Comentarios desactivados en Masticando tus palabras de vida.
Para creer en ti
hay que tener hambre,
pues vives en el pan tierno
que se rompe y comparte
en cualquier casa, mesa y cruce,
entre hermanos, desconocidos y caminantes.
Para creer en ti
hay que tener hambre,
pues tú eres banquete de pobres
y botín de mendigos,
que vacíos, sin campos ni graneros,
descubren que son ricos.
Para creer en ti
hay que tener hambre,
hambre de vida y justicia
que no queda satisfecha
con vanas, huecas, lights palabras,
pues aunque nos sorprendan y capten,
no nos alimentan ni satisfacen.
Para creer en ti
hay que tener hambre,
pues sin ella olvidamos fácilmente
a los dos tercios que la tienen,
entre los que tú andas perdido
porque son los que más te atraen.
Para creer en ti
hay que tener hambre,
y mantener despierto el deseo
de otro pan diferente al que nos ofrecen
en mercados, plazas y encuentros
donde todo se compra y vende.
Para creer en ti
hay que tener hambre
y, a veces, atragantarse al oírte
para descubrir la novedad
de tu presencia y mensaje
en este mundo sin ilusiones.
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La reflexión de hoy es de Liam Myers (él), escritor independiente, profesor adjunto de estudios religiosos en la Universidad de Iona, New Rochelle, Nueva York, y miembro de Catholic Worker Maryhouse en Nueva York.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
El haberme criado como católico me enseñó la importancia de ir a misa los domingos. De niño no siempre prestaba mucha atención, a menudo fantaseaba durante el sermón o pintaba en el banco de la iglesia, pero siempre sabía que algo importante estaba sucediendo cuando el sacerdote cantaba “El misterio de la fe” y respondíamos con “Proclamamos tu muerte, Señor, y profesamos tu resurrección, hasta que vengas”. Poco después de ese momento, me ponía en fila para recibir el cuerpo de Cristo, junto con el resto de la congregación.
En la lectura del evangelio de hoy, Jesús explica a las multitudes que su ministerio culmina en la entrega de su carne y sangre por la vida de quienes comen y beben de ella. En esencia, Jesús estaba describiendo el propósito de la Eucaristía que ahora celebramos. Jesús enseña que este sacramento es un encuentro íntimo en el que nos “alimentamos de la carne” que Él ofrece. Para mí, las palabras de Jesús son misteriosas, trascendentes y, en última instancia, poéticas.
Mary Oliver describe al poeta como alguien que “se encuentra entre dos cosas maravillosas y complejas: una experiencia y el deseo de contarla con la mejor conjunción de palabras posible”. En el evangelio de hoy, Jesús está claramente en esta situación, ya que anhela describir a quienes lo aman la suma importancia de celebrar juntos esta santa cena. Me pregunto qué sucedería en nuestra iglesia si tomáramos la lectura del evangelio de hoy no como un modelo para la doctrina, sino como una invitación a una experiencia.
Los estudiosos señalan que la historia del milagro de los panes y los peces precede casi inmediatamente a esta historia en la narrativa del Evangelio. Debemos contextualizar la lectura del Evangelio de hoy, ya que la ubicación muestra cuán crucial fue para la gente experimentar la fiesta antes de que se la explicaran. Así también, nuestra experiencia de y con este sacramento viene antes de nuestra comprensión del mismo.
Pero esta relación recíproca de experiencia y comprensión no debe terminar dentro de nuestros propios cuerpos cuando recibimos el cuerpo de Jesús. En lugar de dejar que la fiesta termine en la iglesia, o simplemente observar o ver la Eucaristía desde lejos, debemos permitir que este encuentro continuo nos transforme activamente. Para tomar en serio las palabras de Jesús, sabemos que comer el cuerpo de Cristo significa compartir este cuerpo e invitar a otros a esta plenitud de vida.
Para recibir el Pan de Vida que Jesús ofrece, debemos estar en sintonía con nuestro yo más íntimo y con las experiencias que conducen a una autocomprensión más profunda. Este proceso implica humillarnos para reconocer que nosotros, como hechos a imagen de Dios, también estamos llenos de misterio. Nuestra propia esencia, al igual que la de Dios, no se puede precisar, nombrar o describir con claridad fácilmente.
Para las personas LGBTQ+, este proceso es especialmente difícil ya que vivimos dentro de una cultura y una iglesia que colocan binarios en torno al género y la expresión sexual. Estas restricciones dificultan que todos y cada uno vivamos en su totalidad, los seres que Dios nos creó para ser. Sin embargo, cada uno de nosotros tiene un espacio de intersección dentro de sí mismo donde encontramos el misterio de nuestra fe. Como dijo Jesús: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”.
Este espacio, donde Jesús permanece en nosotros y nosotros en Él, nos permite experimentar el amor que Él tiene por nosotros y, a su vez, hacer resplandecer ese amor. Es en este espacio donde nos sintonizamos con nuestra vocación, la expresión de Dios que resplandece ante el mundo. También debemos crecer y aprender con nuestras comunidades a lo largo del camino, mientras cultivamos este espacio interior.
He encontrado este espacio no en el ámbito físico, sino en momentos en los que me he sentido en sintonía con mi identidad y la presencia de Jesús en el mundo. Estas experiencias han ocurrido a menudo fuera de la liturgia, pero a su vez me permiten participar más profundamente en la Eucaristía. Permítanme compartir con ustedes un par de experiencias recientes para ilustrar esto.
Hace un par de semanas, cuando iba en bicicleta a Misa, me encontré junto a un automóvil durante unas cuadras. El conductor estaba escuchando “Nothing Compares” de Sinéad O’Connor, lo suficientemente alto como para que yo también pudiera escuchar mientras pedaleaba. Acababa de aprender más sobre Sinéad, sobre sus incansables esfuerzos por elevar y hablar al sufrimiento del mundo a través de su música. Claramente estaba en contacto con el amor de Dios y luchaba constantemente por hacerlo. Mientras escuchaba la canción y al conductor cantando, experimenté una alegría que me llevó a reflexionar más sobre cómo compartir una honestidad tan cruda y cómo decir la verdad con tanta claridad, como lo hizo Sinéad a lo largo de su vida.
En un segundo ejemplo, este verano he estado ayudando a cultivar un hermoso jardín en el cálido techo de Maryhouse, una comunidad de Catholic Worker en Nueva York. Tengo la alegría de regarlo y cosecharlo para agregarlo a las comidas que cocinamos para servir a la comunidad local. Me sorprende cada vez que veo que un tomate se ha vuelto verde, o que hay más col rizada lista para cosechar, o me entero de que lo que antes pensaba que era mala hierba es en realidad una verdura deliciosa. Mientras cuido el jardín, él también me cuida a mí al brindar abundancia para que nuestra comunidad la tome y la coma. Aquí también, a través del jardín, soy testigo de que Jesús permanece dentro de mí y yo en Él.
Si bien tal vez nunca podamos “entender” completamente la Eucaristía, ciertamente podemos vivir en el misterio de Cristo al estar en contacto con el misterio dentro de nosotros mismos y dentro del mundo.
Comentarios desactivados en “Comulgar con Jesús”. 20 Tiempo Ordinario – B (Juan 6,51-58)
«Dichosos los llamados a la cena del Señor». Así dice el sacerdote mientras muestra a todo el pueblo el pan eucarístico antes de comenzar su distribución. ¿Qué eco tienen hoy estas palabras en quienes las escuchan?
Muchos, sin duda, se sienten dichosos de poder acercarse a comulgar para encontrarse con Cristo y alimentar en él su vida y su fe. Bastantes se levantan automáticamente para realizar una vez más un gesto rutinario y vacío de vida. Un número importante de personas no se sienten llamadas a participar y tampoco experimentan por ello insatisfacción alguna.
Y, sin embargo, comulgar puede ser para el cristiano el gesto más importante y central de toda la semana, si se vive con toda su expresividad y dinamismo.
La preparación comienza con el canto o recitación del padrenuestro. No nos preparamos cada uno por nuestra cuenta para comulgar individualmente. Comulgamos formando todos una familia que, por encima de tensiones y diferencias, quiere vivir fraternalmente invocando al mismo Padre y encontrándonos todos en el mismo Cristo.
No se trata de rezar un «padrenuestro» dentro de la misa. Esta oración adquiere una profundidad especial en este momento. El gesto del sacerdote, con las manos abiertas y alzadas, es una invitación a adoptar una actitud confiada de invocación. Las peticiones resuenan de manera diferente al ir a comulgar: «danos el pan» y alimenta nuestra vida en esta comunión; «venga tu reino» y venga Cristo a esta comunidad; «perdona nuestras ofensas» y prepáranos para recibir a tu Hijo…
La preparación continúa con el abrazo de paz, gesto sugestivo y lleno de fuerza, que nos invita a romper los aislamientos, las distancias y la insolidaridad egoísta. El rito, precedido por una doble oración en que se pide la paz, no es simplemente un gesto de amistad. Expresa el compromiso de vivir contagiando «la paz del Señor», curando heridas, eliminando odios, reavivando el sentido de fraternidad, despertando la solidaridad.
La invocación «Señor, yo no soy digno…», dicha con fe humilde y con el deseo de vivir de manera más fiel a Jesús, es el último gesto antes de acercarnos cantando a recibir al Señor. La mano extendida y abierta expresa la actitud de quien, pobre e indigente, se abre a recibir el pan de la vida.
El silencio agradecido y confiado que nos hace conscientes de la cercanía de Cristo y de su presencia viva en nosotros, la oración de toda la comunidad cristiana y la última bendición ponen fin a la comunión. ¿No se reafirmaría nuestra fe si acertáramos a comulgar con más hondura?
