conecta con toda persona que desee llevar una vida plena, y nos enseña que es necesario pararse y ver quiénes somos, qué nos gusta, qué nos llena, hacia dónde queremos orientar nuestros esfuerzos”.
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De su blog Miradas cristianas:
¿Después de Trump? Del “sueño americano” a la situación actual
Me pregunto si no hay en las mentalidades que se creen progresistas una especie de falsa seguridad ilusoria de que el futuro es infaliblemente suyo.
Las izquierdas desconocen el pecado original y las derechas se aprovechan de él
Grandes autores, creyentes y no creyentes (Dostoievski, Berdiaev, Nietzsche, Sartre…) afirman que al ser humano le pesa tanto la libertad que, en cuanto se le concede, busca cómo cambiarla por un “plato de lentejas” de seguridad.
¿Dice Ignacio de Loyola exactamente eso tan citado de “en la desolación no hacer mudanza”?
Un viejo amigo norteamericano, profesor en una gran escuela de secundaria en EEUU, ha tenido el detalle de comentar mi artículo anterior (“Por el imperio hacia dios, saludo a Trump”), diciéndome que tiene estudiantes que “confían en una monarquía” y que en 22 años que lleva de enseñanza nunca le había ocurrido eso. Son chavales de familias ricas e incluso apelan a Platón (que “la democracia no trabaja y necesitamos un caudillo”). Efectivamente, la República de Platón parece creer que la democracia solo funciona en ese mundo trascendente de “las Ideas” donde está la verdadera realidad de las cosas. Para mayor complejidad confirma mi amigo que buena parte de los votantes de Trump no son gente rica. Y concluye diciéndome que su gran preocupación es que hay personajes aún más peligrosos que Trump que pueden presentarse y ganar unas elecciones (me da nombres concretos que prefiero no citar).
Le contesté sugiriendo la oportunidad de investigar cómo ha sido posible pasar del precioso “sueño americano” del s. XVIII a la situación actual. Luego he caído en la cuenta de que la pregunta puede generalizarse: cómo el precioso sueño de la revolución francesa (“libertad, igualdad, fraternidad”) pudo acabar en Robespierre y Napoleón… O cómo aquella preciosa revolución sandinista (que cantaba: “nuestro pueblo es el dueño de su historia” y “adelante que es nuestro el porvenir”), ha podido acabar en esa especie de trumpnica que es el señor Ortega.
Hace casi 50 años, tras la primera reunión hispana de “cristianos por el socialismo” (donde estuve presente), escribí una carta en la que aplicaba a las izquierdas la frase de Pablo de Tarso en Fil 2, 12: “realizar la salvación con temor y temblor” (recogida en La teología de cada día, pgs. 358ss). Aquello no gustó a algunos (“si nos quitas la seguridad, ya no nos comprometeremos”…) y, desde entonces, me he preguntado si no hay en las mentalidades que se creen progresistas una especie de falsa seguridad ilusoria de que el futuro es infaliblemente suyo.
En contra de lo que decía una apologética miope, el gran daño que hizo Marx a la causa revolucionaria (a pesar de lo acertado de sus análisis sociales), no fue el ser ateo sino el ser supersticioso. Hay ateísmos muy respetables aunque haya otros risibles o, como decía la ironía sutil de Homero: “no muy dignos de envidia”. Pero en la visión cristiana del mundo, la superstición es mucho más pecado que el ateísmo. Y la superstición de Marx consistió en creer que hay una ley infalible en la materia que conduce la historia hacia el paraíso. Más o menos como creer que la Virgen se aparece de vez en cuando para decirnos lo que hemos de hacer…
Esa superstición marxiana dañó a muchos cristianos haciéndoles creer que la fe consiste en “creer que este mundo tiene remedio” y no en creer que tiene un pleno sentido la lucha para que este mundo tenga remedio: porque ahí “va Dios mismo en nuestro mismo caminar”. Además, esa superstición marxiana abarató fatalmente a las izquierdas y les dio una fe de carbonero en el futuro, azuzada además por la idea de la violencia como “partera” que acelera el nacimiento del paraíso. Creo que esa ilusión ha vuelto ligeras y perezosas a muchas izquierdas, obsesionadas por paladear ya los frutos de la revolución…, mientras que las derechas (que no defienden ideales sino sus propios privilegios), acaban siendo más diligentes y más cuidadosas. Aprendí por aquel entonces que “las izquierdas desconocen el pecado original y las derechas se aprovechan de él”.
