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“Nosotros somos el problema”, por Gabriel Mª Otalora

Martes, 17 de diciembre de 2024

IMG_8883De su blog Punto de Encuentro:

Las dificultades ayudan al desarrollo humano. Preferiríamos que todo fuese más fácil, pero el esfuerzo de superación está contenido en el éxito. Aquellas no son “el problema”; tampoco lo son en la vida cristiana. El centro de nuestra crisis parece ser otro: hemos desenfocado la misión esencial cristiana de ser testigos luminosos de nuestra fe en Cristo. Ser luz para todos, Lumen Gentium en expresión feliz de uno de los documentos del Concilio Vaticano II que no ha perdido actualidad. Ser luz, buena noticia, es el objetivo fundamental de la evangelización.

Sin embargo, ocurre que la Iglesia se refuerza en lo institucional bastante más que en la vivencia del Mensaje. La consecuencia -o el origen- es un clericalismo que elude autocríticas y culpa de los males eclesiales a los demás, a los de afuera, es decir, a los predilectos del Evangelio. Qué paradoja. La sinodalidad llega en medio de una pasividad clamorosa, pero llega para quedarse como fermento que fructificará con el tiempo; es una apuesta a largo plazo, como los árboles más frondosos, que ha sido ninguneada porque exige un cambio de actitudes real. Es un proceso de conversión global para resetear nuestra actitud de humildad a la escucha del diferente caminando juntos en unidad, no en la uniformidad impuesta. Quienes están boicoteando esta iniciativa papal, solo viven el corto plazo. A Jesús le pasó algo parecido: él apuntaba a la luz divina, y no pocos de quienes le escuchaban se quedaron mirando a su dedo.

Los hechos no engañan sin que, repito, haya autocrítica alguna mientras se prima a la institucionalidad eclesial por encima de la Buena Noticia en un tiempo oscuro como el nuestro, qu es donde el Mensaje debiera calar mejor. Pero la institución eclesial parece cada vez más centrada sobre sí misma y sus problemas en lugar de ser un modelo de anuncio luminoso, tal y como propone el Adviento que ahora comienza. Desde luego que no ayuda la gestión de la pederastia por la CEE (con dos honrosas excepciones: las diócesis de Bizkaia y Madrid). Bajan las vocaciones en medio de la crisis de identidad sacerdotal y laical, YVde la desorientación pastoral en medio del desinterés general por vivir en cristiano, tal como refleja la deserción de fieles en las eucaristías y en las comunidades parroquiales.

Para colmo, algunos deciden encastillarse en las seguridades de la tradición con minúscula, tan superficial (siempre se ha hecho así) como sociológica (cumplimiento). El regalo de la experiencia de la fe, en este caso dilapidado a la manera de la parábola de los talentos. Admiro al Papa Francisco por el esfuerzo inmenso para enmarcar nuestro encuentro con Cristo en este tiempo tan difícil, porque las resistencias mayores que se encuentra cada día vienen de dentro.

Estamos en crisis de experiencia de Dios porque la institución eclesial es más importante que el Mensaje. Jesús no fundó la Iglesia, es la Iglesia la que se funda en Jesús. No nos dejó una estructura eclesial diseñada, sino una forma de vida (Cristina Inogés). Y sus seguidores somos el problema, cada vez que nos colocamos en uno de estos tres vértices: conformismo descomprometido, hiperactividad social desconectada de la vivencia transformadora como testigos de Alguien, no de algo. O clericalismo a ultranza, tal como lo ha definido y denunciado Francisco. Así es difícil que los que siembran adecuadamente, tengan relevancia suficiente.

Al final, los resultados no son una casualidad, sino el fruto de una enorme inconsecuencia. El Adviento como tiempo de espera, pero de espera activa, es la esperanza fundada en la siembra del amor servicial con la actitud que tanto impactó a Tertuliano en el siglo II al ver comportarse a los cristianos: “mirad como se aman”. Solo así el fruto llegará abundante.

Mientras tanto, nuestras pequeñas comunidades son el campo adecuado para germinar las semillas de la Buena Noticia a nuestro alrededor. Vivir el Adviento con esta determinación es caminar en la dirección adecuada. No es poca cosa.

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“Aunque es de noche: El motivo de la noche oscura en San Juan de la Cruz”, por Mariano Delgado

Sábado, 14 de diciembre de 2024

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“La crisis actual de Dios es una ‘crisis de fe'”

“La experiencia mística de Juan de la Cruz se entiende entonces como un camino a través de la noche oscura (activa y pasiva) de los sentidos, como un desprendimiento radical de nuestros apegos a las cosas de este mundo, como una dolorosa superación de nuestro egocentrismo, como una búsqueda de Dios sin forma, imagen ni figura”

“Juan de la Cruz toma esta relación amorosa como matriz para la verbalización poética de su experiencia mística, que le condujo a la unidad inseparable del amor a Dios y del amor al prójimo”

“La crisis actual de Dios es una «crisis de fe». Nos resulta difícil encontrar un camino de fe responsable entre la Escila del agnosticismo creciente de muchas personas de buena voluntad y la Caribdis del cristianismo-aleluya de evangélicos y carismáticos católicos”

IMG_8395San Juan de la Cruz (1542-1591) es considerado el místico de la «noche oscura». En su estudio Saint Jean de la Croix et le problème de l’expérience mystique (París 1924), Jean Baruzi calificó la «noche oscura» como la creación más original e incluso el único auténtico símbolo de su mística. Muchos autores le han seguido. La experiencia mística de Juan de la Cruz se entiende entonces como un camino a través de la noche oscura (activa y pasiva) de los sentidos, como un desprendimiento radical de nuestros apegos a las cosas de este mundo, como una dolorosa superación de nuestro egocentrismo, como una búsqueda de Dios sin forma, imagen ni figura.

Tal interpretación se basa en parte en la prosa del propio Juan de la Cruz, que comparaba su experiencia de Dios con la ardua ascensión a una montaña por un camino angosto y oscuro. Una vez alcanzada la cima, uno se encuentra de frente con la absoluta NADA, porque Dios está ausente, oculto (Deus absonditus), pues es el completamente Otro para nuestros sentidos, que permanece oscuro y elude cualquier intento de comprenderlo o «aprehenderlo». Entonces sólo queda clamar: «¿Adónde te escondiste, / Amado, y me dejaste con gemido?»

 Los comentarios en prosa pretenden encajar la experiencia mística, que es «simbólica» en sus poemas, en el lecho de Procusto de la teología escolástica y mística. No es de extrañar que Juan de la Cruz interrumpiera su obra tras comentar sólo dos de las ocho estrofas de su poema más famoso «En una noche oscura». Pues los comentarios oscurecen en parte el rayo divino que destella en los poemas. Su experiencia de la noche oscura parece más accesible si miramos los poemas. Pues como decía Hans Urs von Balthasar, san Juan de la Cruz fue elevado a la categoría de Doctor de la Iglesia más bien como poeta que como prosista.

¡Oh noche que juntaste…! 

Su poema más famoso se caracteriza por la dinámica de un éxodo sereno y anhelante en una noche oscura hacia un encuentro estimulante que nos proporciona la experiencia de sabernos amados y nos hace olvidar todas nuestras preocupaciones. A primera vista, ésta es también la estructura de una relación amorosa humana feliz, razón por la cual el poema atrae a los lectores incluso sin una interpretación teológica. Juan de la Cruz toma esta relación amorosa como matriz para la verbalización poética de su experiencia mística, que le condujo a la unidad inseparable del amor a Dios y del amor al prójimo.

Él –que apenas llegaba a 150 cm de estatura a causa del raquitismo infantil, una enfermedad de los pobres– sabía que a partir de cierto momento de su vida fue «buscado», «tocado», «llagado» y «trocado» o transformado por Dios; y sabía que la iniciativa había partido del propio Dios, que nos amó primero (cf. Jn 15,16) y que nos busca mucho más intensamente de lo que nosotros podamos buscarle a él.

El poema habla de la «noche» de dos maneras. Por un lado, es la noche oscura de la salida «con ansias en amores inflamada … / estando ya mi casa sosegada». Por otro lado, es la noche del feliz encuentro, al que se acude «sin otra luz y guía / sino la que en el corazón ardía». Este guía, metáfora en última instancia de la «fe» en la noche oscura de la vida, era, sin embargo, «más cierto que la luz del mediodía». El punto culminante del poema se encuentra en la quinta estrofa, en la que se alaba especialmente la noche oscura del encuentro:

«¡Oh noche, que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!»

Incluso en una época como la nuestra, en la que sólo quedan restos secularizados o culturales del antiguo simbolismo de la fe, debería ser comprensible de qué noche oscura se habla aquí. Es la noche de Belén, la noche de la Encarnación, en la que tiene lugar «el maravilloso trueque», del que hablan los Padres y el último Concilio en Gaudium et spes 22: Dios (el Amado) se unió con la naturaleza humana (el Amado) y así, en cierto sentido, con todo ser humano.

IMG_8396Para Juan de la Cruz, esta unión es algo así como la «condición de posibilidad» de nuestra vocación divina (deificatio). Por eso nos ha dejado esta sentencia de claridad meridiana: «Lo que pretende Dios es hacernos dioses por participación, siéndolo él por naturaleza, como el fuego convierte todas las cosas en fuego» (D 106). Esta transformación es un doloroso «proceso de purificación» que a veces conduce a experiencias de la noche oscura o de la ausencia de Dios. Pero el poema trata sobre todo del misterio de la Encarnación como «núcleo» de la fe cristiana y recomienda sólo ésta (sola fide) como camino hacia Dios.

Aunque es de noche

El segundo poema con la noche como Leitmotiv o hilo conductor trata de «la fonte que mana y corre», es decir de la que fluyen las «caudalosas corrientes» de la gracia divina, «aunque es de noche». No sólo riegan «cielos» y «las gentes», sino también los «infiernos», como dice Juan de la Cruz en una estrofa atrevida. El universalismo de la salvación en la experiencia mística también da que pensar a la teología dogmática.

«Al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente», nos dice el libro de la Apocalipsis 21,6. San Juan de la Cruz estaba convencido de que Dios llama a todas las criaturas a hartarse de este agua, «aunque a oscuras porque es de noche». En la noche oscura de la vida, conoce esta fuente únicamente por la fe, que «que es una hábito del alma cierto y oscuro» (2S 3,1).

La fe es cierta porque sabe cómo es Dios y, por tanto, es la que mejor puede conducirnos a Él: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Juan 4,16). La fe es, pues, «maravillosa» para quien se atreve a creer, porque –como la nube oscura y tenebrosa en el peregrinar de los hijos de Israel por el desierto– «es noche oscura, da luz al alma, que está a oscuras» (2S 3,6).

Aunque la luz de la Encarnación «brilla en la tiniebla« (Juan 1,5), la fe también es «oscura»: porque aquí en la tierra, en las condiciones de finitud, «aún es de noche» (2S 3,5), pero también porque habla de cosas «que nunca vimos ni entendimos en sí ni en sus semejanzas, pues no la tienen» (2S 3,3). Esta oscuridad de la fe forma parte también de la noche oscura o de la experiencia de la ausencia de Dios en la propia historia vital y el sufrimiento del mundo.

Aventurarse en la fe oscura

La Carta Apostólica «Maestro en la fe» (14 de diciembre de 1990), con la que el Papa Juan Pablo II abrió las celebraciones del cuarto centenario de la muerte de san Juan de la Cruz en 1991, habla de la noche oscura colectiva de nuestro tiempo, caracterizada especialmente por la experiencia de la ausencia de Dios debido a las catástrofes humanitarias y a las guerras, así como al repetido holocausto de tantos inocentes. Ante el retorno de la religión que se observa desde mediados de los años 1980, teólogos como Johann B. Metz diagnosticaron no sólo una «crisis de la Iglesia», sino también y sobre todo de una «crisis de Dios», que es también una forma sutil de su ausencia: está escondido bajo el manto del anhelo religioso-esotérico del presente, pero también en la profundidad de la historia de esperanza y sufrimiento de la humanidad.

IMG_8394La crisis actual de Dios es una «crisis de fe». Nos resulta difícil encontrar un camino de fe responsable entre la Escila del agnosticismo creciente de muchas personas de buena voluntad y la Caribdis del cristianismo-aleluya de evangélicos y carismáticos católicos. San Juan de la Cruz nos recomienda asumir el riesgo de una fe «cierta», pero también «oscura» como camino hacia Dios. Ésta no es capaz de responder a preguntas como la que el teólogo Romano Guardini reservó para Dios mismo en la hora de su muerte: «¿Por qué, Dios, para la salvación los terribles rodeos, el sufrimiento de los inocentes, el pecado?»

En la noche oscura de nuestras vidas, el místico de Fontiveros, como quien dice uno de nosotros tocado por la gracia de Dios, nos invita a «confiar» en un Dios que es «amor» y que será justo con todos, combinando el amor y la misericordia.

* Mariano Delgado es Catedrático de Historia de la Iglesia y Director del Instituto para el Estudio de las Religiones y el Diálogo Interreligioso de la Universidad de Friburgo en Suiza así como Decano de la Clase VII (Religiones) de la Academia Europea de Ciencias y Artes de Salzburgo.

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“Aunque volvamos a ser doce”, por Beto Vargas

Miércoles, 11 de diciembre de 2024

12 - 1De su blog Dios en minúscula:

La verdad de Jesús es dejar de postergar la cercanía de dios “Aunque volvamos a ser doce” 

“Los Doce” significa: una comunidad capaz de alcanzar al mundo entero.

Jesús tejió una moral de cercanía y proximidad.

La verdad en la escritura es una fuente de confianza en uno mismo, en la vida y en las manos que sostienen la existencia.

Debemos defender la verdad a toda costa, aunque volvamos a ser doce” es la frase completa, tal como es posteada y reposteada por curas, youtubers e influencers de la pataleta cultural, que no alcanzan a ponerse de acuerdo en si la pronunció Karol Wojtyla, Joseph Ratzinger o un judaizante de los que se infiltraron entre los gálatas en los días en los que Pablo no tenía inconveniente en escribir palabras malsonantes en sus cartas, sin anticipar que sus escritos serían considerados palabra de dios unos siglos después.

Hay varios inconvenientes con esta famosa frase, copy/paste preferido de los intolerantes de nuestros días: Empezando por el final, nunca “fuimos” doce. El número usado en los evangelios para el grupo de los apóstoles no es el número de los amigos de Jesús, ni de sus discípulos, ni siquiera es en sentido estricto el número de los “enviados”. Tampoco es el número de los ungidos por Jesús para ninguna tarea jerárquica en una institución que no existía para el año 30, ni para el 60, ni para el 90, ni para el 180 después de Cristo. El 12 es un número simbólico, como tantos otros en la biblia – casi todos – que tiene una connotación ancestral, histórica en el sentido de identidad con las raíces. Le da al movimiento de Jesús una característica de continuidad respecto de Israel.

Si para el nuevo testamento decir que Jesús tuvo un grupo de 12 es una forma de decir que lo de Jesús era un “nuevo Israel”, también ese número trae del antiguo testamento otra fuerte carga simbólica que hace referencia a la comunidad, a la tribu, al clan que se hace familia y sobre el cual, la religión del post-exilio fue elaborando una promesa: Por medio de esas tribus llegaría la luz y la misericordia del Señor a todos los pueblos de la tierra. Por eso luego, en la matemática cifrada del apocalipsis de ese cristianismo cautivo de finales del siglo I y comienzos del II, esa misma idea se expresaría bajo la cifra 144.000 que nos habla de una comunidad capaz de alcanzar al mundo entero.

Usar el doce como una cifra que expresa un grupo reducido, una pequeña porción de radicales fieles a lo que consideran su verdad, una élite de bienaventurados que se autodenominan perseguidos porque su obstinada religión excluyente los aleja de la comunión, no solo demuestra una lamentable manipulación del texto bíblico, sino una teología opuesta a la revelación, en la que dios no se ofrece a la humanidad, sino que se reserva a una porción a la que ellos, fieles y únicos capaces de comprender, pertenecen. El cristianismo no es ni puede ser jamás un movimiento de contracción porque nació como una expansión seductora e incluyente, que se extendió a fuerza de contagio y adaptación, pues de cada cultura hacia la que se esparcía la buena nueva la comunidad iba acogiendo formas, expresiones y preguntas que le hicieron nunca reducirse a un uniforme doctrinal, litúrgico ni moral de una única sede, al menos durante sus primeros doscientos años.

Luego está la expresión “a toda costa”, que refleja muy bien el ánimo y la convicción de estos herederos de la cristiandad guerrerista e imperial, con sus summas y catecismos de teología monárquica y tiránica, en la que la buena noticia no tiene cabida porque el anuncio ha sido reemplazado por la imposición de un aparato doctrinal cerrado y unilateral, incapaz de ofrecer sentido sobre la realidad o arrojar luz sobre la incertidumbre de quienes la viven. Una imposición carente de humanismo, de ética, desde la que califican con absolutos las más variadas situaciones de la gente común, desde la que intentan que todos los creyentes sientan que son poca cosa, que son tontos y manipulables, que son confundidos desde todos los espectros de la vida, y que solo sus frases, sus clichés apologéticos, pueden salvarles. Ya no se trata solo de aquel exabrupto institucional: “fuera de la iglesia no hay salvación”, sino que fuera de la facción tridentina, juanpablosegundista y catecismática, no hay ni salvación, ni redención, ni liberación; aunque dentro tampoco haya nada.

A toda costa implica justificar los medios porque el fin que persiguen es “la salvación de las almas”, pues a esta gente 17 siglos de antropologías no han logrado moverlos un centímetro del platonismo de Agustín; y para lograrlo es permitido mentir sobre la historia de la iglesia, ocultar las inconsistencias de los últimos siglos de magisterio, tergiversar las cifras, los datos, los testimonios y las conclusiones de las investigaciones sobre abusos, porque aunque la Biblia sea escrita y pida ser leída desde la perspectiva de los marginados; el fin que persiguen les justifica convertirla en un vademécum de sus propios privilegios y soberbias.

No se puede hacer iglesia “a toda costa”, ni se puede proponer la buena nueva “a toda costa”. No sin traicionar la esencia de la misión y la propuesta de Cristo, que no quiso convertir una sola palabra de la escritura en dogma inalterable, sino que acercó a cada persona al dios que acoge las realidades y las repara, según lo que cada uno es y necesita, y que tejió con sus seguidores una moral de cercanía y proximidad. Una moral samaritana. No hay dos tratos iguales en los encuentros de Jesús en el evangelio. Tampoco hay imposiciones religiosas. No seguimos a un estratega del proselitismo que preparó a un ejército de apologetas, sino a un sanador de enfermedades que acercó a sus amigas y amigos al dolor del mundo, y los envió a curar ese dolor.

El tercer y más grave problema de esta mentalidad – reduccionista y maniquea – de la ortodoxia de nuestros días, es el asunto de “Defender la verdad”. Una vocación ‘aristocrática’ que en principio entiende que la verdad es una afirmación, o un conjunto de afirmaciones que cumplen con las reglas de un aparato lógico aunque sus fundamentos consistan en olvidar toda lógica a la hora de literalizar el lenguaje mítico de los textos bíblicos o las analogías con las que los padres de la iglesia interpretaron ese lenguaje. Esa facción que con orgullo se autopercibe medieval, contrarrevolucionaria y guardiana de la tradición se precia de su rigidez y fundamentalismo en la defensa de la existencia del demonio – le tienen un cariño especial a ese oponente que su dios acusador no necesita – o del infierno, de la composición y taxonomía de los ángeles, de la metafísica aristotélica que hace posible la eucaristía (Para qué un Cenáculo teniendo un Liceo), de la necesidad inaplazable de un purgatorio dantesco, entre otros; pero a la vez se vuelve amplia, relativista y hermenéutica cuando se trata de las palabras del pentateuco sobre el derecho de propiedad, o las de los profetas sobre la primacía de las víctimas, o las de Jesús sobre el perdón o el dinero, o las de Pablo sobre lo que tendrían que hacer con sus prepucios los que no pueden deshacerse de sus prejuicios (también en Gálatas, versículo 12 del capítulo cinco, por cierto).

Hay que ver la cara de asco o de risita burlona que les sale a estos ‘defensores de la verdad’ cuando pronuncian la palabra “nefasto” o “intrínsecamente perverso” al referirse a las auténticas búsquedas desde las que las humanidades intentan resolver los desafíos heredados de épocas de segregación y exterminio. Hay que oír las lamentaciones y extensas quejas ante las experiencias que prueban las personas que no encuentran en esa facción repelente de la iglesia más que propuestas de piedad que nada tienen que ofrecer aparte de altas dosis de superstición. Que a los pueblos les cierren las fronteras, que tantos se ahoguen en deudas, que miles no sepan que hacer con su ansiedad, que, en fin, la vida no encuentre un asidero, no es importante para esta cofradía de curas, músicos, youtubers y “creadores de contenido”, desde que las personas sepan que el comunismo es malo, que el feminismo es malo, que el ambientalismo es malo, que el modernismo es malo y que el actual Papa es demasiado comunista, feminista, ambientalista y modernista. La ‘verdad’, para ellos es antagonismo, oposición, negación, es fijación y petrificación, es el motor inmóvil, apagado y sin combustible. La verdad ortodoxa es sepulcro, blanqueado, no vacío.