Comentarios desactivados en “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. Domingo 18 de agosto de 2024. Domingo 20º ordinario
De Koinonia:
Proverbios 9,1-6: Comed de mi pan y bebed el vino que he mezclado: Salmo responsorial: 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor. Efesios 5,15-20: Daos cuenta de lo que el Señor quiere. Juan 6,51-58: Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
Esta primera lectura de hoy es como un anuncio de lo que Jesús, sabiduría del Padre, va a decir en el evangelio que leemos en este domingo. Jesús, Sabiduría encarnada, ha preparado para nosotros su banquete, ha mezclado el vino, y ha puesto la mesa eucarística, y despacha a sus evangelizadores a todos los sitios a invitar a las gentes a su Eucaristía. Y nos sigue diciendo a todos nosotros: «vengan a comer mi pan». El pan y el vino que la sabiduría ofrece, son el pan y el vino que nos ofrece Jesucristo, Sabiduría eterna, son su Cuerpo y su Sangre. En estos pocos renglones es fácil descubrir la figura de Cristo. La Sabiduría es figura y representación del Hijo de Dios. En el evangelio de San Mateo (22,4) se leen unas palabras de Jesús muy parecidas a estas: «»vengan, que mi banquete está preparado». Este banquete es para todos, para sabios e ignorantes, para prudentes e imprudentes. Es lo que dirá San Bernardo: «si eres imprudente, acércate al que es Fuente de toda Sabiduría, y El te dará la prudencia que necesitas». Para algunos parece que la vida no nos hubiera enseñado nada. Como que no somos capaces de sacar lecciones de nuestras amargas experiencias. No saber sacar lecciones provechosas de las experiencias de la vida es la «inexperiencia». La lectura de hoy nos invita a dejar la inexperiencia y a adquirir la «prudencia», que es la virtud por medio de la cual cuando tenemos que escoger entre dos cosas, escogemos la que mejor nos aproveche para nuestra vida. Los entendidos dicen que por inexperiencia se entiende aquí el no saber gobernar y dirigir la propia vida.
En la segunda lectura de hoy encontraremos una frase muy parecida a esta que acabamos de comentar en el libro de los Proverbios, cuando la carta a los Efesios nos invita a no ser insensatos, sino sensatos. Este texto distingue tres exhortaciones. La primera se concreta en una doble llamada a aguzar la inteligencia para orientar la propia vida como corresponde al momento especial que se está viviendo y que, por el hecho mismo de poder vivirlo es de suyo el mejor. Lo que debe preocupar al cristiano es en realidad saber en cada momento, y en medio de la maldad dominante, qué es lo que Dios quiere realmente de él. La segunda exhortación es concreta: no emborracharse. Refleja las llamadas de los sabios a tener cuidado con el vino, pero también puede ser que se piense en los cultos paganos a Dionisios, donde el vino era el medio para unirse más estrechamente a la divinidad. Por último, la exhortación es a la alabanza, que el creyente debe dirigir siempre a Dios Padre en nombre del Hijo y a impulsos del Espíritu, y con sentimientos de gratitud por todos sus dones.
Juan desarrolla el tema de la «incomprensión» para adentrarnos de forma didáctica en el conflicto entre los practicantes de la religión judía y los cristianos. La eucaristía desató sospechas entre israelitas, romanos y griegos. No podían entender como una comunidad de creyentes podían celebrar con gozo y entusiasmo la muerte de su Señor y Maestro. Sin embargo, lo que en realidad no entendían era el misterio pascual. Jesús había resucitado, superando el cerco de una muerte violenta e injusta, y ahora vivía en medio de sus seguidores. Él se había convertido en principio de vida para aquellos que yacían inermes bajo la opresión de una religión agobiada por un sinnúmero de preceptos o por una religión que adoraba al déspota de turno. La presencia de Jesús liberaba a sus seguidores del caos informe de religiones mistéricas que abundaban en el mundo antiguo y de las rígidas disposiciones de una religión étnica.
Jesús era el pan vivo, bajado del cielo, para alimentar a una muchedumbre que añoraba una vida de paz y plenitud. Para ellos la verdad no residía en un sistema abstracto de proposiciones o en la adecuación lógica de la ideología a la realidad. Para ellos la verdad era una praxis de vida que transformaba al ser humano y lo habilitaba para vivir en comunión con sus congéneres y con el universo.
Hace unos meses, José Antonio Pagola, reconocido especialista en cristología, se publicaba estas reflexiones en torno a la eucaristía:
Los estudios sociológicos lo destacan con datos contundentes: los cristianos de nuestras iglesias occidentales están abandonando la misa dominical. La celebración, tal como ha quedado configurada a lo largo de los siglos, ya no es capaz de nutrir su fe ni de vincularlos a la comunidad de Jesús.
Lo sorprendente es que estamos dejando que la misa «se pierda» sin que este hecho apenas provoque reacción alguna entre nosotros. ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana? ¿Cómo podemos permanecer pasivos, sin capacidad de tomar iniciativa alguna? ¿Por qué la jerarquía permanece tan callada e inmóvil? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación con más fuerza y dolor?
La desafección por la misa está creciendo incluso entre quienes participan en ella de manera responsable e incondicional. Es la fidelidad ejemplar de estas minorías la que está sosteniendo a las comunidades, pero ¿podrá la misa seguir viva solo a base de medidas protectoras que aseguren el cumplimiento del rito actual?
Las preguntas son inevitables: ¿No necesita la Iglesia en su centro una experiencia más viva y encarnada de la cena del Señor que la que ofrece la liturgia actual? ¿Estamos tan seguros de estar haciendo hoy bien lo que Jesús quiso que hiciéramos en memoria suya?
Reflexiones para hacer nos pensar a todos, principalmente a los responsables de la inmovilidad de la liturgia de la Iglesia. Leer más…
Un final duro y sorprendente (Evangelio: Juan 6, 51-58)
Llegamos al final del discurso del pan de vida. El domingo pasado, Jesús terminó diciendo: «Yo soy el pan del cielo… el pan que yo daré es mi carne». Como en las series de televisión, el pasaje de hoy comienza repitiendo ese final, para recordarnos dónde estamos y entender la reacción de los judíos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Es la pregunta que se haría cualquier persona normal, incluso la predispuesta a favor de Jesús. Pero él no responde a esta pregunta. Los oyentes o lectores cristianos del discurso saben la respuesta: no se trata de comer un trozo del cuerpo de Jesús, sino de comer el pan eucarístico. Pero el autor del cuarto evangelio no lo dice, prefiere que el lector experimente la misma duda que los judíos.
En una lectura precipitada, parece que esta última parte del discurso no ofrece ninguna novedad, que se limita a repetir la promesa de la vida eterna para quien coma «el pan que ha bajado del cielo».
En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». Los judíos discutían entre ellos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre que me ha enviado vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres, y murieron. El que come este pan vivirá eternamente».
Sin embargo, hay aspectos nuevos e importantes.
Beber la sangre. Hasta ahora, solo se ha hablado del pan. En esta sección final se hace referencia cuatro veces a la sangre, verdadera bebida, igual que el pan es verdadera comida. Dado la relación del discurso con la eucaristía, esta referencia era imprescindible. La iglesia primitiva siempre recordó el doble gesto de Jesús durante la última cena: al comienzo, partiendo el pan; al final, bendiciendo y pasando la copa. Pan y vino son esenciales. Un discurso sobre la eucaristía no puede dejar de mencionar la sangre, el vino.
Ladurezadellenguaje. Hasta ahora, el discurso ha sido polémico y ha provocado discusión y rechazo. Jesús, en vez de echarse atrás e intentar justificar sus expresiones, usa fórmulas escandalosas que se prestan a ser interpretadas como canibalismo: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Hay que comerla y beberla. Sin explicación alguna ni matices. ¿Por qué? Jesús no quiere seguidores inconscientes y rutinarios. En los evangelios sinópticos hay otras muchas expresiones suyas, durísimas, desanimando a seguirlo a quienes no estén dispuestos a cargar con la cruz, a renunciar a todo, a abandonar al padre y a la madre… En una línea distinta, estas palabras del discurso son también una forma de seleccionar a sus seguidores, como quedará claro el próximo domingo.
Lavida. La repetición frecuente de «la vida eterna» y de «yo lo resucitaré en el último día» parece sugerir que es algo que solo se consigue después de la muerte. Ahora se deja claro que «el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna». La tiene ya, ahora, antes de morir. Sin decirlo expresamente, el texto supone que hay dos formas de vida: la normal, física, y la espiritual o eterna. La primera la tienen todos los seres humanos; la segunda, quienes comen el cuerpo y la sangre de Jesús. ¿En qué consiste esa vida?
Jesúsdentrodenosotros. La respuesta la ofrecen estas palabras: «El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él». Es la única vez que aparece este tema en el discurso, que recuerda la experiencia de Pablo: «Vivo yo, pero no yo; es Cristo quien vive en mí». Pero la imagen que mejor puede expresarlo es la del feto en el vientre de su madre: habita en ella, y ella en él. Esa intimidad absoluta y misteriosa es la que se produce en la eucaristía. Y esa presencia de Jesús en los que comulgamos no termina al cabo de un cuarto de hora, como nos enseñaban a veces de niño. Una educación religiosa bienintencionada, pero deficiente, hace pensar a muchos que Jesús está principalmente en el sagrario, olvidando que está dentro de nosotros tan realmente como allí.
Elfinal. Tras las cuatro intervenciones de la gente al comienzo del discurso y las dos preguntas escandalizadas que encontramos más tarde, resulta curioso que el autor no diga nada de la reacción del auditorio, de los judíos. Todo termina con unas palabras suprimidas por la liturgia: «Esto dijo [Jesús] enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm». Quien prescindió de estas palabras no debería aprobar un examen sobre el cuarto evangelio. Son esenciales para distinguir la reacción de los judíos (el silencio, no discuten más) y la de los discípulos de Jesús, que leeremos el próximo domingo.
Jesús y la Sabiduría como anfitriones (1ª lectura: Proverbios 9,1-6)
Ninguno de nosotros se extraña de ver a la justicia representada como una mujer con los ojos vendados, una espada en la mano derecha y una balanza en la izquierda. En los últimos siglos antes de Jesús, algunos autores bíblicos, para oponerse a la idea griega de que la sabiduría es algo humano, y reside especialmente en Atenas, comenzaron a presentarla como una criatura de Dios, que lo acompaña desde el momento de la creación y termina residiendo en Jerusalén. La primera lectura la describe como una gran señora que construye un palacio, prepara un banquete, e invita a los jóvenes a compartir su pan y su vino, su sabiduría y su enseñanza, que les darán la vida.
Los cristianos aplicaron estas imágenes e ideas a Jesús. Él es la verdadera sabiduría de Dios, que baja del cielo y reside entre nosotros, como dice el prólogo de Juan. Es lógico que se haya elegido este breve fragmento del libro de los Proverbios como primera lectura (en este caso debo reconocer, sin que sirva de precedente, el acierto de quienes seleccionaron los textos). Habla de comer mi pan y beber del vino, y de conseguir la vida.
