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Leonardo Boff: “Hacia una Iglesia samaritana y cuidadora de la Naturaleza.”

Sábado, 24 de septiembre de 2022
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Intervención del teólogo brasileño en el 41 Congreso de Teología de la asociación Juan XXIII.

“Todo parece indicar que el vírus es un contra-ataque de la Madre Tierra a raiz de la secular agresión que los poderosos le hicieran devastando enteros ecosistemas en función de la acumulación de bienes materiales”

“La Madre Tierra nos quiere decir: paren este tipo de relación violenta contra mí que les doy cotidianamente todo lo que necesitan para vivir. En caso contrario, vendrán otros virus más dañinos y eventualmente el Gran Virus (The Next Big One) contra el cual las vacunas serán ineficaces y gran parte de la biosfera podrá verse peligrosamente afectada”

“Con el viraje hacia el paradigma del frater, del hermano y de la hermana, se abre una ventana de salvación”

“Hoy día el mayor problema de la humanidad no es ni el económico, ni el político, ni el cultural, ni el religioso, sino la falta de solidaridad con otros seres humanos que están a nuestro lado”

Antes de abordar el tema –Hacia una Iglesia samaritana y cuidadora de la Naturaleza– pretendo hacer dos observaciones:

– La primera: ¿qué mensaje la Madre Tierra nos quiere comunicar con la intrusión del Coronavírus?

– La segunda: la confrontación de dos paradigmas civilizatorios: del dominus y del frater: ¿cuál es su significado para la actual crisis generalizada?

Vamos a la primera observación: más allá de las vacunas y de todas las precauciones contra la diseminación del vírus, hay que preguntarse: ¿de donde viene el vírus? Todo parece indicar que el vírus es un contra-ataque de la Madre Tierra a raiz de la secular agresión que los poderosos le hicieran devastando enteros ecosistemas en función de la acumulación de bienes materiales. En otras palabras, es una respuesta al antropoceno y al necroceno. Tocamos los limites ecológicos de la Tierra al punto de que necesitamos más de un planeta y medio para atender al consumo y especialmente al consumismo suntuoso de una pequeña porción de la humanidad.

La Madre Tierra nos quiere decir: paren este tipo de relación violenta contra mí que les doy cotidianamente todo lo que necesitan para vivir. En caso contrario, vendrán otros virus más dañinos y eventualmente el Gran Virus (The Next Big One) contra el cual las vacunas serán ineficaces y gran parte de la biosfera podrá verse peligrosamente afectada. O vendrán otros eventos extremos como grandes catastrofes ecologico-sociales.

Todo está indicando que tal mensaje no está siendo oído por los jefes de Estado, los directores de las grandes corporaciones multinacionales y por la población en general. Si lo escucharan, tendrían que cambiar su modo de producción, las ganancias absurdas y perder sus privilegios.

Hay que reconocer que la Covid-19 cayó como un meteoro rasante sobre el capitalismo neoliberal desmantelando sus mantras: el lucro,  la acumulación privada, la competencia, el individualismo, el consumismo, el Estado reducido al mínimo y la privatización de la cosa pública y de los bienes comunes.

Mientras, planteo inequívocamente la disyuntiva: ¿vale más el lucro o la vida? ¿Debemos salvar la economía o salvar vidas humana? Si hubiéramos seguido tales mantras todos estaríamos en peligro.

Lo que nos ha salvado fue lo que le falta al capitalismo: la solidaridad, la cooperación, la interdependencia entre todos, la generosidad y el cuidado mutuo de la vida de unos y otros y de la naturaleza.

Segunda observación: El presente caos sanitario, ecológico, social, politico y espiritual es la consecuencia derivada del paradigma que ha dominado  en los últimos tres siglos de nuestra historia, ahora globalizada. Los padres fundadores de la Modernidad del siglo XVII entendían el ser humano como el dominus, el maître et possesseur de la naturaleza y no como parte de ella. Para ellos la Tierra carece de propósito y la naturaleza no tiene valor en sí misma, sino que está solo ordenada al ser humano que puede disponer de ella a su antojo. Este paradigma ha modificado la faz de la Tierra, trajo innegables beneficios, pero en su afán de dominar todo, ha creado el principio de autodetrucción de sí mismos y de la naturaleza con armas químicas, biológicas y nucleares.