Eso explica la inevitable amenaza de degeneración que acosa a todas las revoluciones, y que sus protagonistas suelen ignorar. Para decirlo de manera bien simple y concreta, ya que antes aludí a Nicaragua: tras el triunfo de la revolución, conocí conductas de militantes sandinistas que resultaban bien poco ejemplares en el triple campo clásico de “sexo, dinero, poder”. Y oí, como justificación que “después de tantos años de sacrificio en la guerrilla y las montañas, tengo derecho a estas compensaciones”. Es solo un ejemplo mínimo, pero bien visible, de todo lo antes dicho.
2.- Porque el sujeto de la historia es el ser humano.
Cuando me hago estas preguntas y reflexiones, tropiezo con ese dilema tan humano entre libertad y seguridad. Grandes autores, creyentes y no creyentes (Dostoievski, Berdiaev, Nietzsche, Sartre…) afirman que al ser humano le pesa tanto la libertad que, en cuanto se le concede, busca cómo cambiarla por un “plato de lentejas” de seguridad. Como el Esaú bíblico…
Tropas nazis desfilan por una calle de Viena
La libertad de los inconscientes es la única soportable; pero acaba convirtiéndose en una esclavitud tácita y manipulada. Mientras que cargar a solas con el riesgo de una decisión libre, produce un vértigo tal que procuramos eludirlo como sea: “no hay para el hombre preocupación más grande que la de encontrar cuanto antes a quién entregar ese don de la libertad con que nace esta desgraciada criatura”, le dice a Jesús el Gran Inquisidor de Dostoievski, consciente de que el mesianismo de Jesús (como enseñó Pablo) es un regalo de libertad y que por eso fue rechazado: “al estimar tanto al hombre le exigiste demasiado; de haberlo estimado en menos le habrías exigido menos y eso habría estado más cerca del amor”, continúa el inquisidor.
Y así es como se puede llegar a la pregunta del bestseller francés (E. Carrère) de cómo es posible que “la doctrina más subversiva que ha existido jamás [que, para él es el mensaje de Jesús, aunque se confiesa no cristiano] se asocie con el conservadurismo”(en Vida Nueva, nº 2998).
La parábola citada de Dostoievski es una parábola cristiana. Pero tiene también una versión laica. Remitiría para eso al capítulo que dedican M. Horkheimer y T. Adorno (en Dialéctica de la Ilustración) a lo que ellos llaman “la personalidad autoritaria” y que no designa al hombre que quiere mandar, sino al que quiere ser mandado, para conquistar así la tranquilidad y evitarse riesgos. De modo que, según el análisis de estos autores, los fascismos aparecen no solo porque haya hombres que quieren ser dictadores sino porque hay gentes que desean ser dictadas. Lo que parece confirmarse por los fanáticos gritos y entusiasmos delirantes que acompañan y aclaman a esos dictadores.
“La gente quiere estabilidad”, repetía don Mariano Rajoy. Y, no sé por qué, cada vez que se lo oía, recordaba un viejo canto que aún alcancé a oír en mi infancia: “si los curas y frailes supieran, la paliza que les van a dar – subirían al coro cantando: libertad, libertad, libertad”. Ahora parecía que aquella letra se ha cambiado y sugiere que si muchos progresistas supieran los jaleos que van a encontrar, votarían sin duda gritando: “seguridad, seguridad, seguridad”…
3.-Y el hombre es una dialéctica que nos es imposible asumir a la vez.
Por verdadero que sea lo que acabo de escribir, hay que afirmar que no es más que una cara de la moneda y que igual de verdadera es la cara contraria: a pesar de todo lo dicho, el ser humano busca tenazmente la libertad y el progreso. La historia avanza así de una manera dialéctica y oscilante dando pasos adelante y otros pasos para atrás. Como la burrita de Pedro Infante…
Personalmente, sigo convencido de que (al menos hoy, y aunque he defendido siempre la necesidad de una izquierda y una derecha) los valores más humanos y más cristianos están del lado de la izquierda. Eso solo supone una responsabilidad histórica mucho más grande para las izquierdas de hoy, que las libere de su aburguesamiento y les ponga delante la figura de Moisés que, después de tantos sudores y sinsabores, se quedó “sin entrar en la tierra prometida”. Por ejemplo: he defendido siempre la necesidad de una despenalización legal del aborto, como mal menor. Pero hablar de un “derecho” al aborto, me parece una traición egoísta de los ideales de la izquierda. El aborto no me es un “derecho humano” sino un “derecho inhumano”, es decir: un egoísmo bien vestido.
