Abdul y los trece encarcelados
Abdul, José Manuel Pardo y Halil
José Manuel, su profesor: “Lo que te da libertad es la formación”
Halil, su hermano: “Isis come la cabeza con un Corán que no existe”
“¿Mis sueños? Lo primero, una vida con mi familia. Después, como trabajo, actor. Los sueños”
(Lucía López Alonso).- Intentar un retrato de Abdul es quedarse tartamuda. Nacido en Kobani, el pueblo del niño Aylan, Abdul pasó meses encarcelado por el Isis en un colegio, junto a otros adolescentes que, como él, ese día sólo habían ido a hacer un examen. Dice que ellos sólo necesitan 72 horas para convencer a un niño de que se ponga una bomba. Pero leerlo no explica nada de lo que se sabe cuando una se enfrenta a la mirada de Abdul.
Una mirada en la que hay de todo. Dudas, dolor, dulzura. Prometo hacerle preguntas constructivas. Ya demasiados periódicos le han preguntado, en el último mes, por la cárcel y las torturas. Desde el día en que Abdul fue a contar su experiencia a la radio, acompañado por el Padre Ángel. Ese día en que su ONG, Mensajeros de la Paz, y el Tribunal Supremo consiguieron que se le concediera el estatuto de refugiado. El trámite apremiaba: sin ese carnet, en menos de tres meses Abdul se convertiría en mayor de edad. Y su situación sería aún más compleja que la de ahora.
Abdul está esperando que se tramite con éxito su solicitud de reagrupación familiar. Sus padres continúan en Turquía. Siria, su patria, ha desaparecido hasta la mitad.
Desde que llegó a España hace más de un año, ha habido dos personas que le han acompañado en este proceso de ir desde el horror de haber sido des-existenciado a la normalidad de vivir con su hermano y estudiar en el instituto. Halil, su hermano, y José Manuel Pardo, su profesor de teatro. Voy a hablar con los tres, que funcionan como un equipo. En una de las salas de la iglesia de San Antón, de nuevo al amparo del Padre Ángel, están contentos y sobre todo tranquilos.
Abdul, ¿qué esperas del futuro? ¿Qué quieres ser de mayor y dónde te gustaría serlo?
Desde siempre, creo, que ser actor. Pero lo primero, una vida con mi familia. Después, como trabajo, actor. Los sueños.
¿Es un sueño?
Son dos. Y están cerca.
Mirando al pasado, por hacer lo contrario, de todas tus experiencias desde que eras ese chico de 15 años, ¿cuál es la que no borrarías?
Cuando salí de la cárcel, y la vi por primera vez. A mi madre. No lo olvido.
José Manuel: Abdul ha sido protagonista, en tu clase de teatro, de la obra Los Miserables. Es casi una ironía, protagonista de Los Miserables… ¿Qué papel le deseas a partir de ahora en la vida?
Es verdad, fue el protagonista… Le deseo el que está por escribir. Hay una historia muy grande por escribir, a partir de aquí. Me gustaría que en la película de Abdul todo fuera felicidad. Siempre lo decimos: la realidad supera a la ficción y ahora su felicidad nos importa a muchos. Que empiece a escribir un guión bello con su vida; que efectivamente pueda conseguir que su familia esté aquí. Que, si él quiere ser actor, se forme. Él sabe que me tiene a su lado pero que no voy a permitirle intrusismo. Que no voy a permitir que no sea un buen actor. Porque eso, además, dura muy poco tiempo. A través de la fama no siempre se consigue respeto. Lo que te da libertad es la formación.
Apoyaré la decisión de Abdul siempre, pero nada será gratuito. Tendrá que trabajar. Tendrá que estudiar como hemos hecho todos, los años que corresponde. En una profesión como ésta, no se regala absolutamente nada, como en ninguna.
Pero Abdul no ha sido de esos a los que les tenemos rabia por haber tenido siempre tanta suerte. Sabe lo que es luchar. Su profesor no tiene de qué preocuparse.
José Manuel: El guión, en este momento, está por escribir. Pero yo creo que es un guión que se escribe día a día y que se está escribiendo bonito, después de todo. Y, además, hay muchos guionistas escribiendo a la vez. Cada llamada que nos hacen desde Mensajeros es una continuación. Recordamos la primera conversación por teléfono con alguien de Mensajeros. Hay mucha gente implicada en estos guiones, entonces… ya buscaremos el título de la película, pero lo estamos escribiendo.
José Manuel, ¿qué te ha enseñado Abdul mientras tú le enseñabas teatro?