La verdad en la escritura, en cambio, es una fuente de confianza en uno mismo, en la vida y en las manos que sostienen la existencia; es un asidero ante la crudeza de los tiempos, de las desigualdades y el desamor; es una posibilidad de autenticidad y libertad en medio de las tiranías y sus intentos por quitarnos lo más personal de nosotros mismos. La verdad de Jesús es dejar de postergar la cercanía de dios, que hace posible la paz, la alegría, la resistencia cuando azotan la tempestad o el vendaval. La verdad de Cristo no necesita ser defendida, porque no es susceptible a ataques ni sofismas, sino inspirada en el interior de las personas como una luz que se hace brújula y hoguera, y evidente en la forma de tejer vínculos que hacen posible que cada quien se descubra como un ser valioso, capaz de ofrecer lo suyo, con un enorme aporte para dar y con una auténtica familia a la cual acogerse. La verdad cristiana no es un contenido ante el cual debamos decir: “sí creo” y quedarnos tranquilos porque no negamos lo que dijeron unos señores eclesiásticos con pretensión de infalibilidad, sino un acto en el que una y otra vez dejamos ver que vivimos desde la confianza, que elegimos desde la cercanía, y que celebramos desde la autenticidad; y que intentamos nunca cederle el timón a la malicia, la sospecha, al escrúpulo o el prejuicio, aunque quienes los tienen por dogma los vendan con etiqueta de “Verdad”.

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“Un Adviento profético”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Martes, 10 de diciembre de 2024

IMG_8890Marek Halter, escritor francés, escribió en 2021 un libro “Un monde sans prophètes”. En su obra postula recuperar el profetismo porque nos ayuda a actuar positivamente en este histórico período que hasta se muestra carente de puntos de referencia éticos.

Y es que se necesitan figuras que despierten a los hombres, que los devuelvan al camino correcto de la belleza, del bien, de la verdad, de…, que les recuerden el sentido de la justicia. Cuando estas personas no están, no sólo falta justicia sino que también faltan políticos capaces de responder a las preguntas del presente. La palabra “profeta”, “nabi” en hebreo, proviene del término acadio “nabû”, que significa “grito”: son hombres que “gritan”, informan, denuncian,…

En el año 1030 a.C., el último de los jueces, Samuel, tuvo que darle un rey al pueblo judío, el primer rey de Israel, Saúl. De hecho, los judíos querían ser como todos los pueblos “modernos“, tener un rey. Entonces el juez se lo dio. Al hacerlo, sin embargo, quería explicar que nunca existirá un poder verdaderamente justo. Un hombre con poder, observó, no celebrará referéndums todos los días, no siempre preguntará a la gente lo que piensa, pero tomará decisiones, por ejemplo, decidirá ir a la guerra, y muchos jóvenes morirán en una conflicto que ellos no eligieron, el pueblo será aplastado por los impuestos porque un rey necesita dinero… pero a pesar de estas advertencias los judíos siguieron queriendo un rey, como todos los demás. Cuando lo tuvieron, el juez Samuel dijo que sería necesario, en ese momento, limitar el poder totalitario del rey, crear un contrapoder, y así dio origen a la primera escuela de profetas, de la que ambos hombres y las mujeres eran parte. Les enseñó cómo atraer la atención de la gente – en ese momento no había radio, televisión, internet – estos informantes tenían que despertar sus mentes para no aceptar lo inaceptable. Así nació el concepto de profetas.

Los profetas en la antigüedad jugaban un papel esencial, eran quienes recordaban al rey que debía cumplir sus promesas y deberes; la mayoría de ellos fueron asesinados por ello. No era fácil ser profeta, transmitir la moralidad al pueblo, no era fácil ser una persona justa.

En cierto momento, la antigüedad llegó a su fin y comenzó otra época en la que la religión, el clero, tomó todo en sus manos. En Europa, primero fue la religión cristiana y, después, el Islam, retomaron el concepto de profetas. Imagino que no ha habido época sin profetas. Ciertamente no todos los profetas en la historia han sido personalidades religiosas, creyentes en Dios, pero sí han creído en la Humanidad.

El profeta es una persona carismática, que no tiene nada que ganar, que no tiene intereses políticos ni económicos, que sólo tiene una preocupación, la justicia. Por eso, por ejemplo, el profeta no quiere ser agradecido ni aplaudido. Eso no es lo que le interesa. Ésta es la fuerza del profeta y de su autoridad y credibilidad.

Hoy ¿qué profetas y qué profetismo puede despertarnos, darnos esperanza, una esperanza colectiva? ¿Hay alguien que pueda darnos esperanza? Nos asustaría que no hubiera nadie… ¿Seremos los adultos capaces de ofrecer una aventura y un sueño de esperanza a los jóvenes? ¿Serán las ideologías? ¿Serán las iglesias y las religiones las que puedan cumplir su papel de dar esperanza? ¿Habrá un rayo de esperanza como, por ejemplo, el de Juan Pablo II, cuando ante la multitud en la plaza de San Pedro, el 22 de octubre de 1978, hizo un llamamiento: “¡No tengáis miedo!”? ¿Qué instancias y referencias de profetismo y de esperanza tenemos?

Los judíos, se suele decir, tienen una salida a esto: los justos, que son una mujer como tú o un hombre como yo. No son santos, pero han hecho más bien que mal. Ellos han “reinventado” este término, ‘justos’ – puesto que ya estaba en la Biblia – para agradecer a los no judíos que salvaron a los judíos durante la guerra, se les llama “Justos de las Naciones”. Y cuando se pregunta a algunos de los que salvaron qué les impulsó a hacerlo, miran sorprendidos, “es normal“, suelen decir. Esto es lo extraordinario. En los “Jardines de los Justos” se realiza algo magnífico; en esos lugares se honra a hombres y mujeres “normales“, pero lamentablemente este tipo de normalidad hoy no se difunde por la televisión y los medios de comunicación. Sólo nos muestran violencia, maldad, muerte, es terrible… Vemos falsos profetas.

Puede ser verdad que en tantos países laicos o secularizados ya no se puede hablar de religión en las escuelas. Y, sin embargo, las religiones son parte de nuestras civilizaciones; por ejemplo, no podemos hablar de civilización judeocristiana o griega sin hablar de la Biblia, de Homero, de la Odisea… porque forma parte de nuestra historia y porque debemos educar a generaciones que no se sorprendan al ver un mundo diferente o cambiante, alternativo, contra-cultural, nuevo. Necesitamos entender que este momento de la historia puede ser un momento de profetismo sea creyente, o agnóstico, o ateo,…

La del profeta es una mirada que la Biblia llama “esperanzada”. El profeta no es quien anuncia el futuro sino quien mira el mundo y la historia con los ojos de Dios sabiendo que quien se compromete a sembrar vida pasará por el tamiz de la desilusión. Pero eso no significa que se dé por vencido.

El profeta a veces cede, duda,… ¡Dios le pone tantas veces a la prueba! Tantas veces sus decepciones de multiplican. Sin embargo, es fácil imaginar que el profeta trata de superar la adversidad; que, para asegurar la victoria de tal pasión profética, es necesario hacer frente, resistir, luchar contra el desaliento. La vida encuentra la manera de expresarse con frutos sorprendentes, a menudo precisamente donde nunca lo hubiéramos esperado. El profeta es el que adelanta y prepara la primavera de los nuevos cielos y la nueva tierra. Los ojos y las manos del profeta trazan el camino del futuro y el compromiso en el presente.

Se necesita mucho coraje para no retirarse a la desolación del tiempo. Sintiendo y viendo la emoción de la vida bajo el polvo, sabiendo que en este aparente invierno se prepara una primavera. Sin embargo, para quien intenta la aventura de ser profeta, no hay otra historia que la de, testarudo y convencido, querer “plantar esperanza” incluso obstinadamente obligando a nacer el amanecer a pesar de todo.

Al menos sabrán que hay un profeta entre ellos“: esta frase, que abre el libro -y la vocación- de Ezequiel, nos puede acompañar a lo largo de este Adviento y a las puertas del Jubileo de la Esperanza. Porque estoy convencido de que nuestro tiempo necesita urgentemente profecía, necesita miradas, palabras y gestos que puedan indicar un horizonte posible de un buen futuro y así infundir esperanza, ayudándonos a no escapar del hoy, a no desperdiciar energías y tiempo en debates estériles y controversias interminables, mientras el mundo corre y no espera.

Necesitamos la profecía para entender algo sobre nuestro tiempo, sus cambios y sus fracturas, sus recursos y sus límites. Necesitamos hombres y mujeres que, con coraje y parresía, arriesguen una palabra incómoda pero generativa y fructífera, al menos en intuición, pensamiento, provocación, sueño.

Queremos creer que todavía hay profetas, por supuesto, y sin embargo, parece que su escucha es más limitada, menos abierta, menos acogida, porque hoy nos cuesta dar espacio a una palabra que nos molesta en nuestras certezas y hábitos. Evidentemente, lo sabemos, siempre ha sido así, desde los tiempos de Israel, pero hoy, tal vez, en una desorientación general, se está extendiendo nuevamente la sed de profecía verdadera y humana; tal vez sentimos la necesidad de profecía, pero con demasiada frecuencia no sabemos de dónde sacarla.

El tiempo de Adviento es también propicio para la profecía, porque la Palabra nos empuja hacia la Navidad invitándonos a escuchar a los profetas que se han movido e indicado caminos viables para una humanidad en camino; es un tiempo necesario para evitar quedar sumergidos, cada año más, en la religión del consumo y la controversia, mientras los acontecimientos actuales golpean indomables con su pesado olor, asfixiando lo bueno que queda.

Necesitamos tiempos de silencio y de reflexión, de oración y de inmersión en uno mismo, de docilidad al Espíritu y de “ayuno” de demasiadas charlas vacías. Necesitamos tiempos para superar las resistencias, para reconstruir la confianza, para revivir el seguimiento apasionado. Necesitamos maestros y discípulos, esencialidad y sustancia de la vida, desestimando, en la medida de lo posible, lo que aturde y pesa. Puede que sea el momento que dirija un “kairos” hacia la Navidad para redescubrir la sed de profecía. El tiempo de Adviento nos guía, a través de la Palabra, a entrenar nuestro oído y nuestra vista, nuestro corazón y nuestra razón, para ver destellos de profecía que puedan, paso tras otro, ayudarnos a vivir el hoy y a gestar y alumbrar el mañana.

Deteniéndonos en lo esencial, tendiendo hacia el futuro en la fe de un Espíritu que salvaguarda, también hoy, nuestro camino, como humanidad entera y como comunidad cristiana. Atreverse a tener el coraje de escuchar, de conmoverse, a partir de la Palabra y de quienes, creyentes o no, ofrecen una declinación de ella para el siglo XXI, superando las inercias que inmovilizan, paralizan y alimentan los miedos.

La fe, la verdadera, está enteramente hecha para conducirnos desde el tiempo, para hacernos vivir del tiempo hacia la eternidad, en la vida eterna. Pero no podemos acceder a la vida eterna mediante la fe más que en el tiempo y para el tiempo, ya que la fe misma es temporal”: escribió en 1961 una mujer profética como Madeleine Delbrêl.

Tenemos sed de profetas que nos ayuden a vivir la fe en los tiempos de hoy. Que esta gracia del profetismo nos sea dada a todos.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF (Remitido por el autor)

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“El que no recoge conmigo, desparrama”, por Carmiña Navia.

Viernes, 29 de noviembre de 2024

medio-rostro-de-jesusEsta frase, atribuida a Jesús de Nazaret, me lleva a pensar en otra de igual contundencia y realidad: el que no avanza, retrocede. Y me pregunto una vez más ¿qué pasa con la Iglesia Católica que se niega a avanzar como se lo exige su imprescindible necesidad de diálogo con la sociedad en que se mueve? La Iglesia padece esclerosis, definitivamente. Hay muchos síntomas de que esto es así. ¿Qué podemos hacer quienes creemos que vivir según la propuesta de Jesús, exige hacerlo desde una comunidad que no sólo apoye sino que confronte?

Veamos algunos ejes de esta parálisis eclesial:

Recién realizado el Vaticano II, aún en medio de confrontaciones y fuerzas contrarias, la mayoría de las parroquias vivieron un renacimiento en muchos ámbitos que animó los sueños de mujeres y hombres eclesiales. Las mujeres participaron como acólitas, lectoras, ministros de la comunión de los enfermos, tomaron parte en la predicación de la palabra… Mujeres y hombres laicos administraron los bienes parroquiales e hicieron parte de sus juntas de orientación y de gobierno. Se esperaron transformaciones más radicales de un lado, mientras se negaban de otro.

Pasadas unas décadas este entusiasmo se mermó y lo más grave: Nuevas generaciones de seminaristas que no vivieron los aires del Concilio, se formaron en paradigmas más tradicionales y apegados a fórmulas antiguas. Hoy, muchas de esas parroquias, han retomado prácticas conservadoras y los nuevos creyentes se manejan como si nunca hubiera habido búsquedas diferentes, definitivamente volvemos hacia atrás: comunión de rodillas, mujeres lo más lejos posible del altar en funciones significativas, nada que ver en los destinos reales de las parroquias…

Por otro lado se convoca el Sínodo de la sinodalidad… del que muchos esperaban un cambio rezagado por siglos. Pero el cambio no llega y el Sínodo no alcanza siquiera a maquillar la ceguera de siglos. La realidad realmente es muy dura.

Un hombre como Francisco, el Papa, capaz de vislumbrar muchas de las necesidades del mundo y de escribir encíclicas sobre las urgencias que nos exige la naturaleza o los reclamos de fraternidad, de corazón y amor que nuestras sociedades necesitan… parece no escuchar muchos clamores al interior de su propia comunidad eclesial y no se toma en serio la urgencia de transformación como condición imprescindible para no perder vigencia en un diálogo que el mundo de hoy no tolera sino desde igualdades reales y profundas. Este Papa, al que admiro por muchas de sus palabras y actitudes… no lo alcanzo a entender cuando se trata del tema femenino… ¿qué le pasa? ¿qué le pasa a la iglesia?

Ya antes de iniciarse la reunión sobre la sinodalidad, Francisco mismo veta cualquier acercamiento a lograr en la iglesia dignidad para la mujer: el tema del diaconado femenino no está maduro para debatirse… ¿Qué significa estar maduro y quién lo determina? No basta que lo pidan iglesias nacionales enteras (la de Alemania por ejemplo), no importa que lo pidan los órganos que coordinan las comunidades religiosas femeninas, no importa que lo pidan teólogos y teólogas o comisiones… No está maduro todavía… ¿Y sí madurará en medio del silencio y la omisión?

Más allá del asombro y la protesta me pregunto de fondo: ¿Qué defiende la iglesia con esta negación a moverse? ¿Qué es lo que cree que teme perder? Porque no pienso realmente que a estas alturas del desarrollo de los estudios bíblicos y de la conciencia crística se pueda defender que no se hace tal cosa porque Jesús no la hizo. Desde lo más hondo de mí tengo que pensar que lo único que pasa y que temen, es que los hombres pierdan el monopolio del poder.

Todas las organizaciones en Occidente y la mayoría de las iglesias cristianas ya han abierto sus puertas a las mujeres. ¡Hasta el ejército! Pero la iglesia católica, no… ni siquiera permite discutirlo. Yo creo que este asunto reviste gravedad. Me resulta difícil además resolverlo -en el caso de Francisco, no de la mayoría de los varones eclesiales- con la respuesta del poder. No creo por todo lo que muestra en el conjunto de su pontificado que Francisco tema perder poder… ¿De qué está preso entonces en el tema del diaconado y la ordenación femenina?

Todavía en la Iglesia Católica los hombres tienen temores al “oscuro universo de la mujer”, es la única conclusión que se me ocurre. Todavía tal vez de manera inconsciente piensan que su “impureza” contamina el ámbito sagrado… No creo poder hallar razones diferentes en estos momentos de la discusión y claridad teológico-bíblica. Y esto sin abordar en estas reflexiones el problema inmensísimo de la pedofilia y de los abusos sexuales por parte de los sacerdotes…

Percibo además, un miedo indiscriminado al futuro. Como si el porvenir sólo exigiera desviaciones y caminos errados. La vida en abundancia, que prometió el Maestro no se puede encontrar con los ojos cerrados al mañana. La vida no está atrás en el retrovisor… la vida está adelante.

El evangelio nos habla claramente:

“He venido para que tengan vida…

En esto conocerán que son mis discípulos…

Los que hagas a un pequeño de estos, me lo harás a mí…

Hay que perdonar al hermano setenta veces siente…

Poner la otra mejilla…

Sanar a los heridos y enfermos…”

No hay chance de perderse… entonces ¿por qué tantos temores de romper cadenas y ensayar pasos nuevos?

Ojalá la fuerza del Espíritu irrumpa, expulse los temores y haga abrir las ventanas. De lo contrario, un diálogo con mundos del mañana resultará imposible.

Carmiña Navia Velasco

En el mes de Noviembre del 2024

Fuente Fe Adulta

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Tomáš Halík imagina una nueva Iglesia y envía cartas a un futuro papa que se le aparece cuando duerme

Lunes, 18 de noviembre de 2024
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IMG_7588Herder publica ‘Desde el reino de los sueños‘, la nueva obra de una de las voces más influyentes del cristianismo actual

Tomáš Halík es una de las voces más influyentes del cristianismo actual. De ahí la importancia de lo que tenga que decir sobre el futuro del cristianismo, y, por lo tanto, de su último libro, ‘Desde el reino de los sueños’

Se trata de una recopilación de doce cartas que Halík envía a un futuro papa que se le aparece en sueños con el nombre de Rafael, que en hebreo significa «medicina que sana» o «Dios sana»

Para Halík, la Iglesia necesita una transformación profunda, no una purga superficial. Una de las razones por las que el autor cree que la sociedad se ha alejado de la Iglesia es por su apariencia de cosas anacrónica, y sobre todo, por su verticalidad jerárquica

La cuestión no se reduce a creyentes frente a ateos. Halík nos recuerda que una parte considerable de la población no se reconoce como «religiosa», pero sí como «espiritual»

(Herder editorial).- Tomáš Halík es una de las voces más influyentes del cristianismo actual. Juan Pablo II lo nombró asesor del Consejo Pontificio para el Diálogo con los no Creyentes en 1992, Benedicto XVI le concedió el título de Monseñor y Prelado de honor de Su Santidad en 2009, ha recibido distinciones como el Premio Comenius y el Templeton, y sus libros han sido traducidos a más de veinte idiomas. De ahí la importancia de lo que tenga que decir sobre el futuro del cristianismo, y, por lo tanto, de su último libro, Desde el reino de los sueños.

Se trata de una recopilación de doce cartas que Halík envía a un futuro papa que se le aparece en sueños con el nombre de Rafael, que en hebreo significa «medicina que sana» o «Dios sana». Desde esa aparición, el papa Rafael se convierte en un interlocutor continuo con el que Halík intercambia ideas y meditaciones acerca del estado actual y futuro de la Iglesia.

El autor deja claro que en ningún momento el papa Rafael sustituye al papa Francisco. Cada cual tiene responsabilidades distintas, ámbitos particulares. El del papa Francisco es la realidad; el del papa Rafael, la imaginación. El segundo es un punto intermedio entre el padre terrenal y el divino, y, como bromea Halík, el papa Rafael tiene la ventaja de estar más disponible que el papa Francisco.

Hacia una Iglesia renovada, acogedora, universal

Ni los peores ni los mejores vaticinios sobre el futuro (nuestro presente) de la Iglesia se han cumplido. Por el momento, ni la Iglesia ni su comunidad de fieles se encuentran en peligro de extinción, aunque tampoco se ha producido la expansión que algunos pronosticaban. Es innegable, eso sí, que atraviesa un momento de crisis. El número de creyentes ha venido reduciéndose, y la imagen de la Iglesia ha quedado muy gravemente mancillada a partir del desvelamiento de los casos de abuso.

Para Halík, la Iglesia necesita una transformación profunda, no una purga superficial. Una de las razones por las que el autor cree que la sociedad se ha alejado de la Iglesia es por su apariencia de cosas anacrónica, y sobre todo, por su verticalidad jerárquica.

La cuestión no se reduce a creyentes frente a ateos. Halík nos recuerda que una parte considerable de la población no se reconoce como «religiosa», pero sí como «espiritual». Tiene unas inquietudes, unas intuiciones, unos sentimientos que tradicionalmente se han canalizado, ordenado y explicado a través de la religión, pero que ya, en esos casos, no es así. Y no porque no les convenza el mensaje de la Iglesia, sino porque, con la mala imagen que tienen de ella, rechazan instintivamente todo cuanto suene a eclesiástico.