El fin del mundo ya no es cosa de Dios, sino del proprio ser humano que se ha enseñoreado de la propia muerte. Llegamos a tal punto que el Secretario General de la ONU, António Guterrez dijo recientemene en un encuentro en Berlín sobre el calientamento global que crece de forma no prevista: “Solo tenemos esta elección: la acción colectiva o el suicidio colectivo”.

De cara al paradigma del dominus el Papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti propone otro paradigma: el del frater el hermano y la hermana, él de la fraternidad universal y de la amistad social (n.6; 128). Desplaza el centro: de una civilización técnico-industrial, antropocéntrica e individualista a una civilización de la solidaridad, de la preservación y del cuidado de toda la vida.

Sabemos, por datos de la ciencia, que todos los seres vivos tienen en común el mismo código genético de base, los 20 aminoacidos y las mismas cuatro bases nitrogenadas, desde la célula más primitiva de 3,8 mil millones de años, pasando por los dinosaurios, los caballos y legándonos a nosotros. Por eso somos de hecho, y no retórica o místicamente, hermanos y hermanas. Esto lo reafirma la Carta de la Tierra así  como las dos encíclicas ecológicas del Papa Francisco.

Estos dos paradigmas están hoy altamente confrontados. Si seguimos el paradigma del señor y dueño que usa el poder como dominación de todo, hasta de las últimas dimensiones de la materia y de la vida, vamos seguramente al encuentro de un armagedón ecológico, con el riesgo de exterminar la vida en la Tierra. Sería el justo castigo por las ofensas y heridas que hemos infligido a la Madre Tierra por siglos y siglos. Ella seguirá su curso alrededor del sol pero sin nosotros.

Con el viraje hacia el paradigma del frater, del hermano y de la hermana, se abre una ventana de salvación. Superaremos la visión apocalíptica de la amenaza del fin de la especie humana, por una visión de esperanza, de que podemos y debemos cambiar de rumbo y de ser de hecho hermanos y hermanas dentro de la misma Casa Común, la naturaleza incluída. Sería el bien vivir y convivir del ideal andino, en armonía entre los humanos y con toda la naturaleza.

Este es el contexto dentro del cual se debe situar la acción de la Iglesia que se propone ser samaritana y cuidadora de todo lo que existe y vive.

El Papa Francisco de Roma, inspirado por el otro Francisco, él de Asís, se dió cuenta de la gravedad de la situación dramática del sistema-Tierra y del sistema-vida, y formuló uma respuesta. En la Laudato Sì: cómo cuidar de la Casa Común invitó a todos a “una conversión ecológica global” (n. 5), además, “una pasión por el cuidado del mundo”…”una mística que nos anima, impele, fomenta y da sentido a la acción personal y comunitaria”(n. 216). En la Fratelli tutti fue todavia más radical: “estamos en el mismo barco, o nos salvamos todos o nadie se salvará”(n.32)

Creo que los elementos de las dos encíclicas ecológicas del Papa Francisco pueden servirnos de inspiración para realizar la misión de ser samaritanos y cuidadores de toda vida.

Pero lo primero es por dónde empezar. Aquí el Papa revela su actitud básica, repetida a menudo a los encuentros con los movimientos sociales sea en Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, sea en  Roma:

 «No esperéis nada de arriba porque siempre viene más de lo mismo o todavía peor; empiecen por ustedes mismos», “desde abajo, desde cada uno de vosotros, a luchar por lo más concreto y local, hasta el último rincón de la patria y del mundo» (Fratelli n. 78). El Papa sugiere lo que hoy es la punta de la discusión ecológica mundial: trabajar la región, el biorregionalismo que permite la verdadera sostenibilidad, con una agroecología, una democracia popular y participativa que humaniza las comunidades y articula lo local con lo universal (Fratelli n. 147).

De la mano de la parábola del Buen Samaritano, hace un análisis riguroso de los diversos personajes que entran en escena y los aplica a la economía política, culminando con la pregunta: “¿con quién te identificas (con el herido del camino, con el sacerdote, con el levita o con el extranjero, el samaritano, despreciado por los judíos)? Esta pregunta es cruda, directa y decisiva. ¿A cuál de ellos te pareces?” (Fratelli n.64). El Buen Samaritano se convierte en modelo del amor social y político (n. 66).

