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Honrar a Cristo…

Viernes, 20 de septiembre de 2024
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¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo, y con su palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó también: Tuve hambre, y no me disteis de comer, y más adelante: Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de hacer. El templo no necesita vestidos y lienzos, sino pureza de alma; los pobres, en cambio, necesitan que con sumo cuidado nos preocupemos de ellos.

Reflexionemos, pues, y honremos a Cristo con aquel mismo honor con que él desea ser honrado; pues, cuando se quiere honrar a alguien, debemos pensar en el honor que a él le agrada, no en el que a nosotros nos place. También Pedro pretendió honrar al Señor cuando no quería dejarse lavar los pies, pero lo que él quería impedir no era el honor que el Señor deseaba, sino todo lo contrario. Así tú debes tributar al Señor el honor que él mismo te indicó, distribuyendo tus riquezas a los pobres. Pues Dios no tiene ciertamente necesidad de vasos de oro, pero sí, en cambio, desea almas semejantes al oro.

No digo esto con objeto de prohibir la entrega de dones preciosos para los templos, pero sí que quiero afirmar que, junto con estos dones y aun por encima de ellos, debe pensarse en la caridad para con los pobres. Porque, si Dios acepta los dones para su templo, le agradan, con todo, mucho más las ofrendas que se dan a los pobres. En efecto, de la ofrenda hecha al templo sólo saca provecho quien la hizo; en cambio, de la limosna saca provecho tanto quien la hace como quien la recibe. El don dado para el templo puede ser motivo de vanagloria, la limosna, en cambio, sólo es signo de amor y de caridad.

¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo. ¿Quieres hacer ofrenda de vasos de oro y no eres capaz de dar un vaso de agua? Y, ¿de qué serviría recubrir el altar con lienzos bordados de oro, cuando niegas al mismo Señor el vestido necesario para cubrir su desnudez? ¿Qué ganas con ello? Dime si no: Si ves a un hambriento falto del alimento indispensable y, sin preocuparte de su hambre, lo llevas a contemplar una mesa adornada con vajilla de oro, ¿te dará las gracias de ello? ¿No se indignará más bien contigo? O, si, viéndolo vestido de andrajos y muerto de frío, sin acordarte de su desnudez, levantas en su honor monumentos de oro, afirmando que con esto pretendes honrarlo, ¿no pensará él que quieres burlarte de su indigencia con la más sarcástica de tus ironías?

Piensa, pues, que es esto lo que haces con Cristo, cuando lo contemplas errante, peregrino y sin techo y, sin recibirlo, te dedicas a adornar el pavimento, las paredes y las columnas del templo. Con cadenas de plata sujetas lámparas, y te niegas a visitarlo cuando él está encadenado en la cárcel. Con esto que estoy diciendo, no pretendo prohibir el uso de tales adornos, pero sí que quiero afirmar que es del todo necesario hacer lo uno sin descuidar lo otro; es más: os exhorto a que sintáis mayor preocupación por el hermano necesitado que por el adorno del templo. Nadie, en efecto, resultará condenado por omitir esto segundo, en cambio, los castigos del infierno, el fuego inextinguible y la compañía de los demonios están destinados para quienes descuiden lo primero. Por tanto, al adornar el templo, procurad no despreciar al hermano necesitado, porque este templo es mucho más precioso que aquel otro.

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San Juan Crisóstomo
De las Homilías sobre el evangelio de san Mateo:
Homilía 50, 3-4: PG 58, 508-509

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , ,

“La preocupante “patente de corso” en las homilías”, por Juan Rubio.

Domingo, 18 de mayo de 2014
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sacerdote-homilia-300x190Hay predicadores que en la homilía riñen a los que están y acusan a los ausentes

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Sucede con lamentable frecuencia. Sería de necios culpar a la “prensa impía y blasfema” de las esperpénticas opiniones de clérigos, de alto o bajo rango, sobre los temas más diversos. Los vídeos refrendan titulares con afirmaciones contundentes, con especial saña en lo que se refiere a mujeres, inmigrantes u homosexuales.