La opinión de Halík es que la Iglesia debe abrirse y acercarse a la sociedad, no como una instancia superior reguladora, sino como un hogar. San Pablo ya advertía que la fe vive en el espíritu, no en la letra, pero Halík ve un peligro igual en considerar que solo emana de las palabras de los hombres de Iglesia. Siempre guiados por los maestros, cada cual ha de ahondar en su propia experiencia religiosa para vivirla con la máxima profundidad posible.

Extracto del libro

La revelación de Dios tiene el carácter de un misterio inagotable; por eso, siempre hay que dejar espacio para una búsqueda ulterior y una comprensión más profunda. Ciertamente, necesitamos guías y maestros, intérpretes eruditos y mistagogos, que nos inspiren y animen a profundizar en el camino de la búsqueda. Pero, del mismo modo que no podemos fijarnos en la letra, tampoco podemos fijarnos en el maestro; no podemos eximirnos de toda responsabilidad por nuestra propia búsqueda delegando esa responsabilidad únicamente en el magisterio. La escucha del Espíritu que, en el proceso de maduración de la fe, conduce al creyente individual y a toda la Iglesia a profundizar progresivamente en el conjunto de la verdad no puede ser sustituida por la mera obediencia a los portadores de la autoridad eclesial. Nuestra Iglesia católica, en particular, ha estado sometida a esta tentación durante siglos. La palabra creer se ha entendido a menudo como «aceptar obedientemente lo que los dirigentes de la Iglesia me presentan». El arte de escuchar al Espíritu fue así sustituido por la virtud de la obediencia, la lealtad a la institución. La autoridad eclesiástica tampoco tiene el monopolio exclusivo de la plena comprensión del Espíritu; también debe escuchar al Espíritu hablar de otras maneras: también a través de la experiencia y la práctica de la fe de todo el pueblo de Dios como sensus fidelium, y a veces a través de las voces solitarias e incómodas de los profetas. Los portadores de la autoridad eclesiástica se han mostrado a menudo poco dispuestos a escuchar y a tomar en serio las voces proféticas de quienes veían de lejos lo que se avecinaba y ante lo que muchos ocultaban su rostro.

El autor

Tomáš Halík (Praga, 1948) es profesor de sociología de la Universidad Carolina de Praga, presidente de la Academia Cristiana Checa, vicepresidente del Consejo de Investigación en Valores y Filosofía de Washington y sacerdote de la Parroquia Académica de Praga en la iglesia de San Salvador. Durante el régimen comunista, fue ordenado sacerdote en Érfurt (Alemania Oriental) de forma clandestina y, más tarde, estuvo trabajando en la iglesia underground checa.

Tras la caída del régimen comunista en 1989, fue nombrado secretario general de la Conferencia Episcopal Checa y consejero del presidente Václav Havel. El papa Juan Pablo II lo nombró asesor del Consejo Pontificio para el Diálogo con los no Creyentes en 1992, y el papa Benedicto XVI le concedió el título de Monseñor y Prelado de honor de Su Santidad en 2009.

Ha recibido numerosos reconocimientos internacionales, entre ellos, el premio Romano Guardini, el premio al Mejor Libro de Teología de Europa por su obra Paciencia con Dios, el título honorífico Hombre de Reconciliación por el diálogo entre cristianos y judíos, la medalla Per Artem ad Deum, otorgada por el Consejo Pontificio de la Cultura, así como el Premio Comenius y el premio Templeton. Sus libros habían sido traducidos a 20 idiomas.

Fuente Religión Digital

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“Me llamo Tecla de Iconio”

Sábado, 16 de noviembre de 2024
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IMG_8071De María Luisa Paret García
Gema Segoviano, Grupo de Fe y Espiritualidad de FELGTBI+, feyespiritualidad@felgtb.org
SEGOVIA

ECLESALIA, 14/10/24.- La novela de María Luisa Paret (Editorial San Pablo) nos transporta a uno de los momentos más mitificados pero a la vez desconocidos como son las primerísimas comunidades cristianas. La voz de Pablo es la que ha recogido más testimonios, pero alrededor de su figura aparecen hombres y mujeres de gran valía que vivieron la Palabra y la evangelizaron.

Una de estas mujeres es Tecla de Iconio. Apenas era una muchacha cuando escuchó a Pablo hablar en contra de su familia y pasó por una prueba de la que salió indemne, tal y como relatan los documentos que han llegado hasta nuestra época. Mujer valiente que tuvo que soportar que, a pesar de todo el trabajo que las mujeres realizaban en esas comunidades, sus voces se fueran silenciando para no molestar a los poderes laicos de esa época. Una analogía que recuerda todos esos momentos que viven las mujeres en la actualidad, donde, en muchos ámbitos, se mantiene aquello de “calladita, mejor”. Una pérdida de voces y de diversidad de dones que todavía se percibe en demasiados ambientes eclesiásticos, que a la vez se quejan de la poca asistencia a los templos.

Puede que los momentos de reflexión que acompañan a este relato novelado ayuden a arrojar algo de luz en algunas comunidades y que no se repita el error de minimizar las voces de las mujeres.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedenciaPuedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

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“Dios no suspende a nadie”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Martes, 12 de noviembre de 2024
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IMG_8472(Imagen Ilustrativa Infobae)

En la Iglesia se sigue manteniendo que las relaciones homosexuales son condenadas en la Sagrada Escritura como graves depravaciones y presentadas, incluso, como la consecuencia desastrosa de un rechazo de Dios. Pero seguramente esta doctrina de la Iglesia está construida sobre cimientos muy frágiles. Y tarde o temprano llegará a comprender que, a los ojos de Dios, ningún hombre debe ser llamado profano o impuro.

Antes de que el húngaro Karl-Maria Kertbeny acuñara el término homosexualidad en 1869, la Iglesia no hablaba de homosexuales, sino de sodomitas, en referencia al episodio legendario narrado en el Libro del Génesis. Sodoma, la ciudad principal de la pentápolis cananea, florecía “como el jardín de Yahvé” (Gén 13,10) y por ello fue elegida por Lot cuando se separó de Abraham (Gén 13,12). Pero “los hombres de Sodoma fueron malvados y pecaron grandemente contra Yahvé” (Gén 13,13). El profeta Ezequiel, para quien los pecados de Sodoma fueron “orgullo, avaricia y ociosidad indolente”, acusa a los habitantes de la ciudad de no extender la mano a los pobres e indigentes, de haberse vuelto orgullosos y de cometer lo que es abominable hacia Yahvé. ” (Ez 16,49-50); en el Libro de la Sabiduría es precisamente el incumplimiento del deber sagrado de la hospitalidad el motivo del castigo divino: “No habían acogido a los extranjeros que llegaron… habrá juicio porque acogieron a los extranjeros hostilmente” (Sab 19,14.15).

Al no lograr encontrar ni siquiera diez justos en esa ciudad (Gén 18,31), Yahvé decidió borrarla de la faz de la tierra. La gota que colmó el vaso de la ira del Dios de Israel fue cuando una noche Lot recibió a dos ángeles. Los hombres de la ciudad, al enterarse de esto, “se agolparon alrededor de la casa, jóvenes y viejos, todo el pueblo”, y pidieron a Lot que dejara salir a sus invitados para poder insultarlos (Gén 19,4-5). Lot no quiso aceptar, no tanto por una cuestión de moralidad, sino porque el huésped es sagrado y el dueño de la casa es responsable de su seguridad incluso a costa de su propia vida (Sal 23,5). Lot está dispuesto a ceder ante los deseos de los habitantes de Sodoma, sus “dos hijas que aún no han conocido a varón; déjame sacarlos a ti y hacer con ellos lo que quieras, de modo que tú no les hagas nada a estos hombres, porque han venido bajo la sombra de mi techo” (Gén 19,8). Pero la multitud intentó derribar la puerta. Afortunadamente los ángeles intervinieron y se llevaron a Lot y a todos sus familiares, dándole luz verde a Dios para que desatara su ira mortal, de hecho “Yahweh hizo llover desde el cielo sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego provenientes de Yahweh. Destruyó esta ciudad y todo el valle con todos los habitantes de la ciudad y la vegetación del suelo” (Gén 19,24-25).

Un episodio similar se puede leer en el Libro de los Jueces y se refiere a la ciudad de Guibeá, cerca de Belén (Jueces 19,11-30). Un levita que viajaba con su concubina y uno de sus sirvientes, al no encontrar alojamiento, aceptó la hospitalidad de un anciano generoso. También aquí, como en Sodoma, algunos hombres de la ciudad, al saberlo, rodearon la casa y pidieron al dueño de la casa: “Saca al hombre que entró en tu casa, porque queremos abusar de él”. El anciano, apelando al sagrado deber de la hospitalidad, se negó, pero dijo que estaba dispuesto a entregarles tanto a su hija, que era virgen, como a su concubina, diciéndoles: “viólalas y hazles lo que quieras, pero no cometáis contra aquel hombre tal infamia” (Jueces 19,24). La situación fue resuelta por el levita, que tomó a su concubina y la entregó a los hombres que sitiaban la casa, quienes “la violaron toda la noche hasta la mañana”, hasta que murió (Jueces 19,25). Incluso en este episodio la transgresión no afecta a la sexualidad sino al deber sagrado de la hospitalidad. La conclusión espantosa del episodio es que el levita luego desgarró el cuerpo de la mujer en doce pedazos con un cuchillo que envió como advertencia por todo el territorio de Israel… Es sorprendente que en el episodio de Guibeá, a diferencia del de Sodoma, no, no hay castigo divino para los violadores sino sólo la venganza de los israelitas, que evidentemente habían aprendido bien de Yahvé y ahora actuaban en su nombre, con una terrible masacre que dejó veinticinco mil cien muertos en el campo (Jueces 20,35.46).

A partir de estos episodios, que pertenecen a la leyenda y no a la historia, la Iglesia católica desarrolló una teología que llegó a calificar la sodomía como uno de los peores pecados, mereciendo, como la ciudad de Sodoma, ser castigada con fuego. Como este juicio no puede basarse en las enseñanzas de Jesús, que no dice nada al respecto, los únicos frágiles fundamentos de la Sagrada Escritura sobre los que la Iglesia construyó su doctrina contra los sodomitas fueron un par de versículos del Libro del Levítico, donde leemos: “No te acostarás con un hombre como se acostará con una mujer: es abominación” (Lev 18,22); “Si alguno tiene relaciones sexuales con un hombre como con una mujer, ambos han cometido abominación; tendrán que ser ejecutados; su sangre será sobre ellos” (Lev 20,13). Es elocuente la ausencia de una condena similar hacia las mujeres: las prohibiciones no están en relación con la sexualidad, sino con la procreación, ya que contraviene el mandamiento divino “Fructificad y multiplicaos” (Gen 1,28). Según este juicio de la Escritura… da fe que los actos de homosexualidad son intrínsecamente desordenados y que en ningún caso pueden recibir aprobación alguna, la cultura de la época, de hecho, era el varón quien engendraba al niño, mientras que la mujer era sólo el recipiente que acogía la semilla para luego dar a luz a su debido tiempo, pero no metió nada propio (Cf Is 45,10).

También se ha intentado justificar la prohibición de las relaciones entre personas del mismo sexo basándose en lo escrito en la Carta a los Romanos, donde Pablo arremete tanto contra las mujeres que “han cambiado las relaciones naturales por otras contra natura”, como contra los varones, quienes “dejando la relación natural con la mujer, se encendieron en deseo unos por otros, cometiendo actos ignominiosos varón con varón” (Rom 1,26-27). Dado que la noción de homosexualidad, o la atracción normal que una persona puede tener hacia otra del mismo sexo, no existe, Pablo vio este comportamiento como una desviación, basada en lo que él creía que era la “relación natural”. Sus opiniones al respecto tienen el mismo valor que cuando afirma que “es la naturaleza misma la que nos enseña que no es decoroso que el hombre se deje crecer el cabello” (1 Cor 11,14), identificando el concepto de naturaleza con el de cultura que varía según las poblaciones.

IMG_8474Sobre estos débiles cimientos se construyó la doctrina represiva de la Iglesia que, tras alternar períodos de tolerancia y represión, con el pontificado del Papa Pío V (1568) alcanzó formas inhumanas hacia los sodomitas, que fueron encarcelados, torturados, quemados, por aquello que el propio Pío V definió como un “crimen horrible” que debe ser reprimido con el mayor celo posible. No pocas medidas represivas se referían “a los clérigos culpables de este crimen atroz y que no temen la muerte de sus almas“, para quienes el Papa decide “que sean entregados a la severidad de la autoridad secular, que aplica el derecho civil… para ser sometido a torturas, como prescribe la ley apropiada que castiga a los laicos hundidos en este abismo” (Pío V, Constitución Horrendum illud scelus, del 30 de agosto de 1568, en Bullarium Romanum, t. IV, c. III, p. 33).

La obediente autoridad secular puso en práctica la voluntad del Papa condenando y quemando en el fuego a personas culpables sólo de haber amado, pudiendo contar con el apoyo de la predicación fanática del clero que creía en el atroz castigo de la hoguera querido por el mismo Jesús cuando, hablando de la vid, dijo que todo sarmiento que no diera fruto debía ser cortado, arrojado y quemado en el fuego (Jn 15,6). Si para Bernardino de Siena (1380-1444) no había pecado más grave en el mundo “que el de la sodomía maldita” (Predica XXXIX), para Girolamo Savonarola (1452-1498) era necesario quemar en el fuego a los sodomitas como un sacrificio de agradable olor a Dios.

Hoy en día ya no se asa a los sodomitas, pero la Iglesia sigue manteniendo que las relaciones homosexuales “están condenadas en la Sagrada Escritura como depravaciones graves y presentadas, incluso, como consecuencia fatal de un rechazo de Dios” (Declaración Persona humana de la Congregación para la doctrina de fe, 29 de diciembre de 1975) y que “los actos de homosexualidad son intrínsecamente desordenados. Son contrarias al derecho natural” (Catecismo, art. 2357).

Tarde o temprano la Iglesia, en la medida en que se convierta a la Buena Nueva de Dios para cada hombre, dejará de cargar “cargas pesadas y difíciles de llevar sobre los hombros de los hombres” (Mt 23,4; Hch 15,10) y llegará a entender que a los ojos de Diosningún hombre debe ser llamado profano o impuro” (Hch 10,28), ya que sólo están sus criaturas a quienes ama incondicionalmente y a quienes no pedirá cuentas de quienes a quiénes han amado bien sino si han amado bien.

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(Adelfopoiesis: San Sergio y san Baco con Jesús en medio)

Si fuera posible suspender a alguien ‘a divinis’, ninguno de nosotros (consagrados o laicos) tendría esperanza alguna de salvarse. Y, en consecuencia, a ninguno de nosotros le interesaría cultivar la fe en un Dios o pertenecer a una comunidad eclesial capaz de suspender ‘a divinis’.

Nuestro Dios no suspende a nadie. El Dios encarnado en Jesús y revelado por Jesús eligió la ‘kénosis’, eligió rebajarse a nosotros. Se hizo niño y murió como un criminal precisamente para hacernos comprender que ninguna fragilidad, ningún sufrimiento y ninguna culpa podrán separarnos jamás de Él. Puede atraer a todos hacia sí precisamente porque resucitó de la tierra, asumiendo sobre sí todo el peso y la pasión de nuestra humanidad. En Cristo y en su cruz estamos ‘suspendidos’ para siempre de los brazos del Padre.

En Cristo nadie puede ser suspendido ‘a divinis’, es decir, excluido de la comunión con Dios y con los hermanos. Nadie puede ser privado de la dignidad de ser humano, de ser hijo de Dios.

Fuente: Remitido por el autor

 

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“Una aportación sobre la homosexualidad”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Martes, 29 de octubre de 2024
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IMG_6052Un amigo sacerdote me ha invitado a detenerme en esta distinción entre “ir contra la naturaleza” y “trascender la naturaleza” porque hay quien considera la homosexualidad como una enfermedad y, de hecho, la considera un pecado o, por lo menos, un desorden moral.

Y me parece que este razonamiento esconde graves tergiversaciones tanto de la homosexualidad, como de la sexualidad y del deseo humano. Y una pobre comprensión de lo que son la naturaleza, la cultura y la trascendencia.

La homosexualidad es el deseo de intimidad con personas del mismo sexo. Es un fenómeno presente en todas partes (no sólo en la especie humana), en cada período de la historia y en cada cultura. El hecho de que no sea la orientación mayoritaria de los seres humanos es totalmente secundario. La mayoría no establece ni establecerá nunca (¡afortunadamente!), en el ámbito moral, una “norma” o “normalidad” a seguir.

Esta universalidad del fenómeno debería hacernos comprender, si es que alguna vez era necesario después de casi ciento cincuenta años de estudios en el campo de la psicología, el psicoanálisis y la antropología social, que la sexualidad es mucho más que una función biológica ligada a la fisiología y procreación. ¡Y esto sería muy liberador incluso para aquellos que somos heterosexuales! La sexualidad es un deseo fundamental del ser humano, que a pesar de tener rasgos comunes es al mismo tiempo una de las cosas más íntimas y personales que cada uno de nosotros posee. Y, como enseñó Sigmund Freud, hasta puede ser que gran parte de las creaciones humanas más importantes nazcan del deseo particularmente en los campos artístico y cultural.

El deseo es un componente maravilloso de nuestra humanidad. Cada uno de nosotros tiene sus propios deseos, que nunca deben ser reprimidos o negados a priori, pero que requieren criterios de orientación y canalización, tanto en beneficio propio como del prójimo.

En la tradición bíblica judía y cristiana, el deseo en sí nunca es condenado. En el Decálogo, por ejemplo, no se dice no desear mujeres/hombres o cosas, pero sí no hacerlo si pertenecen al otro. Como bien entendió Emmanuel Levinas, el ‘otro’ es el criterio fundamental de la moral judeocristiana.

Si hay un elemento fundamental de nuestra antropología, este sí “natural“, es el deseo humano. Y si eres creyente, a menos que optes por una visión profundamente sombría y triste de la naturaleza humana “caída” -una visión que sitúa a los creyentes en una posición automáticamente no dialógica, sino de pura confrontación con el mundo-, la verdadera cuestión es cómo “evangelizar” nuestros deseos, no juzgarlos a priori en función de criterios externos al propio Evangelio.

Volviendo al tema de la naturaleza, la cultura y la trascendencia, sólo quisiera señalar que la naturaleza es constantemente trascendida por la cultura, en una tensión continua. Decir que sólo la gracia de Dios trasciende la naturaleza es una simplificación indebida, que además de dificultar el diálogo con los no creyentes, en realidad no tiene en cuenta que el Espíritu de Dios, desde la perspectiva del creyente, siempre y en cualquier caso actúa en la historia a través de nuestras facultades humanas, como nuestra racionalidad y nuestra libertad, y por tanto en última instancia a través de la cultura a la que damos vida y a través de nuestros deseos.

Mi amigo sacerdote me hace una pregunta incómoda. Pero ¿por qué nos molesta tanto la homosexualidad? ¿Por qué queremos reservar la palabra “bondad, matrimonio, moralidad, normalidad, santidad” sólo para determinadas categorías y orientaciones sexuales?

A menudo tengo la impresión de que detrás de estas tendencias contra la homosexualidad, que en realidad surgen en todas partes de la historia y de las culturas humanas, independientemente de las creencias religiosas, se esconde simplemente una inquietud por lo diferente, por lo no homologable. Los clichés son mucho más cómodos para nuestra mente que las verdades abiertas. El otro siempre es incómodo, “peligroso” para nuestras pseudo seguridades.

Una segunda razón, aparentemente más noble para los cristianos, es el deseo de “proteger una especificidad” de los ataques de culturas consideradas hostiles. Pero ¿qué es, en profundidad, lo específico cristiano: la sabiduría de la cruz (Pablo), el mandamiento del amor (Sinópticos y Juan), o la manera de ejercer la sexualidad? Si realmente queremos defender la “diferencia cristiana“, debemos defender la primacía del amor y de la misericordia, ni más ni menos.

Si volvemos a poner el Evangelio en el centro, el cristianismo volverá a identificarse con las enseñanzas del Maestro que practicó y enseño este camino de vida, en lugar de ser visto como una doctrina a menudo afectada por la sexofobia, la homofobia (y la misoginia). Y volveremos a ayudar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a evangelizar su deseo, incluido también el deseo sexual.

Porque, y estoy convencido, el mundo moderno está, en su incertidumbre y confusión, muy ansioso de escuchar el mensaje tan humano de vida, de misericordia y de esperanza de Jesús de Nazaret. Entonces, volvamos a él y echemos una mirada crítica seria a nuestros clichés prejuiciosos y a nuestras creencias y tradiciones religiosas, incluso si están arraigadas en la noche de los tiempos. Porque, como dicen que dijo san Cipriano, “la antigüedad sin verdad no es más que un error empedernido“.