Eso me hace recordar lo que decía simpre el gran obispo de los indigenas de Chiapas en México, tan mal comprendido por Roma, Monseñor Samuel Ruiz: “Esta es la pregunta que el Juez Supremo hará a cada uno en el termino de su vida: de que lado estuviste? ¿A quién has defendido? ¿Que personas has elegido?” En la contestación a estas preguntas se decide el destino humano.

Como nunca antes en la historia la Iglesia, sea local, sea universal, debe mostrarse samaritana porque son millones y millones caídos en los caminos, muriendo de hambre o de las enfermidades del hambre. Es cruel constatar que 1% de la humanidad tiene más riqueza que 4,6 mil millones de personas. Son inhumanos y sin piedad. En este campo, en todos los países las Iglesias se han mostrado samaritanas, especialmente, con los más vulnerables. Una ola inmensa de solidaridad se ha mostrado en los movimientos cristianos que han ofertado centenares de toneladas de productos agroecológicos y millones de platos de comida a los marginados en las periferias de las ciudades.

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Juan José Tamayo: “Jesús contrapone la compasión a los sacrificios”

Miércoles, 22 de abril de 2020
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Compasión“En cuanto compasivo, el ser humano se siente solidario con la suerte del resto de los seres humanos y de la Naturaleza, de forma que todo acto de homi-cidio y de eco-cidio se convierte en sui-cidio: matar a otra persona o destruir la naturaleza es matarse o destruirse a uno mismo

Las iglesias cristianas a lo largo de su historia se han movido entre dos actitudes: la insensibilidad ante el sufrimiento humano y la compasión con las víctimas. Hoy solo tendrá credibilidad el cristianismo si, como el buen Samaritano, realiza prácticas compasivasIglesia: una, santa, católica, apostólica. Y samaritana y compasiva”

La compasión es principio de humanidad. La persona puede ser definida como ser compasivo. Sin compasión, no hay humanidad, se cierne la impiedad, la dureza de corazón, la cerrazón de mente y el bloqueo de la inteligencia. En cuanto compasivo, el ser humano se siente solidario con la suerte del resto de los seres humanos y de la Naturaleza, de forma que todo acto de homi-cidio y de eco-cidio se convierte en sui-cidio: matar a otra persona o destruir la naturaleza es matarse o destruirse a uno mismo. Caín, matando a Abel, se está matando a sí mismo. Sin compasión, el ser humano se torna lobo estepario que se guía por la ley de la selva. Sin compasión, no hay respeto por la vida de l@s otr@s, sino la guerra de todos contra todos.

La compasión, opción y actitud fundamental de Dios ante el sufrimiento y la opresión

La compasiónes la opción y la actitud fundamental de Dios, ejemplo de sensibilidad ante el sufrimiento y la opresión. La palabra hebrea que se traduce por compasión es rahamin, derivada de rahem, vientre, entrañas. En la antropología bíblica, vientre es el lugar de la compasión y se le aplica a Dios capaz de actuar compasivamente desde sus entrañas.

Nos lo recuerda la tradición bíblica del Éxodo, que presenta a Yahvé movido a compasión por los sufrimientos del pueblo hebreo y los gritos de auxilio que llegan al cielo, y comprometido con la liberación de la esclavitud de Egipto:

“He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado el clamor ante sus opresores y conozco sufrimientos (conocer= compartir, sufrir con). He bajado para librarlo de la mano de los egipcios y para subirlos a de esta tierra a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel… Así, pues, el clamor de los israelitas ha llegado hasta mí y he visto la opresión con que los egipcios los afligen. Ahora, pues, ve: yo te envío al faraón para que saques a mi pueblo, los israelitas, de Egipto. Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto daréis culto a Dios en este monte” (Éx 3,7-12).

La compasión está en la base de la legislación hebrea que defiende los derechos de los huérfanos, las viudas y los extranjeros, desatendidos en la práctica. Es el mensaje y la práctica de los profetas y las profetisas de Israel/Palestina, para quienes la religión verdadera no consiste en ofrecer sacrificios, sino en hacer el bien, establecer el derecho y practicar la justicia. En la tradición profética uno de los nombres de Dios es “Justicia”, como afirma el profeta Jeremías: “Este es el nombre con el que lo llamarán: ‘Yahvé, nuestra Justicia” (Jr 23,6).

