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“Pasar “haciendo el bien” como Jesús “, por Consuelo Vélez

Sábado, 15 de julio de 2023
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Pasar “haciendo el bien” como Jesús En general las personas persiguen ideales y sueñan con grandes realizaciones. Pero la vida se va encargando de mostrar que lo alcanzado no es tan glorioso como tal vez se soñaba y, además, muchas cosas no se pueden lograr por circunstancias externas no controlables por nosotros mismos. Algunas personas consiguen éxitos que parecían imposibles y otras, lamentablemente, se conforman con demasiado poco y no luchan lo suficiente por alcanzar sus metas. Esta es la diversidad de personas que somos; sin embargo, unas y otras, vivimos, sufrimos, gozamos, luchamos y esperamos mejores tiempos.

De Jesús en su vida histórica, el libro de Hechos nos lo describe como aquel que “pasó haciendo el bien” (10, 38). ¿Qué quisieron decir con esto? Jesús no tuvo éxitos, ni fortuna, ni glorias, pero fue una persona que hizo el bien. Parece que esto fue lo que sus contemporáneos resumieron de su vida con ellos. Esto no es poco. Es mucho porque en hacer el bien o el mal se juega nuestra propia felicidad y la de nuestro mundo. Por eso la invitación para los que intentamos seguirle no va por una perfección de determinada manera sino en esta línea de pasar por la vida haciendo el bien.

¿Cómo ser personas que pasen haciendo el bien? Mirando a Jesús encontramos al menos dos maneras de hacer este bien. La primera se refiere a su actuar con respecto a los excluidos de su tiempo, sea por su enfermedad, por su sexo, por el trabajo que ejercían, por su procedencia étnica, etc. Sus milagros no se refieren a actos extraordinarios para mostrar su poder, sino a los “signos del reino”, es decir, a la puesta en práctica del actuar de Dios que nunca excluye, que nunca castiga, que nunca va en contra de la dignidad del ser humano. Jesús cura a los enfermos porque les apartan de la comunidad, en nombre de la Ley ya que se les consideraba pecadores; habla con los extranjeros porque el reino va más allá de las fronteras de Israel; come con los pecadores porque ellos también están incluidos en la mesa del reino. Pero la segunda manera de practicar el bien es con sus actitudes frente a las instituciones religiosas de su tiempo -La Ley y el Templo- cuando estas oprimen a las personas, esclavizándolas con sus mandatos en lugar de ponerlas al servicio del ser humano. El gesto provocador de Jesús de curar en sábado -cuando podía haberlo hecho cualquier otro día- es un gesto profético para denunciar que eso va en contra del querer de Dios. Todas estas acciones buenas le complican la vida y Jesús se gana la muerte. Lo crucifican porque anuncia la buena noticia de la misericordia para todos y denuncia la tiranía de las instituciones cuando no están al servicio del ser humano.

A un actuar similar estamos llamados los cristianos. Si queremos, todos podemos pasar haciendo el bien. El bien siempre da gozo, paz al corazón, satisfacción personal, alegría serena. Y, en la medida que buscamos hacer el bien, logramos hacer un mundo mejor. Aunque nos asaltan las noticias sobre la maldad humana sobre otros seres humanos, la cotidianidad está también repleta de bien porque de lo contrario no podríamos vivir el día a día. El bien se manifiesta en tener otro día de vida. En la creación que sigue brindándonos sus dones como casa común en la que habitamos. Bien es la organización social -por precaria que sea- que nos permite desarrollar nuestras tareas diarias. Bien es el poder estar con otros en la calle, en el transporte, en los centros educativos, en las empresas y llevar adelante los oficios que ahí se desarrollan. Bien es poder descansar del trabajo realizado y recobrar fuerzas para comenzar un nuevo día.

Y mayor bien es cuando nos detenemos ante las necesidades de los otros y buscamos socorrerlas de alguna manera. Desde un pequeño gesto de ayuda en las cosas cotidianas hasta en la solución de problemas más complejos para los cuales desde un consejo, una ayuda material o un apoyo moral, son indispensables. Bien es también aprender a agradecer todo lo que recibimos y a no pedir más de lo que los demás pueden darnos. Un corazón agradecido disfruta verdaderamente de la vida, mientras que aquellos que solo exigen de los otros algo, van cosechando amarguras en su corazón cuando no reciben lo que esperan. En otras palabras, pasar haciendo el bien como lo hizo Jesús es orientar la vida hacia el servicio, la generosidad, la gratitud, la benevolencia, la misericordia, el perdón, la posibilidad de comenzar siempre de nuevo.

Pero también pasar haciendo el bien supone levantar la voz para denunciar lo que no permite la vida de los otros. Es vivir el profetismo al estilo de Jesús que denunció a las instituciones religiosas y sociales de su tiempo por poner cargas pesadas sobre las personas en lugar de ser signos de acogida y misericordia al estilo de Dios. Esta manera de hacer el bien es más difícil porque también despierta la persecución de los que son denunciados y no se está lejos de ser perseguido y asesinado. Eso pasa con tantos líderes sociales que, especialmente, en Colombia son asesinados a diario. Y pasa con tantos profetas cotidianos en la familia -al denunciar la violencia doméstica-, en las empresas al denunciar las malas condiciones y pocas garantías laborales, en las instituciones educativas al denunciar la mediocridad o el negocio que se forma alrededor de ellas; en las instituciones religiosas cuando se denuncia abusos, intereses económicos, manipulación de la fe sincera de las personas.

Por aquí va la propuesta de la vida cristiana. Algunos la limitan a lo sagrado llenando la vida de prácticas religiosas. Estas han de ser expresión del pasar haciendo el bien en la vida concreta. De lo contrario, son prácticas vacías que Dios aborrece. Tal vez nos ayude revisar cómo hacemos el bien en lo grande y lo pequeño, en lo privado y en lo público, en lo cotidiano y en lo estructural. Posiblemente así nos vamos acercando más al Jesús a quien decimos amar y queremos seguir.

(Foto tomada de: https://www.euroresidentes.com/estilo-de-vida/sentir-bien/ayudar-los-demas)

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“Iván Illich, el profeta de una Iglesia sin poder”, por Juan José Tamayo Acosta, teólogo.

Miércoles, 12 de julio de 2023
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IMG_2835Sus ideas y actividades generaron un profundo conflicto con la Santa Sede y México

Los textos de Iván Illich generaron una lúcida e intensa polémica ideológicamente muy enriquecedora. Polémica que se aprecia también en los escritos de 1955 a 1985 reunidos en el libro La Iglesia sin poder (Trotta, Madrid, 2022), que cuenta con un clarividente prólogo de Giorgio Agamben, quien califica a Illich de “arquitecto de la convivialidad” y sitúa el libro en el horizonte del Reino en la dialéctica entre el “ya sí” y el “todavía no”

Desde mi juventud vengo leyendo con verdadera fruición y en plena sintonía a Ivan Illich (1926-2002), un pensador radical y uno de los intelectuales críticos más brillantes y creativos de la segunda mitad del siglo XX. Para quienes no hayan seguido el itinerario intelectual de Ivan Illich, recuerdo algunas de las actividades y facetas de su personalidad a cuál más interesantes y provocativas.

Nació en Viena en el seno de una familia de orígenes judíos y católicos. Estudió filosofía y teología en la Universidad Gregoriana de Roma entre 1942 y 1946. Tras su ordenación sacerdotal trabajó en una parroquia de Nueva York. En 1956 fungió como vicerrector de la Universidad Católica de Ponce en Puerto Rico.

En 1961 creó en Cuernavaca (México) el Centro de Investigaciones Culturales (CIC) y cinco años después el Centro Internacional de Documentación (CIDOC), espacio de reflexión y crítica de referencia a nivel internacional. En él participaron figuras relevantes como Erich Fromm, Paulo Freire, Peter Berger, Susan Sontag, André Gorz, Everett Reimer, autor de La escuela ha muerto. Alternativas en materia de educación escolar.  A partir de 1980 ejerció como profesor invitado de filosofía y ciencia, tecnología y sociedad en la Universidad Estatal de Pensilvania e impartió seminarios en la Universidad de Bremen (Alemania). Sus ideas y actividades generaron un profundo conflicto con la Santa Sede y el gobierno de México.

Illich se mostró crítico con la ineficacia de la educación escolar institucionalizada que, a su juicio, conduce derechamente al consumismo, y defendió una sociedad desescolarizada con una educación autodirigida y un aprendizaje en libertad, como demuestra en su libro La sociedad desescolarizada (1971).

La convivencialidad

Illich es autor de otra obra fundamental, La convivencialidad (1973; Editorial Virus, 1978), donde analiza las estructuras de dominación presentes en nuestro mundo, siendo una de las más importantes el capitalismo, que coloniza cada vez más espacios y extiende sus tentáculos a todas las instituciones: escuela, medicina, hospitales, transportes, construcción de viviendas, alimentación, etc. Una de sus ideas más originales en este libro es la idea de que estamos instalados en un “fascismo tecnoburocrático, que mantiene el control sobre toda la población.

Como alternativa propone un sistema político basado en la convivencialidad, que se caracteriza por la producción de bienes y servicios para los seres humanos y por la crítica de la idea de crecimiento y la defensa de una sociedad austera y libre.

Agamben califica a Illich de “arquitecto de la convivialidad” y sitúa el libro en el horizonte del Reino en la dialéctica entre el “ya sí” y el “todavía no”

Los textos de Iván Illich generaron una lúcida e intensa polémica ideológicamente muy enriquecedora. Polémica que se aprecia también en los escritos de 1955 a 1985 reunidos en el libro La Iglesia sin poder (edición de Valentina Borremans y Sajay Samuel, Trotta, Madrid, 2022),  que cuenta con un clarividente prólogo de Giorgio Agamben, quien califica a Illich de “arquitecto de la convivialidad” y sitúa el libro en el horizonte del Reino en la dialéctica entre el “ya sí” y el “todavía no”.

Los textos abordan temas plurales de carácter preferentemente religioso, como, la parroquia estadounidense, el significado de la virginidad, la pobreza de espíritu y el carácter misionero, el sentido de la muerte en el cristianismo, la experiencia religiosa y la experiencia estética, y, quizá el más relevante, “El clérigo evanescente”, por el que el Vaticano le impuso cuatro años de silencio.

Son textos analizados desde una profunda cultura teológica, con sentido crítico y de denuncia de la institución eclesiástica romana, con una fuerte carga política y social liberadora y teniendo como guía “la pobreza, el desvalimiento y la no violencia elegidos por uno mismo”, que “está en el corazón del mensaje cristiano” (p. 217). Para Illich, el mensaje cristiano es “la política más racional en un mundo cada vez más consagrado a ensanchar el hueco entre ricos y pobres” (p. 217).

En el más emblemático y crítico de los artículos sobre “El clérigo evanescente”, de 1967, define a la Iglesia romana como la burocracia no gubernamental más grande del mundo”, que “emplea a un millón ochocientos mil trabajadores a tiempo completo: sacerdotes, religiosos, religiosas, y laicos” y cuyo funcionamiento está “al nivel de General Motors y el Chase Manhattan” (p. 147). A su vez, considera “altamente irresponsable continuar preparando hombres para una profesión [el clero] que se extingue” (p. 167). Crítica que el ministerio sacerdotal esté asociado al poder y al privilegio clericales.

Crítico con la idolatría del progreso

Se muestra crítico también de la idolatría del progreso, de la escalada contaminante de la producción, de una tecnocracia desatada y de la pseudoteología de la educación como preparación para una vida de consumo frustrante, y propone como alternativa “un consenso antitecnócrata”, que debe traducirse en una pobreza voluntaria como la predicada por Jesús de Nazaret (p. 217-218).

Reconoce la importante y crucial responsabilidad del entonces llamado Tercer Mundo en la liberación del progreso, del desarrollo y de la eficacia, ya que sus ciudadanos todavía no son adictos y dependientes del consumo. En las sociedades de hoy, recuerda, “los discípulos están llamados a predicar el Evangelio a los pobres mostrándoles que incluso a los no escolarizados se les puede educar” (205).

En el último artículo de los seleccionados, dedicado al recuerdo del padre Robert J. Fox, se refiere a “su capacidad de res-pectar [con el significado de “mirar una y otra vez”] la basura, el despojo, el desecho” (242). En las páginas finales escritas por Fox se insiste en el derecho a pertenecer al inasequible Dios a pesar de las pretensiones de la Iglesia sobre el clero, en el derecho a ver a Dios encarnado en la escoria a pesar de las pulcras y límpidas imágenes de nuestros legítimos vecinos que la Iglesia difunde y en el derecho a oír el nombre de Dios revelado por boca de aquellos que nos apabullan con amor” (243).

Otro Dios es posible

¡Dios inasequible, encarnado en la escoria, en la basura! Illich lo deja claro: Otro Dios es posible ¡Y necesario! También tiene clara la imagen del ser humano, no como solidario, solipsista, sino como persona con los otros. El final está en plena sintonía con la teología de la liberación y las comunidades de base, de quienes siempre estuvo cerca Illich, con la antropología comunitaria de Martin Buber y con el principio de la filosofía Ubuntu: “yo solo soy si tú también eres”.

Solo un Dios encarnado en los basureros de la historia puede contribuir a liberar a los pueblos oprimidos y a las personas empobrecidas enfangados en la basura generada por la gente satisfecha. Solo una Iglesia sin poder puede ayudar a liberar a quienes el poder niega su dignidad y su derecho a vivir. Solo un cristianismo en defensa de la vida de quienes la tienen más amenazada puede luchar contra la necropolítica. De lo contrario, Dios, la Iglesia y el cristianismo seguirán legitimando los diferentes sistemas de dominación: capitalismo, patriarcado, colonialismo, racismo, xenofobia, supremacismo, imperialismo, fundamentalismos, dictaduras, aporofobia, depredación de la naturaleza, etc. y generando mayor sufrimiento a las mayorías populares y a los condenados de la tierra por mor de esos sistemas.

Fuente Religión Digital

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Consuelo Vélez: “No son pocos los clérigos que han ‘demonizado’ la palabra ‘género’ y la han identificado con una ‘ideología'”

Jueves, 6 de julio de 2023
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IMG_9803De su blog Fe y Vida:

Género, violencia de género y compromiso eclesial

“Por este papel subordinado que han tenido las mujeres, ellas han sido más propensas a sufrir violencia de todo tipo: física, psicológica, afectiva, sexual, social, cultural, económica, simbólica, religiosa”

“A esto se le llama “violencia de género” porque se ha ejercido contra ellas, debido a su género femenino”

“No son pocas las mujeres, ni pocos los varones, ni pocos los clérigos que han “demonizado” la palabra “género” y la han identificado con una “ideología” y luchan vehementemente contra todo lo que tenga cualquier referencia a este término”

“Desde los púlpitos, desde las catequesis, desde la liturgia, es necesario que se denuncie esa violencia de género y se invite a un compromiso decisivo frente a ella”

El término género es una categoría de las ciencias sociales que además de expresar la identidad biológica de los seres humanos según sus órganos sexuales (varón o mujer), expresa la identidad cultural construida sobre los sexos biológicos. Esto último significa que a las mujeres se les han asignado culturalmente unos roles y a los varones otros.

El problema es que los asignados a las mujeres han supuesto que ellas tengan un lugar subordinado -por eso se les negó, hasta hace relativamente poco, la ciudadanía, el estudio, el ejercer todas las profesiones, el ocupar puestos de responsabilidad, etc.; mientras que los roles asignados a los varones han permitido construir un mundo en modo masculino -a esto se le llama patriarcado– porque a ellos se les ha reservado la autoridad, la gestión, las profesiones más importantes y de hecho han conducido el mundo como jefes de gobierno en casi todos los países y lo siguen haciendo.

monjas-altar-limpian_560x280Además, por este papel subordinado que han tenido las mujeres, ellas han sido más propensas a sufrir violencia de todo tipo: física, psicológica, afectiva, sexual, social, cultural, económica, simbólica, religiosa. A esto se le llama “violencia de género” porque se ha ejercido contra ellas, debido a su género femenino. La violencia doméstica, por ejemplo, es fruto de la sociedad patriarcal, en la que al varón le hicieron creer que era dueño de la mujer y por eso tenía derecho a ejercer su autoridad sobre ella e incluso a golpearla si lo consideraba necesario. El caso extremo es el feminicidio,como lo ha tipificado la Ley, porque a muchas mujeres las asesinan no solo por la violencia generalizada, que se da también contra los varones, sino por el hecho de ellas ser mujeres.

