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“Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. Domingo 19 de agosto de 2018. Domingo 20º ordinario

Domingo, 19 de agosto de 2018
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46-ordinarioB20 cerezoDe Koinonia:

Proverbios 9,1-6: Comed de mi pan y bebed el vino que he mezclado:
Salmo responsorial: 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Efesios 5,15-20: Daos cuenta de lo que el Señor quiere.
Juan 6,51-58: Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.

Esta primera lectura de hoy es como un anuncio de lo que Jesús, sabiduría del Padre, va a decir en el evangelio que leemos en este domingo. Jesús, Sabiduría encarnada, ha preparado para nosotros su banquete, ha mezclado el vino, y ha puesto la mesa eucarística, y despacha a sus evangelizadores a todos los sitios a invitar a las gentes a su Eucaristía. Y nos sigue diciendo a todos nosotros: «vengan a comer mi pan». El pan y el vino que la sabiduría ofrece, son el pan y el vino que nos ofrece Jesucristo, Sabiduría eterna, son su Cuerpo y su Sangre. En estos pocos renglones es fácil descubrir la figura de Cristo. La Sabiduría es figura y representación del Hijo de Dios. En el evangelio de San Mateo (22,4) se leen unas palabras de Jesús muy parecidas a estas: «»vengan, que mi banquete está preparado». Este banquete es para todos, para sabios e ignorantes, para prudentes e imprudentes. Es lo que dirá San Bernardo: «si eres imprudente, acércate al que es Fuente de toda Sabiduría, y El te dará la prudencia que necesitas». Para algunos parece que la vida no nos hubiera enseñado nada. Como que no somos capaces de sacar lecciones de nuestras amargas experiencias. No saber sacar lecciones provechosas de las experiencias de la vida es la «inexperiencia». La lectura de hoy nos invita a dejar la inexperiencia y a adquirir la «prudencia», que es la virtud por medio de la cual cuando tenemos que escoger entre dos cosas, escogemos la que mejor nos aproveche para nuestra vida. Los entendidos dicen que por inexperiencia se entiende aquí el no saber gobernar y dirigir la propia vida.

En la segunda lectura de hoy encontraremos una frase muy parecida a esta que acabamos de comentar en el libro de los Proverbios, cuando la carta a los Efesios nos invita a no ser insensatos, sino sensatos. Este texto distingue tres exhortaciones. La primera se concreta en una doble llamada a aguzar la inteligencia para orientar la propia vida como corresponde al momento especial que se está viviendo y que, por el hecho mismo de poder vivirlo es de suyo el mejor. Lo que debe preocupar al cristiano es en realidad saber en cada momento, y en medio de la maldad dominante, qué es lo que Dios quiere realmente de él. La segunda exhortación es concreta: no emborracharse. Refleja las llamadas de los sabios a tener cuidado con el vino, pero también puede ser que se piense en los cultos paganos a Dionisios, donde el vino era el medio para unirse más estrechamente a la divinidad. Por último, la exhortación es a la alabanza, que el creyente debe dirigir siempre a Dios Padre en nombre del Hijo y a impulsos del Espíritu, y con sentimientos de gratitud por todos sus dones.

Juan desarrolla el tema de la «incomprensión» para adentrarnos de forma didáctica en el conflicto entre los practicantes de la religión judía y los cristianos. La eucaristía desató sospechas entre israelitas, romanos y griegos. No podían entender como una comunidad de creyentes podían celebrar con gozo y entusiasmo la muerte de su Señor y Maestro. Sin embargo, lo que en realidad no entendían era el misterio pascual. Jesús había resucitado, superando el cerco de una muerte violenta e injusta, y ahora vivía en medio de sus seguidores. Él se había convertido en principio de vida para aquellos que yacían inermes bajo la opresión de una religión agobiada por un sinnúmero de preceptos o por una religión que adoraba al déspota de turno. La presencia de Jesús liberaba a sus seguidores del caos informe de religiones mistéricas que abundaban en el mundo antiguo y de las rígidas disposiciones de una religión étnica.

Jesús era el pan vivo, bajado del cielo, para alimentar a una muchedumbre que añoraba una vida de paz y plenitud. Para ellos la verdad no residía en un sistema abstracto de proposiciones o en la adecuación lógica de la ideología a la realidad. Para ellos la verdad era una praxis de vida que transformaba al ser humano y lo habilitaba para vivir en comunión con sus congéneres y con el universo.

Hace unos meses, José Antonio Pagola, reconocido especialista en cristología, se publicaba estas reflexiones en torno a la eucaristía:

Los estudios sociológicos lo destacan con datos contundentes: los cristianos de nuestras iglesias occidentales están abandonando la misa dominical. La celebración, tal como ha quedado configurada a lo largo de los siglos, ya no es capaz de nutrir su fe ni de vincularlos a la comunidad de Jesús.

Lo sorprendente es que estamos dejando que la misa «se pierda» sin que este hecho apenas provoque reacción alguna entre nosotros. ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana? ¿Cómo podemos permanecer pasivos, sin capacidad de tomar iniciativa alguna? ¿Por qué la jerarquía permanece tan callada e inmóvil? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación con más fuerza y dolor?

La desafección por la misa está creciendo incluso entre quienes participan en ella de manera responsable e incondicional. Es la fidelidad ejemplar de estas minorías la que está sosteniendo a las comunidades, pero ¿podrá la misa seguir viva solo a base de medidas protectoras que aseguren el cumplimiento del rito actual?

Las preguntas son inevitables: ¿No necesita la Iglesia en su centro una experiencia más viva y encarnada de la cena del Señor que la que ofrece la liturgia actual? ¿Estamos tan seguros de estar haciendo hoy bien lo que Jesús quiso que hiciéramos en memoria suya?

Reflexiones para hacer nos pensar a todos, principalmente a los responsables de la inmovilidad de la liturgia de la Iglesia. Leer más…

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D 19.8.18. Jn 6: Mi carne es comida. Nueva eucaristía, una iglesia distinta

Domingo, 19 de agosto de 2018
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e3800fb3-d475-41f3-9844-be918377945bDel blog de Xabier Pikaza:

Tiempo ordinario. Juan 6,51-58. He venido presentando en los domingos anteriores el “sermón del pan de vida” de Jn 6, con diversos rasgos de su visión de la eucaristía, desde una perspectiva mística, personal y social.

Desde ese fondo, sabiendo que “nuestra carne” es comida, quiero proponer y celebrar una nueva eucaristía.

Eso implica un cambio total, pues la iglesia católica ha sido, en los últimos siglos, un inmenso “aparato” litúrgico y jerárquico, personal y social, encargado de mantener un tipo de celebración, que ahora, entrado el siglo XXI, ha quedado “seco” (al menos en el hemisferio norte), pues no queda ya casi nada de la vieja eucaristía. Los números son claros;

‒ Donde antes (hace cincuenta años) venían a celebrar (oír) misa 300 personas ahora muy a duras penas llegan a 30 (y el número descenderá)

‒ El “aparato clerical” montado para esa celebración se resquebraja, por más heroicos y santos que sean la mayoría de sus miembros (a pesar de los escándalos que algunos pregonan).

Por exigencia de este tiempo y por fidelidad al evangelio, ha llegado el momento de replantear el tema de forma muy “mística” (de comprensión de la vida en Cristo) y muy personal y social”,redescubriendo el sentido de la “celebración” cristiana de Jesús, como experiencia y tarea radical de comunicación (de ser y vivir unos en otros).

Nos hallamos ante una nueva y antigua misión (misa y misión significa en realidad lo mismo: envío): re-descubrir y re-crear el evangelio, partiendo del evangelio de hoy, que con lenguaje durísimo y muy dulce (comernos: comer unos la carne de los otros) nos sitúa ante la experiencia radical de la fe (creer y crear la vida como don compartido: eso es Dios), expresada y realizada en forma de comida.

Lo que la “misa” celebra es que los unos vivimos de (en) los otros, para formar así un “pueblo en Dios” (=una humanidad solidaria), en gozo mutuo, en experiencia y esperanza de resurrección (resucitamos y vivimos en la vida de aquellos a quienes damos la vida).

En la primera imagen, tomada de un icono armenio, vemos a Jesús que se identifica con la “cruz abierta en forma de pan/circunferencia/mesa”, como Vida que se entrega y comparte (en forma universal) con todos los hombres representados por los once (doce menos Judas que prefiere salir con su bolsa del círculo de vida compartida).

Jesús nos introduce así en su mesa redonda (un cuerpo, un pan), de forma su somos “eucaristía”, pues somos (nos hacemos) Dios en Cristo al dar y compartir la vida unos con otros, esto es, al decir “que mi carne es comida”, haciendo que así sea.

Las imágenes que siguen evocan otros aspectos y elementos de la eucaristía, con rasgos que quizá debemos abandonar y otros que debemos potenciar (otras). Vea el lector lo que conviene en cada caso.

Sólo me queda recordar que el tema de fondo está tomada de un par de entradas de mi Diccionario de la Biblia. Buen domingo a todos, y siga leyendo quien lo quiere (quien esté dispuesto a ser eucaristía, haciendo a la vez que las eucaristía litúrgicas que celebramos sean distintas, según el evangelio.

Juan 6,51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.” Disputaban los judíos entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que como este pan vivirá para siempre.

Un tema escandaloso, un tema necesario.

A un tipo de religión, le resulta escandaloso todo intento de buscar una comunión divina (es decir con Dios) y, al mismo tiempo, una intercomunión humana, pues Dios es trascendente y nadie puede introducirse en su misterio, y los hombres y mujeres se entienden como autosuficientes, separados unos de los otros..

En esa línea, Dios se define como lejanía de poder, grandeza y fuerza, de tal forma que ningún viviente puede acompañarle en su existencia… y los hombres y mujeres se entienden a sí mismos como solitarios, aislados unos de los otros.

Sin embargo, una vez que eso está dicho, después de haber fijado la independencia de Dios y la separación entre los hombres (cada uno responsable de sí mismo), el Antiguo Testamento ha empezado a descubrir que Dios es “el que es” (el ser de todo lo que existe) y que los hombres sólo pueden ser si comparten la vida unos con otros.

Jesús vive enraizado en la experiencia de Israel, de tal manera que sigue interpretando la comunión con lo sagrado en términos de alianza entre personas. Pero, al mismo tiempo, al aceptar como principio la presencia de Dios en Jesucristo, el Nuevo Testamento ciertos de la comunión universal de Dios, de los hombres como inmersos en la misma comunión divina:

Heb 2, 14

afirma que el mismo Dios ha decidido «comulgar» con nosotros, entrando en relación con nuestra historia, de tal forma que participa de la carne y de la sangre de los hombres (cf. también 2 Ped 1, 4: estamos en comunión con la naturaleza divina).

Dios ha querido “comulgar” con nuestra carne y nuestra sangre, hacerse mundo entre nosotros, tomar parte en nuestra historia. Sólo porque hallamos esta primera koinonia incarnatoria, sólo porque Dios asume en Cristo, Logos-hijo, nuestras «especies humanas» (carne y sangre), de una vez y para siempre, nosotros − simples hombres – tenemos un acceso en comunión divino, podremos comulgar divina, comulgando al mismo tiempo unos con otros (haciendo que nuestra propia vida sea alimento para los demás).

