Comentarios desactivados en “ Castillo, Lamet y Halík”, por Gabriel Mª Otalora
De su blog Punto de Encuentro:
| Gabriel Mª Otalora
Este mes se ha presentado el libro “Declive de la Religión y futuro del Evangelio“, de José Mª Castillo. uno de los que le hicieron los honores fue Pedro Miguel Lamet y acaba de escribir una reflexión en Fe adulta muy interesante sobre el tema. Tomás Halík, por su parte, ha publicado “La tarde del cristianismo” en donde expone la transformación de la necesaria religiosidad más allá de la religión cultural (sic). Su tesis es que nuestra crisis cristiana se manifiesta en la estructura eclesiástica que facilita la crisis de fe. El desvarío institucional nos aboca a una crisis de fe, a lo verdaderamente importante.
Ante la expectación que ha levantado Castillo, este otro libro ha pasado más desapercibido, cuando lo cierto es que apunta a lo mismo desde los claroscuros -contradicciones que diría Castillo- de nuestra fe cristiana y las consecuencias de desafección que estamos constatando en la Iglesia -entendida como institución- pretendiendo enseñar lo contrario de lo que vive.
Para Castillo, lo que más daño ha hecho al cristianismo y a la Iglesia es convertirse en Religión establecida y renunciar a vivir el Evangelio. Y ahora, que hemos entrado, en picado, en la crisis de la Religión y de Dios, empezamos a tomar conciencia de que al Dios trascendente solamente podemos conocerlo en la humanización de Dios, tal como lo vemos y lo palpamos en el Evangelio, en la vida y en las obras de Jesús.
Su libro es una llamada de atención a que la Iglesia no tiene futuro si no es desde el seguimiento creíble de Jesús recuperando como centro el Evangelio. Pero no matiza si se refiera a la iglesia institucional religiosa o a la iglesia como comunidad que experimenta al Dios de Jesús… No es lo mismo, me parece. Lamet, al tiempo que destaca en su artículo la sintonía de Castillo con el Papa Francisco y su mensaje, plantea dos “dudas” (sic) que las convierte en sugerencia a modo de preguntas. Aquí me centro en la segunda duda, que la formula de la siguiente manera: ¿El concepto de Religión solo se puede circunscribir a estructuras de poder, dinero y sometimiento? ¿No hay algo más? ¿No ha puesto Dios en el fondo del hombre una semilla de radical inquietud y búsqueda de lo transcendente, donde quiera que esté? ¿No ha llegado el momento de maduración de la humanidad que pueda acceder a cierta mística, aunque sea en calderilla?
Efectivamente, reivindica la religiosidad como relación intensa con Dios y anhelo íntimo al que tendemos y buscamos, cada persona en su contexto con sus claroscuros y condicionantes. El problema está en otro lado, en la contradicción entre lo que se predica y lo que se vive. El escándalo eclesial de la contradicción entre la doctrina y la práctica. ¡No existe un Dicasterio para velar por la ortopraxis, es decir, por la caridad! Es lo que tantas veces he cuestionado, que la institución sea más importante que el Mensaje. Y eso es lo que Castillo, a mi entender, no diferencia explícitamente -religión sociológica que busca seguridades vs. experiencia de fe- y que Lamet se lo sugiere en sus preguntas poniendo en valor la espiritualidad trascendente. Para Halík, la religión como experiencia no debe regresar porque nunca se fue, simplemente sigue cambiando como lo ha hecho a lo largo de toda la historia.
Recuperemos nuestra fe en Jesús, como alienta Castillo, en la divinidad de Jesús que dice Halík, mediante nuestra apertura solidaria a la revelación de Dios Amor en el sufrimiento de los hombres y mujeres del mundo. La Iglesia que vive la religión como ligazón íntima anhelante y coherente, alimentada por la oración, no puede asimilarse a la institución eclesial cimentada en el clericalismo -del que participa buena parte del laicado- como ya ocurriera en tiempos de Jesús. Por eso estamos necesitados de denuncias proféticas contra la perversión religiosa que reivindiquen la necesidad de humanizar lo divino, como hace Castillo en su libro, y Halík en el suyo al referirse a una posible nueva Reforma; eso sí, que no cause el trauma rupturista de la anterior.
Una crisis eclesiástica como la actual que nos ha llevado a la crisis de fe habrá que remontarla con humildad, volviendo a lo esencial con actitudes ejemplares de amor (como el previo para evangelizar). Pero una cosa es el desvarío del poder eclesial (clericalismo, vanagloria, adoctrinamiento) y su declive, y otra la vivencia religiosa de la fe en Cristo (religare) que apunta a un nuevo amanecer con la barca sinodal impulsada por Francisco en la que cabemos todos. Laus Deo.
Comentarios desactivados en Pedro Miguel Lamet: El futuro de la Religión según José María Castillo. Reflexiones sobre su último libro.
Leído en su blog:
Al prologar sus “Memorias”, definí su libro como la confesión de un profeta de nuestro tiempo, y, como tal, de un hombre rompedor, libre, molesto para unos, providencial para otros, que a sus noventa y dos años de vida escribe sus memorias sin tapujos, con humildad y osadía
Llega a afirmar que la Teología es “un saber sometido a censura”. Su clave para entenderla es la encarnación como humanización de Dios
Castillo en su nuevo libro ha desarrollado de una manera, si cabe más radical y apasionada, esta tesis tantas veces defendida, de que lo que más daño ha hecho al cristianismo y a la Iglesia es convertirse en Religión establecida y renunciar a vivir el Evangelio
De ahí la importancia que el profesor Castillo concede al “Dios humanizado”, que ve como única vía de hacer presente a Dios en nuestro lacerado mundo, y por una Iglesia que esté centrada en el Evangelio, porque “una Iglesia empeñada en observar fielmente la Religión es una institución que vive y comunica un Evangelio falsificado”
En su opinión, lo que la gente de hoy rechaza de La Iglesia no es la “maldad”, sino la “mentira”, la contradicción entre lo que predica y lo que vive
Al final pide como utopía cristiana diócesis más pequeñas, obispos nombrados por participación de la base, actualización de la liturgia inspirada en la primera Cena, estudio bíblico por parte de los fieles del Evangelio, diálogo con las Conferencias Episcopales y el obispo de Roma, y sobre todo insistencia en el Evangelio como una forma de vida y seguimiento de Jesús.
Mis preguntas sobre el futuro de la religión:
1: Aparte del cristianismo y la Iglesia: ¿no está buscando el hombre de hoy una experiencia de Dios por libre? ¿No era el tiempo dedicado a la oración la fuente del mensaje troncal de Jesús y “la vid y los sarmientos”?
2: ¿No ha puesto Dios en el fondo del hombre una semilla de radical inquietud y búsqueda de lo transcendente, donde quiera que esté? ¿No ha llegado el momento de maduración de la humanidad que pueda acceder a cierta mística, aunque sea en calderilla?
A través de la oración o el silencio, un vacío, una nada ilimitada, no pocos hombres y mujeres buscan hoy su verdadera identidad. Ya lo dijo también Jesús: “Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”. (Mt 6.6).
| Pedro Miguel Lamet
El pasado jueves 13 de abril tuve la oportunidad de presentar junto a José Manuel Vidal el último libro de José María Castillo,“Declive de la Religión y futuro del Evangelio”, en la iglesia de San Antón, ese espacio de libertad que mantiene vivo el padre Ángel. Un libro excelente sobre muchas de las contradicciones que vivimos en la Iglesia. Pero quiero ofrecer aquí el texto escrito y completo de mi intervención porque considero importante que se conozcan algunos matices que expuse allí, ya que, aunque comparto enteramente la tesis de Castillo, creo que se están produciendo otros hechos que quizás puedan complementar y ampliar cómo se vive hoy la Religión en sentido amplio en muchos puntos de nuestro mundo.
Hace un par de años, cuando José María Castillo, me concedió el privilegio de prologar sus Memorias escribí: tienes entre las manos la confesión de un profeta de nuestro tiempo, y, como tal de un hombre rompedor, libre, molesto para unos, providencial para otros, que a sus noventa y dos años de vida escribe sus memorias sin tapujos, con humildad y osadía, gracias a una prodigiosa mezcla de vida y pensamiento, que constituye todo un aldabonazo a nuestra sociedad y sobre todo a la Iglesia católica a partir de la centralidad del Evangelio.
La experiencia del profesor Castillo
Subrayaba entonces su experiencia humana e intelectual en los centros de estudio donde ha ejercido su profesorado como Córdoba, Granada, Roma, El Salvador y otros muchos lugares. Sobre ello Pepe afirma: “Esta Iglesia, a la que tanto debo, es la Iglesia que vive en una enorme y palpable contradicción. Es la contradicción que consiste en que la Iglesia enseña (o pretende enseñar) exactamente lo contrario de lo que vive. Y es el “clero”, lo digo sin rodeos, el que lleva la batuta de esta enorme orquesta ruidosamente desafinada”. Particularmente sensible a las contradicciones, estas estallan en su vida cuando se le prohíbe enseñar en Granada y al mismo tiempo se le admite, e incluso se le anima, a hacerlo en la UCA de San Salvador. “¿En Granada yo era peligroso y en El Salvador no lo era? ¿Cómo se explica esta contradicción?”. ¡Por lo visto la razón formal es que la de Granada era facultad eclesiástica y la de San Salvador civil! Como si la verdad dependiera de etiquetas.
Sea como fuere, la trayectoria teológica de Pepe Castillo, insuflada de una enorme cultura y cientos de libros asimilados y otros escritos por él, es una continua superación de censuras y de problemas de libertad de cátedra. Llega a afirmar que la Teología es “un saber sometido a censura”. Su clave para entenderla es la encarnación como humanización de Dios. Por eso afirma en una estrecha unión de inmanencia y trascendencia: “Si luchamos en serio por ‘humanizar’ esta sociedad y este mundo, entonces y sólo entonces, podremos pensar en serio que estamos luchando por ‘divinizar’ nuestra existencia”. Para señalar lo que distingue a un cristiano del que no lo es, afirma que se produce cuando “sólo queda en pie el amor, la bondad y el comportamiento que cada cual ha tenido en su vida con sus semejantes”.
Pues bien, en este libro que presentamos, titulado Declive de la Religión y futuro del Evangelio, Castillo ha desarrollado de una manera, si cabe más radical y apasionada, esta tesis tantas veces defendida, de que lo que más daño ha hecho al cristianismo y a la Iglesia es convertirse en Religión establecida y renunciar a vivir el Evangelio. Lo hace a través de 55 breves capítulos de fácil y amena lectura, donde expone esta contradicción desde muy diversos ángulos, como un berbiquí o vueltas de tornillo donde de forma histórica, exegética y teológica; lo que permite al lector taladrar de manera sencilla y a la vez implacable el fondo de estas contradicciones.
El Dios humanizado
Ya en sus Memorias y en sus otros libros Castillo defendía que el problema del hombre es Dios, y solamente en el Evangelio de Jesús, algo que en su opinión la Iglesia ha olvidado, volvemos a la centralidad. “Hizo falta pasar por la crisis religiosa, que provocó la Ilustración, para darnos cuenta de que a Dios no lo conocemos. Y ahora, que hemos entrado, en picado, en la crisis de la Religión y de Dios, empezamos a tomar conciencia de que al Dios trascendente solamente podemos conocerlo en la humanización de Dios, tal como lo vemos y lo palpamos en el Evangelio, en la vida y en las obras de Jesús”. De ahí la importancia que el profesor Castillo concede al Dios humanizado, que ve como única vía de hacer presente a Dios en nuestro lacerado mundo, y por una Iglesia que esté centrada en el Evangelio, porque “una Iglesia empeñada en observar fielmente la Religión es una institución que vive y comunica un Evangelio falsificado”.
No hace falta recordar que Pepe ha declarado en muchas ocasiones su amor a la Iglesia, “pero precisamente porque la quiero tanto -afirma-, por eso no me puedo callar lo que yo veo como el fenómeno de fondo que ha desquiciado lo que quiso Jesús, mi verdadero Señor, cuando se despojó de todo rango y dignidad, de toda posesión de bienes y grandeza”. Por eso la Iglesia no tiene futuro si no es desde el seguimiento de Jesús y recuperando como centro el Evangelio. En su opinión lo que la gente de hoy rechaza de La Iglesia no es la “maldad”, sino la “mentira”, la contradicción entre lo que predica y lo que vive, y será creíble cuando sea capaz de romper las fronteras discriminatorias entre el clero y el laicado, el hombre y la mujer, y no convierta los ritos en una forma de liberarse de los miedos o de enorgullecerse como el fariseo frente al pobre publicano.
Quizás la mayor novedad, que ya ha apuntado Pepe en otros escritos, es su sintonía con el papa Francisco. La humanidad de un papa que a duras penas tolera distinciones y superioridades y centra su pastoral en la cercanía con los pobres, los ancianos, los inmigrantes, los enfermos, los más pequeños. Quizás un aspecto que corrobora este talante de Francisco es que en los diez años de su pontificado no ha condenado a un solo teólogo, en contraste con lo que he señalado en un reciente artículo publicado en “Vida Nueva”, Los años de la mordaza, una época donde casi a diario asistíamos a un episodio de censura, condena, represión o castrantes medidas contra la investigación y libertad teológica, de opinión, información y expresión, fenómeno que, como sabemos, experimentó, el profesor Castillo en propia carne.
Frente a la Religión, entendida como estructura de poderío, dinero y corrupción, que está propiciando la desafección y decadencia de la Iglesia, defiende como solución la vuelta al seguimiento de Cristo y su Evangelio. Comulgo enteramente pues con la tesis de este lúcido último libro de mi maestro y amigo, así como sus consecuencias finales que rozan la utopía: diócesis más pequeñas, obispos nombrados por participación de la base, actualización de la liturgia inspirada en la primera Cena, estudio bíblico por parte de los fieles del Evangelio, diálogo con las Conferencias Episcopales y el obispo de Roma, y sobre todo insistencia en el Evangelio sobre todo como una forma de vida y seguimiento de Jesús, más allá de ritos y ceremonias, “que se revela la humanización del Dios transcendente y en la que se humaniza el ser humano”.
Otra búsqueda de lo trascendente
Ahora bien, como Pepe es un hombre de diálogo y apertura humanista, tengo un par de dudas que me sugiere la lectura de esta obra profética y que ahora quiero proponerle:
Primero: La tesis de José María Castillo está dirigida al pueblo de Dios católico y cristiano. Pero ¿cómo proponer una liberación al que ya no lo es para un mundo secularizado, que más que anticlerical y ateo, da espalda definitiva a las religiones monoteístas y ante tanta angustia busca un camino, el que sea? ¿Se le puede ofrecer y presentar de forma ejemplar y creíble el estilo de Jesús a ese mundo? Pero ¿y si ya está, como sucede de hecho, de espaldas o indiferente a todo eso?
Segundo: Karl Rahner dijo antes de morir que “el siglo XX ha sido el siglo del Hombre, y el XXI será el siglo de Dios”. ¿Qué quería decir con esta osada afirmación? ¿Se puede decir que esta profecía se está cumpliendo? En mi humilde opinión, el hombre actual secularizado, desde la libertad y la mayoría de edad que arranca de su nueva autonomía alcanzada a partir de la Ilustración, busca, tomando de aquí y de allá, una vía propia de espiritualidad para relacionarse con la trascendencia por libre. Está, podríamos decir, en un proceso de acercarse a la divinidad o al fondo trascendente de la realidad desde una síntesis personal, donde hay mucha ganga, sí, pero también una búsqueda sincera desde “el sabor a más de este mundo”, a través de prácticas de oración de Oriente y Occidente, meditación, silencio, yoga, zen, contemplación o como se quiera llamarlo. Esto no es una elucubración, es un hecho hoy también constatable, junto al sin sentido y el deterioro de una sociedad dominada por la tecnocracia
Castillo dedica un párrafo en la página 217 a la “intensa y frecuente vida de oración que practicaba Jesús”. Pero ¿no es lo más central de su vida? ¿No era su unión con el Padre la fuente esencial, principal y continua de su vida? ¿No es su imagen de la vid y los sarmientos, junto al mandamiento del amor, el mensaje troncal a sus seguidores poco antes de morir?
