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Reconciliando la “Mentalidad Colonizadora” de la Iglesia hacia las Personas LGBTQ+

Lunes, 29 de agosto de 2022
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B5B594F3-3944-46C6-B096-E63A2AC7BD33Mark Guevarra

La publicación de hoy es del colaborador invitado Mark Guevarra. Después de ser despedido como Asociado Pastoral por no revelar el estado de su relación, Mark se ha convertido en un defensor de la inclusión LGBTQ+ en la iglesia. Mark es un estudiante de doctorado en Graduate Theological Union, en Berkeley, California, con interés en la sinodalidad.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el 22º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden leer aquí.

El Papa Francisco se embarcó en un viaje histórico el mes pasado para unirse a los colonos y pueblos indígenas de Canadá en la búsqueda de “reparar el legado de las escuelas residenciales y avanzar en el proceso de reconciliación canadiense”. El sistema de escuelas residenciales, en gran parte administrado por la Iglesia Católica, destruyó sistemáticamente la cultura indígena al asimilar a los niños indígenas a la cultura de los colonos blancos.

Como católico gay, presté mucha atención a las palabras y acciones de Francisco. Veo su enfoque para abordar las escuelas residenciales como un modelo de cómo la iglesia algún día podría reconciliarse con los católicos LGBTQ+ que han sido perjudicados y excluidos.

Desde una perspectiva teológica, la disculpa de Francisco puede verse como un niño nacido de “la madre de todas las virtudes”: la humildad. El evangelio de hoy de Lucas es una parábola de Jesús sobre la humildad. El Catecismo define la humildad como “la virtud por la cual el cristiano reconoce que Dios es el autor de todo bien” (CCC 2259). Bajo esta luz, la humildad no se trata de reconocer cuán humildes somos, sino más bien de reconocer cuán grande es Dios. “La humildad significa vernos a nosotros mismos como Dios nos ve: saber que cada bien que tenemos viene de Dios como puro don”, como dice Santo Tomás de Aquino.

El rechazo del Papa Francisco a la “mentalidad colonizadora” que motivaba los internados es también un rechazo a la arrogancia de la iglesia. La “mentalidad colonizadora” rechazó que se pudiera encontrar algo bueno en las culturas indígenas, y en cambio impuso la cultura cristiana europea. Se suprimieron las lenguas y la religión indígenas, se rechazó su forma de vida, incluida la cantidad de grupos indígenas que aceptaron a personas de 2 espíritus, que viven fuera de un binario de género. Trágicamente, cuando los europeos se pusieron en contacto, no fue, como dijo el Papa Francisco, “una gran oportunidad para lograr un encuentro fructífero entre culturas, tradiciones y formas de espiritualidad.

Me pregunto cómo habrían sido los primeros contactos entre la iglesia y las personas LGBTQ+ si la iglesia buscara humildemente encontrar y aprender del Espíritu Santo activo en sus vidas y relaciones. En cambio, la iglesia institucional ha optado por rechazar las experiencias LGBTQ+, imponer enseñanzas dañinas de la iglesia y condenar las relaciones entre personas del mismo género. ¿Podríamos haber evitado la pérdida de fe de innumerables personas LGBTQ+? ¿Podríamos haber evitado la fractura de las familias? ¿Podríamos haber encontrado una gracia radical y sorprendente en el amor entre personas del mismo sexo?

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Papa Francisco en Canadá

En Canadá, el Papa Francisco lamentó la trágica realidad de que las mentalidades colonizadoras continúan hoy. Citando la exhortación postsinodal del Sínodo sobre la Amazonía, el Papa Francisco expresa: “la colonización no ha terminado; en muchos lugares se ha transformado, disfrazado y encubierto”. Veo que esta mentalidad colonizadora continúa en la iglesia. En lugar de ser encontrados y abrazados, las enseñanzas condenatorias simplemente se reafirman. Como resultado, se sigue infligiendo un gran daño a las vidas, las creencias, las relaciones y la iglesia misma.

En Quebec, una provincia que ha rechazado abrumadoramente su herencia católica, el Papa Francisco exhortó a los Fieles en una homilía a no juzgar a la sociedad secular y reconstruir “erróneamente” un “mundo sacralizado, una sociedad pasada en la que la Iglesia y sus ministros tenían mayor poder y relevancia social.” Más bien, llama a los Fieles a conocer y aprender del secularismo y de la cultura que lo ha adoptado, para volver a proponer creativamente el corazón de la enseñanza cristiana de manera significativa. Esta es la humildad que enseña la parábola del evangelio de hoy. Solo en esta gran humillación, en las palabras del Eclesiástico en la primera lectura, “encontrarás el favor de Dios”. Es solo en esta gran humillación que, en palabras del salmista, los pobres, los necesitados, los huérfanos, las viudas y los marginados encontrarán verdaderamente un hogar.

Como compañero amoroso y padre, hay mucho que le enseñaría a la iglesia. Compartiría cómo es mi relación con Dios. Explicaría cómo los sacramentos y la comunidad de la iglesia podrían nutrir y apoyar esta fe. Mostraría lo difícil que es transmitir a mi hijo una fe que rechaza a los padres en una relación del mismo género. Mencionaría cómo mi familia ha sido desgarrada por su lucha por aceptarme y cómo las parroquias están desgarradas por el despido de trabajadores LGBTQ+ como yo.

La experiencia sinodal diocesana ha sido una experiencia de gran escucha humilde. Muchos informes capturan una imagen completa de las experiencias vividas por los católicos LGBTQ+ en la actualidad. Rezo para que la iglesia deje de lado su “mentalidad colonizadora” sobre el género y la sexualidad, eligiendo en cambio reparar el daño causado para que entre la iglesia y las personas LGBTQ+ pueda haber un “encuentro fructífero entre culturas, tradiciones y formas de espiritualidad”.

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Guevarra con su pareja, el reverendo Mark Chiang (derecha), ministro de la Iglesia Presbiteriana de St. Andrew en Edmonton. (Proporcionada)

—Mark Guevarra, 28 de agosto de 2022

Fuente New Ways Ministry

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Amigo, sube más arriba

Domingo, 28 de agosto de 2022
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*

“Nunca hagas alguna cosa solamente por dar ejemplo a otro, o ganar a otros, porque no sacarás de aquí sino pérdidas para ti.

Haz todas las cosas simple y suavemente, sin tener respeto a otra cosas sino a aplacer a Dios en ellas.

*

Juan de Bonilla,
De prudencia que se debe tener en el amor al prójimo

***

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando.

Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola :

“Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a éste.”Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.

Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.” Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.

Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”

Y dijo al que lo había invitado:

“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado.

Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.

*

Lucas 14, 1. 7-14

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¿Basta con estar convencidos de la misericordia de un Dios que perdona y de nuestra condición personal de pecadores para que se lleve a cabo la reconciliación? No. Falta aún una disposición, un valor que es nuestro o, al menos, es nuestro en cuanto debemos aceptar una invitación interior que viene de Dios […]. Sin conversión no hay reconciliación. La conversión del corazón, entendida como movimiento del hombre que se dirige hacia Dios, que se convierte, es decir, que se mueve hacia Dios con la conciencia de haberse alejado de Dios.

La conversión es un dar marcha atrás, un cambio de ruta, un cambiar la orientación de nuestra propia vida. El pecador es un fugitivo, alguien que vuelve la espalda al Señor, como un pródigo que se va hacia la ilusión de paraísos terrestres. La conversión es un volver a caminar hacia Dios dejando a nuestra espalda muchas ilusiones que se han vuelto amargas y muchas infidelidades que todavía pueden conservar la atracción de la seducción. Eso significa convertirse. No es, por consiguiente, un gesto que se realiza de una vez por todas, sino una actitud permanente de la vida. No nos convertimos el 25 de julio o el 3 de abril, sino que empezamos a convertirnos para no acabar nunca más. La conversión debe invadir todo el compromiso de la vida para ser realmente una actitud viva, una actitud que no hace la historia de ayer, sino que hace la historia de hoy.

Podríamos decir que la conversión es ese presente misterioso, totalmente animado por la gracia del Señor, que hace que, en nuestra vida, el pecado sea cada vez más un pasado, un pasado próximo, un pasado remoto. Algo superado, algo que hemos dejado a nuestra espalda, algo abandonado con el compromiso de la reconciliación, del misterio de la reconciliación, como lo llama el apóstol Pablo. Es el misterio que brota del designio salvífico de Dios, el reconciliador por excelencia, que quiere vivir de verdad en comunión con su criatura, el hombre.

*

Anastasio A. Ballestrero

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“Invitar a los pobres”. 22 Tiempo ordinario – C (Lucas 14,1.7-14)

Domingo, 28 de agosto de 2022
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22-TO-C-600x401Jesús vivió un estilo de vida diferente. Quien quiere seguirlo con sinceridad se siente invitado a vivir de manera nueva y revolucionaria, en contradicción con el modo «normal» de comportarse que observamos a nuestro alrededor.

¿Cómo no sentirnos desconcertados e interpelados cuando escuchamos palabras como estas? «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, porque corresponderán invitándote y quedarás pagado… Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».