La sabiduría edificó su casa, labró sus siete columnas, inmoló sus víctimas, preparó su vino e igualmente aderezó su mesa. Envió sus criados y proclamó sobre los puntos más altos de la ciudad: «Jóvenes inexpertos, venid aquí». A los insensatos ella les dice: «Venid, comed de mi pan y bebed del vino que yo he preparado. Dejad de ser imprudentes y viviréis, y caminad por la senda de la inteligencia».
Indico, no obstante, dos diferencias entre este texto y el evangelio.
La Sabiduría invita solamente a los jóvenes. Cosa lógica, porque es presentada como una maestra que enseña a «sus hijos», sus discípulos, a comportarse rectamente. Jesús invita a todos.
El pan y el vino de la Sabiduría no dan la vida; la vida la da la prudencia: «Dejad de ser imprudentes y viviréis». El simbolismo del evangelio es más fuerte: la sabiduría no se adquiere a través de una serie de enseñanzas, se come y bebe y termina habitando dentro de nosotros.
La sabiduría cotidiana del cristiano (2ª lectura: Efesios 5,15-20)
Por pura casualidad, porque la segunda lectura nunca se elige por relación con la primera ni con el evangelio, existe un punto de contacto con los Proverbios. También aquí se exhorta a la inteligencia y la sensatez, a no actuar neciamente. Y la forma de vivir de acuerdo con la voluntad de Dios se concretan en dos datos: 1) No llenarse de vino. 2) Llenarse del Espíritu Santo, cantando, alabando y dando gracias a Dios.
Hermanos: a ver cómo os comportáis; que no sea como insensatos, sino como inteligentes, aprovechando el tiempo, porque los días son malos. Por consiguiente, no actuéis como necios, sino procurad conocer cuál es la voluntad del Señor. No bebáis vino hasta emborracharos, pues eso lleva al desenfreno; al contrario, llenaos del Espíritu Santo recitando entre vosotros salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones, dando siempre gracias por todo a Dios Padre en nombre de nuestro Señor Jesucristo
Hoy seguimos leyendo el discurso que hace Jesús sobre él mismo como el pan de la vida, como venimos haciendo los últimos domingos.
Nos encontramos muchas veces que Jesús habla de comer y de vida. Él es el “pan vivo”. “Quien come de este pan vivirá para siempre”. Da su carne “por la vida del mundo”. Nos advierte: “si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”. Y al contrario: “quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”, “quienes me comen a mí vivirán gracias a mí”.
Y es que el comer está muy relacionado con la vida. Estamos tan acostumbrados a comer todo lo que queremos que se nos pasa por alto que es gracias al hecho de comer que estamos vivos. Es más, lo que comemos, y cómo lo comemos, determina nuestra vida, y al mismo tiempo dice mucho de ella. Podemos comer alimentos producidos de una u otra manera, en un lugar u otro. Podemos comer con avidez, con conciencia, con agradecimiento, engullendo, saboreando… Todo esto hablará de nuestra relación con nosotras mismas, con la humanidad, con la creación, con Dios.
Dicho esto, entendemos más por qué Jesús relaciona tanto el hecho de comerle con tener vida. Él no es cualquier comida: lo que nos ofrece es la Vida verdadera, la Vida con mayúsculas, la Vida plena. Nos invita a participar en la Vida de Dios, es decir, a vivir en la bondad, el amor, la entrega, la comunión, la confianza, el perdón. Aceptar a Jesús en nuestra vida significa abrirnos a todo esto y empezar a recibirlo. Si esta Vida de Dios encuentra espacio en nuestro corazón, después marcará toda nuestra manera de vivir: nuestros actos, pensamientos, sentimientos, interioridad, decisiones, relaciones…
Dios nos da vida cada día, nos demos cuenta o no. Pero si somos conscientes de ello, si nos ocupamos de “comerla” con conciencia, de acogerla con cuidado, nuestra vida se va modelando más y más según la Vida de Dios. Esto se puede hacer, por ejemplo, buscando en nosotras el deseo de que Dios nos alimente. Preguntándonos cuáles son nuestras sedes más profundas. Dedicando tiempo a encontrarnos con él, poniendo atención en estos encuentros para evitar que se vuelvan rutinarios y superficiales. Aceptando y agradeciendo lo que nos da, ofreciéndolo nosotras a otros a su vez…
De esta manera la Vida que recibimos de Dios irá encontrando en nosotras más caminos donde desplegarse, nos irá llenando y se hará presente en todos los aspectos de nuestra vida.
Oración
Trinidad Santa, ayúdanos a descubrir en nosotras la sed de ti, y a acoger la Vida plena que nos ofreces.
Comentarios desactivados en La misma “Vida” de Dios nos atraviesa y vivifica.
DOMINGO 20º (B)
Jn 6,51-59
El evangelio del hoy, no solo es continuación del domingo pasado, sino que se repite el último versículo, para que no perdamos el hilo. Ya dijimos que todo el capítulo está concebido como un proceso de iniciación. Partiendo del pan compartido, ha ido progresando hasta la oferta definitiva de hoy. Después de esa oferta, ya no queda más alternativa: o seguir a Jesús o abandonar la empresa y seguir cada uno el camino de su ego.
¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Para los judíos del tiempo de Jesús, el ser humano era un bloque monolítico, ni siquiera tenían un término para designar lo que nosotros llamamos alma sin el cuerpo o cuerpo sin el alma. Hablar de carne, era hablar de la persona entera. Esa carne es su misma realidad humana, no carne física separada. Para un judío, la idea de comer la carne de otro, era sencillamente repugnante, porque significaba que se tenía que aniquilar al otro para hacer suya su sustancia vital.
Si no coméis la carne de este Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Jesús no suaviza su propuesta, la hace aún más dura. Si era inaceptable el comer la carne, peor aún para un judío la sola idea de beber la sangre, que para ellos era la vida, propiedad exclusiva de Dios, con prohibición absoluta de comerla. Jesús les pone como condición indispensable para seguirle que coman su carne y beban su sangre. Juan insiste en que, eso que les repugna, es lo que deben hacer con Jesús. Apropiarse de su energía y de su misma vida.
En este capítulo se habla de sarx “carne”, pero en todas las referencias a la eucaristía de los sinópticos y de Pablo se habla de swma “cuerpo”. Nosotros confundimos los dos términos, pero para los judíos eran cosas muy diferentes. Carne es el aspecto más bajo del hombre, la causa de todas sus limitaciones. Cuerpo significa el aspecto humano que le permite establecer relaciones; sería el sujeto de todos los verbos: yo, tú, él… Es la persona, el yo como posibilidad de enriquecerse o empobrecerse en sus relaciones con los demás.
Al entender “cuerpo” como la parte física, hemos tergiversado la comprensión de la eucaristía. Para ser fieles al relato evangélico, tendríamos que traducir: “esto es mi persona, esto soy yo”. Sin olvidar, que lo esencial, no es lo que dijo, sino lo que hizo. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. En esto coinciden los tres sinópticos. No se trata de un pan cualquiera, sino de un pan, tomado, eucaristizado, partido y repartido. Después de eso, Jesús queda identificado con ese pan, que se parte y reparte.
Al hablar de “carne”, Juan entra en una nueva dinámica. Trata de decirnos que lo que tenemos que hacer nuestro de Jesús es su parte más terrena, la realidad más humilde y baja de su ser. No se trata de olvidarnos de lo que somos, sino asumirlo. Tenemos que imitar lo que él es en la carne, pero gracias al Espíritu. Está pensando en el significado más profundo de la encarnación, al que Juan da más importancia que a la misma eucaristía.
Cuerpo y sangre son dos signos muy diferentes. El primero hace referencia a la persona en su vida normal de cada día. El segundo, sangre, hace referencia a la vida. Cuando la sangre se escapa, la vida también desaparece. Cuando Jesús dice que tenemos que comer su cuerpo y beber su sangre, está diciendo que tenemos que apropiarnos de su persona y de su vida. La prueba de que está hablando de símbolos, y no de una realidad concreta, está unas líneas más abajo: “El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada”. Hemos devaluado la eucaristía al entenderla de manera física y material.
El comer y el beber son símbolos increíblemente profundos de lo que tenemos que hacer con la persona de Jesús. Tenemos que identificarnos con él, tenemos que hacer nuestra su propia Vida, tenemos que masticarlo, digerirlo, asimilarlo, apropiarnos de su sustancia. Esta es la raíz del mensaje. Su Vida tiene que pasar a ser nuestra propia Vida. Solo así haremos nuestra la Vida de Dios. Lo que Jesús les dice es precisamente lo que hiere su sensibilidad. No se trata de la biología, ni en Jesús ni en nosotros. Se está hablando de la VIDA de Dios.
Por activa y por pasiva, insiste Jesús en la necesidad de comer su carne y beber su sangre. El que come mi carne… tiene vida definitiva. Si no coméis la carne… no tendréis vida en vosotros. Si hemos comprendido de qué Vida está hablando, descubriremos lo que significa: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Es comida y es bebida porque alimentan la Vida que no es la biológica. Esto fue difícil de aceptar para ellos y sigue siendo inaceptable para nosotros. A continuación, lo explica un poco mejor.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Cuando nos referimos a la eucaristía, nos fijamos en la segunda parte de la proposición, “yo recibo a Jesús y Jesús está en mí”, pero olvidamos la primera. Pero resulta que lo primero y más importante es que “yo esté en él”. Otra vez se ve claro que se trata de un símbolo que se tiene que hacer realidad en mí. De nosotros depende hacernos, como Jesús, pan partido para dejar que nos coman. Acostumbramos a considerar la “gracia” como consecuencia automática de unos ritos, sin darnos cuenta que en la vida espiritual no hay automatismo.
Como a mí me envió el Padre que vive y así yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí. Una vez más hace referencia al Padre. El designio de Dios es comunicar Vida a Jesús y nosotros. La actitud del que se adhiere a Jesús debe ser la misma que él tiene hacia su Padre: recibir la Vida y comunicarla a los demás. Al hacer nuestra su Vida, hacemos nuestra la misma Vida de Dios. Cuando Jesús dice “Yo y el Padre somos uno”, está diciendo cual es la meta de todo ser humano. Esa identificación con Dios es el punto de partida de toda vida humana. Se trata de descubrirla y vivirla.
Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de este vivirá para siempre. Una y otra vez se repite la idea, señal de la importancia que el evangelista quiere darle. Seguramente la polémica seguía con los judíos que se habían hecho cristianos. No acababan de aceptar el nuevo significado de Jesús, más allá de reconocerlo como Mesías o profeta. Al evangelista, lo que le interesa es dejar claro el sentido de la adhesión a Jesús. Existen dos panes bajados del cielo (venidos de Dios), uno espiritual, su persona; otro material, el maná.
La eucaristía, el discurso del pan de vida y el lavatorio de los pies, están conectados, pero cada uno tiene un matiz diferente que ayuda a entender la realidad a la que hacen referencia cada uno de los tres símbolos. La eucaristía resalta el aspecto de entregarse a los demás, dejarse comer para desplegar la vida de Dios. El discurso del pan de vida acentúa la necesidad de descubrir ese alimento en la carne, en lo perceptible de Jesús. En el lavatorio de los pies, se resalta el aspecto de servicio a los demás. Lavar los pies era una tarea de esclavos. La diaconía es la clave para entender la nueva comunidad.
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Jn 6, 51-58
«Si no coméis de mi carne y bebéis de mi sangre no tendréis vida en vosotros»
No nos cuesta ningún esfuerzo entender a Jesús como alimento; en admitir que alimentamos nuestro espíritu cuando vivimos de acuerdo a sus criterios. En el episodio de la samaritana (complementario de éste), Juan habla del agua viva que nos quita para siempre la sed de aquello que estropea nuestra vida, y en éste comienza hablado del pan de vida que nos alimenta para caminar hacia la casa del Padre.
Pero cuando a continuación se presenta a Jesús diciendo que hay que comer su carne y beber su sangre para tener vida eterna, nos quedamos tan desconcertados como la gente que le escuchaba. Y todavía quedamos más desconcertados cuando en los textos sinópticos de la última cena se relatan unas palabras de Jesús que parecen reforzar esa idea: «Éste es mi cuerpo… ésta es mi sangre» … Había que encontrar el significado de estas expresiones tan paradójicas, y los teólogos pronto se pusieron a ello.
Algunos Padres de la Iglesia defendieron una presencia simbólica de Jesús en el pan y el vino, pero la tónica general desde el siglo IV es la defensa de lo contrario: el pan y el vino se convierten “realmente” en cuerpo y sangre de Cristo. El IV Concilio de Letrán (siglo XIII) habla del pan y del vino “transustanciados” en el cuerpo y la sangre de Cristo. El Concilio de Trento (siglo XVI) da carácter de dogma esta doctrina.
¿Y a qué carta apostamos nosotros, los creyentes del siglo XXI?… La jerarquía nos insta, lógicamente, a aceptar el dogma, pero nuestra cultura ilustrada nos dice que la conversión de una cosa en otra como consecuencia de un conjuro es magia, y nos cuesta aceptar la presencia de elementos mágicos en el evangelio. Y es aquí donde se produce una dicotomía entre cristianos que, lejos de ser negativa, tiene la virtud de poner a prueba la madurez de la fe de unos y otros.
Podemos definir al cristiano como aquel que escucha la Palabra y responde a ella, es decir, el que ama y sirve a los demás: «En esto conocerán que sois mis discípulos; en que os améis los unos a los otros» –dice el evangelio– …«En todo amar y servir» –decía Ignacio de Loyola–. Y ya está… y no hay más… y, desde esta perspectiva, vemos que esa dicotomía que antes mencionábamos pierde su importancia porque se refiere a lo secundario y no a lo fundamental.
El modo concreto en que yo crea resulta irrelevante, porque lo importante son los frutos. Es indiferente que yo crea que la misa es un “Santo Sacrificio” que recrea la inmolación del hijo de Dios para redimirnos de los pecados… o que la considere Eucaristía, acción de gracias heredera de las “Cenas del Señor”. Es irrelevante que yo crea que las palabras del oficiante producen la transustanciación del pan y del vino… o que considere la consagración como un recuerdo entrañable de las palabras de Jesús justo antes de morir: «Haced esto en memoria mía». O que crea que al comulgar me estoy comiendo a Jesús… o que estoy comulgando con él; con sus criterios y con el proyecto colosal que nos encomendó…
Lo relevante no son mis creencias, sino los frutos que producen mis creencias.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
Frank White, Dayton Moore, David DeJesus, Kevin Uhlich y el personal de los Royals sirven el almuerzo de Acción de Gracias en City Union Mission
Jn 6,51-58
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”, “el pan es mi carne para la vida del mundo”. El evangelio de hoy, continuación del que escuchamos el domingo pasado, hace hincapié en la presentación de Jesús como el pan de vida y nos remite a la experiencia de la Eucaristía que, en la comunidad a la que se dirige, se celebra y comparte.
Comer el pan y beber el vino son dos acciones llenas de sentido para el pueblo creyente. Reaviva experiencias como la de ser alimentados por Dios en el desierto (cf. Ex 16) o la de compartir el banquete esperado y prometido por los profetas (cf. Is 25,6). Este simbolismo, tras la experiencia pascual, adquiere para los seguidores de Jesús su máximo sentido. Comer el pan y beber el vino aluden ahora a la entrega de Jesús, a la entrega absoluta de su vida por amor y “para la vida del mundo”.
Entrega absoluta, porque el término semítico “carne” (hasta seis veces nombrado) hace alusión al ser humano al completo. Jesús, al entregar su carne, se entrega a sí mismo en su totalidad. Su persona, su vida, su historia… Nos lo entrega todo. Y al dárnoslo nos promete una vida “para siempre” que es una vida “en Él”, habitándole y siendo habitados por Él.
Con estas palabras somos invitados a vivir la Eucaristía hoy de un modo nuevo. Este sacramento, donde la acción de gracias y el ejercicio de la memoria son esenciales, nos impele a preguntarnos: ¿me doy cuenta de lo que significa comer este pan? ¿soy consciente de que, al tomarlo, estoy acogiendo no solo el recuerdo de Jesús, sino a Él mismo, sus palabras, sus acciones, sus sentimientos, sus decisiones…? ¿hago todo esto verdaderamente mío? ¿me identifico de este modo con Él?
Porque comulgar no es otra cosa que reafirmar la comunión con Él, con su vida y su entrega por todos. Y esa común-unión nos remite no solo a la unión entre todos los que formamos parte de la comunidad creyente, sino a la unión con toda la humanidad y con toda la Creación y, aún más, con Cristo mismo. Una común-unión con Él en la que quedamos comprometidos a vivir “por Él, con Él y en Él”, como repetimos en la doxología con la que culmina plegaria eucarística.
Cuando hoy vayamos a comulgar –y, ojalá, todos los días– tengamos todo esto presente. La primera lectura, del libro de los Proverbios, nos alienta: “vengan aquí los inexpertos”… No es un banquete para los sabios de este mundo ni para los más poderosos… sino para quienes, con temor y temblor, se abran a desear ser uno en Él contando no con sus propias fuerzas sino con la entrega primera de quien nos amó hasta el extremo.
Al ir a tomar este pan de vida recordemos lo que los Padres señalaban: “Tomad aquello que sois: Cuerpo de Cristo. Sed aquello que tomáis: Cuerpo de Cristo”.
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Domingo XX del Tiempo Ordinario
Domingo 18 de agosto de 2024
Jn 6, 51-58
Los comentaristas del cuarto evangelio manifiestan su sorpresa ante el salto que se da del “pan” a la “carne” cuando, en el capítulo 6 del mismo, se quiere afirmar a Jesús como alimento de la comunidad de discípulos. Se aprecia así, en el citado capítulo, de qué manera el llamado “discurso sobre el pan de vida” (6,22-50) termina convirtiéndose en un “discurso eucarístico” (6,51-71).
No extraña que semejante cambio provocara una reacción de resistencia en el grupo de discípulos, para quienes “esta doctrina es inadmisible” (6,60). El glosador, sin embargo, se encargará de “reconducir” la protesta, apelando al poder de Jesús y a la fe en él. Sin embargo, no deja de ser curioso que termine poniendo en boca del Maestro la afirmación que vuelve a vincular el alimento con la palabra: “Tus palabras dan vida eterna” (6,68).
Más allá del momento en que se dio tal paso en las primeras comunidades, me parece que, en la actualidad se sigue viviendo ese rito, pero otorgándole un significado simbólico. No se necesita creer en la “materialidad” de la carne como alimento para saberse sostenido y alimentado por Aquello que somos en profundidad. Los cristianos lo proyectan en Jesús: esa es su creencia.
Sin embargo, me parece que es posible dar un paso más. De manera similar a como los primeros cristianos superaron la ortodoxia judía, atreviéndose a confesar que el Dios trascendente se hacía humano en Jesús, a nosotros nos es posible comprender que aquello que el cristianismo afirma de Jesús es en realidad lo que somos todos.
Para un judío ortodoxo, JHWH es “el totalmente Otro”, el único Dios que ha creado y rige los destinos del mundo. Para un cristiano ortodoxo, Jesús es la encarnación “material” de Dios que, de manera absolutamente única y excluyente, se hace en él uno de nosotros. Desde un nuevo nivel de consciencia, se llega a comprender que, tanto aquello afirmado sobre JHWH, como lo que se confiesa de Jesús, es el mismo y único Fondo último de todo lo real y de todos nosotros. Por lo que, con todo respeto, tanto al ortodoxo judío como al ortodoxo cristiano, cabría decirles: en nuestra identidad profunda, somos Eso mismo que vosotros afirmáis de JHWH o de Jesús; solo necesitamos caer en la cuenta, reconocerlo y dejarnos vivir desde ahí. Esa es la conversión (meta-noia), que es una con la comprensión. Si a esto se le quiere llamar “gnosticismo”, no hay ningún problema. Porque, así entendido, es sinónimo de comprensión profunda, experiencial o vivencial. Fuera de esta comprensión, todo lo demás son únicamente creencias, es decir, conocimientos de segunda mano. Por lo que, antes o después, en toda búsqueda sincera, se hará presente la cuestión: Más allá de todo lo que me han enseñado, de todo lo que he recibido, ¿qué puedo afirmar por mí mismo, como fruto de haberlo experimentado?
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01. Sabiduría y sensatez.
Las dos primeras lecturas de hoy nos hablan de vivir en sabiduría y sensatez, sensatamente, no estéis aturdidos.
Nuestra tradición cultural europea (occidental) dio un brusco giro en el siglo XVIII, el siglo de la Ilustración (siglo de las luces), de la razón. Es el siglo de la Revolución francesa (1789).