Y aún queda un último episodio sobre el que reflexionar: si no me equivoco, este enero se cumplen diez años de lo que se llamó la revolución islámica. Hay cierto consenso en que esa revolución ha fracasado: “salvo en Túnez”, dicen algunos. Pero en Túnez reina un profundo descontento por los resultados de aquella revolución: hubo cambio de presidente pero no de situación. Hoy quizá se podrá criticar a Mahoma; pero el hambre, la pobreza o la vivienda mísera siguen siendo las mismas que hace diez años; y la ilusión de sus jóvenes sigue siendo emigrar a Italia. Sin negar la multitud de causas que suelen alumbrar cada episodio histórico, me parece claro que, en este fracaso, una de ellas ha sido la falta de modelos válidos. Nuestras presuntas democracias, donde caben tanto las fanfarronadas de Trump, como los pequeños holocaustos de Netanyahu, los chantajes de las multinacionales y las personas que mueren de frío por la noche en la calle, no son alicientes para una empresa tan seria.
4.- La noche oscura de la historia.
Exaltación del fascismo en la Plaza de Santiago de Madrid RD
Nuestra historia atraviesa, por tanto, una hora de eso que se llama “desolación”. La globalización de la indiferencia (diagnosticada como nuestro mayor pecado) intentaba ocultarnos esa oscuridad. Hasta que la inesperada pandemia nos ha obligado a reconocer que quizás sí que estamos en una hora oscura de la historia.
Para estos casos es tópico citar la frase de Ignacio de Loyola: “en tiempo de desolación no hacer mudanza”. Pero Ignacio matiza un poco más: no hay que hacer “mudanza de los propósitos y determinación en que estábamos el día antes” (EE 318)”. Pero sí que hay que “mudarse contra la misma desolación”. ¿Cómo?: “en mucho más examinar”, en más oración y “en algún modo conveniente de hacer penitencia” (319).
Este “más examinar” me ha recordado que ya en el que casi fue mi primer libro, aludí a la afirmación de J. J. Rousseau en su Contrato social: el gobierno democrático es una fórmula solo para ángeles, no para hombres. Y añadí a esa cita otra de Graham Greene al final de El poder y la Gloria: “el comunismo sería fantástico si los hombres fueran santos” (La Humanidad Nueva p. 100 de la última edición). Y lo que pasa es que los hombres no son ángeles ni santos pero, para un creyente, son “imagen y semejanza de Dios”.
Sin mudar pues “el propósito” de la democracia, llegaríamos a la percepción de que el problema está en las personas aún más que en los sistemas, que son construidos y utilizados por las personas. Está en ese (tan mal llamado como verdadero) “pecado original”, que lastra y deforma el progreso humano.
Eso por lo que toca el primer consejo ignaciano de “más examinar”. Por lo que hace al segundo, que no habla solo de penitencia sino de una penitencia “conveniente”, creo que la misma mentalidad ignaciana de las “dos banderas” y los llamados “tres binarios” (o formas humanas de conducta) nos lleva a poner la atención en la riqueza: en aquella pasión que impide al hombre salvarse (Mc 10,23) y que “es la raíz de todos los males” (1 Tim 6,10), tanto a niveles individuales como estructurales. Un sistema montado sobre (y para) el enriquecimiento será un sistema perverso; y ello nos permite sospechar que quizá haya sido el capitalismo la causa de la actual crisis de la democracia: porque la persecución del máximo beneficio (contraria a esa civilización de la sobriedad compartida), genera desigualdades cada vez mayores entre las personas, destruyendo la intención igualitaria de la democracia, y dando al dinero la primacía sobre el trabajo: en “el choque de intereses (que enfrenta a obreros y amos), la ventaja estará siempre de parte de estos que obligarán a aquellos a someterse… Y el legislador toma siempre como consejeros a los amos”. Estas palabras no son de K. Marx sino… ¡de Adam Smith! en su obra más clásica (La riqueza de las naciones, Madrid 1961, p. 75.). Resistir al capitalismo sí que sería una “penitencia conveniente”.