Se nos invita a actuar desde una actitud de gratuidad y de atención al pobre, que no es habitual. Se nos llama a compartir sin seguir la lógica de quienes buscan siempre cobrar las deudas, aun a costa de humillar a ese pobre que siempre está en deuda con todos.

Jesús piensa en unas relaciones humanas basadas en un nuevo espíritu de libertad, gratuidad y amor fraterno. Un espíritu que está en contradicción con el comportamiento normal dentro del sistema, que siempre termina abandonando a los más indefensos.

Los seguidores de Jesús hemos de sentirnos llamados a prolongar su estilo de vivir, aunque sea con gestos muy modestos y humildes. Esta es nuestra misión: introducir en la historia ese espíritu nuevo de Jesús; contradecir la lógica de la codicia y la acumulación egoísta. No lograremos cambios espectaculares, y menos de manera inmediata. Pero con nuestra actuación solidaria, gratuita y fraterna criticaremos el comportamiento egoísta como algo indigno de una convivencia sana.

El que sigue de cerca a Jesús sabe que su actuación resulta absurda, incómoda e intolerable para la «lógica» de la mayoría. Pero sabe también que con sus pequeños gestos está apuntando a la salvación definitiva del ser humano.

José Antonio Pagola

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“El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Domingo 28 de agosto de 2022. Domingo 22º Ordinario

Domingo, 28 de agosto de 2022
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47-ordinarioC22 cerezoLeído en Koinonia:

Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29: Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios.
Salmo responsorial: 67: Preparaste, oh Dios, casa para los pobres.
Hebreos 12, 18-19. 22-24a: Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo.
Lucas 14, 1. 7-14: El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.

Es humano el afán de ser, de situarse, de sentir querer estar sobre los demás. Parece tan natural convivir con este deseo que lo contrario se etiqueta en nuestra sociedad de “idiotez”. Quien no aspira a más, quien no se sitúa por encima de los demás, quien no se sobrevalora, es tachado a veces de “tonto” en este mundo tan competitivo.

En nuestra sociedad hay un complejo sistema de normas de protocolo por las que cada uno se debe situar en ella según su valía. En los actos públicos, las autoridades civiles o religiosas ocupan uno u otro lugar según escalafón, observando una rigurosa jerarquía en los puestos. Se está ya tan acostumbrado a tales reglas, que parece normal este comportamiento jerarquizado.

Jesús acaba con este tipo de protocolo, invitando a la sensatez y al sentido común a sus seguidores. Es mejor, cuando se es invitado, no situarse en el primer puesto, sino en el último, hasta tanto venga el jefe de protocolo y coloque a cada uno en su lugar.

El consejo de Jesús debe convertirse en la práctica habitual del cristiano. El lugar del discípulo, del seguidor de Jesús es, por libre elección, el último puesto. Lección magistral del evangelio que no suele ponerse en práctica con frecuencia. No hay que darse postín; deben ser los demás quienes nos den la merecida importancia; lo contrario puede traer malas consecuencias. El cristiano no debe situarse nunca por propia voluntad en lugar preferente.

No sólo no darse importancia, sino actuar siempre desinteresadamente. Jesús denuncia la práctica de aquellos que invitan a quienes los invitan, del “do ut des”, del “te doy para que me des”, y anima a invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos, gente a la que nadie invita, cuando se da un banquete; quien actúe así será dichoso, porque no tendrá recompensa humana, sino divina “cuando resuciten los justos”. Las palabras de Jesús son una invitación a la generosidad que no busca ser compensada, al desinterés, a celebrar la fiesta con quienes nadie la celebra y con aquellos de los que no se puede esperar nada. El cristiano debe sentar a su mesa, o lo que es igual, compartir su vida con los marginados de la sociedad, que no tienen, por lo común, lugar en la mesa de la vida: pobres, lisiados, cojos y ciegos. Quien así actúa sentirá la dicha verdadera de quien da sin esperar recibir.

Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy muestran las reglas de oro del protocolo cristiano: renunciar a darse importancia, invitar a quienes no pueden corresponder; dar la preferencia a los demás, sentar a la mesa de la vida a quienes hemos arrojado lejos de la sociedad.

Quien esto hace, merece una bienaventuranza que viene a sumarse al catálogo de las ocho del sermón del monte: «Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».

Para Jesús adquiere el verdadero honor quien no se exalta a sí mismo sobre los demás, sino quien se abaja voluntariamente. Paradójicamente, se adquiere el verdadero honor no exaltándose a sí mismo sobre los demás, sino poniéndose el último a su servicio. La generosidad se debe compartir con los “pobres” que no pueden pagar con la misma moneda, porque no tienen nada. Honor y vergüenza adquieren en boca de Jesús un contenido diferente: el honor consiste en servir ocupando los últimos puestos y esto ya no es motivo de vergüenza sino señal verdadera de que se está ya dentro del grupo de los verdaderos seguidores de un Jesús que “no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida por muchos”.

Las restantes lecturas de este domingo van en la misma línea del evangelio; en la primera, del libro del Eclesiástico, se dan consejos de sentido común: la conveniencia de proceder siempre con humildad, de hacerse pequeño en las grandezas humanas, de no darse demasiada importancia, tan en la línea del comportamiento y los consejos de Jesús que se ha hecho asequible, menos solemne, menos accesible y ya no se manifiesta, como Dios en el Antiguo Testamento, con señales de fuego, nubarrones, tormenta y estruendo, sino como mediador de la Nueva Alianza, como puente entre la comunidad y Dios. Para llegar a Dios, los cristianos tienen que pasar por Jesús, verdadero camino para el Padre y el único sendero que debe practicar la comunidad cristiana. Él se ha definido en el evangelio de Juan como camino, verdad y vida, o como camino que lleva a la verdad que es y conduce a la vida. Y la vida florece en plenitud cuando está impregnada de amor sin aspavientos ni deseos de protagonismo, cuando se sabe ocupar el único lugar de libre elección del cristiano: el último puesto, para que no haya últimos, para que, como Jesús se propuso, no haya quienes estén arriba y abajo. Maravillosa utopía que nos empuja para conseguir cuanto antes la única aspiración o meta que debe ponerse el cristiano: la de hacer un mundo de hermanos, igualados en el servicio mutuo.

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Dom 28.8.22. Invita a los cojos mancos y ciegos… De una ley cerrada en sí misma (Prov 25) al ministerio universal del reino (Lc 14)

Domingo, 28 de agosto de 2022
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38449856-66AA-4F1C-B9B2-6553CE518C2DDel blog de Xabier Pikaza:

  El libro de Proverbios (Prov) del siglo V-III a.C. interpreta la vida social (y sacral) como banquete jerárquico de rey y de nobles, presidiendo sobre una totalidad rigurosamente  graduada (de grados), desde los más grandes a los más pequeños, por orden (sacramento principal ) de honores, poderes y comidas.

Esa estructura social y sacral (religiosa) no responde a la inspiración primaria de Israel, fundado en el Éxodo de pobres y esclavos y en la comunión profética de todos los hombres. Pero esa estructuración se fue imponiendo en todo el oriente, a partir del siglo V-IV a.C., partiendo de modelos persas y griegos, no judíos. Así lo muestra de un modo ejemplar este pequeño “recordatorio”, dirigido a un judío de clase media:

Prov 25, 6 No te vanaglories ante del rey, ni te entremetas en el lugar de los grandes; 7 porque mejor es que te digan: “Sube acá”, y no que seas humillado ante los noble. No te metas en pleito (ni subas a un lugar que no es tuyo),  porque, ¿qué harás al final, cuando tu prójimo más noble te haya avergonzado? 9 Mantente en tu lugar, y no des a conocer los secretos de los otros. 10 No sea que te deshonre el que te oye, y tu infamia no pueda ser reparada….  

 La infamia (el gran pecado) consiste en romper el orden social, queriendo ocupar el lugar de los más ricos, pues el que es jerarquía Dios ha asignado  cada persona (familia o pueblo) un lugar en la gran mesa del banquete (para la reflexión que sigue retomo ideas del comentario clásico de F. Delitzsch,Sprüche 1876; proverbios,  Clie 2023; las palabras hebreas son indicación erudita, no hace falta entenderlas).

               Prov 25, 6-7No te muestres ante del rey… Este  un proverbio con מלך, rey, como advertencia para no mostrarse arrogante ante reyes y nobles, queriendo ocupar sus puestos en el banquete. Los גּדלים o grandes, a los que no debes acercarte, son aquellos (cf. Prov 18,16), que en virtud de su descendencia y su oficio ocupan un alto lugar de honor en la corte y en la administración de la sociedad. P

             El verbo התהדּר  significa comportarse como הדוּר o נהדּר (vid. Prov 20,29), desempeñando el papel de alguien muy distinguido, rompiendo así el orden social de “dios” que exige que cada uno ocupa su lugar en el conjunto sagrado.  

 La razón dada en Prov 25,7 armoniza con la regla de la sabiduría, un tema sido retomado (y superado)  por Lc 14,10. Mejor es que uno te diga sube aquí, עֲ‍ֽלֵ֫ה הֵ֥נָּה, προσανάβηθι ἀνώτερον (sube más arriba, como en Lucas 14, 10) y no que seas humillado. Tienes que ver por tí mismo y ocupar el lugar que te corresponde en la mesa (en el banquete, en la sociedad), más arriga o más abajo, con poder o sin poderes, con comida abundante o sin comida. Pasar hambre en un mundo de ricos forma parte del orden de Dios.