Uf… Me ha enseñado demasiado. Fue muy curioso y pienso en ello a menudo. Yo no sé lo que sucedió, pero yo a Abdul lo reconocí. Lo reconocí como una misión que Dios me ponía en mi camino. Hace tiempo que yo iba buscando a quién ayudar. Estuve, de hecho, yendo a un comedor de Mensajeros. Por eso luego llamaría, al conocer a Abdul. Pero no encontraba mi sitio. Fui voluntario en otra asociación, durante un tiempo. Pero había algo de servicio que el corazón me pedía más y más. Y entonces Abdul apareció en mi vida. Yo le miré a los ojos y lo reconocí.
No sabía cuál era mi misión con él. No lo supe hasta pasados unos meses. Empezamos el curso en octubre y, más o menos en Navidad, yo me iba a casa todos los miércoles dándole vueltas. Ya entonces tenía que salirme de clase a llorar. Porque era muy duro.
Ahora ya hablamos desde la felicidad. Desde todo lo que estamos consiguiendo. Pero el proceso ha sido muy lento. Muy triste y duro. Yo le miraba a los ojos y de verdad pensaba que no podía ser que hubiera sufrido tanto. Que por qué se permite esto. No puede ser que este chaval que ahora sigue teniendo sólo 17 años haya vivido las barbaridades que ha tenido que vivir. El drama de un inocente. ¡Con catorce años lo arrancaron de sus padres!
Y la tragedia empezó.
Yo me ponía en sus zapatos y me iba a lo que eran mis padres para mí cuando yo tenía 14 años. Qué horror. Si ahora siguen siendo importantes… El otro día se lo decía, porque está muy preocupado. Le dije que, aunque nos hagamos mayores, siempre vamos a sentir la ausencia de nuestros padres. Pero que él va a poder seguir hablando con los suyos. Que incluso ahora puede hacerlo, aunque estén separados por el momento. Y que hay que agradecerlo. Cada conversación. Yo daría lo que fuera por hablar con los míos cinco minutos. Decirles que entiendo todo lo que me enseñaron. Que me siento orgulloso de lo que estoy haciendo, porque es lo que hubieran hecho ellos.
Mis padres eran así. Recuerdo que tuvimos a un exiliado chileno en casa, escondido durante un tiempo. Mi padre le protegía. Y el primer profesor de inglés que mis hermanos y yo tuvimos en casa, era negro. Teníamos 14 años y en España había muy pocos negros. Pero uno de ellos venía a nuestra casa porque mis padres querían que nos acostumbráramos a relacionarnos con personas de distintas razas.
Y este camino de Abdul que estamos viviendo, cada día estoy más convencido de que es cosa de mis padres. Que le han puesto en mi camino para que le mire y le ayude. Por eso fue una elección instantánea. Como el amor. En la vida nos movemos por dos motores: o amor o miedo. El miedo nos paraliza, nos hace caer en frecuencias bajas. Del miedo salen las traiciones. En definitiva, el miedo es una parte del ego. Pero el amor, o es amor o no es amor. La compasión es no poner control. El amor es no poner resistencia. Ayudar a quien te está necesitando en ese momento, aunque no le conozcas. Quien ama funciona bajo esas premisas. Aunque el amor nos hace, también, estar eligiendo. Es lo de poner la otra mejilla: no es fácil elegir poner la otra mejilla cuando la vida te da una hostia que duele.
Abdul me ha enseñado a ser fuerte y yo quiero enseñarle a estar tranquilo. No le va a faltar nada, si está en mi mano. Indudablemente, un piso no le puedo comprar, porque no me lo puedo comprar ni a mí. Pero el cariño y la protección de los que le queremos, los va a tener.
Halil: “Eso es muy importante”.
Y José Manuel reconoce que, cuando en un futuro que desean próximo estén en España los padres de Abdul, el profesor de teatro también tendrá una nueva familia. “Y eso me da mucha seguridad”.
Cuando era pequeña, veía muchas veces la película que se llama Aladín y los cuarenta ladrones. Pensé en ella al conocer la historia de Abdul. Tu historia podría ser la de Abdul y los trece encarcelados. La cifra es real: fuiste el líder de una huida que no te liberó sólo a ti, sino que hizo escapar a todos esos otros chavales secuestrados.
(Halil) ¡Es verdad! Y suena de película. Pero no fue tan fácil. Eso no fue saltar una valla e irnos. Y después, aquí, tampoco lo ha sido. La primera vez que fuimos al colegio de Santa Bárbara, todo lo que Lina, la tutora, nos dijo, fue que al día siguiente teníamos que llevar más papeles. Papeles de mi hermano. Que si teníamos que pagar 185 euros para ese año… Vale, vale, no pasa nada. Y luego “también 50 euros para comprar ropa de chandal”. Y todo así. Muchas cosas en una semana. Y después, me llamó Lina y me dijo que no hacía falta nada.