Los movimientos feministas han posibilitado que a las mujeres se les reconozcan los derechos que se les habían negado y es, cada vez más evidente, que las sociedades patriarcales van cambiando. Esto ha permitido que ellas estén participando en condiciones de mayor igualdad, en casi todos los espacios, con los varones. Este cambio no solo ha sido positivo para las mujeres. Gracias a esto, los varones también han descubierto que pueden ser tiernos, serviciales, cuidadores – papeles que parecían eran solo de las mujeres – e inclusive, que el único papel sagrado no es el de ser “mamá”, sino que también ser “papá” es un don que ellos poseen y lo están ejerciendo con mucha ternura y responsabilidad. Actualmente no son pocos los varones que crían solos a sus hijos o que, al compartir la custodia con la mamá, se encargan de sus hijos con la misma responsabilidad y afecto que tradicionalmente se creía era solo cualidad femenina.

Pero estos cambios, aunque como lo acabamos de anotar, son positivos, también encuentran una resistencia “enorme. No es nada fácil cambiar los roles culturales que constituyen a las personas desde su infancia y, por eso, no son pocas las mujeres, ni pocos los varones, ni pocos los clérigos que han “demonizado” la palabra “género” y la han identificado con una “ideología” y luchan vehementemente contra todo lo que tenga cualquier referencia a este término.

IMG_9801Cabe anotar que además de lo anterior unen este término a la “diversidad sexual” – una realidad que es irreversible y que merecería una reflexión profunda y fundamentada para entenderla bien, antes de condenarla – y por eso se les hace más difícil todavía aceptar este término. Aquí no podemos entrar a explicar esa complejidad, pero basta con quedarnos con la reflexión que hemos hecho sobre los roles de género, para mostrar que la Iglesia no puede estar de espaldas a lo que ha supuesto una conquista de derechos para las mujeres y, por eso, no debería mezclar género con ideología, sin distinguir las cosas como hemos intentado hacerlo aquí, con otras posibles realidades que podrían ameritar esa identificación.

Es necesario que desde la institución eclesial y, los cristianos en general, acompañemos más estos cambios sociales y culturales porque significan un mundo menos patriarcal y más inclusivo, un mundo más justo con las mujeres, como Dios lo quiere. El papa Francisco ha denunciado esta violencia que sufren las mujeres porque, aunque haya resistencias para acoger los cambios, es evidente que la violencia de género existe y no es posible que se pase de largo frente a ella. Desde los púlpitos, desde las catequesis, desde la liturgia, es necesario que se denuncie esa violencia y se invite a un compromiso decisivo frente a ella.

Lamentablemente, a algún sector de la institución le parece irrelevante esta violencia de género y hasta proponen que no se hable de ella porque es suficiente con hablar de violencia en general. Esto resulta contrario a la praxis de Jesús que se detuvo ante cada uno de sus contemporáneos, entendió su situación y buscó remediarla. Para Jesús también fueron muy importantes las mujeres y supo defenderlas y devolverles su dignidad negada.

IMG_9802Por eso, es coherente con la vida cristiana comprender a fondo lo qué significa la sociedad patriarcal y la violencia de género que esta produce para que forme parte de su compromiso de fe. Duele pensar que, a veces, la sociedad civil parece más comprometida con transformar esta realidad que las instancias eclesiales.

Es importante recordar que las mujeres siempre han sido mucho más asiduas a la participación eclesial que los varones, pero los tiempos cambian y las jóvenes se van alejando de la iglesia porque esta parece no comprender su realidad, ni apoyarla con todas las consecuencias. Sin embargo, se abren caminos y estamos a tiempo de recorrerlos.

Ojalá que, en lugar de resistirse a los cambios, nos dispongamos a entenderlos y a secundarlos en todo lo que tienen de bueno. Eso haría más significativa la institución eclesial y es muy probable que las jóvenes vuelvan la mirada hacia ella y, tal vez, quieran formar parte de una Iglesia, verdaderamente comprometida con erradicar toda violencia y, especialmente, aquella que se ejerce por razón del género.

(Foto tomada de: Por celos, la golpeó y provocó que le extirparan el bazo a su pareja – Diario La Provincia SJ)

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Simone Weil: “Fuera de la Iglesia”.

Sábado, 1 de julio de 2023
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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Todos conocemos la máxima teológica que dice: “Fuera de la Iglesia no hay salvación“. Pero el Espíritu, que es libre, suscita caminos  admirables que manifiestan que Dios y su amor son infinitos. El siguiente texto es una prueba de ello:

Creo que la voluntad de Dios no es que yo entre en este momento en la Iglesia. Pues, como ya le dije antes, y sigue siendo verdad, la inhibición que me retiene no se deja sentir con menos fuerza en los momentos de atención, de amor y de oración que en los restantes. Y, no obstante, he experimentado una gran alegría oyéndole decir que mis pensamientos, tal como se los he expuesto, no son incompatibles con la pertenencia a la Iglesia y que, por consiguiente, no le soy extraña en espíritu.

No puedo dejar de preguntarme si, en estos tiempos en que una parte tan considerable de la humanidad se encuentra sumida en el materialismo, no querrá Dios que existan hombres y mujeres que, entregados a él y a Cristo, permanezcan sin embargo fuera de la Iglesia.

En todo caso, cuando me imagino concretamente y como algo que podría estar próximo el acto por el cual entraría en la Iglesia, ningún pensamiento me apena más que el de separarme de la masa inmensa y desdichada de los no creyentes. Tengo la necesidad esencial, la vocación —pues creo que puedo llamarla así— de moverme entre los hombres y vivir en diferentes medios humanos fundiéndome con ellos, adoptando su mismo color, en la medida al menos en que la conciencia no se oponga, desapareciendo en ellos, a fin de que se muestren tal como son sin que tengan que disfrazarse para mí. Quiero conocerlos para amarlos tal como son. Pues si no los amo tal como son, no es a ellos a quienes amo y mi amor no es verdadero. No hablo de ayudarles, pues hasta ahora, desgraciadamente, soy completamente incapaz de hacerlo. Creo que de ningún modo entraría nunca en una orden religiosa para no separarme por un hábito del común de los mortales. Hay seres humanos para los que esta separación no ofrece inconvenientes graves, pues están ya separados del conjunto de los hombres por la pureza natural de su alma. En cuanto a mí, por el contrario —como creo haberle dicho ya—, llevo en mi misma el germen de todos los crímenes o poco menos. Me hice especialmente consciente de ello en el curso de un viaje, en circunstancias que ya le he relatado. Los crímenes me producían terror, mas no me sorprendían; sentía su posibilidad dentro de mí y, precisamente por sentir en mí misma esa posibilidad, me horrorizaban. Esta disposición natural es peligrosa y muy dolorosa, pero como toda disposición natural puede ponerse al servicio del bien si se sabe hacer un uso adecuado de ella con el auxilio de la gracia. Implica una vocación, la de mantenerse de alguna manera en el anonimato, dispuesto a mezclarse en cualquier momento con la masa común de la humanidad. Ahora bien, en nuestros días, el estado de los espíritus es tal que hay una barrera más marcada, una separación más tajante, entre un católico practicante y un no creyente que entre un religioso y un laico.

Conozco las palabras de Cristo: «De aquél que se avergonzare de mí delante de los hombres, me avergonzaré yo delante de mi Padre». Pero avergonzarse de Cristo quizá no signifique para todos y en todos los casos no adherirse a la Iglesia. Para algunos puede significar solamente no ejecutar los preceptos de Cristo, no irradiar su espíritu, no honrar su nombre cuando se presenta la ocasión, no estar dispuesto a morir por fidelidad a él.

Debo decirle la verdad, aun a riesgo de contrariarle y por más que contrariarle me resulte extremadamente penoso. Amo a Dios, a Cristo y la fe católica tanto como a un ser tan miserablemente insuficiente le sea dado amarles. Amo a los santos a través de sus textos y de los escritos relativos a sus vidas —a excepción de algunos a los que me es imposible amar plenamente o considerar como santos—. Amo a los seis o siete católicos de espiritualidad auténtica que el azar me ha llevado a encontrar en el curso de mi vida. Amo la liturgia, los cánticos, la arquitectura, los ritos y las ceremonias católicas. Pero no siento en modo alguno amor por la Iglesia propiamente dicha, al margen de su relación con todas esas cosas a las que amo. Puedo simpatizar con quienes sienten ese amor, pero yo no lo experimento. Sé muy bien que todos los santos lo experimentaron. Pero también casi todos ellos nacieron y crecieron en el seno de la Iglesia. Sea como fuere, el amor no surge por propia voluntad. Todo lo que puedo decir es que, si ese amor constituye una condición del progreso espiritual —cosa que ignoro— o forma parte de mi vocación, deseo que algún día me sea concedido.

Bien podría ser que una parte de los pensamientos que acabo de exponerle sea ilusoria y mala. Pero, en cierto sentido, poco importa; no quiero analizar más; después de todas estas reflexiones he llegado a una conclusión, que es la resolución pura y simple de no volver a pensar en la cuestión de mi eventual entrada en la Iglesia.

Es muy posible que después de haber estado sin reflexionar sobre ello durante semanas, meses o años, sienta un día el impulso irresistible de solicitar inmediatamente el bautismo y vaya corriendo a pedirlo. Pues oculto y silencioso es el camino por el que la gracia se adentra en los corazones.

Puede ocurrir que mi vida llegue a su término sin haber experimentado jamás ese impulso. Pero una cosa es absolutamente cierta: si llega el día en que yo ame a Dios lo suficiente para merecer la gracia del bautismo, recibiré esa gracia ese mismo día, indefectiblemente, bajo la forma que Dios quiera, sea por medio del bautismo propiamente dicho, sea de cualquier otra forma. ¿Por qué, entonces, preocuparse? No es en mí en quien debo pensar, sino en Dios. Es Dios quien debe pensar en mí“.

*

Simone Weil,

carta a un sacerdote en A la Espera de Dios
19 de enero de 1942

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***

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Fe Adulta

Jueves, 22 de junio de 2023
Comentarios desactivados en Fe Adulta

untaljesusCuando hablamos de creer en Jesús, veo que en la iglesia admitimos todo tipo de creencia. Desde una fe popular, que se manifiesta en prácticas religiosas con mayor o menor adhesión a Jesucristo, hasta una fe de firme descubrimiento y entrega con seguimiento de Jesucristo.

Me resulta chocante que por parte de la jerarquía, incluido el papa, se den por bueno prácticas más o menos superficiales. Pero… algo quedará… Decimos.

Tenemos el regalo de contar con muy buenos teólogos, que descubren y nos ayudan a profundizar en la Persona de Jesús, en su Mensaje, en sus sacramentos. Pero luego los dejamos a un lado y seguimos con el contenido del P. Astete.

Me gustaría que los cristianos descubriéramos, profundizáramos, ahondáramos en la Persona y en el mensaje cristiano. Trabajar como tema fundamental el Evangelio y el contenido cristiano, visto hoy y desde los descubrimientos que hoy vamos haciendo. ¿Por qué quedarnos en cuatro trivialidades cuando hay tanto fondo y descubrimientos que enriquecen nuestras vidas y nuestras creencias?

Tengo la suerte de que en YouTube hay charlas con muy fuerte y profundo contenido evangélico, desde teólogos que van profundizando el mensaje, pero con lenguaje de hoy, con contenidos de hoy, con explicación de hoy. ¿Cómo contentarnos con generalidades y creencias generalizadas y sin llegar al fondo de nuestra fe?

Estamos trabajando en la iglesia el tema de la sinodalidad. Pero ¿se está haciendo bien? Siento que en la realidad se habla de grandes principios, pero no se avanza en participación. Nos quedamos en grandes afirmaciones generales, sin que eso influya en la organización y participación de nuestra comunidad, sin que todos los cristianos nos sintamos implicados y participantes de la comunidad.

Ya lo hemos comentado varias veces, pero siento que nuestra fe es muy infantil, no llegamos de ninguna manera a una Fe Adulta. Veo, leo y contemplo todas las explicaciones que sobre los distintos temas hay en esta página web y sobre todo en este estilo de Iglesia. ¿No podemos intentar que todos los cristianos entremos por esa profundidad de visión?

Si disfrutamos de una iglesia que trata de profundizar en la fe, ¿por qué no damos el paso y hacemos en la iglesia más catequesis de adultos, con mayor contenido y más profundidad? La fe como adhesión a Jesús vendrá de un mayor conocimiento y entrega.

En nuestra Iglesia podemos disfrutar de muchos teólogos que van escudriñando la fe. ¿Por qué no aprovechar sus descubrimientos cuando nos pueden ayudar un montón a calar en el seguimiento de Jesús? El papa Francisco reconoce, aplaude y apoya estos estudiosos. Aprovechemos y no lo dejemos simplemente en referencias.

 

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

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José María Vigil: El cristianismo y la verdad. Una nueva conversión: la epistemológica.

Jueves, 15 de junio de 2023
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5F78727D-8556-4A97-ABC4-E344DC5B8FD6Como teólogo latinoamericano, José María Vigil es conocido en los campos de la teología y de la espiritualidad de la liberación, la teología del pluralismo religioso y los nuevos paradigmas, así como por su actividad editorial y cibernética, desde la Asociación de Teólogos/as del Tercer Mundo (EATWOT), la revista VOICES, la colección «Tiempo Axial», su coordinación de la Agenda Latinoamericana Mundial junto con Pedro Casaldáliga, y los Servicios Koinonía 1, 2 y 3.

La relación de las religiones con la Verdad ha sido un capítulo doloroso de la historia –y sigue siéndolo–. Sin generalizar demasiado, porque diríamos que casi cada religión es un caso; y son casos bien diferentes. Por eso, hablemos desde el principio de nuestro propio caso, el de la relación del cristianismo con la Verdad. Claro, para la religión, la verdad… es la VERDAD, o sea, la Verdad última, la Verdad total, la Verdad Absoluta, que viene de Dios, la Verdad que nos juzgará, la que llegaremos a contemplar en el cielo por toda la eternidad, o nos acusará en nuestra condena sempiterna en el infierno: es la Verdad de Dios, o el Dios de la Verdad. Las demás son verdades pequeñas, de andar por casa, de quita y pon, por las que no hay que acalorarse. Pero la Verdad de la religión, es lo más serio que hay en este mundo, por lo que merece la pena vivir, morir… y tal vez incluso matar. Para el cristianismo, la verdad lo ha sido sencillamente todo: la razón de su existencia y de su vocación misionera universal, porque su Verdad era el relato fiel del mundo desde el principio de los tiempos, a saber: la creación del mundo, Adán y Eva, su descendencia, los Patriarcas, la historia del pueblo hebreo, los 400 años de José en Egipto, la liberación de Moisés, ¡la Pascua!, el desierto, el Sinaí, la Alianza, los Mandamientos… La Conquista de la Tierra Prometida, los Jueces, la Monarquía, David y Salomón… Imposible citarlo todo, ni por sus solos nombres. El judeocristianismo ha sido ante todo un relato, una verdad narrada (luego, al helenizarse, se estructuraría filosóficamente…). El cristianismo puede presumir de gozar de una relación absolutamente privilegiada con la verdad: es la única religión de la Tierra fundada por Dios mismo en persona… ¿Qué otra puede decir lo mismo? Y si fue así, ¿qué puede faltarle al cristianismo? ¿Quién puede contradecirle? ¿Qué puede no saber? (quizá solo lo que sean secretos de Dios mismo, sus asuntos particulares que nunca nos quitarán el sueño). La cosa no fue tan así desde el principio, como yo la estoy aquí contando, porque, de hecho, Jesús no apareció bajando del cielo –una buena escena para comenzar la presentación de la Verdad–, ni como hijo del jefe, ni viniendo a tomar posesión del cargo, ni exhibiendo ninguna relación pretenciosa con la Verdad. Más bien apareció entre los pobres, los don nadie, los ignorantes, los trabajadores… Y de hecho, así le fue por la vida, hasta acabar en una cruz. Poco poder le proporcionó aquella Verdad que debía llevar en su mismo ADN… Después de su muerte pasó un tiempo: grupos de amigos cultivando su recuerdo, sus hechos y sus dichos… pero como una memoria y una reflexión desde abajo, no –para nada– como un dictado recibido de lo alto. Y así pasó bastante tiempo –sin que lo podamos detallar aquí (¡varios siglos!)–, hasta que, estando dispersos en comunidades en medio de la gente de los barrios, casi sin organización, fueron sorprendidos por el llamado del emperador, urgido por reunirse con sus supervisores (episcopos) para hacerles una propuesta organizativa. No iba con “chiquitas” Constantino; quería reunirse con «todos los obispos del mundo». No fueron muchos: 318 dicen los números legendarios; y aunque hubieran llegado a ser tantos, ¿qué son 300 personas para decidir «la Verdad del mundo», que es para lo que de hecho los convocaba Constantino? Él personalmente se encargó de todo, de traer a todos los obispos en la posta real, de alojarlos en su palacio de verano de Nicea, de establecer la agenda, marcar las reglas del debate… y sobre todo de dejar clara la autoridad suprema de la asamblea, que quedaba en sus manos, claro está.