JESUS

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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Madeleine Delbrêl (1904-1964)

Miércoles, 16 de octubre de 2024
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PARA CONSTRUIR UNA IGLESIA MÁS AMABLE Y AMOROSA

Diego Fares, 

Madeleine Delbrêl

Escribir sobre Madeleine Delbrêl es escribir sobre «una de las más grandes místicas del siglo XX», cómo dijo el cardenal Martini [1]. Y si es verdad lo que el mismo cardenal afirmó sobre la Iglesia – «La Iglesia está atrasada 200 años. ¿Cómo es posible que no se sacuda? ¿Tenemos miedo, miedo en lugar de coraje?»[2] -, releyendo la vida de Madeleine podemos decir que en esta hija suya, en su testimonio de vida y en su pensamiento, la Iglesia se adelantó 80 años.

Martini, al hablar del atraso, se refería principalmente a la Iglesia en Europa y al aspecto institucional. Decía: «La Iglesia está cansada en la Europa del bienestar y en Estados Unidos. Nuestra cultura está envejecida, nuestras Iglesias son grandes, nuestras casas religiosas están vacías y el aparato burocrático de la Iglesia está fermentando, nuestros ritos y nuestra vestimenta son pomposos. ¿Acaso estas cosas expresan lo que somos nosotros hoy? […] El bienestar pesa. Estamos ahí como el joven rico que se marchó entristecido cuando Jesús lo llamó para convertirlo en su discípulo. Sé que no podemos dejar todo fácilmente. Pero al menos podemos buscar hombres libres que estén más cerca del prójimo. […] ¿Dónde están esas personas llenas de generosidad como el buen samaritano?, ¿que tienen fe como el centurión romano?, ¿el entusiasmo de Juan Bautista?, ¿quién busca lo nuevo como Pablo?, ¿quiénes son fieles como María Magdalena? Aconsejaría al Papa y a los obispos que busquen doce personas fuera de lo común para los puestos de dirigencia. Hombres que estén cerca de los más pobres y que estén rodeados de jóvenes y que prueben cosas nuevas. Necesitamos enfrentarnos con hombres que ardan, de modo que el espíritu pueda difundirse por todas partes»[3].

Madeleine es una de esas grandes mujeres que reúnen en sí la fidelidad de María Magdalena, la audacia de Pablo, la generosidad del buen samaritano y la fe y el entusiasmo en y por Jesús de tantos personajes del Evangelio. Muchas, por no decir todas sus propuestas de vida cristiana en medio del mundo – especialmente en los lugares de periferia geográfica y existencial, como la Ivry marxista de hace 80 años – , son las que Francisco actualiza hoy en sus gestos y escritos oficiales.

Retrato

Madeleine Delbrêl nació el 24 de octubre de 1904 en Mussidan (Dordoña, Francia). Inesperadamente para sus más cercanos, falleció un 13 de octubre de 1964, en su casa de la Rue Raspail 11, en Ivry-sur-Seine, la «villa marxista» donde había elegido ir a vivir y a servir con sus compañeras de comunidad, 30 años antes.

Su amigo y propagador de sus obras, Jacques Loew, nos brinda su mejor retrato, escrito por Krystyna W., compañera de Madeleine, del que tomamos un fragmento: «Vista de lejos, daba el perfil de una mujer sutil, ágil y frágil, pero su porte, y cada gesto, trasuntaba la energía y la decisión de un viejo combatiente en quien el reflejo de estar preparado para entrar en acción siguiendo las órdenes recibidas ha dejado huellas indelebles. Si uno se acercaba a ella, aparecían sus ojos: grandes, luminosos, color marrón claro, que te miraban con atención. Incluso si no tenías ganas de hablar hasta ese momento, algo hacía que se entablara un diálogo, una conversación, en el sentido profundo, etimológico de la palabra. Si no eras capaz de hablar o si no tenías necesidad, todo podía limitarse a un estrechón de manos, a una mirada profunda. Pero, si dejándote atraer por la expresión de su rostro, te animabas a correr el riesgo de dejar entrever un poco de tu alegría o de tu pena, entonces todo su rostro se animaba, como si el viento hiciera temblar la superficie transparente del agua: las expresiones de la compasión, de la comprensión auténtica, del sufrimiento realmente sentido, permitían ver, como a través de una puerta entreabierta, el inmenso camino que había tenido que recorrer esta mujer para llegar a generar encuentros así»[4].

Hija única de Jules Delbrêl y de Lucile Junière, heredó de su padre, ferroviario, el dinamismo, el sentido de la organización y el don de la comunicación; y de su madre, la sensibilidad, la firmeza y el encanto cautivador. Debido a los traslados por el trabajo de su padre y a su salud frágil, Madeleine recibió una formación no convencional. A los doce años hizo su primera comunión, deseada y ferviente, pero a partir de entonces, el trato con amigos cultos y no creyentes de su padre ejercería en ella una fuerte influencia que la llevó a declararse atea a los 17 años. Marcó su vida el encuentro con Jean Maydieu, joven del que se enamora y que la corresponde, pero que la dejará para entrar en la orden dominicana en 1925.

En 1926, Dios se abre una brecha en su vida y Madeleine, deslumbrada, se convierte. Al reflexionar que no es rigurosamente imposible que Dios exista, decide tratarlo como una persona viva y, en consecuencia, comienza a rezar[5]. Según ella testimonia, el Evangelio, con el que el padre Jacques Lorenzo le enseñó a interactuar, «le explotó» en el corazón y la convirtió de atea de un Dios abstracto en creyente fiel del Dios vivo, una persona a quien se puede amar, como dice Santa Teresa.

En 1933, luego de haber obtenido el diplomado en enfermería y de ser admitida en la Escuela práctica de servicio social, junto a Suzanne Lacloche y Hélène Manuel ingresan para siempre en la comuna de Ivry, para vivir el evangelio entre la gente obrera y estar al servicio de la Parroquia de San Juan Bautista[6]. En 1943, visita su comunidad el padre Jacques Loew. Comienza entre ellos una colaboración y amistad estrecha. En diciembre del mismo año Madeleine publica Misioneros sin barca. Hasta 1946, en que decide dedicarse a tiempo completo a su comunidad, Madeleine desplegó una actividad incansable en el servicio social, primero privadamente y luego en cargos públicos, con diferentes administraciones, marxistas y anti-marxistas, siendo respetada y buscada por todos[7]. Madeleine resiste la «tentación marxista»: trabaja codo a codo con todos, pero desde su amor por Jesucristo y la Iglesia. Su fidelidad al Papa la lleva en agosto de 1952 a peregrinar a Roma con el fin de rezar en San Pedro por la renovación misionera que ha surgido en Francia, para que permanezca en la unidad de la Iglesia. En 1953, realiza una nueva peregrinación en medio de la crisis del movimiento de sacerdotes obreros, para interceder por ellos ante Pío XII. En 1961 abren una fraternidad en Costa de Marfil, adonde viajará a pesar de no encontrarse bien de salud. En 1962 se le pedirá un trabajo sobre las formas de ateísmo contemporáneo con vistas al Concilio. Madeleine envía un dossier sobre «Ateísmo y evangelización» pocos días antes de la apertura conciliar. Muere en 1964. En 1996 es declarada Sierva de Dios.

Madeleine y papa Francisco

Francisco confiesa no haber conocido en su juventud mucho de la vida y los escritos de Madeleine, pero lo que le impresiona de esta «gran mujer» es «cómo se metía en las barriadas más pobres»[8].

Dos breves menciones a la venerable. En el 2015, el papa Francisco y el resto de los miembros de la curia romana se reunieron en Ariccia, en la Casa Divin Maestro de los religiosos paulinos, para realizar los Ejercicios Espirituales. El retiro de Cuaresma estaba dedicado a la vida del profeta Elías; pero «junto a Elías, hubo una “compañera” de viaje en los ejercicios de la curia. En el programa preparado para la ocasión por la Prefectura de la Casa Pontificia, al lado de una imagen de un icono que representaba al profeta con su carro de fuego, hay un breve escrito de la mística francesa Madeleine Delbrêl. «La verdadera soledad», se lee, «no es la ausencia de los hombres, es la presencia de Dios», y continúa: «no hay soledad sin silencio. El silencio: a veces es callar, siempre es escuchar»[9].

El Papa también citó expresamente a Madeleine en la audiencia dirigida a los sacerdotes de la diócesis de Créteil, e invitó a rogar por su intercesión: «Pedid insistentemente al Espíritu Santo que os guíe e ilumine. Que os ayude, en el ejercicio de vuestro ministerio, a hacer que la Iglesia de Jesucristo sea amable y amorosa, de acuerdo con la bella expresión de la Venerable Madeleine Delbrȇl[10]. Con esta fuerza proveniente de lo alto, os sentiréis empujados a salir para estar más cerca de todos cada día, especialmente de aquellos que están heridos, marginados, excluidos»[11].

Madeleine_Delbrel2Madeleine Delbrêl es una de las Santas de la puerta de al lado de las que siempre habla el Papa; una mujer que situó su vida en medio de las barriadas pobres marxistas y ateas de Ivry. Es la mujer que, para escuchar a Dios, no se va al desierto de arena, sino al desierto de las multitudes, al medio de la calle, al metro, a los barrios más pobres: va con la actitud de la que quiere ser hermana de todos y servir a todos y, escuchando a cada uno, aprender a escuchar la voz de Dios, que habla siempre a través de los más pequeñitos y abandonados.

Escribir sobre Madeleine Delbrêl implica un continuo deshacer el camino andado hacia la literatura para reemprender el camino hacia el evangelio. En la corrección trabajosa de sus escritos se nota este empeño de Madeleine no de hacer literatura, sino de sacar todo lo que pueda quitar la palabra a Dios. En su meditación sobre el silencio hará notar que el silencio es activo: activa escucha de Dios. Que no lo impiden los ruidos normales ni las palabras normales de la vida. Lo impide la actitud del que con sus palabras le quita la palabra a Dios. El 15 de marzo de 1956 ella hace notar que no escribía por el gusto de escribir: «evitar caer un día u otro en la “literatura”, lo que me parecería el peor de los males»[12]. Por eso, cuando escribe, dice que no quiere hacer un trabajo de síntesis, sino dejar – siguiendo la vida – que se constituya un dossier sobre diversos aspectos de los temas.

Si Madeleine viviera hoy podríamos decir que cada exhortación apostólica y encíclica del Papa hubiera caído como anillo al dedo a su carisma y a sus aspiraciones. Al respecto, afirma don Luciano Luppi: «Cuando leemos hoy la Evangelii gaudium del papa Francisco, o Fratelli tutti, a la luz de muchos pasajes de la obra de Delbrêl, se observa una sorprendente consonancia entre los dos. Y, sin embargo, han pasado décadas desde entonces. ¿Por qué? Las motivaciones pueden ser múltiples. El papa Francisco y Madeleine Delbrêl tienen varias cosas en común: la cercanía a las enseñanzas espirituales de san Francisco y san Ignacio; una lectura del Evangelio que no es abstracta o espiritualista, sino preocupada de la adhesión profunda a lo concreto del Evangelio y de la vida; la voluntad de dejarse interpelar por el dolor de los pobres, escogiendo compartir la marginalidad y la pequeñez, el conocimiento vivo del Evangelio como el de una noticia sorprendente y decisiva, de la que el cristiano no puede sino sentirse en deuda con todos»[13].

Una Iglesia que “se construye”

Un hecho singular en la vida de Madeleine ayuda a comprender su concepción de la Iglesia. En 1952 Madeleine hizo un viaje relámpago a Roma para rezar ante la tumba de Pedro. Había manifestado a sus compañeras la necesidad de rezar por la misión de Francia. Estaba convencida de que a los sacerdotes obreros les estaba faltando el fundamento de la oración de todos los cristianos y había sentido la necesidad de hacer una peregrinación a Roma para orar ante la tumba de San Pedro. Iba a pedir que la gracia del apostolado que le había sido dado a Francia no se perdiera, sino que se mantuviera en la unidad y que esta gracia fuera reconocida y fortalecida por la Iglesia. Sin embargo, alguien le susurró al oído que le parecía un poco caro hacer un viaje de ida y vuelta a Roma sólo para rezar unas horas en San Pedro.

Esa misma semana, una amiga sudamericana de Madeleine que había visitado la comunidad, no habiendo podido comprar flores para dejar de regalo, compró un billete de lotería. Lo dejó sobre la mesa y nadie le prestó atención, hasta que se dieron cuenta de que era un billete ganador. ¡Y exactamente de la suma que se requería para hacer un viaje como el que quería hacer Madeleine! Fue así como ella viajó dos días y dos noches, estuvo 12 horas casi ininterrumpidas rezando en San Pedro – «à cœur perdu… et à perdre cœur» – y luego regresó a su tierra. Toda esta peripecia la hacía sin saber que un tal Jean Guègen la estaba esperando ese 6 de mayo de 1952 en Termini, con un billete para una audiencia con Pío XII.

En el prólogo a su biografía de Madeleine, Guéguen cuenta que en marzo de 1952 una amiga de Madeleine, con la que se habían conocido estando ella de gira por Roma, le escribió pidiéndole que recibiera «a una amiga» que llegaría a Roma, a la estación de Termini. Guèguen no conocía el aspecto de Madeleine y no lograron encontrarse[14]. Al regresar a su casa, Jean puso el billete para la audiencia con el Papa Pío XII en una carta y se lo envió a Madeleine al nº 11 de la calle Raspail, en Ivry. Cuando Madeleine lo recibió, le escribió una carta al Papa pidiendo perdón y así comenzó la amistad con Jean Guèguen[15]. Al año siguiente, Guèguen le ayudará a obtener la entrevista. Este es quizá un bello ejemplo del desfase de tiempos entre lo que el Espíritu obra en el corazón de un miembro pequeño del pueblo fiel de Dios y lo que obra en la maquinaria oficial de la iglesia jerárquica. Lo interesante no es el desfase, sino cómo lo vive con buen espíritu la primera interesada. En su libro Noi delle strade, Madeleine cuenta que fue a Roma para rezar y no para pedir «luces», pero algunas cosas se le impusieron como una misión[16]. Una, que Jesús, que había hablado tanto del poder del Espíritu Santo y de su vitalidad a propósito de la Iglesia, dijo que la habría edificado sobre Pedro, que se había convertido en una piedra. «¡Una piedra a la que se le ha pedido que ame! Según el pensamiento de Cristo la Iglesia no debe ser sólo algo vivo, sino algo construido[17]».

Esta revelación, que se le impone sencillamente, del pensamiento de Cristo acerca de una Iglesia que debe ser «construida», resuena en todas las dimensiones y acciones de la vida de Madeleine. Destacamos cuatro. La primera, que para construir la Iglesia hay que «hacer lugar a Dios». No necesariamente un gran lugar. Basta dejar que Él se abra una brecha y entre en nuestra vida. Segundo: para construir la Iglesia hace falta situarse. No en cualquier lugar ni en todo el espacio, sino allí donde el Espíritu abrió su brecha. A veces hemos confundido el espíritu de ir a todos los pueblos con ocupar territorialmente todo el mundo, cuando de hecho, hay lugares donde hay que permanecer y otros de los que hay que sacudir hasta el polvo de las sandalias, al menos hasta que venga un tiempo favorable. En tercer lugar, para construir la Iglesia hay que profundizar. Profundizar en la oración y en la conversión. Por último, para construir la Iglesia hay que incluir a todos.

La brecha: permitir que Dios se haga lugar

Para construir la Iglesia hay que permitirle al Señor que se haga lugar. «A los veinte años – confesaría años despúes Madeleine – fui literalmente “deslumbrada por Dios”; lo que había encontrado en Él no lo había encontrado en nada. Fue el abad Lorenzo quien hizo estallar, para mí, el Evangelio… el cual se convirtió no sólo en el libro del Señor vivo, sino en el libro del Señor para ser vivido»[18].

Madeleine descubre a un Señor que está del lado de la vida. Un Dios que no niega la danza, la poesía, la música, la literatura, el teatro, la filosofía… Ahora que ve la vida de esta manera cada minuto adquiere una importancia singular. Gracias al abad Lorenzo Dios deslumbró a Madeleine, el Evangelio se abrió paso en su vida no como una luz que viene de lo alto y entra en la oscuridad de un bosque, sino como una luz que «estalla», como una onda expansiva de luz que se expande desde adentro hacia afuera. Así concebirá Madeleine la misión del cristiano, como la misión de dar vida y salud al que nunca la tuvo o ya no la tiene. Afirma: «Si los cristianos deben recibir la Gracia en ellos, rezar y sufrir para que la evangelización del mundo sea eficaz, para que los pecadores sean curados, esto no puede eximirlos de ser, cada uno en la frontera con el no creyente con el que confina = brecha para el Evangelio»[19].

Recibir la gracia en sí está en tensión con ser brecha para que la gracia llegue a los demás. No se trata solo de «ser» iluminados por el Evangelio, sino de, al mismo tiempo, ser «brecha» para que pase a los otros esta luz. Y no solo para que pase: importa también discernir dónde esta luz del Evangelio está ya operante: «Discernir en toda persona lo que es luz, incluso fragmentaria, incluso distorsionada. Ser conscientes de que es difícil arrancar la cizaña sin arrancar el trigo bueno. Buscar poner en toda persona siempre más y más grano bueno, sin ocuparse de la cizaña. Respetar a cada uno: no ensuciar su ideal a causa de sus desencantos o rencores. No combatir contra el mal, sino sembrar un poco de vida donde se encuentra el mal, ya que el mal es ausencia de bien[20].

Situarse

Para construir la Iglesia hay que situarse. Madeleine fue una mujer situada, que encontró su lugar en el mundo y allí echó raíces y fructificó. El lugar tiene que ver no solo con la construcción, sino con las cosas superfluas que se dejan de lado para que la vida crezca en lo esencial. Se va a vivir a las barriadas pobres porque la palabra, para ser experimentada y escuchada y entendida, necesita este espacio de la proximidad y cercanía.

Pero lo que maravilla es cómo se concreta esta concepción suya, que es a la vez la más simple y tradicional: la del mal como ausencia de bien. Se concreta en ir a vivir allí donde, más que «haber» mal, lo que hay es «ausencia de bien». Sin ocuparse de la cizaña, ir a sembrar un poco de bien y de vida donde falta. No se trata de ir a arrancar la cizaña sino a sembrar(se) como un poco de trigo bueno. Es todo lo contrario de alejarse del mundo e ir al desierto para vivir allí la propia santidad. Para Madeleine, es en medio de los hombres donde Dios ama estar. Se convierte así en la mujer que una y otra vez pone su vida como levadura en la masa. Madeleine como las santas de la puerta de al lado, se mete en medio de su pueblo para hacerle lugar a Dios en la acción y en la palabra.

La acción con la que Madeleine le hace lugar al obrar de Dios tiene que ver con el estilo de las bienaventuranzas. Afirma Madeleine en «Felices los mansos»: «Para cumplir tu obra sobre la tierra, tú Señor no tienes necesidad de nuestras acciones sensacionales, sino de un cierto volumen de acatamiento amoroso, de un cierto grado de obediente docilidad, de un cierto peso de ciego abandono, situado no importa donde en medio de la multitud de los hombres. Y si en un solo corazón se encontraran juntos todo este peso de abandono, este acatamiento amoroso y esta docilidad, el aspecto del mundo cambiaría, ciertamente. Porque este solo corazón te abriría el camino, se convertiría en la brecha para tu invasión, en el punto débil donde cedería la rebelión universal»[21]. La invasión de la que habla Madeleine recuerda lo que dice el papa Francisco acerca del «desborde de la Misericordia»: «Se trata de discernir el punto concreto – de apertura, de fragilidad, de abajamiento – que permite el desborde de Dios. Cuando decimos “punto concreto”, nos referimos al hecho de que el desborde puede ocurrir sea por medio de una intervención en el momento justo, sea por un cambio de tono, o quizás por un gesto de abajamiento y/o de acercamiento al otro, que desequilibria lo que bloqueaba la relación vital»[22].

Profundizar

Para construir la Iglesia es necesario profundizar. A partir de 1933, en que se establece en Ivry, Madeleine pasa de la idea de una «misión en extensión», con las consiguientes partidas a lugares lejanos, desarraigos y nuevas fundaciones, a lo que ella llama una «misión en profundidad»[23]. Lo expresa mejor que en ningún otro escrito en un breve retrato de Santa Teresita del Niño Jesús: «Quizás Teresa de Lisieux, patrona de todas las misiones, fue designada para vivir al comienzo de este siglo un destino en el cual el tiempo estaba reducido al mínimo, los actos reconducidos a lo minúsculo, el heroísmo indiscernible a los ojos que lo ven, la misión limitada a un metro cuadrado: y esto para que nos enseñase que ciertas eficacias se escapan a la medida del reloj, que la visibilidad de los actos no siempre los recupera, que a las misiones en extensión se estaban por agregar aquellas en intensidad (que van) al fondo de las almas humanas, las misiones en profundidad, allí donde el espíritu del hombre interroga al mundo y oscila entre el misterio de un Dios que lo quiere pequeño y despojado y el misterio del mundo que lo quiere poderoso y grande. Prueba evidente de que consolidar un compromiso misionero con el marxismo no es algo accesorio, un refuerzo artificial, sino un retomar las fuerzas vitales en el lugar mismo en que se quiere minar la fe»[24].