 Tus ojos han de verlo y tú aceptarlo: Este lugar le pertenece a él (al rico, poderoso), según su rango, y no a mí. Por eso, la humillación que recibas cuando él venga y te expulse tú tengas que descender de ese lugar será mayor. Esa humillación será justa, porque los ojos que tenías para ver a las personas de más honor y calcular tu lugar estaban ciegos.

25, 8No entres apresuradamente en contienda por un puesto superior… pues al fin tendrás que abajarte y ocupar el lugar que te corresponde por orden social y nacimiento.  Este proverbio nos sitúa ante un tema de orden social y religioso: Dios es jerarquía, y obedecer a Dios implica  aceptar el lugar que élte ha asignado en el conjunto, como rey o como esclavo. Por eso, no debes transgredir los límites de la moderación, no te eleves por encima de ti mismo, de aquello que tú  eres, ne te laisse pas emporter.

                 Piensa en lo que pasaría si actúaras rompiendo el orden de conjunto. Al final serás arrojado duera de ese lugar que no es tuyo. Este proverbio es, por tanto, una reflexión sobre aquello que podría pasar en el caso de que el hombre al que se refiere el proverbio quisiera mantener su actitud desafiante ante aquel que tiene más nobleza que él.

25,9-10. Debate tu causa con tu prójimo mismo…. Éste es un doble proverbio muy  importante para conocer el modo de relaciones personales y de honores de la sociedad israelita de ese tiempo, dominada por el espíritu de los grandes imperios, persas o helenistas. Frente a un mundo moderno donde importa más el dinero de cada persona y grupo, aquí es más importante el sistema de honores (sin negar evidentemente la importancia del dinero).

               Estos versos nos sitúan ante una disputa de honores escenificada, conforme a los versos anteriores en un banquete, en el que cada uno debe ocupar su lugar dentro de una jerarquía de dignidades muy bien establecidas, más cerca o más lejos del rey y de los primeros puestos. Cada uno ha de ocupar su lugar, bien establecido por tradición y honor de familia, no sea que llegando uno que es “más honrada” te hagan descender de su puesto. La mesa del banquete es, según eso, la imagen más perfecta de la “gradación social del conjunto”.

              Cada uno ha de mantener su lugar en el conjunto, y ha de hacerlo el silencio, con reverencia, sin protestar. Pues bien, en este momento, tras haberse colocado cada uno en su lugar en la mesa, puede surgir una discusión entre los comensales, una discusión sobre el lugar que debe ocupar cada uno. En este contexto resulta fundamental la conversación de unos con otros,  una conversaicón razonada de forma sacral: Que nadie critique a nadie, que nadie quiera romper el orden del conjunto.

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“Banquete, enseñanza y consejo”. Domingo 22 ciclo C

Domingo, 28 de agosto de 2022
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image“Cuando des un banquete invita a…”

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Después de varios domingos con evangelios complicados y densos de contenido, el de hoy resulta extrañamente fácil de entender. Tan fácil, que parece esconder una trampa.

Un banquete con trampa

Un sábado, no se dice dónde, uno de los principales fariseos invita a Jesús a comer y él acepta la invitación. Cuando llega a la casa le sale al encuentro un hidrópico. (La hidropesía consiste en la retención de líquido en los tejidos, sobre todo en el vientre, aunque también se da en los tobillos y muñecas, brazos y cuello.) Todos los invitados fariseos espían a Jesús para ver qué hará en sábado. ¿Lo curará, contraviniendo el descanso sabático, o lo dejará que siga enfermo? No me detengo en contar lo ocurrido, fácil de imaginar, porque la liturgia ha suprimido esta primera escena (Lucas 14,2-6).

Primera parte: una enseñanza

El evangelio de este domingo comienza contando lo ocurrido a continuación. En cuanto termina el espectáculo del milagro, todos los invitados corren a ocupar los primeros puestos, y Jesús aprovecha la ocasión para dar una enseñanza a los asistentes y un consejo al que lo ha invitado.

 

            Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a éste. “Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.”
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.» 

Estas palabras resultan desconcertantes en boca de Jesús: aconseja un comportamiento puramente humano, una forma casi hipócrita de tener éxito social. Por otra parte, la historieta no encaja en nuestra cultura, ya que cuando nos invitan a una boda nos dicen desde el primer momento en qué mesa debemos sentarnos. Pero hace veinte siglos, conseguir uno de los primeros puestos era importante, no sólo por el prestigio social, sino también porque se comía mejor. Marcial, el poeta satírico nacido en Calatayud el año 40, que vivió parte de su vida en Roma, ironizó sobre esas tremendas diferencias.

Por consiguiente, lo que a nosotros puede parecer una historieta anticuada y poco digna en boca de Jesús, reflejaba para los lectores antiguos una realidad cotidiana divertida, que los llevaba, casi sin darse cuenta, a la gran enseñanza final: Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. El uso de la voz pasiva (“será humillado, será enaltecido”) es un modo de evitar nombrar a Dios, pero los oyentes sabían muy bien el sentido de la frase: “Al que se enaltece, Dios los humillará, al que se humille, Dios lo enaltecerá”. Naturalmente, ya no se trata de la actitud que debemos adoptar cuando nos inviten a una boda, sino una actitud continua en la vida y ante Dios. Pocos capítulos más adelante, Lucas propondrá en la parábola del fariseo y del publicano un ejemplo concreto, que termina con la misma enseñanza.

            “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, el otro recaudador. El fariseo, en pie, oraba así en voz baja: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador. Ayuno dos veces por semana y pago diezmos de cuanto poseo. El recaudador, de pie y a distancia, ni siquiera alzaba los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten piedad de este pecador. Os digo que éste volvió a casa absuelto y el otro no. Porque quien se enaltece será humillado, quien se humilla será enaltecido” (Lucas 18,10-14).

Segunda parte: un consejo

            A continuación, dirigiéndose al que lo ha invitado, le dice:

            Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. 

            Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos.

            Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.

Esta segunda intervención de Jesús resulta también atrevida y desconcertante. En las sociedades agrarias, como la del imperio romano, «pobres, lisiados, cojos y ciegos», al no poder trabajar, formaban parte del estrato más bajo, la clase de los despreciables. Y, desde un punto de vista religioso, estas personas quedaban excluidas en Israel de ciertas funciones sacerdotales o de la pertenencia a la comunidad de Qumrán.

Por consiguiente, Jesús se manifiesta en contra de las normas sociales y religiosas vigentes. Pero hay otro aspecto fundamental en sus palabras: lo importante no es lo que obtenemos en esta vida, sino lo que nos darán en la otra. Lo mismo que dice a propósito de la limosna, la oración y el ayuno en el Sermón del monte, cuando contrapone la recompensa efímera que se consigue en la tierra con la perenne que Dios da (Mateo 6,1-18).

La referencia a la «resurrección de los justos» no significa que solo ellos vayan a resucitar. La expresión solo aparece otras dos veces, y en ambas ocasiones va acompañada de la resurrección y castigo de los malvados. Pablo dice al gobernador Félix que «habrá resurrección de justos e injustos» (Hechos 24,15). Y el cuarto evangelio: «los que obraron bien obtendrán una resurrección de vida, los que obraron mal una resurrección de juicio» (Juan 5,29).

Primera lectura (Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29)

Contiene cuatro consejos; los dos primeros empalman directamente con el tema del evangelio.

            Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso.

          Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes. 

            No corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta.

           El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará. 

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Domingo XXII del Tiempo Ordinario. 28 agosto 2022

Domingo, 28 de agosto de 2022
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“Cuando alguien te invite a una fiesta de bodas, no te sientes en el lugar principal no sea que llegue otro invitado más importante que tú,  y el que os invitó a los dos venga a decirte: ‘Deja tu sitio a este otro. Entonces tendrás que ir con vergüenza a ocupar el último asiento.”

(Lc 14, 1.7-14)

El puesto de nuestro Corazón.

Al leer este evangelio me llama la atención el gran conocimiento que tenía Jesús de las sombras que habitan el corazón humano. Su  explicación es certera y práctica utilizando nuestras categorías humanas para hacerse comprender.

Me llama la atención que Jesús no explique que no es bueno ocupar el primer lugar, porque es un endiosamiento y es un vivir fuera de quienes somos, moviéndonos por la apariencia, la posición social, el qué dirán, y que eso no otorga la paz.

En cambio hace un paralelismo…y dice “si llega otro invitado más importante que tú, el dueño de la casa te dirá que dejes ese lugar”, y esa es la explicación que entendemos porque nos movemos dentro de categorías de bueno, mejor, más poder, más tener…

A mi entender actuamos así porque funcionamos desde nuestra mente. Dentro de unos patrones culturales aprendidos, marcados por nuestra sociedad y familia. Sin embargo ello no nos otorga la felicidad, sino la esclavitud de vivir según los roles establecidos.