(Abdul) Había sido duro, pero los profesores me entendieron y me hicieron el favor. No me rechazarían de más colegios. “Este niño necesita estudiar”, decían. No es por nada, pero necesitaba olvidar y empezar a vivir aquí. Ella me cogió en clase, y empecé otra vez.
A la directora del instituto le pasó como al juez, aquella mañana en el Supremo. De entrada, no pudo asegurar a Abdul que aceptarle en el colegio fuera a ser fácil. Pero después, fue casi un milagro.
(Abdul) Sí, Sí. No en dos horas, en dos semanas. Cambió totalmente. No me pidió más papeles. Estaban preocupados y me llamaron. Yo no tenía ni tarjeta del médico y me llevaron a que lo hiciera. Me llevaron a CEAR y preguntaron todo. Y después me ofrecieron las clases de teatro y conocí a José Manuel.
(Halil) Yo no le conocí hasta el día de la obra. Fui a verla y José Manuel me dijo que iba a llevarse unos días a Abdul de vacaciones. Me dijo en el colegio que iban a Almería y que ya había hablado con Mensajeros de la Paz, para que nos ayudaran. En ese momento, yo no creía nada. Como el resto de gente: hablan y hablan. Y ahora, a veces estoy pensando en todo lo que hemos vivido hasta ahora. ¡Y madre mía! Ha sido real. Pero no ha sido nada, nada fácil.
(José Manuel) Halil lo sabe, que en este tiempo alguna vez también he tenido que llamar al orden a Abdul. Hemos hablado de que ahora tiene que disfrutar, pero siendo responsable. No quiero verle con un porro o haciendo alguna tontería de adolescentes. Él vale mucho y yo tengo claro que soy un educador, aunque es cierto que la educación viene de familia. Estoy acostumbrado a estar pendiente, porque los adolescentes a veces se equivocan con las amistades y ese tipo de cosas. Pero Abdul es un gran tipo, la verdad…
¿También vuestros padres os educaron con esos gestos de apertura y exclusión que ha explicado José Manuel que tenía su padre?
(Halil) Nuestra familia es muy abierta. A mi padre le gustaba, cuando éramos niños, que aprendiéramos la historia de todas las religiones, aunque creyéramos en el Corán. Mi mujer ahora está unos días en Turquía, en la boda de un pariente nuestro. Yo no puedo ir por el trabajo. Ella es venezolana, no entiende ni una palabra de lo que habla mi familia, pero ha ido porque la quieren. Dejar a mi madre contigo significa que te va hablar aunque no la entiendas. Y sobre todo va a cuidarte. Entiendo lo que quieres. Nuestra familia siempre fue así, y hemos conocido mucha gente distinta.
Desde vuestra experiencia, ¿qué le diríais a las organizaciones de ayuda al refugiado? Y, sobre todo, ¿qué tenéis ganas de decirles a los políticos europeos?
(Halil) Puf, ¡muchas cosas! Que ayuden a estos refugiados. De verdad. Que no sólo prometan, sino que cumplan. Os juro que yo nunca habría pensado que mi hermano iba a ser un refugiado ni que íbamos a necesitar ayuda. Mi hermano vivía muy muy bien en Siria. No faltaba nada en casa. Teníamos chalet, casa, dos coches, negocio… No faltaba nada. Y un día, se fue lo de todos. La casa, el coche, el negocio, que era un bar.
Nos quedamos con dos habitaciones en la casa del pueblo, Kobani, porque el chalet de Aleppo se lo tragó la guerra. Los locales se quemaron. Los coches se quemaron. Es verdad que, teniendo dinero, íbamos y veníamos. Pero, cuando le pasó esto a mi hermano, mi padre lo dijo: “Cambio todo. Hasta mi vida. Pero que me devuelvan a mi hijo”. Nadie esperábamos lo que iba a pasar en nuestro pueblo, ni en Siria. Supimos que empezaba una guerra, pero a nuestro pueblo llegó después de dos años…
Nadie esperaba que los terroristas llegaran tan rápido a nuestro pueblo. Fueron tres o cuatro horas. Éramos 60.000 habitantes, y ahora todos están refugiados en Turquía. Nadie esperaba eso y por eso les diría a los políticos que nunca se sabe a quién le tocará ese día. Hoy me toca a mí. Pero no se sabe mañana a quién toca y dónde toca. Es necesario ayudar a los refugiados. No tienen nada y es muy duro. El que no lo vive, no lo sabe. Leer más…
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