Ésta es la experiencia de fondo de1 Jn 4,10:

En esto consiste el misterio, no en que nosotros pretendamos estar en comunión con lo sagrado sino en que Dios, el santo, haya querido comulgar con nuestra historia, haciéndose así vida y principio de amor entre los hombres. Fundado en esta experiencia, Pablo puede definir a los cristianos como aquellos que «han sido convocados a vivir en koinonia con Jesucristo, Hijo de Dios» (1 Cor 1, 9). Éste es el sentido de fondo del sermón del pan de vida de Jn 6 que hoy comentamos.

Comulgar, ser unos en otros

Comulgar significa en un plano “eucarístico” participar en Cristo: aceptar su palabra, seguir su camino, revestirse de su muerte, incorporarse a su resurrección, transformarse con su gloria. Para entender mejor la comunión resultaría necesario comen¬tar todos los textos donde Pablo y las cartas postpaulinas van hablando de aquello que nosotros somos en el Cristo:

Convivimos y con-sufrimos con él; somos con-crucificados, con-sepultados, co-resucitados, con-glorificados; con él coheredamos y correinamos (cf. Rom 6, 4-8; 8, 17; 2 Cor 7, 3; Gál 2, 19; Col 2, 12-13; Ef 2, 5-6; 2, 2). Toda nuestra existencia de creyentes se interpreta en forma de comunión de vida y muerte, de camino y esperanza con el Cristo. Por eso, la comunión «en lo santo» significa «participación en la santidad de Dios», a través de Jesucristo.

Esta comunión se realiza de un modo visible en el gesto eucarístico: «El cáliz… es la comunión con la sangre de Cristo; el pan…, es la comunión con el cuerpo de Cristo» (1 Cor 10, 16-17). Así se invierte y recupera el gesto del Dios que se hace humano. Carne y sangre eran primero el lugar en el que Dios se ha humanizado. Ahora, en contexto de celebración eclesial, fundada en el recuerdo y la palabra de Jesús, carne y sangre son la realidad del gran misterio del Cristo, Hijo de Dios, presente entre los hombres.

Allí donde la comunidad se reúne y celebra a su Señor, los creyentes, unidos entre sí «comulgan con el Cristo,comulgando de esa forma unos con otros,
participan de su vida y de su muerte, se introducen en su pascua. Este es el sentido radical de aquello que la iglesia afirma cuando cree en la «comunión de los hombres con lo Santo»; es lo que la iglesia celebra alborozada y llena de temor en el misterio de su fiesta dominical. Leer más…

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El sagrario somos nosotros. domingo 20. Ciclo B

Domingo, 19 de agosto de 2018
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e2380818-9888-4b6e-a36b-f944d3bb4435Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Un final duro y sorprendente (Evangelio: Juan 6, 51-58)

        Llegamos al final del discurso del pan de vida. El domingo pasado, Jesús terminó diciendo: «Yo soy el pan del cielo…  el pan que yo daré es mi carne». Como en las series de televisión, el pasaje de hoy comienza repitiendo ese final, para recordarnos dónde estamos y entender la reacción de los judíos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Es la pregunta que se haría cualquier persona normal, incluso la predispuesta a favor de Jesús. Pero él no responde a esta pregunta. Los oyentes o lectores cristianos del discurso saben la respuesta: no se trata de comer un trozo del cuerpo de Jesús, sino de comer el pan eucarístico. Pero el autor del cuarto evangelio no lo dice, prefiere que el lector experimente la misma duda que los judíos.

            En una lectura precipitada, parece que esta última parte del discurso no ofrece ninguna novedad, que se limita a repetir la promesa de la vida eterna para quien coma «el pan que ha bajado del cielo».

En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». Los judíos discutían entre ellos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre que me ha enviado vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres, y murieron. El que come este pan vivirá eternamente».

Sin embargo, hay aspectos nuevos e importantes.

  1. Beber la sangre. Hasta ahora, solo se ha hablado del pan. En esta sección final se hace referencia cuatro veces a la sangre, verdadera bebida, igual que el pan es verdadera comida. Dado la relación del discurso con la eucaristía, esta referencia era imprescindible. La iglesia primitiva siempre recordó el doble gesto de Jesús durante la última cena: al comienzo, partiendo el pan; al final, bendiciendo y pasando la copa. Pan y vino son esenciales. Un discurso sobre la eucaristía no puede dejar de mencionar la sangre, el vino.
  1. La dureza del lenguaje. Hasta ahora, el discurso ha sido polémico y ha provocado discusión y rechazo. Jesús, en vez de echarse atrás e intentar justificar sus expresiones, usa fórmulas escandalosas que se prestan a ser interpretadas como canibalismo: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Hay que comerla y beberla. Sin explicación alguna ni matices. ¿Por qué? Jesús no quiere seguidores inconscientes y rutinarios. En los evangelios sinópticos hay otras muchas expresiones suyas, durísimas, desanimando a seguirlo a quienes no estén dispuestos a cargar con la cruz, a renunciar a todo, a abandonar al padre y a la madre… En una línea distinta, estas palabras del discurso son también una forma de seleccionar a sus seguidores, como quedará claro el próximo domingo.
  1. La vida. La repetición frecuente de «la vida eterna» y de «yo lo resucitaré en el último día» parece sugerir que es algo que solo se consigue después de la muerte. Ahora se deja claro que «el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna». La tiene ya, ahora, antes de morir. Sin decirlo expresamente, el texto supone que hay dos formas de vida: la normal, física, y la espiritual o eterna. La primera la tienen todos los seres humanos; la segunda, quienes comen el cuerpo y la sangre de Jesús. ¿En qué consiste esa vida?
  1. Jesús dentro de nosotros. La respuesta la ofrecen estas palabras: «El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él». Es la única vez que aparece este tema en el discurso, que recuerda la experiencia de Pablo: «Vivo yo, pero no yo; es Cristo quien vive en mí». Pero la imagen que mejor puede expresarlo es la del feto en el vientre de su madre: habita en ella, y ella en él. Esa intimidad absoluta y misteriosa es la que se produce en la eucaristía. Y esa presencia de Jesús en los que comulgamos no termina al cabo de un cuarto de hora, como nos enseñaban a veces de niño. Una educación religiosa bienintencionada, pero deficiente, hace pensar a muchos que Jesús está principalmente en el sagrario, olvidando que está dentro de nosotros tan realmente como allí.
  1. El final. Tras las cuatro intervenciones de la gente al comienzo del discurso y las dos preguntas escandalizadas que encontramos más tarde, resulta curioso que el autor no diga nada de la reacción del auditorio, de los judíos. Todo termina con unas palabras suprimidas por la liturgia: «Esto dijo [Jesús] enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm». Quien prescindió de estas palabras no debería aprobar un examen sobre el cuarto evangelio. Son esenciales para distinguir la reacción de los judíos (el silencio, no discuten más) y la de los discípulos de Jesús, que leeremos el próximo domingo.

Jesús y la Sabiduría como anfitriones (1ª lectura: Proverbios 9,1-6)

            Ninguno de nosotros se extraña de ver a la justicia representada como una mujer con los ojos vendados, una espada en la mano derecha y una balanza en la izquierda. En los últimos siglos antes de Jesús, algunos autores bíblicos, para oponerse a la idea griega de que la sabiduría es algo humano, y reside especialmente en Atenas, comenzaron a presentarla como una criatura de Dios, que lo acompaña desde el momento de la creación y termina residiendo en Jerusalén. La primera lectura la describe como una gran señora que construye un palacio, prepara un banquete, e invita a los jóvenes a compartir su pan y su vino, su sabiduría y su enseñanza, que les darán la vida.

            Los cristianos aplicaron estas imágenes e ideas a Jesús. Él es la verdadera sabiduría de Dios, que baja del cielo y reside entre nosotros, como dice el prólogo de Juan. Es lógico que se haya elegido este breve fragmento del libro de los Proverbios como primera lectura (en este caso debo reconocer, sin que sirva de precedente, el acierto de quienes seleccionaron los textos). Habla de comer mi pan y beber del vino, y de conseguir la vida.

La sabiduría edificó su casa, labró sus siete columnas, inmoló sus víctimas, preparó su vino e igualmente aderezó su mesa. Envió sus criados y proclamó sobre los puntos más altos de la ciudad: «Jóvenes inexpertos, venid aquí». A los insensatos ella les dice: «Venid, comed de mi pan y bebed del vino que yo he preparado. Dejad de ser imprudentes y viviréis, y caminad por la senda de la inteligencia».

         Indico, no obstante, dos diferencias entre este texto y el evangelio.

  1. La Sabiduría invita solamente a los jóvenes. Cosa lógica, porque es presentada como una maestra que enseña a «sus hijos», sus discípulos, a comportarse rectamente. Jesús invita a todos.
  2. El pan y el vino de la Sabiduría no dan la vida; la vida la da la prudencia: «Dejad de ser imprudentes y viviréis». El simbolismo del evangelio es más fuerte: la sabiduría no se adquiere a través de una serie de enseñanzas, se come y bebe y termina habitando dentro de nosotros.

La sabiduría cotidiana del cristiano (2ª lectura: Efesios 5,15-20)

         Por pura casualidad, porque la segunda lectura nunca se elige por relación con la primera ni con el evangelio, existe un punto de contacto con los Proverbios. También aquí se exhorta a la inteligencia y la sensatez, a no actuar neciamente. Y la forma de vivir de acuerdo con la voluntad de Dios se concretan en dos datos: 1) No llenarse de vino. 2) Llenarse del Espíritu Santo, cantando, alabando y dando gracias a Dios.

Hermanos: a ver cómo os comportáis; que no sea como insensatos, sino como inteligentes, aprovechando el tiempo, porque los días son malos. Por consiguiente, no actuéis como necios, sino procurad conocer cuál es la voluntad del Señor. No bebáis vino hasta emborracharos, pues eso lleva al desenfreno; al contrario, llenaos del Espíritu Santo recitando entre vosotros salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones, dando siempre gracias por todo a Dios Padre en nombre de nuestro Señor Jesucristo

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Domingo XX del Tiempo Ordinario. 19 de agosto de 2018

Domingo, 19 de agosto de 2018
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“Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Quien come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.”

(Jn 6, 51-58)

Hoy seguimos leyendo el discurso que hace Jesús sobre él mismo como el pan de la vida, como venimos haciendo los últimos domingos.

Nos encontramos muchas veces que Jesús habla de comer y de vida. Él es el “pan vivo”. “Quien come de este pan vivirá para siempre”. Da su carne “por la vida del mundo”. Nos advierte: “si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”. Y al contrario: “quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”, “quienes me comen a mí vivirán gracias a mí”.

Y es que el comer está muy relacionado con la vida. Estamos tan acostumbrados a comer todo lo que queremos que se nos pasa por alto que es gracias al hecho de comer que estamos vivos. Es más, lo que comemos, y cómo lo comemos, determina nuestra vida, y al mismo tiempo dice mucho de ella. Podemos comer alimentos producidos de una u otra manera, en un lugar u otro. Podemos comer con avidez, con conciencia, con agradecimiento, engullendo, saboreando… Todo esto hablará de nuestra relación con nosotras mismas, con la humanidad, con la creación, con Dios.

