“La Iglesia ‘LTGBI’ de Islandia “, por Antonio Aradillas
“La identificación de la vida cristiana con el peregrinaje, es la mejor teología”
Por curiosidad, resulta útil reseñar que los colores de la bandera –rojo, naranja, amarillo, verde, azul y violeta-, significan “vida, salud, luz del sol, naturaleza, serenidad y armonía”, sin faltar el espíritu
¿Llamamos “religioso” también a este turismo, o dejamos en exclusiva y “bajo pena de pecado”, tal adjetivación para las visitas a los santuarios de Fátima, Lourdes Torreciudad, Monserrat, Sonsoles, el Pilar, Guadalupe, Covadonga… y a la basílica del san Pedro en el mismo Vaticano?
De por vida e historia, el turismo fue y es la actividad que en mayor proporción y efectividad contribuyó a la creación y formación integral de personas y pueblos. Su capacidad educadora fue y es decisiva. Y no solo ni fundamentalmente por motivaciones económicas. Son muchas más, y de signo diverso. El turismo descubre a las personas como “otros”, a la vez que como “nosotros”, en medio del mundo que, si no es, o no se le considera como “globalizado”, dejó de ser mundo, sin posibilidad alguna de ser otra cosa, pero no “la casa de todos”.
En todo planteamiento religioso, el turismo, con versiones como las peregrinaciones o las “misiones”, contribuyó y contribuye a la veraz conversión a la fe y a las creencias de orden sobrenatural, desde el elemental convencimiento de que la comunidad y el servicio a la misma es ya, y de por sí, religión y adoración al verdadero Dios. El mismo descubrimiento, trato y contemplación ecológica de la naturaleza inspira y alienta el recorrido de los caminos y programaciones turísticas correctamente ideadas y administradas, por lo que es de por sí parte importante del mensaje del santo Evangelio. La identificación de la vida cristiana con el peregrinaje, es la mejor teología.
Y resulta que a mis amigos Ángela y Luis, y a un grupo de colegas, amantes de la naturaleza, usuarios, participantes y practicantes de sus beneficios, se les ocurrió recientemente echar la red de sus anhelos –ansias- itinerantes por esos mundos de Dios , teniendo en cuenta las ofertas programadas por las correspondientes oficinas de la promoción del turismo en Islandia. Paisajes, parajes inéditos, afanes y deseos de hospitalidad por parte de los nativos, algo del exotismo del bueno y deseos intangibles de desmasificaciones al uso, y más en tiempos oficialmente vacacionales por lo de veraniegos, inclinaron la balanza viajera a favor de esta opción polar, de la que habrían de quedar satisfechos y con la sensación de no haber tenido que escurrir en demasía el presupuesto destinado a esta tarea.
Y ocurrió –y esta es la noticia-eje de mi comentario religioso-, que giraron visita en Reikiavik, la capital del Estado, al templo de la Iglesia luterana de Hallgrimmuskirkija (o algo parecido), construido entre los años 1945-1986 por el afamado arquitecto Gudjin Sammnusanson. A mis amigos les llamó la atención, entre otras cosas, la austeridad y sencillez del templo, de hormigón blanco, presidido por una cruz, además de un órgano maravilloso, así como la torre del templo, que alcanza los 74,5 metros de altura. También les sorprendió -¡cómo no¡-, no tener que abonar cantidad alguna de dinero por la visita religioso cultural, “al ser el templo propiedad del Estado”.
Pero la verdadera noticia para mis amigos fue la que transmiten las fotos que acompañan esta información. Celebrada la Semana Internacional de los movimientos LGBTI, se extendía sobre el altar, con notoria y cristiana capacidad de integración religiosa, la bandera oficial de los movimientos -Lesbianas, Gays, Bisexuales, personas Transgénero, e Intersexuales- , sin que a ninguno de los pastores/as luteranos, ni a sus respectivos feligreses, les hubiera pasado por el pensamiento, desdeñarla y mucho menos, despreciarla…(Por curiosidad, resulta útil reseñar que los colores de la bandera –rojo, naranja, amarillo, verde, azul y violeta-, significan “vida, salud, luz del sol, naturaleza, serenidad y armonía”, sin faltar el espíritu”)
Solo con haber dispuesto, y aprovechado, la posibilidad evangelizadora, tolerante y respetuosa de participar en este espectáculo tan singular y excomulgante en otras latitudes, como las cristianísimas y a machamartillo hispanas, hubieran sido dados por bien empleados el tiempo y los desplazamientos efectuados a lugares tan distintos, distantes y luteranos como los de Islandia.
¿Llamamos “religioso” también a este turismo, o dejamos en exclusiva y “bajo pena de pecado”, tal adjetivación para las visitas a los santuarios de Fátima, Lourdes Torreciudad, Monserrat, Sonsoles, el Pilar, Guadalupe, Covadonga… y a la basílica del san Pedro en el mismo Vaticano?
Fuente Religión Digital
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