Por supuesto que comparto enteramente, como imprescindible y urgente, la tesis de que el seguimiento ha de ponerse en la vida, los principios éticos que nos legó, que suponen primero dejar, renunciar a todo, sobre todo del propio ego, principal escollo de los apóstoles para entender el Reino anunciado a los pobres. Pero esto, ¿no lo llegaron a alcanzar sus seguidores más comprometidos solo plenamente al recibir, después unidos en oración con María, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés?
Y de aquí se deduce en consecuencia otra pregunta: ¿Qué hace un hombre perdido en una isla o en su mundo ajeno al mensaje del Evangelio o inmerso en tradiciones y religiones que nada tienen que ver con Jesús? A veces no tienen otro referente que su Religión, aunque sea primitiva y limitada ¿El concepto de Religión solo se puede circunscribir entonces a estructuras de poder, dinero y sometimiento? ¿No hay algo más? ¿No ha puesto Dios en el fondo del hombre una semilla de radical inquietud y búsqueda de lo transcendente, donde quiera que esté? ¿No ha llegado el momento de maduración de la humanidad que pueda acceder a cierta mística, aunque sea en calderilla?
La experiencia de lo Uno
El monje benedictino Willigis Jäger, maestro zen y autor de numerosos libros de espiritualidad, reconoce, a pesar de sus limitaciones, que las religiones han sido un factor importante en la evolución desde que el hombre se hace las preguntas “de dónde”, “hacia qué” y “por qué”, aunque concluye que la mística es al mismo tiempo el punto de partida y el fin de toda religión, y que es sobre todo una experiencia, la experiencia de lo Uno.“Lo Uno -exclama en su libro Sabiduría eterna- es mi verdadera naturaleza y la de todos los seres”. Una mística, una vivencia personal, que no deber ser una huida del mundo, sino la única fuente duradera de toda praxis.
A través de la oración o el silencio, un vacío, una nada ilimitados, no pocos hombres y mujeres buscan hoy su verdadera identidad. Ya lo dijo también Jesús: “Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6.6). Es lo que él mismo hacía tantas noches y amaneceres de su vida. La recompensa no es otra que la conciencia de pertenencia a un mar de amor del que somos olas, y, por consiguiente, como olas también somos Mar. De aquí que el mandamiento de Jesús sea amarnos los unos a los otros, el único imperativo que nos devuelve a nuestra auténtica naturaleza como pedazos que somos de ese Uno. Es lo que han vivido los grandes maestros también del cristianismo con San Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola. Por ejemplo, la gran palanca de este último, los Ejercicios Espirituales, que tantas veces el propio Castillo ha practicado y dirigido para interiorizar el seguimiento de Jesús. Y es que no hay Marta sin María. El propio Pablo, con todos sus defectos señalados por Castillo, era un místico.
Pepe Castillo en este libro testimonial, profético y necesario, pone el acento, con lenguaje asequible, datos irrefutables y fuerza radical, en la contradicción que hemos vivido en nuestras instituciones respecto a esa doctrina hecha vida en Jesús. Ese es su mérito. Para que fuera un aldabonazo y despertarnos de tópicos y conciencias dormidas, quizás era necesario que se centrara solo en eso, en el escándalo eclesial de la contradicción entre la doctrina y la práctica. Muchas gracias una vez más, Pepe, por tu valentía, tu profesionalidad teológica y denuncia iluminada, cuando defiendes una y otra vez al subrayar “lo determinante y decisivo en el cristianismo, y por tanto en la Iglesia: porque Jesús es la encarnación de Dios, es la humanización de Dios. Dios se ha revelado a la humanidad humanizándose Él”.
Comentarios desactivados en Magda Bennásar Oliver: “Mirad lo que nos pasó con dos peques.”
Estábamos preparando el oratorio, muy actualizado, de la parroquia, cuando fueron llegando las familias con sus hijxs. El semicírculo preparado, las velas encendidas, la música a punto, sonrisa puesta y muchas ganas de compartir con esa franja de 25 a 40 que van a tope, que no tienen tiempo… también estaba preparado el chico marroquí que vive junto con otros 24 en la parroquia, para jugar con lxs pequeñxs mientras los mayores rezábamos…
De pronto, por el rabillo del ojo veo a la niña de 5 años y al chiquitín de 2 que se van a buscar sus sillitas al fondo del oratorio y sin decir nada completan el semicírculo con sus sillitas y se sientan, los primeros, para que nadie se atreviera a cuestionar su pertenencia.
Me pareció un gesto digno de ser orado. Justo ahora que se preparan liturgias súper serias, largas, pesadas, de millones de palabras en tres días… que ni los mayores podemos digerir, mientras eso ocurre, ¿dónde está el lugar de los peques? ¿pegados a los dibujos o … para que no molesten?
Así tenemos un mundo de ancianxs en las iglesias, que como no hay nadie más, la mayoría quieren seguir con lo de siempre porque así está mandado por ancianos jerarcas que no tienen niñxs, ni tampoco mucha alegría como podemos comprobar.
Actualmente parece que los pequeños sólo son nombrados como víctimas de abusos, pasa lo mismo con las mujeres, sólo se nombra a las que reivindican el sacerdocio femenino… o puestos de autoridad.
¿No os parece que es hora de darle la vuelta al pastel, verlo desde el lado del futuro, de la vida nueva, de la creatividad… y preguntarle a Jesús como quisiera ser recordado en estos días tan significativos, en los que él se va al monte a rezar, que como buen introvertido sabía que la naturaleza le consolaría mucho más que los egos de los discípulos peleando por la herencia, por los puestos de honor en ese reino que no acababan de pillar?
El futuro y el presente es de lxs niñxs. En sus cerebros esponjitas podemos diseñar modelos de comunidad en los que ellxs entren, formen parte, porque ¿quién ha dicho que un niño no sabe hacer silencio? ¿Has probado de acompañarle en un sencillo momento de oración centrante? ¿Has podido comprobar, yo sí, que a diferencia de lxs adultxs, ellxs se centran enseguida, respiran, abren sus manitas y se les pone una sonrisa porque sus mofletes no están tensionados como los nuestros?
Por ahí entiendo las palabras de Jesús “dejad que los niños se acerquen a mí…” los niños no tienen miedo, no tienen prejuicios, y Jesús se refería a sus seguidores, que tenemos que aprender de su transparencia y capacidad de estar, de compartir, de reír, de danzar.
En otra ocasión, estábamos con un grupo de mamás con niños, y lo mismo, alguien cuidaba de ellos mientras las adultas teníamos un encuentro… de pronto el grupito de pequeños irrumpió en la sala, y cada uno se sentó encima de su madre, ya que no había sillas para ellos, entonces viendo la situación, pusimos música relajante, las madres abrazaron a lxs pequeñxs y medianxs y ofrecimos una meditación guiada, en la que los más cansaditos se quedaron fritos y los otros disfrutaron del momento. Al final, tomados de la mano hicimos una sencilla danza contemplativa, en la que quienes no perdían el paso eran ellos, claro, sobre todo ellas. Se inauguró un proceso de reuniones compartidas con merienda al final, una gozada de liturgia.
Ojalá esta semana santa no fuera pesada, y nos pudiéramos dejar inspirar por la Ruah encarnada en nuestrxs pequeñxs. A mí, el pequeño de la familia, hace unos días me mandó un audio en el que él meditaba varios minutos, con gestos y alguna palabra que tenía memorizada de su profe. Me dice en el whatsapp: “tieta, te comparto mi meditación de hoy”. Tiene 5 años y sus padres no van a misa, pero le enseñan amor a la naturaleza y meditan con él unos minutos varias veces a la semana. Su meditación se llamaba “arco iris”, y mientras le escuchaba decía bendita profesora, posiblemente no practicante, que junto con sus padres, preparan una sociedad nueva, completamente diferente.
Nosotras hemos aprendido la lección: lxs peques y sus madres y padres, están ahí, preparando el futuro, nosotras necesitamos aprender y acompañar. Todavía sonrío sola cuando recuerdo a los futuros discípulos, poniendo sus sillas. ¡Menuda autoridad!
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Las lecturas litúrgicas de hoy para el Segundo Domingo de Pascua (Domingo de la Divina Misericordia) se pueden encontrar aquí.
El Papa Francisco ha sido reconocido correctamente como un líder católico que ha promovido un enfoque positivo hacia las personas LGBTQ+ en la iglesia. Como líder de la Iglesia Católica Romana, incluso los pequeños gestos o palabras de apoyo para las personas LGBTQ+ tienen un efecto inmenso a nivel mundial. Francisco tiene mucho que aprender, particularmente en lo que respecta a la identidad de género, pero aún merece reconocimiento y aplausos por sus esfuerzos para difundir un mensaje de bienvenida y diálogo.
El Papa, sin embargo, no originó la idea de la aceptación LGBTQ+ en la Iglesia Católica. Esta idea proviene de la base: de muchas décadas de padres católicos que aceptan a sus hijos LGBTQ+, de ministros pastorales que se acercaron a las personas LGBTQ+ incluso cuando estaban amenazados con la censura eclesial, y de los mismos católicos LGBTQ+, cuyos testimonios y testigos han demostrado a la iglesia que el Espíritu de Dios está activo en sus vidas.
Me acordé de esta realidad histórica cuando leí las lecturas litúrgicas de hoy. La primera lectura de Hechos ofrece una descripción de cómo se difundió la fe cristiana en los primeros días de la iglesia. Si bien se mencionan los líderes apostólicos, los que se alaban en este pasaje son los cristianos comunes que dieron testimonio de lo que realmente son la fe y la vida en el Espíritu. Confiar en ese mensaje extraordinario del amor de Dios y de que Dios da nueva vida a todos los que sufren permitió a estos primeros cristianos transformar sus comunidades locales y difundir la fe.
Lo mismo ha ocurrido con los católicos LGBTQ+ en la iglesia contemporánea. Si bien la mayor apertura de la iglesia está relacionada con los mensajes positivos de algunos líderes de la iglesia, el cambio real, fuerte y duradero se ha producido porque las personas LGBTQ+ han seguido desempeñando un papel activo en la comunidad de la iglesia, incluso cuando han enfrentado discriminación, humillación. y persecución. Persistían incluso cuando las instituciones religiosas los rechazaban rotundamente, y tenían que “partir el pan en sus casas”, como nos dice Hechos que hicieron los primeros cristianos. Y, sobre todo, continuaron viviendo y celebrando “con júbilo y sinceridad de corazón”, sin dudar de que Dios estaba con ellos a pesar de su condición de minoría y la negación de su existencia por parte de otros.
La lectura del evangelio de hoy de Juan, que describe dos apariciones de Jesús a sus apóstoles después de la resurrección, es paralela a la historia de la gran cantidad de católicos en las bancas, quienes, incluso antes de que las personas LGBTQ+ fueran más aceptadas en la sociedad y la iglesia, se dieron cuenta de la santidad de sus vidas y los acogió abiertamente.
En la primera aparición de Cristo, el apóstol Tomás estaba ausente, y sólo llegó a creer que Jesús había resucitado cuando, en la segunda aparición, metió la mano en las llagas de Cristo. Tomás tuvo que tener un encuentro en la vida real, en persona, de cerca, en persona con Jesús para aceptar esta nueva realidad. Aún más importante, Tomás llegó a creer cuando pudo encontrar los lugares donde Jesús fue herido, los lugares donde experimentó dolor.
Los aliados pioneros de años pasados, e incluso del presente, han podido acoger a las personas LGBTQ+ no porque leyeran sobre ellas en un periódico o las vieran en la televisión. Estos aliados llegaron a aceptar y amar a las personas LGBTQ+ porque experimentaron estar en una relación con una persona o personas LGBTQ+ de la vida real. Nuestra fe cristiana es una fe encarnacional y, como tal, nos invita a relacionarnos con personas del mundo real, con todas sus heridas y dones. Y esa relación puede ser transformadora, no solo para nosotros o para las personas con las que nos encontramos, sino para toda la iglesia, cuando compartimos esa experiencia con los demás.
Como dije al comienzo de esta reflexión, el Papa Francisco realmente merece crédito por ayudar a nuestra iglesia a avanzar hacia enfoques más positivos para las personas LGBTQ+. No puedo evitar preguntarme que una de las principales razones por las que el Papa Francisco ha sido tan amigable con la comunidad LGBTQ es por su profunda amistad con dos hombres homosexuales, Yayo Grassi y Juan Carlos Cruz. El Papa sigue sus propias recomendaciones de estar abiertos al encuentro y al diálogo con los que son diferentes a nosotros.
Nuestra iglesia se está transformando no solo por la iniciativa personal del Papa Francisco, sino porque, como cualquier buen líder de la iglesia, él está articulando la fe de las personas en la iglesia, aquellos que viven vidas LGBTQ+ y aquellos que se han encontrado con ellos. Al igual que la “piedra desechada por los constructores que se convirtió en piedra angular“, el ministerio y la participación LGBTQ+ ahora está ayudando a transformar nuestra iglesia en una que sea más fiel al mensaje evangélico de amor y abierta al poder del Espíritu que constantemente renueva el mundo como Los cristianos continúan desarrollando el depósito de la fe a través de sus continuos encuentros humanos. Como concluye la lectura de hoy de Hechos, es debido a las acciones de la gente común en la comunidad cristiana primitiva que “cada día Dios añadía a su número a los que iban a ser salvos”.
–Francis DeBernardo, New Ways Ministry, 16 de abril de 2023
Comentarios desactivados en “Abiertos al Espíritu”. 2 Pascua (A). Juan 20, 19-31.
No hablan mucho. No se hacen notar. Su presencia es modesta y callada, pero son «sal de la tierra». Mientras haya en el mundo mujeres y hombres atentos al Espíritu de Dios será posible seguir esperando. Ellos son el mejor regalo para una Iglesia amenazada por la mediocridad espiritual.
Su influencia no proviene de lo que hacen ni de lo que hablan o escriben, sino de una realidad más honda. Se encuentran retirados en los monasterios o escondidos en medio de la gente. No destacan por su actividad y, sin embargo, irradian energía interior allí donde están.
No viven de apariencias. Su vida nace de lo más hondo de su ser. Viven en armonía consigo mismos, atentos a hacer coincidir su existencia con la llamada del Espíritu que los habita. Sin que ellos mismos se den cuenta son sobre la tierra reflejo del Misterio de Dios.
Tienen defectos y limitaciones. No están inmunizados contra el pecado. Pero no se dejan absorber por los problemas y conflictos de la vida. Vuelven una y otra vez al fondo de su ser. Se esfuerzan por vivir en presencia de Dios. Él es el centro y la fuente que unifica sus deseos, palabras y decisiones.
Basta ponerse en contacto con ellos para tomar conciencia de la dispersión y agitación que hay dentro de nosotros. Junto a ellos es fácil percibir la falta de unidad interior, el vacío y la superficialidad de nuestras vidas. Ellos nos hacen intuir dimensiones que desconocemos.
Estos hombres y mujeres abiertos al Espíritu son fuente de luz y de vida. Su influencia es oculta y misteriosa. Establecen con los demás una relación que nace de Dios. Viven en comunión con personas a las que jamás han visto. Aman con ternura y compasión a gentes que no conocen. Dios les hace vivir en unión profunda con la creación entera.
En medio de una sociedad materialista y superficial, que tanto descalifica y maltrata los valores del espíritu, quiero hacer memoria de estos hombres y mujeres «espirituales». Ellos nos recuerdan el anhelo más grande del corazón humano y la Fuente última donde se apaga toda sed.
Comentarios desactivados en “A los ocho días, llegó Jesús”. Domingo 16 de abril de 2023. 2º Domingo de Pascua.