Dicho esto, entendemos más por qué Jesús relaciona tanto el hecho de comerle con tener vida. Él no es cualquier comida: lo que nos ofrece es la Vida verdadera, la Vida con mayúsculas, la Vida plena. Nos invita a participar en la Vida de Dios, es decir, a vivir en la bondad, el amor, la entrega, la comunión, la confianza, el perdón. Aceptar a Jesús en nuestra vida significa abrirnos a todo esto y empezar a recibirlo. Si esta Vida de Dios encuentra espacio en nuestro corazón, después marcará toda nuestra manera de vivir: nuestros actos, pensamientos, sentimientos, interioridad, decisiones, relaciones…

Dios nos da vida cada día, nos demos cuenta o no. Pero si somos conscientes de ello, si nos ocupamos de “comerla” con conciencia, de acogerla con cuidado, nuestra vida se va modelando más y más según la Vida de Dios. Esto se puede hacer, por ejemplo, buscando en nosotras el deseo de que Dios nos alimente. Preguntándonos cuáles son nuestras sedes más profundas. Dedicando tiempo a encontrarnos con él, poniendo atención en estos encuentros para evitar que se vuelvan rutinarios y superficiales. Aceptando y agradeciendo lo que nos da, ofreciéndolo nosotras a otros a su vez…

De esta manera la Vida que recibimos de Dios irá encontrando en nosotras más caminos donde desplegarse, nos irá llenando y se hará presente en todos los aspectos de nuestra vida.

Oración

Trinidad Santa, ayúdanos a descubrir en nosotras la sed de ti, y a acoger la Vida plena que nos ofreces.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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El concepto “Vida” aplicado a Dios es una metáfora.

Domingo, 19 de agosto de 2018
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bread-and-wineJn 6, 51-59

El evangelio del hoy, no solo es continuación del domingo pasado, sino que se repite el último versículo, para que no perdamos el hilo. Ya dijimos que todo el capítulo está concebido como un proceso de iniciación. Partiendo del pan compartido, ha ido progresando hasta la oferta definitiva de hoy. Después de esa oferta, ya no queda más alternativa: o seguir a Jesús o abandonar la empresa y seguir cada uno el camino de su ego.

¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Para los judíos del tiempo de Jesús, el ser humano era un bloque monolítico, ni siquiera tenían un término para designar lo que nosotros llamamos alma sin el cuerpo o cuerpo sin el alma. Hablar de carne, era hablar de la persona entera. Esa carne es su misma realidad humana, no la carne física separada. Para un judío, la idea de comer (masticar) la carne de otro, era sencillamente repugnante, porque significaba que se tenía que aniquilar al otro para hacer suya la sustancia vital del otro.

Si no coméis la carne de este Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Jesús, en vez de intentar suavizar su propuesta, la hace aún más dura; porque si era ya inaceptable el comer la carne, fijaros qué tendría que suponer para un judío la sola idea de beber la sangre, que para ellos era la vida, propiedad exclusiva de Dios, con prohibición absoluta de comerla. Jesús les pone como condición indispensable para seguirle que coman su carne y beban su sangre. Jn insiste en que, eso que les repugna, es lo que deben hacer con Jesús. Apropiarse de su energía, hacer suya su misma vida.

Debemos tener muy en cuenta que en este capítulo se habla de  sarx  “carne”, pero en todas las referencias a la eucaristía de los sinópticos y de Pablo se habla de swma “cuerpo”. Para nosotros los dos términos son intercambiables, pero para la antropología judía eran aspectos muy diferentes. Carne es el aspecto más bajo del hombre, la causa de todas sus limitaciones. Cuerpo, por el contrario, significa el aspecto humano que le permite establecer relaciones; sería el sujeto de todos los verbos: yo, tú, él… Es la persona, el yo como posibilidad de enriquecerse o empobrecerse en sus relaciones con los demás seres humanos.

La cultura griega introdujo un concepto que no existía en la mentalidad judía. Al entender “cuerpo” como la parte física hemos tergiversado la comprensión del sacramento de la eucaristía. Para ser fieles al relato evangélico, tendríamos que traducir: “esto en mi persona, esto soy yo”. Sin olvidar, que lo  esencial, no es lo que dijo, sino lo que hizo. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. En esto coinciden los tres sinópticos. No se trata de un pan cualquiera, sino de un pan, tomado, eucaristizado, partido y repartido. Después de hacer eso, Jesús queda identificado con ese pan, que se parte y se reparte.

Al hablar de “carne”, Jn está en otra dinámica. Trata de decirnos que lo que tenemos que hacer nuestro de Jesús es su parte más terrena, la realidad más humilde y baja de su ser. Tenemos que imitar lo que él es en la carne pero gracias al Espíritu. Sin duda está pensando en el significado más profundo de la encarnación, a la que Jn da tanta importancia.

En la concepción falseada de “cuerpo”, no hay ninguna diferencia entre el cuerpo y la sangre, porque la sangre es también cuerpo. Pero si hacemos la distinción adecuada, resulta que son dos signos diferentes. El primero hace referencia a la persona en su vida normal de cada día. El segundo, sangre, hace referencia a la vida. En efecto, cuando la sangre se escapa por la herida, la vida también desaparece. Cuando Jesús dice que tenemos que comer su cuerpo y beber su sangre, está diciendo que tenemos que apropiarnos de su persona y de su vida. La prueba de que está hablando de símbolos y no de palabras que hay que tomar al pie de la letra, está en que, unas líneas más abajo, nos dice: “El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada”.

El comer y el beber son símbolos increíblemente profundos de lo que tenemos que hacer con la persona de Jesús. Tenemos que identificarnos con él, tenemos que hacer nuestra su propia Vida, tenemos que masticarlo, digerirlo, asimilarlo, apropiarnos de su sustancia. Esta es la raíz del mensaje. Su Vida tiene que pasar a ser nuestra propia Vida. Solo así haremos nuestra la Vida de Dios. Lo que Jesús les dice es precisamente lo que hiere su sensibilidad. No se trata de la biología, ni en Jesús ni en nosotros. Se está hablando de la VIDA de Dios.

Por activa y por pasiva, insiste Jesús en la necesidad de comer su carne y beber su sangre. El que come mi carne… tiene vida definitiva. Si no coméis la carne… no tendréis vida en vosotros. Si hemos comprendido de qué Vida está hablando, descubriremos lo que significa: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Es comida y es bebida porque alimentan la Vida. La Vida verdadera no es la biológica. Esto fue difícil de aceptar para ellos y sigue siendo inaceptable para nosotros. A continuación lo explica un poco mejor.

El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Cuando nos referimos a la eucaristía, nos fijamos en la segunda parte de la proposición, “yo recibo a Jesús y Jesús está en mí”, pero olvidamos la primera. Pero resulta que lo primero y más importante es que “yo esté en él”. De nosotros depende hacernos, como Jesús, pan partido para dejar que nos coman. Estamos muy acostumbrados a considerar la “gracia” como consecuencia automática de unos ritos, sin darnos cuenta que en la vida espiritua­l no puede haber automatismo.

Como a mí me envió el Padre que vive y así yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí. Una vez más hace referencia al Padre. El designio de Dios, es comunicar Vida a Jesús y a nosotros. La actitud del que se adhiere a Jesús, debe ser la misma que él tiene hacia su Padre: recibir la Vida y comunicarla a los demás. Jesús nos está pidiendo que hagamos con él, lo que él mismo ha hecho con su Padre. Al hacer nuestra su Vida, hacemos nuestra la misma Vida de Dios. Cuando Jesús dijo: “Yo y el Padre somos uno”, está manifestando cuál es la meta de todo ser humano: esa identificación con Dios.

Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de este vivirá para siempre. Una y otra vez se repite la idea, señal de la importancia que el evangelista quiere darle. Seguramente la polémica seguía con los judíos que no acababan de aceptar el significado de Jesús. Al evangelista lo que le interesa es dejar claro el sentido de la adhesión a Jesús. Existen dos panes bajados del cielo (venidos de Dios), uno espiritual, su persona; otro material, el maná.

La eucaristía, el discurso del pan de vida y el lavatorio de los pies, están conectados, pero cada uno tiene un matiz diferente que ayuda a entender la realidad a la que hacen referencia. La eucaristía resalta el aspecto de entregarse a los demás. El discurso del pan de vida acentúa el aspecto de alimento de la verdadera Vida y la necesidad de descubrir ese alimento en la carne, es decir, en lo perceptible de Jesús. En el lavatorio de los pies, se resalta el aspecto de servicio a los demás. Lavar los pies era una tarea de esclavos. El servicio a los demás (diaconía) es la clave para entender la nueva comunidad.

Meditación

Una misma Vida atraviesa a Dios, a Jesús y a todo ser humano.
No son vidas distintas que se suceden, sino la misma y única VIDA.
La tarea fundamental de todo ser humano
es nacer a esa Vida que se le ofrece gratuitamente.
Aunque para ello tenga que morir
a todo lo que signifique egoísmo e individualidad.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Dos en Uno.

Domingo, 19 de agosto de 2018
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joven-caminando-con-jesus“Todos son el otro y ninguno es él mismo” (Heidegger)

19 de agosto. Domingo XX del TO

Jn 6, 52-59

Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él

Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564), pintor, escultor y arquitecto, reconocido como uno de los grandes del renacimiento y de la historia del arte, dejó cuadros inacabados como El Santo Entierro, actualmente en la National Gallery de Londres. Los críticos nos dicen que justo cuando apenas comenzamos a aprehender sus figuras, sus gestos, sus palabras, se nos escapan de las manos. Y el artista nos deja sorprendidos, invitándonos a seguir soñando en el misterio, con palomas vestidas de deseos que en un mundo ideal se van del nuestro palomar hasta los cielos. ¿Nos han dejado solos?

O, quizás más bien, en ninguna parte, porque no necesitamos espacio ni tiempo para encontrarnos. “Los amantes no se encuentran en ningún lugar. Se encuentran el uno al otro todo el tiempo”, dijo Rumi. Y Martín Heidegger lo exageró en esta sentencia: “Todos son el otro y ninguno es él mismo”. O, como remachó John Dee: “Tú eres tu propio santuario”.

En una divertida comedia, Como gustéis, William Shakespeare escribió estos sugestivos versos en los que resalta la idea -como hizo también Calderón de la Barca en El Gran teatro del mundo– de que el “dos en uno” que parece insinuar Jesús en el evangelio de este domingo, es un par inmensamente abierto:

“La vida entera es un escenario,
y hombres y mujeres, meros actores.
Entran en escena, entran en escena,
salen de ella, y cada uno utiliza
su tiempo para representar muchos papeles”.

Cuando queremos entender algo, no podemos simplemente quedarnos fuera y observarlo. Tenemos que entrar profundamente dentro de ello y ser uno con ello para realmente entender. Si queremos entender a una persona debemos sentir sus sentimientos, sufrir sus sufrimientos y disfrutar con su alegría, comentó Tich Nhat Hanh en Sabiduría eterna.