Funcionamos según la “idea”, “el concepto mental”  de lo que nos otorgará la felicidad. Sin embargo, Jesús nos habla de vivir en el interior donde la idea no tiene poder. De sentirnos a gusto con quienes somos, disfrutando el instante, sin categorías, siendo nosotros. Y para disfrutar de nosotros no necesitamos ocupar puestos “especiales” según las clases sociales. Necesitamos ocupar el puesto de vivir en nuestro corazón, donde quien otorga “el poder” es nuestra capacidad de amar.

Quien ama no se mueve por categorías humanas, las del endiosamiento, si no por “desaprendizajes” egoícos, que conllevan la entrega y el servicio, entonces somos en la medida que dejamos a los demás ser un@  en nosotr@s. “ El Padre y yo somos uno” ( Jn 10,30).

Oración

Jesús, maestro de la desidentificación de patrones mentales,

enséñanos la sabiduría de descubrirnos plen@s en nosotr@s mism@s,

sin tener que representar ningún papel, ocupando puestos que nos descentren de Ti.

Te lo presentamos a Ti, Padre de la Vida, por medio de Jesús tu Hijo,

y mediante la fuerza y la ternura de la Santa Ruah.

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Ser más o ser menos, atañe solo al ego.

Domingo, 28 de agosto de 2022
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E
Lc 14,1.7-14

Hoy tiene mucha importancia el contexto. Un fariseo invita a Jesús a comer. Los judíos hacían los sábados una comida especial a medio día, al terminar la reunión en la sinagoga. Aprovechaban la ocasión para invitar a alguna persona importante y así presumir ante los demás invitados. Jesús era ya una persona muy conocida y muy discutida. Seguramente la intención de esa invitación era comprometerle ante los demás invitados. Como aperitivo, Jesús cura a un enfermo de hidropesía, con lo cual ya se está granjeando la oposición general (era sábado).

En el texto encontramos dos parábolas. Una se refiere al invitado, otra al anfitrión. Se trata de la relación que inicias tú y la que inicia el otro contigo. En la primera no se trata de un consejo para tener éxito, pero toma ejemplo de un sentimiento generalizado para apoyar una visión más profunda de la humildad. Jesús aconseja no buscar los honores y el prestigio ante los demás como medio de hacerse valer. Condena toda vanagloria por contraria a su mensaje. El texto conecta con el final del domingo pasado: Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.

La segunda encierra un matiz diferente. No quiere decir Jesús que hagamos mal cuando invitamos a familiares o amigos. Quiere decir que esas invitaciones no van más allá del egoísmo amplificado. Esa actitud no es signo del amor evangélico. El amor que nos pide Jesús tiene que ir más allá del puro instinto, del interés. La demostración de que se ha entrado en la dinámica del Reino está en que se busca el bien de los demás sin esperar nada a cambio. La frase “dichoso tú porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resucites los justos”, puede entenderse como una estrategia para que te lo paguen más allá. Esta dinámica no tiene nada de cristiana.

En ambos casos, Jesús nos propone una manera distinta de entender las relaciones humanas. Jesús trastoca comportamientos que tenemos por normales, para entrar en una dinámica nueva, que nos debe llevar a cambiar la escala de valores del mundo. Ser cristiano es, sencillamente, ser diferente. No se trata de renunciar a ser el primero. Todo lo contrario, se trata de asegurar el primer puesto en el Reino, buscando el bien de la persona y no solo de la parte biológica. “El que quiera ser primero que sea el último y el servidor de todos”. Jesús no critica el que queramos ser los primeros, lo que rechaza es la manera de conseguirlo.

Ojo con la falsa humildad. Dice Lutero: La humildad de los hipócritas es el más altanero de los orgullos. Existen dos clases de falsa humildad. Una es estratégica. Se da cuando nos humillamos ante los demás con el fin de arrancar de ellos una alabanza. Otra es sincera, pero también nefasta. Se da en la persona que se desprecia a sí misma porque no encuentra nada positivo en ella. No es fácil escapar a esos excesos que han dado tan mala prensa a la humildad. Ninguno de los grandes filósofos griegos (Sócrates, Platón, Aristóteles) elogiaron la humildad como virtud; y Nieztsche la consideró la mayor aberración del cristianismo.

No hay que hacer nada para ser humilde. Es reconocer que eres lo que eres, sin más. Ni siquiera tendríamos que hablar de ella, bastaría con rechazar todo orgullo, vanidad, jactancia, vanagloria, soberbia, altivez, arrogancia, etc. Se suele hacer alusión a Sta. Teresa; pero la inmensa mayoría demuestran no entenderla cuando dicen: “humildad es la verdad”. Ella dice: “humildad es andar en verdad”. Se trata de conocer la verdad de los que uno es, y además vivir (andar en) ese realidad. También se entiende mal la frase de Jesús, “yo soy la verdad”, cuando se interpreta como obligación de aceptar su doctrina. No, Jesús está diciendo que es auténtico.

Siempre que se violenta la verdad, sea por defecto sea por exceso, se aleja uno de la humildad. No se trata de que nos convenzan de que somos una mierda. Se trata de descubrir nuestro auténtico ser. Humildad es aceptar que somos criaturas, con limitaciones, sí; pero también con posibilidades infinitas, que no dependen de nosotros. Ninguno de los valores verdaderamente humanos debe ser reprimido en nombre de una falsa humildad. No se trata de creerse ni superiores ni inferiores. Si la humildad me lleva a la obediencia servil, no tiene nada de cristiana. Muchas veces se ha apelado a la humildad para someter a los demás a la propia voluntad.

Un conocimiento cabal de lo que somos nos alejaría de toda vanagloria. No se trata de un conocimiento analítico desde fuera, sino interior y vivencial. Para conocerse, hay que tener en cuenta al ser humano en su totalidad. Eso sería la base de un equilibrio psíquico. Sin conocimiento no hay libertad. La humildad no presupone sometimiento o servidumbre a nada ni a nadie. Sin libertad ninguna clase de humanidad es posible. Tampoco la soberbia es signo de libertad, porque el hombre orgulloso está más sometido que nadie a la tiranía de su ego.

La mayoría de las enfermedades depresivas tienen su origen en un desconocimiento de sí mismo o en no aceptarse como uno es, que viene a ser lo mismo. Ninguna de las limitaciones que nos afectan puede impedir que alcancemos nuestra plenitud. Las carencias forman parte de mí. Las accidentales no pueden desviarme de mi trayectoria humana. Una visión equivocada de sí mismo ha hundido en la miseria a muchos seres humanos. Caen en una total falta de estima y en la pusilanimidad destructora. Ser humilde no es tener mala opinión de sí mismo ni subestimarse. Avicena dijo: “Tú te crees una nada, y sin embargo, el mundo entero reside en ti”.

El orgulloso no necesita que nadie le eche en cara su soberbia ni que le castiguen por su actitud. Él mismo se deshumaniza al despreciar a los demás. Tampoco es necesario que el humilde reciba ningún premio. Si no espera nada de su actitud o, mejor aún, si ni siquiera se da cuenta de su humildad, es que de verdad está en la dinámica del evangelio. La humildad va de arriba abajo. La humildad ante los superiores, la mayoría de las veces, es sometimiento y servilismo. No es humilde el que reconoce la grandeza del superior sino el que reconoce la grandeza del inferior.

La humildad no se predica, se practica. Si sientes la necesidad de parecer humilde es que no lo eres. Constantemente estamos engañándonos a nosotros mismos al creernos más que los demás. Las mentiras más comunes son las que nos decimos a nosotros mismos. Es también la que más daño nos puede hacer, porque no permite que los demás te saquen del error. Hacer las cosas lo mejor que sé no es ninguna garantía de verdad, siempre hay una manera mejor de hacerlas que ni siquiera intento descubrir. Debo estar alerta para no caer en la trampa.

Meditación-contemplación

Tú eres más de lo que crees ser.
Nada ni nadie te puede impedir alcanzar esa meta.
No tienes que hacer nada, ni conseguir nada.
Todo lo que pretendes alcanzar, ya lo tienes.
Todo lo que pretendes ser, ya lo eres.
Solamente tienes que tomar conciencia de ello.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La felicidad

Domingo, 28 de agosto de 2022
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pobre-ayuda

Lucas 14, 7-14

«Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»

La felicidad es el fin último del ser humano, y todos nuestros actos, sean conscientes o inconscientes, están orientados a ella. Quizá sea ésta la razón por la que Jesús alterna su profundo mensaje teológico con consejos prácticos de mera sabiduría de la vida, como ocurre en el texto de hoy y como ocurre en otros muchos textos. Entre ellos cabe destacar los recogidos en los capítulos quinto y sexto de Mateo, donde se muestran los criterios de Jesús en materia de felicidad: «Cuánto más felices seríais si…»

Vamos pues a detenernos a hablar de la felicidad, y la primera consideración es que cuando preguntamos a dos personas si se consideran felices, nos van a contestar a cosas diferentes, porque hay mil concepciones distintas de la misma y cada uno de nosotros tenemos la nuestra. Algunos, abriendo mucho el concepto, la definen como cualquier situación de “satisfacción y contento”, mientras que otros lo restringen y la definen como un estado de “plenitud y armonía del alma”.

