En los locales de Ezkerra – Berdeak de Bilbao se presentó el 14 de octubre el nuevo libro de Jesús Martínez Gordo, “Entre el Tabor y el Calvario. Una espiritualidad ‘con carne’”. La apertura del acto corrió a cargo de María Mar González, presidenta de la HOAC de la diócesis de Bilbao, de Nely Vásquez y del autor del libro, así como de Javier Madrazo. Entre los asistentes se contó con la presencia de D. Joseba Segura, obispo de Bilbao, y de D. Juan Mª Uriarte, obispo emérito de S. Sebastián y autor del prólogo.
M. Mar González, después del saludo inicial, recordó que en 1946, en plena posguerra, nació la Hermandad Obrera de Acción católica (HOAC) y que “en este 75 aniversario queremos hacerlo dando gracias al Padre-Madre Dios por la existencia de tantas mujeres y hombres que han ofrecido su vida llevando el evangelio al mundo obrero y del trabajo y trayendo a la iglesia las alegrías y las penas, las miserias y la grandeza de las mujeres y hombres del mundo obrero y del trabajo”. Éste es el marco, prosiguió, en el que Nely Vásquez nos indicará algunos contenidos de la obra de Jesús Martínez para proceder, después, a presentar, de manera dialogada, entre el autor y Javier Madrazo, el libro que nos reúne esta tarde.
Nely, recordó la presidenta de la HOAC de Bilbao, es doctora en Teología por la universidad de Deusto. Ha realizado diversos estudios de arqueología y teología bíblica y es profesora en la Pontificia Universidad Católica de Perú, del Instituto de Fe y Cultura de Lima y de la Facultad de teología del Norte de España, sede en Vitoria.
Seguidamente, dejó la palabra a Nely quien, en su intervención, subrayó que para el autor “las espiritualidades que se mueven dentro de un optimismo ingenuo -que cree que la gracia divina se transmite por sí misma, sin necesidad de mediaciones, están condenadas a la falta de plausibilidad social y, por eso mismo, a la ineficacia histórica”. En realidad, continuó, éstas, “más que de ‘autoayuda’ son espiritualidades tipo IKEA: llévesela a casa y móntela fácilmente usted mismo/a”. E insistió, comunicando que compartía con el autor, que “no hay nada más opuesto a la espiritualidad del ‘tenemos la obligación de ser felices’ (“happycracia”) de la New Age, que un auténtico encuentro con un Dios que se historia en una Cruz”.
Junto a este tipo de espiritualidades y teologías se encuentra la “jesu-cristiana” para la que no hay “hilo directo” con lo divino. “La cuestión que quisiera subrayar como central, concluyó, es lo que el autor propone como ‘la prueba del nueve’ de la autenticidad de una experiencia de encuentro con lo Absoluto y Trascendente: dicho encuentro no puede darse si no es como “irrupción”; es decir, como un aguijón (no sólo caricia), como un cuestionamiento radical de la propia experiencia personal con sus condicionantes sociales, culturales, políticos y económicos”; lejos, muy lejos, “de esa ‘happycracia’ -tal y como la han bautizado los pensadores Edgar Cabanas y Eva Illouz”.
En la presentación del libro, Jesús Martínez Gordo, indicó que lo hacía en este lugar ”aconfesional”, como agradecimiento -por ser el espacio en el que también lo pudo hacer, antes de la pandemia, de su anterior libro (“Ateos y creyentes: qué decimos cuando decimos ‘Dios’”)- y, además, porque abordaba, en el primero de los capítulos, la existencia de “espiritualidades ateas o profanas” y, por ello, de “ateologías” con las que había que dialogar, también en la plaza pública -no solo en los templos, en los espacios e instituciones eclesiales o en las facultades de teología-. Y que había que hacerlo respetando las reglas de juego, propias de esos marcos aconfesionales.
Esta, enfatizó, no es una tarea imposible ya que hay un terreno común que nos vincula a todos, sean cuales sean nuestras creencias: que todos vivimos y que lo hacemos compartiendo con los demás nuestras respectivas existencias y sus diferentes y complementarios significados. Éste, el significado que vamos dando a lo que vivimos, unas veces, se presta a una explicación creyente; otras, a discursos no-creyentes o sin Dios. De eso hablo en este libro y, de manera más detenida, en el primero de los capítulos
Y, adentrándose en este primer punto, reseñó la existencia, entre otras, de dos clases de espiritualidades “sin Dios” y “ateologías”: la de quienes denominó “agnósticos trágicos” y la de André Comte-Sponville.
Las primeras de estas espiritualidades y ateologías están presididas por la experiencia de quienes, conscientes de su finitud, viven su existencia como triunfo inexorable de la noche, del silencio, del vacío, de la oscuridad y de la nada, es decir, “sin Dios”. Y algunos de ellos lo hacen reconociendo mantener una sorprendente relación con “lo que, porque me concierne y no sabiendo qué es, se encuentra más allá de dicha finitud”. Dicen mantener tal relación en términos de “lucha” porque quieren traer al discurso y al concepto tanto la relación como lo que la provoca, pero reconocen no lograrlo. Se les escapa de manera permanente.