Los obispos nunca se habían visto en tal aprieto. Alguno de ellos, como san Silvestre, el obispo de Roma, ni sabía que era «el obispo de Roma», con todo lo que eso después vendría a significar: ni siquiera se sabía el jefe de la Iglesia y por tanto el único que podría convocar a la Iglesia a un Concilio de verdad, y el único que podría haberse puesto por encima del mismo; pues ni se enteró. La iniciativa y la autoridad quedaron sin problema en manos de Constantino, tal como él lo había programado. El problema era la unidad del Imperio, que se estaba cayendo a pedazos, porque su religión, alma de todo un pueblo, ya solo inspiraba lástima. Constantino tenía las ideas claras: necesitaba que la joven religión cristiana trasmitiera su alma a la sociedad romana, le insuflara vida y vitalidad; sólo que aquellos obispos no sabían nada de política. Constantino les dio las instrucciones previas: una religión de Estado no es como una inspiración entusiasta de unos campesinos; no funciona sin unas ideas claras, y bien unidas, e indiscutidas. Nadie puede ir por libre, o por original (ay de los herejes). Todos deben colocarse bajo una única verdad, que ahora es la Verdad Suprema, la que quedó aprobada por el propio Imperio: la raison de l’Empire, más todavía que raison d’État…

La «epistemología imperial» es clara: la verdad la dicta el emperador, porque la Verdad es lo que interesa al Imperio –o a la Iglesia, cuando ésta lo sustituya–. Nicea fue el matrimonio obligado de la Iglesia con el Imperio, con las arras de la verdad del dogma imperial. En rigor fue nulo, porque fallaron las condiciones esenciales de un matrimonio libre y consciente. No fue tampoco un concilio de la Iglesia, pues ésta ni sabía que existía algo llamado «concilio ecuménico» como una posibilidad jurídico-canónica de la que echar mano, ni lo convocó el Papa, que tampoco sabía que era Papa; fue una acción netamente imperial, y su identificación posterior como el «primer concilio ecuménico» ha sido una de las confusiones más desastrosas para la relación del cristianismo con la Verdad. Porque, tras un «primer concilio», vendría el segundo, el tercero, y una larga serie de ellos, ecuménicos, regionales y locales, a su imagen y semejanza, siempre para «decidir la verdad», por votación episcopal; la verdad religiosa sería como la política: se hace campaña, se establecen alianzas, y cuando se consigue mayoría, se vota. A partir de ese momento, lo que los concilios atan en la tierra, queda atado para siempre en el cielo; lo que Dios quizá todavía no había acabado de pensar, o no nos había querido revelar todavía, pasa a ser pensado por Dios para toda la eternidad, transcrito en los anales celestes de la Verdad del Mundo, y revelado a la Tierra por vía de ese Concilio. Así los concilios van haciendo poco a poco la Verdad. No importa el tema: de omni re scibili, de cualquier cosa de la que se pueda debatir. La prevalencia de los concilios sobre la verdad, ha sido total. Creamos verdad, la hacemos, la decidimos, después de debatir imperialmente sobre lo que nos interesa como Iglesia. Con el desarrollo de los concilios, el corpus theologicum y doctrinal fue creciendo hasta hacerse inabarcable. La Iglesia católica –el sector luterano se libró gracias a la protesta de Lutero– llegó a gozar de uno de los cuerpos doctrinales mayores del mundo occidental, prácticamente inabarcable aún tras una larga carrera de estudios, que lógicamente se centró en los estudios filosóficos y teológicos. Pero la Verdad en cuestión no era una verdad abstracta, como si transcurriera en un mundo paralelo o fuera del mundo. Fue con la Verdad como se realizaron las grandes hazañas de dominación de este mundo. Veamos: Es claro que Dios es el creador del mundo, y es claro que Jesucristo era, como Hijo de Dios, el dueño de la Tierra a la que descendió. Tras su muerte dejó un sucesor, llamado Pedro, a quien hizo su representante y encargado de las llaves, y a cuya muerte siempre fue elegido otro sucesor. De forma que el Papa del momento era siempre el representante de Jesús, el Hijo del Dueño del mundo. Fue con esta sagrada Verdad de fondo con la que se redactó el «Requerimiento» para que los indígenas americanos depusieran espontáneamente la posesión de sus tierras al llegar a conocer la Verdad: que la tierra que ancestralmente habitaban no era de ellos, sino del Dios creador que ellos no conocían, y que ahora les hacía el favor de enviarles a su representante con algunas reclamaciones  jurídicas respecto a su titularidad. Con aquella Verdad, las tierras del continente fueron confiadas por los Papas a los cristianísimos reyes y reinas de las Coronas de España y de Portugal, como las tierras africanas habían pasado antes a la Corona de Portugal. Aquella verdad religiosa no era inocua ni gratuita, sino una Verdad que hizo de las Iglesias cristianas, de la raza blanca, de la raza europea, y también del varón, los seres privilegiados de la Tierra. Aquella Verdad, que aun siendo software al fin y al cabo, era una poderosísima arma de dominación, sometió e instauró imperios, entronizó razas, destruyó culturas y religiones, justificó esclavitudes, sometió a la mujer. Un último capítulo que va detrás de toda esta historia, soplando como viento de popa, es la teología de la misión, elaborada con toda esta verdad. Como hemos dicho, para algo había fundado Dios mismo personalmente el cristianismo en la Tierra: precisamente para revelar su Verdad, desconocida hasta entonces, y para difundirla por toda el orbe. Los cristianos fuimos los encargados de la difusión. Dios tuvo que esperar a la invención de los grandes medios de transporte transoceánicos medievales, las carabelas, y al desarrollo de nuestra progresiva capacidad de llegada a los lugares más alejados, para ver cómo comenzaba a realizarse esa misión universal. La misión trataba de dar a conocer la Verdad, lo que conllevaba la implantación de una extensión de la Iglesia cristiana, medio universal de salvación. Con esta «salvación universal», en el mismo paquete, venían también, como en un inocente caballo de Troya, la lengua, la cultura, el derecho occidentales. La Verdad fue el fundamento de la apoteosis de los «siglos misioneros cristianos», que llegaron hasta bien entrado el siglo XX, cuando en algún momento los misionólogos expertos llegaron a debatir concretamente la estrategia para efectivar la posibilidad de convertir todo el mundo para Cristo, que se veía muy cercana. Todo ello gracias a que la Iglesia era la depositaria, elegida por Dios, de la Verdad de la Salvación. Quizá no sea exageración decir que el cristianismo, convencido de estar en posesión de la Verdad Absoluta, revelada por Dios y manifestada en exclusiva a ella, ha sido la religión que ha guardado una relación más estrecha, laboriosa y efectiva con la verdad religiosa. Puede haber sido la religión que con la bandera de la Verdad haya conquistado para la fe más tierras y más pueblos, en aquellos tiempos apoteósicos en los que «en sus cristianísimos reinos no se llegaba a poner el Sol»... Pero aquella apoteosis coincidió con el comienzo de una nueva época, radicalmente diferente, la de la modernidad, que deconstruiría poco a poco, hasta el final, aquella epistemología medieval. Por ejemplo, tradicionalmente resultaba evidente para todo el mundo el objetivismo: la realidad existe, y está fuera del conocimiento. La verdad consistía, precisamente –en la acepción aristotélica por antonomasia– en la adecuatio rei et intellectus: la adecuación entre lo que pensamos y la cosa, la realidad objetiva. Se trata de una concepción de verdad bien gratificante (para lo religioso sobre todo): nos da la seguridad de que lo que pensamos no es una imaginación, sino algo que está en algún lugar, fuera de nosotros; por eso estamos en la verdad. La verdad no es un mero pensamiento, ni una imaginación, o una ilusión; se corresponde con la realidad objetiva. Pero pronto vino Kant y nos hizo comprender que debíamos despertar de ese «sueño dogmático»; las cosas no son como las pensamos, ni sabemos siquiera cómo son, ya que están estructuradas según las «condiciones a priori» del pensamiento, de las que hasta ahora éramos inconscientes. No podemos imaginar las cosas sin tiempo ni espacio, y nos parece algo indubitable que las cosas son espaciotemporales… Kant mostró que esa seguridad era un espejismo, y que, por más que nos costase, debíamos salir de ella; debíamos despertar de ese «sueño dogmático»… Pues bien, del mismo modo, podríamos decir que debemos despertar de nuestro sueño dogmático-religioso, porque, sin duda, también éste existe: las cosas religiosas eran como eran, como siempre nos habían dicho que eran, y no podían dejar de ser así; todo lo religioso parecía dogmático. Aceptar «despertar del sueño dogmático religioso» ha sido mucho más difícil. Muchas personas, de hecho, no han llegado siquiera aceptarlo, acabando por vivir sus vidas en un paralelismo de dos epistemologías paralelas: la de la razón profana, y la de la razón religiosa, una especie de esquizofrenia, con no poco sufrimiento. Hay una imagen sencilla que se ha hecho célebre: nuestros conocimientos son como unos mapas, pero tendemos a pensar sobre ellos ya como los territorios que representan. Sobre todo en lo religioso. Por ejemplo, estamos en oración, enfervorizados quizá, y casi sin darnos cuenta nos sentimos ya como en la presencia de Dios, en medio de su corte celestial… Pero nos resulta difícil pensar que esa presencia y el imaginario con el que viene revestida, es sólo un mapa, una representación, un interfaz, no la realidad misma. El territorio divino nos es totalmente inaccesible, y ningún mapa tiene validez objetiva; sólo es un servicio subjetivo para el sujeto, válido, con tal de que no se le dé valor de objetividad a lo que es simbólico. Igualmente, con todas las doctrinas, religiones, teologías, afirmaciones que hacemos en torno a Dios, debemos caer en la cuenta de que no son más que “mapas”, apuntes, sugerencias balbucientes sobre una realidad que nos sobrepasa totalmente… y que nos resulta sencillamente inasequible. ¿Dónde va quedando la “Verdad Absoluta Religiosa” que hasta hace bien poco nos hacía sentirnos tan seguros? ¿Será que la modernidad destruye la religión? Ésta fue la respuesta oficial de la Iglesia durante varios siglos, en un antimodernismo oficial, pleno y declarado, un vivir de espaldas a la ciencia y a la epistemología moderna. Sólo con el Concilio Vaticano II comenzó el deshielo, no todavía el afrontamiento real del problema, y mucho menos la solución del mismo.

castilla_y_leon_445968753_207219029_696x986Scriptorium. Foto: Ayto de Tábara

Veamos, por partes. La crisis de los estudios bíblicos comenzada en el siglo XVII en el mundo alemán protestante –cien años después en el campo católico–, hoy no ofrece ninguna novedad; los catequistas mínimamente preparados la conocen. Pero sabemos que implicó una cantidad inimaginable de crisis personales de fe. Clérigos, religiosos, seminaristas, llenos de fe, de generosidad y de entusiasmo religioso, abandonaron su vida religiosa eclesiástica recién iniciada cuando descubrieron con aquellos estudios racionalistas ilustrados alemanes, que gran parte de lo que habían escuchado sobre Jesús –lo que se venía diciendo de Él desde tiempos inmemoriales– no respondía a la verdad. No nos vayamos muy lejos; no hace todavía 50 años que los católicos, que oían el Evangelio de Jesús, entendían literalmente las palabras dichas por Jesús que el evangelista ponía en su boca; de forma que creer a Jesús consistía en creer lo que Él literalmente nos había dejado dicho de parte del Padre: “Yo y el Padre somos una misma cosa”. Y no es verdad que Jesús dijera eso nunca, ni siquiera que lo pensara. Hoy sabemos que no hay en la Biblia nada «directamente dictado» por Dios. ¿Dónde está la Verdad Absoluta que nos acompañó en todas nuestras misiones? Hace poco más de 50 años de aquel otro famoso libro Y la Biblia tenía razón, que con pruebas supuestamente científicas venía supuestamente a demostrar que el relato bíblico era literalmente histórico… Era la lucha desesperada de la «epistemología mítica» bíblica tradicional, ante los embates de la epistemología moderna. El Antiguo Testamento lleva muchos más años siendo objeto de un estudio detallista y minucioso. Hoy sabemos de dónde viene casi cada una de los relatos que lo componen. No ha salido muy bien parado: muchas de sus leyendas y tradiciones vienen de pueblos ajenos, del Levante; textos hoy suyos fueron primero babilónicos, sumerios, arcádicos, de Ugarit… de cualquier parte del medio Oriente. Pensábamos que la Biblia, como Verdad dictada y finalmente captada y registrada, habría venido directamente del Dios del cielo; después hemos sabido que sí, que muchas verdades nos han venido de Él, pero pasando por otros pueblos a los que tuvo el capricho de manifestárselas primero. Mucho de lo que el pueblo de la Biblia aprendió de Dios, le llegó por tradiciones y textos recibidos por otros pueblos… Hoy nos puede parecer, incluso, un detalle de macroecumenismo, de elegancia, de gran estilo por parte de Dios, pero no podemos olvidar que cuando comenzamos a descubrirlo fue una fuente continua de sorpresas y decepciones. Los últimos desafíos a la verdad bíblica vienen del llamado nuevo paradigma arqueológico bíblico. Como su nombre indica, se trata de una escuela nueva arqueológica que renuncia a ser «arqueología bíblica», aquella que se hacía «con la Biblia en una mano y la piqueta en la otra», y que se proponía consciente y expresamente «demostrar la verdad de la Biblia». La arqueología actual, de nuevo paradigma, ya no busca justificar la Biblia, sino –curiosamente– descubrir la verdad, caiga lo que caiga. Y sí, han caído cosas inimaginables: los Patriarcas, los israelitas en Egipto, el paso del Mar Rojo (y con él la Pascua), el paso por el desierto, Moisés y el monte Sinaí (y con ello la Alianza y los diez mandamientos…), continuando por David y Salomón, de quien, aunque fuera tan famoso que hasta la Reina de Saba vino a oír su sabiduría desde los confines del mundo, no aparece su nombre en ningún documento extrabíblico, absolutamente en ninguno. No seguiremos citando las sorpresas del nuevo paradigma arqueológico-bíblico, para no desanimar a nadie de su lectura obligada (en eatwot.net/VOICES hay un número monográfico amplio sobre el tema, muy accesible y completo). La antropología religiosa también nos ha llevado poco a poco a un cambio de mentalidad. Durante milenios hemos estado pensando el mundo religioso como un «segundo piso paralelo» que, en momentos determinados, irrumpía en nuestro mundo, con alguna intervención controlatoria, o introduciendo algún don, como podía ser la revelación sobrenatural de una verdad. Esta revelación podía ocurrir allí donde los dioses lo quisieran. La antropología nos ha descubierto que la atribución de una verdad a una revelación divina es un mecanismo natural y muy frecuente de nuestro desarrollo religioso humano bio-evolutivo. Desde el principio este primate ha necesitado «poner su vida en contextos mentales y espirituales más amplios» (Karen Armstrong); su búsqueda de conocimiento y la construcción de la verdad, son las dos caras de un mismo proceso evolutivo. Por eso, todas las religiones son manifestaciones distintas, peculiares, condicionadas por su contexto, de los distintos desarrollos de cada pueblo, todos respetables, todos distintos, muy distintos, y, a la vez, todos, en el fondo, paralelos (y por tanto, convergentes en el infinito). Una novedad destacable es la excepción de las “religiones” que no se han enrumbado por el mundo de la Verdad, ni de las doctrinas. Gandhi reconoce que el hinduismo no tiene ningún credo oficial, ningún dogma obligatorio, ninguna doctrina distintiva que deba marcar la vida de los discípulos… Esta característica “a-doctrinal” del hinduismo es un gran desafío para las demás religiones, y en concreto para el cristianismo, que debido a su herencia griega y a su pasado imperial, ha hecho de la doctrina, del credo, del dogma… una de sus dimensiones esenciales, indebidamente. La afirmación integral de la doctrina, de todos y cada uno de sus artículos, y la negación de las herejías, ha sido más importante y decisivo que la fe y el amor. Hoy, con la nueva epistemología, el hinduismo se ve confirmado en su tarea de acompañar al ser humano por los derroteros de su humanización, dejándole en libertad para buscar, con la simple razón, las explicaciones que necesite, mientras el cristianismo se ve abocado a la necesidad de pedir disculpas por el excesivo celo teórico, por la sobre carga de acento intelectual, doctrinario, teológico, dialéctico, polemizador, buscador de criptoherejías, que lo han apartado gravemente de ser una religión del amor y de la libertad ante el Misterio que está más allá de todas las formulaciones de la verdad. Todavía hoy, en su propia página web, la Congregación para la Doctrina de la Fe, sin ningún rubor, reivindica su nombre original de «Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición», fundada por Pablo II en 1542, la más antigua de las nueve congregaciones del Vaticano. Y estamos en 2018. El concepto renovado de religión se vuelve a centrar hoy día en la espiritualidad, y todos los demás componentes son complementos no estructuralmente esenciales; lo único esencial es la espiritualidad. Todos los pueblos han percibido, intuido, sintonizado, buscado… el Misterio. Cada uno lo ha explicado a su manera, con sus categorías culturales, sus filosofías, sus prejuicios y defectos… y también con ello han rasgado muchas veces, lamentablemente, la unidad de sus familias espirituales… Sólo el quehacer espiritual era, es, la esencia de la religión. Todo lo demás son todavía rasgos arrastrados de estadios inferiores, que no necesitan siquiera resolverse, sino que simplemente pueden ser abandonados. Por no hablar sino dentro del cristianismo, ¿no bastan 500 años para tirar por la borda ya debates que nos han separado inútilmente durante medio milenio contra toda razón y todo amor entre católicos y protestantes? ¿Todavía tiene sentido debatir sobre la Sola Scriptura, la Sola Gratia, el Solus Christus, la Sola Fides? 