La situación actual nos deja pues la siguiente lección: no es verdad que la historia progrese siempre. Puede progresar pero también puede retroceder (como es posible ver también en la evolución de las especies). Y el progreso solo quedará garantizado cuando se dediquen a la educación las mejores energías de los gobiernos: entendiendo por educación no una mera capacitación técnica, sino el esfuerzo por sacar lo mejor de cada educando y de cada persona. Educación viene del verbo latino “educere”: sacar de dentro. No habrá hoy penitencia “más conveniente” que dedicar a una educación seria, universal y gratuita, buena parte de cuanto dedicamos al consumo, a las armas o a las mil adormideras que han convertido el deporte en mero espectáculo. Porque, como suelo decir: “democracia sin educación es dictadura de algún bribón”.
5.- Un ejemplo de hoy
Esos dos consejos ignacianos se parecen mucho a lo que se propuso Etty Hillesum, la gran testigo del siglo pasado, en un momento de mayor desolación que la nuestra. Por un lado, ser “el corazón pensante de los barracones” que atentos a la urgencia de tantas necesidades no podían ni reflexionar sobre su situación: por aquí creo que llegaríamos a lo que acabamos de decir sobre el dinero.
Además de eso habla Etty de “ayudar a Dios”, expresión que escandalizó a muchos porque la entendían como si se tratara de ayudar a Dios en el gobierno del mundo. Pero Etty sabía que este mundo tiene su autonomía y no lo gobierna Dios; y que Dios trabaja en nuestros corazones y en nuestra profundidad. Ayudar a Dios significa trabajar para que no desaparezca de esa dimensión profunda de todos los hombres, casi inasequible a veces. Lo antes dicho al hablar de la educación como el esfuerzo por sacar lo mejor de cada persona, sería una forma de ayudar a Dios.
Finalmente, Etty se propone “ser bálsamo para tantas heridas”. Sin renunciar, por supuesto al cambio del sistema cuando y como esto sea posible, queda la tarea de suavizar las heridas de todos aquellos a los que el sistema maltrata para enriquecer a otros. La palabra bálsamo me parece muy acertada porque no indica protagonismo ni superioridad ni crítica sino simplemente “cuidado”, ese tesoro tan femenino cuyo aprendizaje se nos pide hoy con toda razón a los varones.
En este tercer punto las tareas son tan múltiples y tan variadas que cada cual deberá preguntarse cuál es la que le toca a él. Pero me ha parecido que valía la pena insinuar un posible paralelismo entre los consejos que da Ignacio (a un nivel solo de desolación individual) y los propósitos de Etty (desde una óptica más comunitaria).
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“Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden.
Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participara los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia.
Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.
Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.
Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así.
Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida.
¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad?
Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios.
El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo
*
Karl. Rahner, Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy,
Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
Notas Biográficas de San Ignacio
S Ignacio nace en Loyola, Azpeitia, en 1491.
Cae herido gravemente en la defensa de Pamplona en 1521 en la defensa de Pamplona. En la larga convalecencia, comienza a fraguarse su conversión, que quedará plasmada en Manresa en 1.522. De esta época data su obra “Ejercicios Espirituales”: especialmente su primera meditación: Principio y Fundamento.
Tras una peregrinación a Tierra Santa estudiará teología en Barcelona, Alcalá, Salamanca y París. Será en París donde se encuentre y capte un grupo de jóvenes compañeros universitarios: Pedro Fabro, Fco. Javier, Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás Bobadilla, etc.
En 1.534, el día de la Asunción, en la iglesia de Montmartre de París hacen los votos, que constituyen prácticamente el nacimiento de lo que será la Compañía de Jesús. Este grupo naciente tiene intención de marchar a Tierra Santa, pero si no pudieran hacer este viaje antes de un año, marcharían a Roma para ponerse a disposición del Papa. En 1.540 el papa Paulo III aprueba solemnemente este nuevo movimiento religioso: La Compañía de Jesús, que junto con los “Ejercicios” es la segunda gran obra de San Ignacio.
S Ignacio muere en Roma, donde está enterrado, en 1.556 (entre la segunda y tercera etapa del Concilio de Trento).
Principio y fundamento
La primera meditación de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio es probablemente la piedra angular y lo más importante de la vida de San Ignacio y de toda existencia humana.
También esta es la cuestión radical de nuestra vida: ¿Cuál es cimiento de mi vida? ¿Por qué y para qué vivo?
Quien sabe de dónde viene y hacia dónde va en la vida, ya sabe mucho y definitivo en la existencia.