Lenta y casi inconscientemente fuimos prescindiendo de pensar y vivir desde la fe y la religión a vivir exclusivamente de la razón. Pasamos de la biblia a la ciencia, de la esperanza al progreso, del poder sagrado al poder laico (laicismo).
Es el pensamiento moderno que nosotros lo vivimos casi sin darnos cuenta. El hombre moderno confía en las ciencias, en la razón, en el progreso de la medicina, de la tecnología, etc. La solución está en la política, en la tecnología, no en la Iglesia ni en la religión.
(Creo yo que el hombre post-moderno -que somos nosotros- ya no confía en nada).
Ciertamente la modernidad supone un valioso despliegue científico. Tenemos mucha ciencia, muchos conocimientos científicos, ahora ya hasta la inteligencia artificial.
Tenemos ciencia, conocimientos científicos, pero ¿tenemos Sabiduría?
Con mucha sorna e ironía decía hace unos años el Director del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid en la lección inaugural de curso de la Facultad de Teología de Vitoria, decía que: entre los científicos algunos -algunos- también piensan.
Porque no es lo mismo ciencia que sabiduría.
La ciencia es el conjunto de conocimientos que se obtienen por verificación, comprobación. Es un mundo y un ámbito importante: en medicina, en tecnología, medios de comunicación, transporte, etc.
La sabiduría viene de sapere: saborear, saber vivir.
Se puede tener mucha ciencia, conocimientos y no saber vivir. Lo estamos viendo (y padeciendo todos los días).
Y también se puede tener escasos estudios, pocos conocimientos y saber vivir sensatamente y con gozo. Basta mirar a mucha gente sencilla, a nuestros mayores. No tenían conocimientos, pero sí sabiduría, sabían vivir.
Ante las grandes cuestiones de la vida: el sentido de la vida, cuestiones ético-morales, la muerte, la convivencia, etc. el hombre rural, el hombre primitivo estaba infinitamente mejor dotado que el ingeniero del parque tecnológico de Aiete o de donde fuere.
Por otra parte, los conocimientos no científicos y más bien existenciales son más envolventes que los científicos. Hay experiencias en la vida que no son científicas, incluso son más bien “irracionales”, pero son hondas y ayudan a saber vivir. Por ejemplo las vivencias provenientes del amor, de la amistad, de la familia, de la fe, del pueblo no son lo más mínimo científicas pero impregnan profunda y positivamente la existencia humana
Incluso también en otras cuestiones de la vida (positivas o negativas) convencimientos deportivos, de pueblos y patrias, convencimientos religiosos, políticos, son enormemente envolventes, te “pillan” -más o menos- toda la existencia.
Y no es lo mismo tener conocimientos, tener la razón que ser sensato. Se puede conocer, se puede tener razón y no ser sabio ni sensato. Esto ocurre con frecuencia en la familia, en quienes tienen poder en la comunidad, en la vida política, en la iglesia. Generalmente los que tienen fuerza y poder, los que regulan las leyes, e tienen la razón, pero muchas veces insensatamente. Esto nos pasa en la familia, en la vida de las comunidades religiosas, con muchos políticos y obispos de cuyo nombre no debo acordarme. Tienen razón (¿), pero no tienen sensatez
Se trata de vivir sabiamente no tanto científicamente, se trata de ser sensatos en la vida.
02.- Transmisión de la sabiduría de la fe
Enseñar a vivir sensatamente, transmitir sabiduría es una tarea noble, importante y a veces no fácil.
¿Cómo enseñar a vivir bien? No es fácil saber vivir y transmitir cómo vivir. (Absténganse políticos y medios de comunicación).
La ciencia se comunica en el aula, en la escuela. La sabiduría se transmite en la familia, en la amistad. La sabiduría se comunica casi por ósmosis y en gran medida en la vida familiar. El aprecio de la vida, el amor familiar, el respeto, el sentido de la vida, la fe, los valores éticos no se enseñan científicamente, se viven con los demás y así se aprenden, casi por “contagio”.
Es necesario un buen sistema docente, sin duda. Pero un sistema educativo, una universidad que se limite a transmitir meros conocimientos se convierte en un almacén de datos.
De ahí la importancia de que los maestros y profesores no sean meros puestos de trabajo para ganar un sueldo, sino que debieran ser personas vocacionadas que enseñan más por su presencia que por lo que dicen. La escuela y la universidad actuales transmiten muchos conocimientos, ciencias, pero no me parece que comuniquen sabiduría, ni que enseñen a vivir, porque no se trata de enseñar cosas, sino de enseñar a vivir. Un maestro enseña más con su actitud ante los alumnos que con sus palabras.
JesuCristo no fue un profesor de religión que enseñara unos conocimientos de religión o cosa parecida. Jesús no fue un hombre científico, un “enterado” de la religión. Jesús fue maestro en el sentido más clásico: quien enseña no cosas, sino que enseña a vivir.
Creo que la fe se transmite principalmente en casa, al menos si hay fe en la familia y de modo afectivo, no doctrinal. Para transmitir la fe, el sentido de la vida, el sentido de la ética no hace falta grandes universidades ni medios.
03.- Alimento para la vida.
Continuamos meditando durante los domingos de este mes de agosto el capítulo 6º de San Juan sobre “pan de vida”.
Alimentemos nuestras vidas con esa sabiduría y sensatez que dimanan del pan de vida, de Cristo como pan de vida.
Seguramente la sabiduría no está en las masas sanfermineras o del cañonazo donostiarra, sino en los pocos sabios que en el mundo han sido
¡Qué descansada vida la del que huye el mundanal ruido y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido!
Comentarios desactivados en “No hemos entendido a Jesús, si la eucaristía no nos compromete con la vida”, por Consuelo Vélez
De su blog Fe y Vida:
Comentario al evangelio del domingo XX del Tiempo Ordinario 18-08-2024
En este texto se concentra el misterio eucarístico: comer la carne y beber la sangre de Jesús
Jesús está hablando del significado del signo de su cuerpo y de su sangre, que supone un salto de fe, un nuevo horizonte, un situarse en la lógica del reino.
La eucaristía, antes que devoción individual es una experiencia comunitaria; antes que una obligación por cumplir es un compromiso de justicia
“Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo”. Discutían entre sí los judíos y decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo: “En verdad, en verdad les digo, si no comen la carne del hijo del hombre, y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre”. Esto lo dijo enseñando en la sinagoga en Cafarnaúm. (Jn 6, 51-59)
Habíamos anunciado el domingo pasado que al utilizar la expresión “es mi carne para la vida del mundo”, Jesús estaba introduciendo el signo eucarístico. Esta realidad será la que se desarrollará este domingo. Algunos especialistas sostienen que esta unidad es un texto litúrgico que fue introducido posteriormente para que el evangelio fuera mejor recibido. En efecto, en este breve texto se concentra el misterio eucarístico: comer la carne y beber la sangre de Jesús. El texto nos presenta lo que discuten los judíos entre ellos: ¿Cómo puede ese hombre darles a comer su carne? Y más complejo aún, “beber su sangre”, que según las prescripciones judías estaba prohibido y, quién lo hiciera, sería condenado a muerte. Por esto es comprensible que este diálogo que, según el mismo texto acontece en la sinagoga de Cafarnaúm, no es fácil y se agudizan los dos niveles de los que hablamos el domingo anterior. Los judíos se toman “al pie de la letra” -diríamos con nuestros términos- lo que Jesús está diciendo y, por su parte, Jesús está hablando del significado del signo de su cuerpo y de su sangre, que supone un salto de fe, un nuevo horizonte, un situarse en la lógica del reino.
El evangelista Juan pone en boca de Jesús la expresión “en verdad, en verdad les digo” para mostrar el énfasis que Jesús está dando a su revelación: los que comen y beben su sangre, tendrán vida eterna mientras, los que no lo hagan, no tendrán esa vida. Además, el comer su carne y beber su sangre, engendra esa inhabitación mutua entre Jesús y los que lo reciben, ese permanecer en Él, término tan característico del evangelio de Juan.
Es el Padre el que envía a Jesús y Jesús comunica lo que su Padre le ha confiado. Una vez más recuerda a los judíos que sus padres murieron porque comieron un pan que no es su carne y su sangre, no era el pan que daba la vida eterna.
No podemos señalar más aspectos de este breve texto, pero, por la referencia eucarística, podríamos decir una palabra sobre nuestra vivencia actual de la eucaristía. Los cristianos respetan la eucaristía, la valoran, defienden la presencia real de Jesús en el pan y el vino eucarístico y acuden a recibirla con devoción y respeto. Pero no sobra recordar que podemos, muchas veces, enfrascarnos en discusiones similares a la de los judíos que hoy nos presenta el texto, referidas a todo lo anterior sin centrarnos en lo fundamental y definitivo del misterio eucarístico. Antes que una devoción individual es una experiencia comunitaria.Antes que un rito litúrgico es signo de la mesa compartida, en la que han de sentarse todos y todas, hijos e hijas del mismo Dios padre/madre. Antes que una obligación por cumplir es un compromiso de justicia por vivir. En verdad, la eucaristía como misterio central de nuestra fe ha de vivirse en la dinámica de esa mutua pertenencia: la eucaristía nos lanza a la vida y la vida es la que se celebra en la eucaristía. Conviene revisar nuestras eucaristías para que ellas revelen a Jesús y nos comuniquen la fuerza para hacer lo que Él hizo, liberándola de un rito intimista y vacío que Dios mismo rechaza y no dice nada a nuestros contemporáneos.
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Entrevista: Donald Hernández Palma, ‘padrino’ de la Campaña contra el Hambre de Manos Unidas
“Hemos entrado en los últimos años en esa dinámica en donde nuestros gobernantes optaron por ofrecer los bienes naturales al mejor postor. Bajo una campaña de Honduras is open for business, se empezó a ofertar el bosque, la tierra misma, el agua misma..”