Si entendemos la felicidad como simple situación de satisfacción, podemos buscarla fuera de nosotros o dentro de nosotros. Fuera de nosotros existen infinidad de cosas capaces de provocarnos sensaciones gratas, y dentro de nosotros podemos generarla al sentirnos importantes, virtuosos, listos o eficaces… No es difícil encontrarla.

Pero concebida como plenitud, es algo que sentimos circunstancialmente; algo que no somos capaces de abarcar ni comprender y mucho menos aprehender, lo que nos mueve a pensar que se trata de una realidad ontológica que nos supera; un eslabón que nos une a algo muy superior en ciertos momentos de nuestra vida. No sabemos cuándo se va a presentar o dónde buscarla, y aún en el momento en que nos sentimos felices, no sabemos en qué consiste ni cuánto va a durar. Sin duda, sobre nuestro cerebro estarán actuando un aluvión de estímulos, pero ésa no puede ser la causa de la felicidad, sino la consecuencia; la respuesta somática a un estado del ánimo superior provocado por causas que se nos escapan.

Muchos de nosotros aspiramos solo a pasar por la vida con un alto grado de bienestar, pero hay personas que piensan que la vida es un don demasiado valioso para gastarlo en pequeños o grandes egoísmos. Buscan la felicidad en el compromiso con el bien común o la causa de los más desfavorecidos, y condicionan su felicidad a la felicidad de todos. Son personas que se sienten portadoras de una misión y que contribuyen de forma determinante al progreso de la humanidad.

Esta actitud ante la vida es capaz de generar en nosotros la auténtica felicidad, la que definíamos como “plenitud del alma” (del ánimo), y la experiencia nos dice que solo se alcanza a través del ejercicio de nuestra humanidad; es decir, de nuestra capacidad de sentir, de amar, de compadecer, de ayudar, de servir…

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fe Adulta

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Hazte pequeño y andarás en verdad.

Domingo, 28 de agosto de 2022
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Familia JesúsLc 14.1.7-14

DOMINGO 22º T.O. (C)

Hazte pequeño y andarás en verdad”. Santa Teresa de Jesús, Moradas VI 10,7

Cualquier decisión humana requiere una toma de actitud. La persona madura de actitudes firmes reacciona ante la vida con una predisposición de fondo después de sopesar todas las razones. En general, nos movemos por diversos motivos más o menos importantes o actuales pero es decisivo que nuestro comportamiento responda a una actitud madura.

El Evangelio insiste en las actitudes que debe poseer el discípulo/a de Cristo: un corazón limpio, una conducta íntegra, honesta, confiar en Dios dejándose acompañar por Él/Ella. La conciencia cristiana es buena e intachable cuando es conciencia humana con todas sus consecuencias y se rige según el amor concreto de Jesús. Lo contrario es mala conciencia o conciencia reprochable.

Ahora bien, el Espíritu de Dios manifestado en Jesús, es un componente nuevo de la conciencia cristiana que es en definitiva, juicio al estilo de los/as profetas, hombres y mujeres de Espíritu que se sumergen en la vida cotidiana para denunciar abusos, anunciar el Reino y orientar la vida comunitaria.

El cristiano que falla, que peca, no se arrepiente sólo por tener “mala conciencia”, por ser culpable de su error, sino porque obra con una conciencia con déficit de Espíritu de Dios o porque ha actuado en contra de ese mismo Espíritu. Toca, pues, revisar nuestras actitudes que conllevan comportamientos no cristianos.

En la primera lectura, el libro del Eclesiastés (3,17-20.28-29) nos recuerda algo esencial: Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios. Es la enseñanza de quienes parten de una experiencia razonable, asumible y termina en hondura trascendente. No necesitamos buscar puestos ni reconocimientos. Estas actitudes mundanas también existen en la Iglesia y causan mucho daño. La humildad halla el favor de las personas y de Dios. El cristiano se alegra del progreso del otro porque sabe que también le da gloria a Dios. Y toda la grandeza humana al reconocerse en su pequeñez de criaturas, se abre a la infinitud. Dios se revela como suprema sabiduría al humilde “porque su misericordia es grande y revela sus secretos a los humildes”. El autosuficiente, el vanidoso, se termina en sí mismo, en su ego.

Esta lectura entronca a la perfección con el Evangelio de hoy. Jesús acepta la invitación del fariseo aunque sabía que su intención no era del todo inocente pues le estaban espiando y querían comprometerle ante sus invitados.

El relato consta de dos partes. En la primera Jesús se refiere a los invitados, en la segunda al anfitrión. Es una situación que nos puede acontecer a cualquiera. Pero Él nos propone una manera diferente de entender las relaciones humanas. Se trata de cambiar comportamientos “normales”, para entrar en una dinámica nueva que subvierte la escala de valores de la sociedad. Ponerse en el último lugar no debe ser una artimaña para conseguir admiración o elogio. Sería una falsa humildad a fin de lograr algún tipo de reconocimiento o recompensa.

La segunda parte posee un matiz diferente. El amor que nos pide Jesús tiene que ir más allá de los sentimientos o del interés personal. Si tú invitas para que te inviten o buscas el reconocimiento entre los tuyos, “¿qué mérito tenéis?”. Entrar en la dinámica del Reino significa buscar el bien de los demás sin esperar nada a cambio. Pero, ¡ojo!, porque la frase “dichoso tú porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los justos”, puede entenderse como una estrategia para que te lo paguen en el cielo. Esta práctica ha influido con frecuencia la moral cristiana, pero no es en absoluto cristiana. ¿Estamos haciendo méritos para que me premien en el más allá? Suele darse, lamentablemente, en la persona que se menosprecia, cuya autoestima es nula, o que no encuentra nada valioso o satisfactorio en ella.

Humildad es reconocer lo que somos, sencillamente. Ni creernos superiores ni inferiores. Desechar de nuestras actitudes la soberbia, la vanidad, el orgullo, la arrogancia, el hedonismo generalizado en nuestra sociedad, en los líderes de palabras huecas o en las instituciones obsoletas. En ese sentido, hay una iniciativa esperanzadora de reinvención de la ONU para que un día pueda lograrse un mundo verdaderamente democrático, sin bloques imperiales, desprovisto de armas nucleares, justo, fraterno, pacífico y respetuoso con nuestra Casa Común, la Naturaleza.

También en la Iglesia se ha apelado a la humildad para someter a los demás a la propia voluntad. Algo que el papa Francisco denuncia una y otra vez: caminar juntos, eso es fraternidad, sororidad, sinodalidad. La humildad que me lleva a la obediencia servil, no es cristiana. Ni tampoco tiene que ver con la timidez, la debilidad, la cobardía o la mediocridad.

Sta. Teresa dice: “humildad es andar en verdad”. Es decir, conocer la verdad de lo que uno es, y además, vivir (andar en) ese conocimiento de sí. Humildad es aceptar que somos criaturas, con limitaciones pero también con inmensas posibilidades, con talentos que Dios nos ha otorgado (Jn 1,16) con el fin de  cumplir nuestra vocación-misión y hacerlos rendir al máximo para su gloria. Ninguno de los valores verdaderamente humanos debe ser reprimido en nombre de una falsa humildad.

El/a cristiano/a que actúa con madurez, que no espera elogios de su actitud, que no tiene que demostrar nada excepto ante su conciencia, “anda ya en verdad” el dinamismo del evangelio, pues el que se hace pequeño ya es grande.

Crecemos en humildad cuando reconocemos nuestra nada y contemplamos la grandeza de Dios. Cuando recibimos las inevitables humillaciones como un don de Dios. Cuando rectificamos nuestros errores en vez de justificarnos. Cuando respetamos los cargos que son necesarios para el bien común, no para el despilfarro y la vanidad. Y sobre todo, cuando respetamos la dignidad de todo ser humano.

No es humilde el que reconoce la grandeza del que está por encima sino el que reconoce la grandeza en el que está por debajo. Debemos ser humildes ante los que se sienten por debajo de nosotros; ante todos los descartados de este mundo.

¿Andamos en verdad o seguimos engañándonos?

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

Fuente Fe Adulta

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Los primeros puestos

Domingo, 28 de agosto de 2022
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28218858 - vip Domingo XXII del Tiempo Ordinario

28 agosto 2022

Lc 14, 1.7-14

La búsqueda de los primeros puestos se enraíza en la primera necesidad psicológica: sentirse reconocido. Que lleva asociadas otras como la de «ser visto», “ser único” o “ser especial”. Sabemos que todo niño reclama respuesta a la misma. Y cuando tal respuesta no se da de manera adecuada, se produce una herida de inseguridad afectiva.Por lo que, teniendo en cuenta todo ello, parece obvio que la búsqueda de los “primeros puestos”, de entrada, es síntoma de inseguridad tal vez no reconocida por la propia persona. Y dado que esa inseguridad primera va acompañada de un vacío afectivo -el vacío de aquella presencia segura de la que se careció-, la búsqueda de los “primeros puestos” se convierte fácilmente en una adicción.

La imagen de los “primeros puestos” se convierte, por tanto, en una metáfora de todo aquello que hacemos con el objetivo -manifiesto o, con más frecuencia, disimulado- de destacar, sobresalir, ser vistos, impresionar, sentirnos “especiales”…, en definitiva, ser reconocidos. Por esa razón, detrás de esa búsqueda hay siempre un niño más o menos herido que hambrea reconocimiento.