Jesús Misionero 0001¿Hasta cuándo? Nos basta el recorrido esquemático que acabamos de realizar en la deconstrucción de aquellas seguridades que hasta el siglo XVII tuvimos sobre la verdad y el cristianismo. Estamos ante la nueva epistemología, quizá la «última conversión» que tendrá que afrontar el cristianismo, en el que, muchos creyentes, todavía no se han enterado de esta la transformación epistemológica cultural que está en curso, y siguen como si no hubiera pasado nada, tanto en el catolicismo como en el protestantismo –no digamos en el islam–. Decía Jung que los cambios religiosos, por su propia naturaleza, son de los más lentos. En muchos sentidos, en religión sólo avanzamos “de funeral en funeral”... Es cierto que la única pedagogía que las religiones no han ensayado nunca, ha sido la pedagogía de los cambios, especialmente la de los cambios culturales rápidos. No tenemos ninguna experiencia, y al Vaticano, por ejemplo, ni le ha pasado por la cabeza que tan importante como “una Iglesia en salida” lo es “una Iglesia con otra epistemología”. Y ya sabemos, mientras no cambiemos de urgencias, el tiempo corre en contra de la suervivencia del Titánic. Pero quienes, aun entre dificultades, hemos intuido la necesidad perentoria de una deconstrucción, –aun a riesgo de ser incomprendidos, de ser considerados “ateos” en el sentido negativo de la palabra (porque tiene también un sentido positivo)–, estamos intentando escrutar el abismal cambio cultural de estos cincuenta últimos años, y las muchas reformas que habrían de ser puestas en marcha. Sabemos que pueden parecer locuras a quienes las escuchen o las lean desde los viejos paradigmas, pero quisiéramos ofrecer un gesto sonriente y cariñoso, lleno de fraternidad. Les aseguramos que estamos en el mismo camino, que no hemos renunciado a nada, que, simplemente, pensamos que el viejo cristianismo se está acabando –o ya se acabó, en algunas latitudes– y que creemos que continúa por aquí. Este número de Spiritus, En búsqueda de la verdad, como reza su título, se plantea cuestiones capitales, difíciles, urgentes… de nuestra sociedad actual posmoderna. La confrontación de las religiones, y del cristianismo en concreto, con la “nueva epistemología” surgida de la modernidad, implica un cambio tan radical, que mientras las religiones no lo afronten, están condenadas a continuar en trance de desaparición. Seguirán en el mundo de siempre, el mundo del Titanic que se hunde. Pero de aquí a poco tiempo, sólo quedarán en pie las nuevas realizaciones espirituales que cuenten con una nueva epistemología, la única posible hoy día, ésa que ya está en la calle, en la sociedad civil, en el hombre y la mujer modernos. Entre el cristianismo y la verdad, los desafíos son realmente grandes; pero hay uno que para la Iglesia es el decisivo: afrontar la última conversión pendiente, la conversión epistemológica.

Revista «Spíritus», edición hispanoamericana, 19/1-230 (marzo 2018) 85-98. Quito, Ecuador.

José María Vigil

Fuente eatwot.academia.edu/JoséMaríaVIGIL

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Catedrales ¿solo obras de arte?

Miércoles, 14 de junio de 2023
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catedral-de-leon-vidrierasEstos días nos van dando las cuentas de las posesiones de la Iglesia.

Es muy difícil juzgar y opinar de su dimensión, su destino, sus fines, sus fuentes de ingresos.

Hay un aspecto que me preocupa: ¿cómo intentar que esas riquezas sean evangélicas?

Sobre todo, tenemos la realidad inmensa de que muchos templos, catedrales, centros… son fuentes de ingresos. Y a su vez causan enormes gastos para su arreglo y continuación. Y aquí surge una provocación ¿se puede intentar conseguir que en adelante esos edificios se hagan con el menor gasto posible? Que sean edificios serviciales y que cuesten el menor dinero. Que vayan juntos los nuevos proyectos y como planos necesarios, los evangelios. Las obras a realizar, los arreglos, las nuevas construcciones cuestan enormemente. ¿No se puede seguir un criterio de hacer edificios sencillos, útiles, propios de una asamblea cristiana?

2. Que sean lugares sencillos. Que sean lugares de la comunidad más que lugar de culto a la Eucaristía. Con los servicios que necesita la comunidad para su vida y sus actividades: PALABRA, servicio a los pobres, catecumenado… Con disposición de servicio: circulares, sin lugares preminentes. Con lugar para la Eucaristía y la oración-contemplación. En sitio apropiado. Muy importante que tenga un buen servicio de audición, de forma que se oiga en todas las partes.

Muchas veces el dinero necesario para las obras viene de los fieles, otras de la administración…. Creo que es necesario tener siempre presente el sentido más profundo de pobreza. Que no sean lugar de exposición de arte ni de grandezas. Que estén siempre abiertos al pueblo para que pueda usarlo en cualquier momento la comunidad Que realice la sinodalidad por su reparto y distribución.

Hay muchos templos muy elegantes y de muchísimo valor: catedrales…. Yo pongo en un gran interrogante el hecho de si debe gastarse dinero en arreglarla. En todo caso, queda ahí la pregunta ¿no es un momento para que esos edificios, obras de arte, pasen a propiedad de la sociedad a través de los ayuntamientos? Nosotros solo necesitamos lugares de oración, celebración y encuentro de la comunidad.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

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Somos las manos, los pies y el corazón palpitante de Jesús para la inclusión LGBTQ+

Lunes, 12 de junio de 2023
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IMG_9875La reflexión de hoy es de la colaboradora de Bondings 2.0 Yunuen Trujillo, cuya biografía se puede encontrar haciendo clic aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para la Fiesta del Corpus Christi se pueden encontrar aquí.

Hace unas semanas, regresé a mi parroquia de origen para participar en la primera misa de un buen amigo que acababa de ser ordenado diácono de transición. No había estado en esa parroquia al menos desde antes de la pandemia. Desde el momento en que estacioné en el estacionamiento sentí una sensación de paz. “Estoy en casa“, cantó mi corazón.

Esta parroquia fue el primer lugar donde me sentí verdaderamente parte del Cuerpo de Cristo, mi cuna de la fe. En esta parroquia, pasé años en el ministerio de adultos jóvenes, canté en cientos de misas, hice amigos, reí, lloré, me abrí en oración y crecí en mi fe. Después de que salí, la comunidad no tan progresista continuó dándome la bienvenida, incluso cuando comencé a usar una cinta de arcoíris en cada misa cada vez que servía como lector o ministro eucarístico. La comunidad me conocía y se preocupaba por mí; ser gay aparentemente no era un problema.

Sin embargo, justo al comienzo de la pandemia, tuve un episodio de “noche oscura del alma“. Desanimado por algunos desafíos en el Ministerio LGBTQ, agradecí un descanso de servir en la parroquia cuando comenzó la pandemia. Más tarde me casé y me mudé a una ciudad lejana y no había regresado hasta la Misa de mi amigo.

Cuando llegó el momento de tomar la Comunión, caminé en la fila para recibirla, usando mi cinta de arcoíris, ahora felizmente casada. “¿Mi amigo me negará la Eucaristía? ¿Él dudará? ¿Se está entrenando a los seminaristas para pelear las guerras culturales en la línea de la Comunión?”

“El cuerpo de Cristo”, dijo, mientras levantaba la cabeza y esbozaba una sonrisa cuando se dio cuenta de que era yo. “Amén”, respondí, y suspiré aliviada.

Jesús les dijo: “Amén, amén, les digo, a menos que coman la carne del Hijo del Hombre y beban su sangre, no tienen vida dentro de ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. (Juan 6:53-54)

Hoy celebramos la fiesta del Corpus Christi, exaltando la Presencia Real del Cuerpo y la Sangre de Jesús en la Eucaristía. Celebraciones como la de hoy pueden traer cierto nivel de ansiedad a los católicos LGBTQ y a otras personas a las que se les ha dicho que deben excluirse de participar en la Eucaristía simplemente por un estado civil particular o por la falta de él. Sin embargo, al final del día, la decisión de recibir es un asunto de conciencia del comulgante.

¿Eres uno con Cristo? ¿Estás en estado de gracia? Esta pregunta debe ser respondida por cada individuo. Ningún grupo de personas debe creer que la respuesta siempre es “” o “no” simplemente basándose en un aspecto de sí mismo. Un examen de conciencia debe incluir todos los aspectos de nuestra vida.

Para quien no sepa responder a esas dos preguntas, o no se sienta a gusto con las respuestas, le recomiendo buscar un buen director espiritual o un confesor que le proporcione un acercamiento pastoral y le pueda guiar en su proceso de discernimiento. No deberíamos tener que saltar bucles y aros para encontrar una respuesta. Encuentro muy útil la guía del Papa Francisco en la Alegría del Evangelio: “La Eucaristía, aunque es la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos, sino una poderosa medicina y alimento para los débiles”. (núm. 47).

Como seguidores de Jesús, todos estamos tratando de ser mejores. Todos tenemos desafíos y defectos, pero también tenemos virtudes y dones dados por Dios. Nuestra sexualidad es un regalo ya que Dios nos hizo perfectamente quienes somos. Entonces, para responder a esas preguntas, debemos mirar más allá de los paradigmas de género dominante y gay/heterosexual.

La fiesta del Corpus Christi es también un momento para reflexionar sobre el Cuerpo Místico de Cristo. En virtud de nuestro bautismo, todos somos parte de una unión mística en un Cuerpo espiritual de Cristo. Este día puede ser un momento para reflexionar sobre nuestro compromiso en este Cuerpo:

¿Sientes que eres parte de este Cuerpo?

TSe sientes bienvenido en tu parroquia y parte de la comunidad?

¿Hay una parroquia más acogedora a la que puedas asistir en tu zona?

¿Cómo puedes crear espacios más acogedores para los demás?

Hay mucho trabajo por hacer en el ministerio LGTBQ, pero todos somos las manos, los pies y el corazón palpitante de Jesús, moviendo este Cuerpo de Cristo que es la iglesia en una dirección más acogedora.

Si está buscando una comunidad acogedora, consulte la lista de parroquias y comunidades de fe LGBTQ-friendly del Ministerio New Ways, disponible aquí. Para obtener información sobre cómo hacer que su parroquia sea más acogedora, visite el programa “Next Steps” (“Próximos pasos“) haciendo clic aquí.

—Yunuen Trujillo (ella/ella), 11 de junio de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“Pan y vino”. 11 de junio de 2023. Cuerpo y Sangre de Cristo. Juan 6, 51-58.

Domingo, 11 de junio de 2023
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corpuschristiEmpobreceríamos gravemente el contenido de la eucaristía si olvidáramos que en ella hemos de encontrar los creyentes el alimento que ha de nutrir nuestra existencia. Es cierto que la eucaristía es una comida compartida por hermanos que se sienten unidos en una misma fe. Pero, aun siendo muy importante esta comunión fraterna, es todavía insuficiente si olvidamos la unión con Cristo, que se nos da como alimento.

Algo semejante hemos de decir de la presencia de Cristo en la eucaristía. Se ha subrayado, y con razón, esta presencia sacramental de Cristo en el pan y el vino, pero Cristo no está ahí por estar; está presente ofreciéndose como alimento que sostiene nuestras vidas.

Si queremos redescubrir el hondo significado de la eucaristía, hemos de recuperar el simbolismo básico del pan y el vino. Para subsistir, el hombre necesita comer y beber. Y este simple hecho, a veces tan olvidado en las sociedades satisfechas del bienestar, revela que el ser humano no se fundamenta a sí mismo, sino que vive recibiendo misteriosamente la vida.

La sociedad contemporánea está perdiendo capacidad para descubrir el significado de los gestos básicos del ser humano. Sin embargo, son estos gestos sencillos y originarios los que nos devuelven a nuestra verdadera condición de criaturas, que reciben la vida como regalo de Dios.

Concretamente, el pan es el símbolo elocuente que condensa en sí mismo todo lo que significa para la persona la comida y el alimento. Por eso el pan ha sido venerado en muchas culturas de manera casi sagrada. Todavía recordará más de uno cómo nuestras madres nos lo hacían besar cuando, por descuido, caía al suelo algún trozo.

Pero, desde que nos llega de la tierra hasta la mesa, el pan necesita ser trabajado por quienes siembran, abonan el terreno, siegan y recogen las espigas, muelen el trigo, cuecen la harina. El vino supone un proceso todavía más complejo en su elaboración.

Por eso, cuando se presenta el pan y el vino sobre el altar, se dice que son «fruto de la tierra y del trabajo del hombre». Por una parte son «fruto de la tierra» y nos recuerdan que el mundo y nosotros mismos somos un don que ha surgido de las manos del Creador. Por otra son «fruto del trabajo», y significan lo que los hombres hacemos y construimos con nuestro esfuerzo solidario.