“Las empresas nacionales productoras de energía van y atacan a las poblaciones, los desapoderan de sus recursos, y el que se opone y el que denuncia, entonces es perseguido, es criminalizado, y en algunos casos, hasta asesinados. Es el caso de Berta Cáceres, nuestra líder indígena insigne”
“Los gobernantes llegan patrocinados por las multinacionales. Son los que ponen todo el dinero para sus campañas políticas. Hay una gran demagogia para hacerse con el poder, y desde allí provocar políticas en contra del pueblo”
“El ser humano tiene una gran capacidad de resiliencia, pero también de reconstruir. El llamado también es para que nos sensibilicemos y que entendamos que cada vez que compramos un móvil, hay una gran cantidad de comunidades que están siendo bombardeadas con altas cargas de dinamita para sacar esos minerales de lo que son parte de los equipos que tenemos”
“Ya no hay mañana. La humanidad tiene que despertar, como lo dijo Berta Cáceres en su momento. Ya no hay mañana. Pero hay un hoy y somos responsables de ese hoy”. Donald Hernández Palma es uno de los hombres que ‘tomó el relevo‘ de la activista hondureña, asesinada hace ocho años por defender los derechos a la tierra y al trabajo de los habitantes de su país frente a las multinacionales.
Con ocasión de la Jornada Mundial de Manos Unidas, el director del CEPRODEC, se encuentra en España apadrinando la Campaña contra el Hambre y denunciando cómo se vende la tierra que pertenece al pueblo, mientras más del 60% de la población está en la pobreza.
Donald Hernández Palma es un abogado hondureño, defensor de derechos humanos. Es el director del Centro Hondureño de Promoción para el Desarrollo Comunitario. Cuéntanos, ¿qué es el CEPRODEC?
CEPRODEC es una ONG en Honduras que ya acabamos de cumplir 30 años de estar llevando, procurando el desarrollo en nuestro país. El gran objetivo del CEPRODEC es vigilar el cumplimiento del derecho a la alimentación en pueblos campesinos indígenas en nuestro país. Una labor fuerte en virtud de que más del 60% de la población está en la pobreza, más del 40% en extrema pobreza, y ubicados en una zona que geográficamente nos beneficia en virtud de que estamos bañados por dos océanos, que es un gran privilegio, pero también en la ruta de los huracanes, en esa ruta afectada por las acciones que lejos de nuestras tierras se desarrollan.
‘El efecto ser humano’ es el título de la Campaña de Manos Unidas. Los buenos efectos, pero también los malos, ¿no?
Estamos en la ruta de los huracanes, cada año nuestro pueblo está alerta de lo que pueda suceder, como ocurrió con el paso de ETA y Otra, que nos dejaron un desastre total. Pero a eso se suman otros elementos como el privilegio que Dios nos dio también de estar en una tierra rica en recursos, agua, bosque, zonas mineras. Y aquí entra el mal efecto humano, con el tema de la explotación. Nuestros gobernantes han encontrado en la oferta de los recursos naturales, recursos para unos y bienes para otros.
Hoy los pueblos indígenas y campesinos hablan más de los bienes comunes. Hemos entrado en los últimos años en esa dinámica en donde nuestros gobernantes optaron por ofrecer los bienes naturales al mejor postor. Bajo una campaña de Honduras is open for business, se empezó a ofertar el bosque, la tierra misma, el agua misma…
Y entiendo que sin garantías de cuidado del medio ambiente…
En Honduras tenemos el segundo pulmón, la selva más fuerte del área latinoamericana después del Amazonas. Tenemos la biófera del río Plátano que está siendo atacada también con la extracción de madera. CEPRODEC tiene el gran objetivo de poner un plato de comida en la mesa de las familias más desposeídas. Y para poner ese plato de comida en la mesa ocurren varias cosas. Primero es que hay que producir el alimento. Y para producir el alimento ocupamos tres cosas elementales: tierra, agua y semilla.
Hablando de la tierra, la tierra se empezó a entregar a transnacionales para la producción de minerales, con consecuencias, ya sea para la explotación de minerales, o para la producción de proyectos monocultivistas como palma africana, caña de azúcar o maíz transgénico. Estos monstruos que tienen como denominador común la producción de biocombustibles. Y aquellas tierras que eran de valle y altamente productivas, que generaban alimentos para la población, por lo menos del país. Hoy en día, no se puede producir nada. Hoy empezaron a producir alimentos para motores, para generar petróleo. Y entonces la idea de tener el plato de comida se nos fue alejando un poco más. Y hay que levantar la vista y mirar hacia la montaña, que es donde se producen nuestras fuentes de agua. Y ahí empezamos a ver que también el gobierno empezó a concesionar los ríos a las empresas hidroeléctricas.
¿Puede hacerse?
Sí. Hoy se opta por producir energía limpia, eólica, hidroeléctrica o solar. Los tres elementos los tenemos en Honduras y lo aplaudimos. El problema es la forma que se hace. Se sigue atacando las poblaciones que tienen estos recursos. El río se le quita al pueblo indígena que está cubierto por el convenio 169 de la OIT, que Honduras ha ratificado el convenio, y no se reglamenta el convenio en Honduras. Y entonces las empresas nacionales productoras de energía van y atacan a las poblaciones, los desapoderan de sus recursos, y el que se opone y el que denuncia, entonces es perseguido, es criminalizado, y en algunos casos, hasta asesinados. Es el caso de Berta Cáceres, nuestra líder indígena insigne.
Tenemos su recuerdo presente ocho años después de su asesinato…
Sí, en 2016, y sigue siendo ese ejemplo de lucha. Nos enfrentamos al tema agua, tierra y semillas. El tema de las semillas es que hemos venido también luchando con esa entrega de nuestros gobiernos a las empresas internacionales, por ejemplo, la privatización de la semilla, con la famosa ley Monsanto, que es la ley de obtentores vegetales, que con el ánimo de proteger los avances genéticos en la protección de la semilla, se criminaliza al indígena y al campesino, que por siglos han custodiado las semillas en el mundo, y hoy se les dice que no tienen derecho a cultivarlas.
¿Cómo se le explica a un gobernante que está viendo fuente de supuesta riqueza en esas concesiones, en esa venta de terrenos, en esa apropiación, que está esquilmando su propio territorio?
La cuestión es cómo llegan estos gobernantes a serlo. Llegan patrocinados por las multinacionales. Son los que ponen todo el dinero para sus campañas políticas. Hay una gran demagogia para hacerse con el poder, y desde allí provocar políticas en contra del pueblo. Hoy también es un negocio la migración de las poblaciones. Porque esa población que hoy está pendiente de los huracanes o de los terremotos o de las sequías también tiene que estar pendiente de la empresa que va a atacarle. Y eso está pasando. Hoy es súper peligroso el activismo de defensa de la tierra, de la casa común en nuestros territorios. Y aún así no nos cansamos.
¿Cómo es vuestro trabajo junto a Manos Unidas?
Somos administradores del Reino y en esa medida a unos nos toca más que a otros. Solo quiero decir en este momento que Honduras, por estar ubicada en el lugar geográfico donde estamos, los efectos del cambio climático que nos atacan cada año y que son producto de la mala forma en que los ciudadanos del mundo hemos tratado esta casa común, nosotros en Honduras solo somos responsables del 0,03% de la huella de carbono. Pero nos toca recibir todos los embates que la naturaleza trae consigo por la afectación.
En esta campaña el llamado es más de fe. Es decir, no venimos a cuestionar la mala forma en que hemos tratado la casa común, pero también creemos que el ser humano tiene una gran capacidad de resiliencia, pero también de reconstruir. El llamado también es para que nos sensibilicemos y que entendamos que cada vez que compramos un móvil, hay una gran cantidad de comunidades que están siendo bombardeadas con altas cargas de dinamita para sacar esos minerales de lo que son parte de los equipos que tenemos. Igual el vehículo, muchas cosas en diferentes latitudes. Yo creo que la concienciación tiene que llegar a todo nivel. Somos una generación que estamos preocupados.
Y tratando de dejar un legado a los que vienen, pero también tenemos que llegar a los jóvenes en su momento para que haya mayor conciencia.
Ya no hay mañana. La humanidad tiene que despertar, como lo dijo Berta Cáceres en su momento. Ya no hay mañana. Pero hay un hoy y somos responsables de ese hoy.
Para creer en ti
hay que tener hambre,
pues vives en el pan tierno
que se rompe y comparte
en cualquier casa, mesa y cruce,
entre hermanos, desconocidos y caminantes.
Para creer en ti
hay que tener hambre,
pues tú eres banquete de pobres,
botín de mendigos
que, vacíos, sin campos ni graneros,
descubren que son ricos.
Para creer en ti
hay que tener hambre,
hambre de vida y justicia
que no queda satisfecha
con vanas, huecas palabras,
pues aunque nos sorprendan y capten,
no nos alimentan ni satisfacen.
Para creer en ti
hay que tener hambre,
pues sin ella olvidamos fácilmente
a los dos tercios que la tienen,
entre los que tú andas perdido
porque son los que más te atraen.
Para creer en ti
hay que tener hambre,
y mantener despierto el deseo
de otro pan diferente al que nos venden
en mercados, plazas y encuentros
donde todo se compra y vende.
Para creer en ti
hay que tener hambre
y, a veces, atragantarse al oírte
para descubrir la novedad
de tu presencia y mensaje
en este mundo sin ilusiones.
Para creer en ti
hay que encarnarse,
vivir entre los pobres,
tener muchas ganas de compartir
los cinco panes y dos peces
y todas las ilusiones y necesidades.
Comentarios desactivados en Frei Betto: “El hambre del pueblo es también un problema que la Iglesia y los cristianos tienen que afrontar y solucionar”
El teólogo brasileño imparte la primera conferencia del Congreso de Teología
“Las causas del hambre perduran: conflictos armados, condiciones climáticas extremas (desequilibrio ambiental), dificultades para acceder a la tierra y al empleo y turbulencias económicas”, clamó Betto. La causa principal es el hambre: casi cien millones de personas, en 23 países, viven en áreas de conflicto
“Hoy día son los bancos, las multinacionales y los fondos de pensiones los que dominan el mercado de alimentos y promueven especulaciones por medio de derivados de mercancías”, denunció. “Un crimen de lesa humanidad practicado en homenaje al dios Capital”
“Nadie elige ser pobre. De hecho, todo pobre es un empobrecido, víctima de la injusticia social. La pobreza es siempre un estado de carencia y no hay en la Biblia un solo versículo que diga que es agradable a los ojos de Dios”
En el episodio de los panes y los peces “no hubo magia y si milagro. Milagro es el poder divino de alterar el rumbo natural de las cosas. Tal poder actúa sobre todo en el corazón humano. Por tanto sí hubo milagro: el de la economía del compartir”
“Neoliberalismo y pandemia”fue el tema de la conferencia inaugural del congreso de la Juan XXIII, que corrió a cargo del teólogo brasileño Frei Betto. El experto arrancó su intervención denunciando la existencia de hasta 250 millones de personas que viven con inseguridad alimentaria.
