¿Por qué tantas misas?: “La misa se nos volvió ‘gracia barata'”
Del blog de Jairo Alberto mxy De Dios se habla caminando:
Fresco sobre la Eucaristía en la Iglesia Antigua
Una reflexión sobre la cantidad de celebraciones eucarísticas en nuestras parroquias
Hay un fenómeno muy común, ya normalizado, hecho costumbre, y es la cantidad de celebraciones eucarísticas en nuestras parroquias; estoy en Antioquia, Colombia, y cada uno de mis lectores podrá verificar si sucede también en su comunidad cristiana.
No hay muchas misas, la misa es una sola, es la vida entregada de Cristo, su amor hasta el extremo, su triunfo sobre el mal; esta misa sucede desde que el mundo es mundo y sucederá siempre y en todo lugar
Ahora, cuando las celebraciones se multiplican sin escrúpulo y no parece que haya reparo si un presbítero celebra en serie, las estadísticas dicen que las iglesias se están vaciando y buena parte de las bancas se quedan sin ocupar: mientras más disminuyen los fieles más eucaristías se celebran.
Los estipendios se volvieron la principal entrada, la misa resultó “la gallina de los huevos de oro” para costear la Iglesia…se financia la Iglesia pero se la mata al mismo tiempo, la vida comunitaria se extingue y van quedando sólo individuos piadosos
Hay un fenómeno muy común, ya normalizado, hecho costumbre, y es la cantidad de celebraciones eucarísticas en nuestras parroquias; estoy en Antioquia, Colombia, y cada uno de mis lectores podrá verificar si sucede también en su comunidad cristiana, en su diócesis, en su país. Mi intención es el discernimiento eclesial y cuidar el tesoro de la Iglesia, la Eucaristía. La sabiduría popular, cuando ve que algo se reparte a diestra y siniestra y se entrega sin medida, empieza a desconfiar de lo que recibe y dice: “de esto tan bueno no dan tanto”; y después, al ofrecer algo precioso y de mucho valor, se asegura que el don sea bien recibido y explica: “poquito porque es bendito”.
- La única misa de Cristo
No hay muchas misas, la misa es una sola, es la vida entregada de Cristo, su amor hasta el extremo, su triunfo sobre el mal; esta misa sucede desde que el mundo es mundo y sucederá siempre y en todo lugar; esta misa es nuestra vida, somos el cuerpo de Cristo, sus miembros, unidos a él amamos, entregamos nuestra carne y derramamos nuestra sangre. Celebrar la misa de Cristo, con el pan, el vino y la caridad, es dar gracias, es entrar en ese misterio de donación de sí, es hacerlo tangible y nutrirnos de él. Hay pues una única misa y tenemos la alegría de celebrarla cada vez que nos encontramos, para escuchar la palabra, para compartir la comida, para amarnos.
Celebrar la misa de Cristo, la de nosotros en él, es una gracia inmensa, sin precio, y aquí se aplica lo de la sabiduría popular: si es bueno, lo cuidamos; si es bendito, hay que saberlo dispensar. El Evangelio en el mismo sentido nos advierte que no podemos tirar las perlas al chiquero y las comunidades de los primeros siglos cristianos hablaban de la disciplina del arcano, esto es de la intimidad y pudor necesarios para los misterios, especialmente para la Eucaristía.
- La cantidad de celebraciones
Vamos pues al grano. Se han multiplicado las celebraciones y la misa se nos volvió “gracia barata”. En una sola parroquia, en días de feria, donde hay sólo dos o tres presbíteros, he llegado a contar hasta 13 eucaristías en una jornada y así cada uno de ellos llega a presidir tres, cuatro o más, una después de la otra, terminando una y corriendo, sin siquiera despedirse, alcanzados, para la otra celebración. Los domingos, las celebraciones de precepto, que en algunos sitios empiezan ya antes del medio día del sábado, se suceden casi cada hora. He encontrado a jóvenes presbíteros, dos o tres años después de su ordenación, drenados por este ritmo ritual y que me han confiado sus escrúpulos de consciencia porque al celebrar no encuentran sentido y unción.