Poco hablan de otros colectivos en donde abundan depredadores condecorados y bendecidos por dádivas que ocultan ultrajes. Siempre, pero más en una sociedad plural, el Evangelio es más propuesta que norma a imponer. Parecen volverse locos cuando ven grabadoras o cámaras. Afectados por el síndrome de los templos vacíos, aprovechan masivas celebraciones socio-religiosas para gritar desaforados contra todo lo que se mueve y que no es de su gusto. Bien es verdad que no es lo mismo una entrevista que una homilía, aunque dudo que deba haber “patente de corso” en todos los escenarios.

Cada vez urge más el Directorio sobre la Homilía que se pidió en el Sínodo de 2008. En la Verbum Domini se pide expresamente evitar “homilías genéricas que oculten la sencillez de la Palabra de Dios, así como inútiles divagaciones, que corren el riesgo de atraer la atención más sobre el predicador que sobre el corazón del mensaje evangélico”.

san-juan-de-avila-216x300Lo decía san Juan de Ávila, cuando, colmado de alabanzas por un sermón, respondió : “Eso mismo me decía el demonio antes de subir al púlpito. Cuando las opiniones personales asoman en el púlpito se corre el riesgo de herir más que de curar, volviéndose armas letales que acosan y derriban, más que bálsamos que curan y alivian. Habrá que cuidarse, pues.

Y en las homilías, se escucha de todo. Las hay regañonas y blandas; ideologizadas e intimistas. Hay quienes las preparan hincando codos para soltar clases magistrales y quienes solo lo hacen de rodillas soltando efluvios afectivos que no interesan. Hay otros que las convierten en apéndices de opinión personal sobre noticias de prensa y quienes creen estar aún en las orillas del lago de Galilea.

Hay predicadores, y abundan, que las aprovechan para reñir a los que están, lanzando acusaciones a los ausentes. Hay, al fin, homilías que mueven más los traseros de las bancadas que los corazones de los fieles, soltando el pájaro de la jaula y, desafiando al reloj, no saben cómo hacerlo regresar.

La homilía no es ni foro de opinión, ni aula teológica, ni catequesis sistemática, ni escaparate de sentimientos. Es parte de la celebración litúrgica, pero quizás lo difuso sea el concepto de lo celebrativo. La prisa devora a muchos pastores, evitando la adecuada preparación doctrinal, orante y realista de la homilía.

Cada día el papa Francisco nos regala el texto de su comentario evangélico. Puede ser un buen recurso para quienes, devorados por la urgencia y el celo pastoral, no reparan en lo que predican y sueltan la liebre para incendiar.

 Fray Gerundio y Paravicino

Siempre hubo predicadores que confundían más que edificaban

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | El padre Isla inmortalizó a los clérigos que confundían a los fieles con sermones que nadie entendía y poco edificaban.

Hortensio-Paravicino-El-Greco-300x234Hortensio Félix Paravicino, por El Greco (1609).

Y lo hizo con su Fray Gerundio de Campazas [ver obra], alias Zotes, en la segunda mitad del siglo XVIII. El estrambótico predicador había aprendido el arte de la retórica de los “scabatinos”, curas que, bien por edad o por sus escasas facultades, solo podían predicar los días de escasa concurrencia. Confundían más que edificaban, con frases de mal gusto, rebuscadas y sin sentido.

Ya antes, a comienzos del XVII, otro personaje real, que no de ficción, zarandeaba desde el púlpito a todo el que se movía en la Villa y Corte. Era Félix Paravicino [ver sus obras en la BNE], retratado por El Greco en un cuadro, prototipo de retrato psicológico.

No dejaba títere con cabeza, ensañándose con escritores adversos, especialmente con Calderón de la Barca. Usó y abusó del sermón con alusiones, hipérbatos y antítesis que solo entendía la élite verbalmente zarandeada. El mismo Rey tuvo que intervenir.

Y el pueblo, mientras tanto, con el Credo y el Padrenuestro; sabiendo poco más. No es malo repasar la Historia y aprender de sus lecciones. Y en esto de la predicación… queda mucha tela que cortar.

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