Tal búsqueda, decía antes, funciona como una droga, con sus promesas, su engaño… y su trampa. Promete liberación de la sensación de vacío y logro de la plenitud añorada, pero lo que produce, en realidad, es alienación y separación. Aliena porque nos hace esclavos del yo (ego) y de sus intereses. Con lo cual perpetúa y ahonda la confusión y el sufrimiento.

La solución, sin embargo, no pasa por “olvidar” aquella necesidad -tarea, por otra parte, imposible- ni mucho menos por reprimirla, en aras incluso de una visión pseudoespiritual que descuidara el trabajo psicológico. La resolución pasa, justamente, por ese trabajo, que incluye autoconocimiento, aceptación de nosotros mismos y de toda nuestra historia, reeducación de la manera de gestionar aquella carencia y, eventualmente, terapia dirigida a curar en lo que sea posible la herida de no-reconocimiento. Solo este trabajo -unido a la comprensión propiamente espiritual- liberará de la compulsión por buscar los “primeros puestos” o por ser “especial”. Liberados de la tiranía de aquella necesidad infantil, habremos comprendido que, en nuestra verdadera identidad, no hay nada que buscar.

¿Cómo se manifiesta en mí la necesidad de ser reconocido o ser “especial”?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad, que viene de “humus”: barro

Domingo, 28 de agosto de 2022
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C7981AD2-34BB-4DB2-924F-AE621121023DDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Humildad: humus.

    Nunca está de más acudir a la etimología de las palabras. Humildad viene de humus, es decir: tierra, barro, tierra fértil.

  • A la hora de tratar de entender lo que pueda significar la humildad, tenemos un primer elemento: caer en la cuenta de que somos tierra, barro. El ser humano más grande o quien se cree grande es, como todos, tierra, barro. Adam, (Adamah) significa barro.
  • Y, sobre todo, somos barro en manos de un buen alfarero que modela nuestro ser, nuestra persona. Cuando Dios nos infunde su aliento vital, llegamos a ser seres, personas vivientes, (Gn 2,7).

02.- Humildad y personalidad.

La humildad es como una radiografía, como una analítica que nos “sitúa en nuestro lugar”: nos enseña lo que somos y en qué situación nos encontramos. Tenemos tal edad, tal estatura, determinadas capacidades y limitaciones.

  • Un segundo aspecto es que la tierra es fértil, genera vida. Aquí cabe evocar la cuestión de los talentos, de los carismas (cualidades) de los que habla san Pablo. Todo humus da vida.
  • Desplegar las cualidades que Dios nos haya podido dar y ponerlas al servicio de los demás es vivir humildemente: humus: vida.

03.- La humildad es vivir entendiéndose desde dios en una buena relación conmigo mismo con los demás y con la creación.

  • La humildad es entendernos desde Dios en una buena relación conmigo mismo, con las personas, con la creación.
  • La humildad es vivir serenamente conscientes de nuestras cualidades y también de nuestras propias limitaciones y defectos.
  • La humildad a veces nos viene dada por la misma vida: por los propios fracasos, por los desprecios y marginaciones que nos pueden hacer.
  • La humildad la vivimos con paz desde Dios.

Por una parte me siento creado por Dios y vivo en referencia a Él. Vivo en “mi humilde sitio y condición humana”.

Cuando yo creo que provengo de Dios Padre, vivo mi debilidad y las marginaciones confiando en Dios. Y vivo agradecido por lo que Dios y la vida me han dado “¿qué tienes que no lo hayas recibido?” (1Co 4,7).

En las humillaciones propias o recibidas de afuera, uno se encuentra bien en Dios. Uno descansa y disfruta humildemente en Dios. Podemos disfrutar en la humildad.

Es mejor refugiarse en el SEÑOR
que fiarse de los poderosos.
(Salmo 117,9)

Y desde Dios, miro a los demás como criaturas y hermanos, no como siervos o inferiores. Desde Dios, no desprecio a nadie, “no piso a nadie”. Todos hemos sido creados por Dios, todos somos sus hijos, todos queridos. Cuando nos entendemos desde Dios, no miro a mis hermanos como arios y judíos, vascos y españoles, blancos y negros, hutus y tutsis: todos somos hijos, imagen de Dios.

04.- Entre carismas, talentos y cualidades. Valores.

Dios y la naturaleza nos han dotado a todos de alguna cualidad, de algún valor o, como dice el evangelio, de algún talento; S Pablo les llama carismas.

    Solemos decir que hoy en día ya no hay valores. ¡Claro que los hay! Lo que ocurre es que son otros valores. Fue Nietzsche, (que moría en 1900), quien invirtió los valores. Nada de pobreza, ni igualdad, ni humildad. Aquí lo que cuenta es el poder, la moral del más fuerte, la  voluntad de dominio del super-hombre.

    Resulta pedagógicamente llamativo lo que dice Jesús en el evangelio de hoy. Cuando celebres un banquete no invites ni tan siquiera a tus familiares, sino a los pobres, lisiados, cojos y ciegos.

La sociedad casi siempre mira la existencia humana desde el más fuerte, el más listo, el más sabio, sano, poderoso. En el plano económico, político, deportivo, eclesiástico nos llaman la atención los que son más fuertes y ocupan los primeros puestos.

Cristo (y el cristiano) mira la vida y al ser humano desde el más débil: desde el enfermo, el epiléptico y enfermos mentales, el hambriento, desde los lisiados, pecadores, etc.

Terminemos la primera parte de la Eucaristía rezando un versículo del salmo 130:

Mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;

no pretendo grandezas
que superan mi capacidad,

sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

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Yo me atengo a lo dicho

Sábado, 22 de enero de 2022
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Yo me atengo a lo dicho:
la justicia,
a pesar de la ley y la costumbre,
a pesar del dinero y la limosna.
La humildad,
para ser yo verdadero.
La libertad,
para ser hombre.
Y la pobreza, para ser libre.
La fe cristiana, para andar de noche,
y, sobre todo, para andar de día.
Y en todo, hermanos,
yo me atengo a lo dicho:
¡la esperanza!

*

Pedro Casaldáliga,

Poeta, profeta y obispo de los pobres sin tierra de Brasil

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Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos.

Domingo, 19 de septiembre de 2021
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EL POETA

«El poeta es su infancia».
Y el niño Rilke lo supo.

Una infancia bien soñada.
La que soñara y no tuvo.

Todo poeta es un niño
que se niega a ser adulto.

Podrán crecerle las barbas
de la ira o del orgullo.

Y caérsele a pedazos
el corazón ya maduro.

Pero conserva los ojos
deslumbradamente puros.

*

Pedro Casaldáliga

El tiempo y la espera,
Editorial Sal Terrae.

***

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía:

“El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.”

Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó:

“¿De qué discutíais por el camino?”

Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó llamó a los Doce y les dijo:

“Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.”

Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:

“El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.”

*

Marcos 9, 30-37

***

«Surgió entre los discípulos una discusión sobre quién sería el más importante» (Lc 9,46). Sabemos bien quién es el que siembra esta discusión entre las comunidades cristianas. Pero tal vez no tengamos bastante presente que no puede formarse ninguna comunidad cristiana sin que, antes o después, nazca esta discusión en ella. En cuanto se reúnen los hombres, ya empiezan a observarse unos a otros, a juzgarse, a clasificarse según un orden determinado. Y con ello ya empieza, en el mismo nacimiento de la comunidad, una terrible, invisible y a menudo inconsciente lucha a vida o muerte.

        Lo importante es que cada comunidad cristiana sepa que, ciertamente, en algún pequeño rincón «surgirá entre sus componentes la discusión sobre quién es el más importante». Es la lucha del hombre natural por su autojustificación. Ese hombre se encuentra a sí mismo sólo en la confrontación con los otros, en el juicio, en la crítica al prójimo. La autojustificación y la crítica van siempre de la mano, lo mismo que la justificación por la gracia y el servicio van siempre unidos. Como es cierto que el espíritu de autojustificación sólo puede ser superado por el espíritu de la gracia, los pensamientos particulares dispuestos a criticar quedan limitados y sofocados si no les concedemos nunca el derecho a abrirse camino, excepto en la confesión del pecado.

        Una regla fundamental de toda vida comunitaria será prohibir al individuo hablar del hermano cuando esté ausente. No está permitido hablar a la espalda, incluso cuando nuestras palabras puedan tener el aspecto de benevolencia y de ayuda, porque, disfrazadas así, siempre se infiltrará de nuevo el espíritu de odio al hermano con la intención de hacer el mal. Allí donde se mantenga desde el comienzo esta disciplina de la lengua, cada uno de los miembros llevará a cabo un descubrimiento incomparable: dejará de observar continuamente al otro, de juzgarle, de condenarle, de asignarle el puesto preciso donde se le pueda dominar y hacerle así violencia. La mirada se le ensanchará y al mirar a los hermanos, plenamente maravillado, reconocerá por vez primera la gloria y la grandeza del Dios creador. Dios crea al otro a imagen y semejanza de su Hijo, del Crucificado: también a mí me pareció extraña esta imagen, indigna de Dios, antes de que la hubiera comprendido.