Ese pan y ese vino se convertirán para los creyentes en «pan de vida» y «cáliz de salvación». Ahí encontramos los cristianos esa «verdadera comida» y «verdadera bebida» que nos dice Jesús. Una comida y una bebida que alimentan nuestra vida sobre la tierra, nos invitan a trabajarla y mejorarla, y nos sostienen mientras caminamos hacia la vida eterna

José Antonio Pagola

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“Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. Domingo 11 de junio de 2023. Cuerpo y Sangre de Cristo.

Domingo, 11 de junio de 2023
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34-CorpuschristiALeído en Koinonia:

Deuteronomio 8,2-3.14b-16a: Te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres
Salmo responsorial: 147:
Glorifica al Señor, Jerusalén.
1Corintios 10,16-17:
El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo
Juan 6,51-58:
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida

El Deuteronomio pone en boca de Moisés tres grandes y solemnes discursos ante el pueblo, antes de entrar en la tierra prometida. Algunos han catalogado el Deuteronomio como el “testamento de Moisés”, refiriéndose a sus últimas palabras, llenas de unción y de una honda espiritualidad. Moisés hace memoria del pasado, para dar sentido al hoy de cada generación. La primera palabra de nuestro texto es “recuerda”. Recordar, hacer memoria, conectar con el pasado glorioso, es parte de la historia de fe, o de la salvación. Dios no sólo ha irrumpido en un momento dado en la historia de este pueblo, sino que ha estado presente en todos los momentos alegres y tristes. Nunca le ha abandonado. Más aún las pruebas sufridas en el desierto, fueron necesarias para madurar, para confiar, para vivir exclusivamente de Yahvé, sin apoyos humanos. El desierto es símbolo de la fe pura. El hambre, necesidad básica y urgente se convirtió en prueba para medir la fe-confianza en el Dios que sacia plenamente. Más tarde en una sociedad próspera y consumista el pueblo se olvidó de Yahveh. Fue entonces cuando estos discursos de Moisés adquirieron plena actualidad. Se les recuerda que: “no sólo de pan vive el ser humano sino de cuanto sale de la boca de Dios“. Desde esta perspectiva el ayuno adquiere su sentido profundo. Recuérdese que Mateo retomará este verso para enfrentar las tentaciones de Jesús. En la fiesta de hoy proclamamos a Jesús, Pan de vida, ante las hambres de nuestros desiertos. El es el verdadero maná que Dios da a la humanidad. Todos los demás panes (el dinero, el sexo, el consumismo, la fama, el poder…) no logran saciar plenamente las ansias de hambre del corazón humano, más aún dejan un hambre mayor… Viene entonces Jesús con su palabra y sus gestos, con su propuesta de Reino y Alianza y hace posible un mundo lleno de posibilidades en donde todo se comparte y nadie pasa necesidad.

Pablo orienta a una comunidad de los peligros de división. Aprovecha el contexto comunitario de la Eucaristía para hacer algunas aplicaciones prácticas a este respecto. La palabra clave es: el Cáliz, el Pan… ¿no nos “une” a todos, en la sangre, en el cuerpo de Cristo?. El tema es: La unión de todos en el cuerpo y la sangre de Cristo. De este modo revela el grave compromiso de unidad (común – unión) entre todos. Beber el Cáliz, comer el Pan…expresan el hondo sentido de una fe comprometida por la unidad, la fraternidad, el amor, la solidaridad, la entrega, a los hermanos en Cristo. Si esto no está claro, nuestras Eucaristías están vacías de sentido, o son un mero rito religioso intimista, muy lejos de lo que lo que Pablo quiso inculcar a su comunidad. Acto seguido el Apóstol de los gentiles remacha el tema con la comparación “el Pan es uno… nosotros somos muchos”… para concluir que al comulgar “formamos un solo cuerpo”. La unidad en la universalidad, es un tema de gran actualidad. Pero también “el cuerpo” expresa la dimensión sacramental de la Iglesia que en la diversidad de razas y culturas visibiliza al Cristo total.

El capítulo 6 del evangelio según San Juan está consagrado al llamado “discurso eucarístico”. Los versos del 51-59 revelan una unidad en la expresión: “vivirá para siempre“, con la que comienza y termina nuestro texto. Jesús mediante una fórmula de auto revelación se declara: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo“. Los judíos no entendían. Sucede lo mismo en nuestros días. Sin fe es imposible entender este gran misterio. Aunque lo explique el mismo Jesús, sin fe es imposible captar el sentido que encierran estas palabras y su alcance en la vida. Partiendo entonces de la fe, podemos afirmar con propiedad que Jesús es el Pan de Vida. Es decir, es aquel que ha venido, no de este mundo limitado e insaciable, sino de arriba, de Dios, para saciar definitivamente las hambrunas enraizadas en el corazón humano. Las profundas insatisfacciones, que son muchas, el cansancio de la vida, el sin sentido, los anhelos del corazón… encuentran en este Pan de vida un remedio saludable. La terrible soledad se transforma en habitación de comunión de vida. El creyente ya no vive para sí, es un consagrado, un poseído por una presencia transformadora que le eterniza y da pleno sentido a su existencia. Un dato interesante de este Evangelio es la relación que hace de esta comida (única y sin precedentes), con el sacrificio de Jesús: se trata de comer su cuerpo, beber su sangre. Al comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo el creyente no solo recibe, se identifica, se une a… sino que es capacitado para dar, ofrecer, entregar una vida digna… a semejanza de aquel a quien comulga.

 Mi Cuerpo es Comida

Mis manos, esas manos y Tus manos
hacemos este Gesto, compartida
la mesa y el destino, como hermanos.
Las vidas en Tu muerte y en Tu vida.

Unidos en el pan los muchos granos,
iremos aprendiendo a ser la unida
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.
Comiéndote sabremos ser comida,

El vino de sus venas nos provoca.
El pan que ellos no tienen nos convoca
a ser Contigo el pan de cada día.

Llamados por la luz de Tu memoria,
marchamos hacia el Reino haciendo Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía.

(Pedro CASALDÁLIGA)

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 058 de la serie «Un tal Jesús» (http://radialistas.net/category/un-tal-jesus/), de los hermanos LÓPEZ VIGIL, titulado «El gemido del viento». Leer más…

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11.5.2023. Cuerpo y Sangre de Dios, fiesta del Corpus

Domingo, 11 de junio de 2023
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para-celebrar-fiesta-del-pan,-fiesta-del-vinoDel blog de Xabier Pikaza:

Ésta es una fiesta religiosa y social, fiesta cristiana abierta al mundo entero universal, fiesta de todos aquellos que quieren vincularse entre sí, de un modo concreto, compartiendo el pan, bebiendo juntos el vino de la vida, en alegría y esperanza, dispuestos a entregarse en amor, unos a otros, por los otros.Aquí ofrezco un resumen del sentido de  esta fiesta,  desde una vertiente bíblica, católica, en la línea de  Fiesta del Pan, Fiesta del Vino. Mesa común y Eucaristía.  


Iglesia, el barco del pan. Ante la fiesta del Corpus (Mc 8, 14-21)

 Jesús no ha sido un profeta de ayunos, sino que ha sabido beber y ha bebido, compartiendo con los marginados de su pueblo, el pan y los peces, como han destacado los evangelios en los diversos relatos de las “multiplicaciones”, que debemos entender como comidas mesiánicas de Jesús, a cielo abierto, con todos los que vienen (cf Mc 6,30-44; (, 1-10 par). En ese fondo se sitúa mejor su manera de asumir la muerte.

Sintiéndose amenazado, Jesús quiso beber con sus amigos el vino de fiesta final, prometiendo que la próxima vez lo bebería con ellos en el Reino. Por eso, es normal que las iglesias de Jerusalén y Antioquía (representadas por los textos de la institución eucarística) y luego todas las iglesias hayan conservado las palabras de la última cena sobre el vino como expresión radical de la entrega y esperanza de Jesús (uniéndolas a la palabra sobre el pan), como seguiremos indicando.

a. Mc 14, 25a par. Compromiso po la vida, el pan compartido

«En verdad os digo, que ya no volveré a beber del fruto de la vid…». Este pasaje vincula dos elementos:

(1) Voto de renuncia: Jesús se compromete a no tomar más vino mientras siga existiendo el mundo actual.

(2) Promesa de abundancia: Jesús anuncia a sus amigos el vino del Reino. El texto comienza de un modo elevado (en verdad os digo…), y sigue con una triple negación (no, no, no: ouketi ou mê…), que debe interpretarse como juramento o voto sagrado, en el que el mismo Dios actúa como testigo, en fórmula que podría traducirse: «así me haga Dios en el caso de que…».

En el momento más solemne de su vida, rodeado por sus discípulos, tomando con ellos la última copa, Jesús se compromete a no beber más hasta que llegue en plenitud el Reino que él ha prometido e iniciado (cf. Mc 9, 1; 13, 30), Este juramento puede interpretarse como voto de abstinencia escatológica, de tal manera que, de ahora en adelante, Jesús puede presentarse como nazareo del reino, renunciando al vino. Lógicamente, al acercarse el momento decisivo, Jesús proclama que ya no beberá más vino en este mundo viejo, en este orden de cosas, pero añade que llega (se está acercando de inmediato) el reino.

b. Mc 14, 25b. Vino nuevo del Reino.

Jesús promete abstenerse de beber vino “hasta que beba (con vosotros) el vino nuevo del Reino”. Eso significa que ha puesto su destino al servicio de la viña de Dios, es decir, de la plenitud escatológica. Con el “vino de este mundo”, en la fiesta de su despedida (entrega), ha prometido a sus amigos el “vino nuevo” (es decir, el vino de la nueva cosecha del Reino).

Este juramento escatológico deriva de todo su camino de evangelio: Jesús ha ofrecido su mesa (pan y peces) a los marginados y pobres, a los publicanos y multitudes. Ahora, en el momento final, asumiendo y recreando la mejor tradición israelita, él declara y proclama delante de sus amigos que ha cumplido su camino, ha terminado su tarea: sólo queda pendiente la respuesta de Dios, el vino del “año nuevo”, la fiesta del Reino.

Así pasa del “vino viejo” de esta fiesta de despedida (que el ritual de la institución eucarística interpreta como sangre de alianza: Mc 14, 23-24) al “vino nuevo” de la promesa de culminación mesiánica: al beber la última copa (copa vieja), en compañía de sus discípulos, Jesús les está invitando a tomar la “nueva copa” en el Reino, es decir, en la vida compartida para siempre. Entendido de esta forma, este logion desborda el nivel de los elementos centrales de la pascua judía (pan sin levadura, hierbas amargas o cordero sacrificado), abriéndose a la nueva tierra y vino del Reino.

Para Patio Global. Pinturas religiosas en China

2. Cena de Jesús.

Fundación de la Eucaristía. Podemos recordar los datos básicos

(a) Los defensores del sistema (imperio  templo) han condenado a Jesús como socialmente peligroso. Los sanedritas pueden acusarle de blasfemo, diciendo que ha querido colocarse en el lugar más alto, como Dios para su pueblo (cf. Mc 14, 64); en realidad le han rechazado por a-social o antisocial: no encaja dentro del orden de su “templo” (cf. Mc 12, 10-11). Los romanos le condenan a muerte porque quiere hacerse Rey de los judíos (Mc 15, 12), ocupando así un lugar que estaba ya ocupado por el César, rey de Roma y portador de un “orden sagrado” sobre el mundo.

(b) Jesús ha muerto como representante mesiánico de Dios. Profundizando en esa experiencia, los cristianos han comprendido que la última razón de su condena no ha sido la dureza de aquellos sus jueces y verdugos, sino el modo de actuar del mismo Jesús. Su forma de vida, su proyecto de reino, le ha convertido en un hombre peligroso. Por portarse como se ha portado, por defender lo que ha defendido, ha tenido que estar dispuesto a morir. Ciertamente, le han matado.

Pero ha sido él quien ha dado la vida, la ha puesto en manos de Dios Padre. Pues bien, precisamente allí donde los poderes de este mundo le condenan como hombre peligroso, quitándole la vida, se eleva Jesús en la mesa de la despedida y ofrece a los suyos el pan y vino de su reino. Este recuerdo está en el fondo del relato litúrgico de la fundación de la eucaristía, que sirve para interpretar el sentido de la muerte de Jesús y de su presencia en la comida de la comunidad: «Y estando ellos comiendo, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió, se lo dio y dijo: Tomad, esto es mi cuerpo. Tomó luego un cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y bebieron todo de él. Y les dijo: Ésta es la sangre de mi alianza que se derrama por muchos» (Mc 14, 24)

Así aparece Jesús como iniciador de estirpe, fundador de la nueva familia de aquellos que comparten su cuerpo y su forma de vida (sangre). El judaísmo era en aquel tiempo un grupo de solidaridad de sangre (descendencia, vida) y de cuerpo (vinculado en torno al pan y la casa). Pues bien, el mismo Jesús que ha superado (ha roto) la estructura de familia antigua, fundada en el poder del los padres y de una genealogía clasista, fundamenta en su entrega la nueva familia de los hijos de Dios, vinculados en carne y sangre. Desde aquí queremos evocar los dos signos.

(a) Esto es mi cuerpo (sôma), simbolizado en el pan que se parte (entrega y comparte) a fin de que todos se vinculen en una misma vida y comunión, rotas las barreras que dividen a varones y mujeres, puros e impuros, enfermos y sanos, judíos y gentiles. Éste es el sacramento mesiánico, el descubrimiento y despliegue de la vida, que Jesús ofrece, no por nacimiento biológico, solidaridad personal, entrega mutua y palabra compartida.

(b) Es la sangre de mi alianza… Esta sangre que vincula con Jesús (desde Jesús) a todos los hombres no es la fuerza biológica de generación (como la que buscan en ese tiempo los judíos), no es una sacralización de los aspectos nacionales o raciales de la vida; tampoco es la sangre ritual de los sacrificios compartidos, la violencia de los animales muertos, pues Jesús transciende el carácter sacral de las religiones de violencia, que identifican la presencia de Dios con un ritual de sacrificios, sino aquella que se expande y crea vida por medio de la entrega de la propia vida. Así aparece Jesús, como padre/madre de nueva humanidad, creador de una estirpe universal de hermanos, vinculados desde el Padre.

El cuerpo y la sangre de Jesús vinculan en alianza (comunión de solidaridad humana) a todos los que quieran asumir su proyecto, vivir su evangelio. Normalmente, los hombres transmiten su nombre y recuerdo a través de la generación física. Pues bien, Jesús transmite vida, crea familia, suscita la comunión de los hijos de Dios, entregando su propio ser, como verdadero padre/madre, hermano/compañero de la nueva humanidad.

Así viene a presentarse como el hombre pleno, el ser humano, que engendra y sostiene la vida entregándose a sí mismo como principio de humanidad. Situadas así, en el principio y centro de la manifestación de Dios, las dos palabras clave (pan-cuerpo, sangre-alianza) evocan el principio generador y unificador de la realidad humana. No son las partes materiales de un cadáver, como a veces se ha pensado (el cuerpo lo sólido y la sangre lo líquido), sino la totalidad de la vida interpretada como fuente de existencia para todos los humanos. Para los judíos, el cuerpo o familia se fundaba en la solidaridad biológica (semen, sangre engendradora) y en la vinculación sacrificial de la sangre animal, vertida en nombre y para unión del pueblo. Pues bien, en contra de eso, la unidad y fuerza del pueblo de Jesús está en la experiencia del pan compartido y de la alianza de la sangre, ofrecida (derramada) por todos.

3. Los tres elementos de la fiesta

Conforme a esta experiencia de Jesús y de sus seguidores, la Iglesia cristiana se configura como vinculación concreta de personas que comen y beben, recordando a Jesús. Ciertamente, la Iglesia tiene otros rasgos (es comunidad de fe y de oración). Pero el más importante de ellos, el que define todos los restantes, es el que está vinculado a la comida. Los cristianos son iglesia porque comen juntos. En este contexto se sitúan las tres palabras fundamentales de la liturgia:

a. Eucaristía.