La compasión, opción fundamental de Jesús

La compasión conforma el ser de Jesús de Nazaret, su estilo de vida, su forma de pensar y de vivir a Dios, su manera de entender al ser humano, su relación con los demás, su modo de conocer, de creer, de esperar, de amar, su lectura de las Escrituras, su actitud ante las víctimas, ante las personas hambrientas (misereor super turbas).

En el trasfondo de la actuación de Jesús aparece siempre el sufrimiento de las mayorías, de los empobrecidos, de las personas discapacitadas, enfermas, privadas de dignidad. Ante ellas no queda impasible, sino que se le remueven las entrañas. Jesús pone como ejemplo de persona compasiva, de “persona cabal” (Sobrino) a un Samaritano, a quien convierte en sacramento del prójimo, cuando los judíos ortodoxos lo consideraban enemigo y hereje. El Samaritano, “movido a compasión”, atendió a la persona malherida, maltrecha, a diferencia del sacerdote y del levita, que pasan de largo porque su prioridad era la práctica cultual en el templo, ajena a la justicia.

Siguiendo la mejor tradición profética, Jesús contrapone la compasión a los sacrificios:

– “Misericordia quiero, que no sacrificio” (Mateo 12,1-9, citando a Oseas 6,6), afirma en la respuesta a los fariseos critican a los discípulos por arrancar espigas el sábado.

– Cuando los fariseos le echan en cara que coma con publicanos y pecadores, Jesús les responde: “No necesitan de médico los que están fuertes, sino los que están mal. Id, pues, a aprender lo que significa misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt 9,12-13).

– La práctica de la compasión para con los empobrecidos y la crítica de quienes generan el empobrecimiento son la causa principal de su destino final: la condena a muerte y la ejecución en la cruz.

– La compasión es la virtud por excelencia proclamada en el Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los misericordiosos…”. Felicidad y compasión son inseparables. Una persona es feliz compartiendo y aliviando el dolor las personas que sufren. La falta de entrañas de misericordia hace infelices a quienes no practican dicha virtud y a quienes sufren.

Las iglesias cristianas a lo largo de su historia se han movido entre dos actitudes: la insensibilidad ante el sufrimiento humano y la compasión con las víctimas. Hoy solo tendrá credibilidad el cristianismo si, como el buen Samaritano,  realiza prácticas compasivas. A las notas tradicionales aplicadas a la Iglesia: una, santa, católica, apostólica (los tradicionalistas añaden una quinta: romana, que no forma parte del Credo), yo añadiría otras dos: samaritana y compasiva.

La compasión, principio teológico

Mientras escribía este artículo consulté varios diccionarios teológicos y bíblicos y en ninguno de ellos he encontrado las entradas “Compasión” y Misericordia.  Ha sido Jon Sobrino quien ha incorporado en el discurso teológico el principio-misericordia (El principio-misericordia. Bajar de la cruz a los pueblos crucificados, Sal Terrae, Santander 1992). Sin dejarse guiar por la compasión, la teología pasa de largo inmisericordemente ante el sufrimiento humano y se torna cómplice de él. La alternativa es, afirma Sobrino, una teología como inteligencia y praxis del amor, de la justicia y de la misericordia, que se hace cargo del dolor de las víctimas: una teología como inteligencia de la com-pasión, que denuncia a los victimarios y toma partido por las personas, los colectivos y la naturaleza sufrientes que gritan de dolor.

Sin embargo, la teología tradicionalmente ha sido una disciplina sin entrañas de misericordia. Los atributos que aplicaba a Dios eran la Omnipoten-cia, la Omniscien-cia, la Omnipoten-cia y la Providen-cia. Lo definía como Motor inmóvil, Conocimiento de conocimiento, Causa sui, Principio y fundamento de todas  las cosas. Tal Dios es incapaz de sentir, de amar, de sufrir, de compadecerse, se torna insensible al sufrimiento humano. Esa imagen está más cerca del Dios de la teodicea y  de los amigos de Job que de Jesús de Nazaret y del Dios del éxodo “misericordioso y clemente, lento a la ira y rico en amor y fidelidad” (Éx 34,6).

Fuente Religión Digital

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