En una charla que dio a sus compañeras de comunidad en 1956[25], Madeleine hace unas reflexiones muy hermosas y prácticas acerca de saber aprovechar los momentos en que se nos vuelve cercano Jesús haciendo lugar a Dios en la profundidad. Su charla era sobre la oración, porque es en la oración donde se nos aproxima Jesús, donde maduran la apertura del Reino y nuestra capacidad para entrar en él. Madeleine afronta un problema muy actual: no tenemos ni espacios ni tiempos adecuados para rezar. No los tenemos tal como los imaginamos cuando pensamos cómo deberían ser un lugar y un tiempo de oración, según una imagen un poco idealizada de la vida contemplativa. Ella nos hace ver que la oración es encuentro con el Dios vivo: cuando rezamos «nos encontramos al Cristo vivo»[26]. Y para las personas vivas siempre hay tiempo y espacio, aunque no sea el ideal (y si no lo hay, las personas mismas se lo hacen).

Aquí, Madeleine hace una consideración muy interesante acerca de una cercanía que, si no se da «horizontalmente», siempre se puede dar «en profundidad»[27]. Recuerda que en la antigüedad, para obtener calor había que quemar madera o sacar carbón, lo cual requería trabajar sobre grandes extensiones de tierra. Hoy se «perfora» un pozo petrolífero y se obtiene un combustible aún mejor. La cuestión es que el deseo de calor y de energía es lo que mueve a buscar los medios. En la oración es igual: el deseo de Jesús – de su calidez y de su energía vital – es el que crea espacios de oración y hace que se encuentren momentos maduros dondesea que uno esté.

Escuchemos a Madeleine sobre los espacios y tiempos para rezar: «El retiro al desierto puede consistir en cinco estaciones del metro al fin de un día en el cual estuvimos perforando un pozo (profundizando con nuestro deseo de Jesús) hacia esos mínimos instantes que la vida nos regala. Y por el contrario, el desierto mismo puede ser sin “retiro” si hemos esperado a estar allí para empezar a desear el encuentro con el Señor. Nuestras idas y nuestros retornos – y no solamente aquellos que se hacen de un lugar a otro, sino también los momentos en los que nos vemos obligados a esperar – ya sea para pagar en la caja, para que se libere el teléfono o para que se haga un lugar en el micro, son momentos de oración preparados para nosotros en la medida en que nosotros nos hayamos preparado para ellos. A ver los momentos desperdiciados porque no estábamos listos, podemos considerarlos como aquello que son: un pecado venial. Pero si un día en nuestra relación con el Señor no se tratará más de considerar pecados, sino amor, quizá tomaríamos conciencia de haber sido ridículos amantes»[28]. «¡Ridículos amantes!» Qué bien captado lo esencial y qué bien expresado. El que ama aprende rápido de sus errores sin necesidad de que otro se los eche en cara.

La cercanía o lejanía del Reino, en la cosmovisión de Delbrêl, es cuestión de amor. El que está enamorado profundiza todo el día en el deseo de encontrar a la persona amada y no se pierde la oportunidad de un encuentro porque sea breve; al contrario, si se trata de un encuentro casual, en el que se tiene poquísimo tiempo, se aprovecha mejor, y da una alegría más grande que si se hubiera planeado y se contara con todo el tiempo del mundo. Continúa Madeleine: «Harían falta muchísimos ejemplos para hacer comprender que en el Evangelio no es el tiempo o el lugar lo que más cuenta. Entre personas que se aman, el tiempo que han tenido para decírselo a veces ha sido brevísimo. Cada uno ha tenido tal vez que salir para su trabajo o para cumplir con una obligación. Pero ese trabajo y esa obligación no habrán sido ese día otra cosa que el eco de las pocas palabras dichas con amor en pocos minutos. Si hemos perdido a alguien a quien amamos y nos encontramos con una carta suya o con alguna nota que nos dicen un poco de su vida nos parece haber encontrado un tesoro. Y nuestro espíritu queda verdaderamente pleno con este tesoro. Y si por casualidad estas notas hablaran acerca de lo que esta persona amada pensaba de nosotros, lo que deseaba que nosotros hiciéramos, esas palabras se convertirían en nuestro pensamiento dominante. El Evangelio es un poco todo esto para nosotros o, al menos, debería serlo. Si lo queremos estudiar desde el punto de vista histórico o teológico el Evangelio requerirá tiempo. Pero si en el Evangelio buscamos algo del Señor vivo que todavía ignoramos: su palabra, su pensamiento, su modo de obrar, aquello que quiere de nosotros; en fin, algo de Él mismo, éste “Él mismo” que buscamos en todos los lugares donde Él nos dice que está, y que nunca encontramos tanto como querríamos, para esto, no es de tiempo que tenemos necesidad. Más exactamente: es de todo nuestro tiempo que, en un cierto sentido, tendremos necesidad. En efecto, vivir no exige tiempo: se vive todo el tiempo, y el Evangelio debe ser, antes de todo, vida para nosotros. Para que las palabras del Evangelio que hemos leído, rezado, y que quizá hemos estudiado, puedan realizar su trabajo de vida en nosotros, es necesario llevarlas con nosotros todo el tiempo que les es propio, para que la luz que les es propia nos ilumine y vivifique»[29].

Incluir

Un modelo actual de inclusión era para ella Charles de Foucauld. «Para estos hombres [como el padre de Foucauld] el amor a Jesucristo lleva al amor a todosnuestros hermanos. […] Sin esperar resultados, sin alterarse por su total fracaso; conserva su paz cuando, después de pasar toda su vida en el desierto, su único balance es la conversión – no muy firme – de un africano y de una anciana. Ama por amar, porque Dios es amor y está en él, y porque amando «hasta el extremo» a todos los suyos, imita – en la medida de lo posible – a su Señor[30]. «Señor, haz que todos los humanos vayan al cielo», es la primera oración que se propone enseñar a los catecúmenos que nunca tendrá[31]. Para Madeleine, el Padre de Foucauld ha resucitado para nosotros «la figura fraterna de todos de Jesús en Palestina, que acoge en su corazón, a lo largo de los caminos, a obreros y sabios, judíos y gentiles, enfermos y niños, tan sencillo que a todos les resulta inteligible. Nos enseña que, al lado de los apostolados necesarios, en los que el apóstol debe impregnarse del medio que tiene que evangelizar y con el que casi tiene que desposarse, hay otro apostolado que requiere una simplificación de todo el ser, un rechazo de todo lo adquirido anteriormente, de todo nuestro yo social, una pobreza que da vértigo. Esta especie de pobreza evangélica o apostólica nos da una disponibilidad total para reunimos en cualquier sitio con cualquiera de nuestros hermanos, sin que ningún bagaje innato o adquirido nos impida correr hacia él. Al lado del apostolado especializado, se plantea la cuestión del todo a todos[32].

Reza Madeleine en su «Liturgia de los sin oficio», una noche entre 1945 y 1950, en que va con sus compañeras a un café y contempla a tantas personas que «solo están allí por no estar en otro sitio»: «Dilata nuestro corazón para que quepan todos; grábalos en ese corazón para que queden inscritos en él para siempre»[33]. Para construir la Iglesia hay que incluir a todos. La presencia de todos en el deseo básico, inicial, cotidiano, y el trabajo por hacer real esta inclusión de todos, uno a uno, será lo que dé la medida y las estructuras de la construcción. El uno a uno es un universal concreto: es por donde se desborda la misericordia de Dios.

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  1. Cfr D. Roccheti, «Madeleine Delbrêl, una donna di fuoco», en https://www.amicidilazzaro.it/index.php/madaleine-delbrel-una-donna-di-fuoco/
  2. Cfr G. Sporgill, «Chiesa indietro di 200 anni», en Corriere della Sera (https//bit.ly/36pxMHI), 1 de septiembre de 2012.
  3. Ibid.
  4. M. Delbrêl, Noi delle strade, Milano, Gribaudi, 1969, 8-9, con la introducción de Jacques Loew, de 1957.
  5. Cfr. Ibid., 17; M. Delbrêl, Ville marxiste, terre de mision, París, Editions du Cerf, 1957, 225.
  6. La caridad de Jesús fue el nombre que dieron a su comunidad de mujeres laicas Madeleine y sus primeras compañeras en 1933. El grupo no estaba ligado a ninguna organización, no preveía votos ni promesas oficiales. La vida común era muy intensa. El fin era unirse lo más posible a Cristo en pleno mundo, imitar su vida, obedecer al Evangelio y transmitirlo. Lo cual exigía una vida de oración fuerte y dejarse conducir por la caridad hacia una acción siempre concreta, viendo un hermano en el prójimo, tratándolo sin tacticismos, sino con todo el amor de Jesús (cfr M. Delbrêl, «Pedido de información a propósito de su modo de vida», en https://it.cathopedia.org/wiki/Anne_Marie_Madeleine_Delbrêl#La_Charit.C3.A9_de_J.C3.A9sus.
  7. En 1937 obtiene con la nota máxima el diploma de asistente social. Su tesis «Amplitud independencia del servicio social» es publicada inmediatamente. En 1938 publica «Nosotros, gente de la calle» en la revista Études Carmelitaines. El 21 de septiembre de 1939 es nombrada asistente social de la comuna de Ivry. En 1940, la administración comunista es destituida en Ivry y Madeleine coordinará todo el servicio social. Cuando regresen los comunistas, en 1944, continuará su trabajo colaborando con ellos.
  8. Conversación personal con el autor.
  9. Cfr C. Santomiero, «Francesco agli esercizi: in compagnia di Elia e Madeleine Delbrel», en https://it.aleteia.org/2015/02/23/francesco-agli-esercizi-in-compagnia-di-elia-e-madeleine-delbrel/
  10. «L’Église, il faut s’acharner à la rendre aimable. L’Église, il faut s’acharner à la rendre aimante»: «Hay poner todo el empeño para volver amable a la Iglesia, hay que esforzarse al máximo para hacerla amable». (M. Delbrêl, Nous autres, gens des rues, París, Seuil, 1995, 137).
  11. Francisco, Discurso a los sacerdotes de la diócesis de Créteil, 1 de octubre de 2018.
  12. M. Delbrêl, La alegría de creer, Santander, Sal Terrae, 1997, 22.
  13. L. Luppi, «Delbrêl, la mistica che ama le periferie come Bergoglio», en Credere, 15 de Marzo de 2015, 48-51.
  14. Cfr J. Guèguen, Madeleine Delbrêl. Una mistica nel mondo, Milano, Massimo, 1997, 6-8.
  15. «Jean se convierte en el hombre de confianza y el facilitador de los contactos cada vez que va a Roma. Este visita con frecuencia el 11 rue Raspail, en Ivry, y se vuelve un familiar de los “Equipes Madeleine Delbrêl”, bastante después de la muerte de Madeleine, el 13 de octubre de 1964» (G. François, «Décès du Père Jean Gueguen, premier postulateur de la cause en béatification de Madeleine Delbrêl» en Église catholique en Val-de-Marne [https://bit.ly/36qm5R7].
  16. Le escribe Madeleine a Jean: «Cuatro personas que no conocía antes de estos últimos años me ayudaron sin motivo. Tú eres una de ellas y puedo decirte que las cuatro, en diferentes terrenos, me han dado incomparablemente más de lo que puedes imaginar» (M. Delbrêl, La alegría de creer, cit. 27). ¿De qué se había «hecho cargo» Madeleine cuando le escribió: «Lo que tengo como encargo, es, después de Dios, gracias a ti»? (traducción nuestra del francés). Tal vez, sin Jean Guéguen, Madeleine «sólo» habría ido a Roma a rezar. Para ella eso era lo esencial. Pero Jean la había «cargado» (con una misión) poniéndola en contacto con Pío XII y con el obispo Veuillot. A partir de entonces, Madeleine fue a Roma cada año durante los siguientes diez años. Guéguen la había ayudado a concretar ese «indispensable ir y venir entre la jerarquía y los fieles», sin el cual la misión no podría prosperar. Sobre todo y más allá de eso, Jean fue también el amigo inesperado durante los años más difíciles, de 1955 a 1958, cuando la «Caridad» estaba en crisis y el apoyo a Madeleine se había esfumado. Fueron entonces cuatro los que ayudaron a Madeleine «sin razón», cuatro personas providenciales mientras Madeleine vivía con gran dificultad este tiempo de gran dolor y aislamiento (cfr J. Guéguen, Madeleine Delbrêl. Una mistica nel mondo, cit., 66-67).
  17. M. Delbrêl, Noi delle strade, cit., 134-136.
  18. Cfr D. Roccheti, «Madaleine Delbrêl, una donna di fuoco», cit.
  19. M. Delbrêl, «Lettera del 18 aprile 1951 a padre J. Loew», en Id., Insieme a Cristo per le strade del mondo, vol. 2: Corrispondenza 1942-1952, Milano, Gribaudi, 2008, 167.
  20. Ibid., 176-177.
  21. Id., La alegría de creer, cit., 53.
  22. D. Fares, «Il cuore di “Querida Amazonia”. Trabbocare mentre si è in cammino», en Civ. Catt. 2020 I 535.
  23. M. Delbrêl, La alegría de creer, cit. 19.
  24. Id., Noi, delle strade, cit., 11-12.
  25. Cfr Id., La alegría de creer, cit., 209 ss.
  26. Ibid., 214.
  27. Cfr Ibid., 217-218.
  28. Ibid., 219.
  29. Ibid., 219-220.
  30. Id., «Por qué amamos al Padre de Foucauld», en La alegría de creer cit., 40-41.
  31. Ibid., 42.
  32. Ibid., 45.
  33. Ibid., 206.

***

IMG_7995Diego Fares: 

Fue un miembro del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica, entre 2015 y 2022. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1976, se ordenó sacerdote en 1986: su padrino de ordenación fue el entonces Provincial de los jesuitas en Argentina, Jorge Mario Bergoglio. Tras graduarse en teología, obtuvo un doctorado en filosofía con una tesis sobre “La fenomenología de la vida en el pensamiento de Hans Urs von Balthasar” (1995). Antes de incorporarse a nuestra revista, fue profesor de Metafísica en la Universidad del Salvador (USAL), en Buenos Aires, y de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Entre los años 1995 y 2015 trabajó como Director de El Hogar de San José, para personas en situación de calle y pobreza extrema. El padre Fares falleció el día 19 de julio de 2022, dejando un valioso legado de escritos sobre diversos temas.

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Santa Teresa de Jesús: inquieta, andariega, desobediente … muy distinto sería el sínodo con ella, por Consuelo Vélez

Martes, 15 de octubre de 2024
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santa-teresa-avilaDe su blog Fe y Vida:

Una mirada a la carmelita abulense desde el siglo XXI

“Le importaba lo que pasaba y sentía la necesidad de implicarse en ello para dar alguna respuesta”

El 15 de octubre se celebra la fiesta de Santa Teresa de Jesús. Su vida y su obra mantienen actualidad porque ella fue una mujer que supo vivir en “su tiempo” y “adelantada a este”. Vivió en su tiempo y afrontó las circunstancias que su momento le deparaban, con naturalidad, confianza, intrepidez. Pero también vivió adelantada a su tiempo porque rompió moldes y estereotipos de su época, ganándose así enemigos y contradictores. Muchas cosas podríamos decir de ella para mostrar la actualidad de su legado. Recordemos algunas para celebrarla en su fiesta.

Fue una mujer a la que le importaba lo que pasaba y sentía la necesidad de implicarse en ello para dar alguna respuesta. Así lo expresa: “Está ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, como dicen, pues le levantan mil testimonios, quieren poner su Iglesia por el suelo, ¿y hemos de gastar tiempo en cosas que, por ventura, si Dios se las diese, tendríamos un alma menos en el cielo? No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia”. O, como también lo expresó: “Veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres”. Por supuesto esta expresión refleja la comprensión sobre las mujeres de aquella época -y de aún hoy en ciertos sectores-. Pero para ella, aquellas que tildan de “débiles”, en realidad tienen “ánimos virtuosos y fuertes”.

Su mayor legado fue la experiencia de oración que supo vivir y enseñar, especialmente, a sus monjas. En tiempos donde no estaba permitida la oración mental para las mujeres, ella no duda en instar a sus hermanas que emprendan el camino de oración y que ante las críticas que puedan recibir de parte de los clérigos por tener la osadía de seguir ese camino, no les hagan caso porque, según ella, esas críticas –“son opiniones del vulgo”-; y también les recomienda que cuando les digan que dejen la oración, apelen a la regla que “manda a orar sin cesar”.

Dos cosas son centrales para ella en la oración: (1) la importancia del amor y (2) la humanidad de Cristo. Lo primero es muy significativo porque no es la oración por la oración, no la propone como una técnica, un ascetismo -como a veces se enseña hoy- porque lo que interesa es el amor: “no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho, y así lo que más os despertare a amar, eso haced”. Lo segundo es definitivo: la humanidad de Cristo es el medio para la más subida contemplación, aunque sus contemporáneos lo negaban: “Y veo yo claro (…) para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo Su Majestad se deleita (…) He visto claro que por esta puerta hemos de entrar (…) Así que vuestra merced, señor (el P. García de Toledo) no quiera otro camino, aunque esté en la cumbre de la contemplación, por aquí va seguro (…) y en tiempo de sequedades, es muy buen amigo Cristo, porque le miramos Hombre y lo vemos con flaquezas y trabajos y es compañía”. Busca orientaciones sobre su propio proceso de oración, pero lo hace con personas “letradas” -porque sabe lo fácil que es caer en cualquier tipo de explicaciones falsas- pero, al mismo tiempo, para ella la oración es fuente de sabiduría porque “la verdad de Dios se nos entrega en la oración, en el trato amistoso con Él”. Por eso puede contradecir a quienes le dicen que no tiene razón.

Algo sorprendente son las fundaciones que hace. No hay dificultad humana que se lo impida porque su confianza es absoluta en Dios y sabe que, si ella pone todo de su parte, Dios no dejará la obra inconclusa. Sabemos que no solo funda conventos de mujeres sino también de varones. Y parece que no le tema a nada. Es capaz de enfrentarlo todo y no cesa de buscar soluciones a las dificultades que se le presentan. Actúa con astucia para conseguir lo que persigue y sabe ocultar sus intenciones para no ser reprobada por los superiores hasta que se realiza la obra: “Y así me determiné de hablar al gobernador, y me fui a una iglesia que está junto con su casa y le envié a suplicar que tuviese por bien de hablarme. Había ya más de dos meses que se andaba en procurarlo y cada día era peor. Como me vi con él, le dije que era recia cosa que hubiese mujeres que querían vivir en tanto rigor y perfección y encerramiento, y que los que no pasaban nada de esto, sino que se estaban en regalos, quisiesen estorbar obras de tanto servicio de nuestro Señor. Estas y otras hartas cosas le dije con una determinación grande que me daba el Señor; de manera le movió el corazón, que antes de que me quitase de con él, me dio la licencia.”

Gracias a sus escritos podemos hoy seguir profundizando en su legado. Una y otra vez se estudian, se meditan, se oran, se reflexionan sus obras y siempre se saca mucho provecho de ellas. En sus escritos también muestra su osadía y su estar adelantada a su tiempo. Más de una obra fue cuestionada y retirada, pero la fuerza de su experiencia permitió que se recuperaran y podamos seguir aprendiendo hoy de su inmensa hondura espiritual.

Pero lo que más me encanta de Teresa es lo que un nuncio del Papa, afirmó de ella: “…femina inquieta, andariega, desobediente y contumaz, que a título de devoción inventaba malas doctrinas, andando fuera de la clausura, contra el orden del Concilio Tridentino y Prelados: enseñando como maestra, contra lo que San Pablo enseñó, mandando que las mujeres no enseñasen”. Precisamente esas palabras muestran todo lo que ella fue en su tiempo, saliéndose de los moldes establecidos porque en realidad amaba a la Iglesia y no se resignaba a que en ella no se viviera la radicalidad del evangelio.

Personas como Teresa son las que necesitamos en este tiempo en que se está realizando el sínodo de la sinodalidad como una concreción de la “reforma” de la Iglesia que Francisco propuso al inicio de su pontificado. Lamentablemente el coraje y audacia de Teresa no parecen presentes en los padres y madres sinodales que, atrapados en la estructura pesada y casi inmóvil de la Iglesia, van desarrollando lo estipulado en el proceso, pero dejando de lado muchos de los aspectos que salieron en la etapa de escucha. Se invocan muchas razones: no es el momento, no está suficientemente maduro, hay que tener paciencia, mejor lograr poco que no lograr nada, etc. Ojalá Teresa inspirara otra manera de actuar en la Iglesia: la del profetismo y la valentía para empujar caminos que rompen moldes y estrenan horizontes distintos e inéditos, aquellos que en verdad vienen del Espíritu, aquél de quien afirmamos que “hace nuevas todas las cosas (Ap 21,5)

(Foto tomada: https://alfayomega.es/la-santa-andariega-que-fascino-al-papa-caminante/)

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¿Se está convirtiendo el Sínodo en un filibusterismo eclesial?