Leído en Koinonia:
Hch 2,42-47: Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común Salmo responsorial 117: Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia 1Pe 1,3-9: Nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva Jn 20,19-31: A los ocho días, llegó Jesús
Si la resurrección de Jesús no tuviera efecto alguno en la vida del discípulo, es decir, si la Resurrección no tuviera como sentido final la re-creación del ser humano y por tanto la re-creación de un nuevo orden, entonces eso de la Resurrección de Jesús no habría pasado de ser un asunto particular entre el Padre y su Hijo. Pero, como la resurrección de Jesús es la base y fundamento de una comunidad y el horizonte hacia el cual tiende toda la creación, por eso, tanto el evangelio de hoy como la primera lectura de Hechos, tratan de iluminarnos sobre cuál es ese horizonte y cuáles, por tanto, son los efectos inmediatos, reales y concretos de la Resurrección.
Las fallas, los tropiezos y las caídas en el proceso de construcción de una comunidad igualitaria y justa no hay que verlos como la demostración de que no se puede lograr esa construcción; esos aspectos negativos se pueden percibir como el signo de que ciertamente no es fácil, pero en todo caso no es imposible, máxime si hay plena conciencia de que ése es el proyecto de Dios y que por ese proyecto Jesús hasta derramó su sangre y entregó su vida. Pero, también por ese proyecto, el Padre lo resucitó, para que quienes confesamos ser seguidores suyos veamos si nos comprometemos o no con ese “su” proyecto que él quiere compartir con nosotros y que ciertamente él respalda y acompaña en todo momento. Ese es el principal sentido de la Resurrección y eso es lo que los discípulos no entienden de manera inmediata.
Justamente el evangelio de hoy nos da la pista para entender que el descubrimiento de los efectos y alcances de la resurrección de Jesús no se comprenden rápidamente, de un momento a otro. Aunque los dos discípulos han comprobado que Jesús “no está” en la tumba y una vez que María Magdalena les anuncia que Jesús está vivo y que ha hablado con él (cf. Jn 20, 1-18), los discípulos siguen encerrados. Dos veces en el pasaje de hoy escuchamos estas dos expresiones, “los discípulos estaban con las puertas bien cerradas” (v.19) y “ocho días después los discípulos continuaban reunidos en su casa” (v. 26), lo cual es signo de que esto es un proceso de maduración de la fe. No nos dice el evangelista que los discípulos “no creyeran” en el Resucitado; con excepción de Tomás, todos lo habían visto y creían en él; pero una cosa es creer y otra abrirse a las implicaciones que tiene la fe, y ese es el proceso que le toma a la comunidad de discípulos un buen tiempo, tiempo por demás en el que Jesús, con toda paciencia y comprensión, está ahí cercano, acompañando, animando y ayudando a madurar la fe de cada discípulo.
Tal vez a nosotros, como creyentes de este tiempo, nos hace falta madurar aún mucho más el aspecto de la fe; tal vez nuestros conceptos tradicionales aprendidos sobre Jesús y su evangelio no nos permiten ver con claridad cuál es el horizonte de esa fe cristiana que confesamos tan folclóricamente y que, por tanto, no impacta a nadie. Valdría la pena hacer el ejercicio de desaprender; vaciar completamente nuestro ser, nuestro corazón, hacer lo de Tomás, viendo el caso de Tomás desde la óptica más positiva, claro está; es decir, si no lo juzgamos de entrada como “el incrédulo”, sino como el que quiere creer y poner en práctica su fe, pero que desde su vacío interior necesita ser llenado por la presencia de su Señor. Éste es el camino que estamos llamados nosotros hoy a recorrer. Leer más…
Comentarios desactivados en 16.4.23. Dom 2. Pascua de Tomás, resurrección: Ser iglesia (comunión) y tocar/curar las llagas de los crucificados (Jn 20, 19-31)
Del blog de Xabier Pikaza:
El domingo 1 fue la pascua de Magdalena: tocar a Jesús amigo y realizar su misión (no me sigas tocando…). Este domingo 2 es la pascua de Tomás (crear iglesia, compartir la vida con los crucificados).
El pasaje de Tomás (Jn 20) forma con Jn 21 el epílogo y conclusión del Cuarto Evangelio, su mensaje final, en contra de unade “gnosis” de sabios que van a lo libre, con pretendida mística, pero poca iglesia (no comparten vida con los hermanos) y menos acción liberadora (no “tocan” ni curan las llagas de los crucificados.
| X Pikaza
Introducción.
Éste es un evangelio y programa de Iglesia “de carne” (comunidad real: compromiso por los crucificados y vinculación “carnal” entre los creyentes) que ha de interpretarse a partir de los grandes textos anti-gnósticos de Juan, empezando por las bodas de Caná (Jn 2), siguiendo por el sermón del pan de vida (Jn 7) y culminando en el Sermón de la Cena (Jn 13-17).
Este programa anti-gnóstico de Juandesemboca en el epílogo pascual (Jn 20-21), con Magdalena “tocando” en amor a Jesús y la “gran pesca” con el pacto/complementariedad de Pedro y el Discípulo, amado, en el que, como testigo y compañero “de carne” de la iglesia, emerge Tomás, con Natanael, los zebedeos y dos discípulos más. Éstos son son los siete u ocho fundadores de la iglesia (si el discípulo amado es uno de los dos discípulos innominados del finson siete; si es distinto son ocho).Divido mi exposición en 4 partes
(1) Jn 20,19‒23. La Pascua es comunión de vida, creación de una comunidad de discípulos/amigos comunión, que se expresa en forma de paz, presencia activa acción del Espíritu Santo y perdón mutuo.
(2) Jn 24,31. La pascua es redención/liberación de los crucificados Sólo resucita aquel que mete su mano y toca (cura) las heridas de los crucificados de la historia para compartir con ellos el dolo y el amor, la redención de Jesús crucificado.
(3) Visión de conjunto de Tomas, apóstol de la pascua en los evangelios canónicos. Pablo no le cita entre los testigos de Jesús, (Pedro, los Doce) Santiago…: 1 Cor 15, 3-9), pero él es con Magdalena y las demás mujeres el representante más significativo de la Pascua cristiana.
(4) Contrapunto. El Tomás gnóstico del evangelio apócrifo de Tomas. Todo lo anterior se entiende y sitúa desde la perspectiva de ev.Tomás (apócrifo). En esa línea podemos decir que el Cuarto evangelio es el primero y más fuerte de todos los librosnti-gnósticos del NT, y eso aparece de un modo especial en nuestro pasaje.
1) JN 20,19‒23. PASCUA COMO PRESENCIA DE JESÚS EN LA COMUNIÓN DE SUS DISCÍPULOS
María Magdalena había “tocado a Jesús”, que le dijo “deja ya de tocarme” (noli me tangere), vete y diles a mis hermanos… (Jn 20, 17). Ahora es Tomás el que toca a Jesús, un apóstol a quien la tradición concederá gran inmensa importancia (como indica el evangelio de su nombre, no incluido en el canon). Parece formar parte de un tipo de “gnosis” (cristianismo sin comunidad/iglesia ysin presencia liberadora en los heridos y crucificados). No vive en comunión de iglesia (de vida compartida con los hermanos); no puede haber visto a Jesús resucitado. Así comienza el texto:
A la tarde de aquel día primero de la semana, y estando cerradas las puertas del lugar donde estaban los discípulos, por el medio a los judíos, vino Jesús y se colocó en medio de ellos diciendo:- ¡La paz con vosotros! Y diciendo esto les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron viendo al Señor. Y les dijo de nuevo: – ¡La paz con vosotros! Como me ha enviado el Padre os envío también yo. Y diciendo esto sopló y les dijo:- Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados; y a quienes se los retengáis les serán retenidos (20, 19-23).
Tomás andaba a lo libre y no podía “ver” al resucitado, pues en soledad espiritual, sin iglesia (sin amor mutuo,) no hay salvación, ni hay pascua… porque la pascua y salvación de Jesús es comunión de vida entre los creyentes… Pero los otros cristianos le invitan y él viene, y de esa forma, en unión con los hermanos, ve y toca a Jesús.
La iglesia, reunida aquí en comunidad, está formada por un grupo extenso de creyentes; no son sólo los Doce apóstoles, sino más, hombre y mujeres, reunidos en oración y amor En este contexto se inscribe la experiencia de pascua. Tomás, que anda por libre, no puede ver/tocar a Jesús resucitado.
Estos discípulos no son iglesia por estar sometidos a una autoridad superior, sino por ser todos hermanos en comunión de vida y perdón. Por eso se han separado de un tipo de judaísmo de ley; ellos mismos son ley de vida en amor, pro tienen miedo, cierran las puertas, esperando y amando a Jesús en su amor.
Tienen miedo y Jesús les conforta con su palabra y su presencia sensible (manos y costado), su envío y su poder de perdón. Es el Jesús “real” que vive en ellos, no una fantasía. Ésta son las notas de su experiencia de resurrección.
La Pascua es ante todo paz, vivir en comunión.Jesús saluda a sus discípulos dos veces, con la misma palabra: paz a vosotros (Eirênê hymin: 20,19.21). Sobre un mundo atormentado por la guerra y la violencia, dividido, enfrentado en odios, ofrece Cristo paz entre y para todos. Sobre una comunidad encerrada por el miedo extiende el Cristo pascual la gracia de su vida hecha principio de misión universal, una vida que se abre a todos en perdón y resurrección. Jesús es paz para aquellos que le reciben y para todos. Eso es pascua.
La pascua es presencia gloriosa del crucificado. El Señor resucitado es el mismo Jesús que se entregó por los hombres. Como señal de identidad, como expresión de permanencia de su pasión salvadora, Jesús mostró a sus discípulos las manos con la llaga de los clavos y el costado herido por la lanza (20, 20). Jesús resucitado no es tipo de idea espiritual intimista, sino experiencia y principio de comunión de amor, desde los perseguidos y crucificados. La iglesia no empieza con los triunfadores o jerarcas de la ley, sin con los perseguidos, conforme a la palabra clave del evangelio: ¡Era necesario que el Cristo fuera perseguido y muriera…! (Lc 24, 26.46). Sólo los perseguidos, los humillados y crucificados pueden ser principio de la iglesia de pascua de Cristo.
La pascua se vuelve así Pentecostés: A través de los heridos y crucificados se hace presente en el mundo el Espíritu Santo, el camino de la nueva humanidad.. Jesús resucitado sopla sobre sus discípulos diciendo recibid el Espíritu Santo (Jn 20,22), en gesto que evoca sin duda una nueva creación. El mismo Dios había soplado en el principio sobre el ser humano, haciéndole viviente (Gen 2, 7). Ahora sopla Jesús, como Señor pascual, para culminar la creación que en otro tiempo había comenzado.
Ésta es la nueva creación que comienza con los perseguidos y los crucificados… La pascua se vuelve así Pentecostés: aquel que muere por los demás abre un camino de amor y de transformación en esta misma tierra. Éste es el don de Pascua: tener el mismo Espíritu de Jesús, vivir de su aliento.
La pascua es finalmente misión: ¡como el Padre me ha enviado así os envío yo! (20, 21). A lo largo de todo el evangelio, Juan ha presentado a Jesús como enviado de Dios: misión es toda su existencia. De ahora en adelante, los cristianos son enviados de Jesús. Realizan una obra que es propia del Señor resucitado: expanden y despliegan su camino, realizan su misterio sobre el mundo. Están cerrados por miedo, tienen que abrirse. Están a la defensiva: tiene que ofrecer su testimonio a todos, generosamente.
El texto de pascua y la pascua de Jesús culmina en un signo de perdón. Según el Padre nuestro, las notas de los creyentes (de la pascua) son el pan nuestro y el perdónanos como nosotros perdonamos… Juan insiste en el perdón de todos, para todos… Este es a los ojos de Jn el gran problema del mundo: no hay perdón, los hombres se encuentran divididos, destruidos; carecen de medios para expresar el perdón, no hay para ellos sacrificios que puedan transformarles. Ha perdido su sentido el sacerdocio de Jerusalén, no consigue perdonar el templo. Pues bien, sobre esa violencia y guerra de pecado (falta de perdón), Juan ha interpretado la pascua como experiencia transformante de perdón.
Éste no es el perdón que unos jerarcas de ley imparte sobre otros inferiores, no es el perdón que unos sacerdotes de templo declaran sobre los legos del pueblo, sino el de todos los creyentes. Todos los cristianos de la pascua son sacerdotes y mediadores del perdón, de manera que si no hay perdón y comunión de vida no hay Pascua (perdónanos como nosotros perdonamos). Esta experiencia de gracia pascual pertenece al conjunto de la comunidad. El perdón de la resurrección no está reservado a los Doce, ni a presbíteros, ni a varones, sino a todos. En este texto pascual no se distinguen ni mujeres, pues todos son creyentes, todos con la misma experiencia, todos con la misma tarea. Jesús confía su palabra y obra de perdón pascual a todos… de forma que si ellos no se perdonan no puede expresarse y realizarse en el mundo el perdón de Dios en Cristo.
2. PASCUA ES “TOCAR” LAS LLAGAS DE JESUS EN LOS CRUCIFICADOS, ACOMPAÑARLES Y CURARLES (Jn 20, 24-29).
El texto sigue diciendo que faltaba Tomás, precisamente uno de los Doce. No es un cristiano normal el que ha dejado de participar en la asamblea, sino uno de los antiguos compañeros de Jesús, de sus Doce seguidores. Precisamente Tomás, uno de los líderes de la iglesia primitiva, corre el riesgo de entender la resurrección de un modo espiritualista, individualista, sin comunión mutua, sin compartir la vida con los crucificados. fuera de la comunidad.
Éste Tomás es un seguidor “especial” de Jesús, máxima autoridad en plano espiritualista, pero sin “carne y sangre”, es decir, sin compromiso social. Los otros discípulos le dicen hemos visto al Señor de las llagas, al Señor del Perdón para todos los pueblos (Jn 20, 25). Pero él duda, tiene su Jesús interior, no quiere otro. Por eso pide un signo (si no veo en sus manos la huella de los clavos…). No es un signo más, sino el signo y verdad de la resurrección en la carne, como principio de misión y perdón universal. Pide un signo y Jesús se lo concede, en eta bellísima parábola pascual:
Y ocho días después, estaban de nuevo sus discípulos en casa y Tomás con ellos; llegó Jesús, estando las puertas cerradas,se puso en medio y dijo:- ¡Paz a vosotros!Luego dijo a Tomás: – Trae tu dedo aquí y mira mis manos, trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo sino fiel! Respondió Tomás y dijo:- ¡Señor mío y Dios mío!Y Jesús le dijo: – Porque has visto has creído. ¡Felices los que no han visto y han creído! (Jn 20, 26-29).
Tomás es como el dicho un cristiano espiritual, un tipo de gnóstico-líder separado del pueblo)… un pretendido cristiano, pero sin resurrección, es decir, sin verdadera comunión de iglesia, sin auténtico servició liberador, que empieza desde los crucificados y oprimidos.
Probablemente cree en Jesús, pero en un Jesús espiritual (puramente interior), sin compartir la vida con los hermanos y con los crucificados. Cree en un Cristo glorioso, pero desligado de la de amor y sufrimiento de los hombres. Pues bien, ese Tomás, sólo puede ver/tocar al Cristo resucitado si vive en comunión con los hermanos, si toca y ayuda a los perseguidos, a las víctimas.
Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren: mientras en Marcos son tres las mujeres que van al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé), y también tres en Lucas, pero distintas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena, aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde lo han puesto»). En Mc ven a un muchacho vestido de blanco sentado dentro del sepulcro; en Mt, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc, al cabo de un rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras muchas diferencias en los demás relatos. Como si los evangelistas quisieran acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más interesantes, y diverso de los otros, es el del próximo domingo.