*

Dietrich Bonhoeffer,
Vida en comunidad,
Ediciones Sígueme, Salamanca 1997.

***

*

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“¿Qué podemos hacer en pandemia? “, por Gabriel Mª Otalora

Viernes, 22 de enero de 2021
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Inmersos en la realidad de la covid-19, en plena fragilidad sanitaria y económica, vivimos en estado de shock. No estamos acostumbrados a estar en vilo después de tantos meses, contagios y muertos. El estupor es evidente en las autoridades y en las sociedades de todo el mundo, aprisionadas en un endiablado tablero con dos fichas imposibles de casar: si cierro la mano para reducir la incidencia de los contagios se destroza el tejido productivo. Si abro la mano, el coronavirus amenaza con convertir la pandemia en una sistemia que afecta de manera generalizada a todas las estructuras del sistema socio-productivo.

Intuimos que las estructuras con las que funcionamos no están siendo eficaces, más allá del esfuerzo sanitario operativo e investigador. Tampoco estamos satisfechos con la respuesta social, inmadura e infantil por parte de demasiadas personas que aceptan la más mínima molestia por el bien común. La tecnología, la logística, el dinero, los avances de todo tipo, no logran evitar la mezcla de desconcierto, estupor, miedo, desánimo y mucho dolor contenido en torno a la covid-19. Y cuando algunos negacionistas han alardeado de que no hay que hacerle mucho caso e “esto”, las consecuencias han sido severas; ahí está Brasil, Estados Unidos y Gran Bretaña. Todo esto junto es demasiado como para no preguntarnos los cristianos -en este caso- ¿qué podemos hacer cuando este virus desafía la fe cristiana?

 El nivel de solución que puede aportar la mayoría es casi testimonial en apariencia. Veamos algunas posibilidades de crecimiento interior y con el prójimo desde el dolor compartido para vivir este tiempo con otra mirada menos utilitarista y desesperanzada.

En primer lugar, podemos crecer en humildad. Es la principal actitud cristiana y está muy abandonada. La primera lección es comprender que no tenemos el control de toda la existencia. Esta pandemia pone al descubierto la limitación y la vulnerabilidad del ser humano. Somos seres necesitados de otros, no importa si las tecnologías nos cambian la vida. Todo se globaliza y se interrelaciona, se comunica y se conecta, de manera que un problema de reparto de las vacunas en África, puede repercutir en las sociedades que han podido ser vacunadas pronto. De nada sirve con este virus protegerse una parte del Planeta cuando estamos tan interconectados. Esto nos da la oportunidad para reflexionar sobre mi actitud y la soberbia insolidaria que amenaza una solución global.

En segundo lugar, esta reflexión nos debe llevar a orar mejor, a abrirnos a la escucha humilde. Dios no deja de comunicarse nunca, mucho menos en estas situaciones tan difíciles. Pedirle luz y fuerza para acertar en nuestra actitud con los que nos rodean y sobrellevar nuestra propia desazón confiadamente. “Sin mí, no podéis hacer nada”, recuerda Juan en su primera Carta.  Reflexionar con humildad delante de Dios cómo tantos dones tecnológicos (la inteligencia artificial, el mapeo del genoma, la ingeniería genética, las computadoras cuánticas…) no pueden controlar un virus microscópico. Estamos asustados y poco esperanzados, y eso no es muy cristiano.

Es un buen momento para reflexionar desde la fe sobre nuestro concepto de progreso, que no coincide con el de desarrollo; ¿de donde salen las materias primas y a qué coste humano para millones de personas? Nos hemos emborrachado de consumismo sin pensar en las consecuencias para una gran parte de la humanidad. El Papa no deja de advertir la injusticia de este sistema insolidario con una gran parte de la humanidad que además pone en peligro la sostenibilidad del Planeta. Dios nos habla también a través de la pandemia.

Priorizar la escala de valores es otra cosa que podemos hacer. Se nos pide que dejemos de lado nuestras libertades personales y nuestros deseos sociales por el bien de los demás. Si socializamos existe un riesgo real para nosotros y sobre todo sabemos del peligro de contagio  para la gente más anciana y vulnerable. Esto nos lleva a cuidar las relaciones con quienes puedan sentirse más solos y deprimidos; para eso tenemos las redes sociales, para que nadie se sienta en la cuneta. El aislamiento puede enseñarnos a actuar de positiva y constructiva en nuestras interacciones sociales en lugar de hacerlo de forma negativa y destructiva.

La siguiente lección es la aceptación como virtud, es decir, vivir esta realidad como lo contrario de la resignación. Aquello que no podemos cambiar, tengamos una actitud positiva, adecuada, para no hacernos daño con sentimientos negativos que acaban proyectándose en los demás.

Por último, es una oportunidad de oro para valorar lo que tenemos y lo que nos falta siendo conscientes de la gratuidad de Dios en todo. Tampoco somos especialmente agradecidos con lo que nos parece “normal”: tres comidas diarias, vivienda, vestido, familia, trabajo, salud, relaciones sociales, cultura, haber nacido en esta parte del mundo en lugar de en pleno Tercer Mundo… que cada cual haga su lista y vuelva a la actitud humilde y agradecida viviendo las cosas buenas del presente. Esto nos llevaría, en fin, a fomentar nuestra actitud y espíritu de servicio a los demás. Las crisis provocan una multiplicación en cadena de actos de solidaridad entre seres humanos y pueblos que fortalece lazos y destinos. Este necesario espíritu de servicio implica ofrecerse como un instrumento de ayuda de los demás, abiertos a cualquier necesidad cercana de escucha, de consuelo, de tiempo y de lo que haga falta da igual quien lo necesite.

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La humildad

Lunes, 28 de septiembre de 2020
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(Koldo Chamorro, Christo ibérico)

No es fácil hablar de la humildad; para poder hacerlo, es preciso penetrar a través de un muro de incomprensión y de resistencia -por doquier y en todos los tiempos, también en el nuestro-. Nietzsche se erigió en portavoz del pensamiento de muchos cuando atacó con auténtico furor la humildad, en la que él veía la esencia del cristianismo: en su opinión, era la actitud de los débiles, de los fracasados, de los esclavos, que habían convertido su mezquindad en virtud.

Pero ¿qué es en realidad la humildad? Se trata de una virtud que forma parte de la fortaleza. Sólo quien es fuerte puede ser realmente humilde. Su fuerza no se pliega a la constricción, sino que se inclina libremente para servir a quien es más débil, a quien es inferior. Por lo demás, la humildad no puede tener su origen en el hombre, sino en Dios. Dios es el primer humilde.

Dios es tan grande, tan fuera de toda posibilidad de que cualquier poder pueda constreñirle, que puede «permitirse» -si se me permite hablar de este modo- ser humilde. La grandeza le es esencial; por consiguiente, sólo él puede arriesgarse a rebajar esta grandeza suya hasta la humildad.

*

Romano. Guardini,
El mensaje de San Juan,
Brescia 1984, pp. 24ss

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“Lo que hace la mano derecha y la izquierda”, por Gabriel Mª Otalora

Viernes, 7 de agosto de 2020
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5bab63debef82-569x427De su blog Punto de Encuentro:

El evangelio está lleno de indicaciones sorprendentes, por lo novedosas, para quien las lee con el corazón abierto a la escucha. Da igual si estamos en el siglo de los iluministas, en el Medioevo o en pleno siglo XXI. Dios es siempre novedad y aliento fresco que nos invita al crecimiento y a la madurez integral. Pues bien, me he fijado en un pasaje en el evangelio de Mateo no es menor sobre el mensaje que atesora.

Dicho pasaje nos habla de la importancia de no practicar la justicia delante de los demás para ser vistos y alabados por ello; cuando demos limosna, que no sepa la mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna sea en secreto; y nuestro Padre, que ve en lo secreto, nos recompensará (Mt 6). Jesús nos alerta de lo fácil que es caer en la tentación de ser generosos… poniendo un cuidado disimulado para que otros se enteren de mi buen corazón. Y ya sabemos lo que Jesús opinaba de la hipocresía vanidosa de los “sepulcros blanqueados”. Se entiende bien cuando vemos a gente famosa en los medios de comunicación “comprando” prestigio asegurándose de ser vistas como gente buena realizando donativos a causas solidarias de primer orden, pero a bombo y platillo.

No siempre es así, y por ello me abstendré de poner ejemplos con nombres y apellidos recientes en los medios de comunicación anunciando una filantropía, desinteresada o no, aunque a veces es muy evidente la utilización de la pobreza y la desigualdad para consumo de la vanidad personal; un servicio a los demás que puede tener como primer objetivo nuestras necesidades de autoestima o vanagloria para llenar vacíos personales o sueños que pesan bastante más que el bien que hemos decidido hacer. El evangelio nos hace reflexionar que es humano, pero no lo mejor, que pensemos en nuestro ego que en las personas que nos necesitan en su precariedad. Sus mensajes se refieren siempre en el servicio a las necesidades de los demás, lo único que nos llenará el corazón de verdadera alegría y madurez humana.

