Navidad: hablar de Dios.
La vanguardia del día 27 de junio de este año traía un artículo con este título: Hablar de Dios. No es la única prensa que toca el tema. Hay otros diarios que también lo tocan pero no con tanta frecuencia como antes. Pero el mes de diciembre se presta más. Navidad es una fiesta muy adecuada. De forma universal el solsticio de invierno o verano. La noche más larga o el día más largo. Depende de las coordenadas. En la cultura de cristiandad, a partir del siglo V, se reemplazó por el nacimiento del niño Jesús, 25 de diciembre. La expresión del pesebre apareció en el siglo XIII, en concreto en 1223 creado por San Francisco de Asís. Y durante algunos años en el mundo católico se ponía también el abeto; en el mundo protestante llevaba siglos como símbolo de la esperanza. Aun así, ya lo utilizaba San Bonifacio de Fulda en el siglo VII. Se extendió a partir del siglo XIX, en 1878 en Nuremberg, en el sur de Alemania, cuando se empezó a exponer en público en el mercado. Y es preciso añadir las costumbres locales que son muy diversas.
Por otra parte, es una expresión recurrente para muchas personas en estas fiestas hablar de “Dios o el hijo de Dios ha nacido”. Así pues, tenemos unas fiestas con adornos y muchos regalos, y un sector se congrega para celebrar “la misa del gallo”. Pero, ¿qué simboliza toda esta parafernalia?
Existe un hecho bien constatado en nuestra sociedad, el cambio de un paradigma cristiano por un nuevo paradigma Humano en oposición al materialista consumista que se va imponiendo. Como el derrumbe fortísimo de las dos generaciones (1980… hasta ahora) de todo lo que es cultura religiosa. Navidad se ha convertido en una gran fiesta familiar, envuelta en un fuerte consumismo. Aspecto muy acentuado en el mundo occidental rico y en gran precariedad en otros lugares del mundo.
Pero todo el mundo, de una u otra forma, celebra el cambio de estación. ¿Y qué pinta “Dios”? Ésta es la gran constatación nueva: “La imagen de Dios ha caído”. La base de la cultura de cristiandad va desapareciendo. Pero, tengamos en cuenta que hablamos de la imagen o forma que se ha dado a una Realidad real, profunda, honda que está en el fondo y en el corazón de toda la Humanidad: La Realidad Última, la Luz, la Inmensidad, la Inefabilidad que no tiene ni nombre ni forma ni discurso. Un núcleo antrópico, necesario pero gratuito. Pero “Es”. La gran tradición ha sido el cristianismo en el mundo occidental, procedente del judaísmo y elaborando una nueva corriente con el Islamismo. Además, existen otras tradiciones orientales, como el Hinduismo, el Taoísmo, el Budismo, entre otras. Todas ellas, sin excepción, siendo su fondo la Realidad Última, que es el fondo de la Humanidad, han tomado formas, eslóganes y discursos distintos. Y aquí se ha confundido la forma o el discurso con la Realidad Ultima. Una metáfora que nos puede ayudar sería: El vino y la copa. El vino es esta Realidad de profundidad de todo Ser Humano, la Ultimidad, que nunca es individualista, sino relacional y kósmica (con “k” para significar que es Totalidad): La inmensidad de los mundos. Esta inmensidad la percibe y vive todo Ser Humano que busca en su interior y exterior, la fuente de su consistencia que está por encima de la existencia. Pero este vino necesita una copa, un recipiente sino ¿cómo se bebe? Lo que hace falta es beberlo, probarlo. Desgraciadamente los sistemas de religiones han dado mayor importancia a la copa que al vino. Sólo hay que conocer la historia de las religiones. Una historia que poderes políticos y religiosos que además de ir juntos tenían en sus manos la gestión de la economía. Aquí nacen las perversiones de los poderes. Y la precariedad ha estado en los pueblos. Por tanto, hace falta una imagen nueva: ¿cuál? Hay que construirla, debe indicar, simbolizar y respetar la dignidad de todo Ser Humano. Ya no puede ser el “dios de los ejércitos” o “el dios todopoderoso y majestuoso” o “el dios de la obediencia y obligaciones“. Este “dios” no es más que una construcción de la mente humana y de hace siglos. Y la nueva imagen también, pero más acorde al Ser Humano del siglo XXIO. El “Vino” se encuentra en todas las tradiciones, que también son copas. La profundidad está en el fondo de todo corazón de cualquier Ser Humano. Y así podemos encontrar otra forma de entender, comprender y vivir los nacimientos simbólicos como los cambios de la naturaleza, que deben llevar a la transformación de todo Ser Humano. Y formar una nueva Humanidad que pueda cambiar esas estructuras sociales y económicas perversas. El día a día es importante. Es la significación del nacimiento. Cada día nacemos. Todos los días es una nueva jornada de crecimiento.
Y esto es hablar de Dios (la etimología de Dios es Luz) y vivirlo como esta Luz que clarifica e ilumina mi día a día, porque somos esa luz. Una Luz que siempre es. Ni pasado ni futuro: Presencia continua. Y en este nuevo paradigma Humano con una nueva imagen de “Dios”, que simbolice y signifique la profundidad humana. Pero, como es lógico y razonable, la Profundidad toma corporeidad o se encarna. No es un concepto sino una Realidad. Es el vino de la copa, pero nunca la copa. No pudiéndose separar.
Celebrar la Navidad es celebrar el Nacimiento de la Profundidad Humana, que es la Divinidad. Un misterio que engloba la totalidad de la inmensidad de los Universos. Es necesario tanto el telescopio como el microscopio: Asombrarse y admirarse. Todo es una sola y única Realidad: El misterio de la inmensidad de los mundos. Es hablar de Dios, transformando el Ser Humano en sus coordenadas. No es una descripción sino un símbolo.
Jaume PATUEL PUIG (1935),
pedapsicogogo
Fuente Fe Adulta
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