Leído en la página web de Redes Cristianas
(Tomado de la Revista Dialogal de la Asociación UNESCO para el Diálogo Interreligioso. Nº 12 de invierno 2004. Traducción del catalán: José Naranjo Estrada. Barcelona, 2013)
La polémica sobre el matrimonio homosexual nos hace peguntarnos qué dicen las grandes religiones sobre la homosexualidad. El recorrido histórico por las diversas tradiciones, a cargo del profesor Joseph Runzo, se complementa con entrevistas a personas que reúnen la doble condición de practicantes de la propia religión y homosexuales. (Entrevistas realizadas por Manuel Pérez Browne)
La sexualidad siempre ha planteado dificultades a las tradiciones religiosas de la humanidad. El sexo es uno de los impulsos más poderosos que nos mueven a los seres humanos y se puede percibir como una amenaza a la autoridad y a la tradición porque esta fuerza tan poderosa puede conducir a conductas fuera de las normas establecidas. En nuestro mundo de hoy las cuestiones sobre la homosexualidad ocupan un lugar destacado.
No hay una respuesta sencilla a la pregunta sobre “¿cómo han considerado la homosexualidad las religiones del mundo?” En primer lugar no hay una única respuesta que cubra colectivamente a todas las religiones del mundo. Pero además, a la larga, cada tradición desarrolla una compleja historia de ortodoxias sobre cualquier tema crucial. Así la cuestión de la homosexualidad provoca respuestas diversas al interior de las tradiciones porque lo que en el pasado se consideraba moralmente aceptable o inaceptable puede cambiar. Por ejemplo históricamente las religiones han aprobado determinadas actitudes y prácticas relacionadas con la sexualidad que ya hoy no se consideran aceptables: considerar a las mujeres como posesiones sexuales (escrituras hebreas), cuestiones de pureza relacionadas con el semen y el flujo mensual (ideas hebreas e induistas), poligamia (que ya no se practica en muchos países donde gran parte de la población es musulmana) y prostitución (Tomás de Aquino la veía como un baluarte contra la homosexualidad).
Las religiones del mundo
La religión viva más antigua del mundo es el hinduismo. En el hinduismo la conducta heterosexual siempre ha recibido más atención que la conducta homosexual. Históricamente la homosexualidad ha sido prohibida. En las Leyes de Manú, una codificación sistemática de cuestiones morales recopilada por brahmanes de las castas superiores hace aproximadamente 2000 años, la prohibición del lesbianismo es más fuerte: se lo considera merecedor de multas y palizas, mientas que la homosexualidad masculina se castiga menos, si bien ninguna de las dos recibe castigos tan severos como el adulterio. En el Kama Sutra, un texto del siglo IV atribuido a Vatsyayana, un sacerdote brahman célibe, se menosprecia la homosexualidad masculina.
Las imágenes heterosexuales abundan en la comprensión hinduista de las manifestaciones de la Divinidad (Brahman) en forma de diversos dioses y diosas. Pero a la par que se celebran los juegos amorosos del Señor Shivá y Párvati (su esposa divina) no existe en la mitología ninguna celebración comparable de relaciones homosexuales explícitas. Esto no obstante, Nancy M. Martín ha señalado que existen mitos en los que Shivá adopta una forma femenina para hacer el amor con un devoto, en los que devotos de la Gran Diosa (Mahadevi) se transforman en mujeres para adorarla y en los cuales devotos del enamoradizo dios Krishna se transforman en mujeres para podérsele acercar como amantes. Seguramente esto no es ninguna afirmación de homosexualidad, pero se muestra una cierta apertura. Además estas narraciones hindúes plantean una cuestión importante: ¿dónde están las líneas que separan los géneros y qué relación tienen con la homosexualidad? La sexualidad y el género, al menos en parte, son ideas construidas socialmente y por tanto la manera exacta como se entienden varía según las culturas y las religiones. No todas las culturas se obsesionan tanto por la división entre relaciones sexuales homosexuales y heterosexuales como hacen los “occidentales”. Si se vive en el mundo hinduista (o budista), donde el re-nacimiento es una realidad, se habrá sido hombre en algunas vidas y mujer en otras. Las fronteras entre los géneros y las cuestiones de sexualidad, llegan a ser mucho más fluidas en un mundo así.
Para los chinos, influidos tanto por el confucianismo como por el taoísmo desde el siglo VI a.C., la amistad entre los hombres se consideraba una de las virtudes confucianas y la homosexualidad masculina floreció durante la edad media en las cortes imperiales chinas, sobre todo durante las dinastías Han y Sung. El lesbianismo se toleraba como algo inevitable en las zonas separadas donde vivían las mujeres. Los taoístas pensaban que las relaciones heterosexuales tenían un efecto positivo en el equilibrio de los elementos yin (femeninos) y yang (masculinos), pero que unas relaciones heterosexuales excesivas tendrían el efecto negativo de apagar el yang (fuego) con yin (agua). Así entonces, como observa Goeffrey Parrinder en Sex in the World Religions, “la homosexualidad se toleraba ente los adultos porque el contacto íntimo entre dos elementos yang no podía comportar la pérdida de fuerza vital”. Veremos cómo estas actitudes taoístas afectaron después al budismo japonés.