Un relato con dos partes y un epílogo (Jn 20,19-31)
Lo que cuenta Juan se divide en dos partes, separadas por ocho días, y el final de su evangelio (al que más tarde se añadió otro final, el c.21).
Lo que ocurre al anochecer del primer día de la semana contiene un clímax y un anticlímax. El clímax lo representa la aparición de Jesús, que transforma el miedo de los discípulos en alegría, y el don del Espíritu Santo. El anticlímax, la reacción incrédula de Tomás, que no estaba presente en aquel momento y su exigencia de unas pruebas claras para creer en la resurrección de Jesús. No olvidemos que Tomás fue el que dijo, cuando Jesús decidió ir a curar a Lázaro: «Vamos también nosotros y muramos con él». Tomás quiere mucho a Jesús, pero la otra vida no entra en su perspectiva.
Al cabo de ocho días se presenta de nuevo Jesús y se dirige especialmente a Tomás, que nos representa a todos nosotros, para darle y darnos la gran lección: «Dichosos los que creen sin haber visto».
El epílogo insiste en la finalidad del evangelio. Todo lo escrito, que podría haber sido mucho más, pretende que creamos «que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y con esta fe tengáis vida gracias a él». Este mensaje de fe y vida resulta muy adecuado en estos momentos, cuando estamos tan rodeados de noticias de enfermedad y muerte.
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
–Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
– Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
– Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
– Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
– Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
– Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
– Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
– ¡Señor Mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
– ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Las peculiaridades de este relato de Juan
El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y rebelde contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen a la calle.
El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros». Aunque parezca extraño, este saludo sólo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Mc y Mt), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mt con una fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión.
Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mt), María Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos, les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo, para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente, se encuentra en el evangelio de Jn, que es el mayor enemigo de las pruebas físicas y de los milagros para fundamentar la fe. Como si Juan se hubiera puesto al nivel de los evangelios sinópticos para terminar diciendo: «Dichosos los que crean sin haber visto».
La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan sólo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.
La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre.
El don del Espíritu Santo y el perdón. Mc y Mt no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que, en Juan, perdonar o retener los pecados significa admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.
Dos lecturas contra Tomás
Las dos primeras lecturas le quitan la razón a Tomás cuando piensa que para creer hace falta una demostración personal y científica. Las dos hablan de personas que creen en Jesús resucitado, y viven de acuerdo con esta fe sin pruebas de ningún tipo.
La primera, de Hechos, ofrece un cuadro espléndido, quizá demasiado idílico, de la primitiva comunidad cristiana. Que en medio de numerosas críticas y persecuciones un grupo de gente sencilla desee formarse en la enseñanza de los apóstoles, comparta la oración, los sentimientos y los bienes, es algo que supera todo expectativa. Estas personas creen, sin necesidad de prueba alguna, que Jesús ha resucitado y las salva.
Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.
La segunda, tomada de la Primera carta de Pedro, alaba a Dios por su gran misericordia y destaca la fe de la comunidad en medio de diversas pruebas. Para terminar con unas palabras, las que indico en rojo, que son el mejor comentario a lo que dice Jesús a Tomas:
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe –de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego– llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.
Comentarios desactivados en Domingo II de Pascua. 16 Abril, 2023
“Jesús hizo en presencia de sus discípulos muchos más signos de los que han sido recogidos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el mesías, el Hijo de Dios; y para que, creyendo tengáis en él vida eterna.”
Hoy es fácil hablar de los apóstoles reunidos “a puerta cerrada” o de las dudas de Tomás. También de la insistencia del resucitado en ofrecerles paz a aquellos discípulos amedrantados por el miedo.Y está muy bien hablar de todas estas cosas. Ya que muchas veces el conocer la experiencia de otras personas nos ayuda a confrontar nuestras vidas.
Pero lo cierto es que al leer el evangelio me han golpeado los dos últimos versículos. Los que la Biblia de la Casa de la Biblia titula: “Finalidad del evangelio”. Los dos versículos con los que hemos empezado este comentario:
“Jesús hizo en presencia de sus discípulos muchos más signos de los que han sido recogidos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el mesías, el Hijo de Dios; y para que, creyendo tengáis en él vida eterna.” (Jn 20, 30-31)
De manera que el evangelio, los evangelios, no pretenden contarnos la vida de Jesús, un Galileo del siglo primero. Tampoco nos quieren contar lo que sucedió en un momento dado, no son una crónica. El evangelio es un despertador.
Su finalidad, lo que quiere conseguir es que CREAMOS y “para que creyendo tengáis en él (en Jesús) vida eterna.”
Por eso no podemos acercarnos a los evangelios buscado una respuesta. Algo así como la receta exacta para la felicidad plena.
No hay recetas. La fe no es una respuesta, es un camino. Casi podríamos decir que la fe es una pregunta. Y creer es tratar de dar respuesta a ese anhelo. Como enamorarse. Cuando te enamoras no encuentras una respuesta, lo que encuentras es un camino lleno de novedad.
Podemos decir que los evangelios fueron escritos para “enamorarnos”. Para mostrarnos un camino lleno de novedad.
Si creemos, si amamos… entonces comenzamos a dar pasos, a entrar en la VIDA eterna, en la vida plena.
Oración
Trinidad Santa, despierta nuestro corazón para que CREAMOS.
Comentarios desactivados en Solo amando, podemos descubrir a Jesús vivo.
DOMINGO 2º DE PASCUA(A)
Jn 20,19-31
Es esclarecedor que en los relatos pascuales Jesús solo se aparece a los miembros de la comunidad. O como es el caso de hoy, a la comunidad reunida. No hace falta mucha perspicacia para comprender que están elaborados cuando las comunidades estaban ya constituidas. No tiene mucho sentido pensar, como sugieren los textos, que el domingo a primera hora de la mañana o por la tarde ya había una comunidad establecida. Los exégetas han descubierto que los textos quieren decir algo muy distinto.
“Todos lo abandonaron y huyeron”. Eso fue lo más lógico, desde el punto de vista histórico y teológico. La muerte de Jesús en la cruz perseguía precisamente ese efecto demoledor para sus seguidores. La muerte en la cruz no pretendía solo matar a la persona sino borrar completamente su memoria. Seguramente lo dieron todo por perdido y escaparon para no correr la misma suerte. Todos eran galileos, que habían venido a la fiesta para volver a su tierra. La muerte de Jesús solo pudo acelerar esa vuelta.
Cómo se fueron estructurando esas primeras comunidades, es una incógnita. Ese proceso de maduración de los seguidores de Jesús no ha quedado reflejado en ninguna tradición. Los relatos pascuales nos hablan ya de la convicción absoluta de que Jesús está vivo. Es una falta de perspectiva histórica el creer que la fe de los discípulos se basó en las apariciones. Los evangelios nos dicen que para “ver” a Jesús después de su muerte, hay que tener fe. El sepulcro vacío, sin fe, solo lleva a la conclusión de que alguien lo ha robado y las apariciones, a pensar en un fantasma.
Esa experiencia de que seguía vivo, y además, les estaba comunicando a ellos mismos Vida, no era fácil de comunicar. Antes de hablar de resurrección, en las comunidades primitivas, se habló de exaltación y glorificación, del juez escatológico, del Jesús taumaturgo, de Jesús como Sabiduría. Estas maneras de entender a Jesús después de morir, fueron condensándose en la cristología pascual, que encontró en la idea de resurrección el marco más adecuado para explicar la vivencia de los seguidores de Jesús. En ninguna parte de los escritos canónicos del NT se narra el hecho de la resurrección. La resurrección no es un fenómeno constatable empíricamente.
La experiencia pascual de los seguidores sí fue un hecho histórico. Cómo llegaron los primeros cristianos a esa experiencia no lo sabemos. En los relatos se manifiesta la dificultad del intento de comunicar a los demás esa vivencia de una realidad que está fuera del tiempo y el espacio. Fueron elaborando unos relatos que intentan provocar en los demás lo que ellos estaban viviendo. Para transmitir esa experiencia, no tuvieron más remedio que encuadrarla en el tiempo y el espacio para que fuera comprensible.
Reunidos el primer día de la semana. Jesús comienza la nueva creación el primer día de una nueva semana. El texto manifiesta la práctica de reunirse el domingo que se hizo común muy pronto entre los cristianos. Los que seguían a Jesús, todos judíos, empezaron a reunirse después de terminar la celebración del sábado, que seguían manteniendo como buenos judíos. Al reunirse en la noche, era ya para ellos el domingo. En el texto se ve que estaba ya consolidado el ritmo de las reuniones litúrgicas.
Se hizo presente en medio sin recorrer ningún espacio. Jesús había dicho: “Donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Él es para la comunicad fuente de Vida, referencia y factor de unidad. La comunidad cristiana está centrada en Jesús y solamente en él. Jesús se manifiesta, se pone en medio y les saluda. No son ellos los que buscan la experiencia, sino que se les impone. Después de lo que habían vivido, era imposible que no pensaran en Jesús que estaba vivo.
Los signos de su amor (las manos y el costado) evidencian que ese Jesús que están viendo es el mismo que murió en la cruz. Este es el objetivo de todos los relatos pascuales. Lo que ven no es un fantasma ni una elucubración o alucinación mental de cada uno. El miedo que les había atenazado al ser testigos de su muerte en la cruz, desaparece. Ahora descubren que la verdadera Vida nadie puedo quitársela a Jesús ni se la quitará a ellos. La permanencia de las señales indica la permanencia de su amor. La comunidad tiene la experiencia de que Jesús comunica su misma Vida.
“Sopló” es el verbo usado por los LXX en Gn 2,7 para indicar que Dios convirtió el hombre barro en ser viviente. Ahora Jesús les comunica el Espíritu que da la verdadera Vida. Queda completada así la creación del hombre nuevo. “Del Espíritu nace espíritu” había dicho Jesús (Jn 3,6). Ahora toman conciencia de lo que significa nacer de Dios. Se ha Hecho realidad en Jesús y en ellos, la capacidad para ser hijos de Dios. La condición de hombre-carne queda transformada en hombre-espíritu, objetivo de la creación.
Al dejar claro en el relato que Tomás no estaba con ellos, pretende aportar una lección magistral para todos los cristianos. Separado de la comunidad, es imposible llegar a la experiencia de un Jesús vivo. El separado está en peligro de perderse. Solo cuando se está unido a la comunidad se puede ver a Jesús, porque solo se manifiesta en el amor a los demás que sería imposible si no hay alguien a quien amar. Nadie puede pensar en un amor intimista que pudiera existir sin hacerse efectivo en los demás.
Cuando los otros le decían que habían visto al Señor, le están comunicando la experiencia de la presencia de Jesús, que les ha trasformado. Les sigue comunicando la Vida, de la que tantas veces les había hablado. Les ha comunicado el Espíritu y les ha colmado del amor que ahora brilla en la comunidad. Jesús no es un recuerdo del pasado, sino que está vivo y activo entre los suyos. De todos modos, queda demostrado en el relato, que los testimonios de otros no pueden suplir la experiencia personal.
¡Señor mío y Dios mío! La respuesta de Tomás es tan extrema como su incredulidad. Se negó a creer si no tocaba sus manos traspasadas. Ahora renuncia a la certeza física y va mucho más allá de lo que ve. Al llamarle Señor y Dios, reconoce la grandeza, y al decir mío, el amor de Jesús y lo acepta dándole su adhesión. Naturalmente Tomás no es una persona concreta sino un personaje que representa a cada uno de los miembros de la comunidad que dudan, pero terminan por superar esas dudas.
Dichosos los que crean sin haber visto. Todos tienen que creer sin haber visto. Lo que se puede ver no hace falta creerlo. Lo que Jesús le reprocha es la negativa a creer el testimonio de la comunidad. Tomás quería tener un contacto con Jesús como el que tenía antes de su muerte. Eso ya no es posible. Solo el marco de la comunidad hace posible la experiencia de Jesús vivo pero desde una perspectiva nueva.
Comentarios desactivados en “ La Iglesia misionera necesaria”, por Gabriel Mª Otalora
De su blog Punto de Encuentro:
28.02.2023 | Gabriel Mª Otalora
Si hubiese que sintetizar qué comunidad -iglesia- necesitamos, la respuesta sería la misma que en los albores del siglo I: una Iglesia que tome el amor por bandera con un marcado acento misionero entendido como vivencia, sin diferenciar lugares con mayor o menor presencia católica, es decir, universal, comenzando por nuestras actitudes.
La crisis religiosa que vivimos aquí nos está obligando a la revisión del modelo de vida cristiano; aquél espíritu pensado para el Tercer Mundo que pervive en nuestras misiones, debe ampliarse a un Primer Mundo necesitado de la urgente re-evangelización misionera. La realidad es que nuestra sociedad está dejando de ser referencia evangélica, convertida en el paraíso opulento que da la espalda al mensaje del Resucitado.
Una Iglesia de Cristo debe afanarse por ser reconocida por sus hechos de amor y ser la primera en aplicarse su propia medicina. Necesita trabajar la imagen borrosa que está quedando de sí misma. Las ideas se malean y hay que reafirmarlas; las actitudes y las prácticas se desvalorizan y hay que transformarlas. Estamos enfermos de materialismo consumista sin que se apenas nos reconozcan como portadores de Buenas Noticias que cautivan el corazón humano; hemos perdido buena parte de la radicalidad del amor evangélico lo que nos convierte en un objetivo misional preferente ¿Qué hacer? Aunque nuestra teología es excelente, sin obras no sirve.
Todo pasa, pues, por la recuperación de prácticas que nos hagan revivir el espíritu misionero siendo luz para otros:
* Una práctica religiosa adulta. Vivir para amar es lo primero, lo esencial. Amor como entrega y denuncia de situaciones que tanto hacen sufrir a una mayoría. Nos tienen paralizados con el mantra de que esto no es religión sino hacer política.
* Una práctica mejor vivida de la Eucaristía: acción de gracias siempre y mejor actitud comunitaria. ¿Celebramos algo con la actitud individualista y gregaria que sigue recordando que lo principal es el precepto dominical del “cumplo y miento”?
* Una mayor y mejor participación del laico y la mujer en la Iglesia. Es preciso desarrollar el Concilio Vaticano II, sin integrismos clericalistas que tanto condicionan la vida eclesial ¿Por qué no pueden formar parte mujeres y laicos en general en la cúpula de la Iglesia? ¿Qué nos impide, por ejemplo, ser cardenales a la hora de participar y votar un nuevo Papa? Esperamos que el desarrollo de la Sinodalidad abra puertas y ventanas…
* Una actitud evangélica centrada en el ejemplo de las actitudes más que en las ideas o, peor aún, frente a otras ideas. Necesitamos una jerarquía que escuche y acoja con humildad y misericordia, con escucha interesada y ternura, alejados del dogmatismo, la cerrazón y las imposiciones. Iglesia de pastores, no de jefes.
* Si queremos comunicar mejor el atractivo del seguimiento evangélico, su poder liberador y sanador de transformación a nuestro alrededor, es preciso un cambio de rumbo en la institución eclesial… El budismo está de moda porque ha calado su poder liberador.
* Apostar por ser luz del mundo implica que todo lo malo no está fuera de la Iglesia. Menos juzgar la paja ajena y más autocrítica. Menos condenas y más actitud evangélica en temas como la pederastia y las resistencias a colaborar con la justicia, que es lo cercano al Evangelio y el Código Penal: llevemos a la práctica los mensajes de la oveja descarriada, el buen pastor, el hijo pródigo, el publicano, la adúltera, la cananea, el centurión romano… No el de las autoridades religiosas que condenaron a Jesús
* Seamos consecuentes: a las Iglesias cristianas nos une mucho más que lo que nos divide. Incluso entre los católicos tenemos zanjas enormes por falta de diálogo sincero y autocrítica.
* Practicar mucho más la esperanza y la confianza en Dios: el “sólo Dios basta” de Santa Teresa. Sería un gran paso para que abandonemos lo ostentoso y palaciego que sintetiza el Estado vaticano, y recomencemos una vida cristiana apoyados en la fuerza del Espíritu Santo. Para ello, es imprescindible llevar una vida de oración.
