Ser luz, ser sal…
El canto quiere ser luz…
El canto quiere ser luz.
En lo oscuro el canto tiene
hilos de fósforo y luna.
La luz no sabe qué quiere.
En sus límites de ópalo,
se encuentra ella misma,
y vuelve.
*
Federico García Lorca
***
El Señor ha puesto su mirada sobre nosotros;
ha puesto su confianza y su esperanza;
el Señor Dios ha hablado y cuenta con nosotros.
Nos pusiste , Señor, en esta tierra,
como luz, como hoguera abrasadora,
a nosotros que apenas mantenemos encendida
la fe de nuestras lámparas.
Nos dejaste , Señor, como testigos,
como anuncio brillante entre la gente,
a nosotros, tu pueblo vacilante,
tus seguidores de lengua temblorosa.
No te oirán si nosotros nos callamos,
si tus hijos te apartan de sus labios.
no verán el fulgor de tu presencia,
si tus fieles te ocultan con sus sombras.
Fortalece , Señor, nuestra flaqueza,
que tus siervos anuncien tu Palabra;
resuene tu voz en nuestra boca;
que tu Luz resplandezca en nuestras vidas;
que tu fuego sea siempre llama viva en nuestros corazones.
Quiero entrar en el ritmo gozoso de tu Palabra;
quiero encontrar en tu llamada, mi libertad.
Dame tu fe, que rompan los esquemas que me cercan;
Dame tu fe, que entre en la luz de tu camino.
Dame tu fe, para que ame la verdad de corazón.
Aquí estoy , Señor,
desbordado por el sermón de la montaña,
fascinada por tus retos,
desconcertada ante tus exigencias.
Aquí estoy, Señor, apasionado por la utopía,
eres audaz, eres arriesgado en tu mensaje,
eres un imposible al corazón de la persona,
sólo posible en tu Espíritu.
Necesito un corazón pobre, humilde , sencillo,
capaz de firmeza y esperanza,
capaz de buscar tu voluntad y hacerla ley en mi comportamiento.
Un corazón misericordioso, compasivo,
que acoge al que sufre,
que vive en la verdad y la transparencia,
que trabaja por la paz y la justicia.
Jesús, Señor del camino lleno de exigencias, de utopía, de esperanza,
abre mi corazón a tu horizonte,
y alienta mi empeño con tu Espíritu de vida.
*
(De una celebración de las Hijas de la Caridad)
***
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”
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Mateo 5,13-16
***
Y lo que le sucede a la Iglesia nos sucede también a cada uno de nosotros en particular. Sus peligros son nuestros peligros. Sus combates son nuestros combates. Si la Iglesia fuera en cada uno de nosotros más fiel a su misión, ella sería, sin duda ninguna, lo mismo que su mismo Señor, mucho más amada y mucho más escuchada; pero también, sin duda alguna, sería, como él, más despreciada y más perseguida “Yo les he dado Tu Palabra y el mundo los aborreció” (Jn 17,iA; ci i5,10-2] Si los corazones se manifestaran más claramente, el escándalo sería mucho más evidente, y este escándalo supondría un nuevo impulso para el cristianismo, porque “adquiere un poder mayor cuando es aborrecido por el mundo” (san Ignacio de Antioquía, Ad Ro- manos Ill, 3). El que el anticlericalismo esté “en baja”, cosa de lo que solemos felicitarnos, puede no ser siempre una señal feliz. Es verdad que este fenómeno puede ser debido o un cambio en la situación objetiva o a un mejoramiento tanto de una parte como de la otra, pero también podría significar que aquellos por quienes se conoce a la Iglesia, aun proponiendo todavía al mundo algunos valores dignos de estimación, se hubiesen acomodado a él, a sus ideales, a sus cláusulas y a sus costumbres.
En ese caso, dejarían de ser embarazosos. Que la sal se puede desazonar es cosa que nos repite el Evangelio. Y si vivimos —me refiero a la mayor parte de los hombres – relativamente tranquilos en medio del mundo, esto quizá sea debido a que somos tibios.
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Henri-Marie de Lubac,
Meditación sobre la Iglesia,
Ediciones Encuentro, Madrid °1988, 162
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