Lunes, 14 de octubre de 2024
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IMG_7706ROMA—En el Senado de los Estados Unidos, una práctica conocida como “filibusterismo” exige que dos tercios del cuerpo de 100 personas acuerden poner fin al debate antes de que se pueda votar una determinada pieza legislativa. Esta práctica me viene a la mente durante la Asamblea General del Sínodo de este mes.

Este camino sinodal no es legislativo, un punto que el Papa Francisco reitera enfáticamente, por lo que cualquier comparación será insuficiente. Pero me preocupa que haya paralelos preocupantes.

La primera mitad del Sínodo sobre la Sinodalidad (sus etapas local, nacional, regional y continental desde fines de 2021 hasta principios de 2023) estuvo llena de impulso. Aunque no fue universal, muchas áreas de la Iglesia respondieron con entusiasmo a la invitación del Papa Francisco a caminar juntos. Este entusiasmo se mantuvo a medida que se mantuvieron conversaciones espirituales, se escribieron informes, se mantuvieron más conversaciones, se escribieron más respuestas, etc.

Ese período se parecía a las primeras etapas de la elaboración de una legislación: se acumula energía en torno a un tema, las partes interesadas se reúnen con sus ideas, se desarrollan marcos y algunos redactores comienzan a redactar un texto. En ambas circunstancias, hay una participación sostenida y, a menudo, esperanza, incluso cuando a veces persiste un desacuerdo agudo. Pero las cosas avanzan.

Ahora, en la segunda mitad del Sínodo sobre la sinodalidad, el impulso eclesial parece haberse estancado o, en términos legislativos, haberse convertido en una maniobra obstruccionista. La Asamblea General del pasado octubre terminó en una decepción. Para los fieles que esperaban que sus voces se escucharan en los salones de Roma, lo que llevaría a acciones que ampliaran la participación, la inclusión y la justicia en la iglesia, hubo muy poco en el informe final. A mitad de la Asamblea General de este año, la trayectoria parece igualmente problemática.

El paralelo legislativo es cuando la elaboración de leyes llega a un callejón sin salida, las negociaciones se agotan y, en cambio, se ofrece un coro de “pensamientos y oraciones” cuando el problema que los legisladores intentaron abordar simplemente persiste. En ocasiones, este callejón sin salida se debe en realidad a que la brecha entre las distintas opiniones es demasiado grande. Pero la historia de Estados Unidos revela que, en otras ocasiones, una minoría utiliza el obstruccionismo para acabar con el progreso, como el obstruccionismo que los senadores del Sur emplearon durante días para detener la legislación sobre derechos civiles. Y hoy, es común que muchos senadores abandonen una legislación antes de que se redacte o debata porque “no hay votos”.

Los defensores del obstruccionismo afirman que esta práctica garantiza un debate vigoroso, incluso exhaustivo. Sus críticos creen que es una regla arcaica que impide casi cualquier acción significativa sobre asuntos urgentes de actualidad, y yo me cuento en este último grupo. Entonces, ¿por qué el Sínodo me hace pensar en el obstruccionismo?

En primer lugar, algunos defensores del obstruccionismo y algunas perspectivas sobre la sinodalidad en realidad están hablando de una toma de decisiones por consenso con otro nombre, en la que se habla de un tema hasta que todos se sienten cómodos, aunque no necesariamente estén de acuerdo, el tiempo que sea necesario. El problema es que ni el Senado de Estados Unidos ni la Iglesia Católica Romana se rigen por el igualitarismo vital para los procesos de consenso. No estoy diciendo que deban serlo: la primacía papal tiene sus méritos, al igual que la democracia representativa. Pero si una iglesia sinodal es aquella en la que todo se discute hasta que todos están de acuerdo, esa no es una iglesia católica y, en términos más prácticos, no sería una iglesia viable. En algún momento, es necesario tomar decisiones y emprender acciones.

En segundo lugar, una preocupación derivada tanto del obstruccionismo como del Sínodo es que las voces de las minorías se sobreenfatizan y pueden detener el progreso. En 2023, a pesar del poderoso deseo de los católicos de todo el mundo de incluir mejor a las personas LGBTQ+ en la iglesia, un pequeño bloque de delegados africanos y de Europa del Este suprimió el tema por completo en el informe final de la Asamblea General. En 2024, parece que esto podría volver a suceder y posiblemente romper la asamblea actual. Aunque algunos delegados hacen intervenciones sobre género y sexualidad, al menos formalmente, los funcionarios de la iglesia nos dicen una y otra vez que esas intervenciones no son el objetivo del Sínodo.

En tercer lugar, el verdadero peligro de la obstrucción (y mi preocupación por la iglesia) es que la gente se desvincule. La política estadounidense ha evolucionado tan bruscamente, en parte, porque la gente ha perdido la confianza en que los legisladores puedan realmente hacer cambios y mejorar la vida de las personas. ¿Podría surgir una dinámica similar en la iglesia?

La obstrucción tiene una ventaja para la asamblea del Sínodo: es pública. Si quiero ver al senador Ted Cruz leyendo Huevos verdes con jamón durante su obstrucción de 2013, puedo buscar el video y disfrutarlo. Pero la asamblea del Sínodo permanece cerrada, abierta a la prensa y al pueblo de Dios solo en los momentos programados. Las conferencias de prensa diarias revelan muy poco sobre la esencia de lo que realmente está sucediendo en la sala del Sínodo.

Una visión tan limitada hace difícil determinar si la asamblea sinodal está realmente avanzando o más bien se está convirtiendo en una maniobra obstruccionista eclesial. Varios periodistas aquí presentes se han quejado de que los oradores de las conferencias de prensa ofrecen muy pocos detalles de lo que está sucediendo en la sala sinodal. Si se proporcionara información más sustancial, tal vez mi visión sería más optimista. Cuando no se recibe información, sólo se alimenta la idea de que en realidad no está sucediendo nada. Una mayor transparencia sería de gran ayuda para evaluar si la asamblea sinodal está haciendo algún progreso.

Si de hecho la asamblea se está convirtiendo en una maniobra obstruccionista, eso pone en peligro todo el proyecto de una iglesia sinodal. Si bien los participantes en la asamblea sinodal pueden encontrar esta experiencia maravillosa, espiritualmente nutritiva y esperanzadora, como muchos indican en las conferencias de prensa y en las conversaciones privadas, fuera de ella muchos católicos están mirando el final de cuatro años de trabajo y preguntándose si valió la pena. Si se percibe que este octubre terminará en un fracaso, merecido o no, lamentablemente puede haber muchos menos católicos en el camino sinodal en noviembre.

IMG_8009¡En directo desde Roma! Una conversación a mitad del Sínodo: únete a New Ways Ministry el próximo lunes 14 de octubre de 2024 a las 16:00 horas, hora del este de EE. UU. Es hora de una conversación virtual en el punto medio de la asamblea del Sínodo para aprender y reflexionar sobre lo que está sucediendo en la asamblea del Sínodo de 2024 este mes, y para discernir hacia dónde vamos a partir de aquí. El director asociado Robert Shine, que estará en Roma todo el mes, estará acompañado por Brian Flanagan, miembro sénior de New Ways Ministry y experto en sinodalidad. Para obtener más información o registrarse, haga clic aquí.

—Robert Shine (él), New Ways Ministry, 10 de octubre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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Tomas Halik: “No necesitamos el cristianismo como ideología ni la Iglesia como poder político”

Lunes, 7 de octubre de 2024
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Halik_2706939307_17287610_667x417“Es muy importante prepararse para la primavera. Los icebergs del tradicionalismo se derriten lenta pero inexorablemente”

“La secularización, en sus múltiples formas, no ha provocado el fin previsto de la religión, pero no deja de ser una transformación de las anteriores formas y funciones sociales de la religión”

“Las iglesias mayoritarias no estaban preparadas para el hambre de espiritualidad y a menudo siguen siendo incapaces de responder adecuadamente a ella”

“Muchas formas de la Iglesia actual se parecen a la tumba vacía. Nuestra tarea no es llorar ante la tumba y buscar a Jesús en el mundo del pasado. Nuestra tarea es encontrar la «Galilea de hoy» y encontrar allí a Jesús vivo en formas nuevas y sorprendentes”

“La reforma, la transformación de la forma, es necesaria allí donde la forma obstaculiza el contenido, donde inhibe el dinamismo del núcleo vivo”

“El «progresismo» superficial y el tradicionalismo conservador comparten el mismo error fatal: sobrestiman el papel de las estructuras institucionales”

Tomáš Halík (Praga, 1948) es un sacerdote católico, filósofo y profesor de Sociología en la Universidad Carolina de Praga. Fue asesor del presidente Václav Havel y del Consejo Pontificio para el Diálogo con los no Creyentes. El pensador checo que, con libros como ‘La tarde del cristianismo’ se ha convertido en un referente del pensamiento católico, asegura que las religiones tradicionales no estaban preparadas para el ‘hambre de espiritualidad’ o que la secularización no ha matado a la religión.

Con un lenguaje profundo, pero didáctico y repleto de imágenes, Halik consigue explicar problemas profundos y complejos de una forma asequible para todos, como la reforma, la primavera eclesial o la ‘tumba vacía‘ a la que se parecen muchas formas de Iglesia actual.

¿Europa está dejando de ser cristiana en términos de práctica religiosa, pero seguirá conservando su alma culturalmente cristiana?

La secularización, en sus múltiples formas, no ha provocado el fin previsto de la religión, pero no deja de ser una transformación de las anteriores formas y funciones sociales de la religión.

En la época de la modernidad, el cristianismo en Europa ha perdido su papel político-cultural como ‘religio’ – religión en el sentido de integrar a toda la sociedad (religio de religare, unir). Otros fenómenos han aspirado a este papel: ser la fuerza integradora o el «lenguaje común» durante los dos últimos siglos (ciencia, arte, nacionalismo y «religiones políticas», medios de comunicación de masas, economía capitalista, etc.).

La Iglesia católica está atravesando un importante proceso de reforma, de renovación sinodal. Se trata de una tarea mayor y más difícil que la simple transformación de un sistema clerical rígido en una vía de comunicación flexible dentro de la Iglesia. La reforma sinodal puede preparar a la Iglesia para el papel cultural de la religión en otro sentido – en el sentido del verbo ‘re-legere’ (releer o leer de nuevo). La Iglesia puede ser una escuela de aproximación atenta a la realidad, una escuela de una nueva hermenéutica, una interpretación nueva y más profunda del habla de Dios, de la autocomprensión de Dios.

El Dios que confesamos habla de muchas maneras. Habla a través de las muchas voces de la Escritura y de las muchas voces de la tradición, a través de la autoridad de pastores y maestros y a través de las voces disconformes y a menudo inoportunas de los profetas. Habla a través de los místicos y del «consensus fidelium», la práctica cotidiana del pueblo de Dios. Habla a través de los signos de los tiempos, a través de los acontecimientos de la historia, la sociedad y la cultura.

No necesitamos el cristianismo como ideología ni la Iglesia como poder político. Necesitamos una escuela de sabiduría, del arte del discernimiento espiritual.

 Uno de sus libros se titula ‘La tarde del cristianismo‘. ¿En la tarde, los cristianos serán menos, pero mejores y, por lo tanto, más auténticos?

Hal_k_La_tarde_del_cristianismo_1El mensaje de mi libro ‘La tarde del cristianismo’ es diferente. Estoy profundamente convencido de que la historia de la humanidad -y el cristianismo como parte de ella- se encuentra en un punto de inflexión, en una encrucijada. Es una época de acumulación de varias amenazas graves, pero también de grandes retos y nuevas oportunidades.

Carl Gustav Jung utilizó la metáfora del curso del día para describir la dinámica de la vida humana individual: la infancia es la mañana de la vida, luego viene la crisis del mediodía, seguida de la tarde, la edad de la madurez. Yo aplico esta metáfora al curso de la historia del cristianismo: la mañana es el periodo premoderno de construcción de las estructuras institucionales y doctrinales de la Iglesia. Luego viene la edad de la modernidad, la edad de la secularización, la edad de la sacudida de esas estructuras. Y nuestra era postmoderna es una llamada al «cristianismo de la tarde», a una mayor madurez y profundidad.

En «la tarde» existe la oportunidad de profundizar. Por supuesto, podemos perder esta oportunidad, desperdiciarla. La historia de la Iglesia no es un progreso unidireccional, sino un drama abierto.

¿Qué quiere decir cuando afirma que “el río de la fe se ha desbordado y la Iglesia ha perdido su monopolio”?

En muchas iglesias todavía se oyen lamentos, pánico y alarma ante el peligro de «un tsunami de secularismo y liberalismo». Pero el humanismo secular ateo hace tiempo que dejó de ser un competidor importante para el cristianismo eclesial tradicional. El principal desafío es un giro de la religión a la espiritualidad. Mientras que las formas institucionales tradicionales de la religión se asemejan a menudo a cauces secos, el interés por la espiritualidad de todo tipo es una corriente creciente que socava las antiguas orillas y abre nuevos cauces.

Incluso el Concilio Vaticano II parece haber tratado más bien de preparar a la Iglesia para alinearse con el humanismo secular y el ateísmo, y no parece haber previsto una gran expansión del interés por la espiritualidad. Las iglesias mayoritarias no estaban preparadas para el hambre de espiritualidad y a menudo siguen siendo incapaces de responder adecuadamente a ella. El futuro de las iglesias depende en gran medida de si comprenden la importancia de este cambio, cuándo y hasta qué punto, y de cómo pueden responder a este signo de los tiempos. La tarea que aguarda al cristianismo en la fase vespertina de su historia consiste en gran medida en el desarrollo de la espiritualidad – y una espiritualidad cristiana recién concebida puede aportar una contribución significativa a la cultura espiritual de la humanidad actual, incluso mucho más allá de los límites de las iglesias.

¿En qué consiste “embarcarse en la aventura de la búsqueda”?

Me viene a la memoria una escena del Evangelio de Marcos. Las mujeres ante la tumba vacía escuchan la pregunta: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Y el desafío: Id a Galilea, allí le veréis.

Muchas formas de la Iglesia actual se parecen a la tumba vacía. Nuestra tarea no es llorar ante la tumba y buscar a Jesús en el mundo del pasado. Nuestra tarea es encontrar la «Galilea de hoy» y encontrar allí a Jesús vivo en formas nuevas y sorprendentes.

La Galilea de hoy es el espacio entre el cristianismo tradicionalista y el ateísmo dogmático: el mundo cada vez más amplio de los buscadores. Esperanza y resignación, confianza y miedo compiten en sus cabezas y en sus corazones. Nuestra misión es acompañar a estas personas en nuestro viaje común. No debemos empujarles a las estructuras del cristianismo de ayer, sino descubrir con ellos nuevos horizontes: un cristianismo maduro para la «tarde de la historia».

¿Por qué es necesaria una nueva reforma, en qué consistiría y quién la pilotaría?

El cristianismo se encuentra en el umbral de una nueva reforma. La Iglesia es, en palabras de San Agustín, siempre reformadora, «semper reformanda». Pero especialmente en tiempos de grandes cambios y crisis en nuestro mundo común, es tarea profética de la Iglesia reconocer y responder a la llamada de Dios en relación con estos signos de los tiempos.

La reforma, la transformación de la forma, es necesaria allí donde la forma obstaculiza el contenido, donde inhibe el dinamismo del núcleo vivo. El núcleo del cristianismo es Cristo resucitado y vivo, que vive en la fe, la esperanza y el amor de los hombres y mujeres de la Iglesia y más allá de sus fronteras visibles. Estos límites deben ampliarse, y todas nuestras expresiones externas de fe deben transformarse si se interponen en nuestro deseo de escuchar y comprender la Palabra de Dios.

La nueva Reforma debe reforzar la conciencia de corresponsabilidad cristiana con todo el «cuerpo» del que formamos parte por el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios: con toda la familia humana y con nuestro mundo común. Debemos preguntarnos no sólo lo que «el Espíritu dice hoy a las Iglesias», sino también cómo «el Espíritu, que sopla donde quiere», actúa más allá de las Iglesias. Debemos tener el valor de autotrascender kenóticamente las formas y fronteras actuales del cristianismo.

Es necesario comprender y aceptar más profundamente cuál es la misión y la esencia de la Iglesia: ser un signo eficaz (signum efficiens) de la unidad a la que está llamada toda la humanidad, ser un instrumento de reconciliación y de curación de las heridas de nuestro mundo común. Nos esforzamos por la unidad no para que el cristianismo sea más poderoso e influyente en este mundo, sino para que sea más creíble: «para que el mundo crea».

El Papa Francisco dice que el piloto de la renovación es el Espíritu Santo.

¿Impedirá el tradicionalismo de dentro y de fuera una primavera eclesial?

La llegada de la primavera -en la naturaleza, en la política y en la Iglesia- no se puede prohibir ni obstaculizar. Es necesario prepararse para ella. En tiempos de cambio climático, la primavera puede llegar en un momento y de una forma ligeramente diferentes a los que estamos acostumbrados. Lo mismo puede decirse de un cambio en el clima cultural y moral. Por eso es tan importante prepararse para la primavera. Los icebergs del tradicionalismo se derriten lenta pero inexorablemente.

Francisco, el reformador. ¿Lo dejará el aparato de la Curia? 

Algunos detractores del Papa Francisco ven en él a un «Gorbachov católico»: el llamamiento al debate abierto, la escucha mutua y el respeto en el proceso sinodal les recuerda la «glasnost» de Gorbachov (llamamiento al debate libre) y la reforma sinodal, a la «perestroika» (reconstrucción del sistema soviético). ¿No llevaron las reformas de Gorbachov al colapso de todo el imperio? ¿No está el Papa Francisco llevando a toda la Iglesia al mismo colapso?

Los que dicen esto revelan que entienden la Iglesia católica como un sistema totalitario. Y tienen una parte de verdad: el catolicismo moderno tardío (entre la mitad del siglo XIX y la mitad del siglo XX) fue hasta cierto punto un sistema totalitario.

Así lo revela la afinidad de ciertos católicos con los sistemas autoritarios: desde la fascista «Action Francaise» hasta los simpatizantes actuales de la «democracia iliberal» (el Estado autoritario) en Hungría o la extrema derecha entre los católicos estadounidenses que apoyan a Donald Trump.

La respuesta a estos temores de quienes se oponen al Papa Francisco y a la reforma sinodal sólo puede ser la experiencia de una Iglesia que ha superado la tentación de una mentalidad totalitaria y busca vivir honestamente en el espíritu del Evangelio.

Usted dice que hay que renovar la antropología teológica. ¿Y la moral?

La reforma sinodal de la Iglesia presupone una reforma del pensamiento teológico: pasar de un pensamiento estático en términos de naturalezas inmutables a un énfasis en la dinámica de las relaciones, en la necesidad de su constante renovación y profundización. En el centro de la concepción cristiana de Dios está la Trinidad: Dios como relación. La «naturaleza» de Dios es la vida relacional. Dios creó al hombre a su imagen: la naturaleza del hombre es, por tanto, vivir en relaciones, ser con y para los demás; su misión es compartir y comunicarse en un camino común (syn hodos). El paso de la naturaleza estática e inmutable a la calidad de las relaciones implica una renovación de la eclesiología, de la comprensión de la Iglesia y de la ética cristiana, incluida la ética sexual y la ética política.

Ordenación de los casados, diaconisas o celibato opcional… ¿son algunos de los pasos inevitables del sínodo?

iglesia-catolica-reformaEl Instrumentum Laboris sugiere que algunas propuestas específicas que han aparecido en una serie de conclusiones de sínodos nacionales y continentales no serán objeto de la acción sinodal en octubre de 2024, por ejemplo, la ordenación de mujeres; así también, presumiblemente, la ordenación de hombres casados (viri probati), a pesar de que esto representaría un retorno a la práctica milenaria de la Iglesia aún indivisa y a la experiencia perdurable de las Iglesias orientales, incluidos los católicos de rito oriental. Al mismo tiempo, sin embargo, este documento añade que la reflexión teológica sobre estas cuestiones continuará de manera transparente y adecuada según un calendario definido (IL 17). Evidentemente, esto será una difícil prueba de paciencia para algunas Iglesias locales y un alivio para otras.

Es necesario resistir no sólo a las tentaciones del triunfalismo, el paternalismo, el clericalismo, el fundamentalismo y el tradicionalismo, sino también a un cierto «chiliasmo» – la idea ingenua de que la curación, la reconciliación y el retorno de la credibilidad de la Iglesia están al alcance de la mano, que pueden lograrse rápidamente con unos pocos pasos de reforma, especialmente reformando las estructuras institucionales externas de la Iglesia. El «progresismo» superficial y el tradicionalismo conservador comparten el mismo error fatal: sobrestiman el papel de las estructuras institucionales. Uno promete salvar y sanar a la Iglesia cambiando estas estructuras, el otro manteniéndolas como están. Pero ambos enfoques se quedan en agua de borrajas porque pasan por alto lo que es verdaderamente esencial. Se acusa al «progresismo» de plantear exigencias demasiado radicales. Por el contrario, yo veo su naturaleza problemática en el hecho de que no es lo bastante radical, de que sus propuestas no llegan lo bastante hondo, de que pasan por alto la raíz (radix).

