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“El viento sopla”, por Gema Juan OCD

Domingo, 15 de febrero de 2015
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15546344562_311b260b4e_mDe su blog Juntos Andemos:

A Nicodemo, un hombre que parece del siglo XXI, a pesar de ser coetáneo de Jesús, le parecía imposible que Dios fuera capaz de hacer renacer a los seres humanos. Y Jesús le decía que sí podía, que es posible «nacer de nuevo», pero que hay que dejar al Espíritu de Dios que sople, que sea Él quien lo haga.

Por eso, le decía: «No te cause tanta sorpresa lo que te digo… El viento sopla donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni adónde va». Y, tan cabal y prudente como escurridizo, Nicodemo no entendía. A pesar de que intuía en Jesús una luz nueva y un soplo fresco; quizás había percibido algún rumor.

La vida está llena de planes, organigramas, proyectos. Son necesarios, y hasta imprescindibles; van dando forma al quehacer cotidiano, propiciando una eficiencia que hace avanzar al mundo. Pero, de pronto, «oyes su rumor»… ¿De dónde ha venido… hacia dónde va?

La historia sigue su curso. Trabajos y fatigas, deseos y esperanzas, logros y reveses, encuentros y despedidas, barbechos y vegas… un amasijo de fuerzas vivas parece mover el universo. Pero, de pronto, «oyes su rumor». ¿De dónde ha venido… hacia dónde va?

Algo se mueve, en otra dirección. No contra la dirección del mundo, que está en permanente creación, sino atravesándolo. Y solo se percibe un rumor, como un misterio que horada la realidad y llama a renacer.

Teresa de Jesús decía que, a veces, estaba leyendo, o haciendo otras cosas y le venía «a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en Él». Sentía el rumor, sin saber de dónde venía, ni a dónde la podía llevar.

Dios no solo se deja encontrar, sino que busca. Eso es lo que entendió Teresa. No solo espera con una larga e inagotable paciencia, sino que otea y sale al encuentro, y se apresura a veces. «El viento sopla», Dios no está quieto. No es el ser inmóvil e impasible que observa el universo, se mueve, su Espíritu actúa y se puede sentir.

«Muchas veces a deshora viene un deseo que no sé cómo se mueve, y… penetra toda el alma en un punto», apuntaba ella en sus papeles. A ese deseo lo llamaba Gregorio de Nisa «deseo universal» y decía a Dios: «El deseo universal, el gemido de todos, tiende a Ti. Todo lo que existe te reza, y todo ser que piensa tu universo hacia Ti eleva un himno de silencio».

Así es como sopla el viento, el Espíritu… donde quiere y como quiere. En el gemido de todos, en los anhelos que transitan invisiblemente el mundo, en el silencio del pensamiento que trabaja diariamente. Viene a deshora, irrumpe más que interrumpe y se queda sin instalarse porque su misión es mover y llamar a un nuevo nacimiento.

Mueve los miedos y las oscuridades –dirá Teresa¬– de modo que basta «aguardar a la misericordia de Dios, que a deshora, con una palabra sola suya o una ocasión que acaso sucedió, lo quita todo tan de presto, que parece no hubo nublado en aquel alma, según queda llena de sol y de mucho más consuelo». «El viento sopla».

Mueve la vida para crear con el Dios creador y servir con el Cristo de los caminos: «Parece viene una inflamación deleitosa… mueve un deseo sabroso de gozar el alma de Él, y con esto queda dispuesta para hacer grandes actos» y eso, aunque esté «con descuido de cosa interior». Porque «sopla donde quiere».

«No sabes de dónde viene ni a dónde va», pero «así parece es este amor suavísimo de nuestro Dios: se entra en el alma, y es con gran suavidad, y la contenta y satisface y no puede entender cómo ni por dónde entra aquel bien» —repetía Teresa, al sentir el rumor que movía su vida.

El evangelio dice que el viento sopla, que su rumor se siente y que no se deja predecir ni apresar, pero añade que «lo mismo sucede con el que nace del Espíritu»: se mueve, no se estanca ni tampoco alardea del viento que le mueve. No se aprovecha ni se detiene, se deja llevar porque ha sido alcanzado por el rumor de Dios.

«Estas almas» –dice Teresa– «el sosiego que tienen en lo interior, es para tenerle muy menos, ni querer tenerle, en lo exterior». Son como el viento, se van asemejando a Dios, a quien el amor le hace estar activo a favor de todos. Son del Espíritu y dejan oír su rumor porque «su gloria tienen puesta en si pudiesen ayudar en algo al Crucificado» y porque saben que «nacer de nuevo» es dejar nacer en ellos el deseo de Jesús: «el deseo del bien de las almas».

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“Gestos”, por Gema Juan OCD

Martes, 25 de noviembre de 2014
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15542382458_2463432fbe_mLeído en su blog Juntos Andemos:

«Gestos sencillos y concretos». Eso pedía, recientemente, el Papa Francisco a los cristianos. Y eso le hemos visto hacer a él repetidamente. Además de las grandes propuestas que ha lanzado y de los pasos significativos que ha dado, Francisco ha tenido muchos gestos, sencillos y concretos, y ha recordado que aportan significado y realidad, que inspiran y generan creatividad. Los gestos abren muchas puertas para construir la hermandad que Jesús quería.