Como en los viajes en avión, también en la vida hay muchas turbulencias y -a veces- pasamos por situaciones difíciles: enfermedades, crisis personales, problemas familiares, económicos, noches oscuras de tipo religioso, comunitario, eclesiástico. Pero todo se sobrelleva si tenemos un principio y fundamento, una piedra angular en la que apoyarnos.
Esto para un creyente, para un cristiano es muy importante, es decisivo.
El principio y fundamento del ser humano es Dios no la economía, ni el poder, ni unos líderes políticos o eclesiásticos. La roca que nos salva, la piedra angular es Dios (JesuCristo).
Vivir desde este convencimiento profundo es fuente de una gran serenidad y confianza en la vida.
Europa: Pretender eliminar nuestro propio pasado es destruirnos.
Con alguna frecuencia ocurre que un presidente o líder político de una nación o de un estado no asiste a un acto religioso (en nuestro caso cristiano) que se celebra. Y la razón que aluden es que somos un estado aconfesional o laico. Estas escenas las hemos visto en Loiola y hace pocas semanas en el funeral por las víctimas de la pandemia celebrado en Madrid.
Esto es de una cortedad y mala educación mental y cultural infinitas.
Por una parte, los líderes políticos, más bien los gobernantes, gobiernan un pueblo en el que una gran mayoría son creyentes o de tradición cristiana. Ese pueblo merece un respeto y una dignidad por parte de sus dirigentes.
Probablemente el estado tiene que ser aconfesional, laico, pero ha de respetar y convivir respetuosa y educadamente con las diversas tradiciones religiosas que existan en ese estado.
Por otra parte, si a mí me invita un amigo a su boda budista, o de otra religión, yo no puedo ser tan corto y tan necio como para no asistir a la celebración y luego que “me echen de comer”. Si no somos buenos, que no lo somos, al menos seamos inteligentes y educados.
Muy genéricamente podríamos pensar que Europa se ha construido con un “poco” de filosofía griega (pongamos Platón) hace 2500 años), otro poco de ética judía (que eso es el Sinaí), y con una lectura cristiana de la vida desde la hondura de del Evangelio de JesuCristo y desde la ciencia, el pensamiento científico que va fraguando a partir del siglo XVIII.
Cuando se oye o se lee en los medios de comunicación los juicios que se emiten respecto de nuestro pasado cultural, filosófico, religioso europeo, no es que sea algo malo, sino que muestran una ignorancia infinita. Europa se construyó en torno a un esquema de pensamiento y de valores, que podríamos concretarlo gráficamente en el camino de Santiago. Europa se construyó antes -y mejor- “caminando hacia Santiago que con el euro (pura cuestión económica). Detrás de lo que hoy denominamos comunidad europea no hay más que una comunidad económica: dinero, euros, ahí no hay más.
¿De dónde ha surgido la ética, el concepto de persona, los valores como el respeto al ser humano y la libertad, justicia, etc. si no es de nuestra propia traditio cultural-cristiana?
Otra cuestión serán las interpretaciones, adaptaciones del Evangelio a cada momento de la historia. Pero sin memoria no hay futuro.
¿Momento agnóstico, increyente?
Tradicionalmente nuestro pueblo ha sido creyente, cristiano. Nuestras gentes eran creyentes, nuestra fe, nuestras costumbres y nuestro techo cultural era cristiano. Se solía decir que no había un lugar del mundo en el que no hubiera un misionero vasco.
Pero hoy en día es evidente que la marea cultural en la que vivimos el estado es aconfesional, muchas personas son agnósticas, algunos -los menos- llegan a ser ateos, y la mayor parte frívolos, superficiales y consumistas, que es el modus vivendi actual. También muchas personas -cristianas o no- son serias, honradas, aman la justicia, la paz, la bondad.
¿Qué nos ha pasado para que lo que “predica” la Iglesia tenga tan poco valor y vigencia en la sociedad? Las iglesias “están vacías” y tampoco la iglesia está presente en la sociedad. ¿A qué se debe, si no, la ausencia de una Palabra (logos) sensata, con sentido, de la iglesia en este gran problema en la pandemia? ¿A qué se debe que la iglesia haya pasado a ser irrelevante en la vida social, política, cultural?