Estoy convencido de que de lo que puede y debe partir la reforma de las estructuras, a lo que debe aspirar y de lo que debe partir permanentemente, es de una transformación interior, de una renovación de la mente según la mente de Cristo (Rom. 12:2; Fil. 2:5). La transformación, la metanoia, fue un tema clave de los primeros sermones programáticos de Jesús y sigue siendo una tarea desafiante y duradera para la iglesia en su conjunto. Esta es la misión, la esencia y la finalidad de la Iglesia; cada cristiano está llamado a esta misión según la medida de su carisma, experiencia y competencia. Vivimos en un tiempo difícil, pero grande.

*Monseñor Tomáš Halík ThD, Dr. h.c. (nacido en 1948 en Praga) es profesor de la Universidad Carolina de Praga, presidente de la Academia Cristiana Checa y párroco de la parroquia Académica. Bajo el régimen comunista, se ordenó sacerdote en secreto en Erfurt (Alemania del Este), y luego sirvió en la «iglesia clandestina». Fue uno de los más estrechos colaboradores del cardenal Tomášek. Tras la caída del régimen comunista en 1989, fue Secretario General de la Conferencia Episcopal Checa. El Papa Juan Pablo II le nombró asesor del Consejo Pontificio para el Diálogo con los No Creyentes (1990); Benedicto XVI le nombró Prelado Pontificio Honorario (2008). Ha recibido numerosos premios académicos, estatales y eclesiásticos nacionales e internacionales, entre ellos el Premio Templeton, el Premio Guardini y el Premio Comenius. Es doctor honoris causa en Teología por las universidades de Erfurt y Oxford. Sus libros se han traducido a 19 idiomas.

Fuente Religión Digital

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“Dos estilos de ser Iglesia”, por Gabriel María Otalora.

Miércoles, 18 de septiembre de 2024
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IMG_7133De su blog Punto de Encuentro:

Con el sínodo de la sinodalidad cada vez más cerca, se acentúan dos maneras de vivir la fe. No es cosa nueva, ya que ocurrió también en la institución eclesial que vivió Jesús de Nazaret. Ya entonces, aquella Iglesia judía se afanaba en preservar la institución como un elemento fundamental en torno al Templo y a todas las normas que identificaban a la comunidad (AT). Lo que vino a expresar Jesús con sus obras de amor y denuncia profética es que las instituciones estaban al servicio de la comunidad, y no al revés. Había que volver a lo esencial del Mensaje -el amor- y expresarlo cada uno en la comunidad para irradiarlo después como Buena Noticia a los demás, sin exclusiones ni excepciones.

Las resistencias fuero tales, que el Amor acabó en la Cruz. Las primeras comunidades eclesiales trabajaron con tesón para que el incipiente Mensaje transformador fuese el catalizador de un renovado y universal Pueblo de Dios. Se afanaron en mantener la vivencia personal y comunitaria como el siglo radical de vida en la fe y de evangelización.

Lo ideal sería adecuar la institución eclesial al ritmo novedoso de la experiencia de fe, pero está claro que somos vasijas de barro que a veces no nos gustan las manos del Alfarero. El problema grave llega con la desproporción y el encastillamiento de la institución eclesial como si fuera el epicentro de la Iglesia. Aquella organización religiosa estaba esclerotizada y pagada de sí misma. Tomaron un camino que les llevó a que su Templo idolatrado quedase arrasado por los romanos pocas décadas después.

Hoy vivimos un tiempo difícil, con una nueva era que se abre sin cerrarse del todo la anterior. Algunos han interpretado que hay que resistir “como sea” sin autocrítica alguna. Con el Papa Francisco se agudizan las dos maneras de entender la fe que señalaba al comienzo de esta reflexión. Frente a su apuesta sinodal de calado transformador, crecen las resistencias, y lo que puede ser peor, el “silencio de los buenos” que ya denunciara Martin Luther King.

No creo que nadie se extrañe si escribo que sobran razones para un cisma en este desabrido tiempo eclesial en el que vivir el Evangelio de verdad puede considerarse un desbarre peligroso en no pocos lugares eclesiales. ¿Peligroso para quién? Pues para los que anteponen a la fidelidad del Mensaje una religiosidad enferma en su formas de poder, vanagloria y hasta dinero, que no celebra lo que deberían mientras tratan de mantener la institución eclesial sin cambios ni autocrítica alguna, pensando en que fuera está el problema y que los malos son los otros. En definitiva, que la sinodalidad es un peligro como fermento de una actitud para recuperar la primacía del Mensaje y de la vivencia en clave de Pueblo de Dios.

Estamos viendo la pasividad sinodal, comenzando por la actitud de muchos obispos que no recuerdan el mandato del Papa en este interregno hasta el sínodo de octubre, de alentar y vivir ese caminar juntos entre diferentes ya, sin esperar a los cambios necesarios que surgirán de la comunidad toda para que todo no siga igual, y la Iglesia -Pueblo e Institución- vuelva a ser el referente del amor cristiano que el Maestro nos enseñó. Quizá les parezca a algunos que escribo “pájaros y flores”. Pues no hay nada mejor que un buen ejemplo que visualice el abismo que existe entre quienes proyectan renovar una Iglesia cristiana de verdad, y quienes se han hecho fuertes entre sus muros, como le pasó a Jesús con buena parte de aquellas autoridades religiosas y civiles que hicieron una religión a su medida:

Me parece un buen ejemplo el contraste entre dos personajes que han influido en la historia de la Iglesia, para bien y para mal. El primero acabó siendo un gran santo, el segundo llegó a ser elegido Papa, pero pronto fue olvidado. Uno llevó un estilo de vida humilde y sencilla, siendo de familia adinerada; llegó a ser un referente universal por su ejemplo y las enseñanzas que nos legó. El otro, de su misma época histórica, educado en la nobleza, se convirtió en un belicoso personaje. El primero era Francisco de Asís.El segundo se llamaba Lotario, convertido en el Papa Inocencio III. Uno se recreaba en el amor de Dios para con todas sus criaturas (Cántico de las criaturas  y alabanzas de Dios mismo), y el otro llegó a ser el Papa más poderoso del Medioevo que soñaba con salvar la Iglesia desde la realeza papal a base de rigorismo y violencia (El desprecio del mundo). Para uno todo es belleza, para el otro todo es horrible y necesita la “guerra santa”. Aquél fue un hombre de paz que triunfó y es modelo de vida. El otro personaje, belicoso y violento, no dudó en llevar a la hoguera a quienes no estaban de acuerdo con él.

Las cosas hoy tienen otros modales, pero los corazones arden de igual manera que en aquél  tiempo: unos de amor y otros de soberbia o indiferencia.  Dos estilos de ser Iglesia. Lo más triste de todo es que los escándalos, la falta de perdón y reparación a tiempo, y la imposible autocrítica, perjudican a las personas que buscan de corazón y no encuentran la Buena Noticia entre nosotros. Al Papa y a quienes luchan de corazón por abrir la institución al amor de Dios se les recordará por sus frutos. Los que buscan su fracaso en beneficio propio, están en su pírrico momento de gloria.

 

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“Tiempo de Beguinatos”, por Carmiña Navia

Martes, 13 de agosto de 2024
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7294406A-6893-4D77-AD92-40BB64D08C49A los círculos de mujeres
que dispersos por el mundo
se apoyan en sus búsquedas.

Hace unos cuantos siglos, el sacro imperio se desmorona, nacen las urbes a lo largo y ancho de Europa disminuyendo la fuerza de los potentes feudos, los grandes monasterios -prácticamente única forma de vida religiosa conocida y practicada- muy lentamente ceden su lugar a las órdenes mendicantes. Se multiplican a lo largo del territorio católico grupos y movimientos calificados como herejes, las pequeñas urbes nacientes tienen demandas nuevas… y un aire de libertad se respira por doquier. En este paisaje nacen las beguinas que van a señalar nuevos caminos a la fe y a la práctica del cristianismo.

Las beguinas, mujeres de profunda experiencia espiritual, que se sienten impulsadas a dedicar su vida al seguimiento del Evangelio y al servicio a los más necesitados, pero no se sienten llamadas a exiliarse en los muros de un monasterio para morir a la dinámicas sociales. No es falta de inclinación a la contemplación, la vida de estas mujeres está atravesada por grandes espacios de oración, contemplación y estudio… Es sin embargo necesidad de “desestructuración”, fuerza de libertad y autonomía, búsqueda de caminos propios…

Pertinente es pensar que hoy vivimos situaciones similares. El tiempo no es cíclico por supuesto, pero hay dinámicas sociales que tienen raíces comunes y regresan más de una vez. La iglesia católica en Europa se desmorona, la vida religiosa está quizás en la crisis más fuerte de su historia, languidecen las vocaciones y las grandes instituciones viven sus finales. Igualmente los seminarios permanecen vacíos y es necesario dedicar esas grandísimas edificaciones a menesteres muy diversos…

Es claro sin embargo que la “buena noticia” del maestro de Galilea no ha sido invalidada, hay en Occidente un renacer muy fuerte de la búsqueda de caminos espirituales que acerquen al Misterio, que lo trasluzcan mínimamente, hay acercamientos a los caminos espirituales del Oriente que tal vez arrojen nuevas luces… Pero también es claro que las instituciones con los muchos siglos a sus espaldas pesan, hay cansancios y decepciones frente a las grandes moles de la tradición. De la misma manera que no es momento de construir enormes catedrales, tampoco es el momento de inscribirse en el peso de los siglos. Las mujeres y los hombres jóvenes de hoy quieren habitar en el mundo “ligeros de equipaje”.

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Es impensable que con el avance en la conciencia femenina y con los muchos logros y conquistas que las mujeres han conseguido en todos los ámbitos: económicos, sociales, profesionales, sexo-afectivos… puedan encontrar una respuesta a sus deseos de entrega o de absoluto en las estructuras de vida religiosa tal como hoy subsisten. Es claro que las mujeres ya no negocian hoy su libertad. Por eso es importante encontrar desde la fe y el mensaje de Jesús formas de vida nueva que transparenten los ideales y el proyecto que el Evangelio nos ofrece.

Por otro lado, los gérmenes ya se perciben aquí y allá. En muchos sitios y espacios liminales las mujeres se juntan para encontrar caminos propios para vivir su fe, sus búsquedas espirituales, sus respuestas al llamado evangélico. No importan las denominaciones o “bautizos”, las mujeres -por toda América Latina- se juntan, física o virtualmente, para trazar sus círculos y hallar sus mediaciones propias. No se acercan tal vez a las parroquias o a las iglesias más formales porque no son bien acogidas… Pero yo me pregunto si las iglesias urbanas en lugar de acercarse a los Centros Comerciales, no tendrían que salir en busca de estos círculos, acercarse a ellos, entender el mensaje que envían y aprender de los signos de los tiempos… tal vez en ellos encontrarían una interlocución enriquecida y válida… Sería una linda y válida forma de vivir la salida de la que habla Francisco. La iglesia, es tiempo ya, puede salir al encuentro de las propuestas e intuiciones femeninas, y acogerlas para aprender de ellas.

IMAGEN REDLas mujeres como parte de sus búsquedas en este siglo en que han conquistado su ciudadanía universal, se reúnen también para encontrar el fondo de sí mismas, para vivir el toque del Misterio desde sus ser más íntimo de mujeres conscientes. Por otro lado, vivimos en un tiempo en que es necesario el “cuidado del amor femenino”… nos rodean situaciones de dolor, de exclusión, del maltrato… la migración en masa requiere de nuevos beguinatos o casas de acogida… Las mujeres potencian su fortaleza moral y su capacidad de amor en círculo, en reunión…

Los grupos de mujeres de hoy tienen un camino abierto ya por sus ancestras, las beguinas, que revolucionaron la iglesia medieval con su herencia, sus vidas, sus palabras. Los beguinatos fueron un espacio privilegiado de la práctica de la sororidad y el affidamento, hay pruebas y testimonios escritos múltiples de ello: las maestras espirituales y sus “hermanas” buscaron juntamente nuevas formas de relación. Y es importante tener muy claro hoy que la sororidad como horizonte y como relación cotidiana, puede salvar el mundo y señalar inéditos caminos para utopías que nos jalonen a otro mundo posible.

Carmiña Navia Velasco

Círculo Espiritual María de Magdala

Cali, Julio de 2024

Fuente Fe Adulta

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¿A mayor progreso económico, político menos fe y religión?

Miércoles, 31 de julio de 2024
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42301465-947E-4AEF-94BA-6BE54ABEC5A6Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre: 

En la fiesta de San Ignacio de Loyola

01.- DATOS BIOGRÁFICOS DE SAN IGNACIO

San Ignacio nace en Loyola, Azpeitia, en 1491. Militar en su juventud, cayó herido en 1521 en combate en la batalla de Pamplona frente a navarros y franceses que apoyaban el reinado de Enrique II de Navarra. En la larga convalecencia de Azpeitia comienza a fraguarse su conversión, que quedaría plasmada en Manresa en 1.522. De esta época data su obra “Ejercicios Espirituales“: especialmente su primera meditación: “Principio y Fundamento”.

Tras una peregrinación a Tierra Santa estudiará teología en Barcelona, Alcalá, Salamanca y París. En la Universidad de la Sorbona de París conoce a Francisco de Jasso y Azpilicueta: San Francisco Javier. Será en París donde se encuentra con un grupo de jóvenes compañeros universitarios: Pedro Fabro, Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás Bobadilla, etc. y en 1.534, el día de la Asunción en una capilla de Montmartre de París hacen los votos con la intención de marchar a Tierra Santa, pero si no podía hacerse este viaje antes de un año, marcharían a Roma para ponerse a disposición del Papa. En 1.540 el papa Paulo III aprueba solemnemente este nuevo movimiento religioso: La Compañía de Jesús, que junto con los “Ejercicios” es la segunda gran obra de San Ignacio. San Ignacio muere el 31 de julio de 1556 en Roma, donde está enterrado en la Iglesia del Gesù, (entre la segunda y tercera etapa del Concilio de Trento).

02.-  “HOY LAS CIENCIAS ADELANTAN QUE ES UNA BARBARIDAD”

Es tradición que el gobierno vasco acuda a la basílica de Loyola por la fiesta de San Ignacio.

Hace todavía no muchos años, (¿20?, más o menos) el diputado general de Guipúzcoa, no entró en la basílica y se quedó dando cuatro pasos por la escalinata de la misma. Alegaba -para quedarse fuera sin entrar al acto religioso- el laicismo en el que viven la sociedad y la política actuales.

Dejando de lado cuestiones como el respeto al pueblo que representa, a la traditio de un pueblo, respeto a la libertad de expresión y admitiendo de buen grado una política y un estado laicos, me preguntaba y me pregunto si esa actitud constituye progreso, avance y mejoría de una comunidad humana, de un pueblo…

También hemos de preguntarnos qué nos ha pasado para que de los tiempos de San Ignacio a hoy se hayan producido estos cambios culturales-religiosos tan brutales y la fe “haya quedado fuera”…

¿A mayor progreso económico, político, cultural, mejor menos fe y religión?

Igualmente podemos preguntarnos si un pueblo es más noble, más sano, más libre cuando dinamita su traditio y su fe.

Yo creo que romper con nuestro pasado no significa progreso ni mejoría.

¿Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad?

03.- PRINCIPIO Y FUNDAMENTO (*)

La primera meditación de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio es -probablemente- la piedra angular y lo más importante de la vida de San Ignacio y de toda existencia humana.

¿Cuál es cimiento de nuestra vida, cuál es el fundamento de la vida, ¿Por qué y para qué vivo?

¿El “principio y fundamento” de la persona y de un pueblo es la patria, la etnia, el desarrollo económico, el nivel de vida, el armamento que posee?

No lo creo.

Podemos tener la mayor y mejor industria del mundo, un altísimo nivel de vida, un bienestar económico y social, pero como no tengamos cabeza: principio y fundamento, perderemos el aliento vital, la piedra angular que fundamente nuestra vida

El principio y fundamento de la existencia es Dios. Quien sabe que viene de Dios y hacia él va, ya sabe mucho y definitivo sobre la existencia

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(*) Principio y Fundamento:

 “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas, cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados”.

(Ejercicios Espirituales, 23)

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En la fiesta de Santa María Magdalena, hoy 22 de julio… María Magdalena ¿por qué nos cuesta llamarla “santa”?

Miércoles, 24 de julio de 2024
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IMG_6364De su blog Fe y Vida:

En 2016 el papa Francisco decretó que la conmemoración de María Magdalena (22 de julio) debía pasar a ser “fiesta litúrgica como el resto de los apóstoles”, llamándola “Apóstola de los apóstoles”. Según explicó el secretario de la Congregación para el Culto Divino de ese momento, esa decisión respondía “al contexto actual que requiere una reflexión más profunda sobre la dignidad de la mujer, la nueva evangelización y la grandeza del misterio de la misericordia divina”. Recordaba que ya Juan Pablo II había prestado atención a la importancia de la mujer en la misión de Cristo y de la Iglesia, poniendo énfasis en la figura de María Magdalena como primera testiga de la resurrección y quién anunció a los apóstoles ese acontecimiento. Por esto se afirma, en el decreto que, “Santa María Magdalena es un ejemplo de evangelización verdadera y auténtica, es decir, una evangelista que anuncia el gozoso mensaje central de Pascua”.

Sin embargo, esta recuperación de la figura de María Magdalena todavía no ha penetrado suficientemente en el imaginario y en la creencia de la mayoría de los cristianos. Persiste lo que se afirmó de ella durante siglos:  pecadora (prostituta) a la que Jesús había perdonado. Esta imagen de María Magdalena surgió por haberla identificado con la pecadora arrepentida que entra en casa de Simón el fariseo (Lc 7, 36-50) y con María la hermana de Lázaro y Marta, la cual también unge a Jesús (Jn 12, 1-8). Cuando el texto de Lucas se refiere “a algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios” (8.2), está queriendo decir que fue curada de su enfermedad -probablemente muy grave -de ahí los siete demonios-, pero en ningún momento refiriéndose a su condición moral.

Aunque en la actualidad hay muchos estudios sobre María Magdalena, no se han concretado, en la práctica, todas las consecuencias que la correcta interpretación bíblica sobre ella trae para las mujeres en la Iglesia. La primera, es el reconocimiento de María Magdalena al mismo nivel que los apóstoles. De hecho, ella -y otras mujeres- le siguieron desde Galilea hasta Jerusalén, condición que luego se invoca en el libro de Hechos de los Apóstoles para nombrar al apóstol en reemplazo de Judas (Hc 1,21). Por lo tanto, no debería costar tanto imaginar a las mujeres formando parte del colegio apostólico. Tenemos la certeza que María Magdalena fue Apóstola y así lo celebramos.

Otra consecuencia es que siendo la primera evangelizadora no hay razón para no tomar las enseñanzas de las mujeres con el mismo valor que la de los varones. Todavía cuesta aceptar la enseñanza teológica impartida por mujeres en seminarios y facultades de teología. Por supuesto, algo ha cambiado y más mujeres son reconocidas en el ámbito teológico y en el servicio eclesial. Sin embargo, su participación sigue siendo pequeña, nada equitativa con respecto al número de varones que ocupan dichos espacios, ni sus logros académicos y pastorales son tomados con la misma seriedad, interés y respeto que tantas veces se toma el aporte de los teólogos y de los clérigos.

Quiero hacer notar, además, las pocas veces que damos a María Magdalena el título de “santa”. Efectivamente, ella lo es y así la podríamos llamar para seguir borrando esa imagen tan invocada de prostituta y que ha contribuido a identificar a las mujeres con los pecados referidos a la sexualidad. No sólo no hay muchos esfuerzos por llamarla santa, como tampoco de resaltar demasiado su fiesta. Sería una ocasión propicia para posicionar la verdad sobre ella. Mucho menos hay interés en llamarla Apóstola, ni primera evangelizadora aunque tres evangelistas relatan el envío que Jesús le hace para que anuncie a los discípulos su resurrección (Mc 16, 7; Mt 28, 7; Jn 20, 17) e, incluso Lucas, quien progresivamente fue invisibilizando el papel de las mujeres en su evangelio, de todas maneras, no deja de constatar que son las mujeres las que anuncian esa buena noticia a los apóstoles, colocando a María Magdalena en primer lugar (Lc 24, 9).

Últimamente se ha utilizado su figura -en la literatura y en el cine- para mostrarla como compañera de Jesús o resaltando su protagonismo en la primera comunidad, con el fin de contrarrestar la figura de Pedro. Pero, ninguna de estas dos aproximaciones, están en la Biblia.