Y Proverbios 8, 29-31, dicen “Cuando al mar dio su precepto -las aguas no rebasarán su orilla-, cuando asentó los cimientos de la tierra, yo estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo, jugando por el orbe de su tierra; y mis delicias están con los hijos de los hombres”

Albert Einstein escribió que “Un ser humano es una parte de este todo a que llamamos universo, una parte limitada en el tiempo y en el espacio. Se experimenta a sí mismo y experimenta sus pensamientos y sentimientos como algo separado de todo lo demás, lo cual es una especie de ilusión óptica de la conciencia. Este engaño constituye una prisión para nosotros, pues nos limita a nuestros deseos personales y a sentir afecto por unas pocas personas que sentimos más próximas. Nuestra tarea debería ser liberarnos de esta prisión ampliando nuestro círculo de compasión, con el fin de abarcar a la totalidad de seres vivos y a la naturaleza con todo su esplendor”.

Jesús era una persona humana tan abierta, que en las palabras por él dichas en Jn 6, 56, “Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”, está con todos nosotros como dice el Poema, afuera y dentro despejando sombras y encendiendo farolas en todas las autopistas de las autovías de nuestras existencias.

MÁS ALLÁ

Más allá de Dios está Dios.
Y yo estoy con él afuera y dentro
despejando sombras en la noche
y, en el amanecer, farolas encendiendo.

El sonido del pulso
del corazón de Dios y el mío
marcan el latido del mundo
con armónico ritmo.

Luz humana y divina
que despeja en la mente pensamientos
-los de Dios y los míos-
y rompe en el Poniente ardientes besos.

(EL LEGENDARIO REINO DE LOS SENTIMIENTOS.
Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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¿Comer la carne o compartir un proyecto vital?

Domingo, 19 de agosto de 2018
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Frank White, Dayton Moore, David DeJesus, Kevin Uhlich and Royals staff serve Thanksgiving lunch at City Union MissionHace muchos años tuve en mis manos un manual de teología para enfermeras. El autor afirmaba que morderse los padrastros (pielecillas que están junto a las uñas), o las propias uñas, rompía el ayuno eucarístico.

No he podido olvidar semejantes tonterías. ¿Qué hemos hecho con lo que se refiere al Cuerpo y la Sangre de Cristo? Jesús utilizó la comida como una de las claves de su mensaje. En una sociedad hambrienta y con profundas diferencias sociales, el proyecto de Jesús se parecía a un banquete en el que estaban invitadas las personas pobres, enfermas, pecadoras y marginadas.

Sus seguidores, poco a poco, aprendieron a abrir el zurrón para compartir los panes y los peces que antes guardaban con recelo. Se saciaban en el banquete y al acabar, salían por los caminos a dar de comer a los hambrientos y de beber a los sedientos.

En la predicación de Jesús, y más tarde en la experiencia de las primeras comunidades, se produjo un salto cualitativo: del pan se pasó al pan vivo; del agua a los ríos de agua viva que emanan en las entrañas; del vino a la sangre que es expresión de la vida.

Jesús pidió “ir más allá” de lo que ofrecían los cinco sentidos para abrirse al misterio de la vida compartida y entregada. Pero, con el paso del tiempo, extrañas teologías y muchos miedos quieren situarnos de nuevo en el “más acá”.

Por ejemplo, se sigue pidiendo que los laicos comulguemos en la boca para que nuestras manos, supuestamente impuras o sucias, no toquen la forma. Pero la tocan los dientes, la lengua, la saliva, el estómago y un largo etcétera. ¿Por qué no recuperamos el sentido común?

Al comulgar, nuestro cuerpo y todo nuestro ser tocan algo del misterio de la Encarnación de Jesús. La comunión es –o debería ser– una sacudida comunitaria y eclesial que nos impulsa a retomar el proyecto vital de Jesús, del que nos alejamos continuamente.

Hay textos del evangelio que nos invitan al compromiso. Otros a la interioridad. Creo que el Evangelio de hoy nos invita a preguntarnos: ¿qué se nos ha ido de las manos?

Marifé Ramos

Fuente Fe Adulta

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La Eucaristía es vida, no precepto.

Domingo, 19 de agosto de 2018
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b0925ab8-d164-4e0e-8eef-5f63c71d426aDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. COMO POR CÍRCULOS CONCÉNTRICOS. LA VIDA.

Continuamos profundizando en los recovecos de este largo capítulo sobre “pan de vida”. San Juan piensa y profundiza como por círculos concéntricos en los diversos temas en los que expone su fe en JesuCristo. Se podría decir que el evangelio de San Juan son largas narraciones en torno a un símbolo sobre Cristo: YO SOY EL AGUA (la samaritana, Jn 4), YO SOY LA LUZ (la curación del ciego, Jn 9), YO SOY EL BUEN PASTOR, Jn 10, YO SOY EL PAN (Jn 6), YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA, (Lázaro, Jn 11), etc.

También como por círculos concéntricos, el texto del evangelio de hoy menciona al menos once veces el tema de la VIDA. La vida lo es todo para el ser humano.

02. LA EUCARISTÍA ES CELEBRAR LA VIDA.

Cuántas veces hemos celebrado y celebramos la Eucaristía en las más diversas circunstancias.

La Eucaristía la celebramos conforme a lo que sucede en nuestro acontecer humano. Y en nuestro camino acaece de todo: Celebramos la Pascua del Señor, sí, pero la Pascua nos pilla como nos pilla en la vida:

o a veces en momentos de abrir caminos: el matrimonio, el ministerio eclesial, la vida religiosa.

o otros momentos son más sombríos y están más cercanos al “Huerto de los Olivos – Getsemaní” por la enfermedad o la tristeza, por la depresión.

o En ocasiones estamos más cerca de la intimidad del “cenáculo” que del Templo.

o Muchas veces la Eucaristía la celebramos conforme a la cotidianeidad de la vida: sin grandes altibajos.

o A veces estamos hartos del maná, que no sabe a nada, en ocasiones hay más calor de Emaús, a veces junto al lago.

o No pocas veces celebramos la muerte, la dormición, el tránsito hacia la vida.

Cada etapa y acontecimiento de la vida da un color a la Eucaristía y recibe de ella luz, como las vidrieras del Gótico.

03. CUANDO LA EUCARISTÍA PASA A SER RITO, NORMA, COSTUMBRE.

Tanto la multiplicación de los panes como los muchos encuentros de Jesús con “publicanos y pecadores”, Zaqueo, Emaús, la fiesta que el padre prepara a la vuelta a la vida de su hijo menor, Caná de Galilea y los banquetes de bodas no fueron, ni mucho menos, ritos ni la misa de 10,30. Fueron encuentros de comidas fraternas, de perdón, de alimento, de fiesta. Había que celebrar una fiesta, (padre e hijo perdido).

¿Nuestras Eucaristías tienen o caminan hacia esa sencillez amable, porque el Señor está en medio de nosotros? ¿Nuestras Eucaristías son vida, encuentro, alimento, celebración? ¿O más bien la Misa es rito y cumplimiento? A veces uno piensa que hoy en día se pretende sustituir la nulidad y falta de creatividad eclesiásticas con ritos, ornamentos y bisutería. Pero la Eucaristía es Pascua, “arder el corazón”, “fiesta”, “banquete”, “cena de entrega”, encuentro, alimento de vida.

Una anotación:

Llama la atención la ansiedad con que se pretende volver al rito de san Pío V, no solamente a celebrar la misa en latín, sino a celebrar en el rito proveniente del concilio de Trento. ¿En aras de la comunión? ¿En aras de Emaús o de la fiesta del hijo perdido? ¿Se sentiría “cómodo” Jesús en tales Misas? ¿Y en las nuestras?

José I Gzlez Faus escribía hace unos meses: “Le pido a Dios que nuestras gentes no pierdan la fe en nuestras Misas”.

04. ENTRE SABIOS Y ENTERADOS.

Estos textos y estas cosas las hemos de pensar y profundizar en la vida.

Hay personas que andan entre cuestiones importantes: en la universidad, en la vida socio-política, en la vida eclesiástico-religiosa y son unos superficiales macizos. Basta mirar y escuchar a muchos parlamentarios, o lo que emanan muchos obispados, publicaciones, medios de comunicación, etc. Hay mucho enterado con nula “sabiduría” humana y evangélica.

Y hay muchas personas sencillas y humildes: campesinos que siembran trigo, obreros, madres de familia que han de sacar adelante su familia, que no son ni están enterados, pero son sabios: saben vivir, al menos tratan de vivir sabiamente y así lo transmiten

05. No es lo mismo ciencia que sabiduría.

Desde el siglo XVIII, más o menos, andamos a bofetadas en el diálogo -o falta del mismo- entre “ciencia y fe”, “ciencia y sabiduría”.

De diversos modos el evangelio de San Juan presenta a Cristo como pan de vida. Quien se alimenta del pan del Señor, vive.

La primera lectura de hoy (Proverbios) nos invita a vivir sabiamente: con sabiduría. Nosotros podemos confundir sabiduría y ciencia.

o La ciencia es el conjunto de conocimientos que se obtienen por verificación, comprobación. Es un mundo y un ámbito importante: en medicina, en tecnología, medios de comunicación, transporte, etc.

o La sabiduría viene de sapere: saborear, saber vivir.

Son dos ámbitos distintos. Uno puede tener muchos conocimientos científicos y puede que no sepa vivir: miremos a nuestra propia experiencia o la que podemos ver o haber visto en nuestro derredor. Hay gente que tiene ciencia, pero “no tiene cabeza”, aunque tenga poder.

eucaristia0Por otra parte, los conocimientos no científicos y más bien existenciales son más envolventes que los científicos. Por ejemplo los convencimientos personales o grupales: sociedad, pueblo, amor, libertad, masas, etc. “agarran” más profundamente la existencia humana (para bien o para mal): convencimientos deportivos, convencimientos de pueblos y patrias, convencimientos religiosos, políticos, son enormemente envolventes, te “pillan” -más o menos- toda la existencia.

JesuCristo no fue un profesor de religión que enseñara unos conocimientos de historia de las religiones o cosa parecida. Jesús no fue un hombre culto, un “enterado” de la religión. Jesús fue maestro en el sentido más clásico: quien enseña no cosas, sino que enseña a vivir. Jesús fue sabio.

Podemos ser personas humildes, de condición económica y cultural sencilla y vivir en paz de Dios.

06. LA EUCARISTÍA ES MESA COMPARTIDA.

La Eucaristía se ha ido reduciendo al campo intimista de mi lo eclesiástico y de mi interior. Pero la Eucaristía es solidaridad: guardar la presencia del Señor para dadles vosotros de comer. La Eucaristía no acontece en mi alma, sino que acontece en y para la humanidad.

Quizás para celebrar la Eucaristía hayamos de preguntar ¿qué hago yo por la vida?

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Leonardo Boff: Declaración de la ilegalidad de la pobreza ante la ONU.