En el estado de Tamil Nadu (India), algunos católicos de casta alta levantaron un muro en el cementerio, para que sus muertos estuvieran separados de los difuntos «intocables». Un día, dos obispos católicos demolieron una parte del muro.

El muro se reconstruyó, pero los obispos sembraron compasión y solidaridad, y despertaron una esperanza, cosas más fuertes que todos los muros que existen.

En una pequeña ciudad francesa, una mujer joven, monja, escribía que buscaba la compañía de las hermanas que peor le caían, para «desempeñar con esas almas heridas el oficio del buen samaritano. Una palabra, una sonrisa amable bastan muchas veces para alegrar un alma triste». Era Teresa del niño Jesús.

Su gesto no acabó con las segregaciones que continuamente se generan. Pero sembró una posibilidad al alcance de todas las personas, para desmantelar barreras y rechazos con los próximos.

En un pequeño pueblo de Soria, un grupo de origen rumano se estableció e intentó abrirse camino con ganado vacuno. Trabajaban rústicamente, como les permitían sus precarios recursos económicos. Un reputado perito decidió cederles, repetidamente, sus ingresos extraordinarios.

El trabajo sigue siendo duro, pero un hombre acomodado se incomodó para compartir y crece, a la sombra de un gesto, el árbol de la fraternidad.

En un campo de concentración nazi, una mujer apresada decidió no añadir ni un átomo de odio a la locura del exterminio. Su gesto fuer orar, convencida de que «se puede orar en todas partes, [también] en un barracón» y elegir «estar presente en medio de los que sufren». Visitaba a los bebés del campo y tranquilizaba a sus madres, sonreía, estrechaba una mano, escuchaba… convencida de que el amor no ha de fijarse en razas, nacionalidades o filiaciones políticas. Se llamaba Etty Hillesum.

No detuvo el exterminio, ni siquiera para sí misma. Pero su gesto alienta continuamente caminos de reconciliación y el recuerdo de que la vida «es una sucesión de milagros interiores» que deben convertirse en amor compartido.

INDIA-WEATHER-RAIN-MONSOONA un convento de frailes carmelitas descalzos acudían habitualmente algunos necesitados y acostumbraba a ir una anciana muy pobre. En cierta ocasión, que no acudió la mujer… el prior de la casa mandó ir a buscarla, por si la necesidad le impedía ir a pedir.

El mismo prior se encontró con varios hermanos enfermos en su casa y sin dinero para poder socorrerles. Entonces mandó empeñar un cáliz para poder dar lo necesario a los enfermos.

Sigue habiendo pobres y necesidades, pero el gesto de un fraile menudo, que se llamaba Juan de la Cruz, reveló al Padre de toda bondad que cuida a sus hijos y renovó la memoria de que nada tiene más valor que el ser humano. Ningún sábado, ninguna cosa sagrada es más valiosa que una persona.

No lejos en el tiempo ni en el espacio del prior descalzo, una monja carmelita se preguntaba qué podría hacer ella para ayudar en un mundo que veía desgarrarse violentamente. Y se dijo «haré ese poquito que es en mí». Con un gesto sencillo, con una decisión pequeña y compartida, se puso en marcha.

Se llamaba Teresa de Ahumada y de aquel gesto iba a nacer un pequeño espacio de oración y fraternidad que acabaría por convertirse en una familia universal.

Ese es el poder de los gestos. Siembran una semilla, la más pequeña y después, como recordó Jesús, «cuando crece, se hace mayor que cualquier hortaliza y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar en ellas».

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“Suite nº 1 para violonchelo solo en Sol Mayor, BWV 1007 de J. S. Bach: Invitación VII”, por Gema Juan OCD.

Lunes, 16 de junio de 2014
Comentarios desactivados en “Suite nº 1 para violonchelo solo en Sol Mayor, BWV 1007 de J. S. Bach: Invitación VII”, por Gema Juan OCD.

14046403169_925d318648_mFantástico artículo que hemos leído en su blog  Juntos Andemos  y que os animo a leer, escuchar… y volver a leer:

La voz de un violonchelo emerge de unas partituras empolvadas en una tienda de segunda mano, donde habían permanecido calladas durante muchos años. Las rescató del olvido el genial violonchelista Pau Casals. En ellas, aparece un cello desnudo, sin orquesta, arropado por unas manos que lo hacen vibrar. Solo, pero cantando a voces.

Se trataba de unas partituras de Bach, sus seis Suites para cello. En ellas, el violonchelo adquiere una gran expresividad armónica, pues encierran una «polifonía en soledad» y la amplitud de lo que se desarrolla en progresión. Como sucede en el camino espiritual.