En el budismo que surgió en el contexto del hinduismo en el siglo VI a.C. no se da la aproximación positiva al sexo que el hinduismo comparte con las tradiciones judía y musulmana, teniendo en cuenta que todas están fuertemente centradas en el matrimonio y la familia. La conducta homosexual escasamente se trata en los textos budistas de la India. Fuera de los textos del budismo tántrico, que influyeron en las formas tibetanas y japonesas del budismo, las escrituras budistas advierten que la sexualidad es una atadura con esta vida y un obstáculo para la iluminación. No obstante en el movimiento posterior que condujo al budismo Mahayana que viajó de India a China hace aproximadamente dos milenios, los bodhisattvas (personas que han alcanzado la iluminación) con frecuencia son descritos junto a compañeros devotos, también hombres, siempre a su lado. Sin duda esto es en parte resultado de la vida comunitaria de los monjes budistas en los monasterios (ver Buddhism, Sexuality and Gender de José I. Cabezón). Por otro lado, con frecuencia se afirma que Kobo Diaschi, quien fundó la rama Shingon del budismo tántrico en Japón, llevó la homosexualidad desde China a los monasterios budistas japoneses.
En el siglo XII con la llegada desde China de la tradición budista Chan al Japón del período Kamakura, donde recibió el nombre de Zen, las órdenes militares de los samuráis japoneses se encontraron con la vida monástica del budismo. La relación maestro-discípulo entre los samuráis, frecuentemente homosexual, llevó al equivalente de las relaciones homosexuales de maestro-discípulo de los monasterios. Gary P. Leupp afirma: “La tradición homosexual en Japón del período Tokugawa representa una culminación y mezcla de diversas tradiciones -monástica, samurái, burguesa- estimulada por la aparición de pueblos y ciudades más grandes, con una población masculina desproporcionada. Si bien el clima intelectual incluía algunas tendencias contrarias a la sensualidad (en el budismo) y otras partidarias de la familia y la procreación (en el confucianismo…), nunca comportó una fuerte corriente de hostilidad hacia el sexto entre hombres” (Male Colors). Así pues, en la gran época Tokugawa de Japón (1615-1867) la homosexualidad se ligó a instituciones de élite: militares, señores feudales, corte imperial y monasterios.
Si ahora nos fijamos en las raíces de los monoteísmos occidentales, el código sacerdotal y de pureza del Levítico adopta el punto de vista contrario a las Leyes de Manu en lo que tiene que ver con el lesbianismo y la homosexualidad masculina y decreta una pena todavía más severa para la homosexualidad masculina: “Si un hombre judío se acuesta con otro hombre (…) cometen una abominación y serán castigados con la muerte; que corra la sangre sobre ellos” (Lv. 20,13). El lesbianismo no se menciona en el Levítico, mientras que san Pablo, un joven converso, lo menciona en Romanos 1,26. Con frecuencia se piensa que Dios destruyó las ciudades de Sodoma y Gomorra porque sus habitantes practicaban la homosexualidad. Sin embargo se trata de una interpretación tardía; el profeta Ezequiel es muy claro en cuanto al pecado fatal de los sodomitas: “La culpa de Sodoma, tu hermana, era ésta: ella y sus ciudades vivían en el esplendor, la abundancia de alimentos y un plácido bienestar, pero no ayudaban a los pobres e indigentes” (Ez. 16,49).
En general, teniendo en cuenta el fuerte énfasis que pone en el matrimonio (y Dios como casamentero), el judaísmo tradicionalmente ha prohibido la homosexualidad, pese a que algunos movimientos reformistas del judaísmo actual han moderado esta actitud y también lo podemos observar en las opiniones del rabí conservador experto en ética Elliot Dorff. No obstante esto, al fin y al cabo el estudio exhaustivo de David Biale Eros and the Jews: From Biblical Israel to Contemporary America solamente incluye cinco referencias a la homosexualidad o al lesbianismo, lo que indica hasta qué punto han sido cuestiones marginadas en esta tradición. Biale afirma que los movimientos juveniles sionistas alemanes estaban influenciados por las ideas neorrománticas de Hans Bluher, que “subrayaba los fuertes lazos homoeróticos entre los miembros masculinos del Wandervögel” y también observa la aparición más reciente de algunas escritoras jóvenes lesbianas en América (donde hoy viven casi la mitad de judíos del mundo), como Erica Jong y las poetisas Adrienne Rich e Irena Klepfisz.