No es raro ver que en un solo pueblo suelen haber varias celebraciones simultáneas, con asambleas muy exiguas, en el templo principal y después en capillas cercanas. Durante la semana, en muchas parroquias, según gustos y devociones de fieles, sugeridas también por obispos y párrocos, se separan horarios para la misa al Cristo de Buga, a San José, al Divino Niño, al Señor Caído, a la Preciosísima Sangre, al beato Marianito, a María Auxiliadora, a la Madre Laura. Parece que ahora son las devociones las que llaman a los cristianos, los milagros, los favores, y que la Palabra, la Buena de Jesús, no es ya la que los congrega.
Cada vez que una niña cumple 15 años, que una pareja celebra el aniversario de matrimonio, que se termina la novena de un difunto, que se cumple un año de la muerte de un cristiano, que alguien va de viaje, que otro se enfermó, que se gradúa un estudiante, que surge una necesidad, que se va a abrir un local comercial, que se va a bendecir un negocio, que pasan “cosas raras” y se cree sufrir maleficios, que hay algo de la vida para agradecer…etc. hay que celebrar, dice la gente, “una misita”, y una para cada caso, porque no se pueden juntar varios cumpleaños, ni varios fines de novena, ni varios grados; si no es privada, la Eucaristía parece no tener valor.
Cuando no hay comunidad, hecho que muestra el fracaso de esta forma nuestra de ser Iglesia, es imposible juntar en una sola las intenciones de todos los que están en la asamblea y llegar a la celebración como hijos e hijas de un mismo Padre, hermanas y hermanos en Jesús.
Surgen cada vez grupos y movimientos, algunos de talante moralista y fundamentalista, que requieren “su misa especial”, “aparte del grueso de la gente”, “sin distracciones y muy concentrados”. No faltan las “misas de sanación”, esas muy concurridas, tan concurridas que, según cuentan los que participan, hasta el mismo diablo va y pelea cuerpo a cuerpo con los poseídos y con los exorcistas que presiden. Estas celebraciones para grupos especiales, como si la misa de Cristo fuera excluyente y gnóstica para iluminados; estas celebraciones de “sanación”, como si pudiese haber un sacramento celebrado con la fe que no sea la mano de Dios que nos da la salud.
Si varios cristianos fallecen en un mismo día, hay un funeral para cada uno y no se concibe una celebración común. Si hay varios matrimonios en la misma fecha hay que celebrar una misa por cada pareja que recibe el sacramento; no se concibe una celebración común para los fieles que mueren el mismo día y no se ve bien que varias familias se unan para celebrar las bodas de los suyos; en estos dos casos, el de la muerte y el amor, se celebra respectivamente con mentalidad de empresa fúnebre y agencia de bodas, no se ve por ninguna parte la comunión y el sentir eclesial.
A esto se añade el montón de misas que ahora se “publicitan” por la radio, la televisión, las redes sociales. Sé de presbíteros, colegas míos, que en su “celo” se van los lunes a una emisora y allí, en el estudio, solos, con la asistencia de un técnico de sonido y de algún acólito o lector, sin comunidad, graban, en cuestión de dos o tres horas, las eucaristías para toda la semana, siete “misas” en chorrera, que irán saliendo al aire en los siguientes días, productos para el mercado de los medios. Capítulo aparte merecen las celebraciones en los centros comerciales y en las terminales, invadiendo los mercados y el espacio público.
- Al principio no era así
En las comunidades apostólicas y en las de los padres de la Iglesia, la Eucaristía era un momento especial, de eso tan bueno no daban tanto y porque lo tenían por bendito lo daban poquito; los cristianos se reunían una vez a la semana, a la caída de la tarde del sábado, ya domingo en su calendario, y pasaban un buen tiempo juntos, escuchando la Palabra, elevando oraciones, nutriéndose del cuerpo y la sangre del Señor, compartiendo una comida, el ágape de los hermanos y hermanas. En el siguiente texto, san Justino explica a los paganos de su tiempo, lo que hacían en estas celebraciones:
“El día que se llama del sol, se celebra una reunión de todos los que viven en las ciudades o en los campos, y se leen los recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas, mientras hay tiempo. Cuando el lector termina, el que hace cabeza nos exhorta con su palabra y nos invita a imitar aquellos ejemplos. Después nos levantamos todos a una, y elevamos nuestras oraciones. Al terminarlas, se ofrece el pan y el vino con agua como ya dijimos, y el que preside, según sus fuerzas, también eleva sus preces y acciones de gracias, y todo el pueblo exclama: Amén. Entonces viene la distribución y participación de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío a los ausentes por medio de los diáconos. Los que tienen y quieren, dan libremente lo que les parece bien; lo que se recoge se entrega al que hace cabeza para que socorra con ello a huérfanos y viudas, a los que están necesitados por enfermedad u otra causa, a los encarcelados, a los forasteros que están de paso: en resumen, se le constituye en proveedor para quien se halle en la necesidad. Celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo; y también porque es el día en que Jesucristo, Nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos”.