En demasiadas ocasiones, lo esencial no ocupa los mejores esfuerzos. Estamos cómodos no viviendo creíblemente el Evangelio. Pero la realidad nos ha puesto en el siguiente dilema: o la Iglesia toda nos ponemos manos a la obra, sin clericalismos ni pasividades y con verdadero espíritu misionero, o seguiremos perdiendo credibilidad evangélica encerrados en nosotros mismos, a la espera soberbia de que los demás sean quienes cambien primero, que es exactamente lo contrario de la misión que nos encomendó Cristo.
Comentarios desactivados en Jairo del Agua: ¿Qué haces con tus muertos? Lo importante es lo que «vive en ti» del que se fue y no el funeral o la tumba.
Los muertos que te duelen son aquellos con los que tienes un vínculo de afecto, muy particular o generalizado por tu compasión humana.
La separación definitiva de ese “ser querido” es lo que duele. A la “aceptación y cura” de ese dolor lo llamamos duelo.
Es ancestral el “culto a los muertos” y la arqueología lo ha demostrado con creces. Es el intento de conservar los vínculos con el que se fue. La raíz de esa reacción humana ante la muerte está en el amor (esencia del hombre).
Por eso nos preocupa si sufrió o no, si estaba acompañado y asistido, dónde y cómo murió. Por eso queremos estar, ver, acompañar, tocar, despedir… Algo que a tantísimos miles de personas se les está negando en estos días.
En nuestro corazón el silencioso deseo de que todo sea o haya sido como lo hubiéramos querido para nosotros. Es la expresión más cristiana del amor: “amar al prójimo como a uno mismo”.
¿Y cómo es el “culto a los muertos” en nuestra práctica católica? Pues paradójicamente al revés, echando sal en la herida: Cargamos al muerto de cadenas, deudas y pecados para convertirnos en “salvadores”, que pagan por su rescate, y así sentirnos aliviados. Es decir, acudimos a “ritos funerarios externos” que, según la ideología que nos inculcaron, son remedio santo para aliviar al muerto. Y a los vivos sufrientes que los zurzan, que se conformen con el rito y paguen.
La fuerza real de un funeral (de cualquier religión) es el “acompañamiento” a los vivos y las “muestras de afecto”. Es el “acto social y fraterno” lo que vale, el rito no vale nada, solo es el motivo para coincidir con los que lloran.
Es decir, la respuesta religiosa ante la muerte no solo es insuficiente y desenfocada, además es incoherente. Se limita a “pedir a Dios” que sea bueno con el muerto y le proporcione la paz cuanto antes. Lo que es absurdo, porque Dios no puede ser más que Bondad y Paz infinitas. Es tanto como pedirle a la luz que ilumine.
Se perdió la ocasión de ocuparse de los vivos, de consolar su llanto, de reconocer la “presencia silenciosa del Abba de Jesús” abrazando a los sufrientes como ya ha abrazado al que pasó a la eternidad. Él sí estuvo presente en su lecho de muerte y en todo momento. Puedes relajar tu ansiedad y el dolor de tu ausencia en el último suspiro: Estuvo siempre acompañado y amado.
Se perdió la ocasión de recordarnos que ante el “misterio de la muerte” no cabe más que ACEPTAR nuestra limitación, nuestro “no saber”. No se nos ha revelado cómo es el desembarco. Solo sabemos -por revelación y certeza interior- el destino: Amor Infinito en el que “somos, nos movemos y existimos” (He 17,28), también tras la vida física.
Hay demasiada ficción novelada y siniestra imaginación sobre la muerte y los muertos. Todos los cuentos míticos sobre purgatorios e infiernos son incoherentes con el Abba revelado por Cristo. Lo único que sabemos es que no sabemos nada sobre el viaje al otro lado y los horizontes luminosos de la eternidad. Nadie volvió para contarlo. Y las llamadas apariciones y revelaciones particulares no son más que proyecciones de lo que esas personas ya tenían dentro por aprendizaje o imaginación.
El gran consuelo para los que sufren es la SEGURIDAD de la ESPERANZA que mana del Padre amante del que nos fiamos por fe y experiencia interior. Pero nuestros ritos funerarios discurren por la incoherencia de la “obsesión por los pecados y la necesidad de expiarlos”, herencia del judaísmo que no hemos conseguido superar. Por eso insisten en pedir y pedir perdón y un buen destino para el viajero, a quien ya abrazó el Padre en la “Estación Termini”.
Quienes hablan de los “méritos de Cristo”, aplicados en la Misa al rescate del muerto, no saben lo que es amor. Hablan teóricamente del amor divino, su misericordia, su ternura… Y olvidan su esencia: la GRATUIDAD, sin la cual NO hay verdadero amor.
Por eso sobran las indulgencias (qué pretensión tan necia de “ser como dioses”), los sufragios, responsos, sacrificios y expiaciones que nos hemos inventado para minorar el temor ante un justiciero “jefecillo tribal”, figura humanoide a la que hemos reducido al Abba.
Si crees que me equivoco, cógete el Evangelio y relee pasajes como los de la “adúltera”, el “hijo pródigo”, la “oveja perdida”, el “perdón a los enemigos”, etc. Y escucha a Pablo: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza…” (1Tes 4,13).
No, no hay que preocuparse por los muertos. Pasado el umbral de la eternidad ya están en brazos de la Misericordia y la Paz. No hay oraciones ni rescates que aplicar y muchísimo menos si son de pago (puro pecado de simonía).
Son los vivos, son las personas que sufren las que nos deben preocupar. ¿Y qué mejor remedio para el dolor que saber que tu ser querido ya llegó a la resurrección y la paz?
Los funerales deberían ser para los “vivos” que sufren el desgarro de la despedida, sobre todo si fue inesperada. El apoyo firme sería la ESPERANZA cierta que acabo de describir.
Deberíamos empezar por convencernos de que la muerte, para los cristianos, es una liberación, una meta, una pascua, el paso a la tierra prometida. NO un motivo de tristeza y, menos aún, de penitencia reparadora.Los que mueren, mueren para vivir.
¿Podemos hacer algo por los difuntos?¿Ellos pueden hacer algo por nosotros? La respuesta es un rotundo NO. La eternidad es inalcanzable para nosotros y ellos tampoco pueden alcanzarnos porque viven en el Amor Infinito que no necesita influencias ni intermediarios porque lo llena todo con su Plenitud.
Las “preces” por los difuntos y la mayoría de nuestras “oraciones de petición” no son más que un intento infantil de alumbrar con linternitas el sol o las estrellas.
La acción de los difuntos sobre nosotros se reduce a la “vida de ellos” que permanece en nosotros. El único y universal remedio, lo que realmente puedes hacer “aquí y ahora” es: “Vencer el mal con abundancia de bien” (Rom 12,21) con el impulso y experiencia de los que partieron. Únicamente puedes ensanchar el bien que pugna por inundar tu vida.
Te propongo estos tres avances como los tres efectos de un funeral cristiano:
1. Rectificar los malos funcionamientos que heredaste, muy sutiles a veces, porque suelen ser subconscientes y no nos hemos parado a concienciarlos.
2. Perdonar, perdonar de corazón las posibles heridas que te causaron, hasta que no quede ni rastro de resentimiento. No porque necesiten tu perdón, sino porque ese perdón es la medicina que necesitan tus heridas.
Y recuerda: Perdonar NO es apretar los dientes y olvidar el dolor de tus heridas. Perdonar es comprender y desistir de vengarte (hay terribles venganzas sicológicas contra los muertos). Comprendiendo tu propia fragilidad (conociéndote a ti mismo) entrarás en la comprensión de la limitación de los que te hirieron y se fueron sin aliviar tus heridas.
3. Imitar el buen ejemplo que te dejaron. Es la mejor forma de amar y honrar a tus difuntos. Tiene sentido nombrarles en la santa Misa para sentirnos orando “CON ellos”, pero NO “POR ellos”, para seguir sintiendo su aliento y ejemplo de vida, para concienciar que pertenecen a tu misma Iglesia y siguen viviendo en ella.
Amar es admirar y admirar nos lleva a imitar lo que admiramos. Si admiramos (amamos), es que esa persona nos atrae. Si nos atrae, es porque ya tenemos en nosotros algo de eso que admiramos.
La “presencia interior” de tus difuntos (más que su recuerdo cerebral) estimulará eso que pugna por crecer en ti. Esa sería la gran finalidad de honrar a los muertos.
¿Qué admiraste y qué sigues amando en tus difuntos? Si no hay amor, solo queda sensiblería, obligación mental o rutina externa. Nada de su “vida” te ha quedado, solo recuerdos muertos.
Si lo que te queda es amor, es un disparate hacer cambalaches con el Cura o con Dios. Tus difuntos no necesitan estipendios. Ya han desembarcado en las manos del Padre. Dedica tus dineros a los pobres vivos o a las necesidades de la Iglesia caminante. Los que ya pasaron no los necesitan.
Lo que ellos desean -con toda seguridad- es que aproveches bien su buen ejemplo y rectifiques sus errores, que sigas tu camino y despliegues todos tus dones. ¡Eso es lo urgente, realista y espiritualmente eficaz! Lo otro, los negocios clericales y el “dios negociador”, son pura idolatría.
Comentarios desactivados en Jesús de Nazaret, indignado con el patriarcado
La mayoría de las religiones nunca se ha llevado bien con las mujeres -tampoco hoy-, que son las eternas olvidadas y las grandes perdedoras, consideradas subalternas y convertidas con frecuencia en sirvientas de los dirigentes religiosos
Sin el testimonio y la experiencia de la Resurrección por parte de las mujeres, quizá no hubiera nacido la Iglesia cristiana. Ellas se encuentran en los orígenes y en el primer desarrollo del cristianismo
Las mujeres jugaron un papel determinante en la expansión del movimiento de Jesús fuera de las fronteras de Israel.
La mayoría de las religiones nunca se ha llevado bien con las mujeres -tampoco hoy-, que son las eternas olvidadas y las grandes perdedoras, consideradas subalternas y convertidas con frecuencia en sirvientas de los dirigentes religiosos. Sus cuerpos y sus mentes son colonizados. No se les reconoce como sujetos morales, religiosos y teológicos porque en las religiones impera la masculinidad sagrada patriarcal.
Llevan razón la intelectual feminista Mary Daly cuando en su libro Más allá de Dios Padre afirma que “Si Dios es varón, el varón es Dios”, y la feminista de la tercera ola Kate Millet, quien en su libro Política sexual, dice que “el patriarcado tiene a Dios de su parte”. Pero no porque el Dios cristiano sea misógino, machista y patriarcal, sino porque esa es la imagen que ofrece de él el patriarcado religioso, en alianza con los otros patriarcados.
Una actitud oculta durante siglos
Muy distinta fue, sin embargo, la actitud de Jesús de Nazaret, que mostró su indignación de manera especial con la sociedad y la religión patriarcales de su tiempo. El cristianismo histórico ha mantenido oculta esa actitud durante muchos siglos, ya que las iglesias cristianas se han configurado patriarcalmente y necesitaban legitimar dicha configuración a través de una imagen igualmente patriarcal del propio Jesús, de su mensaje y su práctica.
La pensadora americana Mary Daly
Tampoco la exégesis y la teología fueron capaces de descubrir esa indignación, ya que han operado casi siempre, hasta muy recientemente, con métodos histórico-críticos androcéntricos, que resultaban patriarcales en la comprensión de la realidad, en la traducción e interpretación de los textos y en las imágenes que ofrecían de Jesús en la predicación, la catequesis, los tratados de teología y los libros de piedad.
Hoy, gracias sobre todo a la hermenéutica y a la teología feministas de la sospecha y a los estudios de antropología cultural y de sociología del Nuevo Testamento, del cristianismo primitivo y del Jesús histórico, se está poniendo de manifiesto la centralidad de la indignación de Jesús contra el patriarcado religioso, político, social y jurídico de su tiempo.
Jesús reconoce a las mujeres la dignidad que el judaísmo ortodoxo les negaba en todos los órdenes
Jesús reconoce a las mujeres la dignidad que el judaísmo ortodoxo les negaba en todos los órdenes. Pone en cuestión las leyes penales que condenaban con más severidad a las mujeres que a los varones, como la lapidación por adulterio y el libelo de repudio. En la escena evangélica de la mujer adúltera hay dos elementos a tener en cuenta en la conducta de Jesús: a) echa en cara a los acusadores su doble moral; b) perdona a la mujer, eximiéndola del castigo que le imponía la ley.
Creyentes, Críticas y Feministas
Valora muy positivamente el gesto generoso de la mujer que se presenta en casa del fariseo Simón, donde estaba Jesús comiendo, y derrama sobre él un frasco de perfume, lo que demuestra cercanía, e incluso ternura, hacia Jesús y reconocimiento simbólico de su mesianidad. En otra ocasión, Jesús osa afirmar, con harto escándalo para las autoridades religiosas, que las prostitutas, los pecadores y los publicanos precederán en el reino de los cielos a los fieles cumplidores de la ley. Tal modo de actuar entra en conflicto con los guardianes de la ley.
Movimiento igualitario
Pone en marcha un movimiento igualitario de hombres y de mujeres, donde el sexo no es motivo de discriminación, ni de reconocimiento especial. El elemento común a hombres y mujeres dentro del grupo es el seguimiento del Maestro, que exige: compartir su estilo de vida pobre, acoger su enseñanza y anunciar el reino de Dios como buena noticia de liberación para las personas y los colectivos empobrecidos y marginados. Así lo pone de manifiesto un texto del evangelio de Lucas que se refiere a las mujeres que acompañaban a Jesús, algo que resultaba insólito entre los rabinos judíos: Lc 8,1-3.
La actitud integradora e inclusiva de Jesús provocó necesariamente conflicto, constituyó un desafío a las estructuras patriarcales del judaísmo
Jesús reconoce a las mujeres la dignidad y la ciudadanía que les negaban la religión, la sociedad y el Imperio romano. La actitud integradora e inclusiva de Jesús provocó necesariamente conflicto, constituyó un desafío a las estructuras patriarcales del judaísmo y a su discurso androcéntrico e implicaba un cambio revolucionario no solo en el terreno religioso, también en el político y el social.
Las mujeres jugaron un papel determinante en la expansión del movimiento de Jesús fuera de las fronteras de Israel. Así parecen indicarlo dos relatos evangélicos pertenecientes a dos tradiciones diferentes: el de la Samaritana, difusora de la Buena Noticia de Jesús en medio de un pueblo heterodoxo a los ojos de los judíos (Jn 4), y el de la Sirofenicia, mujer pagana que pide a Jesús la curación de su hija, poseída por un espíritu inmundo (Mc 7, 24-30; Mt 15, 21-28) y consigue vencer sus iniciales resistencias.
Primeras testigos del Resucitado
Pero donde se rompen todos los esquemas patriarcales de la sociedad y la religión judías es en los relatos de la Resurrección. Las mujeres, cuyo testimonio carecía de valor, aparecen como las primeras testigos del Resucitado. Los Doce aparecen como testigos indirectos que acceden al conocimiento de la resurrección a través de las mujeres. La actitud de aquellos ante el testimonio de las mujeres concuerda con el comportamiento adoptado durante el proceso de Jesús: si entonces huyeron, ahora se muestran reticentes y desconcertados. Como judíos misóginos, no creen a las mujeres.
Magdalena, con Jesús, de Giovanni Bellini
Pablo de Tarso excluyó a las mujeres de la lista de las apariciones, sustituyéndolas por los Doce apóstoles y a María Magdalena por Pedro (1 Cor 15, 3-8). Pero ello no fue óbice para que el mismo Pablo reconociera la igualdad entre los hombres y las mujeres (Gálatas 3,26-28) y para que éstas tuvieran responsabilidades directivas en las comunidades paulinas. Coincido con Suzanne Tunc: “¡Ellas (las mujeres) son el eslabón indispensable de la transmisión del mensaje evangélico, e incluso el eslabón esencial para nuestra fe en Cristo resucitado!“.