La tradición islámica sigue al judaísmo tanto por lo que hace al énfasis en la familia como en la condena de la homosexualidad, a pesar de tener una visión positiva del sexo. Parrinder señala que con frecuencia se ha pensado que los versículos del Corán que comienzan en 9:24 condenan la homosexualidad y es cierto que en general esta tradición la condena de forma constante. A veces se argumenta que la homosexualidad es “antinatural” porque Al.là creó a los hombres para que se sintieran atraídos por las mujeres y a las mujeres para que se sintiesen atraídas por los hombres. No obstante esto, El jardín perfumado por el gozo del alma, un manual erótico escrito en el siglo XVI, incluye un apartado sobre la homosexualidad tratada positivamente, si bien es típico eliminarlo en las traducciones europeas. Como en el judaísmo y en el cristianismo, una visión más abierta respecto a la homosexualidad se ha comenzado a desarrollar en el islam de los países occidentales más ricos.
Al interior del cristianismo San Pablo condena la homosexualidad tanto masculina como femenina porque “cambian las relaciones naturales por las antinaturales” (Rom. 1,26). Sin embargo cuando examinamos las palabas de san Pablo tendríamos que recordar tres cosas: 1. San Pablo es un judío converso; 2. Escribe en el contexto de un imperio romano dado a los excesos y frecuentemente a las bacanales, donde había ciudades famosas por su inmoralidad, como el puerto marítimo de Corinto; y 3. Recomienda la rectitud sexual e incluso recomienda a las parejas que eviten el matrimonio, si pueden, porque espera que el eschaton llegue pronto. Hasta el siglo III d.C. el imperio romano no tomó medidas legales contra la homosexualidad entre adultos. De hecho, hasta que el entonces Imperio romano no llegara a ser oficialmente cristiano, el poderoso ejército tendía a seguir el mitraísmo, una religión con una fuerte corriente homosexual oculta. A partir de la conversión de Constantino al cristianismo los emperadores combinaron la moralidad cristiana y la ley romana, prohibiendo la homosexualidad por impía e incluso como un peligro para el Estado. Así, pues, el año 693 d.C. el concilio de Toledo afirmaba que la “sodomía” era “habitual en España” y declaraba que la conducta homosexual en un obispo, un sacerdote o un diacono comportaría la pérdida del cargo eclesiástico y el “exilio perpetuo”.
Por otra parte, cuando el cristianismo desarrolló una fuerte tradición monástica, se produjo una aceptación tácita de la homosexualidad. Como señala Juan Boswell “entrar en una orden monástica entre los años 500 y 1300 d.C. seguramente era la manera más segura de conocer a otros homosexuales” (ver Sexuality and the Sacred: Sources for Theological Reflection). En esa época encontramos algunos poemas y cartas homoeróticos y homosexuales escritos por un miembro del clero monástico y dirigidos a otro. Pero una visión más negativa de la homosexualidad comienza a surgir en el siglo XIII.
Esta actitud negativa que se comienza a desarrollar tiene un claro centro en la ideas de Tomás de Aquino. Para Tomás, seguidor de Aristóteles, cada cosa tiene su finalidad correcta y el pecado consiste en ir en contra de esta finalidad. Dado que desde el punto de vista de Tomás el único fin de las relaciones sexuales era la procreación, la actividad sexual no destinada a la procreación era pecaminosa. En consecuencia la conducta homosexual era pecaminosa. Hay que recordar que este era un período en el que la Iglesia occidental tendía a pensar que todo el sexo era pecaminoso, una idea que en parte procedía de san Agustín y sus antecedentes maniqueos.
La Iglesia moderna ha llegado a aceptar las necesidades sexuales humanas normales como algo positivo y, a medida que los debates sobre sexualidad humana llegaban a ser más públicos, crecía el abanico de conductas aceptables. Ya en el siglo XVII los puritanos, los anglicanos y los cuáqueros comenzaron a predicar que la sexualidad era un regalo otorgado por Dios no solamente para la procreación sino también como algo muy importante para el amor y la intimidad.
Inclusión y exclusión.
John Bowell ha marcado una importante distinción en el tratamiento de los homosexuales: puede ser que se los excluya como a marginados (outsiders), que sean aceptados como miembros de categoría inferior (inferior insiders), o que se los reconozca con sus características propias (distinguishable insiders). El teólogo anglicano Brian Hebblethwaite dice: “Existe la creencia muy extendida de que en muchos seres humanos la orientación homosexual es algo natural en el sentido de que tiene una base genética. En estas circunstancias se podría argüir que una relación homosexual comprometida y fiel es un bien moral y no se ha de condenar como si estuviera al mismo nivel que la promiscuidad sexual”. En contraste con la calificación de distinguishable insider por parte de Hebblethwaite, encontramos la de inferior insider en The Concise Sacramentum Mundi, que trata la homosexualidad en el apartado de “conductas defectuosas”; esta obra argumenta que “no tiene importancia si o hasta qué punto éste puede ser un trazo heredado o solamente adquirido” y sugiere que aunque la homosexualidad sea “irreversible”, si el homosexual busca “la totalidad de la otra persona” en una relación, no alcanza “la forma de encuentro cristiano”.
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