Jueves, 15 de junio de 2017
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pobreza-en-brasilEl 9 de mayo tuvo lugar un acto en la Universidad Nacional de Rosario promovido por la Cátedra del Agua, un departamento de la Facultad de Ciencias Sociales, coordinado por el prof. Anibal Faccendi, para llevar a cabo una Declaración sobre la ilegalidad de la pobreza. Tuve la oportunidad de participar y hacer la charla de motivación. La idea es conquistar apoyos del congreso nacional, de la sociedad y de personas de todo el continente para llevar esta demanda ante las instancias de la ONU con el fin de darle la más alta validación. Ya antes, el 17 de octubre de 1987 Joseph Wresinski había creado el Movimiento Internacional ATD (Actuar Todos para la Dignidad) que incluía el Día Internacional da Erradicación de la Pobreza. Este año será celebrado el día 17 de septiembre en muchos países que se han adherido al movimiento.

La Declaración de Rosario viene a reforzar este movimiento presionando a los organismos mundiales de la ONU para declarar efectivamente el hambre como ilegal. La Declaración no puede quedarse tan solo en su aspecto declaratorio. Su sentido es poder crear en las distintas instituciones, en los países, en los municipios, en los barrios, en las calles de las ciudades, en las escuelas, movilizaciones para identificar a las personas sea en situación de pobreza extrema (vivir con menos de dos dólares y sin acceso a los servicios básicos) o simplemente de pobreza, que sobreviven con poco más de dos dólares diarios y con acceso limitado a la infraestructura, vivienda, escuela y otros servicios mínimos humanitarios. Y organizar acciones solidarias que los ayuden a salir de esta urgencia, con la participación de ellos mismos.

En 2002 Kofi Annan, antiguo secretario da ONU declaraba con firmeza: «No es posible que la comunidad internacional tolere que prácticamente la mitad de la humanidad tenga que subsistir con dos dólares diarios o menos en un mundo con una riqueza sin precedentes».

Efectivamente, los datos son estremecedores. OXFAM que es una ONG que articula muchas otras en varios países y que se ha especializado en estudiar los niveles de desigualdad en el mundo, presenta todos los años sus resultados, cada vez más aterradores. Generalmente OXFAM suele ir a Davos, en Suiza, donde se encuentran los mayores ricos epulones del mundo. Presentan los datos que los dejan desenmascarados. Este año, en enero de 2017 revelaron que 8 personas (la mayoría estaba allí en Davos) poseen una riqueza equivalente a la de 3,6 mil millones de personas. Es decir, cerca de la mitad de la humanidad vive en situación de penuria sea como pobreza extrema, sea simplemente como pobreza, al lado de la más degradante riqueza.

Si leemos afectivamente, como debe ser, tales datos, nos damos cuenta del océano de sufrimiento, de enfermedades, de muerte de niños o de muerte de millones de adultos, estrictamente a consecuencia del hambre. Entonces nos preguntamos: ¿Dónde ha ido a parar la solidaridad mínima? ¿No somos crueles y sin misericordia con nuestros semejantes, ante aquellos que son humanos como nosotros, que desean un mínimo de alimentación saludable como nosotros? Se les remueven las entrañas viendo a sus hijos e hijas que no pueden dormir porque tienen hambre, y ellos mismos teniendo que tragar en seco trozos de comida recogidos en los grandes basureros de las ciudades, o recibidos de la caridad de la gente y de algunas instituciones (generalmente religiosas) que les ofrecen algo que les permite sobrevivir.

La pobreza generadora de hambre es asesina, una de las formas más violentas de humillar a las personas, arruinarles el cuerpo y herirles el alma. El hambre puede llevar al delirio, a la desesperación y a la violencia. Aquí cabe recordar la doctrina antigua: la extrema necesidad no conoce ley y el robo en función de la supervivencia no puede ser considerado crimen, porque la vida vale más que cualquier otro bien material.

Actualmente el hambre es sistémica. Thomas Piketty, famoso por su estudio sobre El Capitalismo en el siglo XXI, mostró como está presente y escondida en Estados Unidos: 50 millones de pobres. En los últimos 30 años, afirma Piketty, la renta de los más pobres permaneció inalterada mientras que en el 1% más rico creció 300%. Y concluye: «Si no se hace nada para superar esta desigualdad, podrá desintegrar toda la sociedad. Aumentará la criminalidad y la inseguridad. Las personas vivirán con más miedo que esperanza».

En Brasil hemos abolido la esclavitud, ¿pero cuándo haremos la abolición del hambre?

Leonardo Boff

Fuente Koinonía

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“Ranking de felicidad”, por José Arregi

Sábado, 8 de abril de 2017
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33680600101_6568a61d99_zLeído en su blog:

No sabía que la ONU, hace cinco años, hubiese instaurado el 20 de marzo como día internacional de la felicidad. Un día más dedicado a lo que nos falta, como todos los “días de” algo. El día de la felicidad de la que carecemos y que todos buscamos como el bien más preciado y sin precio. ¿De qué nos sirve tenerlo todo si no somos felices? ¿Y quién no daría gustosamente todo lo que tiene a cambio de serlo?

Claro que la felicidad plena no existe, si bien a veces se encuentran personas que se dicen plenamente felices (¡dichosas ellas!). Quien pretenda ser plenamente feliz se vuelve infeliz y hace infelices a los demás. Pero todos querríamos –y podríamos– ser más felices. Cómo ser suficientemente felices o serlo un poco más: he ahí la cuestión.

Algo puede enseñarnos al respecto el Informe Mundial de Felicidad 2017 que la ONU acaba de publicar, como lo viene haciendo desde 2012, con ocasión del día de la felicidad.

Noruega es el país más feliz, seguido de Dinamarca, Islandia, Suiza y Finlandia; luego vienen Holanda, Canadá, Nueva Zelanda, Australia y Suecia. Junto a ellos, tan cerca y tan lejos, están los países más infelices, por orden descendente, me entristece nombrarlos: Ruanda, Siria, Tanzania, Burundi y República Centroafricana, la más infeliz. España se encuentra en el puesto 34; Francia, en el 31.

No es difícil adivinar los indicadores tenidos en cuenta por la ONU para medir la felicidad: ingreso per cápita, salud, expectativa de vida, libertad y libertades, generosidad, apoyo social, y ausencia de corrupción en las instituciones privadas y públicas. Son cosas bien importantes, y todos los países debieran aspirar y acceder a ellas. Pero no nos revelan el último secreto de la felicidad. Esos factores no son suficientes para que un país o una persona sean felices, y me atrevería a decir que no son esos los elementos más decisivos para serlo de verdad.

De hecho, es muy distinto el último ranking de felicidad elaborado por la Consultora Win/Gallup International Association en 2106, basándose en las respuestas de la gente a una pregunta: “En general, ¿se siente personalmente muy feliz, feliz, ni feliz ni infeliz, infeliz o muy infeliz?”. El país más feliz resultó ser Colombia. Y en el informe elaborado por el Instituto DYM a finales del 2015, el continente más feliz resulta ser ¡África! Y el más infeliz… Europa, sí, Europa con sus países nórdicos y su PIB y su Mediterráneo.

Estos resultados no son más contradictorios que el propio sentimiento de felicidad, tan difícil de precisar y medir. La felicidad es más que la mera euforia vital que pudiéramos sentir inyectándonos serotonina o dopamina. Depende mucho más de las expectativas que de la situación objetiva. Por supuesto, nadie debiera tener que vivir con un euro al día, pero lo cierto es que muchos logran ser felices con eso, y más cierto aun que muchos son más infelices cuanto más poseen. Deberíamos medir el progreso por la Felicidad Nacional Bruta más que por el PIB, como hace Bután, el único país.

Pero me temo que los rankings dificultan más que ayudan la felicidad. Hacen que el de arriba sufra porque puede bajar, y que el de abajo sufra porque no puede subir. No es más feliz quien tiene más, sino quien necesita menos o se conforma con lo que tiene.

Oigo cada día a nuestros gobernantes que debemos ser más competitivos. Es cierto que no podremos crecer y triunfar sin ser competitivos, pero más cierto aun que no podremos ser felices ni hacer una sociedad más feliz mientras sigamos empeñados en competir, crecer y triunfar, siempre a costa de otros, siempre creando rankings de riqueza y de pobreza. ¿Puede alguien ser feliz en Noruega o en España mirando de frente la miseria de África, o esquivando la mirada? No sería una felicidad indecente y cruel. No sería verdadera felicidad, sino violencia o engaño.

Solo la persona que abandona todo anhelo y obra sin intereses, libre del sentido del ‘yo’ y de ‘lo mío’, alcanza la paz, como enseñó el Bhagavad Gîta hindú hace 2300 años. Jesús de Nazaret lo dijo a su manera: “Bienaventurados los humildes, los mansos, los misericordiosos, los artesanos de paz. Bienaventurados los pobres solidarios de los pobres”. Él soñó y creyó en un mundo sin competitividad, y lo llamó “Reino de Dios”: un mundo justo, fraterno y feliz, un mundo sin rankings. ¿Lo soñamos todavía?

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¿Te vienes a cenar?

Jueves, 24 de marzo de 2016
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pan-para-cenarYolanda Chaves, yolachavez66@gmail.com; Mari Paz López Santos,pazsantos@pazsantos.com; Patricia Paz, ppaz1954@gmail.com
Los Ángeles; Madrid; Buenos aires.

ECLESALIA, 24/03/16.- Me invitaron a una cena que promete ser muy especial. Es increíble pero el que firma la invitación es ¡Jesús mismo! Nadie me lo cree, es que ni yo misma me lo creo, pero ahí está el sobre, sencillo y la tarjeta adentro, dice: Si tienes hambre, ven.

Cuando recién me llegó pensé que era una broma de alguno de mis amigos. Imagínense, una invitación firmada por Jesús, quién se lo va a creer. Con el pasar de los días me  llegaron correos de mis amigas Yolanda y Mari Paz y ahí supe que la cosa venía en serio. Es que mis amigas viven en USA y en España y no hay ninguna, o casi ninguna posibilidad, de que mis amigos les puedan hacer la broma a ellas.

Lo otro que me chirriaba  es el tema del hambre, porque ni bien la recibí pensé que se habían equivocado de persona. Con tanta hambre en el mundo, ¿me iba a invitar a mí que pertenezco a la categoría de los privilegiados que tienen satisfechas todas sus necesidades? Pero de a poco empecé a sentir todas las “hambres” que tengo, que no son precisamente de comida, pero que son muchas y empecé a desear que fuera verdad, aunque seguía dudando.

…….

Abrí el buzón del correo con aire distraído. No esperaba recoger más que publicidad y los típicos sobres con ventanita de correspondencia bancaria. Ya nunca llegan cartas con “letra humana” como en otros tiempos.

La primera sorpresa fue aquel sencillo sobre blanco en donde figuraban mi nombre y dirección postal escritos… ¡a mano! Impresionada, di la vuelta para ver quién era el remitente: “Jesús, el de Nazaret”, escrito a bolígrafo en perfecta letra humana.

Esto es una broma o publicidad, pensé mientras me dirigía al ascensor. Abrí con prisa y leí una tarjeta de invitación, también escrita a mano: Si tienes hambre, ven. Puedes traer a otros, todos están invitados, no importa cuántos”, firmado: “Jesús, el de Nazaret”.