- Lógica capitalista en relación al culto
¿De dónde pues tantas celebraciones? Los párrocos suelen decir que los fieles quieren las misas, que las buscan, y que celebrarlas es una forma de atenderlos pastoralmente, de anunciarles el evangelio, de asistirlos con los sacramentos. No dudo de que hay buena intención en esta respuesta, pero, habría que discernir si más bien se trata de un modo de pensar y proceder que trafica con la gracia como el mundo con el capital: la misa como un bien de consumo individual para “mi necesidad”, “en honor a mi santo de devoción”, “para descanso eterno de mis muertos”, “para que me vaya bien en mis negocios y asuntos”. El banco espiritual que funciona con la ilusión de que la gracia es un asunto que se acumula, que se negocia, que beneficia al que tiene con que pagarla: “mientras más eucaristías me celebren pues más beneficios tengo del cielo y más méritos”; “la misa que me puedo permitir, porque tengo el dinero para pagar la intención, lo que muchos otros no pueden hacer, porque pobrecitos no tienen con qué”.
Como ejemplo patético de esta lógica capitalista en relación al culto están las “misas gregorianas” por el descanso de los muertos, eucaristías en serie, tan caras que el común de cristianos ni las puede soñar; al celebrar esas misas se pone énfasis en la cantidad, tienen que ser treinta, y al final del mes, si el que las preside no las interrumpió ni un solo día, se le asegura al que pagó que su difunto dejó el purgatorio y goza del cielo: esto es mercado, se paga a Dios y el ministro recibe la plata; aquí muere el evangelio de Jesús que nos asegura que Dios ya nos dio todo, que nos toca sólo recibir la salvación.
La lógica capitalista de los fieles, que pretenden acumular gracias como se acumula capital, se corresponde con la lógica capitalista de los que administran las diócesis y las parroquias: los estipendios se volvieron la principal entrada, la misa resultó “la gallina de los huevos de oro” para costear la Iglesia. La tragedia aquí es que se financia la Iglesia pero se la mata al mismo tiempo, la vida comunitaria se extingue y van quedando sólo individuos piadosos que vienen al culto sin compromiso con los otros; los presbíteros van desapareciendo de la vida real de la gente, se dejan ver sólo en los altares, en monólogos de prédicas repetidas una y otra vez, en poses hieráticas y desconectados de la cotidianidad, sin tiempo para alentar las pequeñas comunidades en los barrios, en las veredas, en las casas; comunidades que además de la celebración cultual escudriñen las Escrituras, cuiden a los más pobres, trabajen por la justicia, construyan el reino.
- Eucaristía y economía extractiva
Algunos de nuestros obispos se han opuesto al Estado y a las multinacionales que quieren lucrarse y ganar dinero explotando el territorio; ellos proclaman que la Madre Tierra, la Casa Común, vale más que las ganancias de la minería; creo que la misma posición, esta misma lógica, se necesita para afrontar a todos los que dentro de la Iglesia se lucran de su tesoro y hacen presupuestos poniendo a la Eucaristía como fuente de ingresos; la misa de Cristo no es un recurso para explotar, es salvación para adorar. La Eucaristía es la vida de la Iglesia, pero la Iglesia no puede vivir de la Eucaristía.
La gracia que se vende y se compra se vuelve “barata”, ya no pesa, ya no es la de Dios. Dos adjetivos que se diferencian sólo en su acento, mísera y misera, se juntan en estos últimos renglones para describir la economía extractiva que volvió la Eucaristía una mina para explotar.
Fuente Religión Digital
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