Yo voy más allá todavía: sin el testimonio y la experiencia de la Resurrección por parte de las mujeres, quizá no hubiera nacido la Iglesia cristiana. Ellas se encuentran en los orígenes y en el primer desarrollo del cristianismo. Por eso resulta inexplicable que siendo las mujeres el origen de la Iglesia, sufrieran pronto tamaña marginación que dura hasta hoy, sin visos de cambio, al menos institucionalmente. En las bases cristianas sí hay cambios importantes, que han dado lugar a la rebelión de las mujeres y al nacimiento de la teología feminista.
Comentarios desactivados en “Preparándonos para la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, también en la Iglesia”, por Consuelo Vélez
De su blog Fe y Vida:
“Dentro de la Iglesia, también se han de revisar los estereotipos femeninos y transformarlos”
“Los muchos feminicidios que siguen ocurriendo, muestran que en el imaginario patriarcal, la mujer es propiedad del varón y si no cumple con sus expectativas, él puede agredirla hasta matarla”
“La conmemoración del Día Internacional de la Mujer, cada 8 de marzo, no ha de pasarse de largo o banalizarse convirtiéndola en un día comercial en el que se tienen detalles con las mujeres”
“El esfuerzo de Francisco todavía es demasiado pequeño para desmontar la mentalidad patriarcal de clérigos y laicado que siguen entendiendo la iglesia como una pirámide, donde el clero manda y el pueblo obedece”
Muchas mujeres creen que por el hecho de tener oportunidades laborales o de que en la cotidianidad se vea a tantas mujeres actuando a nivel social en múltiples esferas y logrando tantas realizaciones personales y sociales, ya no hay discriminación hacia ellas. Pero eso no es así. Los muchos feminicidios que siguen ocurriendo, muestran que en el imaginario patriarcal, la mujer es propiedad del varón y si no cumple con sus expectativas, él puede agredirla hasta matarla. En Colombia se registraron más de 600 feminicidios el año pasado y en lo que va corrido de este año, ya van diez.
La violencia contra la mujer no se ejerce solo en los feminicidios. Hay demasiadas violencias en múltiples esferas. Todavía se oye decir que se prefiere un varón para muchas profesiones o se pone en tela de juicio lo que provenga del género femenino. Esto no significa que todo lo que las mujeres realizan esté bien. Habrá que descalificar a esta o aquella -con razones justificadas, por supuesto- pero no a todas las mujeres, como si fueran un grupo homogéneo, con las mismas cualidades -en la que se destaca el rol materno, servicial, cuidador- y con los mismos defectos -que se asocian, muchas veces, a querer salir del rol que la sociedad patriarcal les asignó- cuestionando cualquier intento de ser reconocidas en su igual dignidad con los varones y, por tanto, con los mismos derechos.
Por eso la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, cada 8 de marzo, no ha de pasarse de largo o banalizarse convirtiéndola en un día comercial en el que se tienen detalles con las mujeres. Ese día recuerda las largas y difíciles luchas que a lo largo de la historia se han dado para conseguir el reconocimiento de la dignidad de las mujeres, con los derechos que conlleva y, mientras esto no sea realidad en todas las circunstancias y en todos los lugares, es necesario seguir trabajando por ello.
A nivel social los movimientos feministas siguen defendiendo los derechos de las mujeres. Pero la pregunta que podemos hacernos es, si a nivel eclesial, hay una consonancia con esas luchas o, si por el contrario, la iglesia se desentiende de esa realidad e incluso la retrasa. Cada vez es más evidente que la práctica de Jesús en su tiempo, fue la inclusión de las mujeres en su círculo de discípulos y defendió su dignidad en múltiples ocasiones. Las mujeres que acompañaron a Jesús durante su vida pública (L 8, 1-3), entre las que se destaca María Magdalena, muestran que Jesús incluyó en su grupo a las mujeres y, ellas, dejando sus roles asignados por la sociedad, lo siguieron a la par con los discípulos.
Fue tal su protagonismo que, Jesús después de resucitado, se aparece a una mujer, María Magdalena, y le confía el anuncio de esa Buena Noticia (Jn 20, 11-18). Además, varios son los relatos de curación donde las mujeres dialogan con Jesús -cosa inaudita en la sociedad judía de ese tiempo-, entre ellos la mujer cananea que prácticamente “le exige” a Jesús que cure a su hija, aunque ella no sea judía (Mt 15, 21-28). La exégesis bíblica actual no tiene duda de la comunidad de varones y mujeres que surgió en torno a Jesús y la igualdad de roles y servicios que desempeñaron.
Sin embargo, la iglesia se acomodó a la sociedad patriarcal e introdujo dentro de ella, las mismas limitaciones que dicha sociedad establece para la mujer. Por eso, dentro de la Iglesia, también se han de revisar los estereotipos femeninos y transformarlos. No está bien que no se denuncie desde los altares, toda la violencia contra las mujeres. La justicia de género hay que impulsarla desde los púlpitos, no por moda o acomodo a la sociedad, sino porque es una de las buenas noticias del reino anunciado por Jesús. Pero también en los altares no debería haber ninguna discriminación contra las mujeres. Un ejemplo que sigue mostrando que no se acepta por igual la presencia de la mujer, es la actitud frente a las ministras de la comunión.
Los fieles que se acercan a recibir la comunión con ellas, son muy pocos; mientras que las filas de los presbíteros son interminables. Y no debería extrañarnos que cada vez más los altares, los púlpitos, las clases de teología, las homilías, las administraciones parroquiales y muchos otros ministerios, fueran ocupados por mujeres y su palabra y acción tuviera el mismo valor que la de los ministros ordenados. Aunque la mayoría de fieles que asisten a la liturgia y que realizan las pastorales parroquiales son mujeres, no son la mayoría de los que deciden, ni son reconocidas como tales en el servicio eclesial.
Francisco, desde el inicio de su pontificado, ha sido consciente de la necesidad de que las mujeres ocupen puestos de decisión en la Iglesia. Ha intentado hacer algunos cambios, nombrando a mujeres en la curia vaticana, en lugares que antes solo eran ocupados por clérigos. Pero su esfuerzo todavía es demasiado pequeño para desmontar la mentalidad patriarcal de clérigos y laicado que siguen entendiendo la iglesia como una pirámide, donde el clero manda y el pueblo obedece. La iglesia ha de ser “Pueblo de Dios”, donde todos han de ser corresponsables de su devenir y, ninguno, por cuestión de género, debe ser excluido o no reconocido en su protagonismo eclesial.
Por todo esto, la conmemoración del Día internacional de la mujer ha de permear también la vida eclesial y llevarnos a una revisión del lugar que ocupan las mujeres en la Iglesia; de los discursos y prácticas que de allí surgen con respecto a las mujeres y; sobre todo, del testimonio que la Iglesia da de que en la comunidad eclesial las mujeres ocupan un lugar igual con los varones y no existe ninguna discriminación en razón de su sexo. Esta es una difícil tarea por todos los cambios que habría que dar para hacerlo realidad, pero las transformaciones han comenzado y no podemos detenernos hasta conseguirlo.
Comentarios desactivados en ‘Caminamos juntas por la igualdad y la dignidad en la Iglesia’: la Revuelta de Mujeres en la Iglesia se concentra ante la Almudena
El 5 de marzo, a las 12 horas, acto simbólico y participativo
La Revuelta de Mujeres en la Iglesia quiere recuperar una Iglesia donde las mujeres sean reconocidas como sujetos de pleno derecho, con voz y voto y valoradas por su talento
Las mismas reivindicaciones de los diferentes movimientos de mujeres de iglesias de Europa y del mundo como María 2.0, el Movimiento Internacional Voices of Faith o Tras las Huellas de Sofía, que hartas, claman “¡Basta ya!”
Esta convocatoria de actos públicos reivindicativos de la Revuelta de Mujeres en la Iglesia-Alcem la Veu se llevará a cabo en otras 17 ciudades más del Estado: Barcelona, Bilbao, Burgos, Ciutadella, Córdoba, Granada, Huelva, Las Palmas, Logroño, Oviedo, Santander, Santiago de Compostela, Sevilla, Valencia, Vigo, Vitoria-Gasteiz y Zaragoza
El próximo domingo 5 de marzo a las 12:00 h, la Revuelta de Mujeres en la Iglesia de Madrid, bajo el lema ‘Caminamos juntas por la igualdad y la dignidad en la Iglesia’, se concentrará una vez más frente a la Catedral de la Almudena para seguir reivindicando estos derechos que la jerarquía niega a las mujeres católicas en el ya avanzado siglo XXI.
Las reivindicaciones, denuncias y logros conseguidos este año por la Revuelta de Mujeres en la Iglesia se presentarán en un acto simbólico y participativo acompañado de gestos, música y sonido, en el que denunciarán los abusos de poder, sexuales y de conciencia cometidos en la Iglesia, darán a conocer los talleres de teología feminista que imparten, presentarán la propuesta de buenas prácticas dirigida a las comunidades eclesiales, y expondrán las exigencias, preocupaciones, sueños y esperanzas recogidas en el Sínodo de Mujeres de todo el mundo.
El acto concluirá con la lectura del manifiesto que recoge sus reivindicaciones por la igualdad y la dignidad y las denuncias contra la discriminación de las mujeres en la Iglesia y sus múltiples formas de injusticia e invisibilidad. Manifestarán también, su implicación y trabajo para conseguir que la Iglesia recupere la circularidad, reconozca la teología feminista, la diversidad de familias, identidades y orientaciones sexuales y renuncie al sistema económico neoliberal que favorece la feminización de la pobreza y la explotación laboral y sexual de las mujeres.
La Revuelta de Mujeres en la Iglesia quiere recuperar una Iglesia donde las mujeres sean reconocidas como sujetos de pleno derecho, con voz y voto y valoradas por su talento. Las mismas reivindicaciones de los diferentes movimientos de mujeres de iglesias de Europa y del mundo como María 2.0, el Movimiento Internacional Voices of Faith o Tras las Huellas de Sofía, que hartas, claman “¡Basta ya!”.
La Revuelta de Mujeres en la Iglesia – Alcem la Veu dan un paso más y se manifiestan para que la Iglesia vuelva a ser una Iglesia de iguales y ¡hasta que la igualdad sea costumbre!
Esta convocatoria de actos públicos reivindicativos de la Revuelta de Mujeres en la Iglesia-Alcem la Veu se llevará a cabo en otras 17 ciudades más del Estado: Barcelona, Bilbao, Burgos, Ciutadella, Córdoba, Granada, Huelva, Las Palmas, Logroño, Oviedo, Santander, Santiago de Compostela, Sevilla, Valencia, Vigo, Vitoria-Gasteiz y Zaragoza.
Comentarios desactivados en “¿Y si cuaresma fuera tiempo de una conversión eclesial “a fondo”? “, por Consuelo Vélez
De su blog Fe y Vida:
“A nivel eclesial los cambios que se necesitan sí son ‘de fondo'”
“No hay duda de que los abusos sexuales por parte del clero son una de las causas que más provoca rechazo entre la gente, sobre todo por las actitudes eclesiales de no denunciar abiertamente, de no tomar medidas drásticas y, sobre todo, de no ponerse del lado de las víctimas”
“Se necesita urgente la conversión del modelo eclesial. De esa estructura piramidal y centrada en la figura del sacerdote, es necesario pasar a una estructura sinodal que, significa, una comunidad de hermanos y hermanas donde todos se disponen a caminar juntos”
“Esa actitud comprometida con todos los aspectos de la vida es la que llena de sentido la oración (liberándose del intimismo), la que da contenido a la liturgia (liberándola de ritos vacíos), la que, como se dice desde hace mucho tiempo -hace de la vida una oración y de la oración una vida-“
Comenzamos de nuevo el tiempo de cuaresma y convendría preguntarnos cómo no caer en un ciclo repetitivo de tiempos litúrgicos donde lo que cambia son los colores de los ornamentos litúrgicos y el tema de las predicaciones pero que no supone ninguna conversión significativa.
Podría decirse que no siempre tenemos que estar en conversión “a fondo” porque la vida ya se ha enrutado por un camino y es suficiente con hacer algunos ajustes. Con seguridad hay momentos que se viven y así y, a nivel personal, cada uno sabrá si necesita ajustes serios o basta con avivar el entusiasmo y la entrega.
Pero a nivel eclesial los cambios que se necesitan sí son “de fondo”. Y como la iglesia no es un templo o una normativa sino, ante todo, somos las personas que la formamos, la conversión eclesial “a fondo”, nos implica a todos. Hay hechos que lo ameritan: los jóvenes cada vez están más distantes de la Iglesia, las vocaciones, como tantas veces se dice, disminuyen y la gente, en general, ya no se preocupa por lo que diga la iglesia a nivel moral, sino que tiene sus propias convicciones y actúa conforme a ellas. No hay duda de que los abusos sexuales por parte del clero son una de las causas que más provoca rechazo entre la gente, sobre todo por las actitudes eclesiales de no denunciar abiertamente, de no tomar medidas drásticas y, sobre todo, de no ponerse del lado de las víctimas.
Hasta el día de hoy se oye en muchas predicaciones que la culpa de ese alejamiento de las personas de la institución eclesial es el mundo secularizado, la increencia, los vicios, la liberación de la mujer, el desenfreno social, la dictadura del relativismo, etc. Es decir, muchas causas externas que nos afectan y nos alejan de Dios. Seguramente hay una parte de verdad en esa apreciación porque somos seres muy influenciables con lo que nos llega y el ritmo actual del mundo nos envuelve y no es fácil ser lo suficientemente libres para mantenerse en las propias convicciones. Pero la otra parte de verdad es lo que ocurre al interior de la misma Iglesia y esto es lo que podemos reconocer y buscar cambiar desde dentro en este tiempo de cuaresma.
Se necesita urgente la conversión del modelo eclesial. De esa estructura piramidal y centrada en la figura del sacerdote, es necesario pasar a una estructura sinodal que, significa, una comunidad de hermanos y hermanas donde todos se disponen a caminar juntos. Parroquias que dejen de ser templos fríos y silenciosos y se conviertan en casas donde los que van se sienten a gusto porque se les conoce, se interesan por sus vidas y donde pueden dar sus opiniones, sugerencias y, efectivamente, son escuchados. No quiere decir que no se hayan dado algunos pasos en varias comunidades cristianas. Pero cuaresma podría ser un buen tiempo para mirar la comunidad eclesial en la que se participa y preguntarse qué modelo eclesial se vive allí. Y dependiendo la respuesta, tomar las medidas efectivas para transformarlo de manera que se parezca mucho más a la Iglesia de los orígenes cristianos.
Se necesita urgente la conversión de la separación entre la vida de fe y el mundo de la vida. Ser cristiano no es sacar tiempo para la oración diaria, la eucaristía, alguna devoción, alguna limosna, algún sacrificio, alguna norma moral que se cumple. Ser cristiano es vivir las 24 horas del día “haciendo el bien”. Eso implica preocuparse por lo social, lo político, lo económico, lo cultural, lo familiar, es decir, todos los aspectos de la vida, buscando cómo hacer para que prime el bien común, para que todo funcione de la mejor manera para todos, especialmente para los más necesitados. Y esa actitud comprometida con todos los aspectos de la vida es la que llena de sentido la oración (liberándose del intimismo), la que da contenido a la liturgia (liberándola de ritos vacíos), la que, como se dice desde hace mucho tiempo -hace de la vida una oración y de la oración una vida-. Que en esta cuaresma nos podamos preguntar por la implicación de toda nuestra vida en el ser cristiano, sin la dicotomía entre lo sagrado y lo profano, entre los momentos mal llamados “espirituales” y la vida cotidiana con absolutamente todas sus aristas.