Abrí la puerta, dejé el bolso y las llaves y repetí la operación de lectura. Algo no había entendido o eso era una broma. Quizás un atractivo medio publicitario. Nada. Quedé pensativa y aparté el sobre para volver más tarde. Pero no podía dejar de pensar en esa invitación: “Estoy invitada si es que tengo hambre y puedo ir acompañada por quienes considere que les gustaría asistir imagino que siempre y cuando también tengan verdadera hambre”. ¿A quién le cuento yo esto? Creo que escribiré a mis dos amigas Yolanda y Patricia, que seguramente se sorprenderán pero no creen que digan que estoy loca. Escribir “a seis manos” desde tres partes del mundo nos pone en una dimensión de activas “escuchantes” de la realidad, abiertas a las sorpresas con naturalidad.

…….

Aquella madrugada como todos los días, esperaba la ruta que me acerca a mi trabajo en la estación del metro en el centro de Los Ángeles. Esa mañana era como todas; la estación llena de personas apresuradas ascendiendo y descendiendo de las diferentes rutas del metro sin poner atención en los rostros de los transeúntes. De pronto alguien se me acercó “debe ser alguien que necesita dinero para completar su pasaje” pensé, y me apresuré a buscar unas monedas en mi bolso. Era una anciana, confieso que me hubiera gustado relatarles que era una viejecita sonriente y amable, pero no, la anciana que se me acercó tenía el rostro amargado y el aliento alcohólico. Le ofrecí las monedas y ella no las aceptó. Tenía sus manos temblorosas ocupadas con un sobre manchado y maltratado, lo levantó hasta mi cara. “Esto es para ti” dijo, me lo entregó y se fue.

Revisé el sobre, en la parte del remitente estaba escrito: “Jesús de Nazaret” y en la del destinatario mi nombre: “Yolanda”.  Llegó el metro que esperaba, no hubo tiempo de abrir el sobre, a esa hora los vagones del metro van tan llenos que abrirlo y leerlo hubiera sido imposible. Lo guardé en mi bolso, llegué a mi trabajo, y tomé mi lugar en aquel inmenso mar de máquinas de coser. Mientras trabajaba, pensaba: “¿Quién puede conocer mi nombre en la estación del metro?”. Esperé hasta la hora de mi descanso para leer el contenido del sobre, lo abrí y decía: “Hija, sé que tienes hambre, ven. Puedes traer contigo a los que quieran una comida caliente”. Miré a mi alrededor, y pensé: “¿Habrá suficiente para todos ellos?”. No pude dejar de pensar en esa invitación tan personal y cercana. Ya en mi casa, al finalizar la jornada diaria, leía y releía el contenido del sobre. “Si esto es en serio ¿Cómo empiezo a invitar a esa cena especial a todos los que tienen hambre?”. Entonces decidí escribirle a mis amigas: hasta España a Mari Paz y hasta Argentina a Patricia. Seguramente “seis manos” podrán mejor que dos.

…….

Jesús nos convoca a celebrar la Eucarística, la primera, la de siempre, la que no pierde vigencia.  ¿Dónde tenemos que ir? ¿A Jerusalén, como aquella vez?… No, nos espera en cualquier lugar donde haya gente que tenga hambre y sed de Pan y de Vino, de Justicia y Solidaridad, de Fraternidad y Comunidad; donde haya personas que sufren y se sienten rechazadas por cualquier motivo; entre los que huyen de la guerra o la violencia… “Allí nos encontraremos”, nos ha dicho. “Id, cada una de vosotras, al lugar de vuestro continente en donde penséis que debéis estar convocando e invitando a la Cena a la que yo invito. Sois mensajeras como aquellos que mandé al cruce de los caminos…”.

Nos han invitado a una cena muy especial, será íntima y multitudinaria, indicándonos que salgamos a los caminos a buscar comensales. No hay restricciones ni números clausus. No hay que ir de etiqueta ni hay puestos de honor.

Nos han dicho que hagamos llegar la invitación a muchos, que utilicemos los medios a nuestro alcance para que la cena tenga todos los invitados que quieran asistir.

invitaciones-para-la-cena-de-la-empresaQue se expanda por la redes sociales, que lo transmitamos boca a boca en los encuentros de grupos y comunidades;  en las reuniones de la parroquia, de las vicarías, de las diócesis y en la curia vaticana; en monasterios y conventos, en sinagogas y mezquitas, en cárceles y hospitales, en despachos gubernamentales y en prostíbulos de carretera, en reuniones financieras. Que llegue la invitación a la orilla del Mediterráneo mientras se recogen vidas ateridas y chalecos salvavidas.

A los que viven en la calle, a los que huyen del hambre… Todos estáis invitados, nos ha dicho. Hay muchos sitios, no hay cuotas, ni clases, no se necesitan papeles, no tienes que llevar dinero.

Los niños y las niñas son bienvenidos y serán los que tengan un sitio especial al lado del Anfitrión.

¡Tomad nota!… es al atardecer de hoy Jueves, el que llaman Santo. ¡Ven, sí tienes hambre…!

Todos los que lean esto, están invitados; y a los que se lo hagan llegar por el medio que sea. Vayan pensando de qué les gustaría hablar con Jesús y de qué tienen hambre.

No se olviden de contestar a cualquiera de las direcciones de correo que figuran arriba indicando qué motivo les mueve a participar en esta Cena

 (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Lo decisivo es tener hambre”. 20 Tiempo Ordinario – B (Juan 6,51-58)

Domingo, 16 de agosto de 2015
Comentarios desactivados en “Lo decisivo es tener hambre”. 20 Tiempo Ordinario – B (Juan 6,51-58)

20-852856El evangelista Juan utiliza un lenguaje muy fuerte para insistir en la necesidad de alimentar la comunión con Jesucristo. Solo así experimentaremos en nosotros su propia vida. Según él, es necesario comer a Jesús: «El que me come, vivirá por mí».

El lenguaje adquiere un carácter todavía más agresivo cuando dice que hay que comer la carne de Jesús y beber su sangre. El texto es rotundo. «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».

Este lenguaje ya no produce impacto alguno entre los cristianos. Habituados a escucharlo desde niños, tendemos a pensar en lo que venimos haciendo desde la primera comunión. Todos conocemos la doctrina aprendida en el catecismo: en el momento de comulgar, Cristo se hace presente en nosotros por la gracia del sacramento de la eucaristía.

Por desgracia, todo puede quedar más de una vez en doctrina pensada y aceptada piadosamente. Pero, con frecuencia, nos falta la experiencia de incorporar a Cristo a nuestra vida concreta. No sabemos cómo abrirnos a él para que nutra con su Espíritu nuestra vida y la vaya haciendo más humana y más evangélica.

Comer a Cristo es mucho más que adelantarnos distraídamente a cumplir el rito sacramental de recibir el pan consagrado. Comulgar con Cristo exige un acto de fe y apertura de especial intensidad, que se puede vivir sobre todo en el momento de la comunión sacramental, pero también en otras experiencias de contacto vital con Jesús.

Lo decisivo es tener hambre de Jesús. Buscar desde lo más profundo encontrarnos con él. Abrirnos a su verdad para que nos marque con su Espíritu y potencie lo mejor que hay en nosotros. Dejarle que ilumine y transforme zonas de nuestra vida que están todavía sin evangelizar.

Entonces, alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico de su Evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y esenciales; encender en nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de él el centro de nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio.

José Antonio Pagola

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“Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. Domingo 16 de agosto de 2015. Domingo 20º ordinario

Domingo, 16 de agosto de 2015
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46-ordinarioB20 cerezoDe Koinonia:

Proverbios 9,1-6: Comed de mi pan y bebed el vino que he mezclado:
Salmo responsorial: 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Efesios 5,15-20: Daos cuenta de lo que el Señor quiere.
Juan 6,51-58: Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.

Esta primera lectura de hoy es como un anuncio de lo que Jesús, sabiduría del Padre, va a decir en el evangelio que leemos en este domingo. Jesús, Sabiduría encarnada, ha preparado para nosotros su banquete, ha mezclado el vino, y ha puesto la mesa eucarística, y despacha a sus evangelizadores a todos los sitios a invitar a las gentes a su Eucaristía. Y nos sigue diciendo a todos nosotros: «vengan a comer mi pan». El pan y el vino que la sabiduría ofrece, son el pan y el vino que nos ofrece Jesucristo, Sabiduría eterna, son su Cuerpo y su Sangre. En estos pocos renglones es fácil descubrir la figura de Cristo. La Sabiduría es figura y representación del Hijo de Dios. En el evangelio de San Mateo (22,4) se leen unas palabras de Jesús muy parecidas a estas: «»vengan, que mi banquete está preparado». Este banquete es para todos, para sabios e ignorantes, para prudentes e imprudentes. Es lo que dirá San Bernardo: «si eres imprudente, acércate al que es Fuente de toda Sabiduría, y El te dará la prudencia que necesitas». Para algunos parece que la vida no nos hubiera enseñado nada. Como que no somos capaces de sacar lecciones de nuestras amargas experiencias. No saber sacar lecciones provechosas de las experiencias de la vida es la «inexperiencia». La lectura de hoy nos invita a dejar la inexperiencia y a adquirir la «prudencia», que es la virtud por medio de la cual cuando tenemos que escoger entre dos cosas, escogemos la que mejor nos aproveche para nuestra vida. Los entendidos dicen que por inexperiencia se entiende aquí el no saber gobernar y dirigir la propia vida.

En la segunda lectura de hoy encontraremos una frase muy parecida a esta que acabamos de comentar en el libro de los Proverbios, cuando la carta a los Efesios nos invita a no ser insensatos, sino sensatos. Este texto distingue tres exhortaciones. La primera se concreta en una doble llamada a aguzar la inteligencia para orientar la propia vida como corresponde al momento especial que se está viviendo y que, por el hecho mismo de poder vivirlo es de suyo el mejor. Lo que debe preocupar al cristiano es en realidad saber en cada momento, y en medio de la maldad dominante, qué es lo que Dios quiere realmente de él. La segunda exhortación es concreta: no emborracharse. Refleja las llamadas de los sabios a tener cuidado con el vino, pero también puede ser que se piense en los cultos paganos a Dionisios, donde el vino era el medio para unirse más estrechamente a la divinidad. Por último, la exhortación es a la alabanza, que el creyente debe dirigir siempre a Dios Padre en nombre del Hijo y a impulsos del Espíritu, y con sentimientos de gratitud por todos sus dones.

Juan desarrolla el tema de la «incomprensión» para adentrarnos de forma didáctica en el conflicto entre los practicantes de la religión judía y los cristianos. La eucaristía desató sospechas entre israelitas, romanos y griegos. No podían entender como una comunidad de creyentes podían celebrar con gozo y entusiasmo la muerte de su Señor y Maestro. Sin embargo, lo que en realidad no entendían era el misterio pascual. Jesús había resucitado, superando el cerco de una muerte violenta e injusta, y ahora vivía en medio de sus seguidores. Él se había convertido en principio de vida para aquellos que yacían inermes bajo la opresión de una religión agobiada por un sinnúmero de preceptos o por una religión que adoraba al déspota de turno. La presencia de Jesús liberaba a sus seguidores del caos informe de religiones mistéricas que abundaban en el mundo antiguo y de las rígidas disposiciones de una religión étnica.