Cuando las cosas van mal, hasta los equipos de fútbol hacen “autocrítica”. La Iglesia no tolera una crítica ni se hace autocrítica ¿Qué nos ha pasado en la iglesia? O quizás, ¿qué hemos hecho del Evangelio? Es cierto que en la pandemia muchas parroquias, religiosos y religiosas, ong, etc. han prestado y prestan un gran servicio asistencial, cáritas, comedores sociales, etc. Pero la Iglesia -a excepción del papa Francisco- no sabe decir una palabra de consuelo, de esperanza, de ánimo, de bondad, de alivio sicológico, humano. Los jerarcas siguen “erre que erre” con su doctrina y sus ritos, pero lejos del espíritu evangélico.
Ni el mundo entra ya en la iglesia, ni la iglesia entra en el mundo.
¿Tal vez es que los eclesiásticos hemos dejado de lado el evangelio?
el que quiera salvar su vida, la perderá.
Esta expresión de Jesús: el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará, estará después muy presente en la espiritualidad ignaciana.
Es una gran verdad: cuando nos buscamos siempre a nosotros mismos, terminamos siendo unos ególatras vividores.
Vivir -humana y cristianamente- no es vegetar, “ni pasárselo bien”, ni tan siquiera ir a Misa según el aforo que nos permitan, vivir es convivir con los demás en el mundo, en familia, trabajo, comunidad eclesial, vivir es hacer, dar vida, sanar, creatividad.
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“Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden.
Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participara los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia.
Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.
Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.
Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así.
Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida.
¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad?
Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios.
El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo
*
Karl. Rahner, Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy,
Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
San Ignacio y su tiempo
Allá por el siglo XVI, tiempos de Lutero, del Concilio de Trento y de San Ignacio, era necesaria una Reforma que no terminaba de llegar. Finalmente vino del norte de Europa, de Alemania, promovida por Lutero, “padre” del protestantismo naciente, contra el que reaccionará Roma con su Contrarreforma tridentina.
Como fruto de la Contrarreforma fueron surgiendo diversos movimientos e instituciones católicas con la buena finalidad de elevar un poco el nivel de una iglesia que se encontraba en una situación peor que decadente. Surgen varios movimientos sacerdotales: los jesuitas, el oratorio de sacerdotes de San Felipe de Neri (1515-1595), un poco más tarde los sacerdotes vicencianos (San Vicente de Paúl, 1576-1660), la Escuela sacerdotal francesa de San Sulpice del padre Olier ya en el siglo XVII, el movimiento sacerdotal promovido por el cardenal Bérulle (1575-1629), a su vez impulsado por San Francisco de Sales.
A finales del siglo XVI y comienzos del XVII, como fruto de la disciplina del Concilio de Trento nace la obligatoriedad de la residencia de los Obispos en sus diócesis, pues eran más señores feudales trotamundos, que pastores. Nacen los seminarios para la formación del clero. Se reestructura la vida pastoral parroquial: comienzan a inscribirse y llevar adelante los libros parroquiales. El sacerdote, es el hombre centrado en los sacramentos y, sobre todo en la Eucaristía, está presente en la parroquia (el modelo, el tipo de sacerdocio será el cura de Ars, 1786-1859).
Fruto de esta Contrarreforma será una mejoría notable en la vida eclesial, que durará hasta mediados del siglo XIX, más o menos. A partir el s XIX surgirá un movimiento eclesiástico decadente en su teología, antimodernista a carta cabal. Esto llegará hasta nuestros tiempos con el paréntesis del Vaticano II, que fueron tiempos de libertad, de creatividad, modernidad.
San ignacio y nuestro tiempo. El obispo de Roma: Francisco.
Se suele decir, y creo que con buen criterio, que la Compañía de Jesús ha tenido dos fundadores: San Ignacio, lógicamente, y a mediados del siglo XX, el P. Arrupe, místico que dio un golpe de timón e introdujo la Compañía de Jesús en la modernidad, en la Teología de la Liberación (en los pobres).
Es evidente que la iglesia actual necesita una Reforma del peso y talante del siglo XVI. Buena prueba de ello es la renuncia de Benedicto XVI. ¿A qué se debe, si no, que Benedicto XVI se retirara? Benedicto fue muy consciente de que la Iglesia necesita una Reforma a fondo para la que ya se sentía sin fuerzas. Y dejó la puerta abierta…
Probablemente la Iglesia se enquistó en el siglo XVIII, se le atragantó la Ilustración y la modernidad y todavía estamos pagando las consecuencias. Con la excepción y paréntesis del Vaticano II, la Iglesia no ha asumido ni se ha adentrado en la modernidad, que por otra parte no es lo mismo que la moda zafia que esperan algunos católicos.