Las VII Moradas de Teresa de Jesús culminan con un «instrumento» al que Dios hace resonar: un ser humano que desde su intimidad habitada, donde silencio y soledad se dan la mano, abre su vida a todo. A solas, pero con «esta divina compañía». Fundido, «hecho una cosa con Dios», y sabiendo que lo que importa es «el amor con que se hacen» las cosas.

La suite nº1 contiene una música desnuda; Teresa advierte que en esta morada no hay «alborotos interiores», ni «arrebatamientos y vuelo de espíritu», ni «grandes ocasiones de devoción». Antes –dirá de la persona– «andaba ansiosa… ahora, halló su reposo… pues goza de tal compañía». Esa compañía es Cristo.

A la vez, Bach es capaz de crear aquí sonoridades orquestales, a través de una gran variedad tímbrica y armónica. Es una música rica, como el castillo teresiano, como este largo momento que engloban las VII Moradas. Teresa solo dice «algo de lo mucho que hay que decir».

La suite no es descriptiva, pero sus ideas musicales, profundas y emocionantes, se convierten en un rumor, que acompaña la experiencia que Teresa narra en este tramo del camino: Dios se comunica y «quiere que le goce el alma en su mismo centro», de modo «que ya no se pueden apartar» uno de otro y se da la unión «de espíritu con espíritu».

Entre los instrumentos musicales, el sonido del violonchelo es el que más se parece a la voz humana, de modo que evoca fácilmente al ser humano. Bach utiliza acordes desplegados, Teresa muestra cómo la persona, a través de un largo proceso, despliega su verdad: es capaz de acoger a Dios y de vivir plenamente unido a Él y abierto a los demás.

Una suite es una sucesión de danzas, con ritmos muy claros. En este caso, permite ver el amplio arco que abarca esta morada. El orden de las danzas –lento-rápido– crea un contraste sonoro fuerte, mientras se mantiene una misma idea melódico-armónica que da coherencia al conjunto. Alegría y profundidad se dan la mano, jovialidad y gravedad van unidas.

Teresa pide que «no entendamos es el alma alguna cosa oscura», es clara, como la línea melódica de la suite, definida ya en el Preludio. Y habla de «un mundo interior, adonde caben tantas y tan lindas moradas», con un hilo conductor: «su misericordia… el particular cuidado que Dios tiene de comunicarse con nosotros y andarnos rogando… que nos estemos con Él».

Los últimos compases del Preludio, de una intensidad conmovedora, transmiten la llegada al «centro interior». A partir de ahí, la alternancia de las danzas revela la paz «de haber hallado reposo» (Allemande) y la alegría de experimentar «que vive en ella Cristo» (Courante), junto al impulso de hacerse «esclavos de todo el mundo, como Él lo fue», por amor de Su amor.

Entre estas dos danzas se expresa, especialmente, el contraste que indica Teresa: la paz íntima y la entrega imparable de quien se siente unido a Cristo: «el sosiego que tienen estas almas en lo interior, es para tenerle muy menos, ni querer tenerle, en lo exterior». Algo que ya venía anunciado en la inquietud tonal del Preludio.

Después, la grave Sarabande reflejará «esta secreta unión en el centro muy interior del alma, que debe ser adonde está el mismo Dios». Un misterio profundo, «dificultoso de decir»: la persona está habitada, la misma Trinidad es su huésped y más profundo centro. Y algo importante: «nunca más le parece se fueron de con ella» estas tres personas divinas. La música refleja, en su equilibrio, la trascendencia y la estabilidad de la experiencia.

En el doble Menuett, tranquilo pero vivo, asoma la nueva personalidad de quien se ha dejado conducir hasta el centro. La melodía, amable y bellísima, recuerda el «olvido de sí» que nace de la experiencia de que «su vida es ya Cristo». También el deseo «de ayudar en algo al Crucificado», de servir, y el abandono de cualquier «enemistad con los que las hacen mal o desean hacer». Son las obras del amor.

Con la veloz Gigue, concluye la suite. Es una música incontenible que expresa el «espanto» que siente Teresa. Es el asombro y la admiración que se abren en esta experiencia: «cada día se espanta más esta alma». Crece la capacidad para sorprenderse y saborear todo, también la presencia divina en sí y en todas las cosas.

El gran Rostropovich* comparó esta suite «con la naturalidad y sencillez de la respiración de un ser humano». Es como si Bach hubiera dado con el «centro» y supiera lo que Teresa quería decir al hablar de esa comunión plena que llamó «matrimonio espiritual», donde todo es «amor con amor» y lo divino y lo humano se armonizan, simplificándose.

Cuando el ser humano se descubre habitado y amado por Dios, y decide «dejarse en sus manos», nace la mejor música. Y, solista y solidario a la vez, el «instrumento» suena de verdad.

*Hemos elegido algunos de los grandes violonchelistas –Casals, Rostropovich, Yo-Yo Ma, Du Pré y Maisky– que entienden e interpretan de diversas maneras a Bach, para mostrar algo muy importante que advierte Teresa: que Dios se comunica y une a cada persona de diferente manera, como mejor es para ella.

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