Se necesita urgente la conversión hacia los temas más álgidos que por no enfrentarlos van creando ese muro de separación entre muchas personas y la Iglesia. Temas álgidos son la participación plena del laicado en la Iglesia y, con justa razón, de las mujeres. Es también la moral social y sexual que no parece caminar al ritmo de las comprensiones actuales que, no son relativismo, sino asumir la complejidad de lo humano y buscar diferentes salidas. Es también dar la cara por tantos abusos sexuales y de poder que han cometido miembros de la Iglesia y buscar reparar el dolor de las víctimas. En fin, en cada contexto salen temas complejos que no han de evadirse.
En definitiva, ojalá esta cuaresma nos confronte con la situación eclesial del momento y discernamos “a fondo” cómo convertirnos a una iglesia verdaderamente sinodal, una iglesia pobre y humilde, una iglesia “en salida” que no teme herirse, ni mancharse -como lo dijo el papa Francisco desde el inicio de su pontificado. Tal vez si asumimos una actitud de conversión eclesial, este tiempo de cuaresma dé abundantes frutos que alcancen a los que se han ido alejando y a los que nunca han estado en la Iglesia para que vuelvan a sorprenderse como lo hacían los contemporáneos de los primeros cristianos por la manera cómo vivimos, cómo nos amamos, cómo ayudamos a todos, motivándose así, a pertenecer a este grupo que no busca el poder sino el servicio, que sabe amar a todos y en todas las circunstancias.
Comentarios desactivados en “El habla De Dios”, por Ramón Hernández
De su blog Esperanza radical:
De tanques y tractores
Tremenda y muy arriesgada la reflexión que hoy se nos plantea debido a que podría llevarnos a conclusiones realmente revolucionarias. Porque, si decimos que hubo un tiempo en que Dios habló a su pueblo y que ahí están los libros que contienen su voz, emitida hace ya tantos siglos y recogida en las Escrituras, entonces es difícil entender una supuesta mudez suya actual, equivalente para algunos a su muerte, como si se hubiera ausentado para siempre de nuestras vidas y, dada la evolución radical de las costumbres y de los pensamientos humanos, como si se hubiera dado media vuelta y nos hubiera confinado en la más absoluta indigencia intelectual y afectiva. Pero la verdad palmaria de cada cosa y de cada acción humana, que tan claramente nos proyectan su presencia, hacen que su voz no se apague nunca. Un supuesto silencio actual suyo requeriría un cambio substancial en el ser y en el obrar de un Dios que, habiendo sido antaño tan celoso de su pueblo, se muestra hogaño indiferente a su postración y a su sufrimiento.
Pero si decimos que Dios sigue hablándonos a través de cuanto acontece en cada instante de nuestras vidas, entonces se desencadena la intriga de saber qué nos está diciendo y de si su palabra actual rubrica o descalifica la de tantos profetas que se erigen en portavoces suyos. Teniendo en cuenta lo esencial y partiendo del hecho de que Dios no puede desdecirse, que su voz es siempre la misma, porque no puede cambiar ni un ápice su forma de proceder, debemos confiar en que sigue vivo junto a nosotros y en que está interviniendo de alguna manera en cuanto somos y hacemos. De ahí que nuestra gran preocupación, en vez de fijarse en si nos sigue hablando, debe ceñirse a qué nos está diciendo realmente en nuestro tiempo y a discernir si sus supuestos portavoces nos transmiten realmente su voz o persiguen otros intereses. De hecho, la fe revierte siempre en una oración que es conversación amistosa con un Dios que nunca se cansa de hablar con nosotros.
No deja de ser curioso y hasta contradictorio que la Iglesia de nuestro tiempo, o más bien sus jerarcas y doctores, sostengan que la Escritura, que es la palabra de Dios, se cerró con el último libro canónico del Nuevo Testamento, pero que nosotros debemos estar atentos a los dictados actuales del Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús que la sostiene y la guía. Pero no son las suyas revelaciones dictadas al oído, como algunos suponen que ocurrió con las Escrituras, sino mensajes que nos transmiten los llamados “signos de los tiempos”, ambigua denominación que, en boca de los aprovechados oportunistas de turno, lo mismo vale para un roto que para un descosido. Pero, en el fondo, nos queda la duda de si Dios habla o calla en nuestro tiempo.
De no hablarnos, puesto que el eco de su antigua voz es poco menos que indescifrable e incluso resulta imperceptible, estamos definitivamente perdidos, pues nunca seremos capaces de dar razón por nosotros mismos de nuestra propia vida y, lo que es más importante, de esbozar siquiera un horizonte que ilumine el recorrido humano. En otras palabras, por nosotros mismos no seremos capaces más que de decapitar la vida al confinarla en la sinrazón y la náusea. Pero si realmente nos habla, debemos apretarnos los machos, primero, para captar su voz y, segundo, para responder al diálogo que siempre provoca, sin olvidar en ningún momento que lo que hoy nos dice debe estar en completa armonía con lo que nos dijo ayer, habida cuenta en ambos casos de las circunstancias de lugar y cultura en que su voz toma cuerpo, pues la suya no puede ser más que una única palabra.
Si los cristianos decimos que esa palabra se llama Jesús de Nazaret, el judío que predicó en Palestina y el Cristo que sigue vivo entre nosotros, lo primero que debemos preguntarnos es qué es lo que realmente conserva de ese mismo Jesús la Iglesia de la que nos consideramos miembros. Para no entretenernos con menudencias e ir directamente a lo más determinante, cabría preguntarse a bocajarro si quien proclamó abiertamente que su reino no es de este mundo podría estar conforme con que hoy su Iglesia sea y se comporte como Estado, presidido por una especie de vicario-rey, rodeado de una corte de príncipes, y que dicha Iglesia esté formada por comunidades de seguidores establecidas en territorios gobernados por una especie de señores feudales. ¿Pudo Jesús sospechar siquiera o incluso temer que sus seguidores se organizarían en una estructura de poder tan férreo y atosigante como el que realmente ejercen los papas, los cardenales y los obispos sobre el pueblo de Dios? Si la respuesta es obviamente negativa y que todo ello ha obedecido a la necesidad imperiosa de ir acoplando el mensaje evangélico a los tiempos, la conclusión obvia sería que también hoy debemos seguir en esa línea, aunque sin las fijezas y fidelidades con que nos anclamos a costumbres y procedimientos forzosamente cambiantes y efímeros. Seguir en la misma línea requiere únicamente acoplar el mensaje cristiano a los tiempos actuales, tiempos en que, por ejemplo, las monarquías absolutas y las tiranías de cualquier pelaje están fuera de lugar, razón por la que son rechazadas de plano como sistemas válidos y legítimos de gobierno de los pueblos.
Si de las estructuras jerárquicas saltamos al lenguaje en sí mismo, deberíamos tener muy en cuenta que este evoluciona para no seguir grabando a fuego en la mente del cristiano terminologías hoy extrañas por obsoletas. ¿Seríamos capaces de entablar hoy una guerra por aquilatar conceptos tan complejos y distantes como los de “naturaleza” y “persona” a la hora de proclamar en nuestro Credo que el Dios de nuestra fe es Trinidad porque en él hay tres “personas”, pero que, a la postre, se trata de “un” solo Dios, porque sus tres personas tienen una única “naturaleza”? ¿Debe todo esto tener alguna repercusión en la vida de los cristianos de nuestro tiempo? Y, sin embargo, el “misterio” de la Trinidad, misterio que no debería serlo tanto al haber sido desvelado tan claramente por la inserción en él de los términos filosóficos de persona y naturaleza, sirvió en el pasado no solo para construir sobre él un emporio de dogmas y un baluarte de espiritualidad, sino también para ser utilizado como punta de lanza para pronunciar excomuniones y dictar condenas a morir en la hoguera.
Todavía no hace mucho, al discrepante y al contrincante se los tildaba fácilmente de “herejes”, igual que hoy se los tilda de “fascistas. ¿Qué lenguaje utiliza hoy el Espíritu de Jesús para hablarnos? Solemos decir que lo hace a través de “los signos de los tiempos”, pero la triste realidad es que los signos de nuestro tiempo apuntan claramente a la guerra, a la eliminación de los contrincantes y a la muerte por hambre de millones de seres humanos, procedimientos perversos que los cristianos debemos erradicar partiendo del hecho evidente de que vivimos en un mundo con recursos suficientes para que todos podamos llevar una vida digna, construida sobre la libertad y la justicia. De ahí que esos mismos signos tengan hoy un clamoroso timbre denunciador en demanda de conversión personal y de cambio de rumbo social.
Y, si del lenguaje pasamos a las costumbres, ¿condenaría hoy Jesús a las adúlteras de nuestro tiempo cuando en vida encontró la manera de perdonar a cuantas se cruzaron en su camino? El hambriento come, el leproso se cura, el ciego ve, el cojo anda y, en general, el pecador se arrepiente. Tales eran los signos y los prodigios con que él acreditaba su proceder mesiánico para implantar en la tierra el reino de Dios. ¿Acaso era Jesús un ser fantasmal venido de otro mundo o un filósofo sabio, un gran matemático, un sobresaliente general de algún ejército, un destacado constructor de templos o un rico comerciante de especias? Por fortuna para todos, no fue más que un sencillo judío devoto y fiel, ungido por la gracia de Dios, de quien recibía la fuerza con que obraba las maravillas con que justificaba su poder y su obra. Ateniéndonos a cuanto de él nos cuentan las Escrituras, nos enseñó a cambiar nuestra forma de ver el rostro de un Dios que había sido, y aún sigue siéndolo para muchos en nuestro tiempo, duro como el pedernal, insaciablemente vengativo, terriblemente celoso y cruel más allá de todo lo imaginable, capaz de infligir terribles castigos “eternos” por nimiedades, para contemplarlo gozosamente como un hacendoso hortelano, que cuida y mima los lirios del campo, o un bondadoso padre, que no desespera de que su hijo díscolo retorne un buen día al hogar paterno.
Aunque para el cristiano no haya otro camino que el de la cruz de Jesús, de seguir sus pasos, todo en su vida ha de volverse positivo por la fe que profesa creyendo en el Dios que él predica. Por muchas vueltas que le demos al hecho de ser cristianos, no hay más camino que el recorrido por el judío que todo lo hizo bien, generoso en el perdón y dedicado de lleno a mejorar la vida de cuantos le rodeaban y escuchaban. Incluso su muerte por sedición, en el seno de un pueblo atenazado por un poder extranjero y sometido al juego sucio de manipuladores de la ley, salvó realmente a “su” pueblo, pueblo del que los cristianos formamos parte. En vida y muerte, él cumplió la voluntad de su Padre y bebió hasta la última gota amarga de su cáliz en beneficio de su pueblo, de todo pueblo.
Sin la menor duda, el Espíritu Santo, el espíritu de Jesús, nos habla hoy a través de los acontecimientos que entretejen y cincelan nuestras propias vidas. Hay en este mundo nuestro muchas guerras y hambres a las que todos los cristianos, como una piña, debemos poner remedio sirviéndonos de cuantos recursos y fuerzas tengamos. De estar persuadidos de que esa es la voluntad que Dios nos manifiesta a través de los signos de nuestro tiempo, podemos llegar muy lejos en el logro de tan encomiable cometido. El tirano que subyuga a unos y el codicioso que imposibilita la vida de otros deberían ser denostados como se merecen en el seno de nuestras comunidades. Son precisamente ellos los que convierten esta hermosa vida nuestra en un purgatorio y, seguramente, en el único infierno que nos acecha o que de hecho nos engulle. Desde luego, no me cabe la más mínima duda de que el Espíritu de Jesús nos está gritando con fuerza, a través de los signos de nuestro tiempo, que es mucho mejor vivir amándonos que odiándonos y que nuestros mortíferos tanques deben “convertirse” en vivificadores tractores.
Comentarios desactivados en “Tensión conflictiva en la Iglesia”, por José María Castillo, teólogo.
De su blog Teología sin censura:
“La Religión está en declive creciente. Pero este declive no es una desgracia fatal”
“Es un ‘secreto a voces’ que en la Iglesia existe un profundo malestar. Esta situación, desagradable y peligrosa, se ha acentuado con motivo del fallecimiento del expapa Benedicto XVI… En la Iglesia, todos los papas representan la suprema autoridad. Pero no olvidemos que, en cualquier caso y sea quien sea, estamos hablando de la suprema autoridad ‘en la Iglesia'”
“En la Iglesia se ha producido una adulteración doble: desplazar el ‘seguimiento’ de Jesús a la ‘espiritualidad’, que es privilegio de selectos”
“Y la otra adulteración – la más determinante en la Iglesia – es la que brotó, ya en los primeros discípulos: Sin duda alguna, aquellos primeros apóstoles ‘seguían’ a Jesús. Pero ‘no habían renunciado al yo'”
“En este momento, estamos en el proceso de la transformación que urge recuperar lo que inició, quiso y quiere Jesús, tal como quedó patente en el Evangelio”
Es un “secreto a voces” que en la Iglesia existe un profundomalestar. Un malestar además que se ha destapado y es motivo de preocupación en los ambientes religiosos y eclesiásticos. Esta situación, desagradable y peligrosa, se ha acentuado con motivo del fallecimiento del expapa Benedicto XVI.
Por supuesto, los dos últimos papas, Joseph Ratzinger y Jorge Mario Bergoglio, han sido y son dos hombres muy distintos. Pero el problema no está en lo que han sido – o son – estos dos hombres. El problema está en lo que ambos representan.
Por supuesto, en la Iglesia, todos los papas representan la suprema autoridad. Pero no olvidemos que, en cualquier caso y sea quien sea, estamos hablando de la suprema autoridad “en la Iglesia”, que se tiene que ejercer “de acuerdo con lo que enseña el Evangelio”. Teniendo siempre en cuenta que, en la Iglesia, nadie puede tener autoridad para vivir o decidir “en contra de lo que enseña el Evangelio”. Por supuesto, en la medida y según las limitaciones inherentes a la condición humana.
Pues bien, esto supuesto, sabemos que Jesús les anunció a sus doce apóstoles, en tres ocasiones (Mc, 8, 31 par; 9, 30-32 par; 10, 32-34 par; J. Jeremias, Teología del NuevoTestamento. Salamanca, Sígueme, pg. 321-331), que en Jerusalén iba a ser condenado a la muerte más baja que una sociedad puede adjudicar: la de un delincuente ejecutado (Gerd Theyssen, El movimiento de Jesús, Salamanca, Sígueme, pg. 53).
Ahora bien, a partir del momento en que los discípulos se enteraron de que el final de Jesús se acercaba, y todo aquello acabaría en un fracaso inimaginable, la conducta de aquellos apóstoles tomó un giro inesperado. Sencillamente, los que “siguiendo a Jesús”, habían abandonado todo lo que tenían (familia, trabajo, viviendas…) (cf. Mt 8, 18-22; Lc 9, 57-62), con una generosidad increíble, al ver que aquello llevaba al fracaso más cruel y vergonzoso, sin duda alguna y precisamente por eso, entonces fue cuando aquellos “seguidores” de Jesús se pusieron a discutir cuál de ellos era “el más grande” (meison) (Mc 9, 33-35, cf. 10, 43; Lc 22, 24-27) (cf. S. Légasse, Dic. Ex. N.T., vol.II, 207). Es decir, el que debía tener el máximo poder y tenía que aparecer como el más importante. Jesús, por el contrario, cambia semejante criterio radicalmente: el primero, entre sus discípulos, no ha de ser el más grande, sino al revés: el más pequeño, el que representa lo que es visto como un chiquillo (Mc 9, 37 par).