El papa Francisco es Jesuita y latinoamericano. Posiblemente tenga otro modo de entender las cosas y el cristianismo que nosotros, los europeos. Es evidente que Francisco no es Benedicto, menos todavía Juan Pablo II. El Magisterio de Francisco son sus gestos, sus símbolos: los pobres, vivir en Santa Marta y no en las estancias pontificas, reducción de protocolos litúrgicos y políticos, “menos doctrinarismo”, menos carrerismo eclesiástico y mayor acercamiento a los pobres, viaje a Lampedusa: puerto de las pateras, la empatía con la laicidad del Estado, una firme voluntad de cambio, de renovación y saneamiento de la Iglesia. No hay homilía o discurso en el que no haya una palabra del Dios de misericordia. Un hombre que no ha sacado a relucir los graves pero cansinos temas de los últimos tiempos eclesiásticos: homosexualidad, divorcios, bioética, etc.
Los modos pueden ser de religiosidad popular, pero la Reforma será más profunda y en serio. El Magisterio del Obispo de Roma son sus gestos, más que su teología.
Motivos para la esperanza.
El centro de la Iglesia no es el sistema eclesiástica, la curia, las disposiciones jurídicas, sino Cristo y el pueblo de Dios. No perdamos nunca de vista estas referencias.
Es bueno que el Obispo de Roma sea un hombre que inspira esperanza y ánimo. Francisco es un hombre cercano al Evangelio y, por tanto, a los pobres, a los que sufren, etc. ¿Podrá el papa Francisco llevar adelante la Reforma que hoy necesita también la Iglesia? El sector jerárquico ultraconservador que se está enfrentando a Francisco, saldrá “con la suya”?
Una Iglesia así es más creíble a la que hemos vivido estos últimos treinta años, más o menos.
Tal vez comenzamos a asistir a una recuperación de una Iglesia más limpia, más libre y más evangélica. Como diría san Ignacio: para mayor gloria de Dios y bien de la humanidad.
Comentarios desactivados en Yo, Ignacio de Loyola…
“Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden.
Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participara los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia.
Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.
Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.
Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así.
Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida.
¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad?
Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios.
El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo
*
Karl. Rahner, Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy,
Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8.
Comentarios desactivados en Ignacio de Loyola: El vasco más universal.
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01. ALGUNOS DATOS BIOGRÁFICOS DE SAN IGNACIO
Celebramos hoy la fiesta de nuestro patrono y paisano: San Ignacio de Loyola.
San Ignacio nace en Loyola, Azpeitia, en 1491. Inicialmente es militar y tras el accidente en 1521 en Pamplona del que queda herido y cojo para toda su vida, comienza a fraguarse su conversión en la larga convalecencia de Azpeitia, que quedaría plasmada en Manresa en 1.522. De esta época data su obra “Ejercicios Espirituales“: especialmente su primera meditación: Principio y Fundamento.
Tras una peregrinación a Tierra Santa estudia teología en Barcelona, Alcalá, Salamanca y París. Será en París donde se encuentre con un grupo de jóvenes compañeros universitarios: Pedro Fabro, Fco. Javier, Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás Bobadilla, etc. y en 1.534, el día de la Asunción en una capilla de Montmartre de París hacen los votos ya con la intención de marchar a Tierra Santa, pero si no podía hacer este viaje antes de un año, marcharían a Roma para ponerse a disposición del Papa. En 1.540 el papa Paulo III aprueba solemnemente este nuevo movimiento religioso: La Compañía de Jesús, que junto con los “Ejercicios”, es la segunda gran obra de San Ignacio.
Finalmente S Ignacio muere en Roma, donde está enterrado, en 1.556 (entre la segunda y tercera etapa del Concilio de Trento).
Cuando muere S. Ignacio, la Compañía de Jesús estaba ya bien cimentada: En 1.550 S Ignacio había terminado las Constituciones de la Compañía de Jesús y ésta contaba ya con más de mil miembros. Tras doce años de misionero principalmente en India, Fco Javier había muerto hacía unos pocos años, en 1.552 en Zancón, frente a China. Laínez y Salmerón eran grandes teólogos en aquellos difíciles tiempos. S Fco de Borja fundaba la universidad de Gandía.
01. SAN IGNACIO (AZPEITIA, 1491- ROMA, 1556) Y EL PADRE ARRUPE (BILBAO, 1907 – ROMA, 1991).
Allá en Roma, en la iglesia del Gesù (Jesús), están enterrados san Ignacio de Loiola y el Padre Arrupe.