Si acertamos en nuestra actitud, crecemos; cuando nos centramos en lo nuestro apoyados en las necesidades de los demás, no. Ahora que está de moda la espiritualidad en todas sus variantes, resulta oportuno el tino de Gabriel Marcel cuando dijo que “Entrar dentro de sí quiere decir, en el fondo, salir de sí”. Buscar que nos alegre el bien de los demás es evangelio puro, sin importar el nivel de influencia social o la cercanía afectiva con lo que somos y pensamos. Al mensaje de “Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? (Lc 32), Jesús nos invita a seguirlo centrados en el necesitado y en su precariedad, no solamente en nosotros y en nuestros afines.

Verdadera misericordia evangélica es lo que el mundo demanda frente a la insensibilidad y la apatía. La ternura, el cariño, la acogida cálida a cada persona deben recuperar el papel esencial con esa actitud de entrega delicada en los que sufren como si fuera yo mismo el necesitado. Y no solo por lo que hemos comentado de la vanidad hipócrita poco evangélica, sino porque al centrarnos disimuladamente en nosotros, nuestra actuación tendrá menos éxito ante cualquier dificultad que aparezca, lógica con personas a las que nadie escucha, nadie espera en ningún sitio, nadie acaricia y besa y, sin embargo, son los preferidos del evangelio. Una prioridad que no viene de que los pobres son mejores, sino porque su indigencia (física, afectiva, etc.) les aprieta, están más desvalidos y urge una ayuda ante su desvalimiento y precariedad.

El compromiso cristiano está llamado a introducir misericordia amorosa eficaz en los engranajes de esta sociedad concreta, para ayudar al que no tiene ni para comer, asistir al que sufre de soledad, acompañar en la depresión, aliviar las limitaciones de la vejez, sostener la vida del desvalido o al apestado social. Y hacerlo sin vanidad, lo cual no quiere decir que los cristianos debamos esconder nuestra coherencia fiel al mensaje evangélico. Anuncio sí, vanagloria, no. Como no es fácil la distinción, Jesús nos lo recuerda y muestra su ejemplo al tiempo que nos recuerda que la oración es la fuente directa para un acertado discernimiento.

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Silencio hablado…

Domingo, 5 de julio de 2020
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SILENCIO HABLADO

Si amar es mi costumbre,
la tengo mal sabida:
llena de muchedumbre,
sola de mí mi vida.

La guerra fue mi lumbre;
mi madre, la partida.
Velo mi mansedumbre
como una espada herida.

Derramando palabras,
de mis silencios vengo
y a mis silencios voy.

Y en Tus silencios labras
el grito que sostengo
y el silencio que soy.

*

Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la Espera
Editorial Sal Terrae, Santander 1986

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En aquel tiempo, exclamó Jesús:

– “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.

*

Mateo 11,25-30

***

 

Este es el más bello canto de amor filial que jamás se haya entonado en la tierra. El Hijo de Dios lo ha cantado, lejos de la casa paterna, lejos de la patria celestial, como los devotos israelitas durante el destierro elevaban a Dios salmos de conmovedora nostalgia. Desde su corazón de pobre e Hijo cariñoso, Jesús, exultando en el Espíritu, eleva al Padre este himno de júbilo que revela el sentimiento de extrema pequeñez y confianza con el que, en cuanto Hombre, se dirige a Dios, el Omnipotente, el Creador del cielo y de la tierra. Jesús es el “pequeño” por antonomasia al que le han sido revelados los misterios del Reino de los Cielos. Para hacerse “pequeño”, Jesús se he despojado de su gloria divina, y nosotros, para llegar a ser pequeños, en el sentido evangélico, tenemos que despajarnos del hombre viejo, del pecado. Jesús se ha despojado de la gloria divina y ha asumido nuestra condición humana; nosotros tenemos que despojarnos de nuestra falsa grandeza, de nuestro orgullo, y seguirlo. El Espíritu Santo, cuando toca las cuerdas del corazón, las hace sensibles a las vibraciones de la gracia y suscita en ellas un canto divino, la música del amor Sin embargo, Jesús no canturrea solo ni para si; quiere atraer con su cántico a todos los hombres dispersos y reunirlos y restituirlos; para eso ha venido, junto a Dios, como hijo. Su canción se convierte en una inmensa sinfonía cósmica.

*

A. M. Canopi,
Il vangelo de la vita nuova,
Milan 2000, 35

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Llamadme publicano

Domingo, 27 de octubre de 2019
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Llamadme publicano

Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre…
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos…
y sé todos los cuentos.

*

León Felipe,
Llamadme publicano (1950)

***

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:

“Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:

– “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.”

El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo:

– “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. “

Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

*

Lucas 18, 9-14

***

 

El rostro de cada verdadero discípulo debe ser como el del Verbo encarnado, que se despojó él mismo de la gloria divina para asumir la condición de siervo, humillándose hasta la muerte de cruz [cf. Flp 2,6-8). La verdadera humildad es rara de encontrar, porque pocos miran directamente a la cara a Jesucristo. El hombre humilde no es n¡ será nunca un hombre prestigioso, alguien que se ha hecho siguiendo los criterios humanos, porque la humildad no puede ser consecuencia de una habilidad, fruto de una conquista. El hombre verdaderamente humilde no sabe que lo es; invadido por completo del santo temor de Dios -consciente de su propia nada-, está como un pobre que sólo se siente en deuda con su Señor; es como un pobrecito al que no le bastan nunca ni las palabras ni las fuerzas para excusarse de lo que es y para dar gracias por lo que recibe.

El secreto que conduce a la humildad consiste en dejar de vivir para nosotros mismos y vivir para el Señor y en el Señor. Consiste en ser capaces de negarnos verdaderamente a nosotros mismos, sin ostentación ni retórica, sin afectación ni convencionalismos, sino con naturalidad y sencillez. La vida concreta de todos los días constituye el banco de prueba. En efecto, si no nos quedamos en el ideal abstracto, sino que vamos a las situaciones reales de la vida, nos daremos cuenta de que no hay un solo aspecto de nuestra propia vida cotidiana que no deba ser puesto en el crisol de la purificación a través de la aceptación de lo que nos redimensiona y nos pone en nuestro justo lugar, en la humildad.

Al hombre humilde le gusta rodearse de silencio. Calla sobre sí mismo para darle todo el sitio a Dios. Es consciente de la nada que es y se siente deseoso de conocer lo que está llamado a convertirse en Cristo. Por lo demás, no hay nadie que pueda considerarse, razonablemente, mejor que los otros y en posesión de buenos títulos de mérito prescindiendo de la experiencia de la misericordia de Dios. Toda dignidad tiene su raíz en el sacrificio redentor de Cristo.

*

A. M. Cánopi,
Nel mistero delta gratuita,
Milán 1998, pp. 62-67, passim).

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“¿Quién soy yo para juzgar?”. 30 Tiempo ordinario – C (Lucas 18,9-14)

Domingo, 27 de octubre de 2019
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30-TO-CLa parábola del fariseo y el publicano suele despertar en no pocos cristianos un rechazo grande hacia el fariseo que se presenta ante Dios arrogante y seguro de sí mismo, y una simpatía espontánea hacia el publicano que reconoce humildemente su pecado. Paradójicamente, el relato puede despertar en nosotros este sentimiento: «Te doy gracias, Dios mío, porque no soy como este fariseo».

Para escuchar correctamente el mensaje de la parábola, hemos de tener en cuenta que Jesús no la cuenta para criticar a los sectores fariseos, sino para sacudir la conciencia de «algunos que presumían de ser hombres de bien y despreciaban a los demás». Entre estos nos encontramos, ciertamente, no pocos católicos de nuestros días.

La oración del fariseo nos revela su actitud interior: «¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás». ¿Qué clase de oración es esta de creerse mejor que los demás? Hasta un fariseo, fiel cumplidor de la Ley, puede vivir en una actitud pervertida. Este hombre se siente justo ante Dios y, precisamente por eso, se convierte en juez que desprecia y condena a los que no son como él.

El publicano, por el contrario, solo acierta a decir: «¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador». Este hombre reconoce humildemente su pecado. No se puede gloriar de su vida. Se encomienda a la compasión de Dios. No se compara con nadie. No juzga a los demás. Vive en verdad ante sí mismo y ante Dios.

La parábola es una penetrante crítica que desenmascara una actitud religiosa engañosa, que nos permite vivir seguros de nuestra inocencia, mientras condenamos desde nuestra supuesta superioridad moral a todo el que no piensa o actúa como nosotros.

Circunstancias históricas y corrientes triunfalistas alejadas del evangelio nos han hecho a los católicos especialmente proclives a esa tentación. Por eso, hemos de leer la parábola cada uno en actitud autocrítica: ¿Por qué nos creemos mejores que los agnósticos? ¿Por qué nos sentimos más cerca de Dios que los no practicantes? ¿Qué hay en el fondo de ciertas oraciones por la conversión de los pecadores? ¿Qué es reparar los pecados de los demás sin vivir convirtiéndonos a Dios?

En cierta ocasión, ante la pregunta de un periodista, el papa Francisco hizo esta afirmación: «¿Quién soy yo para juzgar a un gay?». Sus palabras han sorprendido a casi todos. Al parecer, nadie se esperaba una respuesta tan sencilla y evangélica de un papa católico. Sin embargo, esa es la actitud de quien vive en verdad ante Dios.

José Antonio Pagola

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