En tiempos de trabajar por una Iglesia sinodal, seguir visibilizando a María Magdalena en los roles que verdaderamente tuvo al lado de Jesús y en la naciente comunidad cristiana, ayudará significativamente a acelerar la participación plena de las mujeres en la Iglesia. Por eso, es de desear que esta celebración de su fiesta, el próximo 22 de julio, podamos vivirla con más profundidad, sintiendo así que no es una rareza que 50 mujeres voten en el próximo sínodo sino, por el contrario, lo extraño es que no haya muchas más mujeres en esos niveles de decisión donde se gesta el futuro de la Iglesia, esta misma Iglesia que sin el primer anuncio hecho por María Magdalena, tal vez nunca habría existido.

Cabe anotar, finalmente que, a pesar de las resistencias al lenguaje inclusivo en algunos círculos eclesiásticos (y sociales), fue Santo Tomás quien habló de ella como “apóstola” y el Decreto de su fiesta mantiene ese término en femenino. Sería bueno, dejar las resistencias y acostumbrar nuestros oídos a los términos femeninos que permiten visibilizar a las mujeres. Sin darnos cuenta pronto esas palabras nos sonarían igual de normales que todos los términos que hasta hoy se han ido creando en nuestro lenguaje.

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“Las mujeres seguimos siendo ‘una piedra en el zapato eclesial'”, por Consuelo Vélez.

Lunes, 15 de julio de 2024
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De su blog Fe y Vida:

“Sin novedad, el Instrumentum laboris para la próxima Asamblea Sinodal”

“Las mujeres, como siempre, son el complemento: para presentar a los ponentes o para dar algún “testimonio”. Pero aquello que es central y fundamental, sigue en manos del clero”

“Sabemos que en el aula sinodal hay varias mujeres que afirman que no necesitan de más apertura de la que hay. Pero las preguntas son obvias: ¿Quiénes están allí? ¿por qué fueron invitadas?”

“Es demasiado difícil que quien está ejerciendo un cargo, repiense su cargo, reconozca que hay que transformarlo y se disponga a afrontar algo nuevo”

“La iglesia institución, se mantendrá al margen de este caminar y cuando se dé cuenta, no habrá muchos que estén esperando su respuesta. Pero los que nos dedicamos explícitamente a estas reflexiones, seguimos insistiendo y empujando a ver si algún día los pasos se acompasan”

Ya se intuía que el Instrumentum laborispara la próxima asamblea en Roma en octubre 2024, del sínodo sobre la sinodalidad, no tendría mucha novedad. Y, al leerlo, se confirma la intuición. En realidad, presenta la fundamentación eclesiológica de una iglesia sinodal ante lo cual nada que añadir, haciendo los énfasis que conocemos y que ha de ponerse en práctica: más participación laical por la dignidad bautismal y un ejercicio diferente del ministerio ordenado, incluido el papado para dar un testimonio más creíble de una iglesia con participación y corresponsabilidad de todos sus miembros.

Pero hagamos algunos comentarios para seguir pensando cuál es la realidad eclesial que pretendemos reformar y lo difícil que sigue siendo. A muchas personas les llamó la atención que el documento fuera presentado sólo por clérigos. Algún periodista en esa presentación, cuestionó ese hecho, pero la respuesta fue la justificación internalizada que tienen los que coordinan el sínodo, expresado más o menos así: somos los que dirigimos esto, por eso estamos aquí. Es decir, ni siquiera pasa por sus cabezas el comenzar a romper las formas de funcionar existentes para ir concretando la sinodalidad. Las mujeres, como siempre, son el complemento: para presentar a los ponentes o para dar algún “testimonio”. Pero aquello que es central y fundamental, sigue en manos del clero.

Algo rescatable del documento, es constatar que las mujeres seguimos siendo “una piedra en el zapato eclesial” y por eso hay bastantes referencias al papel de las mujeres en la Iglesia, pero siempre dando vueltas a lo mismo: abrir espacios a las mujeres, pero “lejos” del ministerio ordenado. Y pareciera que la iglesia es consciente de que, sin abrir espacios a las mujeres, la institución eclesial no puede ser “creíble, de ahí, que justifiquen, por un lado y por otro, tal vez para convencernos, de la importancia de las mujeres y de todos los espacios que podemos ocupar, sin que sigamos insistiendo en los ministerios ordenados.

Quien sabe si esta insistencia que no se está pudiendo ocultar, logre cambiar, ojalá más temprano que tarde, esa barrera frente a la participación plena de las mujeres en la Iglesia. Veremos cómo sigue este camino. Sabemos que en el aula sinodal hay varias mujeres que afirman que no necesitan de más apertura de la que hay. Pero las preguntas son obvias: ¿Quiénes están allí? ¿por qué fueron invitadas? ¿qué puesto ya “de hecho” ocupan en la instancia eclesial? Nada que ver con la multitud de escritos y conferencias que teólogas y mujeres comprometidas con la vida eclesial dan por el mundo pidiendo esa participación plena. Pero pocas de estas voces, consiguen asomarse en esos muros vaticanos.

El documento afirma que las asambleas continentales han sido una experiencia muy positiva para las conferencias episcopales que nunca se habían reunido de esa forma. Podrían haber recogido la rica y valiosa experiencia de la iglesia latinoamericana con sus cinco conferencias episcopales. Pero no pareciera que la iglesia de este continente fuera muy relevante. Más aún, si se revisa el nombre de los integrantes de los equipos y comisiones nombrados para el sínodo y para continuar con la reflexión de los temas que el Papa considera, necesitan más estudio, la presencia latinoamericana no es muy significativa. Nuestra iglesia sigue siendo muy eurocéntrica y lo periférico es solo una pequeña “muestra”.

Viendo la constitución de las diez comisiones y su referencia a los dicasterios romanos que Francisco propuso, recordé que en los inicios del Concilio Vaticano II se pensó en encomendar a cada dicasterio romano la temática que le correspondería, facilitando la reflexión y, de esa manera, el Concilio terminaría pronto. Cuando se determinó que no fuera así, -mirándolo desde el hoy-, se constata como esa desinstalación permitió dar los frutos de ese concilio.

 Haciendo analogía con el momento actual, me pregunto si algo nuevo podrá salir de allí. Es demasiado difícil que quien está ejerciendo un cargo, repiense su cargo, reconozca que hay que transformarlo y se disponga a afrontar algo nuevo. Sinceramente, aunque no es imposible, me parece muy difícil que estas estructuras logren movilizarse y veremos, si de aquí a junio del 2025 -fecha en la que dijeron, estas comisiones darían sus resultados- alguien recuerda que se estaba estudiando y celebra sus resultados.

El documento nombra cinco veces a los “pobres” y la necesidad de escucharlos. Se refiere una vez a los migrantes y una vez la “casa común”. Pero el grito de los pobres es un “tema” para estudiar en una de las comisiones y su rostro “múltiple” no se explicita. Dice que hay que incluir a todos, pero es incapaz de nombrar a la diversidad sexual que con tantos rechazos se encuentra en la vida eclesial. Refiriéndose a las mujeres señala que hay que prestar atención al lenguaje en las imágenes bíblicas, predicaciones, catequesis, etc. Esto es muy positivo, la lástima es no decir lenguaje “inclusivo, para responder a tantos, en la sociedad y en la iglesia, que rechazan este término.

Claramente se ha explicitado que el sínodo es sobre la sinodalidad y por eso las “particularidades” se dejan para los “expertos” que las estudien en otro momento. No parece la consecuencia lógica con la etapa de escucha en la que se expresaron todas las particularidades -que son más que eso, porque son estructuras de poder que desdicen de la Iglesia- y frente a las cuáles la gente se ilusionó que fueran tratadas y se dieran respuestas adecuadas.

En fin, en la práctica, la mayoría del Pueblo de Dios no tiene mucho interés en este proceso sinodal. Independiente de lo que se diga en el centro eclesial, la gente sigue viviendo su fe y abriendo nuevos caminos para entenderla, expresarla y celebrarla. Y una vez más, la iglesia institución, se mantendrá al margen de este caminar y cuando se dé cuenta, no habrá muchos que estén esperando su respuesta. Pero los que nos dedicamos explícitamente a estas reflexiones, seguimos insistiendo y empujando a ver si algún día los pasos se acompasan. De ahí este escrito, aunque sea para decir lo difícil que resulta la reforma de la Iglesia.

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Los fue enviando

Domingo, 14 de julio de 2024
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(Pedro Casaldáliga en un viaje por la región del Araguaia (más grande que todo Portugal) en camión.)

YO, PECADOR Y OBISPO, ME CONFIESO

Yo, pecador y obispo, me confieso
de haber llegado a Roma con un bordón agreste;
de sorprender el Viento entre las columnatas
y de ensayar la quena a las barbas del órgano;
de haber llegado a Asís,
cercado de amapolas.

Yo, pecador y obispo, me confieso
de soñar con la Iglesia
vestida solamente de Evangelio y sandalias,
de creer en la Iglesia,
a pesar de la Iglesia, algunas veces;
de creer en el Reino, en todo caso
-caminando en Iglesia-.

Yo, pecador y obispo, me confieso
de haber visto a Jesús de Nazaret
anunciando también la Buena Nueva
a los pobres de América Latina;
de decirle a María: «¡Comadre nuestra, salve!»;
de celebrar la sangre de los que han sido fieles;
de andar de romerías…

Yo, pecador y obispo, me confieso
de amar a Nicaragua, la niña de la honda.
Yo, pecador y obispo, me confieso
de abrir cada mañana la ventana del Tiempo;
de hablar como un hermano a otro hermano;
de no perder el sueño, ni el canto, ni la risa;
de cultivar la flor de la Esperanza
entre las llagas del Resucitado.

*

Pedro Casaldáliga,
Todavía estas palabras. 1994

*

En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió:

– “Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.”

Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

*

Marcos 6, 7-13

***

discipulo-amado

El mensaje y la actividad de los mensajeros no se distinguen en nada de la de Jesucristo. Han participado de su poder. Jesús ordena la predicación de la cercanía del Reino de los Cielos y dispone las señales que confirmarán este mensaje. Jesús manda curar a los heridos, limpiar a los leprosos, resucitar a los muertos, expulsar los demonios. La predicación se convierte en acontecimiento, y el acontecimiento da testimonio de la predicación.

Reino de Dios, Jesucristo, perdón de los pecados, justificación del pecador por la fe, todo esto no significa sino aniquilamiento del poder diabólico, curación, resurrección de los muertos. La Palabra del Dios todopoderoso es acción, suceso, milagro. El único Cristo marcha en sus doce mensajeros a través del país y hace su obra. La gracia real que se ha concedido a los discípulos es la Palabra creadora y redentora de Dios.

        Puesto que la misión y la fuerza de los mensajeros sólo radican en la Palabra de Jesús, no debe observarse en ellos nada que oscurezca o reste crédito a la misión regia. Con su grandiosa pobreza, los mensajeros deben dar testimonio de la riqueza de su Señor. Lo que han recibido de Jesús no constituye algo propio con lo que pueden ganarse otros beneficios. «Gratuitamente lo habéis recibido». Ser mensajeros de Jesús no proporciona ningún derecho personal, ningún fundamento de honra o poder. Aunque el mensajero libre de Jesús se haya convertido en párroco, esto no cambia las cosas. Los derechos de un hombre de estudios, las reivindicaciones de una clase social, no tienen valor para el que se ha convertido en mensajero de Jesús. «Gratuitamente lo habéis recibido». ¿No fue sólo el llamamiento de Jesús el que nos atrajo a su servicio sin que nosotros lo mereciéramos? «Dadlo gratuitamente». Dejad claro que con toda la riqueza que habéis recibido no buscáis nada para  vosotros mismos, ni posesiones, ni apariencia, ni reconocimiento, ni siquiera que os den las gracias. Además, ¿cómo podríais exigirlo? Toda la honra que recaiga sobre nosotros se la robamos al que en verdad le pertenece, al Señor que nos ha enviado. La libertad de los mensajeros de Jesús debe mostrarse en su pobreza.

El que Marcos y Lucas se diferencien de Mateo en la enumeración de las cosas que están prohibidas o permitidas llevar a los discípulos no permite sacar distintas conclusiones.

Jesús manda pobreza a los que parten confiados en el poder pleno de su Palabra. Conviene no olvidar que aquí se trata de un precepto. Las cosas que deben poseer los discípulos son reguladas hasta lo más concreto. No deben presentarse como mendigos, con los trajes destrozados, ni ser unos parásitos que constituyan una carga para los demás. Pero deben andar con el vestido de la pobreza. Deben tener tan pocas cosas como el que marcha por el campo y está cierto de que al anochecer encontrará una casa amiga, donde le proporcionarán techo y el alimento necesario.

Naturalmente, esta confianza no deben ponerla en los hombres, sino en el que los ha enviado y en el Padre celestial, que cuidará de ellos. De este modo conseguirán hacer digno de crédito el mensaje que predican sobre la inminencia del dominio de Dios en la tierra. Con la misma libertad con que realizan su servicio deben aceptar también el aposento y la comida, no como un pan que se mendiga, sino como el alimento que merece un obrero. Jesús llama «obreros» a sus apóstoles. El perezoso no merece ser alimentado. Pero ¿qué es el trabajo sino la lucha contra el poderío de Satanás, la lucha por conquistar los corazones de los hombres, la renuncia a la propia gloria, a los bienes y alegrías del mundo, para poder servir con amor a los pobres, los maltratados y los miserables? Dios mismo ha trabajado y se ha cansado con los hombres (Is 43, 24), el alma de Jesús trabajó hasta la muerte en la cruz por nuestra salvación (Is 53,11).

Los mensajeros participan de este trabajo en la predicación, en la superación de Satanás y en ¡a oración suplicante. Quien no acepta este trabajo, no ha comprendido aún el servicio del mensajero fiel de Jesús. Pueden aceptar sin avergonzarse la recompensa diaria de su trabajo, pero también sin avergonzarse deben permanecer pobres, por amor a su servicio.

*

Dietrich Bonhoeffer,
El precio de la gracia. El seguimiento,
Sígueme, Salamanca 1999, pp. 136-138.

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“ ¿Y si dejáramos entrar “aire fresco” a la Iglesia?”, por Consuelo Vélez

Miércoles, 26 de junio de 2024
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IMG_5516De su blog Fe y Vida:

“Si nos remontamos a los orígenes del cristianismo, según el testimonio del libro de Hechos de los Apóstoles, los primeros cristianos vivían unidos y tenían todo en común, nadie pasaba necesidad entre ellos porque los que tenían más, vendían sus bienes para compartir con los más necesitados. Partían el pan en sus casas, tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo y cada día se agregaban más personas a la comunidad”

“Algunos sueñan con aquellas parroquias donde había procesiones, adoraciones, mujeres con la cabeza cubierta, inciensos, novenas, velas, genuflexiones, incluso algunos siguen añorando la misa en “latín” (como si la misa fuera un espectáculo para asistir y no un acontecimiento para vivir y entender lo que se dice) y refuerzan esos modelos antiguos y se sienten orgullosos de practicarlos”

Muchas veces hemos dicho que el pontificado de Francisco ha significado un aire “fresco” para la Iglesia. Sin embargo, no parece que lo fuera para todos y, lamentablemente, menos para aquellos que se dicen más practicantes o más cercanos a la vida parroquial, diocesana o de determinados grupos apostólicos, especialmente, algunos que han surgido últimamente. ¿Por qué sucede esto?

Si nos remontamos a los orígenes del cristianismo, según el testimonio del libro de Hechos de los Apóstoles, los primeros cristianos vivían unidos y tenían todo en común, nadie pasaba necesidad entre ellos porque los que tenían más, vendían sus bienes para compartir con los más necesitados. Partían el pan en sus casas, tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo y cada día se agregaban más personas a la comunidad (2, 44-47).

Este breve relato era el ideal que perseguían estos primeros círculos de discipulado y, aunque sabemos que también había dificultades (por ejemplo, la historia de Ananías y Safira (Hc 5, 1-11) quienes vendieron su casa para poner sus bienes en común, pero decidieron engañar a la comunidad para quedarse con parte del dinero), muchos debieron vivir esa experiencia y, con tanta fuerza, que la iglesia fue creciendo, consolidándose y atrayendo a más y más personas. Siempre ese modelo de la primera comunidad nos sirve de referencia para tomar el pulso de nuestra vivencia eclesial y darnos cuenta de si la alegría y sencillez en torno a la buena noticia del reino de Dios anunciada por Jesús, sigue convocándonos o vamos cayendo en formalismos y actitudes rígidas que, en lugar de convocar, dispersan.

Y algo de eso nos está pasando. Ahora no somos pequeñas comunidades, sino grandes parroquias, países enteros confesando la fe cristiana, una iglesia con mucha organización y proyección universal, con una palabra de autoridad y un influjo todavía importante en el mundo, pero que comienza a convocar poco y a ver disminuir más y más sus filas. Todo grupo necesita “aire fresco” para no anquilosarse, no rutinizarse, no agotarse en sus propias formas y logros adquiridos. Sin embargo, llega un Papa que proyecta una imagen muy positiva a ese mundo más alejado de la fe cristiana, y encuentra, entre algunos cristianos, mucha oposición, desconfianza, crítica, desconcierto. Esto resulta bien contradictorio. Estos cristianos no se dan cuenta de que sus formas ya no están convocando y no entienden que es necesario actualizar la fe, hacerla significativa para cada tiempo presente.

Ante el hecho de ir perdiendo fieles y mayor presencia en las sociedades actuales, en lugar de tener esa actitud propositiva de preguntarse qué es necesario cambiar y cómo puede ser más significativo lo que vivimos para el mundo de hoy, muchos parroquianos se “aferran” a aquello que en otros tiempos dio su fruto pero que ya no dice demasiado. Entonces sueñan con aquellas parroquias donde había procesiones, adoraciones, mujeres con la cabeza cubierta, inciensos, novenas, velas, genuflexiones, incluso algunos siguen añorando la misa en “latín” (como si la misa fuera un espectáculo para asistir y no un acontecimiento para vivir y entender lo que se dice) y refuerzan esos modelos antiguos y se sienten orgullosos de practicarlos. Se creen que están siendo más fieles o piadosos y se sienten más seguros de estar cerca de Dios. Y, por parte de los párrocos, también cierto tipo de ceremonias les hace parecer más importantes, se hacen el centro de la celebración y da la impresión que de esa manera se sienten más apropiados de su ministerio. Por supuesto, hay gente que se siente atraída por esas formas externas y, entonces, parroquianos y clérigos las refuerzan. Pero esto no es suficiente para una vitalidad eclesial.

Otros se aferran a las normas morales, llámase aborto, eutanasia, matrimonio igualitario e, incluso, lo de la bendición a parejas del mismo sexo que causó tanto revuelo hace unos meses. Y organizan marchas, procesiones, protestas para atacar esas realidades que dicen están acabando con la fe.Pero, esas mismas personas que levantan la voz sobre estos temas, se muestran contrarios a la paz, al diálogo, a los programas sociales, a la defensa de los más vulnerables, a la justicia social. Se les ve en las marchas en contra de todo lo anterior. Y no faltan clérigos que desde el pulpito llaman a desacreditar todos los esfuerzos por la construcción de la paz. Por supuesto no han leído la Encíclica Fratelli tutti de Francisco (2020) que aboga por la dimensión de hermandad que hace posible el mundo soñado por Jesús en su anuncio del reino.

El evangelio no es para vivir una fe “intimista”, alejada del compromiso social. No es para vivir “el ojo por ojo, diente por diente”, sino para perdonar 70 veces 7 y estar dispuestos a “volver a empezar” todas las veces que sea necesario en pro de un mundo mejor

El evangelio no es para vivir una fe “intimista”, alejada del compromiso social. No es para vivir “el ojo por ojo, diente por diente”, sino para perdonar 70 veces 7 y estar dispuestos a “volver a empezar” todas las veces que sea necesario en pro de un mundo mejor. No es para aferrarse a las formas externas sino para dejar que el Espíritu “renueve la faz de la tierra (Salmo 104, 30) y “haga nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). El magisterio del papa Francisco -sus exhortaciones y encíclicas- traen un mensaje renovado, unas perspectivas mucho más integrales e integradoras, mucho más comprometidas con la vida -lo que en verdad le interesa a Dios- y no tanto con el “culto” que parece que es lo único que interesa a algunos círculos creyentes. En fin, sea lo que sea, el que ahora haya menos miembros en la Iglesia no es porque Dios no esté convocando, es porque nosotros no somos capaces de “refrescar” la vida, la fe, la esperanza, el amor. Si dejáramos entrar al espíritu de Jesús, con certeza, se renovaría la faz de la Iglesia y así muchos podrían ver una Iglesia que apuesta por la vida y, la vida de todos, “sin miedo a herirse, mancharse, equivocarse” (Evangelii Gaudium n. 44).

 (Foto tomada de: http://colmena.ec/2015/12/26/el-lujo-de-vivir-en-ciudades-con-aire-puro/)

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