Jesús era el pan vivo, bajado del cielo, para alimentar a una muchedumbre que añoraba una vida de paz y plenitud. Para ellos la verdad no residía en un sistema abstracto de proposiciones o en la adecuación lógica de la ideología a la realidad. Para ellos la verdad era una praxis de vida que transformaba al ser humano y lo habilitaba para vivir en comunión con sus congéneres y con el universo.

Hace unos meses, José Antonio Pagola, reconocido especialista en cristología, se publicaba estas reflexiones en torno a la eucaristía:

Los estudios sociológicos lo destacan con datos contundentes: los cristianos de nuestras iglesias occidentales están abandonando la misa dominical. La celebración, tal como ha quedado configurada a lo largo de los siglos, ya no es capaz de nutrir su fe ni de vincularlos a la comunidad de Jesús.

Lo sorprendente es que estamos dejando que la misa «se pierda» sin que este hecho apenas provoque reacción alguna entre nosotros. ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana? ¿Cómo podemos permanecer pasivos, sin capacidad de tomar iniciativa alguna? ¿Por qué la jerarquía permanece tan callada e inmóvil? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación con más fuerza y dolor?

La desafección por la misa está creciendo incluso entre quienes participan en ella de manera responsable e incondicional. Es la fidelidad ejemplar de estas minorías la que está sosteniendo a las comunidades, pero ¿podrá la misa seguir viva solo a base de medidas protectoras que aseguren el cumplimiento del rito actual?

Las preguntas son inevitables: ¿No necesita la Iglesia en su centro una experiencia más viva y encarnada de la cena del Señor que la que ofrece la liturgia actual? ¿Estamos tan seguros de estar haciendo hoy bien lo que Jesús quiso que hiciéramos en memoria suya?

Reflexiones para hacer nos pensar a todos, principalmente a los responsables de la inmovilidad de la liturgia de la Iglesia. Leer más…

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Dom 16. 8. 15. Carne somos, de carne vivimos: Un escalón en la vida de Dios

Domingo, 16 de agosto de 2015
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10547169_672471736219787_269985049_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 20, tiempo ordinario. Juan 6, 51-58. En el estadio actual de evolución somos inviables, no podemos resolver nuestros problemas económicos y ecológico, sociales y espirituales (culturales): o ascendemos a un nivel distinto de humanidad o terminamos matándonos y muriendo todos.

Éste es un diagnóstico cada vez más extendido, éste el problema, hic Rhodus, hic salta (¡aquí esta Rodas, aquí es preciso dar el salto!), como decía Esopo y repitieron muchos pensadores del siglo XIX. Pues bien, en este nivel nos sitúa hoy el Evangelio de Juan, culminando el gran sermón de los domingos anteriores.

‒ Juan nos lleva al límite infranqueable de una “gnosis” en la que sólo importa la vida interior de cada creyente, una experiencia de identificación con lo Absoluto, un Jesús espiritual como símbolo de vida, con un grupo de amigos también espirituales, formando una comunidad de liberados vivos en la tierra. Pues bien, en ese límite, sin más salida, la vida humana muere sin remedio.

‒ Pues bien, ese mismo paso al límite infinito (in-humano) le ha obligado a formular, por contraste, la exigencia suprema de comunión inter-personal, como experiencia del Dios de Cristo, en línea de comunicación nueva y más alta, en la frontera donde se unen lo material y lo espiritual, allí donde un hombre (varón o mujer) es carne y sangre de otros hombres, en gesto y tarea, en éxtasis y gozo de nueva comunión
ESCRITO 28
‒ Necesario es el pan de trigo que los hombres han de compartir, necesaria la justicia para que ellos vivan sin matarse. Necesaria, por tanto, es también la eucaristía de pan y vino, por la que ellos reciben, regalan y comparten los bienes materiales (y en especial la comida) como signo del Dios que es Comunión en Cristo.

‒ Pero más necesario es el pan de la carne humana, la misma vida que se da y recibe de un modo gratuito. El hombre es el único viviente conocido que puede regalar su vida, viviendo de esa forma en unidad de amor con otros, el único que puede dar su sangre, siendo así sangre de los otros.

‒ Por eso dice Jesús “el que bebe mi sangre tiene vida eterna”, el que la bebe y comunica, sabiendo así que somos cada uno por sí y todos unidos la savia de Dios, como ha vuelto a desarrollar el mismo Juan en el capítulo diez de su evangelio.

Comer la carne de Cristo y beber su sangre significa convertir la propia vida en alimento para los demás. Aquí, en esta más alta montaña de la Vida humana, escalada por Jesús por todos (para todos) recibe su sentido y tendrá futuro la existencia humana, superando la violencia de muerte que actualmente nos domina.

Buen domingo a todos, domingo de comunión mesiánica, de vida compartida. Frente a un “capital” que nos divide (unos comen y destruyen a los otros), Jesús ofrece el ideal de una vida que une, en amor y entrega mutua.

Texto: Juan 6,51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.” Disputaban los judíos entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”

Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros.

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que como este pan vivirá para siempre.

Un contrapunto, Antiguo y Nuevo Testamento

Al antiguo testamento le resulta escandaloso todo intento de buscar una comunión con Dios, pues él es trascendente y nadie puede introducirse en su misterio. Dios es lejanía de poder, grandeza y fuerza, de manera que ningún viviente puede acompañarle en su existencia. Sin embargo, dicho eso, tras haber negado toda posibilidad de unidad de naturaleza con Dios, Israel ofrece los cimientos para una nueva experiencia de comunión con Dios en términos de alianza.

En ese contexto nos introduce Jesús, pues como dice Heb 2, 14, el mismo Dios ha decidido «comulgar» con los hombres, entrando en de tal forma en nuestra historia que participa de la carne y de la sangre de los hombres (cf. también 2 Ped 1, 4: estamos en comunión con la naturaleza divina).

No se trata de restablecer sin más el mito antiguo del parentesco del hombre con Dios, en la línea de los dioses, semidioses, héroes y santones de casi todos los pueblos, sino de aceptar la gracia del Dios que ha querido comulgar con nuestra carne y nuestra sangre, hacerse mundo en nuestro mundo, historia en nuestra historia.

Sólo porque nos fundamos esta primera koinonia (comunión) incarnatoria, sólo porque Dios asume en Cristo, Logos-hijo, nuestras «especies humanas» (carne y sangre), de una vez y para siempre, nosotros − simples hombres – tenemos un acceso en comunión a lo divino, podremos comulgar con Dios por medio de la carne y de la sangre de Jesús, que es nuestro Cristo, comulgando así los unos en y con los otros.

Ésta es la experiencia de fondo de1 Jn 4,10: En esto consiste el misterio, no en que nosotros hayamos conseguido sin más la comunión con lo divino sino en que Dios, el santo, haya querido comulgar con nuestra historia, haciéndose así Vida compartida entre los hombres. Fundado en esta experiencia, Pablo puede definir a los cristianos como aquellos que «han sido convocados a vivir en koinonia con Jesucristo, Hijo de Dios» (1 Cor 1, 9). Éste es el sentido de fondo del sermón del pan de vida de Jn 6 que hoy comentamos.

Comulgar unos de (con) otros

Comulgar significa participar en Cristo: aceptar su palabra, seguir su camino, revestirse de su muerte, incorporarse a su resurrección, transformarse con su gloria, de manera que podemos ser así (por él) los unos en los otros:

— Convivimos y con-sufrimos con él;
— somos con-crucificados, con-sepultados, co-resucitados, con-glorificados;
— con él coheredamos y co-reinamos
(cf. Rom 6, 4-8; 8, 17; 2 Cor 7, 3; Gál 2, 19; Col 2, 12-13; Ef 2, 5-6; 2, 2).

Toda nuestra existencia de creyentes se interpreta a manera de comunión de vida y muerte, de camino y esperanza con el Cristo. Por eso, la comunión «en lo santo» significa «participación en la santidad de Dios», a través de Jesucristo. Leer más…

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Los nadies

Jueves, 14 de mayo de 2015
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800px-Vincent_van_Gogh_-_The_State_Lottery_Office_F970Leído en Cristianismo y Justicia:

Victor Codina. El periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano, recientemente fallecido, escribió el poema Los nadies, verdadera pieza antológica de literatura crítica, accesible en la web, del que transcribimos un fragmento:

Los nadies: los hijos de nadie,
los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados,
corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos,
rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones,
sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos,
sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies,
que cuestan menos
que la bala que los mata.

Este  poema, típico de una época en algunos aspectos ya lejana, sigue siendo actual pues su contenido profundo sigue  inspirando hoy movimientos sociales, movimientos de indignados, movimientos indígenas, movimientos feministas, de minorías sexuales, de ecologistas e impulsa a los participantes del Foro social mundial a proclamar que otro mundo es posible.

Más aún, los nadies actualizan la tradición bíblica del Éxodo, de los profetas de Israel que denunciaban la injusticia, de las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret, de sus parábolas del buen samaritano, de Lázaro y el rico comilón, y del juicio final en el que Jesús se identifica con los pobres y los constituye jueces de la humanidad.

Y aunque esta tradición bíblica muchas veces fue olvidada y se exhortaba a los nadies a la resignación y se les consolaba con el cielo futuro… siempre se mantuvo en la Iglesia  una línea profética que llamaba a los pobres vicarios de Cristo  y que inspiró a numerosos movimientos religiosos, de mujeres y de hombres, que desde Francisco de Asís a Charles de Foucauld fueron sensibles a los pobres. Los nadies están presentes en la opción de la Iglesia latinoamericana por los pobres y en las teologías liberadoras. Los nadies subyacen en la formulación de Juan XXIII que deseaba que la Iglesia fuese ante todo Iglesia de los pobres, en el sueño del Papa Francisco de una Iglesia pobre y de los pobres y en su revolución de la misericordia y la ternura.

Los nadies hoy son no solo los oprimidos, sino los excluidos, los desechables, las masas sobrantes, son los emigrantes de Lampedusa, las víctimas del terrorismo yihadista, los niños muertos en Siria por armas químicas. Los nadies son aquellos de los que Bartolomé de las Casas decía que Dios siempre tiene memoria de ellos, son los que conmueven el corazón misericordioso del Padre, los que el Espíritu, llamado padre de los pobres, alienta en sus luchas por la vida y por un mundo mejor.

El anciano obispo poeta del Brasil, Pedro Casaldàliga afirma que solo hay dos absolutos, Dios y el hambre, es decir, parafraseado el poema de Eduardo Galeano, Dios y los nadies.

Imagen extraída de: Wikicommons

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“¡Hambre!”, por José María Castillo, teólogo

Domingo, 5 de octubre de 2014
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hambre_canariasLeído en su blog Teología sin censura:

El último informe de Cáritas afirma que en España hay ahora mismo dos millones y medio de ciudadanos “en riesgo de exclusión social”. Es decir, hay dos millones y medio de personas que pasan hambre. O se ven abocados a pasarla. Y lo peor de todo es que esta situación dramática se va agravando de día en día. Digan lo que digan los políticos, el crecimiento económico, que ellos anuncian a bombo y platillo, estará beneficiando a banqueros, empresarios importantes y propietarios de grandes fortunas. Pero, lo que es a la clase media y de ahí para abajo, realmente lo que está ocurriendo da miedo. Mucho miedo. Sobre todo, lo que están teniendo que soportar los que se ven más castigados por esta maldita crisis: las familias numerosas y las madres que solas, ellas solas, tienen que sacar una casa adelante. Así lo dice Cáritas, que sin duda sabe de esto más que el ministro de economía. Y bastante más que el de hacienda.