Pero no es esto lo más importante que enseñó Jesús a sus discípulos y apóstoles. Después del tercer anuncio de la pasión y muerte, cuando estaban ya subiendo a Jerusalén (Mc 10, 32 par), en vísperas del fracaso inminente, “los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan”, tuvieron el atrevimiento descarado de pedirle a Jesús que fueran para ellos los primeros puestos. A lo que Jesús respondió: “No sabéis lo que estáis pidiendo” (Mc 10, 34 par). Y sobre todo, el problema grave es que los demás discípulos se indignaron ante la petición de Santiago y Juan (Mc 10, 41). O sea, todos querían estar situados en los puestos de más importancia.
La respuesta de Jesús fue tajante. Los convocó a todos y les dijo que no podían apetecer lo que apetecen los “jefes de las naciones”. Tenían que apetecer y vivir como “doulei”, como “siervos y esclavos” de los demás (Mc 10, 42-45 par).
En la Iglesia se ha producido una adulteración doble. Ante todo, el Evangelio exigió el “seguimiento” de Jesús, que se realiza en el despojo de cuanto se tiene (Mt 8, 18-22; Lc 9, 57-52). Es decir, no vivir atados a los bienes que nos privan de la libertad, para hacer posible la bondad sin límites. Pero lo que hemos hecho ha sido desplazar el “seguimiento” de Jesús a la “espiritualidad”, que es privilegio de selectos.
Y la otra adulteración – la más determinante en la Iglesia – es la que brotó, ya en los primeros discípulos, cuando Jesús les informó de que tenían que despojarse, no sólo “de lo que cada cual tenía” (dinero, propiedades, casa, familia…), sino además y sobre todo, “despojarse del yo” (Eugen Drewermann). Esto explica por qué cuando Jesús informó a los discípulos – por segunda vez – del final que le esperaba (Mc 9, 30-32 par), aquellos fieles hombres se pusieron a discutir “cuál de ellos era el primero y el más importante” (Mc 9, 34-35 par). A lo que Jesús respondió que, en su proyecto, el que quisiera “ser el primero” tenía que “hacerse como un chiquillo y ser el último” (Mc 9, 33-37 par).
Sin duda alguna, aquellos primeros apóstoles “seguían” a Jesús. Pero aquellos seguidores de Jesús “no habían renunciado al yo”. Es decir, querían seguir a Jesús, pero siendo los primeros, los más importantes, los que mandan. Y la verdad es que, cuando apresaron a Jesús, para matarlo, Judas vendió a Jesús, Pedro lo negó tres veces y, por supuesto, “todos los discípulos lo abandonaron y huyeron” (Mc 26, 56).
Desde aquel momento, quedaron puestos los pilares de una Iglesia que vive en tensión conflictiva. En el siglo pasado, el papa san Pío X dijo en una encíclica famosa (Vehementer Nos): “En la sola jerarquía residen el derecho y la autoridad necesaria para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad. En cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y, dócilmente, el de seguir a sus pastores” (cf. Y. Congar, Ministerios y comunión eclesial, Madrid, Fax, 1973, pg.14).
Así se veía a la Iglesia en los primeros años del siglo XX. Un siglo después – ahora – una Iglesia así es insoportable. En este momento, estamos en el proceso de la transformación que urge recuperar lo que inició, quiso y quiere Jesús, tal como quedó patente en el Evangelio. La Religión está en declive creciente. Este declive no es una desgracia fatal. Es el paso inevitable para que el centro de la vida de la Iglesia no se realice en conflictos clericales, sino en la recuperación del Evangelio.
Comentarios desactivados en “A Dios, la iglesia le ha salido rana”, por Pepe Mallo.
Los “consumidores” de Dios defienden a ultranza los derechos divinos, pero se olvidan por entero de los derechos humanos
En la plenitud de la Historia, Dios se humaniza en Jesús de Nazaret
| Pepe Mallo
En el estudio del Dibujo, según su punto de fuga correspondiente, se definen dos perspectivas: “a vista de rana” (de abajo arriba) y “a vista de pájaro” (de arriba abajo). Términos que expresan fielmente la trayectoria de la mirada del espectador. Este concepto artístico se puede aplicar a infinidad de situaciones. Yo lo escojo para mi reflexión navideña.
Las religiones, especialmente las llamadas “del Libro”, cultivan metódicamente la perspectiva “a vista de rana”. Su mirada se eleva hasta el mismísimo Dios, ese ser mayor que el cual no puede existir otro, “id quo maius nihil cogitari potest”. Lo encumbran hasta el Olimpo, el Sinaí, Jerusalén o el Séptimo cielo y le atribuyen características soberanas. Se moldea su esencia:ser supremo, omnipotente, omnipresente y omnisciente; creador, juez, protector y providente, salvador del universo y de la humanidad. Una realidad eterna, trascendente, inmutable y última… Esta fascinante visión teológica provoca, sin perseguirlo conscientemente, una oposición entre Dios y el hombre. Origina dos jurisdicciones, dos soberanías. ¿Dios o el hombre?
El autor o autores del relato del Génesis, pertenecientes a la casta sacerdotal judía, nos presentan ya enfrentados a los dos competidores. Según el mítico relato, Dios concedió al hombre el dominio sobre todos los seres creados y le había dotado de razón y de libertad. Sin embargo, cuando el hombre intenta ser libre, tomar sus propias decisiones, ahí está su creador para cortarle las alas. No admite desobediencias. Es como decirle: “Puedes ser libre, pero no te librarás de mí”. Y de hecho, a lo largo y ancho de los relatos bíblicos, vemos a un Dios intolerante y castigador del hombre. Incluso “se arrepiente” de haberlo creado. El hombre, que fue concebido como “dominador” de la Naturaleza, debe vivir bajo la dependencia de su creador. Su destino queda ligado a la “fidelidad y acatamiento” de los mandatos divinos: Hágase tu voluntad “en la tierra” como en el cielo.
Esta dependencia, además, convierte a Dios en objeto único de adoración. Según las religiones, El se arroga el homenaje feudal y exclusivo frente a otros dioses: “No tendrás otro Dios más que a mí”, “Solo hay una divinidad, Alá”. Para centralizar este culto adorador, se erigen lugares sagrados (“Sancta sanctorum”) donde mora la divinidad: monumentales templos, majestuosas catedrales, santuarios grandiosos y modestos, vistosos sagrarios, deslumbrantes y fastuosos ostensorios que procesionan por calles y plazas… En ellos, y solo en ellos, debe recibir Dios adoración perenne, incluida la “adoración nocturna” para que Dios no se sienta aislado en su sagrado confinamiento.
Como este Dios es insondable e inaccesible para el hombre, se instituye una casta sagrada, los “elegidos” por Dios mismo como sus representantes en la Tierra e intermediarios. Ellos, y solo ellos, hacen de puente y establecen, ordenan y coordinan la relación de lo humano con lo divino, protegiendo los derechos de adoración y culto a Dios y exigiendo los deberes de sumisión y acatamiento del hombre, bajo condenación eterna. Así, dan a Dios lo que es de Dios: pleitesía y adoración. Secuestran la verdadera cara de Dios a los hombres porque ellos son quienes la dibujan con su perspectiva de renacuajo.
En contraste con esta terrestre visión de batracio, nos topamos con la divina mirada “a vista de pájaro”. Si expurgamos y tamizamos los escritos bíblicos, sin caer en una manipuladora ingeniería teológica, encontraremos que Dios jamás considera al ser humano como enemigo ni antagonista. Al contrario. Lo crea como el “alter ego”: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, como semejanza nuestra” (Gen.2,26). La cuestión fundamental sobre el hombre en la Biblia es ¿quién es el hombre?, ¿qué piensa Dios del hombre? Por eso, el salmista se pregunta extasiado ante tanta grandeza: “¿Quién es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que reciba tus cuidados? Lo has concebido apenas inferior a un dios, y has puesto en las suyas las obras de tus manos” (Sal.8,5-7).
La Biblia arroja una luz nada despreciable para entender el misterio del hombre. En los escritos bíblicos, el ser humano constituye una identidad propia ya que toda la manifestación bíblica es una historia entre un “yo” y un “tú”. La creación del hombre constituyó un enternecedor gesto de Dios que le configuró como padre-madre de su criatura. Le dio vida no para que fuera su esclavo, sino su hijo con quien establece una relación directa y cercana. Son numerosos los pasajes veterotestamentarios, sobre todo en los profetas, en que Dios usa esta expresión filial para evocar su relación con el pueblo. Y en el Nuevo Testamento no son pocas las afirmaciones categóricas en este sentido. Y como amoroso padre, se preocupa de los hijos más débiles e indefensos. Cuando reprocha a Caín su culpa, no le echa en cara que le ha ofendido a Él, sino que le increpa: “La voz de la sangre de tu hermano grita desde la tierra hasta mi.” (Gen. 5,10) Y ante la esclavitud del pueblo judío, se sincera con Moisés: “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado su clamor ante sus opresores” (Ex. 3,7).
En el desempeño de su quehacer paterno-filial, le encomienda el cuidado de “nuestra casa común” que hay que mimar, como dice el papa Francisco. La Naturaleza es la “obra de Dios”. Dios ama su propia obra, y se la encomienda a su “otro yo” para que, en ella, se identifique con su Padre-Madre. (La primera deidad que veneró el hombre primitivo fue la “Madre Tierra”, la diosa Naturaleza). Y en la plenitud de la Historia, Dios se humaniza en Jesús de Nazaret. Dios se ha hecho un “selfie”, se ha autorretratado en el hombre Jesús. No solo se encarna, se “humaniza”. (Existen personas “encarnadas”, que viven en carne mortal, pero están “deshumanizadas”). Su identificación y solidaridad con los hombres y mujeres de su tiempo, le llevan a hacer la “opción por los pobres”, a establecer causa común con los indigentes, los postergados, lo apartados de la sociedad privilegiada, social y religiosamente: publicanos, pecadores, prostitutas, enfermos… Por eso fue incomprendido y perseguido por las autoridades religiosas, y por cuestionar la utilidad del templo, afirmando que a Dios hay que darle culto no en la mentira ni en el cumplimiento de la Ley vacío de contenido, sino en “el espíritu y en la verdad”. Los “usuarios” de de la religión proclaman el “temor de Dios”, Jesús nos habla del “amor de Dios”. No excluye a nadie ni margina a la mujer, a los curas casados, al colectivo “diferente”… Y fue repartiendo perdón, sin condena: “Yo tampoco te condeno”, “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Lo fundamental para él es devolverle al hombre su verdadero rostro. Cuando se niega esta identificación de lo divino con lo humano, se está poniendo en juego la verdad del hombre, el ser humano se estaría autodestruyendo.
¿Quién no percibe esta perspectiva de Dios en las parábolas del Hijo pródigo y del Samaritano? Y para más inri, a la hora de “juzgar” la conducta humana respecto a Dios, no reivindica “porque amaste mucho a Dios y le adoraste sin cesar, de día y de noche, y le rendiste solemne culto y ostentosas celebraciones públicas”, sino “porque diste (o no) de comer, de beber, visitaste, acompañaste al hombre…” Los “consumidores” de Dios defienden a ultranza los derechos divinos, pero se olvidan por entero de los derechos humanos. Deshumanizan a Jesús. Nos señalan a Dios para que nosotros miremos a su dedo.
Tras mi reflexión sobre los dos respectivos puntos de vista, me invade el reconcomio de que, verdaderamente, a Dios, la Iglesia le ha salido “rana”.
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De su blog Teología sin censura:
“Esta mentalidad machista esté privando de sus derechos a millones de fieles cristianos”
“Sabemos de sobra que “la ley del más débil” no se ha impuesto en nuestro mundo. Sabemos, por tanto, que, en la sociedad moderna y posmoderna, no se ha impuesto la igualdad”
“Las Religiones – entre ellas, la cristiana – han sido (y siguen siendo) responsables de las mil desigualdades que siguen causando tanto y tan enorme sufrimiento”
“Pasan los años y los siglos, al tiempo que la Iglesia sigue firme en su decisión de mantener la desigualdad de las mujeres respecto a los hombres”
Como es bien sabido, la “diferencia” no es lo mismo que la “desigualdad”. La diferencia es un “hecho”. La igualdad es un “derecho” (cf. Luigi Ferrajoli, Derechos y garantías, Madrid, Trotta, 2001, pg. 77-80). Por esto, si es que de verdad queremos que, en este mundo, se imponga la mayor igualdad posible, para alcanzar semejante ideal, no hay más camino – ni más remedio – que fomentar y potenciar “la ley del más débil”, que se hace realidad en los “derechos fundamentales”, proclamados en la Declaración de derechos de 1789 (L. Ferrajoli, o. c., pg. 76-78).
Por supuesto, sabemos de sobra que “la ley del más débil” no se ha impuesto en nuestro mundo. Sabemos, por tanto, que, en la sociedad moderna y posmoderna, no se ha impuesto la igualdad. Las desigualdades son asombrosas y crueles. Y los responsables somos los que no hemos tomado en serio ni hemos luchado, de corazón y de veras, por hacer realidad los derechos de los más débiles.
En estas condiciones y sin miedo a exagerar, se puede afirmar que las Religiones – entre ellas, la cristiana – han sido (y siguen siendo) responsables de las mil desigualdades que siguen causando tanto y tan enorme sufrimiento. No es posible – ni pretendo – describir y analizar las muchas desigualdades que la Iglesia mantiene y justifica. Desigualdades en la sociedad. Y desigualdades en la misma Iglesia. Con el agravante de los incontables silencios de la Iglesia ante las leyes de los más fuertes, en política, en economía, en Derecho, en tantas y tantas cosas, que serían muy distintas si los obispos (y el clero en general) levantaran su voz, como la levantan cuando se sienten amenazados en los intereses y libertades que favorecen o amenazan a la Iglesia y lo que importa de verdad al mundo clerical.
Esto supuesto, se comprende perfectamente cómo y por qué pasan los años y los siglos, al tiempo que la Iglesia sigue firme en su decisión de mantener la desigualdad de las mujeres respecto a los hombres. Una decisión intocable, que se mantiene al precio de miles y miles de parroquias que no pueden celebrar la eucaristía, ni atender a los fieles que necesitan un consejo, una ayuda y, sobre todo, no tienen quien les explique el Evangelio y les aporte luz en sus problemas de conciencia.
El Concilio Vaticano II, en su constitución sobre la Iglesia (LG, nº 37), dijo que “los fieles cristianos tienen derecho de recibir con abundancia … los auxilios de la palabra de Dios y de los sacramentos…”. Pero está visto que, para una notable mayoría de obispos, teólogos y gobernantes de la Iglesia, es más importante tener a las mujeres marginadas, que cumplir con los derechos que tienen los fieles cristianos.
Además, esto se hace a sabiendas de que, como consta en los Evangelios, el colectivo humano, con el que Jesús no tuvo el más mínimo roce o problema, fue precisamente el de las mujeres. Jesús las defendió siempre, aunque no siempre eran mujeres ejemplares. En su misión de anuncio del Evangelio, le acompañaron, no sólo “los Doce”, sino además “muchas mujeres”, no todas ellas precisamente ejemplares (Lc 8, 1-3). Es más, sabemos que, según los Evangelios de Marcos (10, 1-12) y Mateo (19, 1-12), Jesús antepuso el derecho de la mujer a lo establecido en favor del hombre, según se indica en Deut. 24, 1 (cf. Joel Marcus, (El Evangelio según Marcos, pg. 809; Cf. Ulrich Luz, El Evangelio según Mateo, vol. III, pg. 140-142).
Sin duda alguna, una notable mayoría de hombres del clero no están dispuestos a admitir la igualdad de derechos de las mujeres con los derechos del hombre. Aunque esto no se pueda demostrar con el Evangelio en la mano. Y – lo que es más grave – por más que esta mentalidad machista esté privando de sus derechos a millones de fieles cristianos. Incluso en detrimento grave de la misma Iglesia, que se está quedando si clero y con un futuro cada día más preocupante.
Sin duda alguna, en la Iglesia tiene más fuerza y es más determinante el machismo que el Evangelio. ¿Qué futuro nos espera a quienes seguimos queriendo lo mejor para la Iglesia y para la sociedad?
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