“Más de 30 países están amenazados de hambre por la pandemia. Cada minuto mueren de hambre en el mundo 11 personas. De Covid-19, siete. Son 15.840 al día las víctimas de hambre en el mundo. Casi 6 millones al año”, destacó Betto. Y es que el neoliberalismo mata, también de hambre, a millones de personas.
318 millones de personas, en 55 países, viven en inseguridad alimentaria. “Muchas de ellas tienen algo de comer, pero no las suficientes calorías necesarias”, una situación agravada por la Covid-19.
“Las causas del hambre perduran: conflictos armados, condiciones climáticas extremas (desequilibrio ambiental), dificultades para acceder a la tierra y al empleo y turbulencias económicas”, clamó Betto. La causa principal es el hambre: casi cien millones de personas, en 23 países, viven en áreas de conflicto.
Junto al hambre, la obesidad, esa enfermedad de los ricos, y de los pobres del mundo industrializado. “El mundo tiene hoy en días más de 2.000 millones de obesos. Los niños son los más afectados por la falta de oferta de alimentación de más calidad”, lamentó Betto, que vio difícil cumplir con los Objetivos del Desarrollo del Milenio, que busca erradicar el hambre para 2030. “La perspectiva es pesimista: si se mantienen las tendencias, el número de personas afectadas por el hambre sobrepasará los mil millones”, advirtió.
“No faltan alimentos, falta justicia”
Un situación que se vive con especial crudeza en África, pero también en América. “No faltan alimentos en el Continente latinoamericano. Falta justicia”, denunció el teólogo.
“Miles de millones de familias no tienen recursos para comprar comida, la cual ha dejado de tener valor de uso y, con el capitalismo, ha pasado a tener valor de cambio”, añadió, lo que calificó como “crimen hediondo”.
“Hoy día son los bancos, las multinacionales y los fondos de pensiones los que dominan el mercado de alimentos y promueven especulaciones por medio de derivados de mercancías”, denunció. “Un crimen de lesa humanidad practicado en homenaje al dios Capital”.
¿Objetivo? Hambre cero
Y es que “la pandemia favorece a los más ricos”, que han incrementado su riqueza, mientras los pobres son mucho más pobres. La brecha de la inequidad se ensancha. “Miles de millones de personas no tienen riqueza monetaria ninguna y la distribución de la riqueza personal mundial refleja un mundo en el que algunos gigantes, como Gulliver, cuando miran hacia abajo contemplan una inmensa masa de liliputienses…”.
Si dividimos el PIB mundial (calculado en 84 billones de dólares) entre los 7.200 millones de seres humanos, llegaríamos al valor anual de 11.667,00 dólares USA per capita, ó sea que cada persona dispondría de 972,25 dólares USA al mes
Renta básica universal
Frente a ello, Betto propuso “implantar la renta básica universal”. Con un cálculo utópico, pero real: “Si dividimos el PIB mundial (calculado en 84 billones de dólares) entre los 7.200 millones de seres humanos, llegaríamos al valor anual de 11.667,00 dólares USA per capita, ó sea que cada persona dispondría de 972,25 dólares USA al mes”.
“Es un desafío urgente trabajar en pro de la cultura del cuidado y de la solidaridad. Necesitamos urgentemente conquistas básicas como alimentación, educación, salud, acceso informático para todos, energía limpia y uso sostenible de la Tierra”, clamó Betto.
“Dilemas éticos” de la pandemia
Al tiempo, Betto abordó los “serios dilemas éticos” planteados por la pandemia a nivel global. La muerte, el dolor, la enfermedad, la insolidaridad entre países, la competitividad, “valor supremo del capitalismo”, son algunos de ellos.
¿Qué espiritualidad cristiana podemos sacar de la pandemia? Como Jesús, “el compromiso por los pobres”. “Nadie elige ser pobre. De hecho, todo pobre es un empobrecido, víctima de la injusticia social. La pobreza es siempre un estado de carencia y no hay en la Biblia un solo versículo que diga que es agradable a los ojos de Dios”, clamó Betto.
¿Qué haría Jesús en una coyuntura como esta? Betto resume tres tres actitudes:
1)Denunciar las causas de este genocidio: la aparición del virus por desequilibrio medioambiental, la inoperancia de algunos gobiernos, el abandono del sistema publico de salud, la selectividad social de las víctimas, etc.
2)Promover acciones eficaces de solidaridad con las víctimas y sus familias y con los sectores más vulnerables de la población; organizar movimientos y movilizaciones en favelas y áreas pobres para disminuir el sufrimiento de sus habitantes; promover la distribución de cestas básicas y productos de higiene; estimular la creación de cocinas comunitarias; ofrecer cursos de profesionalización a las personas paradas; facilitar el acceso de los más pobres a internet, etc.
3)Repensar nuestra misión como discípulas y discípulos. ¿Concienciamos a los alumnos de nuestras escuelas de la dimensión de la crisis del medioambiente en la línea de la encíclica Laudato Si? ¿Nuestra evangelización es meramente exhortativa o también es movilizadora en favor de los pobres y en pro de la justicia?,
En resumen: “Dadles vosotros de comer”, como dijo Jesús. “O sea, el hambre del pueblo es también un problema que la Iglesia y los cristianos tienen que afrontar y solucionar”, tradujo Betto.
Porque en el episodio de los panes y los peces “no hubo magia y si milagro. Milagro es el poder divino de alterar el rumbo natural de las cosas. Tal poder actúa sobre todo en el corazón humano. Por tanto sí hubo milagro: el de la economía del compartir”.
Comentarios desactivados en Ramón Hernández Martín: Misas, ni en latín ni sin cena. Sobreabundancia.
Leído en su blog Esperanza radical:
Hay muchos millones de personas que, en el balance general de la marcha de la humanidad, siguen adelante con menos de un euro al día, cargando con calamidades sin cuento que van del hambre al frío y a la enfermedad. Y hay otros muchos para quienes mil euros diarios es una bagatela, una menudencia. Afortunadamente, la vida es maleable y se adapta incluso a las situaciones más extremas. En la primera lectura de este domingo, el profeta Eliseo, consciente de este devenir, juzga excesivo el monto de las primicias a que como tal tiene derecho y ordena al oferente que lo reparta entre quienes pasan hambre. La cuestión no es que “lo mucho para uno” sea “poco para muchos”, sino que lo disponible se reparta, porque, en definitiva, que muchos tengan lo necesario depende de la generosidad de quienes realmente lo poseen todo. El viejo proverbio popular de “ayúdate que yo te ayudaré” invita a abordar el gigantesco problema del hambre en el mundo, confiados en que Dios y la naturaleza se alíen de tal manera que, dado el primer paso, el de “ayúdate”, como punto de partida, la llegada o meta sea cosa de coser y cantar.
La liturgia de este domingo lo viene a certificar por duplicado. El criado del profeta Eliseo repartió las primicias recibidas entre los hambrientos y el hecho resultó tan exitoso que todos saciaron su hambre y hasta sobraron alimentos. Por su parte, el gran profeta Jesús, viendo que la multitud que lo seguía estaba hambrienta, recogió lo que algunos tenían y lo mandó repartir de tal manera que lo que parecía poco, cinco panes y dos peces, fue suficiente no solo para que comieran más de cinco mil personas, sino también para que con lo sobrante se llenaran doce canastas.
La clave de tan gran milagro la ofrece san Pablo en la segunda lectura de hoy, tomada de su carta a los Efesios: “Un Señor, una fe, un bautismo, un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo”, lo que, puesto en Román paladino, viene a significar lo mismo que el proverbio a que nos hemos referido: que unamos nuestras fuerzas y cuanto tenemos para ser invencibles y para que no nos falte nada de lo necesario. De hecho, aunque los pobladores de la Tierra seamos ya casi ocho mil millones, la capacidad productiva de esta y la industria de nuestras manos facilita que hoy podamos producir alimentos suficientes incluso para una población doble que la actual. ¿A qué se debe entonces que, siendo los que somos, más de ochocientos millones de seres humanos pasen hoy hambre? Hay solo una única respuesta a tan grave cuestión: el mal reparto que se hace debido a distintas causas, siendo una de las principales y más graves la depredación o la avaricia de minorías acaparadoras que viven a todo tren y como si lo fueran a hacer para siempre.
El reparto de alimentos es una de las más sólidas y atractivas claves evangélicas. Ciertamente, los cristianos hemos de atender a lo que Jesús predica cuando nos habla de que Dios es nuestro padre, pero también a sus hechos cuando da de comer a los hambrientos, hechos que rubrican fehacientemente su predicación. Hay mucha más conexión que la que pudiera pensarse a simple vista entre el relato de la multiplicación de los panes y los peces y la crónica de la Última Cena, pues también en esa multiplicación “Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados”. El gran milagro multiplicador se debió, seguramente, más al hecho de repartir entre todos lo que algunos tenían que en la multiplicación mágica de lo poco que había. En la eucaristía, el hecho de partir y compartir tiene una carga teológica mucho más profunda que el supuesto efecto mágico de unas palabras de consagración que sustituye una sustancia por otra. La “transustanciación” nunca dejará de ser, en todo su alcance dogmático y teológico, más que un especulativo recurso filosófico elevado a categoría de ontología sacra. Si en estos momentos el papa desaconseja la misa en latín y de espaldas al pueblo por la desconexión que tal rito tiene con los fieles, más cabe decir incluso de las misas en lenguas vernáculas y de cara al pueblo por una desconexión más profunda y radical tanto con la “memoria viva” de Jesús como con la vida de los fieles. Salta a la vista que nuestras misas nada tienen que ver realmente con la Cena del Señor.
Seguramente, el problema más grave que padece la humanidad en nuestros días se cifra en saciar el hambre de tantos millones de seres humanos desheredados de la fortuna. En las comidas que celebró Jesús, muchas veces con publicanos y prostitutas, hecho que se constituyó en una de las mayores acusaciones contra él para crucificarlo, había comida suficiente para que todos se saciaran y hasta sobrara. A todas ellas las acompaña la acción de gracias, el hecho cultual, y, a la Última Cena Jesús le añade la orden de que se celebre en “memoria viva” suya, de que pasó por este mundo haciendo el bien y sirviendo a los demás. Es más, pues en esa misma Cena Jesús mismo concretó dicho servicio tanto en el lavatorio de los pies de sus discípulos, que él mismo realizó, como en la ordenanza de que nos amemos los unos a los otros con el mismo amor con que él nos ha amado, amor que le lleva a dar su vida por todos nosotros.