Significa acción de gracias y esto es lo que proclama el celebrante principal en el momento más solemne del prefacio: situado ante el misterio de Dios, que aparece de forma generosa en los dones del pan y del vino, en nombre de todos los celebrantes, eleva la voz presentando ante Dios una fuerte acción de gracias, reasumiendo las palabras del Gloria: te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias. Dios ha creado al hombre gratis, como madre generosa que regala a su hijo lo mejor que tiene y puede; no le debemos nada, pero es bello que le agradezcamos su regalo. Gratis nos ha regalado Dios la vida; nada puede ya exigirnos por ella. En contra de todas las teorías contractuales que imponen al humano el deber de agradecer a Dios sus dones (de servirle), la eucaristía muestra que no tenemos ninguna obligación de hacerlo.

Gratuitamente nos ha dado Dios lo que somos; de igual manera podemos y debemos (si queremos) responderle, con el pan y vino de Jesús, haciendo que resuene en nuestra voz la voz de toda la creación. De esa forma, el Dios de la eucaristía se muestra Padre/Madre en el principio, centro y el fin de su camino. De esa forma, después de habernos dado lo que es y lo que tiene, queda frágil e indefenso en nuestras manos, esperando una respuesta de amor, sin poderla imponer, sin imponerse jamás sobre nosotros. De esa forma, siendo Padre/Padre y fundamento de Vida en nuestra vida, se vuelve Amigo, presencia enamorada (cf. Ap 21-22).

b. Memorial o recuerdo de Jesús (Anámnesis).

Los diversos ritos recuerdan y actualizan un misterio anterior, algo que sucedió al principio de los tiempos (mito pagano) o en el momento histórico concreto de la fundación de un movimiento religioso (aquí en la Cena de Jesús, que se expresa en la Eucaristía). En ese sentido, la Eucaristía es recuerdo y presencia de la historia de Jesús, Hijo de Dios, el Hombre plenamente realizado (Hijo del humano). Por eso, al celebrarla los cristianos retornan a las raíces mesiánicas y aprenden el oficio gozoso de ser hombre y /o mujer, en el rito liberador y enamorado de darnos mutuamente el pan, compartir el cuerpo y regalarnos la vida (sangre) unos a otros, en camino de resurrección. Éste es el único oficio, la tarea gozosa y salvadora de la historia: aprender a ser (hacerse) humanos en plenitud, con el mismo Dios que por Jesús ha venido a convertirse en compañero de sus fieles, entregándoles su vida (cuerpo, sangre).

Recordar significa repetir y actualizar, no por obligación, como si nada hubiera pasado desde entonces, sino en libertad creadora. La iglesia no puede limitarse a copiar lo que hizo Jesús, sino que ha de hacerse ella misma Jesús (=comunidad mesiánica), actualizando en la historia actual la fiesta mesiánica del pan compartido y la sangre entregada, en camino de resurrección.

2. Epíclesis o invocación del Espíritu Santo.

Desde el origen de los tiempos llegan las grandes invocaciones, llamadas sacrales, dirigidas a los dioses o genios protectores de la vida. Pues bien, la Eucaristía es invocación dirigida al Espíritu de Dios, para que exprese y realice su obra, por Jesús, en esta misma historia. Reunidos en su nombre, los cristianos pueden invocarle confiados, sabiendo que su fuerza les alienta, que su vida les sostiene. Por dos veces, en el centro de la gran Oración Eucarística, los fieles invocan al Espíritu Santo: para que actúe sobre los dones ofrecidos (pan y vino), convirtiéndolos en cuerpo de Cristo; para que venga sobre los fieles, de forma que ellos mismos sean en su plenitud Cuerpo mesiánico y puedan mantenerse en unidad, dando la sangre (vida) unos por otros.

De esa forma, la eucaristía aparece al fin en como aquello que ha sido siempre: la forma primordial de la oración humana; la misma vida concebida y realizada a modo de oración, ante los dones compartidos, en agradecimiento a Dios, en recuerdo de Jesús. De esa manera se supera la distancia que se había establecido entre Dios y los humanos. Sin dejar de ser divino, Dios se ha vuelto, por Jesús, la Vida de la vida humana, en el pan y vino de la fraternidad, en el camino de la sangre derramada en favor de los demás. Aquí se expresa Dios, aquí se manifiesta la verdad del ser humano, como eucaristía y resurrección en Cristo, por medio del Espíritu

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El maná y el pan de vida. Fiesta del Corpus Christi. Ciclo A.

Domingo, 11 de junio de 2023
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corpus-christiDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj: 

Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de Roma. Dos cosas pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino.

            Sin embargo, las lecturas del ciclo A conceden más importancia al tema de la vida, con el que es fácil sintonizar en un mundo de guerras y atentados como el que vivimos. El evangelio de hoy comienza y termina con las mismas palabras: «el que coma de este pan vivirá para siempre». Y en medio: «el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día».

Sobrevivir y vivir eternamente

            El 1 de junio de 2009, el vuelo 447 de Air France entre Rio de Janeiro y París desapareció en mitad de la noche con 216 pasajeros y 12 tripulantes. Se salvó un matrimonio, no recuerdo si porque llegó tarde al embarque o por un cambio de última hora. Pero ese matrimonio se hizo famoso porque murió en un accidente de automóvil pocos días después. La supervivencia a un accidente, a un ataque terrorista, a una calamidad, no garantiza vivir eternamente.

            Mucha gente acepta la muerte con resignación o fatalismo. Otros se rebelan contra ella, como Unamuno: «Con razón, sin razón, o contra ella, no me da la gana de morirme». El cuarto evangelio también se rebela contra la muerte. Comienza afirmando que en la Palabra de Dios «había vida». Y ha venido al mundo para que nosotros participemos de esa vida eterna.

            Para expresar el contraste entre “supervivencia” y “vida eterna” las lecturas de hoy contrastan el maná con el alimento que nos ofrece Jesús. El Deuteronomio (1ª lectura) habla del maná como de un alimento sorprendente, novedoso, «que no conocías tú ni conocieron tus padres». Pero no se detiene, como hace el libro del Éxodo, en sus cualidades sorprendentes y su carácter milagroso. Es un alimento de pura supervivencia, que no garantiza la inmortalidad. En el evangelio, las palabras de Jesús subrayan este aspecto: el pan que comieron vuestros padres no los libró de la muerte. En cambio, el alimento que da Jesús, su cuerpo y su sangre, sí garantiza la vida eterna: «yo lo resucitaré en el último día». Estas palabras, tomadas del largo discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, anticipan la resurrección de Lázaro y el destino de todos nosotros.

Inmortalidad y vida eterna

            Sin embargo, el alimento que ofrece Jesús no se limita a garantizar la inmortalidad. Tiene también valor para el presente. «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él». Este es el sentido que tiene a veces el término «vida eterna» en el cuarto evangelio. No es vida de ultratumba, sino vida aquí y ahora, en una dimensión distinta, gracias al contacto íntimo, misterioso, con Jesús.

Unión con Jesús y unión con los hermanos

            La idea de que, al comulgar, Jesús habita en nosotros y nosotros en él, corre el peligro de interpretarse de forma muy individualista. La lectura de Pablo a los corintios ayuda a evitar ese error. La comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo no es algo que nos aísla. Al contrario, es precisamente lo que nos une, «porque comemos todos del mismo pan».

Lectura del libro del Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16ª

Moisés habló al pueblo, diciendo:

El camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.»

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 10, 16-17

Hermanos:

El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.

Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:

―Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

Disputaban los judíos entre sí:

―¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Entonces Jesús les dijo:

―Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.

 

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Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. 11 Junio, 2023

Domingo, 11 de junio de 2023
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«Yo soy el pan vivo que he descendido del cielo: si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.»

(Jn 6, 51-58)

Jesús nos habla del pan vivo. Nos habla de un elemento material, que es el pan, y de  un verbo, que habla de dinamicidad y vida, es decir, habla del espíritu.

Nos sitúa en  la realidad total que somos y de cómo hemos de alimentarnos desde nuestra humanidad, para llenarnos de divinidad.

¿Cómo no comer y beber la vida de Jesús si es lo que me permite unificar mi vida? Nuestros cuerpos vibran  al llenarse de la energía que aportan el pan y el vino. Pero no es una energía cualquiera, es la que aporta el espíritu. Vivificando nuestras vidas. Llenándolas de esa vibración incontenible, de quién renueva haciendo novedad su vida todos los días, a través  de la  Eucaristía.

Jesús se nos entrega de una manera total. Entrega todo lo que es. Y eso nos  permite a nosotras entregarnos  también en todo lo que somos. Una entrega que se renueva todos los días, porque todos los días recibimos lo que somos  y entregamos lo que somos.

Muchos hablan de la Eucaristía como un símbolo, y esta palabra, símbolo  significa reunir.  La reunificación de una materia llena de espíritu, puede ser un símbolo. Pero para mí es auténtica presencia de quién se deja comer para dar nueva vida.

Es cierto que hay muchas más presencias de Jesús en el mundo, porque todo lleva semillas de divinidad si lo sabemos “mirar” con los ojos de la transparencia. Pero la Eucarística es la que recibimos a través del saboreo, diluyéndose Dios en nosotras en una unidad llena de común –unión.

La Eucarística es una Presencia viva que todos los días se quiebra para entregarse. Es una invitación a vivir en la plenitud que somos. En  totalidad. Porque sólo podemos  entregarnos cuando somos una con todo.  Entonces sí, la parte es el todo y el todo, la parte.

Dejarnos amasar en las vulnerables semillas que se unifican para formar la masa y, posteriormente, llenas de ese fuego que impregna, entregarse sin miedo, en una donación confiada para ser parte y todo de la humanidad.

ORACIÓN

Gracias Jesús por entregar tu cuerpo y sangre todos los días, siendo alimento de Vida Nueva, que nutre, vivifica y nos hace comprender que nuestra vida, como la tuya, es un entrega sin medida ni tiempo.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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La eucaristía es el signo del verdadero amor que se manifiesta en la entrega.

Domingo, 11 de junio de 2023
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Panes y pecesJn 6,51-59

CORPUS (A)

Jn 6,51-59

La eucaristía es una realidad muy compleja que forma parte de la más antigua tradición. Tal vez sea la realidad cristiana más difícil de comprender y de explicar. Podíamos considerarla como acción de gracias (eucaristía), sacrificio, presencia, recuerdo (anamnesis), alimento, fiesta, unidad. Tiene tantos aspectos que es imposible abarcarlos todos en una homilía. Podemos quedarnos en la superficialidad del rito y perder así su riqueza. Vamos a intentar superar muchas visiones raquíticas o erróneas.

1º.- La eucaristía no es magia. Claro que ningún cristiano aceptaría que al celebrar una eucaristía estamos haciendo magia. Pero si leemos la definición de magia de cualquier diccionario, descubriremos que le viene como anillo al dedo lo que la inmensa mayoría de los cristianos pensamos de la eucaristía: Una persona revestida con ropajes especiales e investida de poderes divinos, realizando unos gestos y pronunciando unas palabras “mágicas”, obliga a Dios a producir un cambio sustancial en una realidad material. Cuando se piensa que se produce un milagro, estamos hablando de magia.

2º.- No debemos confundir la eucaristía con la comunión. La comunión debe estar siempre referida a la celebración de una eucaristía. Tanto la eucaristía sin comunión, como la comunión sin referencia a la eucaristía dejan al sacramento incompleto. Ir a misa solo con la intención de comulgar es sencillamente una trampa alejada de lo que significa el sacramento, es un autoengaño. Esta distinción entre eucaristía y comunión explica la diferencia de lenguaje entre los sinópticos y Juan en el discurso del pan de vida. Juan hace referencia al alimento, pero alimentarse es creer en él, identificarse con él.

3º.- “Cuerpo” no significa cuerpo, “sangre” no significa sangre. No se trata del sacramento de la carne y de la sangre físicas de Jesús. En la antropología judía, el hombre es una unidad indivisible, pero descubría en él cuatro aspectos: Hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu. Hombre-cuerpo era el ser humano en cuanto sujeto de relaciones. Al decir: esto es mi cuerpo, está diciendo: esto soy yo, esto es mi persona. Para los judíos la sangre no era solo símbolo de la vida. Era la vida misma. Cuando Jesús dice: “esto es mi sangre, que se derrama”, está diciendo: esto es mi vida al servicio de todos, es decir, una vida totalmente entregada a los demás.

4º.- La eucaristía no la celebra el sacerdote, sino la comunidad. El cura puede decir misa. Solo la comunidad puede hacer presente el don de sí mismo que Jesús significó en la última cena y que es lo que significa el sacramento. Es el sacramento del amor. No puede haber signo de amor en ausencia del otro. Por eso dice Mt: “donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. El clericalismo que otorga a los sacerdotes un poder divino para hacer un milagro, no tiene ningún apoyo en la Escritura. La eucaristía la celebran todos los cristianos (sacerdocio de los fieles).

5º.- La comunión no es un premio para los buenos. Esta frase la dijo el Papa Francisco en una ocasión y me impresionó por su profundidad. No son los que “que están en gracia” los que pueden acercarse a comulgar. Somos los desgraciados que necesitamos descubrir el amor gratuito de Dios. Solo si me siento pecador estoy necesitado de celebrar el sacramento. Cuando necesito el signo del amor es cuando me siento separado de Dios. Es absurdo de dejar de comulgar cuando más lo necesito.

6º.- La realidad significada no es Jesús en sí mismo, sino Jesús como don. El don total de sí mismo, que ha manifestado durante toda su vida y que le ha llevado a su plenitud, identificándole con el Padre. Ese es el significado que yo tengo que descubrir. La eucaristía no es un producto más de consumo que me proporciona seguridades.  Podemos oír misa sin que nos obligue a nada, pero no podemos celebrar la eucaristía sin comprometernos con los demás. No se puede salir de misa como si no hubiera pasado nada. Si la celebración no cambia mi vida en nada, es que me he quedado en el rito.

7º.-Haced esto, no se refiere a que perpetuemos un acto de culto. Jesús no dio importancia al culto. Jesús quiso decir que recordáramos el significado de lo que acaba de hacer. Esto soy yo que me parto y me reparto, que me dejo comer. Haced también vosotros esto. Entregad la propia vida a los demás como he hecho yo.

8ª.- Los signos no son el pan y el vino sino el pan partido y el vino derramado. Durante siglos, se llamó a la eucaristíala fracción del pan. No se trata del pan como cosa, sino del gesto de partir y comer. Al partirse y dejarse comer, Jesús está haciendo presente a Dios, porque Dios es don infinito, entrega total a todos y siempre. Esto tenéis que ser vosotros. Si queréis ser cristianos tenéis que partiros, repartiros, dejaros comer, triturar, asimilar, desapare­cer en beneficio de los demás. Una comunión sin este compromi­so es una farsa, un garabato, como todo signo que no signifique nada.

Es más tajante aún el signo del vino. Cuando Jesús dice: esto es mi sangre, está diciendo esto es mi vida que se está derramando, consumiendo en beneficio de todos. Eso que los judíos tenían por la cosa más horrorosa, apropiarse de la vida (la sangre) de otro, eso es lo que pretende Jesús. Tenéis que hacer vuestra, mi propia vida. Nuestra vida solo será cristiana si se derrama, si se consume, en beneficio de los demás como la mía.

Celebrar la Eucaristía es comprometerse a ser para los demás. Todas las estructu­ras que están basadas en el interés personal o de grupo, no son cristianas. Una celebración de la Eucaristía compatible con nuestros egoísmos, con nuestro desprecio por los demás, con nuestros odios y rivalidades, con nuestros complejos de superioridad, sean personales o grupales, no tiene nada que ver con lo que Jesús quiso expresar en la última cena.