Y, sin embargo, no se rinden ante la inquietud de lo que provoca esta sorprendente relación ni la experiencia en que se muestra y gracias a la cual son conscientes de su existencia. De ahí que algunos de ellos se atrevan a llamar la atención sobre el riesgo de sofocar o “matar” dicha relación, habida cuenta de la inatrapabilidad de lo que la provoca; algo siempre insoportable; sobre todo, para el satisfecho y engreído moderno. Toda una señal, otra más, de que también nos estamos asomando a un tiempo post-secular y plural en el que, además de cuidar la libertad, es necesario un debate sobre todos y cada uno de estos diferentes y legítimos discursos, aunque no todos igualmente consistentes desde el punto de vista racional.
La cercanía de un “jesu-cristiano” con estas espiritualidades y “místicas”, apuntó Jesús Martínez Gordo, es total: tienen la virtud de recordarnos -en medio de una exculturación de lo religioso- la importancia humana del viernes y del sábado santo; días que se siguen actualizando en la experiencia que tenemos de nuestra finitud, de la que también tienen nuestros compañeros de viaje y que, aunque nos disguste, forma parte, igualmente, de nuestra existencia. Por eso, el “jesu-cristiano” también las reconoce como propias.
Por su parte, André Comte-Sponville se adentra en una experiencia gozosa y tabórica, fuente de plenitud y belleza. Existen tabores “sin Dios” o, mejor, experiencias de plenitud, que reconocidas como autosuficientes, no son percibidas ni explicadas como fundadas en lo que decimos cuando decimos “Dios”. El “jesu-cristiano” también sintoniza con estas espiritualidades tabóricas, aunque tenga dificultades para acoger sus explicaciones “sin Dios”, al menos, sin el “jesu-cristiano”: sencillamente porque entiende que no está de más explicarse por qué son posibles esas experiencias de plenitud y eternidad en la fragilidad de la finitud y en la cortedad del tiempo.
Sus dificultades con estas espiritualidades ateas no están en la calidad de la experiencia sino en el tipo de razón que emplean para comunicar y en el silencio u olvido en el que quedan sumidos el reverso de la vida y el lado oscuro de la historia humana.
El resultado de este recorrido por dichas espiritualidades “sin Dios”, por separado, es el reconocimiento de que cada una de ellas es sensible y presta atención a uno o a dos de los días que conforman el Triduo Pascual: el drama del Calvario -algo presente en el caso de los “agnósticos trágicos”, aunque sea una presencia más intelectual que con encarnadura histórica) y al Tabor o al domingo de resurrección , en el caso de A. Comte – Sponville, aunque sea con un olvido sorprendente del viernes y del sábado santo.
Lo propio del “jesu-cristiano” -subrayó el autor- es no solo el reconocimiento de la unidad entre el grito de abandono del viernes santo, el silencio y el fracaso del sábado santo y la sorpresa o “salto cualitativo” del domingo de resurrección y Tabor, sino también de la circulación entre estos diferentes días que conforman el misterio “jesucristiano” y que, siendo también “uni-trinitario”, es comunión de experiencias y discursos diferentes y legítimamente diversos, pero, a la vez, interrelacionados; gracias a lo dicho, hecho, acontecido y encomendado por el Nazareno.
Por eso, continuó, en el jesu-cristianismo hay unos cuantos miles de millones de espiritualidades: tantas como seguidores de Jesús de Nazaret. Y que, en la medida en que circulan por cada uno de los tres días del Triduo pascual o, lo que es lo mismo, por los tres montes de las Bienaventuranzas, del Tabor y del Calvario, son reconocibles como “católicas” ya que renuncian a quedarse ancladas -por supuesto, de manera definitiva – en uno de estos tres montes o en uno de los tres días que conforman el núcleo del misterio que es el Triduo pascual.
Después de finalizar esta presentación, le fui preguntando sobre algunos puntos de los restantes capítulos del libro, dedicados a las llamadas nuevas espiritualidades, a la “jesucristiana” ortodoxa, a la latina, al imposible hilo directo con Dios, así como a las consecuencias -en términos de estado del bienestar social- en que se viene traduciendo en la Europa occidental las dos tesis mayores de la espiritualidad y de la teología jesucristiana: la identificación de Jesús con los últimos del mundo y el destino universal de los bienes.
Transcurrida la hora y media fijada, tuvimos que dar por finalizado el encuentro a las 9 de la noche; todo un acontecimiento “atípico”: por el tema abordado, por el lugar escogido, por la presencia de dos obispos, además de por militantes de la HOAC y de personas de otras confesiones, religiosas y ateas que se puede ver íntegramente en diferido.Todo un anticipo de un futuro postsecular, plural y empáticamente dialogante sin renunciar a la crítica, pero extraño tanto a los nostálgicos de la neocristiandad que no volverá (y que no es bueno que se intente) como a los obcecados por un secularismo excluyente y autoritario.
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