Jesuitas, y no jesuitas, bien-pensantes consideran a ambos como los dos fundadores de la Compañía de Jesús: Ignacio la crea en el siglo XVI y el Padre Arrupe la reconduce en pleno siglo XX.
Los dos partieron o volvieron al principio y fundamento de la vida a Dios.
SAN IGNACIO tras una primera parte más que turbulenta de su vida, vuelve a la piedra angular de la vida: al Señor. Ignacio de Loiola con su meditación fundamental que son los Ejercicios.
El P ARRUPE, (Bilbao, 1907-Roma, 1991) hombre creyente y místico a fondo perdido, encauza la Compañía de Jesús hacia los pobres, marginados, (Teología de la Liberación).
En la ya histórica Congregación General (n 32) de la Compañía de Jesús, celebrada el 2 de diciembre de 1974, entre otras cosas dijeron y aprobaron:
o Nuestra Compañía no puede responder a las graves urgencias del apostolado de nuestro tiempo si no modifica su práctica de la pobreza. Los compañeros de Jesús no podrán oír “el clamor de los pobres”, si no adquieren una experiencia personal más directa de las miserias y estrecheces de los pobres» (n. 5)
o «Es absolutamente impensable que la Compañía pueda promover eficazmente en todas partes la justicia y la dignidad humana, si la mejor parte de su apostolado se identifica con los ricos y poderosos o se funda en la seguridad de la propiedad, de la ciencia o del poder» (n. 5).
o Sentimos inquietud a causa de las diferencias en la pobreza efectiva de personas, comunidades y obras (n. 6)
o En este mundo en que tantos mueren de hambre, no podemos apropiarnos con ligereza el título de pobres. Debemos hacer un serio esfuerzo por reducir el consumismo; sentir efectos reales de la pobreza, tener un tenor de vida como el de las familias de condición modesta… examinar capítulos de comidas, bebidas, vestuario, habitación, viajes, vacaciones… (n. 7)
02. SER CONSCIENTES DEL MOMENTO VIVIENDO DESDE EL PRINCIPIO Y FUNDAMENTO TANTO PERSONAL COMO ECLESIALMENTE.
No es fácil ser lúcido en el momento histórico -personal y comunitario- en el que nos toca vivir a cada cual y ala iglesia. Las turbulencias suelen ser grandes, uno no ve por dónde tirar en las variables históricas que requieren discernimiento personal, eclesial, social, político, etc. Pero es bueno ser lúcido, humildemente lúcidos: El Señor es mi luz y mi salvación (salmo 26). Ser consciente, vivir despiertos y con las lámparas encendidas es una actitud muy humana y cristiana.
En muchos momentos de la vida nos puede embargar la tristeza, la decepción, él “no saber por dónde tirar”, podemos vivir desarbolados, en un desconcierto. Calma: en tiempos de desolación no hacer mundanza, decía san Ignacio. Es bueno, hace bien volver al principio y fundamento de la vida, que no coincide siempre con las posiciones históricas que se han dado, que pueden conducir a fundamentalismos fanáticos como los que hemos vivido y todavía conocemos. Tanto personal como eclesialmente (incluso social y éticamente) hay que ir a los fundamentos: ni el Derecho canónico coincide con el Evangelio ni lo eclesiástico con el Reino de Dios.
¿Quién podrá apartarnos del amor de Dios? (Romanos 8)
Cuando los vientos arrecian en el orden personal: crisis, problemas, situaciones, etc., es saludable (salud) permanecer en la roca que nos salva, tomar la mano que nos sostiene (salmo 94), cimentarnos en la piedra angular. Vivir superficialmente y huyendo hacia adelante con el peso de un supuesto pasado, no conduce a nada, los problemas siguen y nos persiguen.
Por otra parte, volver al principio y fundamento no consiste mantener o recuperar numantinamente unas formas, sino descansar en el Señor: solamente en Dios descansa mi alma, (salmo 61). San Ignacio y el P Arrupe coinciden plenamente en el principio y fundamento, no tanto en las variables históricas. Las circunstancias históricas del siglo XVI, del siglo XX o del siglo XXI son muy diferentes, el principio y fundamento sigue siendo el mismo, pero el puente, la religación (religión) entre Dios y el hombre necesariamente cambia, las modalidades, expresiones, formas culturales cambian, a no ser que nos convirtamos en ultramontanos fanáticos.
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