La eucaristía es un sacramento. Y los sacramentos ni son milagros ni son magia. Se produce un sacramento cuando el signo (algo que entra por los sentidos) nos conecta con una realidad trascendente que no podemos ver ni oír ni tocar. Esa realidad significada es lo que nos debe interesar. La hacemos presente por medio del signo. No se puede hacer presente de otra manera. Las realidades trascendentes, ni se crean ni se destruyen; ni se traen ni se llevan; ni se ponen ni se quitan. Están siempre ahí. Son inmutables y eternas.

El ser humano no tiene que liberar o salvar su “ego”, a partir de ejercicios de piedad sino liberarse del “ego” que es precisamente lo contrario. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestro yo individual y egoísta que se cree independiente. Estamos hablando del sacramento del amor, de la unidad, de la Presencia. Si la celebración no nos lleva a esa unidad, significa que es falsa. Conformarnos con asistir a Misa sin celebrar la eucaristía es un engaño total.

Hoy me siento incapaz de comunicaros la enorme cantidad de cosas que me gustaría trasmitiros. Me gustaría poder hablar horas y horas con cada uno de vosotros para sacaros de todos los disparates que se han dicho sobre este sacramento. Muchas veces os he dicho que de las realidades trascendentes no se puede hablar con propiedad. Pero es que un lenguaje exagerado y excesivo tampoco, en vez de aproximarnos a la verdad, nos aleja de ella. Es lo que ha pasado con este sacramento admirable.

Hemos oído cientos de veces que la eucaristía fue instituida por Cristo en la última cena. Jesús no instituyó nada. Ni siquiera podemos tener seguridad de lo que realmente hizo y menos aún del sentido que pudo dar él a los gestos que realizó.

La eucaristía fue el resultado de un proceso que pudo durar muchos años. En el que influyeron multitud de realidades. Para mí la influencia fundamental debemos buscarla en la cena pascual y en las comidas realizadas por Jesús durante su vida.

Los exégetas nos cuentan que seguramente comenzó por ser una comida fraterna en la que se daba gracias a Dios por los dones recibidos. La clave era el compartir y descubrir en esa actitud la presencia de Jesús vivo en la comunidad. Tanto el que compartía lo que tenía, como el que podía comer gracias a la generosidad de los demás, sentía esa presencia que les mantenía unidos. Al crecer las comunidades fue inviable esa comida compartida y se transformó en el rito que prevaleció hasta nuestros días.

Hoy todos estamos de acuerdo en que, para renovar el sacramento de la eucaristía, es preciso tener en cuenta la tradición. Pero mientras unos se paran en el concilio de Trento, otros queremos llegar hasta los orígenes y descubrir allí el sentido de sacramento.

La primera es una mala opción porque Trento no elaboró una doctrina sobre este sacramento. Se limitó a responder a las dos cuestiones puestas en entredicho por la reforma protestante: la presencia real y el sacrificio. La reacción del concilio fue violenta y con demasiado resentimiento para que pudiera ser ecuánime. En Trento dio comienzo la contrarreforma, que fue más nefasta para la Iglesia que la misma reforma. Sus exageraciones han marcado la doctrina durante los siglos posteriores y aún no nos hemos librado de su influencia.

Con relación a la presencia, se mezcló la metafísica con la realidad física y nos metió por un callejón del que no hemos salido todavía. Los conceptos de sustancia y accidente son metafísicos y no tienen nada que ver con la realidad física.

Con relación al sacramento como sacrificio, también se exageró el lenguaje, llegando a conclusiones descabelladas.

Me pregunto, ¿cómo dos aspectos que no se tuvieron en cuenta para nada durante los cinco primeros siglos, pueden ser lo esencial del sacramento?

Las exageraciones del concilio han marcado la pauta de toda la doctrina del sacramento durante los últimos cinco siglos. Aun hoy para la inmensa mayoría de los fieles el sacramento consiste en el sacrificio de Cristo y en la presencia real.

La eucaristía no es una realidad estática sino dinámica. Es algo que hacemos, que desplegamos, dentro de la comunidad. Del mismo modo la presencia real estática distorsiona la dinámica del sacramento y lo convierte en cosa. Aun cuando se comulgue fuera de la misa, no tiene sentido si no se hace referencia a lo que se celebró en la eucaristía, de la que procede el pan consagrado que comemos.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Las creencias y los frutos.

Domingo, 11 de junio de 2023
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eucaristia0Jn 6, 51-58

«Si no coméis de mi carne y bebéis de mi sangre no tendréis vida en vosotros»

En la fiesta del Corpus Christi se celebra la presencia real de Jesús en las especies sacramentales del pan y del vino, y esto se manifiesta sacando la custodia a la calle e invitando a los fieles a adorarla. Desde nuestra óptica ilustrada, este tipo de devoción nos parece trasnochado y nuestro primer impulso suele ser criticarlo o descalificarlo, pero quizá convenga plantearnos una breve reflexión antes de hacerlo.

Son de admirar esas personas capaces de encerrar un pensamiento complejo en una frase sencilla, y un buen ejemplo lo encontramos en Ignacio de Loyola. Y es que San Ignacio fue capaz de condensar la esencia evangélica en una simple exhortación: «En todo amar y servir». Amar, porque mi Padre, Abbá, me quiere y yo respondo a su amor amando a sus hijos. Servir, porque es el paradigma que empapa todo el evangelio: «Yo soy el maestro y el Señor, y os he lavado los pies…»

Es cristiano quien responde a la Palabra, es decir, el que ama y sirve a los demás: «En esto conocerán que sois mis discípulos; en que os améis los unos a los otros» … Y ya está… y no hay más… y, desde esta perspectiva, todas esas elucubraciones doctas que tanto nos entusiasman no pasan de ser —en el mejor de los casos— una simple nota a pie de página que no afecta a nuestras vidas. Incluso el propio concepto de “ecumenismo” pierde una buena parte de su sentido.

El modo concreto en que yo crea resulta irrelevante, porque lo importante son los frutos. Para cada uno, sus creencias serán verdaderas cuando den buenos frutos, y no lo serán cuando no los den. Es indiferente que yo crea que la misa es un “Santo Sacrificio” que recrea la inmolación que aceptó el hijo de Dios para redimirnos de los pecados… o que la considere Eucaristía, acción de gracias, heredera de las “Cenas del Señor”. Si mi creencia —sea la una o la otra— me lleva a perdonar, a compadecer y a servir, mi creencia, sin lugar a dudas, será para mí verdadera. Si no, será falsa.

Y lo mismo ocurre si creo que las palabras del oficiante en la consagración producen la transustanciación del pan y del vino… o si considero la consagración como un recuerdo entrañable de las palabras de Jesús justo antes de morir. O si creo que al comulgar me estoy comiendo a Jesús… o si pienso que estoy comulgando con él; con sus criterios, con su proyecto y su misión… Y tantas cosas más.

Es muy característico de nuestra religiosidad quedarnos contentos y satisfechos con “saber”; creer que somos algo por estar bien informados; pero si nos quedamos solo en eso, lo único que estamos haciendo es «cansar la tierra»; como la higuera. En la parábola del buen samaritano, el sacerdote que pasa de largo sin socorrer al herido tenía un profundo conocimiento de la ley, pero se quedaba en el conocimiento. El samaritano, un hereje inculto y despreciado, es puesto de ejemplo por Jesús porque lleva la Ley en el corazón, aunque no la conozca, o la conozca mal.

Termino. Creo que la fe de César Arnulfo Romero o de la madre Teresa era una fe verdadera con independencia de lo que pensasen de la transustanciación. En cambio, tengo serias dudas de que mi fe lo sea, a pesar de que no creo en ella.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Fuente Fe Adulta

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Eucaristía y encarnación.

Domingo, 11 de junio de 2023
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manoscorazJn 6, 51-58

Este evangelio forma parte del discurso eucarístico desarrollado por Juan y en el que expone de forma singular la relación entre eucaristía y encarnación. La espiritualidad cristiana no es una espiritualidad idealizante ni abstracta, sino que remite siempre a la vida y al compromiso histórico, sostenido e impulsado por el espíritu de Jesús en nosotros y nosotras.

Creer en la eucaristía como cuerpo de Cristo nos remite siempre a otros cuerpos vulnerables y vulnerados. Nos compromete con el reconocimiento de su dignidad, con su cuidado y solidaridad. Con ellos y sus causas. Por eso la eucaristía no es un acto fervoroso devocional, sino la identificación con Jesús y su proyecto, y la disposición a asumir las consecuencias que conlleva de forma agradecida y gratuita. La Eucaristía nos cristifica, nos hace uno o una con Él. Lo cual tiene profundas consecuencias en nuestra vida, en nuestra forma de estar en el mudo, interior y exteriormente.

Al comulgar el cuerpo de Cristo comulgamos también con su espíritu, con sus deseos más profundos: su deseo de una humanidad y una creación reconciliada donde ningún cuerpo sea maldito o excluido del derecho a la plenitud y la alegría. Por eso la a eucaristía es también pan de vida, porque es sustento y nutriente, fortaleza y energía que nos capacita para vivir el dinamismo al que nos envía: hacer de la vida un banquete, sin primeras ni últimas.

El evangelio de este domingo nos recuerda que la Eucaristía no puede ser nunca una evasión, sino compromiso y envío agradecido. De ahí que contemplarlo y proclamarlo se convierta para nosotras y nosotros hoy en una Buena Noticia exigente, no alienadora ni cómoda, sino con una profunda capacidad de desinstalación. Así les sucedió también a los primeros seguidores de Jesús, por eso la reacción desconcertante de los discípulos a la que se refiere el texto (v 52). Pero este Evangelio nos ayuda también a no caer en el pelagianismo ni la autoexigencia deshumanizante. Nos recuerda que el seguimiento de Jesús no es una cuestión de sólo empeño o voluntad, sino de Gracia, de abrirnos con confianza y abandonarnos a su Espíritu, porque Él es el pan de vida, Él es quien se nos ofrece como vida en plenitud y sustento, capacitándonos para ir más allá de nuestras propias fuerzas desde nuestra vulnerabilidad asumida y compartida.

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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El símbolo del pan.

Domingo, 11 de junio de 2023
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IMG_9810Fiesta de “Corpus Christi”

11 junio 2023

Jn 6, 51-58

“Yo soy la vida” (Jn 11,25).

Con el símbolo del pan, aplicado a Jesús en el cuarto evangelio, vuelve a producirse otra objetivación, como la que señalaba en el comentario de la semana anterior, a propósito de la Trinidad. Y parece que esa objetivación fue muy temprana. Si en un primer momento, el evangelio habla de que Jesús es la “palabra de vida” que alimenta al creyente, otro redactor posterior, llevado al parecer por el afán de recuperar el sentido de la eucaristía, cambia el acento para presentar al propio Jesús como alimento.

Sabemos que tal objetivación tuvo un recorrido muy exitoso a lo largo de la historia de la iglesia, alcanzando en el concepto de “transubstanciación” y en todo lo relacionado con la “adoración eucarística” el culmen más elevado.

Una y otra vez se ponen de manifiesto dos grandes dificultades que experimentamos los humanos para manejarnos con los símbolos religiosos: una es la tendencia a objetivarlos de manera constante y, con frecuencia, exagerada; la otra es la propensión a buscar la “salvación”, tal como hacen los niños, “fuera” de nosotros.

Me parece legítimo y adecuado que alguien diga que Jesús alimenta su vida y lo sostiene en su recorrido. Eso mismo podemos decir de muchas personas, del pasado y del presente, sabios famosos o compañeros que caminan a nuestro lado o conviven con nosotros. Todos podemos ser “alimento” vivo y nutritivo para otras personas. Todos podemos ayudar a vivir y agradecemos ser ayudados.

Sin embargo, y sin negar la necesidad y el regalo de tales ayudas cotidianas, el “alimento” real que nos sostiene, nos ilumina, nos fortalece y nos sacia no se halla “fuera” (¿dónde?), sino que es aquello mismo que somos en profundidad. Y nos nutrimos de él gracias a la comprensión de lo que realmente somos.

Y esto no tiene nada que ver con el orgullo, como no se cansan de repetir teólogos y personas religiosas. Porque aquello que nos salva no es el yo -ni nace del yo-, sino el Fondo, la Profundidad, el Misterio que nos constituye y constituye todo lo real. Al entrar en contacto con él, no nos encerramos de manera narcisista en el ego, sino que somos radicalmente des(ego)centrados. El Fondo nos alimenta y nos expande, nos libera de tendencias egoicas y nos abre a los demás.

El “pan” que nos alimenta -y Jesús nos lo recuerda admirablemente con su propia existencia- nos libera, como escribe de manera tan ajustada como bella Javier Melloni, de “toda reducción al yo y a lo mío [que] es algo tóxico, confuso y agresivo. [Porque lo cierto es que] cuanto más vacíos, más plenos; cuanto más profundos, más entregados”.

¿Dónde busco el alimento esencial?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Pan de vida, Eucaristía son también los comedores sociales, los bancos de alimentos, la solidaridad…

Domingo, 11 de junio de 2023
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9FDE193A-80CD-4EE1-8C0A-D343111392EFDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Eucaristía

    Caminando por el desierto de la vida, Dios acompaña a su pueblo y le alimenta con el maná (Deuteronomio). El maná era el alimento físico, la ley (el pensamiento de Dios) es el alimento del alma. Todo es vida.

LA EUCARISTÍA Y LOS MUCHOS ENCUENTROS DE JESÚS.

La Eucaristía no es un precepto. Tampoco es magia. La Eucaristía tampoco es un rito que se le encarga a un cura en determinados acontecimientos o problemas de la vida.

La Eucaristía, es un encuentro de la asamblea de los creyentes con el Señor para celebrar y agradecerle la vida y la salvación, para orar por los momentos y circunstancias de la vida.

La Eucaristía es vida y se inserta en la infinidad de comidas y encuentros salvíficos que tuvo el Señor Jesús.

Recordemos : (mejor meditemos con calma):

  • El encuentro del hijo pródigo con su Padre se sella con un banquete, porque ese hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida (Lc 15, 11-32). A veces nosotros también celebramos a Eucaristía como “hijos pródigos”, que volvemos a casa.
  • A Jesús le echaban en cara que comía con pecadores y publicanos, (Mc 2,16). Siempre la asamblea de una Eucaristía está compuesta no por gente de “elite” moral o social, sino por pecadores.
  • Recordemos el encuentro de Jesús con Zaqueo: hoy ha entrado la salvación a esta casa (Lc 19, 1-10).
  • Jesús comía con pecadores y publicanos (Mt 22,1-14).
  • Jesús entra a casa de Zaqueo, (Lc 19): hoy ha entrado la salvación a esta casa.
  • El Reino de los cielos se parece a un banquete de bodas… (Mt 22,24).
  • San Juan no sitúa la Eucaristía tanto en la última Cena, cuanto en el cp. 6: en la multiplicación de los panes, (Jn 6). El pueblo tiene hambre. Cristo es el pan de vida: Yo soy el pan de vida (Jn 6).

La Eucaristía es encuentro con Cristo: Yo soy el pan del cielo, que se acerca a los seres humanos.

  • La multiplicación de los panes es una Eucaristía (Lc 9, 11b-17: v 16: Jesús tomando los cinco panes, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio para que los sirvieran a la gente).

Yo soy el pan de Vida. Dadles vosotros de comer. Multiplicar la Vida, el pan, el trabajo, los bancos de alimentos, la sanidad, la educación, la paz y la pacificación son también Eucaristía.

La mesa del Señor está abierta a todos incluso a Judas.

  • Recordemos cómo cristo resucitado come con sus discípulos, con pecadores y publicanos:
  • Los dos de Emaús reconocen al Señor resucitado al partir el pan (Lc 24, 13-35, v 30: Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio).
  • Junto al lago Jesús les pregunta a los suyos si tienen algo que comer, comen pan y pescado (Lc 24, 36-49) y cuando compartieron el pan, se les abrió la inteligencia y comprendieron (v 45).

02.-El que coma de esta pan, vivirá.

El que coma mi cuerpo y beba mi sangre, vivirá para siempre.