De hambre saben los que la padecen
. Los que nunca hemos vivido en la miseria, no tenemos ni idea de lo que es eso. Porque pasar hambre debe ser, tiene que ser, la crueldad más canalla que hay en la vida. El hambre es la fuerza apremiante que brota del instinto más básico que tenemos todos los vivientes en las entrañas mismas de la vida y para la vida. Pero el hambre no es sólo carencia. Además de eso, es también amenaza. El hambriento – sin necesidad de ponerse a pensarlo – se tiene que sentir amenazado. Amenazado por la falta de fuerzas, por la depresión y la tristeza, la desgana de todo lo que no sea quitarse el hambre. Amenazado por el peligro de las no pocas enfermedades que sobrevienen a quienes carecen de lo indispensable para seguir viviendo. Y amenazado, además, por la vergüenza. Es demasiado humillante no tener ni para comer o tener que vivir de limosna. Eso le roba la dignidad a cualquiera. Y el que se ve forzado a convivir en esas condiciones, pierde la poca autoridad que pueda tener hasta en su propia casa y ante su familia. Incluso llegará a ser un “don nadie”. O más simplemente, un “nadie”, como bien dijo Eduardo Galeano. Los incontables “hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos”. Los “que no son, aunque sean. Los que no son seres humanos, sino recursos humanos. Los que no tienen cara, sino brazos. Los que no tienen nombre, sino número”. Los que no figuran en ninguna parte, a no ser en la página de sucesos de la prensa local. “Los nadies, los que cuestan menos que la bala que los mata”. Y ahora también, los que representan menos que la patera en la que mueren ahogados, huyendo del hambre y de la muerte.

El hambre es un sufrimiento físico. Y además es también una humillación social. Hay familias que nunca pasaron hambre. Y ahora, por no decir que la están pasando, prefieren quedarse en casa, para que nadie se entere que se ven obligados a vivir de la caridad. Por eso yo estoy seguro de que el número de personas que pasan necesidad es, en este momento, bastante mayor del que nos dicen las estadísticas oficiales. Y es que, en los tiempos que corren, las cosas se han puesto de forma que, en las familias educadas en la “cultura del orden y de la religión”, la presión que ejerce en ellas la “cultura de la vergüenza” puede llegar a ser más determinante que la “cultura de la culpa”. Y prefieren morirse de hambre en un rincón de su casa, antes que ir a ponerse en la cola de Cáritas para que la ayuda de los necesitados les alcance.

Muchas veces he pensado que Jesús debió pasar hambre. Tuvo que pasarla y sufrirla. Y verse humillado, como uno más entre los muchos “lázaros” de todos los tiempos. Si no, ¿cómo se explica que el tema del hambre y la escasez esté tan presente en los evangelios (Lc 15, 14. 17; 4, 25; Mc 13, 8 par; Mt 24, 7; Lc 21, 11)?. ¿Por qué a Jesús se le conmovían las entrañas cuando veía a la gente hambrienta (Mc 8, 3 par; Mt 15, 32)? ¿A qué viene que el verbo griego peinaô, “sentir hambre”, se repita tantas veces en el Evangelio, hasta el extremo de que, para Jesús, saciar el hambre es más importante que cumplir con la religión (Mc 2, 25; Mt 12, 3; Lc 6, 3)? En la parábola del llamado “hijo pródigo, el muchacho aquél, que tiró una fortuna “viviendo como un perdido”, volvió a la casa de su padre porque se moría de hambre (Lc 15, 14 ss). Y en el juicio final, el criterio de Dios será premiar, no al que fue fiel observante de ritos sagrados y ceremonias santas, sino al que dio de comer a los que pasan hambre, dio de beber a los que tienen sed, se puso de parte de los que están enfermos, acogió a los extranjeros…. (Mt 25, 31-46).

En este momento tenemos en España, y en Europa entera, muchos problemas apremiantes. Los políticos tienen demasiadas cosas que les urgen antes de que se les echen encima las próximas elecciones (las que sean). Pero, ¡por lo que más quieran!, como dijo el Nobel de Economía, Paul Krugman, “Acabad ya con esta CRISIS”. Que se podría terminar, si es que hubiera voluntad política de acabar con ella. Cosa que se puede hacer. Sencillamente, repartiendo mejor lo que tenemos. Los derechos fundamentales son los mismos para todos. Y el derecho más fundamental de todos es el derecho a comer. Y comer con dignidad. Teniendo muy presente que cuando los gobernantes no gestionan las cosas de forma que este derecho quede garantizado y satisfecho, tales gobernantes no pueden tener derecho a gobernarnos, por muchas mayorías absolutas que les amparen. El derecho a vivir tiene que estar siempre por encima del derecho a mandar. La vida está antes que el poder. No sé cómo se puede resolver este dilema. Pero, al menos, que me dejen decir lo que siento cuando veo que el poder se ha superpuesto al hambre y a la dignidad. Y, por tanto, ya vemos como la cosa más natural del mundo que el derecho a mandar esté por encima del derecho a vivir como personas que merecen un respeto.

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“Cosas de la noche: el hambre”, por Gema Juan OCD.

Lunes, 26 de mayo de 2014
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14198467322_d095e96a15_mDe su blog Juntos Andemos:

En ocasiones, al leer a Juan de la Cruz, da la impresión de que le urge algo. No es solo que no quiere perder el tiempo, sino que le cuesta mucho ver cómo lo pierden lo demás. «¿En qué os entretenéis?» es uno de sus gritos más hondos.

Ha visto que lo de entretenerse no es por vicio –al menos no solo–, sino que algunas puertas se han cerrado –«para tanta luz estáis ciegos, y para tan grandes voces sordos»– y hay necesidad de volver a abrirlas. Va a empeñarse en ayudar a abrir los ojos y los oídos, para que ciegos y sordos puedan percibir «la ternura y verdad de amor con que el inmenso Padre regala». Eso quiere Juan: abrir, no una vez, sino muchas, porque la vida también es insistencia.

Y así, al tratar de cómo vivir en apertura –«verdadera libertad», lo llama él– y de cómo andar con Dios –«camino de unión», en palabras suyas–, dice que va a dar unos avisos «breves y pocos… que son tan provechosos y eficaces como compendiosos». Nada de falsas modestias… sabe que puede decir una palabra iluminadora, y se ha comprometido con el don que tiene.

Para abrir los ojos y los oídos, Juan invita a algo tan extraño como es «saber y poder entrar en la noche». Y lo primero que dice es que sin hambre no hay nada que hacer, no se camina. Si se tiene hambre, se irá a buscar el pan –sea cual sea ese pan–, aunque el sitio al que se tenga que ir esté muy lejos… tanto como en lo profundo de uno mismo y de la propia vida.

Juan conocía muy bien lo que era tener hambre. La había sentido en sus tripas y en su alma. Seguramente, hubiera dado la razón a Maritain, cuando este decía que el ser humano necesita más metafísica que carbón —y no dijo que no necesitara carbón.

Pero es Maritain quien da la razón a Juan, que se ocupaba –y ocupa– de la gente hambrienta, con tanto tesón. Como quien ha comprendido que el ser humano no es una marioneta rota ni un robot programable. Que no está determinado ni es puro azar, pero está desmadejado y no marcha tan bien como podría hacerlo.

No sirve comida rápida, avisa, porque a la larga, lo que hace esa comida es «enflaquecer al alma y cegarla», cerrar las puertas. Humilde paciencia y constancia serán esenciales. Y, aunque haya tropiezos en el camino, se puede avanzar a base de confiar y permanecer.

Entonces, Juan va a hablar de tener hambre de Jesús, convencido de que por ahí otras hambres se curan. Por aquello de que «otra inflamación mayor de otro amor mejor» apaga fuegos menores. Él lo llama «ordinario apetito», o sea, tener hambre por costumbre: «traiga un ordinario apetito de imitar a Cristo en todas sus cosas, conformándose con su vida, la cual debe considerar para saberla imitar y haberse en todas las cosas como se hubiera él».

Una pregunta surge, inevitablemente: ¿es necesario ir «de noche» a por el pan?

En realidad, esto no es una idea extravagante de un santo del siglo XVI, ni una manía ascética o un modo de hacer la vida más difícil. Ni es porque a Kant nada le fascinara más que ver el cielo estrellado. A la vista de lo que dice Juan, y han contado otras gentes que se han atrevido a esta aventura, la noche guarda un tesoro que solo se descubre al alba y, algunas cosas destartaladas, únicamente se pueden recomponer durante la noche.

La noche tiene muchas formas, y Juan las irá mostrando, por si puede evitar que alguno se pierda. Se entra en ella dejando caer resistencias, se trata de «no impedir al todo» y, a la vez, de decidir «arrojarse al todo». Son dos avisos importantes para empezar: Dios siempre está queriendo darse, hay que dejar de impedírselo y prescindir de lo que no alimenta.

Juan explica que el inicio de la noche está marcado por el hambre y por una experiencia clave que se presenta en la vida, de diferentes maneras: cuando se cae en la cuenta de que es posible entretenerse en nada y dejar pasar la vida. Y se descubre, al mismo tiempo, que el amor cerca la existencia y merece la pena vivir en él.

Nada sucede rápidamente y el maestro va poco a poco: hay que hacer ensayos, y preparar lentamente lo que se ha de comer. Juan va a decir que es bueno dejar de lado lo que no ayuda a vivir en el amor, es decir, «cosas que no importen para el servicio y honra de Dios».

La suavidad marca el comienzo. Lo que Juan pide es un poco de soltura de uno mismo y no poner mucha resistencia a las llamadas de la vida. Cuando habla de ir dejando lo que no contribuye al amor, dice: «en cuanto lo pudiere excusar buenamente». Así de considerado y flexible es: cuanto y como se pueda. Y anima: «procure siempre inclinarse»… procurar… inclinarse. No hay ninguna imposición, no puede haberla en el amor. Pero deja caer ese «siempre», invitando a insistir y permanecer, a no dejar pasar las oportunidades.

Por ahora, hay hambre y se busca el pan, en medio de la noche. El punto de apoyo es claro: si hay hambre de Jesús y de la vida que ofrece, hay que hacer como Él, que se alimentaba de la voluntad del Padre. Habrá que comer muchas veces, porque el Padre es «todo bueno», luce «sobre buenos y malos» y «come con pecadores». Así que su alimento se mastica poco a poco.

El camino de la noche hay que iniciarlo con frecuencia, pero dice Juan que, cuando por fin se hace de día, Dios se convierte en luz, una luz que atraviesa todo y «es al alma el mismo Dios muchas lámparas», que dan luz y calor, y noticia y amor. Es bueno saberlo, para animarse a avanzar. Después de cada noche, cada vez que amanece, una lámpara de Dios se enciende.

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