Por todo ello, sin comida compartida, sin servicio efectivo y sin amor incondicionado no puede haber misa que valga. Puede que en las actuales misas católicas haya mucho culto, mucha genuflexión, mucho golpe de pecho y mucho deseo de paz, pero si no hay comida compartida, servicio efectivo y amor incondicional, no sirven a la “memoria viva” de la vida de Jesús ni al cumplimiento de las recomendaciones tan encarecidas que nos hizo en el momento mismo de su partida. Para cumplir su propia razón de ser, las misas católicas necesitan mucho más que un lenguaje inteligible (la celebración en la lengua vernácula) y que los fieles vean lo que acontece en un altar situado frente a ellos. Bien está que el papa Francisco intente agrandar la comprensión y la participación de los fieles en las misas, pero, a pesar de su gran esfuerzo por conseguirlo frente a quienes prefieren enjaularse en el misterio, debemos dejar constancia aquí, sin ambages ni componendas, que la distancia entre una misa de corte tradicionalista en latín y de espaldas a los fieles y la orquestada por el concilio Vaticano II en lengua vernácula y celebrada frente a ellos, es mucho menor que la que hay entre esta última y la Cena del Señor. Podríamos decir, groso modo, que, mientras la Última Cena de Jesús es un acontecimiento social festivo no sacro, cuya fuerza se manifiesta en compartir, servir y amar, las actuales misas católicas no dejan de ser más que una especie de pantomima sacra, de tinte carnavalesco, en las que realmente nada se comparte, no se realiza ningún servicio y el amor se reduce a una consigna etérea. Lograr que la misa católica se parezca algo a la Cena del Señor requiere una audaz reforma litúrgica que la Iglesia católica no está en condiciones de afrontar porque, además de cuestionar muchos de los privilegios de la casta dirigente, desencadenaría cambios de perspectiva y comportamientos incómodos para la institución eclesial.
Subrayemos como conclusión de todo lo dicho que, cuando Jesús estaba presente, todos comían hasta saciarse e incluso sobraban alimentos, cosa que obviamente no puede decirse hoy de nuestra Iglesia católica, en la que, mientras muchos eclesiásticos y fieles ricos se ceban hasta enfermar, hay muchísimos otros seres humanos, cristianos o no, que no tienen ni un pedazo de pan duro que llevarse a la boca. ¿De qué sirve invitar a todos a una eucaristía en cuya celebración se habla de partir y compartir, pero realmente nada se parte ni comparte? ¿Puede alguien convencerlos con argumentos de peso, con hechos, de que tanto los políticos por delegación social como los eclesiásticos por mandato divino están ahí para servirlos? ¿Acaso no resulta un sarcasmo hablar de amor a quien tiene el estómago vacío y le tiemblan las piernas por debilidad física? ¿Con qué argumentos se los puede reanimar y rescatar de la inanidad a que la avaricia, incluso la de muchos que se dicen cristianos, los ha condenado? Resolvamos primero tan grave problema para poder acercarnos al altar y tributar a nuestro gran Dios un culto digno, que exprese como es debido nuestra hermandad y nuestra filiación divina.
Comentarios desactivados en Masticando tus palabras de vida.
Para creer en ti
hay que tener hambre,
pues vives en el pan tierno
que se rompe y comparte
en cualquier casa, mesa y cruce,
entre hermanos, desconocidos y caminantes.
Para creer en ti
hay que tener hambre,
pues tú eres banquete de pobres
y botín de mendigos,
que vacíos, sin campos ni graneros,
descubren que son ricos.
Para creer en ti
hay que tener hambre,
hambre de vida y justicia
que no queda satisfecha
con vanas, huecas, lights palabras,
pues aunque nos sorprendan y capten,
no nos alimentan ni satisfacen.
Para creer en ti
hay que tener hambre,
pues sin ella olvidamos fácilmente
a los dos tercios que la tienen,
entre los que tú andas perdido
porque son los que más te atraen.
Para creer en ti
hay que tener hambre,
y mantener despierto el deseo
de otro pan diferente al que nos ofrecen
en mercados, plazas y encuentros
donde todo se compra y vende.
Para creer en ti
hay que tener hambre
y, a veces, atragantarse al oírte
para descubrir la novedad
de tu presencia y mensaje
en este mundo sin ilusiones.
Comentarios desactivados en Castillo: “El silencio cómplice ante el hambre…¡Esto sí que es un virus mundialmente peligroso!”
‘Quien más sufre el maltrato del planeta no eres tú’, lema de la Campaña de Manos Unidas
¿Y despachamos un problema tan grave diciendo que el papa Francisco es “comunista”?
¿Cómo es posible que quienes nos consideramos, no digo “cristianos”, sino “seres humanos”, sepamos esto y sigamos viviendo tan campantes? ¿Nos hemos deshumanizado o estamos locos?
Los muertos por el “coronavirus”, hasta el momento en que escribo esto, han sido 490. Por supuesto, no es posible saber el número de víctimas que todavía podrá causar. Sea cual sea la peligrosidad que tenga, en el futuro, este virus, es un hecho que ya se han gastado millones de dólares para controlar esta terrible amenaza mundial. Y por las informaciones que nos llegan, es necesario gastar lo que haga falta. Y hay que seguir gastándolo para proteger a la población mundial. Esto es evidente. Y nadie lo va a poner en duda. Por eso todos estamos de acuerdo en que se cure a los que padecen el virus. Y se investigue lo que sea necesario para controlar las consecuencias de esta amenaza mundial. En esto, todos estamos de acuerdo.
Y sin embargo, en este momento está ocurriendo en el mundo algo mucho más grave, que, a quienes vivimos en países desarrollados, no nos importa, ni nos preocupa, como ocurre con el “coronavirus”. Por la sencilla razón de que quienes manejamos o nos beneficiamos de la riqueza, en el mundo poderoso y rico, sabemos de sobra que, de hambre no nos vamos a morir. Esto es un hecho, sea cual sea la explicación que cada cual tenga para justificar o soportar lo que está pasando en este orden de cosas.
¿En qué consiste ese virus tan peligroso, del que nos desentendemos (o tenemos el peligro de desentendernos) la gran mayoría de los habitantes de los países desarrollados? Es un hecho que se sabe y nadie pone en duda. A saber, cada día mueren de hambre 8.500 niños. Los organismos internacionales, que dependen de Naciones Unidas, así lo afirman y nos garantizan que es verdad.
En todo caso, y sean cuales sean las precisiones que se le puedan hacer a lo que acabo de decir, el hecho es que el “mundo rico” se distancia cada día más y más del “mundo pobre”. Esto, no sólo es indiscutible, sino que, sobre todo, es inevitable, si es que queremos que la economía mundial siga funcionando como nos conviene a los habitantes de los países ricos y poderosos.
Así están las cosas. Y así está el mundo en que vivimos. El papa Francisco lo acaba de decir (el 5 del 2 del 2020), insistiendo en la responsabilidad que tenemos quienes vivimos en los países, que, por más que nos quejemos, son los países que manejan el capitalismo mundial. El papa ha sido muy claro y duro en la denuncia, que ha hecho, de quienes acumulan más y más capital cada día. Con nuestra aprobación o nuestro silencio cómplice.
¡Esto sí que es un virus mundialmente peligroso! ¿Y despachamos un problema tan grave diciendo que el papa Francisco es “comunista”? ¿Cómo es posible que quienes nos consideramos, no digo “cristianos”, sino “seres humanos”, sepamos esto y sigamos viviendo tan campantes? ¿Nos hemos deshumanizado o estamos locos?
Comentarios desactivados en “Alimentarnos de Jesús”. 20 Tiempo Ordinario – B (Juan 6,51-58)
Según el relato de Juan, una vez más los judíos, incapaces de ir más allá de lo físico y material, interrumpen a Jesús, escandalizados por el lenguaje agresivo que emplea: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Jesús no retira su afirmación, sino que da a sus palabras un contenido más profundo.
El núcleo de su exposición nos permite adentrarnos en la experiencia que vivían las primeras comunidades cristianas al celebrar la eucaristía. Según Jesús, los discípulos no solo han de creer en él, sino que han de alimentarse y nutrir su vida de su misma persona. La eucaristía es una experiencia central en los seguidores de Jesús.
Las palabras que siguen no hacen sino destacar su carácter fundamental e indispensable: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Si los discípulos no se alimentan de él, podrán hacer y decir muchas cosas, pero no han de olvidar sus palabras: «No tendréis vida en vosotros». Para tener vida dentro de nosotros necesitamos alimentarnos de Jesús, nutrirnos de su aliento vital, interiorizar sus actitudes y sus criterios de vida. Este es el secreto y la fuerza de la eucaristía. Solo lo conocen aquellos que comulgan con él y se alimentan de su pasión por el Padre y de su amor a sus hijos.
El lenguaje de Jesús es de gran fuerza expresiva. A quien sabe alimentarse de él le hace esta promesa: «Ese habita en mí y yo en él». Quien se nutre de la eucaristía experimenta que su relación con Jesús no es algo externo. Jesús no es modelo de vida que imitamos desde fuera. Alimenta nuestra vida desde dentro.
Esta experiencia de «habitar» en Jesús y dejar que Jesús «habite» en nosotros puede transformar de raíz nuestra fe. Ese intercambio mutuo, esta comunión estrecha, difícil de expresar con palabras, constituye la verdadera relación del discípulo con Jesús. Esto es seguirlo sostenidos por su fuerza vital.
La vida que Jesús transmite a sus discípulos en la eucaristía es la que él mismo recibe del Padre, que es Fuente inagotable de vida plena. Una vida que no se extingue con nuestra muerte biológica. Por eso se atreve Jesús a hacer esta promesa a los suyos: «El que coma de este pan vivirá para siempre».
Sin duda, el signo más grave de la crisis de la fe cristiana entre nosotros es el abandono tan generalizado de la eucaristía dominical. Para quien ama a Jesús es doloroso observar cómo la eucaristía va perdiendo su poder de atracción. Pero es más doloroso aún ver que desde la Iglesia asistimos a este hecho sin atrevernos a reaccionar. ¿Por qué?
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