    No entendamos estas cosas de una manera fisiológica, anatómica. Cuerpo y sangresignifican, expresan la idea depersona. Comer el cuerpo de Cristo significa creer en Él. JesuCristo está presente en nosotros por la fe.

    Cuando nos alimentamos de Cristo: de la salvación, del perdón, del amor de Jesús, de la solidaridad, vivimos y viviremos.

03.- Celebremos con gozo la eucaristía

Celebremos con gozo la Eucaristía, la presencia de Cristo en nuestras vidas. Disfrutemos de la vida.

    Es una pena que esta cuestión haya quedado polarizada en el problema de quién pueda presidir la Eucaristía y de si hay curas o no. La Eucaristía la celebramos no el cura solo, sino la asamblea, la comunidad.

    Una comunidad, una iglesia puede vivir sin curas, de hecho la Iglesia nació sin curas; lo que no puede vivir es sin Eucaristía.

    Vivamos en paz cada Eucaristía en el grupo. En la asamblea en la que nos reunimos, quizás no muy brillante, ni muy perfecta.

Vivamos con serenidad interior la Eucaristía en acción de gracias.

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Mi hermano se ordenó sacerdote

Martes, 6 de junio de 2023
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Sacerdote.version-finalMónica Isabel Quintero, CMMEM,
Barquisimeto (Venezuela).

ECLESALIA, 08/05/23.- Escuchando la inquietud de algunos y la mía propia de lo extraño que será llamar a nuestro hermano, que se ordenó sacerdote, padre, me puse a investigar y a reflexionar. Encontré lo siguiente: «Se hace referencia a los sacerdotes como padre por múltiples razones: como muestra de respeto y porque actúan como líderes espirituales en nuestras vidas. El sacerdote se asegura de que cada miembro de su congregación pueda confiar en él para recibir instrucción, perdón, un oído atento y alimento espiritual – al igual que otras figuras paternas en nuestras vidas» (Católico.net).

Tomando está definición, profundicemos un poco:

Respeto. Sí, mucho respeto pero, ¿acaso no todos merecemos el mismo respeto?, ¿no somos todos servidores y líderes? ¿Tengo entonces que llamar a mis hermanos diáconos, diácono? ¿Y así a cualquier servidor? ¿Es alguno más que otro? Es posible que caigamos en el clericalismo, algo que, como nos dice el papa Francisco, le está haciendo mucho daño a la iglesia.

Por otro lado, el Señor nos llama a renovar la iglesia y a vivirla como una familia. Los títulos rompen la familiaridad y la fraternidad. Somos hermanos de Jesús, hijos todos del padre celestial.

Figura paterna. ¿En verdad se da paternidad espiritual? «Cuando recibes instrucciones y alimento espiritual» ¿Qué significa? ¿Es eso paternidad o se trata de un ministerio, don y servicio más dentro de la iglesia?

Por otro lado, estamos en una relación de adultos, de misioneros todos (hablando de los que caminamos juntos en corresponsabilidad). Si estamos en el papel de hijos, es una imagen psicológicamente determinante en la relación puesto que implica que él (padre), es el que sabe, el que decide y lleva las pautas, el adulto. En una iglesia-familia, donde tú y yo asumimos la responsabilidades, quedarnos cómo hijos no nos deja avanzar.

Quizás sea una costumbre difícil de modificar pero es el llamado, si quieres mantenerla, es decisión de cada quien, pero tomemos conciencia (más aún los que queremos una renovación en la iglesia) de lo que significan o del poder de las palabras.

Esto supone una conversión de fondo, un reconocimiento de la manera en la que se organizó la Iglesia a lo largo de los siglos y cómo se fue alejando de la igualdad fundamental que comparten todos los hijos e hijas de Dios hasta generarse dos clases de miembros desiguales y la mayoría sin protagonismo: clérigos y laicado, donde las mujeres han tenido la peor parte. Quizás ha llegado el momento de “dar un giro” -conversión- para recuperar la novedad de los orígenes donde ya no hay “ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni varón y mujer, porque todos somos uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28). Demos el giro. Sé que tenemos una larga y pesada historia sobre todos nosotros pero demos pasos en la renovación de la iglesia. Hermanos somos, familia, todos hermanos.

En esta familia, quizás para algunos, hermano sacerdote (y en ti todos los que ejercen ese ministerio sacerdotal) serás hijo, para otros compadre, amigo o simplemente hermano. Simplemente llamarte por tu nombre. El señor llama a cada uno por su nombre (Sal. 147,4)

Hermano es la palabra que te ofrece mi mayor respeto, la que mejor representa lo que eres, con la que caminamos juntos en corresponsabilidad en una iglesia-familia, pueblo de Dios.

Solo sueño con una iglesia verdaderamente fraterna y de hermanos dónde caminamos juntos acompañándonos mutuamente respetando cada uno su ministerio. Sin reglas injustas y todos incluidos en la diversidad de dones.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedenciaPuedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

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Juan Ignacio Cortés: La Iglesia debe asumir el daño causado por los abusos a menores.

Martes, 16 de mayo de 2023
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Javier-Lopez-1Javier Gómez Zapiain es doctor en psicología y especialista en psicología de la sexualidad. Jubilado como profesor titular de la Universidad del País Vasco, sigue impartiendo cursos de posgrado e investigando sobre la sexualidad humana. Es autor de numerosos artículos científicos sobre el tema y de los libros Apego y sexualidad y Psicología de la Sexualidad. Su trabajo en la Sociedad Vasca de Victimología le ha acercado últimamente al tema de los abusos sexuales a menores dentro de la Iglesia Católica y a investigar cómo las personas de vida consagrada viven su dimensión afectiva y sexual en España. Gran conversador, lo que sigue es tan solo un resumen de un extenso y rico diálogo.

 

Pregunta.- La sexualidad es un tema que nunca nos deja indiferentes. ¿Por qué?

Respuesta.- Hay temas que despiertan en nosotros unas actitudes y unas disposiciones muy marcadas, debido a nuestra implicación personal en el tema. En el caso de la sexualidad, no podemos dejar de referirnos a la tradición judeo-cristiana que ve el deseo como algo malo per se y que proclama que el ser humano perfecto es aquel que renuncia al placer.

La izquierda freudiana asegura que la regulación de la conducta sexual es un elemento de control político y social. Desde luego, en el caso del pueblo hebreo hay que tener en cuenta que el enfoque del comportamiento sexual tenía mucho que ver más con cuestiones de supervivencia. Hablamos de un pueblo nómada, enfrentado a numerosos enemigos y que tenía muy presente la posibilidad de la extinción. Por eso enfoca toda la sexualidad hacia la reproducción. Las restricciones perdieron su razón de ser después, pero se mantuvieron en el tiempo.

P.- Una de sus principales líneas de investigación es la relación entre apego y sexualidad. ¿Confundimos amor y sexo? ¿Con qué consecuencias?

R.- Son cosas que responden a dos objetivos distintos. Todo tiene que ver con la evolución. La naturaleza se da cuenta de que la reproducción sexual es mejor que la asexual, porque no es tan mecánica y da lugar a individuos diferenciados. Así, tiene que inventar un mecanismo para que esa reproducción sexual funcione: el instinto sexual. La evolución continúa y da lugar a crías muy sofisticadas, con una evolución muy lenta y que necesitan protección. Para crear ese sistema de protección, surgen los mecanismos afectivos, a los que podemos llamar amor o apego. Sexo y amor son cosas muy distintas, pero muy próximas, y de ahí nace la confusión. Siendo cosas tan distintas pero tan próximas, es necesario separarlas para entenderlas bien.

P.- Asegura que las necesidades afectivas y sexuales no son las mismas y que pueden potenciarse o interferirse. ¿Hay alguna receta para que suceda lo primero y no lo segundo?

R.- Es un arte nada fácil armonizar dos cosas tan distintas y cercanas. Depende mucho de la calidad de la vida socio-afectiva que se haya tenido. En los primeros años de vida de las personas se crean unos modelos internos que regulan las relaciones interpersonales en el futuro. Son el equivalente al sistema operativo del ordenador. Si ese sistema operativo está dañado, altera todas las relaciones de la persona. Especialmente, si hablamos de experiencias traumáticas.

El psicoanálisis distingue entre el instinto, que guía a los animales, y la pulsión, que incita a los humanos a actuar. El instinto no se puede regular, pero el ser humano sí puede regular su pulsión y darle significado a lo que hace. Ahí es posible hacer del sexo una forma de expresión del amor. Sin duda, no hay mayor afrodisiaco que estar enamorado. Por otra parte, si el modelo interno está dañado, el deseo sexual se va a poner al servicio de otras necesidades no resueltas, como la afirmación de la propia personalidad. En este caso, estamos a un paso de la agresión o el abuso sexual.

P.- A comienzos de los noventa, la única gran encuesta sobre abusos sexuales a menores que se ha hecho en nuestro país demostró la extensión del fenómeno: cerca del 20% de la población española había sufrido abusos y, de ese 20%, un 4% había sufrido abusos a manos de religiosos. No sé si hay datos que confirmen si la incidencia ha aumentado o disminuido.

abusos-Iglesia_2098300203_9807727_660x371R.- Hay algunos estudios interesantes sobre el tema de los abusos a menores, pero muy parciales. Parecería que sí, porque se presta más atención al fenómeno y hay más denuncias. Pero también puede deberse tan solo a que ahora hay más transparencia y es más fácil hablar del tema.

P.- Desde el punto de vista psicológico, ¿tienen los abusos a manos de religiosos un componente diferencial? ¿Son más graves que los que suceden en otros ámbitos?

R.- Si alguien es abusado por un religioso, una persona en principio vinculada a la idea de paz y de protección, se va a sentir especialmente traicionado, y puede que el efecto del abuso sea más agudo que en caso de ser abusado por alguien desconocido. Pero no hay datos concluyentes. Sería necesaria mucha más investigación.

P.- Las víctimas de abusos a menores en la Iglesia piden verdad, justicia y reparación y aseguran que la negación o disminución de la importancia del fenómeno, por parte de la Iglesia, provoca una revictimización que les hace difícil superar el trauma.

R.- La sanación y el posible perdón al agresor son procesos individuales, pero ese proceso individual puede ser potenciado o dificultado por el contexto. Ahí la Iglesia debería ser valiente y reconocer la gravedad del asunto. Es algo totalmente necesario y se le debe exigir a la Iglesia: que cuide del contexto y se haga responsable del daño causado. La negación hace mucho daño a las víctimas.

P.- Muchos expertos aseguran que, en los casos de abusos sexuales a menores en la Iglesia, lo sexual es tan solo un componente y, tal vez, no el más importante del fenómeno.

R.- Volvemos al tema de los modelos internos, del deseo sexual puesto al servicio de otras necesidades. Muchos abusadores buscan más la intimidad o la autoafirmación personal, la sensación de poder, que el orgasmo. Por otra parte, hay que tener en cuenta que el deseo sexual debe satisfacerse en condiciones de seguridad. Si el individuo se siente amenazado, el deseo se inhibe. Para algunas personas cuyos modelos de relación son defectuosos, tener relaciones sexuales con adultos supone una amenaza. En cambio, con un menor es algo seguro, ya que la asimetría de poder es muy grande.

P.– Se ha especulado mucho con la importancia que tiene el celibato en el fenómeno…

R.- Es claro que no hay una relación causa-efecto entre celibato y abuso, pero sí que parece que la castidad obligatoria es un factor de riesgo. Muchos religiosos no respetan ese voto de castidad y su actividad sexual es relativamente alta, sobre todo si tenemos en cuenta el autoerotismo, la masturbación y la pornografía. Algunos religiosos viven esta disonancia con cierta naturalidad y otros con angustia. Creo que hay que tener en cuenta un problema que, en el caso de los religiosos, es mucho más importante que la no satisfacción de su deseo sexual: la soledad. Volvemos al tema de la necesidad de gestionar bien estas dos dimensiones del ser humano: el sexo y la afectividad.

P.- ¿Una formación diferente de las personas consagradas en lo que se refiere a esas dimensiones hubiera disminuido o podría disminuir el tema de los abusos?

R.- Sin duda, pero es una utopía en este momento. La Iglesia debería considerar el deseo sexual como una riqueza, como algo que dignifica al ser humano y contribuye a su bienestar. Desde ahí, debería considerar la renuncia al sexo como una opción personal, no una regla universal para todo el personal religioso. El celibato opcional mejoraría la salud sexual dentro de la Iglesia y disminuiría los niveles de soledad de los religiosos. Es un desastre psicológico esa formación que insta a los sacerdotes a no vincularse demasiado porque su celibato estaría en peligro.

P.- Ha puesto en marcha una investigación sobre la vivencia de la sexualidad en las personas consagradas cuyo punto de partida es que es necesario hablar de lo que nunca se habla.

R.- Sería bueno que la Iglesia abriese cauces para hablar de estos temas. Yo me acerco a la Iglesia todo lo que puedo. No solo por estar cerca de un objeto de estudio, sino porque forma parte de mi historia y formación. Cuando la conversación es informal, se habla del tema, pero es muy difícil formalizar ese diálogo. La investigación es un cuestionario muy sencillo y abierto, que no busca atacar, sino entender. Sin embargo, se está percibiendo como algo peligrosísimo.

P.- Se pregunta hasta qué punto la moral católica es compatible con la integración armoniosa del deseo sexual en la personalidad y creo que su respuesta es negativa.

abusosR.-Tal como está formulada actualmente la moral católica es imposible integrar el deseo sexual de manera normal. El ascetismo sexual está muy incrustado en los cimientos de la Iglesia. Los católicos han buscado sus propias formas de resolver las contradicciones entre su moral y su vida sexual ignorando algunos preceptos de la Iglesia. Es natural, porque la concepción más rígida de la moral sexual de la Iglesia es inasumible. El sexo no puede estar solo al servicio de la reproducción y limitarse al marco del matrimonio. De hecho, el placer sexual puede ser una experiencia trascendente. La unión profunda con una persona que se puede producir en el sexo es, sin duda, una experiencia espiritual. Y la Iglesia debería valorar eso como parte del proceso de crecimiento personal.

P.- ¿Cuál es el sentido de la investigación que está llevando a cabo?

R.– El proceso de descubrimiento de los abusos sexuales a menores dentro de la Iglesia ha sido muy traumático y ha creado alarma social. Se ha puesto el foco en las víctimas, los agresores y en por qué se produce el abuso. Yo soy más partidario de una psicología positiva, que no ponga el foco en lo patológico, sino en las personas que alcanzan un buen nivel de bienestar. La idea es levantar la mirada y explorar cómo multitud de personas consagradas han logrado integrar sus necesidades afectivo-sexuales en su vida y llegar a un equilibrio personal. Prestemos atención a eso. Veamos cuáles son las dificultades y qué se puede hacer para que sea más fácil superarlas.

Juan Ignacio Cortés

 He sido muchas cosas en la vida (hasta trabajé en una fábrica cuando el periodismo no me daba para vivir), pero sobre todo me considero alguien a quien le gusta escuchar y contar historias.

Algunas de las historias que me contaron para que las contase las recogí en dos libros: “Historia del Brasil” y “Lobos con piel de cordero. Pederastia y crisis en la Iglesia Católica”.

Desde que en primera adolescencia (creo que voy por la tercera, aunque me estoy quitando) leí “Cien años de soledad” quise ser Gabriel García Márquez.

Aunque por supuesto no lo he conseguido, por el camino conseguí viajar numerosas ocasiones a América Latina y algunas a África; escribir reportajes sobre Brasil, Ecuador, Cuba, Chad o Mozambique y trabajar para una organización de derechos humanos a la que respeto mucho y para las Naciones Unidas.

En el campo de la cultura, fui parte del equipo político de la Consejería de Cultura de Castilla-La Mancha y del equipo de prensa del Círculo de Bellas Artes.
Hablando de guerras y otras injusticias, soy de los que pienso que las cosas tienen que cambiar, aunque es difícil que lo hagan.

14 de abril de 2023

 Fuente Alandar

Cristianismo (Iglesias), General, Iglesia Católica , , ,

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